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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

ULTRAMEMORIAS

Ultramemorias (VIII de X). El fin de la transición (1ª Parte). La sensación de que algo no estaba claro...

La transición termina el 23-F de 1981. Esa fecha se cierra un ciclo iniciado el 20-N de 1975, cinco años y tres que solamente una mitología servil e imaginativa ha conseguido transformar de lo que fue el realidad, católico y frecuentemente construido a base de engaños a casi todos, en un “cambio modélico” envidiado en todo el mundo. La ultraderecha se convirtió con demasiada frecuencia en “protagonista” de la transición. En todos los fenómenos sociales tiene que aparecer una figura que polarice todas las hostilidades y en función de la cual, todo el resto se siendo identificado al combatirla. La ultraderecha ocupó ese triste papel y ofreció a todo el sector que iba desde la derecha liberal y el franquismo sociológico hasta las marginalidades varias de la extrema-izquierda, una imagen frecuentemente odiosa que justificaba el “a por ellos que son pocos e hijoputas…” que, en buena medida, fue el verdadero motor de la transición.
 
La ultraderecha, a diferencia de cualquier otra fuerza política, no ha eludido su relación con la violencia. Un tipo pacífico y tranquilo como yo, amante de la vida en la montaña, de los deportes que solamente a mí me pudieran suponer un riesgo y un chorro adrenalínico bombeado en la sangre, a pesar de disponer de una formación intelectual correcta, y catalán educado en el "parlem-hi" (hablemos como forma de resolver los problemas por vía del diálogo) frecuentemente me había visto envuelto en episodios problemáticos y, para colmo, así que pueden imaginar lo  que pasaba por la cabeza de un chaval recién superada la adolescencia, sin ningún tipo de educación política, con un uniforme recién estrenado y un orador fogoso que le explicaba que había que hacer algo para salvar a la patria.

Lo más habitual en la ultraderecha ha sido el que sus bases carecieron casi siempre de educación política, algo que emanaba de sus direcciones. Éstas anteponían sus “fidelidades ideológicas” a cualquier otra consideración. No habían leído, sin duda, "El Ocaso de las ideologías" escrito por uno de los nuestros, Fernández de la Mora. Si eran falangistas, les resultaba imposible pensar en un partido con tendencias en la que los falangistas ocuparan un ala con identidad bien definida. Y si eran católicos y piñaristas, por definición, les era imposible colaborar con alguien que no hiciera de una percepción integrista y ultramontana de la fe, el eje de su participación política; ya me lo dijo Blas cuando me expulsó del partido: “Te falta la fe necesaria para nuestra lucha política”…(y a él seguramente también, pues no en vano disolvió el partido a la primera que sus esperanzas y fes se vieron decepcionadas). Si eran franquistas con cierto grado de sensibilidad política al estilo de Fernández de la Mora, no terminaban de verse en la misma tribuna de los oradores con un Blas del que nunca estaban seguros de lo que iba a decir. Entre Blas y Fraga, la derecha franquista optó por Fraga sin dudarlo. Gentes habitualmente maduras, con un pasado político preñado de responsabilidades de gobierno y que sabían de la vida, no podían por menos que deplorar la presencia de formaciones paramilitares presididas por banderas al viento, desfilar esforzándose malamente en mantener el paso, y a oradores que no terminaban de advertir que España estaba cambiando y que había que anticiparse a los cambios en nombre del futuro y no del pasado reciente.
 
Blas –y, por extensión toda Fuerza Nueva- les reprochaba a todos estos franquistas moderados el que sus ambiciones  fueran excesivas y  se recalcaba que detrás tenían poco apoyo consistente. Fernández de la Mora solamente pudo agrupar a unos cuantos cientos de jóvenes en su Unión Nacional Española, la mayoría de los cuales en los meses siguientes terminarían integrándose en Fuerza Nueva o directamente en AP. Era posible que también hubiera algo de razón en ello. Pero el tiempo nuevo que se aproximaba no estaba hecho ya de masas oceánicas expresando adhesiones inquebrantables y entusiasmos épicos, sino por votantes. Poco importaba que en la Plaza de Oriente llegara a haber en 1978 y 1979 mas de medio millón de franquistas entusiastas… si no existía partido alguno capaz de capturar esa corriente de rechazo al caos de la transición. Puedo asegurar que no fue sino hasta el asesinato de Miguel Ángel Blanco cuando en España tuvieron lugar manifestaciones como la de aquellos 20-N. En los medios ultras, el optimismo expandido por El Alcázar, llevaba a una curiosa escalada: en 1978 ya se dijo que los manifestantes llegaban a un millón… así que en el 79 debían ser “algo más de un millón”, realmente poco, porque en 1980 ya habían pasado a ser millón y medio, o como tituló El Alcázar, “la manifestación mas grande jamás contada”. En 1979, había gente que ocupaba, no sólo la Plaza de Oriente, sino la del Teatro y las calles adyacentes. Pero ¿cómo unos oradores instalados en la incomprensión política sobre lo que estaba sucediendo podían aprovechar aquella corriente de entusiasmo? Era imposible por tres motivos: El Alcázar y la Confederación de Combatientes, por algún motivo, seguían sosteniendo que aquellas eran “movilizaciones patrióticas” y en absoluto políticas. Particularmente deletérea fue el papel jugado por El Alcázar en aquel período. Creo haber escrito en algún lugar que si leías El Alcázar había que comprar algún que otro diario para saber qué estaba pasando en la calle pues el grado de desinformación y los desenfoques palmarios que difundía este diario eran de una magnitud desconocida en los anales del periodismo a esta parte de la Vía Láctea.

En cierta ocasión volviendo de Madrid a Barcelona, me encontré en la carretera con un gigantesco embotellamiento, sirenas de policía, ambulancias y bomberos.  Hacía menos de 10 minutos que había saltado por aires el restaurante El Descanso, en lo que constituyó el primer y único atentado islamista cometido en nuestro país. Llamé a la redacción. No había nadie y todavia no eran las 23:00 horas. La noticia no apareció al día siguiente sino al otro a pesar de que la explosión había tenido lugar a las 22:30… Y eso que el terrorismo era el fenómeno al que recurría habitualmente el diario para componer sus titulares de primera página. De hecho, si querías publicar algún artículo en El Alcázar, bastaba con enviar alguno que tratara del terrorismo. Yo mismo logré varias terceras páginas (las más leídas) a costa de despotricar sobre tal o cual atentado. Debió ser en 1979, recuerdo un titular de El Alcázar maravilloso, a seis columnas y a grandes caracteres: “Los comunistas asesinan a 12 personas”… luego, en letra muy pequeña, casi invisible, se leía “Nuevo atentado de la guerrilla filipina. Izquierdo trabajaba así y nadie le reprochaba nada a pesar de que El Alcázar fue el principal elemento de desinformación política que proyectó su sombra sobre la ultraderecha.

Ni en las columnas semanales de Fuerza Nueva, ni en las diarias de El Alcázar se explicaron jamás las dos alternativas de aquel momento: o prepararse para las elecciones democráticas o para el golpe de Estado. En lugar de eso, todo se quedó en una defensa del pasado, en una denuncia del presente y en agitar amenazas  y miedos al futuro… pero nunca, absolutamente nunca, nada sobre cómo modificar el futuro, ni siquiera sobre cómo insertarse en ese futuro.

Pero hubo algo más peligroso y oscuro. Antonio Izquierdo era amigo íntimo del entonces ministro del interior, Rodolfo Martín Villa. Ambos habían compartido vida bajo las lonas del Frente de Juventudes. Izquierdo había hecho una modesta carrera en la Cadena de Prensa del Movimiento, formada por una cuarentena de cabeceras diarias vinculadas al régimen. Era la “prensa oficial” y, por tanto, la menos leída. Como último director de Arriba, Izquierdo había logrado sumirla en una absoluta inanidad de lectores. No debñia vender más de 1.000 ó 2.000 ejemplares y el resto hasta 5.000 eran suscripciones a instancias oficiales. Y, sin embargo, Arriba, la histórica cabecera falangista que ostentaba el yugo y las flechas, era el “buque insígnea” de todo este grupo de prensa subvencionado por el régimen, con menos ventas de los que merecían la calidad de algunos colaboradores (en mi casa se compraba el vespertino La Prensa de esa misma cadena, solamente por la gratificante lectura diaria de la columna de Carmen Kurtz), pero en línea con lo que es una prensa oficial y frecuentemente pelotillera con el poder. Cuando durante la transición se disolvió todo este entremado de prensa, Izquierdo quedó en paro y terminó haciéndose cargo de El Alcázar. Y en mi opinión -y sobre la base de algún dato que me pasarón otros y sobre comentarios que me realizo el propio Izquierdo años después- siguió manteniendo la amistad con Martín Villa, sólo que éste ya había dejado de ser una "joven promesa de provincias" para pasar a ser Ministro del Interior en la capital. Y es por aquí por donde se deslizaron las confusiones, los malentendidos, las sospechas y, acaso, las traiciones.

Sí, porque El Alcázar, increíble e invariablemente, en momentos de tensión solía tirar balones fuera y terminaba  planteando salidas políticas a la ultraderecha que beneficiaban sobre todo a UCD o a AP. En las elecciones de 1979, por ejemplo, era evidente que Blas Piñar subiría en votos y que saldría elegido diputado por Madrid. Pues bien, hasta el último momento, El Alcázar mantuvo la ficción de que era posible una entente desde Alianza Popular a la Unión Nacional 18 de julio, ticket electoral formado por Falange Española de las JONS, el Partido Nacional Sindicalista de Diego Márquez y Fuerza Nueva, cuyo nombre ya de por sí generaba una irremediable tortícolis a la vista de que aquella referencia del calendario que incluia en su nombre ya decía muy poco a los españoles de 1979. Hasta última hora, Cruz Martínez Esteruelas ofició de corre-ve-y-dile entre Fraga y Blas… afortunadamente algo no estaba muy claro, así que la Unión Nacional decidió tener preparadas las listas por si, como ocurrió, a última hora, poco antes de cerrarse el plazo de admisión para las candidaturas, Alianza Popular se echaba atrás, como de hecho así ocurrió. Seguramente artimañas de este tipo debió aprenderlas Fraga en Londres, comprobando que,  a fin de cuentas, no eran tan ajenas a las prácticas del funcionariado franquista. En las elecciones a procuradores en Cortes por el “tercio familiar” se habían visto cosas parecidas y en las elecciones a “enlaces sindicales” la triquiñuela, como el valor al soldado, se le suponía.

Poco antes del 20-N, el 11 de noviembre de 1978, había salido a la superficie la noticia de la detención del comandante Ricardo Sáez de Ynestrillas y del teniente coronel Antonio Tejero Molina. Parece que habían realizado algunos comentarios sobre la posibilidad de dar un golpe de Estado. A eso se le llamó la “Operación Galaxia”. No parece que detrás hubiera nada importante y lo más probable era que estos militares hubieran resultado detenidos para dar ejemplo a otros golpistas que figuraban como nombres ilustres en el escalafón y que, todavía no habían dado que hablar. Los dos interesados sostuvieron siempre que se trató de una “conversación de café”. Antes, Tejero se había hecho significar por revelarse contra la indiferencia general con la que eran considerados los asesinatos de sus Guardias Civiles en el País Vasco. A partir del “Caso Galaxia”, la peculiar fisonomía de Tejero, con sus grandes mostachos bajo el tricornio de charol, alta estatura, hicieron de él el Guardia Civil más conocido de toda España (dato importante de retener por la importancia que tiene y que, a menudo, no ha sido valorado en toda su magnitud). Tejero era fácilmente reconocible desde el momento en que se veía por primera vez su imagen.

Aquel 20-N resultó sorprendente que ninguno de los oradores, ni mucho menos El Alcázar, mencionaran absolutamente para nada a los dos militares presos, a pesar de que en ese momento proseguía su arresto. Y aquella omisión no dejaba de ser extraño. Nosotros mismos, los militantes del Frente de la Juventud, distribuimos varios miles de panfletos en la Plaza de Oriente pidiendo la libertad de Tejero e Ynestrillas, sin embargo desde la tribuna de oradores existió una absoluta omisión que no podía ser el resultado ni de la casualidad ni de desconocimiento de su situación de arrestados. Al acabar el acto seguía distribuyendo las octavillas cuando me invadió la sensación indeleble de que algún sector de la extrema-derecha estaba pactando con el ministerio del interior. Y el nexo solamente podía establecerse a partir de Antonio Izquierdo. Años después, cuando regresé del exilio y conocí a Izquierdo advertí sin ninguna dificultad que era capaz de eso y de mucho más. Era fácil suponer que Interior habría hecho llegar a los organizadores del 20-N la necesidad de que no hablaran sobre el golpismo. Más de 500.000 personas gritando “Ejército al poder” hubieran sido una imagen demasiado amarga para UCD y la exteriorización de que no eran exiguas minorías las que reclamaban la intervención militar para atajar el desmadre de la transición, sino masas populares que podrían generar un “efecto contagio” en la opinión pública. Era importante para la culminación final de la transición demostrar que el golpismo era un fenómeno aislado de cualquier movimiento de masas  y que afectaba solamente a unos pocos cientos de lunáticos. Nosotros mismos habíamos visto como nuestros gritos de solidaridad con Ynestrillas y Tejero eran sistemáticamente acallados por la tribuna y cubiertos con el grito de “Franco, Franco” con la misma entonación y brío que cuando empezó el "aislamiento internacional".

Izquierdo era uno de esos personajes, muy habituales en el antiguo régimen, que por una parte habían asumido mentalmente -quizás por oportunismo, quizás por lavado de cerebro, quizás por que no tenían otras inquietudes intelectuales, esto es, por conformismo, o incluso es posible que por identidad-  los valores que habían recibido en los muy oficiales campamentos del Frente de Juventudes durante sus años de formación, luego habían emprendido una carrera funcionarial al servicio del franquismo y terminaron haciendo cualquier cosa que pudiera favorecer y mejorar su situación personal, algo muy comprensible por lo demás, pero que les sumía frecuentemente en pozos de contradicciones sin fondo y  perseguidos por la sombra de la traición hacia el ambiente del que sentían formarse parte. Terminaron jugando con dos barajas: con la de sus antiguos camaradas devenidos figuras prominentes de la transición y con sus antiguos camaradas que permanecían en las trincheras del antiguo régimen, a pesar de que carecían de la inteligencia y el maquiavelismo suficientes como para asumir ese rol.  Quisieron servir a ambos, unos por que les pagaban y otros por fidelidades ideológicas pasadas. Al final lograron quedar mal con casi todos: los unos les consideraron gentes que se vendían baratas y los otros simplemente los tuvieron como chorizos. Ese tipo de gente ambigua por definición son los elementos que los servicios de inteligencia colocan en los puestos centrales de una conspiración: demasiado ambiciosos para negarse a figurar en una trama golpista, eran también demasiado ciegos como para identificar su orientación, su motor y dónde se situaba su núcleo. Así se hizo la "trama civil" del 20-N.

En la ultraderecha de la época, cuando aparecía un galón y no digamos un entorchado, inmediatamente se le consideraba como un golpetero de pro., de la misma forma, como ya he dicho, que cuando aparecía un norteamericano se le tenía como agente de la CIA que venía a “ayudar”. La ultraderecha se declaraba golpista sin ambages, esto es, sin rodeos., en un momento en que los "ambages" empezaban a ser lo más frecuente en la clase política. El problema es que concebían el golpe como una operación exclusivamente militar, en la que los militares debían tener la iniciativa, la preeminencia y la voluntad. No se concebía que en una red golpista participaran civiles, ni mucho menos que existiera un debate entre unos y otros sobre estrategia y tácticas golpistas. Cualquier tenientillo o capitancete del montón, incluso sargentos chusqueros, eran tratados en la ultra como si capitanes generales y usías varios. Podría contar anécdotas de este tipo hasta la saciedad. Había ultras que literalmente hubieran estado dispuestos a pagar por dejarse fotografiar junto a un tenientillo recién salido de la academia y no digamos junto a un oficil con fajín de Estado Mayor. El militar siempre ocupaba el sitial de honor en las recepciones y cenas con ultras. Sus palabras, aunque apenas comentara el último derby regional de fútbol Yeclano-Orihuela, eran escuchadas con un silencio casi religioso y una reverencia que inducían al respeto ante un poder inefable y metafísico. Lo mismo ocurría con los Guardias Civiles que llegaban del País Vasco e incluso con algunos comisarios de policía que se movían en los medios ultras, especialmente en Madrid (pero no sólo en la Villa y Corte).

Todo este clima acrítico facilitaba el que militares, guardias civiles y policías tuvieran las puertas abiertas de la ultraderecha para lo que quisieran. Muchos de estos funcionarios no estaban frecuentando esos ambientes para engordar sus egos o sentirse queridos, sino simplemente porque se lo habían ordenado sus superioes a fin de controlar el golpismo en la extrema-derecha, intuir sus límites, sus sectores más comprometidos y los lugares y personas a través de las que podía generarse una ósmosis entre el sector militar golpetero y el sector civil de admiradores incondicionales.

Digámoslo ya: el golpismo estuvo controlado casi por completo desde el primer momento de la transición. Salvo un grupo extremadamente reducido de militares formados en torno al Coronel San Martín, el resto de redes golpistas, desde el principio mismo de la transición, estuvieron bajo control. El golpismo, en realidad, jamás fue un peligro real para la transición que no tenía más riesgo que el desplomarse víctima de sus propios errores, ambigüedades y oportunismos. De hecho, si el 23-F fue algo, no fue más que un golpe de Estado promovido por el CESID y… desarticulado por el mismo CESID fiel a la estrategia que indica que para cazar a un conejo –a la sazón, para desarticular un movimiento golpista- hace falta que éste salga de su madriguera. Y en el centro de esta conspiración se situó el Comandante Cortina, verdero cerebro de toda la operación. Si la democracia española debe a alguien su supervivencia, e incluso si la monarquía sienta  todavía sus posaderas en el mismo trono, se debe a la eficacia conspirativa del comandante de infantería José Luis Cortina. Años después sabría algunos datos más sobre Cortina a través de Manolo Vázquez Montalbán que tuvo a bien unirnos en un libro de entrevistas titulado “Almuerzos con gente inquietante”. Pero esta es, como siempre, otra historia.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.

Ultramemorias (VIII de X) Visicitudes políticas en la transición (18ª parte). Hacia una estrategia y una estructura internacional

A finales de 1979 en uno de mis habituales viajes a París, Delle Chiaie me llevó a la oficina de una agencia de comunicación gestionada por miembros de Forces Nouvelles, en la rue Malakov a dos pasos de la Avenue de la Grand Armée. Se estaba elaborando en aquel momento el primer número de la revista Confidentiel, subtitulada “política, estrategia, conflictos”. Se trataba de una revista de unas 100 páginas en formato holandés a dos columnas abundamentemente ilustrada y con una cuidada maquetación, dedicada al análisis político internacional. En una estancia de la oficina se situaba la redacción y los archivos de esta publicación que salió trimestralmente durante tres años en cuatro ediciones nacionales, francésa, italiana, española y argentina. Oficialmente la revista estaba publicada por el IREP, Instituto de Investigaciones y Estudios Políticos, presidido por Sixto Enrique de Borbón-Parma. En abril de 1980 salió el primer número de la edición española de la que yo era el responsable.

Hay situar esta iniciativa en el contexto que le era propio: la red de relaciones internacionales constituida en aquel momento era, ante todo, una red informal de relaciones basadas en experiencias y colaboraciones pasadas formada en torno a un grupo relativamente reducido de personas que mantenían lazos y vínculos comunes desde algo más de un década. No era solamente una estructura militante, sino también y sobre todo una red de relaciones informales que cristalizaba en determinados momentos y para determinadas acciones. Su gestación había sido larga y, en realidad, sumaba distintas redes.

En 1972 se estableció una especie de “comité de patronato”, lo que llamábamos “el presídium”, formado por cuatro “históricos”: el coronel SS Otto Skorzeny que había liberado a Mussolini de la prisión del Gran Sasso y tenido un papel relevante en las operaciones especiales del III Reich, Radu Ghenea exiliado rumano residente en España y jefe de la Guardia de Hierro Rumana, el comandante Junio Valerio Borghese, exiliado entonces en España después de verse obligado a emprender el camino del exilio tras un intento abortado de golpe de Estado en Italia y, finalmente, Leo Negrelli, antiguo embajador de la Italia fascista en Lisboa, residente en Madrid. Con estas cuatro personalidades lo que intentábamos era establecer un vínculo entre la “vieja generación” y la “nueva generación” de militantes.

El problema es que la “vieja generación” empezaba a ser demasiado vieja... Con una diferencia de dos años, los cuatro personajes históricos fallecieron de muerte natural. En esa misma época falleció también Roma, Julius Evola. Hubo un momento en el que nos sentimos solos. La diferencia entre estos históricos y otros, era que los cuatro miembros del “presídium” conservaban un indudable atractivo romántico para unos jóvenes como nosotros. No eran vedettes interesadas en contarnos lo que habían hecho o dejado de hacer en la Cota X del Frente Y, sino que se trataba de gente que blomeaba con nosotros, nos ilustraba con sus comentarios sobre la actualidad política y, sobre todo, nos enseñaba. Los cuatro eran personajes de una lucidez y de un carisma ausente por completo en nuestra desgraciada época. Era la voz de la historia la que oíamos a través suyo. Nunca ninguno de ellos habló excathedra. Nunca argumentaron sus canas ni sus cicatrices para imponerse. Como la antigua máxima taoístas “actuaban sin actuar”, su mera presencia era un incentivo para nosotros, un ejemplo a imitar. Observábamos cada gesto, recordábamos cada frase que habían pronunciado, los mirábamos con admiración y respeto y si nos hubieran ordenado arrojarnos por un precipicio seguramente lo habrímos hecho sin dudar. Se nos antojaban como personajes nietzscheanos: nos era imposible medirlos en términos de bondad o maldad, para nosotros eran “grandes”, incomparablemente grandes en relación a la clase política del tardofranquismo en donde ya se adivinaban los rasgos de oportunismo que se evidenciarían sin duda apenas dos años después, que se nos antojaban "pequeños" sino miserables. Siempre nos indujeron a intentar “hacer política”, nunca testimonialismo, no nos dieron jamás grades parrafadas teóricas, ni arengas huecas: simplemente nos sugerían ideas, nos explicaban mecanismos de la política internacional, nos enseñaban aspectos de lo humano que ellos conocían tan bien y que nuestra juventud todavía nos había impedido percibir. Sus gestos nunca fueron imperiosos, pero inducían a seguirlos hasta la muerte. Pudimos entender porque muchos murieron al lado del coronel Skorzeny y del comandante Borghese, había algo en ellos de la grandeza pasada de los condotieros renacentistas. ¿Cómo diablos no íbamos a considera su ejemplo? Lamentablemente, cuando apenas los habíamos conocido, ya debíamos asistir a sus entierros…

Negrelli, Ghenea y algunos otros, solían reunirse en las viejas oficinas de Fuerza Nueva en la calle Velazquez una vez a la semana. Aquel ambiente no le gustaba mucho a Skorzeny,  un hombre esencialmente práctico, y en cuanto a Borghese se encontraba en situación de clandestinidad en nuestro país, a pesar de que pudo entrevistarse con Franco. Aquel local era a menudo frecuentado por jóvenes diferentes a nosotros: no tenían gran voluntad de intervenir en política y buscaban solamente la compañía de gente notable a los que requrían para que les explicaran andanzas de otro tiempo… A ellos, que la historia les traía al fresco y vivían en el presente.

En torno a este “presídium” se realizó uno de los intentos más interesantes de cristalizar lo que luego se llamaría a nivel mediático “internacional negra”. Existían otros canales.

En los años 50 y 60, la Delegación Exterior del Frente de Juventudes (a no confundir con el Frente de la Juventud) convocaba cursos de verano a los que invitaba a delegados de otros países o a jóvenes españoles que habían emigrado al extranjero y aspiraban a seguir vinculados a la organización. En esas reuniones veraniegas, habitualmente realizadas en cómodos paradores de montaña o en albergues del Frente de Juventudes habían asistido falangistas bolivianos y libaneses, franceses de Jeune Nation, argentinos de la Tacuara, italianos del MSI y de los distintos grupos juveniles periféricos, chilenos, venezolanos, cubanos, suecos, alemanes, austríacos, etc. Se trataba de reuniones estivales y no existía la intención de constituir ninguna organización estable, ni nada parecido a lo que luego se conocería como “Internacional Negra”, pero aquellos congresos facilitaron el que gentes de muy distintos países se conocieran y colaboraran entre sí fuera del marco del Frente de Juventudes. En aquellas reuniones, Stefano della Chiaie ya era un habitual cuando se había configurado como fidelísimo del Comandante Borghese.

En los años 60 apareció la primera red intereuropea que actuaba como un partido supranacional, Joven Europa, fundado por el belga Jean Thiriart. En Madrid estableció su sede a dos pasos de la Puerta del Sol y a él afluyeron unas cuantas decenas de estudiantes falangistas que buscaban “algo más” que el pensamiento joseantoniano que ya entonces se adivinaba con olor a naftalina. Hubo en sus filas periodistas madrileños, médicos zaragozanos y corresponsables de primera fila en la época y todo ello quedó bajo el mando de Pedro Vallés, un cántabro que travó buena amistad con Thiriart y con el que contacté hacia 1969, cuando todavía los antiguos de Jeune Europe seguían “conspirando” en el marco de la revista La Nation Europeenne. La organización de Thiriart cubrió buena parte de Europa Occidental e incluso tuvo contactos en algunos países del Este bajo la órbita de Moscú. La sección italiana fue particularmente importante, dirigida por Claudio Mutti y Claudio Orsi. Los franceses eran en su inmensa mayoría estudiantes, muchos miembros de la Federation d’Etudiant Nationalistes en la que hicieron sus primeras armas los que menos de diez años después impulsaron la Nouvelle Droite. También en Suiza hubo un grupo de Jeune Europe dirigido por un personaje interesante, Roland Gueisaz. El grupo portugués estuvo dirigido por Zarco Moniz Ferreira. La organización de Thiriart no resistió algunos reveses y problemas internos y hacia 1967 ya estaba reconvertida en la publicación La Nation Europeenne, en la que Thiriart inició una evolución ideológica que le ocuparía los veinte años siguientes. Aunque el grupo de Thiriart no pudiera mantener una estructura orgánica, también sirvió para que gente de distintos países estableciera vínculos de amistad y camaradería que sobrevivieron a la organización, constituyendo otra red de relaciones.

Estas redes habían sido constituidas por generaciones de militantes, anterior a la nuestra. Nosotros también tuvimos la ocasión, a finales de los 60, cuando apenas éramos unos críajos, de contactar con gente de nuestra edad en otros países. Yo establecí en aquellos años una buena amistad con un estudiante de Ordre Nouveau que antes había pertenecido a Occident, en Nantes y que era oriundo de Perpignan, Yves Bataille. Bataille, por su parte, contactaría con los italianos de Lotta di Popolo y formaría una sección paralela en Francia (Lutte du Peuple) que a su vez logró extenderla entre disidentes de las juventudes del NPD, formando Sache des Volkes. Nosotros les apoyamos en España con el grupo Europa Joven (que nada tenía que ver con Thiriart, sino que era mera sigla de fortuna). Este grupo estaba próximo de otro que operaba desde Niza formado en torno a Michel Schneider un antiguo miembro del Mouvement Jeune Revolution que publiaba unos interesantes Cahiers del Centro de Documentación Política y Universitaria. Habitualmente nos reuníamos en Girona, en Toulouse, en Bayona, intercambiábamos información, consignas y contactos.

Antes de que los medios descubrieran que la estructura propia de la monernidad eran las “redes”, nosotros ya trabajábamos en función de ese concepto. Yo mismo, al iniciar mi exilio, debí en una primera fase, cuando me encontraba todavía en España, recurrir a una “red histórica” para proveerme de nueva documentación; luego me integré en París en  la red de Delle Chiaie, más tarde trabajé con la agencia de prensa AFIPE y con los redactores de Confidentiel; cuando cruzamos el charco y empezamos a trabajar políticamente en Iberoamérica, nos beneficiamos de la red de contactos fraguados en las reuniones del Frente de la Juventud y, finalmente, durante mi período de clandestinidad en París, me apoyé solamente en mis propios contactos. Este tipo de estructura facilitaba la penetración capital en los ambientes más inverosímiles, intercambios de información y datos entre países muy lejanos, y también de documentación y medios.

El grupo Confidentiel, en realidad, el IREP, era otra de estas redes que se beneficiaba de la existencia de una revista extremadamente bien hecha tanto en forma como en contenido. El hecho de que existieran cuatro ediciones nacionales facilitaba los contactos y los desplazamientos y el hecho de que se tratara, aparentemente de una revista y no de un partido, favorecía el que se pudiera llegar a cualquier instancia con su tarjeta de visita.

Todo este coglomerado aparentemente confuso, muy bien definido para nosotros, pero que para los medios y para los servicios de seguridad del Estado, constituía una trama opaca y extremadamente difícil de penetrar a la vista de los años de conocimiento que unían a unos y otros de sus miembros. A finales de los 70 y principios de los 80, todo este ambiente estaba en efervescencia, cada parte de cada red estaba operando en su área de influencia. Seguian los contactos y, de paso, se teorizaba una estrategia internacional. Uno de los foros que facilitaban el intercambio de ideas y la cristalización de esa estrategia fue la revista Confidentiel.

¿Cuál era nuestro análisis en la época? Relativamente simple de exponer. Desde hacía veinte años existía una discrepancia fundamental entre el Coronel Skorzeny y otros ex combatientes alemanes e italianos. Algunos, como el Klaus Altman sostenían la imposibilidad de seguir luchando en Europa a favor de unos ideales anticapitalistas y anticomunistas que intentaran abordar una lucha contra la hegemonía mundial de los EEUU y de la URSS. Altman sostenía que la situación geopolítica de Europa, ocupada y dividida, teatro principal de un enfrentamiento entre el Este y el Oeste en caso de que la Guerra Fría hubiera pasado a ser “caliente”, impedía que en el continente se pudiera afrontar una lucha con garantías de éxito. Skorzeny, por el contrario, creía que siempre era posible trabajar en Europa, si bien era preciso hacerlo con prudencia y generando una estructura clandestina y de información capaz de jugar con ventaja. El comandante Borghese era de la misma opinión.

Pero entre 1973 y 1977 ocurrieron muchas cosas en Europa (cayeron los regímenes de Portugal, Grecia y España) y sobre países como Francia e Italia se abatió una oleada de represión que liquido a organizaciones enteras y envió a cientos de militantes a la cárcel. Además se unía una ofensiva general de la extrema-izquierda que no dudaba en disprar contra nuestros militantes e incluso quemarlos dentro de sus hogares a ellos y a sus familias (tal como ocurrió en Italia). Además, la actividad de los servicios de inteligencia, tendía a realizar provocaciones que recaían directamente sobre militantes de la ultraderecha europea y en esas condiciones era muy difícil, sino imposible, realizar una lucha política con mínimas garantías de éxito.

En 1977 conseguimos reconstruir una estrategia internacional. Si bien en Europa se había vuelto imposible trabajar, en otras zonas geográficas si existía una situación mucho más favorable. En dos en zonas geográficas en concreto disponíamos de muy buenos contacto. Uno era en Iberoamérica en donde amigos nuestros, miembros de algunas de las redes que hemos definido, estaban en el poder o próximos al poder en Chile, Argentina, Brasil, Bolivia, varios países centroamericanos, Uruguay y Venezuela. Así mismo en África había cuajado otra red formada en torno a un ex diputado del parlamento portugués como representante de las colonias, de raza negra, Antonio Batica, había constituido en torno suya a la Organización África Libre que agrupaba a guerrillas anticomunistas del continente africano, entre otras a la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA) o a los llamados Soldados de la Oposición Argelina. Esta red, a su vez, había colaborado con otra que funcionaba desde Lisboa, la agencia de prensa Aginter-Press formada por franceses exiliados de Argelia. Tras la Revolución de los Claveles, los miembros de Aginter-Press pasaron a Madrid y con ellos hubo oportunidad de colaborar en la constitución del Ejército de Liberación de Portugal, entre cuyos miembros fundadores, por lo demás, se encontraba un miembro de la redacción de Confidentiel. Algunos miembros del grupo internacional permencieron durante algunos meses en Angola instruyendo y colaborando con las guerrillas de UNITA en el cerco de Lobito y en la lucha contra los cubanos y alemanes del Este que apoyaban a la guerrilla procomunista del MPLA.

Este cuadro de contactos en Iberoamérica y África, eran suficientes como para poder establecer una estrategia internacional. Se trataba de mantenerse a la defensiva en Europa, mejorando posiciones en Iberoamérica y África de tal manera que estuviéramos en condiciones de establecer “santuarios” en estas zonas y, al mismo tiempo, las bases para generar los medios económicos que nos permitirían más adelante “retornar a Europa”.

En función de esa estrategia fue por lo que intervenimos directamente en algunos países iberoamericanos, centroamericanos y africanos entre 1975 y 1985.

Cuando salté por la ventana an junio de 1980, lo que tenía en mente era integrarme directamente en estas redes en las que confiaba mucho más que en el destino de la ultraderecha española.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.

Ultramemorias (VIII de X) Visicitudes políticas en la transición (17ª parte). El misterio de los atracos del Frente de la Juventud

Había algo en el ambiente de aquella época –a principios de 1980- que inducía al vértigo. No era desde luego el mejor momento para tener al primer hijo de la serie y yo lo había tenido unos meses antes, ahora recién treintón. No hay nada  como tener hijos lo antes posible que luego, una vez adultos, te dan entera libertad para llevar una vida casi de pareja joven con la experiencia de la edad. Nada peor que esperar lo más posible para tenerlos, más allá de los 40 porque a poco que te descuidas, ellos van por la veintena y tú por la jubilación y entonces sí que cualquier diálogo es imposible. Y, luego, la biología es la biología y tanto el cuerpo de la mujer como los espermatozoides están para mejor parir cuanto menos usados.

Reflexiones sobre la paternidad no era lo que mi esposa y yo nos planteábamos en 1979, sino cómo salir adelante en un país que se caía. Se ha hablado mucho de las convulsa España de la transición aludiendo a la crisis política, pero mucho menos a la crisis económico-social tan solo comparable con la que estrenamos en otoño de 2007, oficialmente demorda hasta el verano del 2008. Aquella crisis era monstruosa sólo que apenas la percibíamos a la vista de cómo andaba la tensión política del momento. Cada año veía mi sueldo elevado un 10 y un 15%, sí, pero la inflación monstruosa de la época y las constantes alzas en los precios hacían que no me lucieran unas pocas pesetejas de más. Y para colmo, mi mujer se había quedado en paro. Mi padre murió en aquellos meses, con la satisfacción, eso sí, de haber conocido durante unos años a su nieto. Todos debemos pasar por ese amargo trance, pero es imposible olvidar esa imagen de un padre al que se ha admirado y querido y que nada fue capaz de sustituir ni en buenos consejos, ni en estilo, ni en inteligencia. En realidad, hubo algo de providencial en la muerte de mi padre que al menos se evitó el dolor de verme camino del exilio y en primera página de los diarios como “ultra más buscado” durante un período.
 
El período  que se abre, en lo personal, tuvo un alto coste que, a largo plazo, fue beneficioso para la forja de mi carácter. Ya se sabe aquello de que lo que no me derrumba me fortalece, formulación nietzschana del castizo, lo que no mata engorda.
 
Afortunadamente, la vida no es algo lineal sino con oscilaciones y, en ese período me pude aplicar la vieja máxima oriental que sostiene que “allí donde las montañas son altas, los valles son profundos”, lo que traducido querría decir algo así como que, cuando conoces a gente de alta talla ética, política y moral, siempre cerca, está algún hijoputa para recordarte cuál es el otro extremo de lo humano. Fue uno de esos tiempos de “pruebas” en las que no hay forma posible de engañarse: o uno se derrumba y muestra que no es más que un molusco (duro por fuera pero blandurrio por dentro) o que está hecho de la misma naturaleza del pedernal (con dureza y fuego interior, esto es, energía).

En todo ese ciclo que se inicia cuando tuve que huir saltando por una ventana y terminó seis años después cuando dejé atrás la Sexta Galería de la Cárcel Modelo de Barcelona, las pruebas fueron muchas, incluso muchas más de las que requería para darme cuenta de, hombre, algo de dureza si había adquirido, la justa y necesaria para comprobar que ocurriera lo que ocurriera en la vida, había que tomársela como una extraña aventura que cada día es susceptible de ofrecernos algún aliciente nuevo. Incluso el tipo de que decide tirarse de un quinto piso le queda el consuelo de haber volado sin alas durante un par de segundos.

Esos años me dieron la oportunidad de viajar a todo el mundo, de relacionarme con gente muy diversa, de hacer y aprender artes que no suelen estar al alcance de las vidas plácidas y sin tensión. Empecé el ciclo con un hijo y acabé con tres. Empecé con ilusión y terminé todavía más ilusionado por la vida. Conocí a miserables que valían menos que la bala que merecían y a gente extraordinaria que valía bastante más que todo el oro del mundo. Y a mujeres hermosas que me recompensaron con su amor, causando sobresaltos a mi sufrida esposa que hoy todavía sigue siéndolo treinta y cuatro años después. Aprendí oficios y aquilaté conocimientos, no hay clase social con la que no me haya relacionado. Dejé amigos en cuatro continentes y, por algún motivo, siempre logré conectar con los países en los que me encontraba. La morriña fue y sigue siendo algo desconocido para mí. ¿Cómo podría renunciar a unos años de dureza increíble que me enseñaron tantas cosas? Supe desde entonces que la vida hay que tomarla como viene, sin más, y que todo es relativo. Antes de que me hubiera encarrilado por el Zen y mucho antes de que hubiera memorizado el Sutra de la Gran Sabiduría, era perfectamente consciente de que todo es ilusorio, que el vacío es la forma y la forma el vacío, o como me había dicho tantas veces mi padre, citando el Eclesiastés, todo es vanidad de vanidades. Y si todo es así ¿para qué preocuparse excesivamentecon lo que viene y como viene dado?

Literaturas aparte, el año 1979 se inició para mí con una brutal piedra en el riñon, sin duda fruto de la situación de tensión que la precedió inmediatamente. Uno puede hacer que su cerebro absorba cualquier situación de tensión, pero la biología es la biología y tiende a reaccionar por su cuenta. El segundo cálculo renal afloraría en la celda 41 del Cuatro Módulo de La Santé. Y desde entonces mi cantera particular sigue excretando oxalato cálcico laminado en forma de bonitos cristales parduscos.

Todo el año 1979 y hasta junio de 1980 fue pródigo en episodios de activismo político. Tras el atentado a la Cafetería California 47 que nos marcó a todos, estaba claro que los medios eran en buena medida responsables de la oleada de odio que nos rodeaba y que que no hacían sino  excitarlo deliberadamente, entre otras cosas para ocultar aquel formidable caos que fue España en la segunda mitad de los 70. La falta de estructuras políticas en Fuerza Nueva generada un activismo incontrolable y mucho más violento que el del Frente de la Juventud y que, para colmo, unos descerabrados manipulados por vete a saber quién, iban a por nosotros. Así que había que responder y eso fue lo que hicimos, una respuesta que, en lo que se refiere al Frente de la Juventud fue bastante mesurada. Dejando aparte los primeros momentos del Frente en los que, efectivamente, la sigla se vio envuelta en episodios de violencia habituales, lo cierto es que tras el congreso todo pareció encarrilarse por la senda de la normalidad. Se multiplicaron los carteles, las revistas y las mesas de propaganda. La pregunta del millón era ¿de dónde salía el dinero para pagar local de Madrid, el esfuerzo propagandístico y las fianzas de muchos camaradas detenidos? La respuesta la sabíamos todos en aquellas época: ¿de dónde iba a proceder? De atracos, claro.

No es que nadie me dijera exactamente que el Frente estaba atracando para financiar su aparato. Es que era evidente. Llamaba, por ejemplo, a Juan Ignacio y le decía: “Oye, tengo que ir a retirar los carteles, ¿cómo andamos de dinero?” y él me respondía, “no te preocupes mañana lo tenemos”. Y al día siguiente (o al otro en algún caso), el dinero llegaba y era evidente que no por vía de apremio en el cobro de cuotas. Y así varias veces. Desde hacía tiempo sabía que siempre es importante preguntar poco y no meterse en terrenos que no son los que afectan a propio trabajo. Y mi terreno era la propaganda y la elaboración de carteles y documentos. Así que pierde el tiempo el odiador de turno que quiera ligar mi nombre a atracos.

Luego supe que los atracos los realizaba en el Frente un pequeño grupo de gente joven, unos echaos p’adelante. Había algunas filtraciones. Algún amigo madrileño me indicó que era relativamente conocido que el Frente se financiaba por este método y en Valencia, donde el grupo local de la organización dio uno de estos palos, me llegó la información por la doble vía de un camarada que conocía el episodio por sus protagonistas y por una amiga de las víctimas. El problema no era que lo supiera yo, sino que empezaba a pensar que era completamente imposible que esta actividad no hubiera llegado a oídos de la policía. Era imposible que la policía desconociera que el Frente había comprado un lote de revólveres Arminius de 38 mm y, entre otras cosas, era imposible porque la operación la realizó un aeromozo de Iberia… que informaba puntualmente a la policía hasta el punto de que cuando se produjo la redada a principios de 1981, la policía disponía de la numeración de todas las armas compradas e iba preguntando: “Vamos a ver, chaval, el 38 con la numeración BO-3123584 ¿quién cojones lo tiene?”. Esto sin olvidar que el Frente, como cualquier otra organización de aquella época, tenía en Madrid y luego en Barcelona, infiltrados de todos los servicios de seguridad del Estado. Era absolutamente imposible que estos atracos pasaran desapercibidos para la policía, el CESID y la Guardia Civil. Y la cosa era todavía más increíble si tenemos en cuenta que el ministro del interior Rosón había especificado en una reunión de mandos provinciales de la policía que “después de ETA y del GRAPO, el Frente de la Juventud es la organización más peligrosa”, algo que sabíamos porque el padre de uno de nuestros militantes era jefe superior de policía de una provincia castellana. El registro de los bolsillos del hijo a su padre, nos facilitó datos importantes sobre lo que se cocía en Interior. Y si nos situaba en tercera posición en el ranking de peligrosidad era porque conocía perfectamente las armas, las municiones y las actividades del Frente. Había pues algo muy extraño en todo esto.

Mi primer pensamiento era que la policía nos estaba dejando actuar para, en un momento dado, asestar el golpe definitivo –Rosón y todos los que han pasado por Interior desde que tengo uso de razón política, siempre han sido muy amigos y han buscado el gran titular en primera página- en cuanto las circunstancias lo requirieran. Pero pasaban las circunstancias y no ocurría –para mi asomblo- nada. Caía asesinada Yolanda González, el Batallón Vasco Español asesinaba a media docena de personas… eran buenos momentos para alardear de éxitos de la “policía democrática” ante la extrema-derecha. Y sin embargo, nada. El golpe demoledor de la policía a los grupos de acción del Frente se demoraba. En esto hablé con Juan Ignacio.

“Oye, no sé si eres consciente de que la policía tiene que saber exactamente de dónde sale el dinero. ¿Por qué no hacen nada?”. La respuesta fue críptica: “No te preocupes, eso está controlado”. A pesar de estar dicha con afabilidad y tono de buena camaradería, lo cierto era que no daba lugar a réplica, especialmente porque, como ya he dicho, preguntar demasiado siempre es mala cosa. Creí –o quise creer- que era posible que algún camarada, bien situado en el grupo antiatracos, bloquease la investigación, o simplemente la llevase él directamente, desviándola hacia otros parajes. En cualquier caso, Juan Ignacio me dio la impresión de estar totalmente tranquilo en esa dirección.

Y así siguieron saliendo carteles, ejemplares de la revista, adhesivos, gadgets para vender en los puestos de propaganda, etc. La competencia en este terreno era mucha, especialmente en Madrid. La escisión del Frente con ser la más importante, no había sido la única; año y medio después, el que era secretario general del sindicato de Fuerza Nueva (Fuerza Nacional del Trabajo), Antonio Asiego, un malagueño que procedía de los hedillistas, se iba con armas y bagages y, de paso, con el dinero de las cuentas del sindicato y con todo el material (llaveros, pegatinas, insígneas) que fue capaz de enconrar a su paso. De hecho, FNT en ese período, más que sindicato parecía un bazar de chapas y adhesivos. No sé, por cierto, porque una idea recurrente en la ultra es eso de montar un sindicato propio a la primera de cambio. Cómo si hubiera espacio para ello y como si a cada sigla política debiera corresponder necesariamente una sigla sindical. Esa fiebre sindical todavía dura hoy. FNT en Barcelona llegó a tener cienta implantación gracias a la actividad de su responsable, Carmelo Amezcua. Amezcua era un tipo exuberante y con carisma andaluz. En cierta ocasión, en el curso de un mitin con Blas, en el que él actuaba, extendió su parlamento más de lo que solía corresponder a un telonero causando vivas muestras de inquietud en Blas y en la corte madrileña que le acompañaba. Cuando llevaba más de una hora perorando, Amezcua advirtió que algo no iba bien y lanzó al público aquella pregunta inefable que quedó inscrita en los anales de la ultra local: “¿Zuz guzta? ¡Poz zigo…!”. Y siguió hasta casi generar una ambolia entre la cúpula piñarista.

Debió ser hacia el 14 de junio cuando Fuerza Nueva volvió a convocar una manifestación en Barcelona, un año después de aquella en la que había quemado a Xavier Vinader en efigie. Sólo que, en esta ocasión, el gobierno civil de Barcelona la prohibió con el débil argumento de que se preveían incidentes violentos con la extrema izquierda independentista. Era cierto en el curso de aquel año, todo el empuje que habían perdido la extrema izquierda marxista, parecía haberlo ganado las distintas siglas independentistas, especialmente el PSAN e IPC. Pero, a decir verdad, se trataba de gentes de muy escasa combatividad que jamás se hubieran atrevido a acercarse a una manifestación de Fuerza Nueva, salvo con escolta policial. Ya he dicho que en aquella época considerábamos a los independentistas catalanes como la cobardía personificada y era frecuente que en nuestras conversaciones saliera a colación el chascarrillo de la última vez en la que habían corrido delante nuestro como liebres que llevaba el diablo. Por lo demás, si fuera cierto que se preveían incidentes, la obligación del gobierno civil era salvaguardar el derecho a la libertad de manifestación de Fuerza Nueva, pero dado que se hubiera demostrado por segundo año consecutivo que el partido tenía cierta fuerza en Barcelona, y que era capaz en aquel momento de movilizar como mínimo tanto como cualquier otro partido, esto hubiera resultado un desdoro para las siglas democráticas y, no digamos para la UCD que en aquel momento solamente era capaz de movilizar a sus cargos electos en Catalunya en dos autobús de 60 plazas y si el partido se hacía cargo del viaje y de los bocatas.

Fuerza Nueva no se tomó muy a pecho la prohibición. En aquel momento, si no recuerdo mal, se había producido otra retahíla de esas convulsiones intermitentes que tan habituales eran y habían saltado algunos de los mandos de Fuerza Joven. Nosotros en cambio vimos la posibilidad de llegar allí donde el partido renunciaba a llegar: así que mantuvimos la convocatoria de la manfiestación. Se trataba simplemente de realizar una “manifestación relámpago” que, para nosotros debía constituir un pequeño ejercicio de guerrilla urbana. Ya se sabe: morder y huir.

El local de UCD estaba situado en la Diagonal a la altura de calle Villarroel y la cita fue en plaza Calvo Sotelo, después rebautizada Frances Maciá. Se trataba de cortar el tránsito en la Diagonal, lanzar unos cócteles molotov y bombas de humo sobre el local de UCD, organizar un atasco que impidiera a la policía llegar hasta el lugar de los incidentes y dispersarse. Era como decirle al gobernador civil: puestos a evitar incidentes, toma dos tazas. El cojonímetro seguía marcando la agenda.

Debieron asistir entre 75 y 100 jóvenes, parte de los cuales del Frente, otros de Fuerza Nueva y los habituales indendientes. Las cosas salieron como estaba previsto. Se arrojaron clavos al duelo dispuestos de tal manera que siempre quedaba alguno boca arriba, botes de humo a mansalva, y más que “cócteles molotov”, lo que se arrojó fue una garrafa molotov, de esas conocidas como damajuana que al estallar generó una bola de fuego que durante un segundo nos dejó fascinados por lo que éramos capaces de hacer. Recuerdo que fue en un estudio sobre la guerrilla urbana en EEUU donde supe de la existencia de esos artefactos incendiarios llamados allí “black power bomb”. Se atravesaron algunos coches y entre los botes de humo, los coches con dos, tres y hasta cuatro ruedas reventadas y el fuego de la damajuana, el embotellamiento debió llegar de la Zona Universitaria a Pueblo Nuevo y restablecer la normalidad del tráfico duró seguramente más de hora y media. Lamentablemente, lo que no habíamos calculado era que los militantes que no pertenecían al Frente actuarían por su cuenta. Emborrachados por lo que podríamos llamar la “estética de los incidentes” se mantuvieron en la zona bastante más tiempo del aconsejable y, finalmente, algunos furgones policiales lograron llegar a calles adyacentes y detener a tres de los manifestantes que ostentaban signos externos.

En los días siguientes se colgaron varios cientos de carteles en “Solidaridad con los patriotas presos” y de paso, los que quedaban de remesas anteriores de propaganda del Frente de la Juventud. Una semana después a eso de las 6:30 de la mañana alguien llamó al timbre en mi casa. Era evidente que se trataba de la policía. Estaba aquel día albergando a una pareja de exiliados italianos en casa, así que hubo que actuar rápidamente. Mientras mi mujer les cerraba la puertas en las narices, los dos italianos y yo saltábamos por la ventana interior, nos introducíamos por la claraboya de una academia a la que accedimos por uno de los amplios y despejados patios del ensanche y salimos por el lado opuesto de la manzana. El italiano que con las prisas había saltado descalzo tuvo la fortuna de encontrar unos zapatos en la escuela. Lo de la italiana fue peor porque se dejó en sujetador y, opulenta de carnes, a cada paso parecía que se le despendolaran las tetas.

Recuerdo que en el momento en el que estaba saltando por la ventana, el único pensamiento que afloró a mi mente fue: “Por fin, ahora sí; ahora ha llegado la hora de la verdad”.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.

Ultramemorias (VIII de X) Visicitudes políticas en la transición (16ª parte). Dudas hasta el atentado a California 47

En el congreso del Frente de la Juventud salió una “troika” elegida para regir los destinos de la organización… en la medida de lo posible. Pepe de Las Heras fue nombrado presidente, Juan Ignacio Rodríguez secretario general y yo secretario político. Así quedaban definidas la imagen pública, la organización y la dirección política respectivamente. Nada mejor que un antiguo veterano de las Defensas Universitarias, durante muchos años en la cúpula de Fuerza Nueva como Pepe para acentuar la imagen de dureza, entre el pedernal y el acero finamente templado, que legítimamente aspiraba a detentar el Frente. Nada mejor que alguien que había levantado de la nada la Sección C y estado presente desde el principio en la expansión de Fuerza Joven, la rama juvenil de Fuerza Nueva y que, de paso, mantenía buenas relaciones con la Primera Línea de Falange, para asumir las tareas organizativas. En cuanto a mí, empezaba a tener fama de “plumífero”, de escribir cuatro líneas sin muchas dificultades y de leer la prensa todos los días, así que andaba bien informado de lo que se cocía. El año anterior había publicado dos libros en Ediciones Acervo con el seudónimo de “Ernesto Cadena”: “La Ofensiva Neofascista” y “Los Marginales” con una tirada de 10.000 ejemplares. El primero, todavía hoy, se busca y se paga bien en los circuitos de libros usados y de eBay y es apenas un catálogo de la extrema-derecha mundial a fecha de 1978, por países y por corrientes ideológicas. El segundo es lo que su nombre sugiere: un catálogo de marginalidades varias, políticas, sociales, sectarias, etc. Si bien, Acervo era una editorial puntera en Ciencia Ficción, solía tocar temas de actualidad y ambos libros se vendieron bien, dándome la satisfacción de haber escrito un libro. Todavía no tenía un hijo, pero mi mujer ya estaba embarazada y aún me faltarían dos años para plantar un árbol…

Además, desde hacía años mantenía contactos con partidos hermanos del exterior y mi inclusión en la dirección suponía abrir el Frente a todos esos grupos en un momento en el que la “euroderecha” impulsada desde Italia por Giorgio Almirante, colaboraba estrechamente con Blas Piñar. Y esto también tenía gracia por que la tercera pata de la “eurodestra” era el Parti des Forces Nouvelles con cuya dirección me unía una relación de amistad y trabajo político desde hacía tiempo. De hecho, cuando tuve que exiliarme, el secretario general de Forces Nouvelles, Alain Robert, fue quien me facilitó un apartamento para albergarme en las primeras semanas de estancia en París. Robert era un antiguo dirigente del Movimiento Occident que tuvo una parte relevante en el desencadenamiento de los incidentes que llevaron al “mayo francés” de 1968 [parte esta que he tratado con cierto detenimiento en la serie de artículos agrupados bajo el título de “Mayo del 68 no fue como nos lo contaron” a los que remito y, especialmente en LINK sobre el desencadenamineto de los incidentes y el papel de Occident y en LINK, sobre los contactos tomados por Occidente con el ejército durante al revuelta].

También en la cúpula del PFN se encontraban Gerald Pencionelli, Jean Marc Brissaud y Catherine Barnay, apenas unos críos durante el período de Occident pero a los que luego asumieron tareas importantes en la dirección de Ordre Nouveau y, especialmente, en el desarrollo de la revista del patido. Con ellos se pondría en marcha la revista Confidentiel a la que aludiré más adelante. El partido tenía como presidente a Pascal Gauchon que, en Ordre Nouveau estuvo a cargo de las relaciones internacionales. En realidad, Ordre Nouveau constituyó el núcleo duro del nacionalismo francés en torno al cual se constituyó, a modo de extensión, el Front National, sumando el pequeño grupo formado en torno a Jean Marie Le Pen, a su Parti de Unité Française y al grupo Militant. A pesar de su debilidad numérica y militante, Le Pen era más conocido por la sociedad francesa que Robert y la gente del Ordre Nouveau, por lo que la convergencia de ambos grupos en el Front National (que efectivamente fue un “frente” y no una nueva sigla) se apareció como necesario. Sin embargo, el problema vino porque a raíz de unos incidentes desencadenados por la izquierda trotskistas de la Ligue Communiste y de los maositas de La Cause du Peuple, en general agresiones contra distribuidores de la revista “Ordre Nouveau”, el gobierno aprovechó para disolver a unos y otros. Así que el Front National perdió coherencia interior y quedó en manos de Le Pen. Tras unos años de tensiones y rupturas más o menos escandalosas, los antiguos de Ordre Nouveau lograron encontrar los medios suficientes como para reagruparse y fundar el PFN, tras un breve período transitorio previo bajo el rótulo de Comités Faire Front.

Cuando se produjeron las protestas internacionales por los fusilamientos de 5 terroristas de ETA y del FRAP, el PFN organizó su primera movilización en París en apoyo al gobierno español. Análoga iniciativa la tomó en Italia Avanguardia Nazionale que convocó en Reggio Calabria una gran manifestación en la que tomó parte José Luis Jérez, redactor de Fuerza Nueva y el príncipe Felice Genovesi Zerbi, alias “Fefe”, responsable de Avanguardia en la Cabria.

Todo esto sirve para decir que, aun no estando integrados en la “eurodestra” (que, a fin de cuentas, era un intento de extender la línea moderada y parlamentaria del MSI a otros países europeos a la vista de la convocatoria de las primeras  elecciones europeas), teníamos la misma información –y seguramente más, en la medida en que había amistad y confianza con otros partidos de la cúpula- que Blas Piñar. En principio, desde el Frente de la Juventud veíamos bien esta iniciativa. De hecho, lo que nosotros planteábamos a Fuerza Nueva era realizar el “juego de las partes”, nosotros radicales haríamos en “trabajo sucio” y ellos deberían de concentrarse en obtener representación electoral y por tanto debían huir como de la peste de cualquier elemento que manchara su imagen. Para eso ya estábamos nosotros que ambicionábamos seguir siendo el polo activista. Así podríamos hablar de la existencia de un “movimiento”, formado por una “vanguardia activista”, el Frente de la Juventud, y de un “partido parlamentario”, Fuerza Nueva.

En lo personal, preveía que Falange Española y, por extensión, todo el sector falangista, iría declinando con el tiempo a medida que se pusiera de manifiesto la imposibilidad de lograr su propia unidad y de asumir la peliaguda tarea de actualización doctrinal. En mis previsiones en 1979, Falange duraría en torno a 10 años más, declinante y luego, finalmente, perdería cualquier posibilidad de jugar algún papel en el seno de las “fuerzas nacionales”. Así mismo, en el curso de esos 10 años siguientes, la Confederación de Ex Combatientes se iría extinguiendo por causas naturales y tampoco jugaría un papel determinante. Así pues, en 1989 solamente debería quedar, en mis previsiones, el “partido” y la “vanguardia”, Fuerza Nueva y el Frente de la Juventud.

Pero, claro, en 1979 estábamos todavía escindidos entre la hipótesis electoralista y la hipótesis golpista que siguió estando formulada implícitamente en las ponencias del congreso del Frente de la Juventud cuando seguí manteniendo la teoría sobre la “fractura vertical dentro del sistema” que no pasaba de ser una formulación pretenciosa y culterana del golpismo tradicional… ahora bien: en esa formulación –hecho importante- el golpe no era un “hecho militar”, sino “político-militar” y el proceso no podía consumarse si no existía una fuerza político-social importante que apoyara al movimiento golpista. Además, en caso de triunfo del golpe, desde el mismo día de creación del nuevo gobierno sería preciso contar con cuadros políticos y profesionales para reorganizar la sociedad y asumir nuevas orientaciones. Y éste era el problema…

Para algunos de nosotros, la reflexión estratégica nos llevaba a un drama personal. Existían dos vías: la electoral (basada en la sinergia entre el partido y la vanguardia) y la golpista. Para los que estábamos familiarizados con la “tradición hermética” y los textos clásicos del hermetismo alejandrino, las dos vías equivalían a la “vía húmeda” y a la “vía seca” respectivamente. En la primera la “materia prima” se va depurando poco a poco, progresivamente. En la “via seca”, por el contrario, de lo que se trata es “de tomar el cielo por asalto”. El golpismo implicaba precisamente eso: era la “vía difícil”, la “vía seca” en la que más riesgo existía de quemarse en pleno sentido de la palabra. La “vía húmeda”, en cambio, era más reposada y dilatada en el tiempo: en el fondo el Movimiento Social Italiano ha tardado sesenta años en pasar de ser un grupo de jóvenes entusiastas de la República Social Italiano, neofascistas por más señas, organizados clandestinamente en los barrios romanos en 1948, a ser en su avatar Alleanza Nazionale, postfascistas, un partido de gobierno. En nuestra insultante juventud, sesenta años suponía toda una vida: teníamos prisa por hacer “cosas grandes” y nos importaba un rábano quemarnos y requemarnos y luego quemarnos todavía un poco más. En nuestra hybris activista, buscábamos la “prueba” definitiva de que servíamos para algo, la aventura, la válvula de escape a los excedentes de testosterona y a un fuego que ardía en nosotros desde dentro y recorría los oscuros corredores de nuestro cerebro. En ese estado febril, que no era sólo el nuestro, sino el de una parte de nuestra generación, compuesta por eternos adolescentes que nos nos identificábamos con las cambios que estaban teniendo lugar en nuestro país en aquellos momentos y que, a causa de haber viajado y mantenido contactos fuera de España desde finales de los 60, desconfiábamos de lo que era la democracia formal hacia la que se encamaba el país. Sabíamos que la democracia implicaba corrupción, no albergábamos la menor duda de que había dos tipos de partidos en las democracias: los vendidos a los EEUU y los que actuaban por cuenta de Moscú. Luego estaban los que venderían a su madre por un escaño, los que hoy dicen A y manaña no-A sin inmutarse, el vacío de poder, la falta de centros de imputación, las promesas electorales que nadie tiene intención de cumplir, con el consiguiente engaño permanente a las masas, las campañas electorales tan fascinantes como alienantes y la exteriorización de todos los oportunismos y demagogias que es capaz de exteriorizar la miseria de lo humano… ¿cómo íbamos a aceptar lo que se nos ofrecía como panacea universal?

Pero el golpismo traía algún problema moral. Muchos de nosotros teníamos amigos íntimos que militaban en formaciones de izquierda, unos habían sido compañeros nuestros de clase, con otros y con otras habíamos compartido momentos inolvidables. Nuestros recuerdos de infancia y juventud, los de ayer mismo, estaban íntimamente unidos a ellos, algunos ocupaban puestos de dirección en partidos de izquierda y extrema izquierda. ¿Qué les ocurriría en caso de un golpe de Estado? Era evidente que no se podía ser muy optimista y que, un fenómeno de este tipo, en general, acarrearía un retroceso en las libertades políticas. ¿Cómo podíamos negarnos a aceptar el derecho de reunión, expresión y manifestación? Es cierto que argumentábamos que el mal uso de esos derechos estaban acarreando un desplome del país y sabíamos perfectamente que el uso que la clase política empezaba a hacer amparado en esos derechos no era sino un ejercicio de la mentira. Intuíamos que no había valor más elevado que la verdad y por eso odiábamos a una clase política que en pocos meses se había habituado a utilizar tópicos miles de veces repetidos solamente por su rentabilidad electoral. Además era rigurosamente cierto que cada día comprobábamos un cambio de camisa espectacular y lacerante. En 1979 se diría que en España jamás había habido franquistas. A algunos como a mí el franquismo nos nos atraía en absoluto, pero lo que repugnábamos era que los funcionarios de primera fila del franquismo, los que no habían dudado en lamer la bota del anciano de El Pardo si ello les valía una canonjía, ahora jugaran al despiste e hicieran como si nada les hubiera ligado al “antiguo régimen”.

Suárez encarnaba todo aquello que odiábamos. Y tras Suárez, Martín Villa quien por lo demás había ordenado varias veces mi detención mientras fue gobernador de Barcelona. La UCD se había hecho con ese mosaico de oportunistas sin escrúpulos divididos en varias familias que rivalizaban en mediocridad y oportunismo. En las Juventudes Liberales, en las estructuras de UCD reconocíamos a antiguos colaboradores del SEDEC, a consejeros locales del Movimiento y de la Guardia de Franco, a paniaguados que ya desde que advirtieron que  la salud de Franco renqueaba habían hecho posible por salvaguardar su puesto alimentado por los presupuestos generales.

Algunos no podíamos evitar dudar de la estrategia golpista. Estaba claro que al día siguiente del triunfo de un golpe de Estado, unos colaborarían por ambición, otros por miedo y otros por identidad con los fines del movimiento golpista. Pero ¿qué fines iban a ser esos? ¿Un gobierno militar-militar? ¿un gobierno cívico-militar que preparara nuevas elecciones? ¿un gobierno que riendiera pleitesía al rey que nosotros considerábamos como responsable por omisión de todo lo que estaba ocurriendo? ¿apoyado por quién? ¿por los que vociferaban en las manifestaciones del 20-N huérfanos de programa político y permanentemente instalados en la contra pero incapaces de proponer algo más que el dejà vû del retorno al franquismo? ¿No existiría la posibilidad de que el remedio fuera peor que la enfermedad? ¿Y si huyendo de un mal que preveíamos cayéramos en otro peor que causara todavía mas dolor? Y, finalmente, ¿no fue el franquismo el reino de la mediocridad? ¿no era el régimen que se estaba implantando en esos años una mera intensificación de esa mediocridad cuyo hilo conductor no era solamente la figura del rey sino también la patronal que precisaba ser aceptada en Europa para ensanchar su horizonte de negocios, la idea de una Europa sometida política, económica y militarmente a los EEUU?

Pero había que decidirse y hacerlo pronto. La posibilidad de jugar con Fuerza Nueva al “juego de las partes”, como ya he dicho, desapareció cuando elementos de este partido asaltaron la Facultad de Derecho de Madrid, cuando Yolanda González fue asesinada por un miembro de Fuerza Nueva o cuando los “bateadores del retiro”, en su mayoría vinculados a Fuerza Joven (y no al Frente de la Juventud como dijo la prensa en la época, que no terminaba de creerse que el partido piñarista tuviera un desmadre organizativo interior de tal magnitud) asesinaron gratuitamente a un joven por el mero hecho de llevar el pelo largo (años después, uno de los asesinos, tras haber extinguido su condena, terminó siendo asesinado casi en el mismo lugar después de haber caído en las peores toxicomanías. Vueltas que da la vida). A falta de programa y estrategia política, algunos en Fuerza Nueva pretendían competir con nosotros en unas formas irracionales de activismo que les invalidaban para obtener éxitos electorales.

Por lo demás, ocurrió un suceso traumático para la extrema-derecha. El 29 de mayo de 1979, a eso de las 17:00 un grupo del Frente de la Juventud instaló una mesa de propaganda frente a la Cafetería California 47. Poco después llegó la policía nacional, cacheó a todos los militantes que se encontraban allí poniéndolos brazos en alto contra la vidriera de la cafetería y levantando el puesto, incautando el material que se encontraba a la venta. Uno hora y media después esa misma vidriera saltaba por los aires cuando estalló un potente artefacto explosivo en el interior de la cafetería causando 9 muertos y 40 heridos. De no ser por el celo puesto por la policía en impedirnos el ejercicio de la libertad de expresión, seguramente alguno de nuestros militantes hubiera muerto alcanzado por los fragmentos de la explosión. La impresión que nos causó aquel atentado fue brutal. Yo mismo, tras conocerlo, tuve que montarme en la moto y refugiarme en la embriaguez de la velocidad para recuperar la calma. Iban a por nosotros. Si el GRAPO había elegido la cafetería California 47 era porque era frecuentada por muchos militantes a raíz de que a menos de 50 metros, en Núñez de Balboa, se encontraba el antiguo local de Fuerza Nueva y a 200 el local del Frente de la Juventud.

El cerebro del atentado fue uno de los fundadores del PCE(r) y de los GRAPO, José María Sánchez Casas, presentado por esa banda de anormales, como genio del teatro popular, amigo de juventud intelectual de Alfonso Guerra y que tras haber sido detenido con otros de sus compinches, se atrevió a negar la autoría del atentado. Moriría poco después de cumplir 20 años de cárcel por éste y por otros crímenes similares. Se sabe incluso el nombre de los autores materiales del crimen: Alfonso Rodríguez García y María del Carmen López Anguita. Tantos estos asesinos como su jefe Sánchez-Casas acusaron en el juicio a “los fascistas” de haber sido autores del atentado, algo que ya había insinuado insidiosamente la prensa a raíz de que la policía levantara el puesto del Frente de la Juventud situado ante la Cafetería hora y media antes. Los mismos abogados de la defensa, en el ejercicio de la misma hicieron un paralelismo entre el atentado contra la cafetería California 47 y los perpetrados en la estación de Bolonia, el del tren Itálicus, y el de la Fiesta de la Cerveza de Munich. También relacionaron el atentado con el asalto al Banco Central de Barcelona, ya que ambos se produjeron en vísperas del Día de las Fuerzas Armadas… y los dos suponían, a su juicio, un claro intento desestabilizador y de provocación a las Fuerzas Armadas. No se les puede acusar, evidentemente, de falsear la realidad en beneficio de sus defendidos, si bien a estos sí se les puede acusar con tres calificativos: cretinos, asesinos e irresponsables.

Toda la duda que siempre he tenido sobre los GRAPO era sobre si eran tan burros y asesinos como parecían o simplemente estaban manipulados por algún servicio de inteligencia que estaba creando la estrategia de la tensión en España. La prensa solía aludir a “los extraños GRAPO” y, hasta ahí, había que darles la razón. Por que “raros”, lo que se dice raros, si eran. El problema era que terminaban insinuando que los GRAPO formaban parte de “tramas desestabilizadores”, esto es, que estaban teledirigidos por la extrema-derecha. En mi trabajo sobre la revolución de mayo dediqué un capítulo sobre el papel que los servicios de inteligencia tuvieron en la formación del maoísmo y en España, en la formación de PCE(m-l) y del FRAP [Véase el LINK en general sobre el maoismo y este otro sobre la totalidad de los apuntes: LINK]. Pero el GRAPO era otra cosa. Mucho más sectario, formado en su primera época por familias, compuesto en su primera época por lumpenproletarios entre los cuales figuraban algunos “chicos bien” con cierta formación e inquietud intelectual, luego pasaron a ser solamente marginados, sin tener detrás nada más que un partidillo clandestino que nunca pasó de los 150 afiliados en el mejor momento, y que a lo largo de su historia provocó episodios tan bochornosos como negar la autoría del atentado a la cafetería California o afirmar que habían liberado a Publio Cordón cuando en realidad lo habían asesinado antes de cobrar el rescate. Pero sí es rigurosamente cierto que el Guardia Civil Espinosa lo tuvo demasiado fácil para infiltrarse en el GRAPO a través del MPAIAC y que, siempre el GRAPO actuaba en momentos muy exactos para excitar la tensión. Más adelante veremos en qué consistía la estrategia de la tensión que vivía España en aquellos momentos.

El olfato que he podido desarrollar a lo largo del tiempo me indicaba que había algo poco claro en aquella época en el terrorismo de los GRAPO. Era evidente que, en sus orígenes el PCE(r) no era más que una simple escisión del PCE(m-l) y un producto de la extrema-izquierda de la época, de la misma forma que luego, tras la conclusión de la transición el GRAPO no pasó de ser una secta de marginados que de tanto en tanto realizan asesinatos y atentados para hacer olvidar que su principal función era cometer atracos y secuestros para asegurar el nivel de vida del “camarada Arenas” y de su mujer. Poco más. Pero durante la transición, entre septiembre de 1975 y el 23-F de 1981, el GRAPO fue “otra cosa”: una organización que actuaba en función de una estrategia que no era la suya pero que contribuía con una precisión milimétrica a aumentar la tensión en la calle. El mismo atentado contra la cafetería California era evidente que excitaría el activismo ultra, como de hecho así ocurrió. Sin embargo, me consta que en los años del felipismo, a las fuerzas de seguridad del Estado les costaba localizar a comandos del GRAPO que, por lo demás, dejó de jugar un papel central incluso en la comisión de atentados espectaculares y traumáticos. Pero no albergo la menor duda de que en la transición los “extraños GRAPO” fueron mucho más “extraños” que lo que Juan Tomás de Salas (inventor de este calificativo y que, además alardeó de ello atribuyéndole a él el aislamiento de los GRAPO y su desprestigio, lo que no deja de ser tan sorprendente como miope).

Lo que ocurrió poco después del atentado fue así mismo significativo. Como era de prever, cientos de militantes de la ultraderecha confluyeron frente a la cafetería California y allí permanecieron durante casi dos días. El tránsito en la calle se vio completamente interrumpido. Los militantes del Frente de la Juventud se encontrban también allí y pudieron asistir a un espectáculo increíble. Haciéndose sitio entre el gentío, lograron llegar hasta la vidriera destrozada de la cafetería, frente a la cual unos cuantos cientos de afiliados a Fuerza Nueva estaban arrodillados rezando un rosario, tras haber colocado velas y cirios ante los restos de la cafetería. Era evidente que aquella piadosa muestra de religiosidad era también la más increíble evidencia del carácter absolutamente antipolítico del partido dirigido por Blas Piñar. Justo cuando lo que se prestaba era una movilización general de afiliados, una llegada de miles y miles de militantes de toda España y una marcha de protesta ante el ministerio del interior y una demostración de fuerza y ponderación similar a la que había realizado sólo dos años antes el PCE tras la matanza de Atocha (y seguramente en ese momento, Fuerza Nueva hubiera logrado movilizar como mínimo al mismo número de simpatizantes), Blas Piñar no reaccionó y dejó que todo empezara y concluyera con un devoto rosario que, para colmo, fue interrumpido por la policía a porrazo limpio. Fueron los militantes del Frente de la Juventud, los que hicieron frente a la policía que en aquella memorable jornada apaleó a mujeres de avanzada edad, cuyo único delito era no entender los mecanismos de la política y seguir pensando que la policía estaba de su parte.

Como muestra del desenfoque de aquella militancia sólo católica y nada más que católica, algunas mujeres, tras percibir que los militantes del Frente se estaban enfrentando a la policía, la emprendieron también contra ellos: en caso de enfrentamiento entre policía y gentes del Frente, optaban por solidarizarse con la policía que era, justamente, quien estaba zurrando de lo lindo a los devotos católicos que estaban rezando el rosario ante la pira de California 47. Increíble. Completamente increíble. Allí, en aquel escenario dantesco hecho a base de cargas de la policía, humo irrespirable de granadas lacrimógenas, santas mujeres con la frente sangrando, restos de equipamientos policiales en la calzada, sonido de disparos de pelotas de goma, gritos e insultos salvajes de uno y otro lado, con el trasfondo siniestro de las vidrieras de la cafetería deshechas y revelando el estado del destrozo del local, el mismo Juan Ignacio se vio en un momento rodeado por mujeres histéricas que lo agredían con paraguas y bastones achacándole el enfrentamiento con la policía. Las insidias lanzadas a conciencia y sistemáticamente dentro de Fuerza Nueva sobre que Pepe Las Heras y Juan Ignacio trabajaban para la policía y el CESID, había dado, como puede verse, sus frutos.

Para colmo la “eurodestra” no terminaba de funcionar. La parte francesa era demasiado débil para pesar y la esperanza que algunos albergábamos (a saber, que Giorgio Almirante lograra “civilizar” a Blas Piñar y llevarlo por la senda de la construcción de un partido parlamentario) se disipó. Por algún motivo, Almirante, que acudió unas cuantas ocasiones a los actos políticos del 20-N, debió de quedar absolutamente maravillado por las “masas oceánicas” de la plaza de Oriente y las centurias formadas en la explanada del Valle de los Caídos… Aquello daba la sensación de funcionar bien, quizás incluso –debía pensar el viejo zorro de Almirante- mejor que el MSI en Italia, así que ¿para qué aconsejarles que cambiaran de línea política, desmilitarizaran el partido y se dedicaran a crear un programa creíble?

Uno de los acompañantes Almirante me comentaba que se había quedado literalmente schockado cuando un jefe de centuria de Fuerza Joven en Madrid le había preguntado a bocajarro cuál era su opinión sobre la intervención del Espíritu Santo en la lucha política. El italiano, debió de pedirle por dos veces que le repitiera la pregunta no fuera a ser que hubiera entendido mal. Optó por responderle que en la lucha política prefería tener un buen secretario general que el apoyo del Espíritu Santo. El otro se lo tomó como una ofensa personal y se largó murmurando y refunfuñando sobre el “paganismo” de la derecha nacional italiana. En esas mismas fechas, cuando alguien propuso la ampliación de la “eurodestra” al Movimiento Nacional portugués del general Kaulza de Arriaga, a lo que Blas se negó a la vista de que la componente católica no estaba suficientemente marcada en este partido.

Todo esto era bastante deprimente y descorazonador, no sólo porque indicaba que el nivel medio de comprensión del fenómeno político de la militancia fuerzanuevista era próximo al cero absoluto, sino porque la dirección daba síntomas de estas más o menos al mismo nivel y lo que era peor: no había nada que hacer… Tras el asesinato de Yolanda González y todo lo que aconteció en el interior de Fuerza Nueva, resultó demasiado evidente que era imposible hacer el “juego de las partes” con un partido que no tenía claro cuál era su espacio político (agrupar a la derecha de Alianza Popular e irle royendo sus bases especialmente en Madrid y Castilla mediante una acción política que conjugase la movilización de masas con una transformación hacia lo presentable del partido), ni era capaz de elaborar un programa sintetizado en unas pocas frases con las que una parte sustancial del franquismo sociológico pudiera identificarse, ni mucho menos una estrategia. Quienes eran conscientes de estas necesidades, fueron haciendo mutis por el foro tras el asesinato de la infortunada Yolanda.

En abril de 1980 empezaba a dudar de que Blas pudiera revalidar su acta de diputado por Madrid. Para colmo, Falange Española se reducía progresivamente a la actividad de su Primera Línea que también se vio implicada en distintos incidentes violentos.

Tras el atentado a California 47, algunos resolvimos nuestras reservas mentales y optamos por decantarnos hacia el gopismo. Luego ya veríamos. En esa época, casi con una frecuencia mensual iba a París. Se estaba alumbrando un proyecto nuevo en el que participaba. La creación de la revista Confidentiel que no tenía nada que ver ni con el Frente de la Juventud, ni con la “eurodestra”, ni con los lamentables sucesos que estaban ocurriendo en España.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.

Ultramemorias (VIII de X) Visicitudes políticas en la transición (15ª parte). El "islamismo" del Frente de la Juventud

Uno de los aspectos más curiosos y que, de haber sido conocido, habría dado lugar a todo tipo de comentarios, fueron las relaciones del Frente de la Juventud con la “revolución islámica” del ayatollah Ruhola Jomeini. La cosa es todavía más chusca si tenemos en cuenta que el último jefe de la Savak, la policía secreta del Sha de Persia, había venido a España cuando todavía Pepe de las Heras y Juan Ignacio eran dirigentes de Fuerza Nueva, entrevistándose con ellos y, por supuesto, con Blas Piñar buscando apoyos para su tambaleante régimen. Pocos meses después sería fusilado por los islamistas triunfantes.

Desde que a principios de los años 70, el coronel Gadaffi había llegado al poder en Libia multiplicando sus declaraciones antinorteamericanas y difundiendo su Libro Verde a través de la embajada de ese país, habíamos podido observar dos elementos que considerábamos interesantes: su inequívoca posición antinorteamericana y la imposibilidad de reducir el modelo identitario islámico al marxismo. No es raro que a partir de 1973 todo lo que oliera a islamismo fuera considerado, más o menos, como algo nuestro o al menos algo con lo que podíamos y debíamos solidarizarnos en la “lucha común” contra los EEUU y la URSS, en defensa de la “libertad de nuestros pueblos”.

A esto se añadían elementos históricos que venían de lejos o de no tan lejos. La posición pro-islámica había sido ya ensayada por las potencias del eje con la loable intención de crear problemas en las colonias británicas y francesas durante la Segunda Guerra Mundial. Expontáneamente, en algunos países árabes surgieron partidos a lo largo de los años treinta que, de alguna manera, eran la traducción a sus sociedades nacionales de las experiencias del fascismo europeo. Uno de ellos, el Baas, extendido a Libia, Siria, Irak e Irán, estuvo en el poder con Saddam Hussein hasta que fue desalojado por los marines y, más que por ellos, por los misiles lanzados a 600 km de distancia. En plena guerra mundial, el Gran Mufti de Jerusalen encontró asiento en la mesa vegetariana de Hitler y, en general, los dirigentes nazis multiplicaron sus declaraciones de amistad y simpatía hacia la causa árabe. Aun antes de la creación de Palestina, judíos y árabes se llevaban a la greña y el antisemitismo hitleriano era la invitación más explícita para que los dirigentes árabes intuyeran que ahí había un aliado seguro. Esto, por lo que se refiere a la historia.

Luego está lo que ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial. Existe una famosa foto del coronel Gamal Adbel Nasser inaugurando la sede del Movimiento Social Italiano en El Cairo, brazo en alto, tras un gigantesco retrato de Mussolini, cuando ya era presidente de la República Árabe Unida (efímera unión de Egipto y Siria, tras la desastrosa intervención anglo-francesa en Suéz). Por lo demás, algunos soldados perdidos alemanes e italianos, terminaron entrenando a los ejércitos de aquellos países e incluso hasta el “Septiembre Negro” de 1973, hubo en Al-Assifa, el grupo armado de Al-Fatah, ex combatientes de la República Social Italiana que instruyeron a la guerrilla palestina. El coronel SS Otto Skorzeny, desde su sombrío despacho de la calle de la Montera, dirigía una agencia de “trabajos especiales” que tuvo entre sus clientes preferenciales a varios países árabes. Por su parte, Gadaffi, desde el primer momento, tuvo amistades entre los medios neofascistas italianos. El propio Delle Chiaie, durante su estancia en España, mantuvo estrechos contactos con los representantes de la causa palestina, habitualmente estudiantes residentes en España, uno de los cuales me presentó en el remoto 1973. Se trataba de un estudiante de medicina de la Facultad de Barcelona, un palestino con aspecto híbrido de mediterráneo y nórdico que nunca antes hubiera asociado a aquel pueblo. Desde algún “piso franco” editaban el boletín ciclostilado “Al Assifa” que distribuían entre las varias decenas de estudiantes palestinos y entre los que como yo aspirábamos a ser investidos oficialmente con la categoría de “simpatizantes de la causa palestina”. Años después, en Iberoamérica, ya en los años 80, conocí a varios representantes palestinso en distintos países, alguno de ellos, alemán de pasado incierto. Otros árabes y palestinos odiaban a los norteamericanos (que consideraban como una prolongación del Estado de Israel) tanto como al marxismo y todo eso, sumado, parecía situarnos en la misma línea.

Hubo más anécdotas, como la de aquel militante de CEDADE, enamorado de los cohetes desde mediados de los años 60, a la vista de que el pomposamente llamado por el franquismo “Campo de Lanzamientos Aeroespaciales” situado en las inmediaciones de Arenosilla (Huelva) no le daba cancha, terminó en distintos países árabes con los planos de sus cohetes bajo el brazo, recalando finalmente en el Irak donde un comprensivo Saddam Hussein le dio un puesto clave en el perfeccionamiento de sus misiles que remedaban a los Sam VII. Omar Silva, otro de los personajes que más vinculación tuvieron con la causa palestina, tanto en España como en su país natal, Brasil, fue durante muchos años redactor de la revista Fuerza Nueva en donde publicó una curiosa serie de artículos titulada “Hablan las Estatuas”, cuyas fotos realizaba “Alberto Santos”, alias utilizado por un exiliado argentino de la Tacuara [ver sobre esta organización lo publicado en Infokrisis, que no es poco].

También se contaba (y se sigue contando de manera recurrente en los medios ultras) desde finales de los años 60, que un belga, antiguo militante de Jeune Europe de Thiriart y suscriptor de su revista La Nation Européenne, había caído al frente de un comando de Al Assifa luchando por la causa palestina. Por cierto que el corresponsal en Argel de La Nation Européenne se convirtió dos décadas después en el hombre de Saddam Hussein en Francia, gestionando el programa “petróleo por alimentos” y, posteriormente, tras la invasión norteamericana, fue el hombre de la insurgencia basista en Europa Occidental cuyas actividades va difundiendo desde Internet. Nunca he podido aclarar si la historia de este belga, Roger Coudroy, es cierta o se trata de un “mito”. Todas las fuentes que hablan del “primer europeo caído junto a la resistencia palestina”, parten de Thiriart y ni siquiera hay unanimidad. Se cuenta también que a Coudroy se le disparó su arma y murió, o que murió accidentalmente en un entrenamiento. O que era agente del Mosad y lo mataron los propios palestinos… Lo realmente extraño es que ni la familia, ni los compañeros de armas de Coudroy, lo recuerden en lugar alguno y la mayor parte de las 231 referencias que aparecen en Internet, reproduzcan textualmente y con pocas variaciones lo que ya escribió Thiriart en “La Nation Européenne”. Y, para colmo, en el libro “Israel’s secret Wars: a history of Israel’s intelligence services” (no particularmente favorable a Israel) de Ian Black, Coudroy aparece como agente del Mosad infiltrado en filas palestinas… En cuanto a su libro “J’ai vécu la résistance palestinienne” de 87 páginas, es la única referencia de la familiaridad de Coudroy con la resistencia palestina… si bien también es cierto que podría haber sido elaborado como la “tarjera de presentación” para facilitar la penetración en un medio concreto. Conociendo a Thiriart, hábil propagandista, es muy posible que tomara al caso de Roger Coudroy y lo publicitara en su revista, dando por sentado su familiaridad con los ideales antisionistas y propalestinos… En cualquier caso de las 231 referencias a Roger Coudroy encontradas en Google, más de 200 parten del “testimonio único” (y, por tanto, “testimonio nulo”) que dio Thiriart. El resto son referencias bibliográficas del libro en el que está recogido el artículo de Coudroy, depositado en media docena de bibliotecas de países árabes… A pesar de que los sectores más marginales de la ultra española (y europea) han enarbolado habitualmente el nombre de Roger Coudroy, lo cierto es que el personaje está envuelto en el mayor de los misterios y un mínimo respeto al “principio de prudencia” debería haber evitado que fuera presentado como “camarada caído en defensa de la causa palestina”… que equivalía a incitar a otros a que siguieran el mismo –problemático- camino. No existen ni testimonios de sus familiares, ni de sus camaradas, ni de otros miembros del comando palestino al frente del cual, como sostenía Thiriart, cayó.

Todo esto alcanzó tal intensidad que hacia 1984, cuando había conocido a Xavier Vinader e incluso mantenido una relación correcta a pesar del pasado imperfecto que nos desunía, éste me presentó a un periodista norteamericano llegado a estos pagos para realizar un libro sobre la extrema-derecha y el islamismo. En esa época, la ultra de por aquí multiplicaba todavía sus soflamas a favor de la revolución islámica y Jomeini seguía siendo la bestia negra de los EEUU. La intención de escribir este libro por parte de un periodista norteamericano, era indicio de que las relaciones entre islamistas y ultras, se veía en la época como algo inquietante.

No era para tanto. Habitualmente se trataba de contactos esporádicos, sin mucho calado, que unían más bien a personas que se caían bien de uno y otro lado, que de una corriente organizada y estructurada. En algunos, esta simpatía hacia lo árabe tenía aspectos aún más problemáticos. Una de las corrientes de pensamiento de la ultra es la “tradicionalista” (a no confundir con el “tradicionalismo carlista”). Esta tendencia hacía de Julius Evola y René Guenon sus máximas referencias ideológicas. En realidad, Evola había penetrado en España de la mano del que fuera primer delegado de CEDADE en Madrid, Antonio Medrano, que escribió un largo artículo sobre este autor en uno de los boletines de esta organización hacia 1971. Yo, por mi parte, recibía los catálogos de libros de distribuidoras neofascistas italianas y había visto que las obras de Evola gozaban de un singular predicamento. Además, algunos títulos eran, de por sí, suficientemente evocadores: “Los hombes y las ruinas”, “Revuelta contra el mundo moderno”, y, cómo no, “Metafísica del Sexo”. Así que los pedí. Poco después, editoriales de primera línea, empezaron a publicar algunas obras “técnicas” de Evola. Plaza & Janés lanzó “El misterio del Grial” y Martínez Roca “La Tradición Hermética”. Isidro Palacios, que en esa época había sustituido a Antonio Medrano al frente de CEDADE de Madrid, publicaba en 1974 la primera revista de orientación evoliana (“Ruta Solar” que luego, claro, demandada por una agencia de viajes, debió cambiar el nombre por “Graal”). En general, los “tradicionalistas” en sentido evoliano –entre los que me incluyo- nos damos una primera sobredosis de los textos escritos por el autor de referencia y luego pedimos más. La lectura de Evola lleva inevitablemente a Guénon, sin embargo entre los dos hay grandes diferencias. Guénon habla habitualmente excathedra. Evola, en cambio, no. Guénon desde su juventud hasta su muerte en los años 50 en El Cairo con chilaba y asistido por un marabú, dio piruetas ideológicas casi circenses; Evola, en cambio siguió una línea de evolución que se inició con las vanguardias artísticas y terminó con la redacción de “Cabalgar el Tigre”, en el que llega a las mismas posiciones de su juventud, eso sí, avaladas con cuarenta años de experiencia.

Al hablar excathedra, Guénon ha logrado desviar a la vía muerta a cientos de jóvenes militantes, algunos de los cuales se han orientado hacia el cristianismo ortodoxo, otros hacia la masonería, otros hacia el islam, otros hacia el ocultismo, otros se han hecho sedevacantistas, otros lefevrianos y algún que otro, ha visto en el Vaticano la luz… todos ellos, porque Guénon, en algún momento de su vida ha considerado a cada una de estas instituciones como “referencias”. Así pues cada cual, para seguir la vía que deseaba, ha encontrado en la obra de Guénon la casuística apropiada para avalar su opción. En alguna delegación de CEDADE, a lo largo de los años 80, se terminó uniendo una admiración que era, inicialmente política hacia las revoluciones islámicas, a las sugestiones generadas tras una lectura rápida de la obra de René Guénon. Y unas cuantas decenas se hicieron islamistas. Éramos pocos y pario la burra. Hasta aquí no hay nada raro, porque otras decenas nos orientamos hacia el budismo y los que sobrevivimos terminamos tirando hacia su expresión más sencilla, acaso por huida de todos los aditamentos accesorios impuestos por doctrinas que llegaban acompañadas por formas antropológicas tibetanas o hindúes.

En todo ese tiempo, se había operado un salto de cualidad: de una simpatía política se había pasado a una identidad ideológica en la medida en que al asumir el islamismo como religión, lo que se asumía también era un concepto político-religioso. Esto era solamente una excentricidad más de la extrema-derecha local, y así siguió siéndolo mientras los centros islámicos en España estaban formados por unos cuantos diplomáticos de países islámicos, algunos empresarios procedentes de esos mismos países, algún que otro “converso” español, entre los que abundaba gente con pasado izquierdista (el promio Mansur Escudero)… y los islamistas de la ultraderecha celtibérica. Hasta aquí, la convivencia era franca, las discusiones demostraban un interés en llegar a un conocimiento exacto y a una práctica correcta de la religión islámica y, ciertamente, por lo que ví y conocí en aquella época (años 80 y hasta mediados de los 90), el clima cultural en esos centros era sofisticado e incluso agradable. Luego llegó la inmigración masiva y arruinó todo este mundo feliz y erudito.

A partir de 1996, el islamista español llegado de la ultraderecha (unas decenas en toda España) empezaron a encontrarse incómodos en los “centros de oración”. Los recién llegados tenían poco que ver con los islamistas ideales que hasta ese momento habían conocido, en general gentes de un alto nivel cultural y adquisitivo. Muchos de los nuevos islamistas evidenciaban un primitivismo en el que lo religioso estaba más próximo a lo supersticioso que a lo “tradicionalista”, las discusiones eruditas sobre sufismo o sobre el sentido de tal o cual haddith del Profeta fueron sustituidas por una práctica de estricta observancia en la que todo se justificaba con el proverbial fatalismo islámico: “Alá lo quiere”… En pocos meses, a partir de 1996 se evidenció un fenómeno que algunos ya intuimos desde 1990 cuando Barcelona se llenó de albañiles marroquíes trabajando en las obras de la ciudad olímpica.
La mayoría de “islamistas” ultras se retiraron de los centros islámicos y regresaron a la cerveza y a los tacos de jamón que jamás debieron abandonar. Los que se quedaron, habitualmente, eran especialistas en “marginalidades varias”, gentes que ya desde muy jovencitos llevaban en la sangre la noble aspiración de “epater le bourgeois” y, cuando ya no quedaban vías para sorprenderlo, se reafirmaron en su fe cerrando los ojos a la realidad de un país que empezaba a afrontar un proceso de islamización y pérdida de identidad que a algunos se nos aparecía ya como repugnante.

Hacia 2005 publiqué en Infokrisis un artículo visceral y no excesivamente meditado sobre los destrozos que la obra de René Guénon había causado en muchos amigos y camaradas, llevándolos por los horizontes más insospechados e incluso desviándolos del eje de todo pensamiento “tradicional”: el intento de llegar al eje de uno mismo mediante una práctica, contra más simple mejor. Sorprendentemente, a los pocos días, empecé a recibir correos de los lugares más insospechados de gente que había llegado a las mismas conclusiones: Guénon es una catástrofe a la hora de dar desembocaduras a sus teorías. Ese artículo sigue colgado en Infokrisis sin modificaciones y ahí puede consultarse [véase el link].

La inmigración, como todo lo masivo, ha alterado esquemas ideológicos aparentemente perfectos: la ultra ha solido camuflar un antisemitismo de baja cota con la adhesión a la causa palestina; se ha arrojado en manos de regímenes islamistas antieuropeos solo porque odiaban más a los judíos mucho más de lo que se sentía atraídos hacia la identidad europea. Mientras el islamismo era algo que se circunscribía al otro lado del Estrecho, aquí a este lado, se podía ser islamista y ultra de pro sin grandes conflictos interiores, pero cuando la inmigración masiva trajo a un millón de islamistas procedentes del Magreb, el Shael, el África negra y Paquistán, ninguno de los cuales parecía ser doctor en teología islámica, sino fieles de a pie procedentes de sociedades primitivas y subdesarrolladas, todo el esquema se derrumbó.

Gustavo Morales, uno de los pro-hombres de la Falange Auténtica por algún motivo terminó trabajando en la Embajada iraní en Madrid, redactó la consiguiente obra sobre la revolución de Jomeini y terminó su contrato de mala manera hacia principios de los 90, en un tiempo en el que yo todavía mantenía relaciones con esos medios. Morales, al menos, tuvo el buen gusto de no islamizarse pero si de convertir a las formación por las que pasó al pro islamismo político. Manolo Caracuel, delegado de CEDADE en Granada, luego pasado a Democracia Nacional,  mantuvo siempre relaciones preferenciales con Libia, aunque era demasiado cachondón para asumir el islam sin reservas mentales. El primer número de la revista semanal que antiguos militantes de CEDADE de esa provincia realizaron hacia 1986, mostraba en su primera página toda la solidaridad de la que eran capaces de expresar hacia la causa de la revolución islámica. Hubo ultras en todas las manifestaciones de apoyo a las intifadas palestinas y no faltaron reparto de bofetadas con los ultraizquierdistas que estaban en las mismas posiciones “anti-imperialistas”.

Pero, a partir de 1996, toda esta corriente de simpatía hacia las revoluciones islámicas se hizo más difícil de mantener. El panorama en la calle había cambiado: ya no eran manifestaciones de españoles acompañados por algunos palestinos quienes desfilaban contra el sionismo… sino una masa ingente de rostros llegados de otras tierras, hablando otras lenguas, sin la sofisticación de los medios islámicos originarios, los que constituían la mayoría de asistentes, entre los cuales, los étnicamente españoles se buscaban como intentando reconocer a alguien de los suyos. Y para colmo, entre los pocos rostros pálidos que se reconocían, más del 50% resultaba ser ultraizquierdista… Cuando la invasión de Gaza, ya quedó claro que algunos sectores de la ultra empezaban a ver todo esto de la solidaridad con los palestinos como un berenjenal en el que no se les había perdido gran cosa. Sí, los sionistas eran muy malos y, además, se les caía el moco, vale, bien, pero es que los inmigrantes islamistas eran de lo más intranquilizadores y, para colmo, a esas manifestaciones acertaba a acudir el grueso de las fuerzas pro-inmigracionistas… [ver a este respecto]

En la actualidad, si alguien en la ultra se manifiesta a favor de la causa palestina no es ya por identidad ideológica (quedan en la ultra cuatro gatos postrándose hacia la Meca y rechazando los taquitos de jamón, el morcón de Burgos y el rioja, que pueden ser considerados a título de excentricidad) sino solamente por antisemitismo más o menos recubierto por la patina de antisionista que a algunos se les antoja más presentable. Salvo alguna que otra ominosa web dedicada a reproducir malamente los comunicados de la embajada iraní eludiendo considerar la realidad del país, la “revolución islámica” ha dejado de interesar a la ultra…

Y miren por donde yo fui uno de los instigadores de esta corriente. Es hora de volver al primer congreso del Frente de la Juventud. Por insondables caminos había conocido a unos “estudiantes islámicos” justo en el momento en el que los “estudiantes islámicos” había ocupado la Embajada norteamericana en Teherán. Uno de ellos, sirio de nacionalidad, había pasado una temporada en mi casa y junto a otro, iraní-iraní, asistió como representante de su organización (los “estudiantes islámicos”) al congreso. Cuando tomó la palabra hubo un equívoco que a algunos nos hizo pensar. El iraní explicó que se había sentido identificado con nuestro lema: “Dios – Patria – Justicia”. Esto tenía gracia porque era el lema de Fuerza Nueva y así se lo recordó el auditorio con cierto grado de cabreo. El lema nuestro era: “Patria – Justicia – Revolución”, que tampoco era manco. “Dios” se había caído de la terna como rechazo al nacional-catolicismo que hubo que sorportar durante el tránsito por el piñarismo. Poco después, cuando al salir de misa, Blas Piñar, divisó frente a la parroquia una mesa de propaganda del Frente de la Juventud, salió disparado, presa del furor divino, derribó el solito la mesa gritando “Dios, Patria, Justicia”. Los chavales jóvenes del Frente allí presentes no daban crédito. Tampoco era para responder la agresión, en el fondo era Blas, y los chicos del Frente estaban educados en que no era el “enemigo principal”, sino un compañero de viaje.

En aquel parlamento del iraní me empecé a plantearme si no estaríamos apoyando a la opción equivocada. No era baladí el hecho de que el “estudiante islámico” se hubiera identificado con el lema de Fuerza Nueva, eso equivalía a decir que los obispos –ayatolas de lo católico- deberían modelar el futuro de España tal como habían hecho en Irán… Una visión dantesca y terrorífica. Unos meses después llegué a París justo cuando el Parti des Forces Nouvelles, socio francés de Piñar en el seno de la “eurodestra”, había convocado una manifestación a favor del nuevo régimen islámico iraní. Debían ser unos 300 los asistentes, no muy entusiastas por cierto, los que se manifestaron. Pero a poco que uno penetrara en sus filas, podía percibirse que no había siquiera unanimidad entre los manifestantes, muchos de los cuales hubieran preferido vitorear al Sha y, mucho más a la hermana de éste, Ashraf Pahlavi, conocida como “la pantera negra”, mucho más beligerante y decidida que su hermano y que en la época mantenía contactos en Francia… con el mismo PFN. Contradicciones no son precisamente lo que le falta a la extrema derecha europea.

Años después, en las noches locas ibicencas conocería a Leila Pahlevi, la “princesa triste”, hija del Sha. Era una mujer curiosa de ojos extraordinariamente expresivos, tan hermosos como tristes, delgadez extrema, acompañada siempre por un rufián del que no pude aclarar de qué país árabe procedía, que era, a la postre, su camello. Apenas comia, incluso en los mejores restaurantes y pubs de la isla siempre pedía lo mismo: una taza de agua caliente. Se ha dicho que no pudo soportar el exilio en el que se encontraba desde que tenía 9 años. Yo creo que sus problemas eran mayores y su carácter depresivo acentuado por el consumo de fármacos y seguramente de algunas drogas habituales en la isla, abrieron el camino hacia su tumba. Subsistirá la duda si se suicidó o murió de alguna sobredosis. Creo, sinceramente, que todo el problema de Leila consistió en ir con malas compañías. Lo que pude ver en su entorno eran personajes irrevelevantes deseosos de fotografiarse junto a la “hija del Sha”, algunos de ellos fortunitas del exilio dorado iraní o bien rufianes como el que he aludido que llevaban en la cara escrito a fuego su condición de delincuente lombrosiano. Lo irrelevante del exilio iraní le produjo más vacío aún que le muerte de su padre o la lejanía de su tierra. Ese vacío fue llenado por camellos sin escrúpulos. A ambos sectores me refiero cuando hablo de “malas compañías”.

Pero en 1979, las relaciones del Frente de la Juventud con los estudiantes iraníes eran todavía prometedoras. Pocos días después empezamos a recibir propaganda del régimen islámico. Desde Canarias me llegaron dos cajas de biografías de Jomeini, libritos por los que tuve que pagar tasas de aduana… por increíble que pueda parecer, cualquier envío llegado de las islas debía de pagar alguna tasa; bonita forma de integrar a Canarias en “las Españas”. Luego llegaron más ejemplares de folletos editados por la embajada iraní en los que, más que de política, se hablaba de religión. Uno de ellos tenía título prometedor: “La poligamia en el Islam”. Su lectura fue muy instructiva para mí: ¿poligamia? Sí, pero solo hasta cuatro esposas y siempre que se las pueda mantener… Poco después, ya en el exilio parisino, supe que el famoso concepto de Banca Islámica que rechazaba el cobro de interés y que tanto me había atraído, era un bluf. Bastaba con eludir la prohibición colocando al frente de la banca a un cristiano. Así la banca iraní seguía cobrando intereses como la banca judía o la Caja de Ahorros de Bobadilla… Otro mito que se me cayó. Huibo otro camarada que se fue unos años a Irán por aquello de comprobar si aquello era la Jauja de los revolucionarios o el bluf que a algunos nos empezaba a parecer. El diagnóstico de este camarada fue demoledor: corrupción, drogas y muermo. Ese era el “Irán revolucionario”. A decir verdad, la corrupción es propia de todos los regímenes del Tercer Mundo entre los que por el momento se sitúa Irán si bien con la coletilla de “país en vías de desarrollo”. Sobre la droga es el tributo de estar geopolíticamente situado en la ruta de la Seda hoy convertida en ruta de la heroína que transita a toneladas desde el Irán post-talibán hasta la Albania pro-americana, pasando por el “corredor turco de los Balcanes”, todo ello con la bendición de los EEUU, no en vano esa heroica debilita a Europa. Pero lo dedl muermo era lo más imperdonable y se debía sólo a los oficios de la “revolución islámica”.

Un buen día, debió ser hacia 1987, a poco de extinguir mi condena a prisión por manifestación ilegal, cuando me presentaron a un grupo de pasradanes, guardias de la revolución iraní, que habían salido con la vista descalabrada de la Primera Guerra del Golfo, cuando un Saddam apoyado por todo Occidente, les roció con gases químicos. Recalaban en la clínica oftalmológica del Doctor Puigvert y de paso multiplicaban contactos en la Ciudad Condal con los medios islámicos y pro-islámicos. Estábamos en un bar de la Avenida Pearson cuando pedí una cerveza, y los dos iraníes otras dos, eso sí, sin alcohol; “la religión, ya sabes” me dijo uno. Ya sabía, lo que no sabía y me enteré entonces era de la sutil diferencia entre “cerveza sin alcohol” y “cerveza 0’0 de alcohol”. La otra, al parecer tiene un 0’5% de alcohol lo que basta para situarla en el índice de lo prohibido por el islamismo. Cuando trajeron las cervezas sin alcohol, pasaron todavía un buen rato mirando si era 0’0% ó 0’5%... y entonces a mí me asaltó la duda de si valía la pena tomar en serio a una religión que influyera incluso en los clientes de un bar y si todo aquello no pasaba de ser una superstición dictada acaso por la necesidad de Mahoma de disciplinar a un sustrato étnico caótico y primitivo mediante la sanción superior de la  improbable figura de un Alá, último de los dioses creados por el hombre que les dijera lo que estaba autorizado y lo que no. Casi todo en la religión islámica es mero formalismo a efectos de disciplina social: que si lavarse, que si no comer alimentos que se pudren demasiado rápidamente bajo el calor del sol, que si evitar un alcohol que puede ganar voluntades excesivamente débiles, que si la guerra santa para quemar adrenalina y extender el patrimonio, que si cuatro esposas y no más que el follar con cierta variación siempre es bueno, que si distribuir algo de la riqueza entre los necesitados, que si la política guiada por la religión…Para colmo, se me ocurrió leer un libro titulado "El pensamiento político de Jomeini" que, en realidad, era una recopilación de frases del ayatolah. Hubiera sino mas agradable leer páginas en blanco que no la síntesis de ideas peregrinas y/o primitivas que encontré. ¿Qué puede pensarse de un pensamiento político que entre otras lindezas recomienda no mear en las tapias de los cementerios...?

Todo esto parece muy alejado de las grandes especulaciones upanishádicas, de  la noble simplicidad del budismo palî o de la esencialidad minimalista del Zen, del culto iranio zoroástrico primo hermano de las sagas del norte, por no hablar de la concepción clásica greco-latina de lo sagrado, del dios considerado como fuerza de la naturaleza, del estoicismo que muestra el camino de la austeridad o de la teología católica que, a fin de cuentas, fue capaz de generar productos como la mística renana, alumbrar a nuestras grandes figuras del siglo de Oro o a gigantes de la embergadura de San Bernardo de Claraval. Incluso en los momentos en los que expresaba mi solidaridad y buscaba la colaboración con los regímenes islámicos debo reconocer que, a pesar de sentirme siempre atraído por todas las “escuelas tradicionales”, he experimentado el Islam como algo completamente ajeno a mí y al patrimonio cultural en el que me sitúo.

Por lo demás, en aquel infausto encuentro con los pasradanes me ocurrió otra cosa no menos lamentable. Después de dos horas de conversación me dí cuenta de que solamente habíamos hablado de “lo suyo”. Ni les interesaba un pito lo que ocurría en España, ni mucho menos en Barcelona, ni preguntaban nada sobre la sociedad o las costumbres españolas, no demostraban absolutamente ningún interés por nada que no fuera lo suyo, hablar sobre lo suyo y dar la barrila sobre lo suyo. Y entonces, mientras me estaban hablando del último discurso del ayatolah Jamenei ante el Parlamento iraní y con lo malo que era Saddam Husseim, de repente pasé revista mentalmente a lo que había hablado con palestinos en España, en distintos países iberoamericanos o en Oriente Medio: con todos ellos sólo había hablado de lo suyo, solamente se habían sentido interesados por lo suyo, siempre me habían largado un discurso lastimero –lo que en el lenguaje cheli, versión taleguera, se conoce como “currarse la página de la pena”- y nunca, absolutamente nunca, se habían interesado por encontrar lugares comunes con un europeo. Nunca les había interesado saber nada de Europa, sagrada tierra sobre la que se encontraban ellos y bajo la que nosotros tenemos enterrados a generaciones de nuestros antepasados, nunca habían perseguido nada que no fuera movido por el interés hacia "su" causa., seguramente porque consideraban que el Islam era el no va más de las relevelaciones, de los sistemas socio-religiososo y que todo está en el Islam, no hay nada fuera del Islam que valga la pena ser considerado, ni nada que puera interesar a un fiel de Ala. Por lo mismo se quemó la Biblioteca de Alejandría. El expolio, lo justificó Omar con aquella chorradita telecomandada en la que sostenía que si el contenido de la biblioteca decía lo mismo que el corán, en este libro estaba mejor dicho y por tanto lo otro sobraba y si decía lo contrario del Corán, merecía arder.

Entonces, mientras los pasradanes miraban si la cerveza era 0’0 o 0’5% de alcohol, recordé que al día siguiente de conocer al jefe de los estudiantes palestinos de Barcelona, él mismo personaje se entrevistaba con la cúpula aún clandestina del PSUC y al día siguiente con la de Bandera Roja. Ni siquiera tenían el “pudor ideológico” de distinguir quien figuraba más cerca de ellos en lo doctrinal, ni les interesaba un pimiento: todo consistía en vender el propio producto  a no importa quien como el mormón de turno o el testículo de Jehová asalta a cualquiera que se pone a su alcance en plena calle vendiéndole las lindezas de su fe. Será humanamente comprensible, me dicen, por aquello de que los palestinos llevan como 70 años puteados. Es posible, pero, dejando aparte, que los “estrategas” palestinos nunca han sido capaces de elaborar más que la estregia de la metida de pata permanente, lo peor es que esa sempiterna y lastimosa cantinela es, cómo diría yo… simplemente aburrida, ni siquiera partía ni ayer ni hoy, de un análisis global objetivo  ni hundía sus raíces en la causa última del problema. Todo se reducía a explicar lo malos que son los judíos. Y cuando ya estabas convencido de que son más malos que la quina, te insisten todavía en que hoy son más malos que ayer y hoy lo son menos que mañana. Este mismo discurso lo he oído en tres continentes. Afortunadamente, desde mediados de los ochenta, he tenido tendencia a informarme sobre la naturaleza del conflicto palestino en fuentes independientes y creo haber entendido el fondo de la cuestión, pero no ha sido gracias a ningún palestino que a fuerza de contar desgracias lo único que han logrado ha sido perder la perspectiva del problema. Quizás sea lo normal, porque la situación de tres generaciones de palestinos que no han vivido un año de normalidad, es como para volver tarumba a cualquiera. Pero eso no les exime ni mucho menos les justifica de su increíble tendencia a “curarse la página de la pena”, ni mucho menos a ser unos pelmazos con “lo suyo”.
 
Las conclusiones que saqué y las posiciones que sostengo ahora sobre esta materia, me alejan completamente de las que adopté desde 1979 y hasta principios de los noventa. El problema palestino es irresoluble y no es un problema de Europa. Tuve que reformular mi posición cuando estalló el problema de Gaza, lo que me valió el infamante sambenitiño de "pro-sionista", lanzado por todos aquellos que tienen tendencia a ocultar su antisemitismo de baratillo bajo la patina de la "causa palestina". [por ahí he dejado mis consideraciones sobre el asunto en forma de artículos en infokrisis. Véase el link correspondiente]. Es un problema de los EEUU y de su minoría judía (a fin de cuentas, Israel es casi otra estrella de la Unión) y de los Países Árabes. Así que las soluciones son tres: o los palestinos exterminan a todos los judíos, o los judíos siguen puteando eternamente a todos los palestinos o… las partes se sientan a negociar. Ellos tienen la elección. No nosotros. Y en cuanto al Islam baste decir que es una religión ajena a lo que ha sido siempre Europa, llegada en otro tiempo manu militari a España y frenada en seco en Poitiers, y hoy retornada con la inmigración. ¿Y los regímenes islámicos? Irán no es más que una potencia de tamaño medio que busca afirmar su hegemonía regional en la zona. Nada más. ¿Y el Islam? Es la religión tradicional propia de los países árabes; por lo demás, un agnóstico como yo ¿qué quieren que les diga sobre el Islam? No considero que el Islam deba ser considerado como una “religión” normal y corriente en pie de igualdad con el catolicismo, no solo porque  en su concepción lo político y lo religioso están inextricablemente ligados, sino por que, a pesar de saber abandonado la religión de mis padres, estoy agradecido a que el catolicismo les hubiera dado, a ellos y a mis antepasados, fuerzas y fe para vivir y para morir. El catolicismo es la religión tradicional a esta parte del Estrecho. El islam lo es  en la otra parte. El bosque no está allí donde gobierna el desierto.

A fin de cuentas, la aparente superficialidad y frivolidad que he manifestado en relación a palestinos e islamistas tachándolos de "aburridos y pelmazos", no es más que una exteriorización deliberadamente fatua a efectos de llamar la atención sobre un rechazo más profundo y casi instintivo: el islam es la religión del desierto, surgida de la contemplación de un paisaje monótono, monocorde, sin matices; cualquier religión europea es hija de la frondosidad de los bosques, de los dioses situados en altas cumbres nevadas, de dioses que caminan junto a los hombres. Lo que el monoteísmo islámico tiene de radical y absoluto, incluso en el cristianismo se relativiza con las tres personas de la trinidad, los santos, los apostoles, los miles de altares paganos que con un leve toquecillo de nada pasaron a ser altares de santos  cristianos que encarnaban los mismos valores de una ciudad, de una cofradía, de un pueblo. El aburrimiento monocorde irreprimible que genera todo lo islámico, su formalismo, es hijo del desierto. Y esto, colegas, esto es Europa.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.

Ultramemorias (VIII de X) Visicitudes políticas en la transición (14ª parte). Soboreando la camaradería del Frente

De aquel primer viaje para contactar con el Frente de la Juventud recuerdo que todo fue como la seda. Nos recibió Beatriz K., nos encontramos con Pepe Las Heras y Juan Ignacio y no se nos ocurrió discutir ni las condiciones de nuestra integración en el partido (la camaradería nos eximía de formalismos y discusiones estratégicas, de la misma forma que cuando los hermanos empiezan a discutir de herencias algo va mal en la familia). Concretamos algunos proyectos a realizar inmediatamente. Yo me encargaría de la revista “Frente” que hasta entonces era un pequeño folleto fotocopiado en tamaño cuartilla de 12 ó 16 páginas. Estuvimos viendo la posibilidad de realizar algunos carteles de relanzamiento del Frente y de solidaridad con los camaradas presos. Hablamos de la situación de nuestro sector político: Juan Ignacio, tras su salida de Fuerza Nueva, siempre se sintió mucho más próximo a la Primera Línea de Falange que a cualquier otro grupo, acaso porque éstos practicaban un activismo que rivalizaba en desmesura con el nuestro. Y digo en nuestro, porque a esas alturas ya estábamos implicados hasta las trancas en la vida del Frente. De hecho, en noviembre de 1980, sólo unas semanas antes de su muerte, Juan Ignacio propuso la integración del Frente de la Juventud en la Primera Línea de Falange. Cuando dos camaradas de la dirección madrileña del Frente me fueron a ver a París, les transmití mi oposición a este proyecto y en los días siguientes elaboré en la distancia otro alternativo: el Frente de la Juventud debía transformarse en un partido que dejara atrás esa sempiterna obsesión por lo juvenil e intentara crear un polo extraparlamentario en condiciones de realizar con Fuerza Nueva el “juego de las partes”: nosotros asumiríamos el quemarnos en la pira del activismo desenfrenado, asumiríamos la posibilidad de tener una mala imagen y de hacer el trabajo sucio, mientras que al partido de Blas le correspondería la imagen pulcra de partido moderado con vocación parlamentaria al estilo de lo que estaba haciendo en ese momento el MSI. La tarea del Frente, en los momentos previos a su transformación, no podía ser otra mas que la de ir recogiendo a descontentes que fueran saliendo de Fuerza Nueva y de FE-JONS y constituirse como el verdadero polo activista de la ultraderecha. En los meses previos al asesinato de Juan Ignacio, entre noviembre y diciembre de 1980, estaba claro que “algo iba a ocurrir”, todos los militantes de la dirección del Frente de Madrid experimentaban la intuición de que se aproximaba un momento de mutación radical y que las cosas, a partir de ese momento, ya no serían como en los tres años anteriores. Era una sensación oscura, apenas una intuición que incluso se dejaba sentir en la lejanía del exilio en donde yo me encontraba ya en ese momento.

Pero en aquel primer viaje a Madrid en 1979 nada de todo esto podía preverse. La aventura primaba por encima de la necesaria estrategia política. La camaradería entre “guerreros” era mucho más importante que las sesudas discusiones sobre como alterar el curso de la transición. Al menos en aquel primer viaje de teoría se habló poco, de análisis político lo justo y las copas, francachelas y desmadres varios allanaron el camino. En la noche quedamos para tomar unas copas en unos bares alejados de la sede. Uno de los camaradas madrileños se puso de paquete en la moto para guiarme. Salimos a escape por la calle Velázquez y ya en el momento de arrancar me dio la sensación de que la punta de ver la punta de un pie por la rabadilla del ojo izquierdo. Tres manzanas más adelante me detuve en un semáforo en rojo y pregunté al “paquete” hacia dónde había que tirar. Sorprendentemente detrás no había nadie. A lo lejos, tres manzadas antes, era posible ver, a la altura de Claudio Coello a un grupo de gente en medio de la calle: eran los camaradas que estaban recogiendo al “camarada-paquete” caído al dar gas a la moto. Veintisiete años después de aquel episodio, cuando me llamó en los días previos al veinticinco aniversario de la muerte de Juan Ignacio, todavía recordaba aquel episodio que terminó con jarras cerveza chocando hasta la intoxicación etílica o poco menos.

En realidad, descendiendo a un terreno menos poético para la militancia y el activismo, hbía que decir que entre los “Patriotas Autónomos” y el Frente de la Juventud, existió en aquellos primeros momentos la clara noción de que era precisa una “joint venture”. Nosotros superábamos la crisis ocurrida con el desmadejamiento del FNJ y ellos sumaban militantes capaces de dar algo de coherencia teórica al grupo. Ese era el cometido que ya entonces asumía regularmente en los grupos en los que militaba: elaborar documentos, carteles y revistas. Y a esa tarea me dediqué con entusiasmo. Existían limitaciones económicas, pero no excesivas… Juan Ignacio me había transmitido el “pedid y se os dará” en la medida de las posibilidades. Salieron unos cinco o seis números de “Frente” con el mismo formato y los mismos grafismos que el antiguo “Patria y Libertad” del FNJ, indicando cierta continuidad y también registrando ciertas mejoras a la vista de la experiencia acumulada. En cuanto a los carteles fueron, con mucho, los mejores que había impreso la ultraderecha en aquella época, entre otras cosas, porque me beneficiaba de los contactos previos que tenía con organizaciones hermanas europeas y que me posibilitaban el que tomara ideas y elementos gráficos que había dado buenos resultados en Europa. Por lo demás, como realizaba el trabajo en aquella época y cómo lo realizo hoy, no puedo por menos de sentir cierto vértigo: en 1979 todavía se maquetaba cortando y pegando galeradas a mano, a poco que te despistaras, algunas columnas quedaban inclinadas, había que calcular mucho para igualar columnas y para colmo carecíamos de máquina para la fotocomposición, lo que nos obligó durante unos números a utilizar una máquina de escribir normal justificando los textos a ojímetro. Cada número de “Frente” se convertía en una verdadera odisea, angustiosa, artesanal… y mucho más desde que inicialmente, salvo en un período de mi vida, no había trabajado en prensa. Y esta experiencia se había limitado a un trabajo juvenil en los talleres de La Vanguardia. Tuve que descubrir, poquito a poco, los pequeños trucos del oficio, hacerme mi propia mesa reflectante, gastar ingentes cantidades de dinero en letraset, consumir fotocopias y fotocopias hasta obtener los efectos gráficos que pretendía. En fin, una odisea que hoy es sustituida por un ordenador de apenas un mega de RAM y con un par de programas de diseño gráfico y autoedición moderadamente sencillos de manejar. Y de ahí a la imprenta a través de FTP. Hace treinta años incluso transportar los originales al polígono industrial donde se encontraba la imprenta suponía una odisea.

Volvimos a Barcelona entusiasmados por lo que habíamos visto. El paquete ni siquiera notó la estrechez del sillín y llegamos en una sola tirada a BCN superando la media de 150 por hora. Personalmente experimentaba una especie de borrachera de la velocidad. Y era curioso experimentar como en aquella conducción suicida, mi consciente se había inhibido completamente, y me guiaban algo más profundo que llegó a asustarme: no era el cerebro el que conducía sino algo diferente, un impulso interior, lúcido, inefable, que no dejaba lugar al error, que permitía alcanzar los 170 por hora en algunos momentos, esquivando a otros vehículos de la autopista sin que el cerebro apareciera en escena para imponer prudencia, refrenar velocidad o calcular si cada adelantamiento era más o menos suicida. Era otra cosa: había algo de salvaje e instintivo en aquella forma de conducir que nunca antes se había apoderado de mí, pero sería demasiado simple atribuirlo a entusiasmo o al efecto de las cervezas de la noche anterior. Era otra cosa: era la lucidez absoluta del aquí y del ahora, la sensación de que algo profundo conducía por mí, impulsaba las caderas a un lado o a otro para facilitar los giros, un impulso supra-racional que retorcía el gas hasta más allá del límite del motor, de un impulso ajeno por completo a las neuronas que movía mi pie cambiando marchas a una conveniencia que no era juzgada por consideraciones de conducción. Supongo que esa misma sensación es la que cualquier piloto de carreras experimenta o a la que tiende a vivir en la pista de competición. Por entonces no practicaba ni yoga, ni zen, así que ese estado de arrobamiento mental no tenía nada que ver con técnicas que empecé a ensayar dos años después en la cárcel parisina de La Santé, sino con un estado mental específico. No creo que fuera nada que otros motoristas no han sentido antes, pero sí fue la primera vez en la que, conduciendo, eludí cualquier otra consideración  surgida de mi cerebro y fui uno con la máquina y uno con la ruta. Creo recordar que solamente paramos en Zaragoza para saludar a los camaradas de por allí.

Zaragoza era un lugar curioso. Existía un pequeño grupo del FNJ que estaba a punto de pasar al Frente de la Juventud. Como ocurría con todo grupo que realiza poco nivel de actividad militante, el grupo había pasado a ser una especie de peña de amiguetes que terminaban mirando con cierta desconfianza a algún eventual recién llegado. Y acababa de llegar uno de estos al que su primo, Manolo Bonilla, llamaba “el Comandante Cero” a la vista de que solía vestir tres cuartos militar y boina negra. El grupo era de esos entrañables que, con el paso del tiempo, han seguido más o menos mantener su cohesión vincular y los lazos de amistad a pesar de las vicisitudes de la vida. “El Comandante Cero”, por supuesto, desapareció de escena a la vista de que no terminaba de encajar con el resto y el Frente de la Juventud tampoco llegó muy lejos en mañilandia. Volvimos en otras ocasiones en aquel período a Zaragoza y acudieron incluso camaradas de Asturias y Navarra que luego terminarían integrándose en el Frente de la Juventud. También en Valencia se pudo implantar a un grupo activista que sustituía al grupo de Tormo, como siempre obsesionado por los uniformes, los correajes paramilitares y sin entender que esa no era la línea del Frente. Andalucía fue la zona que estuvo más huérfana de militancia frentista. Allí la presión de Fuerza Nueva era asfixiante e incluso en las primeras elecciones regionales, el partido movilizó a todas sus fuerzas convencido de que podría obtener algún resultado que no llegó y que, por lo demás, tampoco podía llegar a la vista de que el partido seguía sin advertir sus carencias dramáticas: objetivos, estrategia, programa…

En Barcelona, el Frente debía movilizar en aquella época por encima de 50 militantes de partida, incluidos chivatos, infiltrados y confidentes, que de todo había, pero que fieles a la teoría del limón, si uno de estos elementos quería realizar su trabajo entre nosotros ya sabía que le tocaba palmar activismo como el que más. El activismo esta vez se convirtió en frenético. Nada de reposo, nada de meditación, nada de haraganería, o de eso que suelen hacer los infiltrados, llegar tarde a las reuniones, llevarse sólo un ejemplar de todos los papeles que se distribuyen e irse antes de acabar con cualquier excusa. Si querían vender sus confidencias sobre el frente que asumieran el hecho activista y se esforzaran, que a fin de cuentas, en un cartel pegado sobre un murio no deja consancia de si lo ha colocado allí un chivatillo o un abnegado activista. En Sabadell, un camarada fue detenido colgando carteles, no llevaba el DNI encima y camino de la comisaría abrió la puerta y saltó del coche policial escapando ante el asombro de sus custodios. Se realizó una campaña contra la revista Interviu que obligó a los kiosqueros a colocarla en lugares no visibles lo que facilitó el que de una semana a otra su venta cayera el picado,  más de un 50%. Un kiosquero recalcitrante se llevó el consabido cóctel molotov. No nos habíamos olvidado de Vinader y de los asesinados a raíz de los dos artículos que publicó en aquella revista con las declaraciones de aquel desaprensivo ex policía nacional. Nos enfureció particularmente el que la Cadena Zeta publicara una nota en la que afirmaba que “ETA no necesitaba las informaciones Interviu para establecer sus objetivos”. Así pues nosotros, en la primera página de Frente colocamos la dirección de Vinader añadiendo que ese dato era una minucia a la vista de que “los guerrilleros de Cristo Rey” (organización que sabíamos inexistente) deberían tener un servicio de información suficientemente desarrollado como para que aquella modesta publicación no les dijera nada nuevo... Era como darle a Zeta de su propia medicina. El mismo día en que apareció ese número de Frente, el apartamento de Vinader  en Sant Gervasi fue asaltado por desconocidos. La hybris activista proseguía y estaba a punto de alcanzar su climax.

No hay partido que se precie que no convoque antes o después un congreso. El Frente de la Juventud no lo había convocado hasta entonces pero a partir de ese momento era urgente realizar lo más parecido a una asamblea nacional que presentara en sociedad a los nuevos militantes y a los grupos locales que se estaban integrando en la organización. Dado que el local del Frente era pequeño para albergar una asamblea de este tipo, hubo que recurrir al Centro Cubano que tenía la ventaja de la proximidad al local y de los mojitos que siempre podían elevar el tono de las discusiones. Me tocó a mí hacer las ponencias. Aquellos escritos eran todavía juveniles, pretenciosos y aureolados de cierto maximalismo, pero, mentiría sino reconociera en ellos cierta voluntad de configurar un partido que se pareciera al máximo posible con los grupos extraparlamentarios italianos que eran, para nosotros, el modelo a seguir, al margen de que en aquel momento estaban reciendo una oleada represiva que mantenía a unos doscientos activistas en las cárceles. Por lo demás, desde el punto de vista formal eran documentos “correctos”: un análisis de la situación política española en la que se insistía en los problemas y desajustes que estaba llevando a cabo la transición, en la cada vez más catastrófica situación económico-social, en la denuncia de los mitos de la transición que por entonces ya estaban completamente perfilados, y en la oscuridad que se percibía en el horizontes. España, contrariamente a lo que la mitología posterior, ha querido imponer, estaba muy mal en aquella época. El terrorismo etarra ni siquiera merecía las primeras páginas de los diarios y había noticias de asesinatos de dos o tres guardias civiles que aparecían en páginas interiores, siempre en las de la izquierda, en la parte inferior y sin apenas titulares. Ahora bien, bastaba con que un vecino del cuñado del primo de un amigo de Blas Piñar, le diera una hostia a un rojillo como para que el caso se presentara como una “intolerable agresión fascista”. Y luego estaba el descoyuntamiento autonómico que se adivinaba en el horizonte, los inicios del café para todos, y las declaraciones de una clase política que dos años después de estrenar democracia eran incapaces de utilizar un lenguaje que fuera más allá del tópico exigido por un marketing político común que, por lo demás, sigue en vigor. En aquel informe político denunciaba que el país había entrado en la vía de la liquidación, pero, leer aquella ponencia, al margen de algunas expresiones “iniciáticas” (el recurso a las “fuerzas nacionales” por las que entendíamos los partidos patrióticos y las organizaciones más o menos ultras), el ver a UCD solamente como “franquistas vergonzantes” en lugar de percibirlo como areópago de ambiciones desmedidas y de no haber percibido a tiempo que Carrillo había vendido al PCE tras su visita al Consejo de Relaciones Exteriores o que el marxismo se preparaba para entrar en el basurero de la historia), a pesar de todos estos errores de apreciación, insisto en reivindicar aquellos textos como los más lúcidos que fue capaz de emitir la ultra en la transición. Me encargué también de la ponencia de estrategia. Era más difícil porque se trataba de elaborar una línea y, no sólo eso, sino que la base militante la asumiera y la siguiera. Y eso era prácticamente imposible. Insistí en los tres puntos que ya había elaborado para el FNJ:

-    Gobierno dimisión (sentir cierta conmiseración por el triste destino de la familia Suárez y por el estado de postración mental en la que se encuentra el expresidente en el momento de escribir estas líneas no es suficiente para olvidar que en su gestión política al frente del país fue un oportunista de pocas ideas, capaz solamente de ejecutar un plan que le vino impuesto por los poderes fáctivos internacionales)

-    Gobierno de “salvación nacional”, formado por técnicos y expertos (algo que hoy vuelve a ser necesario y que lo es siempre que las crisis económico-sociales tienden a confirmar que las “élites políticas” son brillantes en el reparto de la riqueza, pero absolutamente inútiles para gestionan situaciones de precariedad).

-    Disolución de las instituciones surgidas tras el 10-N-75 (y en esto debo decir que ya por entonces el parlamento era una asamblea de mediocres oportunistas que luchaban por lo suyo sin mucho recato;, y aun así, había muchas más personalidades brillantes de la que hoy calientan las bancadas del hemiciclo; en el antiguo régimen existía un principio que aún hoy considero interesante: la “democracia orgánica”. Desprestigiada por que bajo el franquismo nunca fue capaz de apurar sus potencialidades, el hecho era que en el parlamento (y no digamos en el senado), los representantes públicos en lugar de ser elegidos en función de su pertenencia a la lista de tal o cual partido, deberían ser elegidos por los “cuerpos intermedios” de la sociedad: sindicatos, universidades, asociaciones, ONGs, corporaciones locales, colegios profesionales y demás grupos que componen lo esencial de la sociedad civil. Yo creo que, a la vista de los últimos 30 años de democracia inorgánica (o partidocracia, o plutocracia), al menos en lo que se refiere al senado, habría que empezar a pensar en convertirlo en una “cámara orgánica de la sociedad”, en lugar de cómo pretenden algunos giliflautas, en “cámara de las autonomías”, como si el diputadillo de a pie no representara a su propia autonomía).

Intenté presentar la estrategia de la “fractura vertical dentro del sistema” en términos poco comprometidos. Pero era claro que el Frente de la Juventud se declaraba implícitamente por el golpismo. Y había algo más: no solamente nos declarábamos a favor de la “fractura vertical”, sino que estábamos dispuestos a colaborar con quien sostuviera la misma orientación.

Debieron asistir unos 100 congresistas. Entre ellos estaba Luis Pineda que sostuvo con una obstinación digna de mejor causa, una teoría curiosa: defendió que, así como que en plena ortodoxia marxista, la contradicción entre burguesía y clase obrera debería de cristalizar en una síntesis en la que la clase obrera fuera hegemónica, Luispi sostenía que deberíamos de hacer lo posible porque la síntesis final fuera patriótica. En aquel momento estudiaba COU y empezaban a ser palpables los destrozos de la nueva ley de educación. En el curso de aquella magna asamblea lo que saqué en conclusión es que la extrema-derecha no se ha hecho para debatir sino para batir el cobre. Uno de los camaradas asturianos lo decía con una serenidad pasmosa: “Ernesto, hay que batir el cobre”. Y por batir el cobre entendía trabajar políticamente, realizar más activismo y convertir ese activismo en el eje de gravedad del partido. No me debía de convencer de algo que ya estaba convencido, así que, a fin de cuentas, el Primer (y único) congreso del Frente de la Juventud, sirvió para dar un basamento teórico al activismo. El Frente de la Juventud debía ser, tal como el pelo púbico es un receptor de aromas, un polo activista y dejémonos de más hostias y complicaciones: “¿Dónde está el enemigo? ¿allí? Pues a por ellos y maricón el último”. ¿Para qué complicarse más la vida? Sin embargo, hacía falta algún documento sobre el que apoyar el activismo y eso fue lo que salió del primer congreso.

Había en el Frente de la Juventud un trasfondo sexual indudable. Recuerdo que en cierta ocasión Juan Ignacio vino a Barcelona y, claro está, terminamos tomando jarras de cerveza en la Plaza Reial. Uno de los camaradas –aquel que saltó del coche de la policía sabadellense en marcha- tenía mal beber y le arreó una colleja de impresión a uno de esos tipos barbudos que quintaesenciaban el estilo de los independentistas de la época. Peor fue la segunda que llegó cuando ya me había preocupado por refrenar su agresividad. En aquella ocasión le expresé a Juan Ignacio mi interpretación hermenéutica sobre el símbolo que utilizaba el Frente de la Juventud. Era, a la sazón, un triángulo invertido formado por la siglas “F” y “J”, coronado por una llama más bien amazacotada, lejanamente inspirada en la del MSI y todo ello dentro de un óvalo. Se me antojaba que el triángulo invertido era el símbolo del pubis femenino, acentuado por el hecho de que el palo ascendente de la “J”, indicaba a las claras, la ubicación exacta de la raja femenina. Para colmo, la llama era el símbolo inequívoco del fuego masculino que, en la forma de semen hirviente, terminaba depositado en la vagina femenina. Todo ello, dentro de un óvalo parecía encerrar dentro de sí la concepción del mundo de la que era partícipe el Frente: todo lo que vale la pena en la vida es la tensión dialéctica entre lo masculino y lo femenino, entre el follador y lo follado… La interpretación ocasionó en primer lugar unos ojos de sorpresa por parte de Juan Ignacio (bien es cierto que  llegaba cuando apurábamos la segunda jarra de cerveza) y luego una estruendosa carcajada que no desmentía mi interpretación hermanéutica que, aun hoy sigo sosteniendo. Juan Ignacio me explicó que aquel símbolo había surgido del de los “artilleros de la Sección C”, aquellos que lanzaban cohetes contra el adversario a través de tuvos de PVC en los enfrentamientos callejeros. Lo cierto es que nadie cuestionaba este símbolo que el Frente de la Juventud siguió manejando hasta su disolución y del que me reafirmo en la interpretación hermanéutica que di en aquella memorable velada de camaradería en la Plaza Reial.

El local del Frente estaba situado en uno de los lugares más caros de Madrid. Y había que pagarlo todos los meses. Luego estaba el esfuerzo de propaganda: carteles, revistas, pins, panfletos que eran caros de producir. Y, finalmente, las fianzas que depositar para liberar a los camaradas detenidos, desde aquel que le había dado una hostia fortuita a un rojo, hasta aquel otro que con un cuchillo de monte había rajado de arriba a bajo a un pobre chaval que esperaba en la cola de un cine de la Gran Vía. En esto el Frente de la Juventud fue la antítesis del principio que regía en los medios piñaristas: mientras que estos no ayudaban ni siquiera a sus propios camaradas presos, no fuera que les terminaran dando mala imagen, (algo incomprensible a esas alturas que se preocuparan de la imagen cuando ya de por sí era catastrófica con sus mesnadas de adolescentes uniformados, pero enfin...)  para el Frente de la Juventud bastaba con que alguien hubiera terminado en la cárcel para que mereciera el arrullo de la solidaridad militante. La que luego sería “señora de Pineda” se encargaba de coordinar la solidaridad con los presos (y alguno de ellos le escribía cartas en las que reproducía párrafos enteros de José Antonio Primo como si hubieran nacido de su propia pluma). Como en la legión, nadie preguntaba por qué coño tal o cual camarada había terminado en la cárcel: ya fuera por un palo en un super, por una agresión gratuita, por siete abogados apiolados en Atocha, o por que lo habían trincado colocando carteles del Frente, cualquier camarada encerrado era objeto de solidaridad. Se había pasado de un extremo a otro: de negar cualquier forma de solidaridad militante con presos, tal como era la práctica piñarista, a la de solidarizarse incluso con el caco Bonifacio si éste en un momento de su infancia perteneció a la OJE. Ni tanto, ni tan calvo, o como decía el Buda: si una cuerda no está tensa no suena, si se tensa demasiado, se rompe. En Fuerza Nueva no sonaba, en el Frente a fuerza de tensarla, se rompió y a muchos nos cogió en mala situación.
 
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Ultramemorias (VIII de X) Visicitudes políticas en la transición (13ª parte). Algunas pinceladas previas sobre el Frente de la Juventud

El Frente de la Juventud fue, sin ningún género de dudas, el grupo más agresivo de la ultraderecha en la transición. No se piense que estaba formado por descerebrados y vertebrado por líderes toscos o brabucones o simplemente por esbirros de tal o cual servicio policial. Los dos personajes más representativos en Madrid eran, sin duda, Pepe de las Heras, un antiguo veterano de las Defensas Universitarias, pasado luego a Fuerza Nueva, y Juan Ignacio Rodríguez que si nos tuviéramos que remontar a su primera militancia adolescente habría que decir que perdió la virginidad política –arrastrado por sus amigos de la época- en el Partido Comunista Obrero de España de Enrique Líster que, al parecer siempre estuvo bien acompañado (ya he contado que otro de los próximos al muy estalinista ex jefe del Quinto Regimiento en sus últimos años fue otro querido camarada).
 
El resto de militancia había hecho sus primeras armas en Fuerza Nueva y, por tanto eran jóvenes o muy jóvenes. Todos, sin excepción, echaos p’adelante y todos, incluidas las hembras de tronío, con  alta puntuación en el ranking virtual establecido por el cojonímetro. Por sus propias características no había lugar para cobardones en el seno del Frente de la Juventud. Para los que veníamos de haber aguantado unos años a alguien que podría ser definido como miedica entre los miedicas, y rajado entre los rajados, era todo un contraste encontrar a gente de mirada directa, carcajada insolente, choque de manos franco y entre cuyas costumbres no existiera la del retroceder ante nada. Todo eso se ha valorado siempre en las sociedades tradicionales de las que sentíamos formar parte. Juan Ignacio era un tipo que inspiraba confianza desde el primer momento en que lo conocías, daba la sensación de ser todo sinceridad y era de los personajes más directos y carusmáticos que he conocido. No creo exagerar si digo que era el mejor entre todos nosotros y, sin duda, el mejor que circulaba en aquella época en la ultra. Ya se sabe que los amados de los dioses mueren jóvenes.

A pesar de ser un tipo sincero, directo y sin complicaciones, era también alguien que tenía un instinto político para más desarrollado de lo normal. Con su afectuosidad características era difícil darse cuenta de la importancia de sus silencios, con sus comentarios que incitaban a menudo a la carcajada sobre tal o cual anécdota no se solía percibir que en el fondo de su personalidad maniobraba evitando exponer a sus camaradas bajo riesgos innecesarios. Ambos, tanto Pepe Las Heras como Juan Ignacio fueron extraordinariamente criticados por el partido al que habían servido lealmente en los años anteriores, Fuerza Nueva. De los mentideros de nacional-catolicismo surgieron contra ellos ataques que excedían con mucho lo calumnioso y que demostraban que, a fin de cuentas, un católico podía mentir a placer a la vista de que un arrepentimiento a tiempo le redimiría de cualquier hijoputez anterior que hubiera cometido. No era que un bel moriré honorase toda una vida sino que lo que se sostenía implícitamente en esos medios era que una vida de calumnias sería a la postre redimida por los santos oléos en el momento del espiche. Sobre Pepe Las Heras se dijo por activa y por pasiva que era “agente del Cesid” y sobre Juan Ignacio que “trabajaba para el Cesid”. En el Cesid les constaba que ni uno ni otro estaban en nómina, pero tendían a pensar que ambos trabajaban para la policía y que, por extensión, todo el Frente hacía otro tanto. Créanme que era así. Lo cierto es que Pepe conocía a todo lo que valía la pena conocer del Madrid ultra incluidos los servicios que estructuó Carrero Blanco, el SEDEC. Ya he dicho en otra ocasión que todos los que estudiamos en aquella época, y éramos anticomunistas (y en esto incluso a democristianos y socialdemócratas) antes o después fuímos contactados –y los que se dejaron, formados- por el SEDEC. No era por tanto raro que Pepe, que procedía de una estructura anterior, las Defensas Universitarias madrileñas, creadas antes de que el SEDEC existiera y que fueron sustituidas por la AUN (Acción Universitaria Nacional) en el curso 1969-70, hubiera conocido a capitancetes de esta organización que luego debieron pasar al CESID. Ahora bien, “conocer a” no quiere decir “trabajar para”. Pepe Las Heras no trabajaba para nadie más que para el partido al que había entregado su lealtad, durante unos años Fuerza Nueva, y tras la ruptura, el Frente de la Juventud. Y lo mismo cabe decir de Juan Ignacio al que le unían vínculos de amistad pre-políticos con el comisario Marín, uno de los implicados en la muerte del etarra Arregui en las peores semanas previas al 23-F.

Por otra parte, en aquella época todo era extremadamente confuso y era muy posible que hubiera gente dentro del aparato de seguridad del Estado que jugara con dos y hasta con tres barajas e incluso con ases de la baraja francesa y española en la manga por lo que pudiera resultar. Para muchos funcionarios de un cuerpo de seguridad del Estado, lo normal era cobrar del suyo, de otro que requería su colaboración y hacer juegos personales intentando quedar bien con todos incluso con aquellos a los que espiaba, provocaba o simplemente engañaba. Eso explica muchas de las confusiones que se produjeron, especialmente en Madrid –capital de todo el empastre de servicios interactuando con ultras, militares golpeteros y para colmo amigos de la guardia civil montando festivales a go-gó. Y todo esto con un Blas que si lo oías parecía que el país quedaría descalabrado de un momento a otro por el separatismo, los comunistas de carné y los “lobos con piel de cordero”, peores que ellos, que eran los del PSOE. Asistir a uno de esos mítines, con la parafernalia de los años treinta redivida, con una retórica inflamada de patriotismo ultramontano, henchida de fervor católico más allá del papismo y saturada de escatología y catastrofismo, era una experiencia inolvidable. Luego, claro está, como el discurso no terminaba con la definición de estrategias (es muy probableme que Blas no tuviera claro jamás qué quería decir la palabra “estrategia” en política) la gente salía alarmada y dispuesta a hacer cualquier cosa para “salvar a España”. Por eso en torno a Fuerza Nueva ocurrieron tantos y tantos incidentes violentos: quien conoce la estrategia de su partido, sabe cómo actuar en cualquier momento, quien cree que esto se hunde, no tiene tiempo de plantearse qué hacer, sino de hacerlo a la voz de ya, guiado por su  propio entender. Así que los chavales salían de un mitin ultra, veían a un melenudo y le daban matarile. Pasaban ante la sede del PSOE y creían que allí se había instalado alguna cheka dirigida por el mismísimo Andropov. Sucedieron episodios bochornosos y trágicos en los años que mediaron entre las segundas elecciones democráticas y el 23-F.

En ese momento ya se habían cerrado los pactos de la transición que implicaban –lo ignorábamos entonces- el acoso y derribo de los restos de la ultraderecha y el impiderles formar una opción política a la derecha de Alianza Popular. Así pues, existieron maniobras provocadoras contra la extrema-derecha desde el arranque mismo de la transición hasta los días antes de las elecciones de 1982 que dieron la victoria al felipismo. Es difícil establecer cuando terminó la transición: realmente debería ser con la aprobación de la constitución de 1978, oficialmente con el golpe-trampa del 23-F y realmente con las elecciones que entronizaron a Felipe González. A partir de ese momento se inician los “años de la corrupción”, más tarde la “pasada por la derecha” y luego el “quinquenio negro” en el que estamos. A eso se pueden reducir los últimos 30 años en la vida de España y en eso ha consistido la tragedia de este país sin remedio y sin esperanza.

En este panorama lo único que le faltaba a la ultra eran dirigentes poco hábiles y un vacío absoluto en el sitial de los estrategas. Eso fue lo que tuvimos y por eso la ultraderecha ni pesó entonces, ni la resaca de la época le permitirá volver a pesar jamás. En un partido de “derecha nacional”, “a la Europea”, gentes como Juan Ignacio o Pepe Las Heras, hubieran llegado lejos, tenían la suficiente energía interior como para imponerse a la bandada de catolicarras tan piadosos como falsos, a los cobardones oportunistas sin escrúpulos que nunca faltan en estos pagos y a la mediocridad general propia de todo partido en democracia, y todo esto con una ventaja: eran buenas personas, la traición no entraba en sus planes y vender a un camarada era para ellos el peor de los delitos que les hubiera abochornado a sí mismos. Por eso, soporté y soporto mal que se hable de ellos como “chivatillos”, como “agentes de presidencia” y como “parapoliciales”.

El membrillo que movió al mundo

Debió ser hacia finales de 1977 cuando Blas Piñar había dado un mitin en Logroño. Por esa época el tesorero del partido, don Ángel Ortuño, un antiguo consejero de La Papelera Española proponía la compra por 100 millones de la época del antiguo edificio de esta empresa, un viejo caserón como sede del partido. Se trataba a todas luces de una compra desmesurada. Ni el partido era tan grande, ni precisaba una sede tan faraónica. Ambos episodios, el mitin de Logroño y la sede, interactuaron para que la Sección C, parte de Fuerza Nueva, la delegación Vallisoletana y el secretario general del partido terminaran dejando plantado a Blas.

En Logroño ocurrió un episodio de “gran calado” nunca jamás aclarado que estuvo en el arranque la guerra de guerrillas interior. Como solía ocurrir en ese partido de tintes muy formalistas y burgueses, cuando Blas acudía a dar algún mitin, la delegación le solía obsequiar con algún presente de interés regional. En Logroño le obsequiaron, claro, con un membrillo. Un fenomenal, esplendoroso y suculento membrillo. En la vorágine de esas situaciones, Blas y su esposa perdieron de vista el dichoso membrillo. Era normal, a fin de cuentas no se trataba de dar un discurso patriótico enarbolando un membrillo ante el auditorio, ni tampoco dejar a la vista de la platea el membrillo sobre la mesa presidencial. Así que se lo dieron a un chaval y el membrillo desapareció. Ya desde esa misma noche, en la capital riojana, el membrillo dio que hablar. Al parecer, Doña Carmen Gutierrez de Piñar y alguna otra dama ilustre del partido achaban a los de la Sección C infidelidad en la custodia del membrillo. Sea como fuere, Pepe las Heras y Juan Ignacio, años después de este chusco episodio me juraban y perjuraban que no tenían ni la más remota idea de lo que se había hecho con el membrillo. Y no hay motivo para descreer sus afirmaciones.

El episodio del membrillo menoscabó el concepto que la cúpula del partido tenía en los muchachos de la Sección C. A partir de entonces, fueron colocados en el índice y vistos como gentes de poco fiar que anteponían el buen yantar a la lealtad debida al “caudillo del Tajo”. Sí, por que en aquellos años (entre 1972 y 1979) circulaba una leyenda dentro del partido. Una profecía mariana de dudoso origen –que luego pertenecería al magma ultramontano que terminó dando origen a la secta de El Palmar de Troya- consideraba a Blas Piñar poco menos que “el elegido” por la providencia, para salvar a España –“nacerá un caudillo al pie del Tajo que salvará a España y a Europa…”, Blas era toledano, ergo…- la profecía no se expresaba ni en la revista ni en las reuniones del partido, pero sí circulaba, especialmente en los ambientes madrileños y mucho más a nivel del entorno más próximo a los Piñar. Como se podía intuir a un “caudillo” elegido por la providencia no se chuleaba un membrillo así como así.

Para colmo, por tosca que fuera la reflexión estratégica del partido, empezaba a haber divergencias. Pepe Las Heras, por su posición, era perfectamente consciente de que comprar una sede faraónica, desmesurada y de difícil mantenimiento, iba a suponer un lastre para el partido que tampoco nadaba en la abundancia. Por otra parte, ni AP, ni UCD, ni el PSOE, tenían en aquella época edificios de esa magnitud a pesar de que por sus dimensiones les correspondían. Pepe y Juan Ignacio estaban a pie de obra en la vida del partido, tenían las más altas responsabilidades militantes y eran, sin lugar a dudas, los que estaban más cerca de los militantes de base. Sabían por ejemplo que el partido crecía mucho menos en el Barrio de Salamanca que en los barrios populares y que era allí en donde se necesitaban sedes. La administración cabía perfectamente en los locales de Núñez de Balboa. Con los 100 millones que costaba la nueva sede se podían comprar más de 40 locales de barrio y convertirlos en centros de expansión del partido. Así pues las estrategias eran dos: la de la fantasía “ostentórea” de la cúpula y aquella otra del realismo de las bases: por que, a fin de cuentas, en los barrios eran en donde se votaba, era en los barrios era de donde salían los candidatos y no en cúpulas perdidas en profecías y en consideraciones místicas, escatológicas y milenaristas que siempre han sido malas amigas de la política real. Era cuestión de tiempo que ambos puntos de vista terminaran por chocar. Y si a eso añadimos el episodio del membrillo, la suerta estaba echada…

Ganó Ortuño, aquel santo varón valenciano que le colocó el edificio a Blas, seguramente con la coletilla de que Dios proveería. Aquello fue un error de dimensiones incalculables que se pagó en los años siguientes, no solo con la escisión sino con un partido enfeudado en su sede desmesurada y con cada vez menos contacto con los problemas de la España real. Se reformó todo el edificio. Los chicos de la Sección C propusieron que en los sótanos se creada un corredor de tiro. Naturalmente, el centro orgánico de la sede era la capilla. Cada tarde un pánfilo infante con la casulla propia del monaguillo de posguerra, puntillas y puñetas incluidas, recorrían los largos corredores de la sede, agitando la campanilla y llamando a la misa de 20:00 horas. Si alguien quería hacer carrera dentro del partido, debía posar en las primeras hileras de bancos. No hacerlo equivalía a hacerse sospechoso de la falta de fe necesaria para el proyecto político-religioso del caudillo del Tajo. Decenas de despachos hacían que incluso los “jefes de línea” tuvieran el suyo a pesar de lo irrelevante de su cometido (la responsabilidad de 30 militantes), y dado que no tenían una misión clara, ni línea política, el despacho se convertía en un local de maledicencias, macutazos e ineficacias varias y, por supuesto, miradas lánguidas, manoseos y algún que otro aquí te pillo aquí te mato. Se colocó una lápida en el hall en honor al “primer caído de Fuerza Nueva de Madrid”, del que se decía que había sido víctima de un “atentado rojo” durante la campaña electoral del 79. Se trataba, en efecto, de uno de los militantes más fieles a Blas al que, colgando carteles, un coche se lo llevó por delante. Luego resulto que el “atentado rojo” no lo había sido tanto y que el volante homicida estaba en manos de otro simpatizante del partido que aquella desgraciada noche se había metido más cubatas entre pecho y espalda de los que podía soportar.

Fuerza Nueva no tenía suerte con las lápidas. En Madrid había un militante al que todos llamábamos “el marmól”, no en vano se dedicaba al lúgubre oficio de cincelar lápidas de cementerio. Se le encargó “al mármol” una lápida en honor de Blas en el que tenía que poner aquella frase de José Antonio Primo que decía: “La vida no vale la pena si no es para quemarla al servicio de una empresa grande”. Y “el mármol” afrontó el pedido con el entusiasmo que correspondía a un esforzado militante del partido, sólo que una semana después al traer la lápida, su falta de preparación política e incluso cierto déficit cultural le había inducido a poner por conveniencias de la disposición de las letras: “La vida no vale la pena si no es para quemarla al servicio de una fábrica grande”. Al parecer la "m" de empresa ocupaba demasiado. Y “el mármol” extrañado ante la reacción iracunda de los presentes se escudaba confuso: “pero, vamos a ver, ¿no es lo mismo una “empresa” que una “fábrica””… anécdota chusca pero real que precedió sólo unos meses a la gran ruptura.

Me dieron varias versiones de los momentos previos de la escisión, incluida una con reparto de bofetadas en el interior del local de Fuerza Nueva en la que los receptores máximos fueron los pobres chicos de Fuerza Joven cuyo pecado era no entender nada de lo que pasaba. Indudablemente, el cuadro que he pintado de Fuerza Nueva es incompleto y estoy seguro de que algún valor deberían encarnar los miembros del partido, pero no me pregunten cuál era. Soy perfectamente consciente de que peco de subjetividad, pero no me lo reprochen. Dos personas han hecho imposible –y tal es la tesis que va subyaciendo a medida que repaso todos estos episodios- la existencia de un partido de la derecha nacional en España. Uno es Blas Pilar. Otro Antonio Tejero. Ni uno ni otro se han creído obligados jamás a realizar autocrítica de su gestión en aquellos años, como máximo Blas ha redactado unos gruesos volúmenes de sus memorias en donde demuestra la minuciosidad propia del notario, a menudo intrascendente y en toda aquella caterva de datos y de referencias exactas en fecha y hora, lo que se deja sentir es la ausencia de una autocrítica global y sincera. Ya sé que a Blas, la palabra “autocrítica” le abre ronchones y le produce escoceduras, decantándose por aquella otra que está más próxima a su fe, la de “examen de conciencia”. Pero un examen autocrítico (por que eso es, en el fondo) de este tipo implica, le llames como le llames, reconocer los propios errores, las propias limitaciones y las carencias de un partido que, a fin de cuentas, todo él fue un completo disparate, empezando por lo doctrinal.
 
Blas tomó la parte por el todo, desconociendo que Franco fue el pragmatismo personificado y que su régimen fue un permanente adaptacionismo a las condiciones siempre cambiantes de un mundo en continua mutación, Blas, como decía, se identificó con el nacional-catolicismo que fue el norte ideológico del régimen tras la derrota de Stalingrado y hasta el abrazo con Eisenhower. En ese período de unos 13 años, Franco dejó atrás el “falangismo imperial” anterior de 1943 que le había servido para establecer puentes con el Eje y precedió al desarrollismo opusdeista que inauguraría una nueva etapa en la vida del régimen tras la bienvenida a mister Marshall. El gran error político de Blas fue extrapolar ese período de 13 años a un ciclo de 40 y terminaron presentando su versión personal y subjetiva del franquismo como la única aceptable... cuando ya ni siquiera el Vaticano aceptaba en política nada más que la democracia cristiana. A partir de ahí, era imposible interpretar cualquier evolución del régimen posterior a la muerte de Franco… que implicaba explicar por qué el propio Carrero Blanco –que no era precisamente un liberal cualquiera- ya propuso en vida una evolución del régimen hacia la democracia limitada.

Si a esto unimos que esta posición era sostenida ostentando un rigorismo católico desusado en la sociedad española de la época (la Conferencia Episcopal en aquellos años no tuvo más que dos o tres monseñores que coincidieran con la visión del catolicismo de Fuerza  Nueva) se entiende el fracaso del “blasismo”. El último servicio que Blas hubiera debido aportar a su grey era la autocrítica: “me he equivocado en esto y en lo otro, así que ya sabéis por donde no tenéis que andar”. En lugar de decir esto, echó la culpa de un fracaso que a él le correspondía en primer lugar, responsabilizando del destrozo a la Iglesia, a la patronal y al ejército… Sin comentarios. Y para colmo, disolvió el partido. E hizo aún algo peor: lo volvió a reconstruir un lustro después, exactamente con la misma fisonomía de lo que había fracasado. Pero aún hizo algo todavía más imprevisible: a la vista del éxito (Blas debió olvidar nuestra tesis estratégica sobre la “fractura vertical dentro del sistema” cuando le decía: “contra más tiempo pase, más atrás quedará el franquismo y menos política se podrá hacer con la etiqueta franquista”), disolvió su segundo partido. Y no contentos con esto, cuando la generación familiar siguiente de los Piñar volvió a creer que la provindencia les había investido la santa misión de salvar a España, no dudaron en reconstruir otra sigla de fortuna (AES en este nuevo salto mortal) con la bendición de Blas que, en el fondo, era exactamente lo mismo que las dos siglas anteriores. A la tercera va la vencida, debieron pensar y, o el espíritu santo demuestra de una jodida vez su eficacia o bien espero que estos santos varones terminen por comprender que en la lucha política más vale creer en los análisis de un buen secretario general que en los buenos oficios del espíritu santo y de las otras dos ramas de la Trinidad.
Los chicos de la Sección C, que eran hombres de su tiempo, jóvenes que estaban creciendo con la transición y que no asociaban el franquismo más que a algunos recuerdos de su adolescencia, no podían sino terminar chocando con aquellos poderes fácticos anidados en el entorno de Blas y que hacían de Fuerza Nueva, el partido menos democrático de la España democrática, en la que el “congreso” se sustituía por la “reunión de delegados” y estos los elegía la cúpula en función de criterios tales como la fortunita personal, la fila de bancos en donde se sentaba el susodicho en sus visitas a Madrid o, simplemente, el tamaño del membrillo o del regalo recurrente. También había nepotismo (el cáncer de Andalucía volvió a serlo en Fuerza Nueva con la saga de los Del Nido controlando la totalidad del aparato), cierto desenfoque ingenuo-oportunista (un tal Cutillas fue nombrado gran capitoste de Fuerza Joven simplemente por el hecho de que su padre era propietario de una de las constructoras más activas en la época, que cotizaba para AP, pero del que Blas nunca perdió la esperanza de que podría terminar recibiendo sus fondos si el vástago de los Cutillas pasaba a ser jefe de Fuerza Joven con el único mérito –y lo puedo asegurar- de ser hijo de su padre) y un completo desmadre que, al menos, la energía y el prestigio militante de los Juan Ignacio o de los Pepe Las Heras, y sus experiencias políticas pasadas, habían contenido. Fue precisamente cuando estos se largaron asqueados del partido, cuando la olla de grillos alcanzó su máximo apogeo y todo terminó por descontrolarse: aparecieron extraños “grupos de acción” (los 4+1) en algunos locales que terminaron creando más problemas que otra cosa y cuyo episodio emblemático fue el asesinato de una pobre chica trotskista, Yolanda González, cuatro político del PST, una escisión de las Juventudes Socialistas.
 
Estaba en París en 1978 cuando pude leer una noticia publicada en Le Monde: “Los ultras asaltan la facultad de Derecho de Madrid”. Se mezclaba al Frente de la Juventud, a la Primera Línea de FE-JONS y al Frente de la Juventud, indiscriminadamente. En realidad, el asalto –que efectivamente se produjo- fue capitaneado por Fuerza Joven y más en concreto por el que en la época era uno de los yernos de Blas, en un intento de jugar la carta activista, no fuera a ser que los del Frente de la Juventud se quedaran con ese sector militante… el problema era que el Frente no aspiraba a tener buena imagen de cara a unas elecciones, y en cambio Fuerza Nueva debía de haber cuidado mucho más este aspecto. Digámoslo ya: si Fuerza Nueva tuvo una imagen catastrófica durante toda la transición, fue por méritos propios tanto como por el enfangamiento de que fue objeto por parte de los medios fieles a los pactos de la Transición. Cuando en un partido existe desmadre organizativo, la formación de los militantes se reduce a cero, no hay programa, no hay estrategia y solamente unos cuantos dirigentes de prestigio activista frenan a las bases y les imponen autocontención, cuando esos dirigentes faltan, las compuertas que impedían que la olla de grillos saltara por los aires y el partido se convirtiera  en un problema para sus propios militantes. Esto ocurrió al producirse la escisión del Frente de la Juventud. Los que se quedaron y los que emergieron luego carecían de “prestigio militante”, entre “nipotes”, entre hijos de papá colocados estratégicamente para sablear al papá y entre gentes que desconocían lo que era el activismo. Algunos creían que con una carta de Blas en el bolsillo iban a obtener inmediatamente el respeto de las bases –por definición difícilmente controlables-. Todo esto hizo que en los meses que precedieron al Caso Yolanda y que llegaron hasta la disolución del partido, el desmadre orgánico, la indisciplina de las bases (mucho más peligrosa en la medida en la que estaban fanatizadas por el verbo inflamado de Blas, pero carecían de salidas y propuestas estratégicas), terminaran actuando en sinergia y sepultando a un partido que pudo ser y no fue.

También para los militantes de la Sección C, para Pepe Las Heras, para los camaradas que se fueron en aquel momento, abandonar la nave piñarista constituyó una liberación. Blas, hasta entonces respetado, a pesar del episodio del membrillo, se convirtió en objeto de risotadas y chascarrillos. El partido ni siquiera había sido capaz de darles un  programa de gobierno, un paradigma de sus propuestas. Desde la modestia del FJ hicimos todo lo posible para dotar al medio ultra de un remedo de programa basado en tres puntos: “Gobierno dimisión”, “Gobierno de salvación nacional compuesto por técnicos y expertos” y “Disolución de las instituciones creadas desde 1977”). Era poco, ni siquiera era creíble, pero bastante más de la catarata de juicios catrastrofistas y a la tendencia escatológica inherente al piñarismo que jamás cristalizaron en ningún programa comprensible. Lo sorprendente no es que los dirigentes no lo redactaran, lo realmente impresionante es que la base militante de Fuerza Nueva jamás se lo exigiera, ni delegado provincial alguno se plantara obligando a Blas a elaborar algo parecido.

Lo primero que los escindidos hicieron fue proverse de un local. Debía de estar cerca de la antigua sede de Núñez de Balboa, en el Barrio de Salamanca, en plena “zona nacional”, a cientocincuenta metros, para colmo, de donde Carrero había saltado por los aires. Para más INRI, el local estaba a tres pisos de distancia del Centro Cubano de Madrid en donde se pregonaba -con razón- que se servían los mojitos más ricos de Madrid. Y doy fe de que era así. El último piso del edificio que debió ser de los construidos por el propio Marqués de Salamanca, no era tan “noble” como los cuatro inferiores. El techo era bajo, hacía mucho calor en verano y un frío graciar en invierno. Era pequeño y tosco. Mal decorado y peor amueblado. El retrere era ominoso. El escritorio más moderno debía datar del “bienio negro” o acaso de la dictadura de Berenguer. No había ascensor, así que llegabas con la lengua fuera. Dentro siempre había camaradas que iban y venían, muchos de uniforme como resaca del fuerzanuevismo del que procedían. De tanto en tanto se oía un ruido seco, como si una pistola cayera al suelo y cuando te volvías resultaba que era, efectivamente, una pistola –a la sazón habitualmente alguno de los revólveres Arminius del 38 del que, luego lo supe, se había comprado una treintena- de frío acero se había estrellado contra el parqué. Habían chicas, muchas y majas. A algunas las recuerdo como las chicas más majas de Madrid. Y en todos los sentidos: buenas camaradas, agradables, afables, educadas y de formas rotundas o que siempre, en todos los casos, albergaban alguno o muchos encantos.

¿Cómo no íbamos a afiliarnos al Frente de la Juventud? Tenía lo que buscábamos: hybris activista, jefes enérgicos y con prestigio militante alejados del nacional-pacatismo blasista o del no-te-muevas-que-es-peor de Graells, mujeres bravas y militantes que no dudaban en ir a donde nadie en la ultraderecha se había atrevido a llegar. ¿Cómo los autotitulados “Patriotas Autónomos” no íbamos a afiliarnos a un grupo que era lo que para nosotros constituía el “ideal” adrenalínico que requeróia nuestra insultalte y agresiva juventud? Algunos experimentábamos en aquella época la necesidad de quemarnos de una vez por todas y para siempre por un ideal. El Frente de la Juventud no dio esa posibilidad.

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Ultramemorias (VIII de X) Visicitudes políticas en la transición (12ª parte). "Patriotas Autónomos" o la hybris del activismo

No éramos más de 25, rebañando las agendas. Dentro del FNJ se habrían quedado otros 25. ¿Y el resto? Evaporados como en una fórmula química en la que el ácido acético cae sobre una masa de bicarbonato sódico, genera una efervescencia puntual que emite gas dióxido de carbono… y tras unos instante de turbulencia, todo queda convertido en una balsa de aceite, en la que los elementos iniciales han perdido su capacidad de operar otros cambios químicos y buena parte de ellos o se ha evaporado en forma de CO2 o bien se ha transformado en agua sucia. Eso fue lo que quedó del FNJ tras la crisis: nada. La mayoría vaporizado y el resto convertido en corriente de agua en dirección a sus domicilios particulares de donde casi ninguno volvería. Sólo unos 25 nos fuimos (o nos echaron, que siempre sobre estos extremos existen las más serias dudas) y otros 25 se quedaron. A partir de aquí las rutas se diversificarían. Quizás una docena (pero no mucho más de una docena) de los que se quedaron terminaron yéndose unas pocas semanas después y, finalmente, logramos estabilizar algo que, por definicón, no era estabilizable. Se trató de la formación de transición, efímera e informal, tras la que nos atrincheramos antes de ingresar en el Frente de la Juventud y que atendía al nombre de “Patriotas Autónomos”. Así que precedimos en unos cinco años a cualquier otro en el uso de la “autonomía” para definir que íbamos a hacer lo que nos salía de los cojones. Sí, por que, a partir de ese momento y en los próximos años, el cojonímetro pasaba a ser la medida de toda la “eficacia”.

Seguramente fuimos a parar a esta actitud bronca y desmadrada por rechazo a lo que habíamos visto en los dos años anteriores: un partidito formalito y redondito, pequeñito él, que hacía cosas que jamás dieron que hablar o muy poco. Cuando se producen situaciones larvarias de tensión interior en un partido ultra, finalmente, los que lo abandonan, sienten una sensación de liberación y como si tuvieran ganas de recuperar el tiempo perdido, se dedican a un desenfreno activista que ningún dique es capaz de contener. Las nociones de estrategia, de objetivos políticos, la formación de una clase política dirigente, los criterios organizativos, todo eso, parece saltar por los aires y uno lo único que se dedica es a agotarse en un activismo frenético y sin más sentido que el desahogo y el éxtasis adrenalínico. Afortunadamente aquel período fue breve, porque de haberse prolongado todos hubiéramos terminado descalabrados.

Los “Patriotas Autónomos”, íbamos de radicales entre los radicales, de duros entre los marmóreos y más activos que un turbodiesel intercooler con doble inyección, o así. Ninguno de nosotros estaba con una economía como para echar cohetes, así que tendíamos al activismo de baratillo. Llenar ocho o diez cócteles molotov en aquellos tiempos de petróleo barato era una posibilidad a considerar. Así que los llenamos y preparamos para arrojarlos en la sede de un partido que se nos antojaba como de los más payasos de la ultrafizquierda: el PCE(m-l). Tenían su sede en la calle de Aragón, frente al Colegio Reyes Católicos. Yo vivía en la época a 100 metros de allí y todos mis hijos fueron al colegio público situado justo en frente (hasta que dejé de creer en la enseñanza estatal a la vista de los destrozos ocasionados optando por meter a las criaturas en las Esclavas  (acaso puteadas) del Sagrado Corazón.) El PCE(m-l) [véase una historia de esta formación en estas mismas páginas de Infokrisis, porque no tiene desperdicio] tenía su sede en un primer piso con balcón que iba a dar a la calle de Aragón. Aquello noche tenían la luz encendida a altas horas de la noche. Tanto peor para "el comité central". Les arrojamos una decena de cócteles molotov tamaño utilitario, alguno de los cuales no alcanzó su objetivo rebotó contra la fechada estallando en la calzada. Yo mismo sentí el calor de la llama, como si una estufa te relamiera la cara. El mío entró y dejó la huella del hollín en la fachada. Creo que algún medio se hizo eco del atentado (que el PCE(m-l) aireó como una forma de salir del anonimato en el que se encontraba desde que el FRAP se hubiera extinguido entre detenciones, fusilamientos y aromas de actividad frenética de servicios en su interior).

Así nos estrenamos los “Patriotas Autónomos”. La adrenalina liberada en aquellos segundos valía por toda la modorra de los años del FNJ. En aquel momento no nos estábamos dando cuenta pero habíamos cambiado de “estrategia”. Si en el FNJ de lo que se trataba era de “crear cuadros” y hacernos la ilusión de que con unos documentos aparentemente serios y con cursos de formación, nuestros cuadros estarían mejor capacitados que los de otros grupos ultras, ahora se había emprendido un camino diferente. Verán. El formalismo del FNJ sirvió para poco: cuando los cuadros estaban formados… se iban a su casa, pillaban novia, acababan los estudios, se iban a la mili o desaparecían sin dejar señas. Así que ¿para qué formar cuadros? Si, en el fondo, la inmensa mayoría de activistas ultras solamente iban a permanecer en activo año o año y medio, dos como máximo, lo esencial –y en esto radicaba la “nueva estrategia”- consistía en aplicar la teoría del limón: exprimir al militante para que entregara todo su potencial activista durante los meses que permanecería en activo y luego, cuando se fuera a casa, ya habría sido sustituido por otros que le sustituirían en ardor guerrero, amor patrio y corazón henchido.

No es que en aquel momento fuéramos completamente conscientes ni hubiéramos enunciado expresamente esta teoría organizativo… pero así era. Como rechazo a la etapa anterior del FNJ, a partir de ahora, iba a haber, durante un año y medio poca reflexión y mucha aplicación del cojonímetro. Lo que en mi version finolisis calificaría como hybris activista, la desmesura y el despiporre de la acción.

La acción siguiente fue simbólica para éste que suscribe y al que algún mendrugo trata de “prosionista”. Estaba una mañana en la universidad repasando un libro sobre la historia de Barcelona cuando leí que en un edifició del Call, existía una inscripción judía del siglo XII y que venían judíos norteamericanos de viaje para rendirle una especie de culto fetichista. Inmediatamente lo vi como “objetivo militar”. Y allí estábamos esa misma noche unos cuantos “Patriotas Autónomos” con un saco de portland, una gaveta de peón albañil y demás instrumentos del oficio plantados ante la lápida judía con la sana intención de dejarla plana a ver si los “yanqui-sionistas”, como les decíamos en la época, se llevaban un buen chasco.

Como siempre, hubo problemas. La falta de fuentes públicas en la Barcelona del Call era endémica. Creo recordar que tuvimos que comprar un litro de agua mineral  con gas (la única que tenían a la venta) para hacer la mezcla. Para colmo, luego, no se adhería a la piedra. Estudiantes, recién licenciados y funcionarios, ninguno de nosotros de nosotros tenía la experiencia de probo proletario así que tuvimos que aprender sobre la marcha. Al final, efectivamente, caímos en la cuenta de que echando algo de agua sobre la piedra, el portland se adheriría mejor. Nos fuimos dejando casi la piedra pulida e irreconocible, con la sensación de haber hecho otra gran machada. El cojonímetro seguía su curso.

Realmente, aquella acción de entre todas las de los “Patriotas Autónomos” fue quizás la más miserable, la más intemperante y que definía mejor nuestro estado de confusión activista. Años después, en mi libro Guía de la Barcelona Mágica, me tocó escribir sobre las leyendas del Call, el kahal, el barrio judío de mi ciudad y lamenté profundamente ser autor “intelectual” de aquel destrozo. No sé como diablos se me ocurrió pensar en atentar contra una de las piedras más antiguas  y evocadoras de mi ciudad.  Yo no tengo la coartada que suelen tener los asesinos en Brasil cuando dicen aquello de que "que no fui yo señor juez, que fue cachaza...", (un licor bastante infame que embruteca tanto como una samba mil veces repetida). En compensación rebañé las leyendas tradicionales del Call barcelonés en una de los capítulos de mi libro que creo más completos. Cuando lo pienso ni creo que fuera una acción “antisionista”, ni mucho menos que tuviera algún contenido político. Fue una gamberrada pura y simple, como la de aquellos chicos que arrancan una señal de tráfico y se la llevan a casa, o como aquellos otros que con un spray dejan su firma en el lugar más visible e inoportuno: nuestra firma, la de los “Patriotas Autónomos” era gris como el portland y plana como nuestro proyecto político. Y aún hubo más acciones.

Fuerza Nueva, en aquella época, en Barcelona estaba relativamente bien dirigida por un antiguo miembro de la LCR que vió la verdad y la luz del patriotismo nacional-católico y consiguió dar algo de cuerpo al piñarismo lugareño. No recuerdo con qué excusa, Fuerza  Nueva convocó una manifestación. Era importante porque sería la primera (y creo que la única vez) que este partido saldría a la calle en aquella ciudad. No dudábamos que habría mucha gente y era un buen momento para dar “el campanazo”. Por aquellas fechas habían ocurrido ya los asesinatos de ETA sobre dos personas que no tenían nada que ver con la ultraderecha pero que habían sido “delatados” por un ex policía nacional que realizó sus confidencias al periodista de Interviu Xavier Vinader. No albergábamos la menor duda de que Vinader había publicado esas informaciones sin comprobarlas e, incluso, a sabiendas de que eran falsas, con tal de alimentar el antifascismo de la época. Era, más o menos así. Años después, cuando por casualidades de la vida conocí a Vinader, hablamos en varias ocasiones sobre este tema que para él también tuvo algún perjuicio. Me pareció entender que Vinader realizó un hábil dribling explicándome que a él simplemente, su director, le ordenó que entrevistara al tipo aquel y él se limitó a grabar la entrevista, recoger lo esencial y presentársela al director, explicándole que todo aquello no tenía mucha verosimilitud. Pero, en aquel tiempo todo estaba permitido, aun cuando costara la vida a la gente: “Si han sido asesinados por ETA, algo habrán hecho”. Y este era el asunto: que no habían hecho nada, porque  por no ser ni siquiera eran simpatizantes ultras, sino simplemente personas que se habían cruzado en la vida de un policía armado alucinado  y desaprensivo que, a falta de dinero, había vendido información averiada a Interviu. Así que realizamos un monigote como remedo del pobre Vinader, lo paseamos en medio de la manifestación en lo alto de una horca y al llegar al recientemente desmantelado monumento a José Antonio, encima del mismo, lo quemamos entre los aplausos y el alborozo de los 14.000 manifestantes (por fueron 14.000 en un tiempo en el que el 11 de septiembre ya había dejado de movilizar masas y nadie era capaz en la Ciudad Condal de poner en la calle a este número de personas).

El patriotismo en la época estaba a flor de piel en Barcelona. Al pasar frente a unos puticlubs, las chicas salieron a vitorearnos y los “Patriotas Autónomos” les invitamos a que se sumaran, no sin cierta hostilidad de algunos santos varanes y el entusiasmo morboso de otros. Dos años después, un camarada, habitual de puticlubs y discotecas de alto voltaje erótico, consiguió que dos docenas de travestís firmaran el llamamiento para la constitución de Juntas Españolas. Decididamente, la vida golfa y el patriotismo siempre han tenido nexos comunes mal que les pese a los exponentes del más puro nacional-catolicismo.

En aquella ocasión, pude ver como la policía se movilizaba para identificarnos. En la confusión no pudieron detener –ni, por lo demás, se atrevieron a hacerlo- a los camaradas que habían quemado a Vinader en efigie. Pero era una mala señal: en pocos días empezábamos a tener fama de desmadrados, de ser capaces de cualquier barbaridad para hacer competir en el cojonímetro. No pasaron dos días sin que un nuevo episodio volviera a precipitar baldes de adrenalina sobre nuestro riego sanguíneo.

Esta vez fue en las Ramblas. Había una manifestación antifascista. Desde los incidentes de dos años antes en el “Jueves Negro”, despreciábamos al antifascismo que solamente se atrevía a agredir a elementos aislados, tirar unas piedras furtivas sobre una fachada y salir cortando al grito desvahído de “fascistas asesinos” que, por algún  motivo solamente enarbolaban cuando tenían la seguridad de que el "fascista" de enfrente es cualquier cosa menos un asesino. No creo que a Al Capone  se lo hubieran gritado estos "héroes del antifascismo".  Afirmábamos gustosos que a los “antifascistas” solamente les habíamos visto el culo, por que siempre corrían delante nuestro. De entre toda la izquierda, los que entre nosotros tenían más fama de cobardones y gallináceos eran los independentistas catalanes. Pero a diferencia de los antifascistas a los que les podíamos oler el culo (iban camino de mutar de "antifascistas" a simplemente "guarros"),  los independentistas corrían bastante más incluso en proporciones de 10 a 1. De hecho, de toda la izquierda solamente respetábamos al Movimiento Comunista de España, que nos hacía frente. En la plaza de Catalunya tuvimos tiempo atrás un enfrentamiento fortuito con ellos y al acabar la ensalada de hostias por aquí y por allí, dispersos en el suelo quedaron gafas de todo tipo, fragmentos de gafas y, fue curioso, porque las mías despacieron por completo. Y eso cuando se tienen seis dioptrías es un problema.
 
A todo esto, habíamos aprendido a hacer bombas de humo rudimentarias. Como siempre en estos casos, la movilización fue precedida por la compra de una caja de latas de cerveza que conveniente engullidas, fueron convertidas en fumígenas. Los incidentes empezaron pronto. Uno de los nuestros lanzó una bomba de humo sobre el grueso de los antifascistas, pero, por algún motivo, estalló en el aire y no precisamente dando humo, sino con una explosión como de traca verbenera, a lo que se unió un lanzamiento de esquirlas incendiadas en todas direcciones. Los antifas –y los transeúntes, que casi había mas- se arrojaron al suelo, se pisotearon unos a otros y seguramente alguno que vivió el “Jueves Negro” debió pensar que las Ramblas empezaban a ser un mal escenario para el ejercicio de su profesión de fe. Lo sorprendente fue que ni hubo heridos ni detenidos no tanto por nuestra actitud como por la avalancha humana que se formó.
 
Estas cosas nos satisfacían, pero, como todo, a fuerza de descargar más y más adrenalina, llegó un momento en el que era necesario decir: “¿Qué tal si paramos un poco?”. Total, ya habíamos demostrado que, a pesar de los años del FNJ que discurrieron como una balsa de aceite, éramos capaces de dar y de dar duro.. Estábamos en forma, como nunca. Eso era vida. Eso era propinarnos chute tras chute de adrenalina. Estoy seguro de que en aquella época algunos se sintieron vivos como nunca volverían a sentirse. El riesgo era que nos ocurriera como dos años y medio antes ya le había ocurrido a Bosh y a sus alegres muchachos del JEP: que la policía les había dado cancha y en el momento en que precisaron unos culpables perfectos les encolomaron ominosamente el Caso Papus en el que -no está de más repetirlo- fueron completamente ajenos.

Entre tanto activismo casi se nos había olvidado que uno de los puntos de fricción con Graells, sólo un mes antes, había sido la relación con los del Frente de la Juventud en Madrid y allí estaban todavía esperándonos. En algún momento teníamos que ir a establecer el primer contacto que, a la postre, debería convertirse en un amor a primera vista. Ellos, dita sea, también funcionaban cojonímetro en mano. Esas cosas unen mucho. El comandante Borghese nos decía aquello de que "sólo la acción une". Especialmente cuando la adrenalina tiraba de nosotros como una yunta de bueyes en aquel inicio de la primavera de 1979, cuarto de la transición.

En una Ducatti 500 bicilíndrica, lo más sofisticado en concepto de motocicletas de turismo en la época, que alcanzaba con un simple golpe de gas los 160 por hora, otro camarada y yo fuimos primero a Valencia y luego a Madrid, creo que sin casco o con el casco bajo el brazo. Para matarnos. El paquete diez minutos antes de llegar a Madrid se derrumbó: la estrechez del sillín de la Ducatti –y no otra cosa- le había reventado el culo prácticamente. El periplo valenciano tuvo algo de inolvidable. Acabamos cenando –no me pregunten cómo, pero les aseguro que por mi experiencia en la ultraderecha es relativamente normal comer en palacio y cenar entre el lumpen o vicerversa, hablar con un tipo sofisticado de visión cultural sibarítica y acto seguido saludar a un cafre energémeno con bate de beisbol al hombro- con el que decía ser el “rey de los gitanos” de Valencia (para que luego me achaquen racismo) terminando la velada en un colmao de flamenco con batas de cola estampados a lunares, alcohol y mujeres hermosas. Algunas. En un momento dado, alguien clarificó lo que querían de nosotros: “Vamo a ve: ¿vozotro podei hazé perica ful?”. Cuando nos lo tradujeron a román paladino quedó claro que nos estaban pidiendo si podíamos fabricarles un remedo de cocaína. No era por supuesto la primera vez que oía la palabra cocaína, pero sin duda era la primera vez que alguien me la relacionaba directamente. “¿Y eso de la cocaína de qué va?" Nos lo explicó: que si al probarla en las encías se duermen, que si tiene un sabor amargo, que si acelera el corazón. Estábamos en las sexto o séptimo cubata y  nos atrevíamos a todo, incluso a no medir palabras desenfadas y frívolas: “Chupao: con centramina el corazón te va que te cagas, le metes jengibre y ya tienes el sabor amargo y algo de anestésico dental destilado y la encía te roncará”. El tipo tomó nota de todo, incluso de los comentarios. Poco después él mismo elaboraba un kilo de esta cocaína sintética, de improbable efecto, dejándola como se ve que es ley entre el manguteo, en la nevera. Llegó otra de la banda  no advertido al piso, abrió la nevera y vio un kilo de algo que parecía cocaína y que si lo parecía debía serlo. Así que se pegó un picotazo de aquella mezcla infame. El tipo acabó en la clínica de la Fe a punto de palmar, renovándole varias veces la sangre por que se iba.

Desde entonces supe que la droga mata. O, como mínimo, vuelve gilipollas que es como morir para la normalidad.

Con estos precedentes –y con el culo roto del camarada-paquete- llegamos a Madrid. Media hora después de los abrazos de rigor,  ya nos sentíamos miembros del Frente de la Juventud (que no Frente Nacional de la Juventud) tanto como los más veteranos del lugar. La nueva andadura terminaría mal para todos nosotros. Yo lo pude contar. Mi interlocutor, Juan Ignacio González, en cambio, no.

Con los “Patriotas Autónomos” (cuyo único “documento” fue un panfleto de a octavo en el que explicábamos por qué quemábamos a Vinader en efigie…) se había iniciado un período de agitación histérica en el que nuestro activismo había alcanzado su desmesura, su hybris. No me sorprendió que todo acabara desplomándose sobre nosotros.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.