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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

MAYO 68

A 40 años de mayo del 68 (XVI de XVI) Epílogo: ni fue como nos lo contaron, ni fue una revolución

Infokrisis.- Llegamos al final de nuestro recorrido y al capítulo de las conclusiones. Hemos podido establecer, como resumen de todo lo dicho, quince puntos a los que nos han llevado las catorce entregas anteriores. Después de 250 folios de análisis, búsqueda de información y revisión de archivos personales, podemos concluir que el título de éste epílogo es correcto: "Mayo del 68 no fue como nos lo contaron, ni fue una revolución". Harina de otro costal es si la proverbial vagancia de muchos analistas e informadores les ha hecho repetir los tópicos que desde hace 40 años vienen repitiéndose sobre mayo 68 o si se limitan a difundir mercancía averiada que ya en su momento fue pura intoxicación. Las conclusiones a las que por nuestra parte hemos llegado, difieren extraordinariamente de las apreciaciones que generamente se han difundido en el cuarenta aniversario de aquellos sucesos. Estas son:

 

 

Epílogo

Mayo 68 ni fue como nos lo contaron, ni fue una revolución

15 puntos para una conclusión

1) El movimiento de mayo del 68 fue casi completamente un episodio banal en la historia de los movimientos sociales y en la historia de las ideas políticas. Su impronta “revolucionaria” fue de muy escasa entidad. Ni siquiera puede ser calificado como “motín”; como máximo constituyó una serie de algaradas que tuvieron como denominador común la ocupación de algunas facultades. Si mayo del 68 fue algo desde el punto de vista social, fue un movimiento lúdico con aspecto de aventura iniciática. En una Europa en la que no existían fronteras que indicasen el momento en el que el joven dejaba atrás la adolescencia y entraba en la madurez. En ese momento toda una generación reconstruyó un rito de tránsito que, como cualquier otro rito de este estilo implica: un signo físico (en el caso de los adolescentes africanos, la circuncisión y en el caso de los jóvenes europeos del 68 el dejarse el pelo largo y la barba) y una aventura iniciática (la ocupación de facultades, la toma de la palabra, la manifestación en la calle, el enfrentamiento con la policía o contra otros grupos de jóvenes, la barricada). Como todo rito iniciático, éste también fue breve en el tiempo: duró menos de 40 días, tras los cuales, la inmensa mayoría de contestatarios dio por terminaba su “aventura iniciática” y, simplemente, se fue en junio de vacaciones. A partir de ese momento tendría toda la vida para recordar que habían vivido mayo del 68.

2) No podemos hablar con propiedad de una “ideología de mayo del 68”. Simplemente, no existió. Lo mejor de mayo del 68 (y del período inmediatamente anterior e inmediatamente posterior) fue la reflexión sobre la condición estudiantil que realizaron algunos grupos de estudiantes. No todas las conclusiones a las que llegaron pueden soportar hoy un análisis en profundidad. Una parte sustancial del análisis está lastrado por las consideraciones propias del marxismo. Pero, especialmente, en el inicio del curso 67-68 se produce –no solamente en Francia, sino especialmente en Italia y el año anterior en Alemania- una reflexión sobre la Universidad, sobre su necesaria reforma y sobre los problemas que el estudiante iba a tener al concluir sus estudios. Pero esta reflexión afectó a un porcentaje reducido de estudiantes. En el momento en el que se inician los incidentes, los grupúsculos tienen, en toda Francia, en torno a 1.500 militantes y al terminar no sumaban más de 3.500 jóvenes. Así pues, se trató de un movimiento de minorías que arrastró temporalmente a un porcentaje de estudiantes difícil de evaluar. Como es habitual en procesos de este tipo, la mayoría siguió siendo silenciosa y ni siquiera estuvo identificada con el análisis realizado sobre la condición estudiantil y el papel de la universidad.

3) La “revolución de mayo” es incomprensible sin el gran cambio social que se produjo en el curso de aquella década (Concilio Vaticano II, aparición de la píldora anticonceptiva y de la minifalda que facilitaron la revolución sexual, irrupción de la música pop, aparición de nuevas vanguardias artísticas, irreversibilidad de la sociedad del consumo, guerra del Vietnam, contracultura, etc.). De hecho, lo importante de aquellas fechas, no fueron los incidentes del mayo francés, sino que la verdadera revolución fue el gran cambio social y cultural que se produjo.

4) Cuando se vuelven a visionar las filmaciones de 1968 en las que toman la palabra los líderes de la contestación estudiantil (Rudi Dutschke, Daniel Cohn Bendit, Jacques Sauvageot, Alain Geissmar, Kravetz, etc.) se percibe inmediatamente el tono de autosuficiencia y petulancia que utilizaban propia de adolescentes díscolos y maximalistas que ejercen poses revolucionarias para afirmar su ego, afirmarse como adultos y revelarse contra la “autoridad”, no solamente contra la autoridad paterna, sino contra toda forma de autoridad considerada como una derivación de ésta. Tras esa autosuficiencia lo que se percibe son las consecuencias de una lucha generacional: el mundo ha cambiado demasiado rápidamente y los padres no pueden seguir el mundo de los hijos que no comprenden, en el que no se reconocen y que consideran pernicioso para sus hijos. Éstos, a su vez, han sido creados en la abundancia, super-protegidos y no han vivido los traumatismos de la generación de sus padres (guerra mundial, guerras coloniales, miserias de la posguerra, etc.). Hasta ese momento, todas las revoluciones se habían generado en momentos de crisis y pauperización de las masas, las situaciones de carestía y la incapacidad de los gobiernos para resolverlas habían prendido las mechas de las grandes revolucionarios del siglo XVIII-XX. Sin embargo, en mayo del 68, estamos ante un movimiento encabezado por gente que jamás ha conocido las privaciones ni las situaciones de miseria. No es raro que la búsqueda de los contestatarios se orientase en dos direcciones: una a criticar el mundo de la abundancia construido por el capitalismo avanzado, la otra a buscar desesperadamente a grupos sociales en los que identificasen las situaciones de miseria descritos en los clásicos del marxismo. Pero los obreros, ni eran tan ignorantes, ni estaban tan depauperados como en los tiempos en los que Marx escribió el Manifiesto Comunista, ni existía en la mayor parte de los trabajadores un “espíritu de clase” que supusiera una toma de conciencia anticapitalista y revolucionaria. Observando las entrevistas realizadas a aquellos pos-adolescentes se percibe que para ellos la revolución era una “pose” ejercida simplemente para poder afirmar su personalidad en el mundo de los adultos.

5) Si hubo algo de lo que adoleció la revolución de mayo del 68 fue precisamente, y contra todos sus problemas, de falta de imaginación: los contestatarios no se sentían burgueses, pero tampoco eran proletarios en la medida en que no era ese su papel en el proceso de producción. Eran consumidores, como máximo. Y, además, consumidores integrados, mucho más que obreros alienados. No querían ser burgueses –aunque llevaban una vida inequívocamente de burgueses- y, desde luego, no eran proletarios, porque ni siquiera esta era su voluntad (salvo la de los maoístas que llamaban a sus militantes a proletarizarse ejerciendo 4 horas de trabajo y cuatro horas de estudio). Eran burgueses que no querían serlo y que no sabían como dejar de serlo porque ni siquiera estaban dispuestos a renunciar a sus comodidades. No hubo imaginación, ni agudeza intelectual para crear un arquetipo nuevo que superara al burgués o al proletario. Había modelos intelectuales pero estos estaban implícitos en un tipo de literatura que ya no era la de esa época y que los contestatarios ni siquiera tuvieron la ocasión de conocer. Ernst Jünger o Julius Evola hubiera podido aportar esos modelos pos-burgueses… pero aquella generación fue la primera que vivió de modas: el marxismo fue una moda, los escritos de Marcuse fueron una moda pasajera, manifestarse contra la guerra del Vietnam estuvo tan de moda como los discos de los Rolling o de los Beatles. Incluso el maoísmo estuvo de moda…. Ir más allá de la moda, suponía situarse fuera de los focos de atención oficiales. Por tanto no proporcionaba notoriedad. La mayoría de “líderes” contestatarios de mayo 68 precisaban la notoriedad –y la autoafirmación con la misma ansiedad que se percibe hoy en los castings de El Gran Hermano u Operación Triunfo.

6) Mayo del 68 no aportó nada a la historia de las ideas políticas. De hecho, la generación de mayo fue de una pobreza intelectual mayor que cualquier otra generación anterior hasta ese momento. La prueba es que, una vez pasada el episodio iniciático y su resaca (más o menos larga para unos y más o menos breve para otros), todos los contestatarios que siguieron en política se reciclaron en opciones de izquierda parlamentaria moderada a las que tanto habían criticado y en cuya crítica encontraron su razón de ser. Lo hubo ideología, sino histrionismo en mayo del 68. Si bien no aportaron nada a la historia de las ideas políticas (las vanguardias artísticas estaban aportando eslóganes mucho más brillantes y planteamientos infinitamente más originales desde principios del siglo XX que la docena y media de consignas y carteles que han quedado como iconos de mayo 68) aportan mucho al universo del espectáculo. Sí, porque, a pesar de que Veneigen y Debord habían hecho de la crítica a la “sociedad del espectáculo” el eje de su pensamiento, no es menos cierto que la contestación fue el primer movimiento íntegramente reducido a su mera dimensión de espectáculo que se vio en el siglo XX. Todo en mayo del 68 fue un espectáculo: los eslóganes (completamente irracionales y que al analizarlos evidenciaban su vacuidad absoluta), las barricadas (que no podían tener ninguna eficacia defensiva, pero sí constituían mero espectáculo desde el momento mismo en el que eran levantadas), las asambleas (en donde cualquier actor secundario podía tomar la palabra y vivir sus cinco minutos de fama), las manifestaciones (donde el gregarismo y la agresividad ofrecieron las mejores instantáneas a los fotógrafos), etc. Cada cual pareció jugar un rol en esta gigantesca representación teatral , cada cual pudo tener su pequeño papel que le hizo (y le hace aún hoy, 40 años después), sentirse “grande” e “importante” (¿cuando millones de occidentales siguen viviendo la fantasía de que estuvieron en París en mayo 68 y cuántos cuentan su presunta o real participación en los sucesos taladrando los oídos de sus nietecillos con las historias, siempre mejoradas, del abuelo Cebolleta en las barricadas de mayo?).

7) Mayo del 68 fue una gigantesca representación, a ratos dramática, frecuentemente lúdico-festiva y, muy frecuentemente, banal. Pero el libreto no había sido escrito por los contestatarios. La complejidad de las sociedades modernas excluye por completo el que un movimiento surgido espontáneamente tenga algo de eco. Para que un movimiento tenga eco, precisa, no solamente beneficiarse de un clima socio-cultural y político-económico, sino del concurso e interés de los medios de comunicación, de medios económicos y técnicos, de profesionales de la información que “orientan” a la audiencia según sus intereses (mucho más que según sus preferencias personales). Para que un “espectáculo” tenga éxito en una sociedad compleja como ya lo era la sociedad europea occidental de los años 60 era preciso el concurso de instituciones y centros muy diversos que no estaban ni al alcance de los contestatarios, ni mucho menos tenían el control sobre ellos. A muchos contestatarios les sorprendió su propio éxito que excedía con mucho sus posibilidades reales. Vale la pena recordar que “el sistema” no es un conjunto homogéneo sino que está formado por distintas facciones y grupos que mantienen una posición ventajosa y que buscan afianzar sus ventajas sobre otras facciones. Si mayo del 68 tuvo repercusiones fue sobre todo porque una de las facciones lanzó a los contestatarios contra la otra facción y puso a disposición de estos todo el amplio arsenal mediático del que disponía. Y, no sólo eso, sino que la operación fue planificada desde la privilegiada atalaya de los servicios de inteligencia norteamericanos. Una parte sustancial del libreto fue escrito por ellos. En el momento en que la representación se puso en marcha, otras facciones del sistema intentaron extraer ventajas del espectáculo a pesar de que el copyright no era de su propiedad.

8) Mayo del 68 tuvo beneficiarios que no fueron desde luego los contestatarios. Estos, bastante tuvieron con lamerse las heridas y los golpes de la policía. Básicamente, los efectos directos de mayo del 68 fueron tres: de un lado el debilitamiento de la figura del general De Gaulle (que había retirado a Francia del mando militar de la OTAN y que se había atrevido a pedir un “Québec Libre” frente a un Canadá alineado perennemente a los EEUU). De otro el pasar página definitivamente de la Guerra de Argelia y del episodio de la OAS; De Gaulle pudo asegurarse el apoyo de las unidades francesas acantonadas en Alemania a cambio de la amnistía general para los presos y exiliados de la OAS y de “Argelia Francesa” (y era evidente que los servicios de inteligencia franceses habían exagerado la importancia del movimiento de mayo del 68 hasta el punto de que De Gaulle creyó estar ante un proceso subversivo generalizado y buscar el apoyo de las unidades militares con más capacidad ofensiva). Finalmente, la CIA logro –no solamente en Francia, sino en Italia- hurtar a los Partidos Comunistas pro-soviéticos a sus elementos más jóvenes. Tras los hechos de mayo del 68 y tras los episodios similares que tuvieron lugar en Italia, los partidos comunistas fueron rebasados y superador en las universidades por los grupos ultraizquierdistas. Es evidente que para la CIA el “enemigo principal” en Europa, no eran las formaciones juveniles trotskystas y maoístas (escuálidas por lo demás), sino los partidos comunistas prosoviéticos. Todo esto explica el porqué un movimiento banal que no tuvo apenas importancia fuera de la universidad hasta que la CGT, por motivos muy distintos, declaró la “huelga general”, llegó a alcanzar una desmesurada fama y una atención desproporcionada por parte de los medios de comunicación.

9) Mayo del 68 y la contestación fueron el producto de los operaciones de la CIA organizadas en la primera mitad de los años 60 y que cristalizaron en esa época: la operación MK-Ultra sobre control mental y utilización de drogas psicodélicas con fines de condicionamiento de las poblaciones y la Operación CHAOS programada para debilitar a los partidos comunistas prosoviéticos. En esta operación, el elemento de base era la creación de formaciones comunistas de carácter “marxista-leninistas”, afectas al maoísmo chino, pero también se utilizaron residuos de anteriores operaciones: grupos trotskyas que habían merecido la atención del OSS y del FBI desde los años 30 a causa de su anti-stalinismo. También puede añadirse –como intuición- que los servicios de información nacionales de los países europeos, en el momento en el que se desencadenaron las revueltas universitarias, iniciaron una infiltración en esos medios, especialmente en los que más rápida y fácilmente podían penetrar: los medios anarquistas que facilitaban la infiltración a causa de su rusticidad doctrinal reducida a unos pocos principios tópicos fácilmente asimilables y a la ausencia total de estructuras organizativas y a lo abierto de su encuadramiento.

10) A pesar de que el situacionismo ha sido a menudo considerado como una variante del anarquismo, con interpolaciones marxistas-revolucionarias, lo cierto es que los escasos situacionistas que participaron en mayo del 68 lo hicieron desde las filas del Movimiento 22 de Marzo y en su entorno se encuentra, probablemente, lo más válido y creativo de la contestación. Es en los medios inspirados por la Internacional Situacionista en donde aparece un modelo de análisis que no es reductible a la tradición marxista, en donde se inicia la reflexión sobre “la miseria en el medio estudiantil” y en donde se rechaza tanto el papel de la izquierda institucional como de los sindicatos que se empiezan a considerar como amaestrados. Fuera del situacionismo no es precisamente “imaginación” lo que rebosa el movimiento de mayo. El situacionismo es la única componente verdaderamente creativa de la contestación y la que aporta lo poco que de original hay en ella. El resto de la potencia de revuelta que manifestaron los estudiantes en los primeros momentos de la revuelta, fue pronto absorbido por los grupúsculos maoístas, trotskystas o anarquistas. Estas capillas “revolucionaristas” se inspiraban en las revoluciones de 1789 (revolución francesa), de 1918 (revolución bolchevique) o de 1947 (revolución maoista) que no eran sino la reedición del “libertad, igualdad, fraternidad”, siempre reivindicado y nunca alcanzado en la realidad.

11) Tanto en Italia como en Francia, una parte de la extrema-derecha jugó un papel importante en los sucesos revolucionarios que frecuentemente ha sido eludida por los analistas. De un lado, en Italia, algunos elementos de extrema-derecha contribuyeron a la operación de formación de los partidos comunistas de orientación pro-china y participaron en las ocupaciones y en la agitación universitaria del primer semestre de 1968 en Roma; de otro, los sucesos de mayo tuvieron como desencadenante los choques entre maoístas y miembros del movimiento de extrema-derecha Occident. Así mismo, en algunos episodios de mayor violencia en las barricadas, algunos miembros de la extrema-derecha participaron al lado de los contestatarios. Así mismo, algunos sectores nebulosos de la extrema-derecha internacional –el grupo Aginter-Press- participaron en la creación de opciones maoístas en Europa. En todos estos casos, hay que ver tales actitudes no como provocaciones o actos de entrismo al servicio de la CIA, sino que estaban motivados por la consideración de que China podía ser el factor desencadenante de un proceso de desestabilización en Europa que contribuyera a superar la situación creada a partir de 1945, cuando el continente pasó a estar “tutelado” por los EEUU y la URSS.

12) La contracultura americana, al acabar Vietnam, se profesionalizó y se reorganizó en el movimiento de la New Age al que fueron a parar antiguas feministas, líderes estudiantiles, etc, abandonando cualquier actividad o veleidad política. En Francia, mayo del 68 generó una proliferación de grupos trotskystas que siguieron jugando hasta 1974 un papel extremadamente violento y provocador y, a partir de esa fecha hasta hoy, se reconvirtió en un área que intentó dejar de ser extraparlamentaria con diversa fortuna. Solamente unos pocos anarquistas alucinados intentaron la vía del enfrentamiento directo con el Estado (los GARI) siendo completamente liquidados en 1975. En Italia, en cambio, el estallido de marzo de 1968 generó en los 15 años siguientes una proliferación de grupos terroristas cuya impronta se prolongó hasta 1983, viviendo una nueva situación de estallido juvenil en el “movimiento autónomo” de 1977. En Alemania, tras el sarampión de la Fracción del Ejército Rojo (RAF) que pudo prolongar su existencia hasta 1977-8, el movimiento contestatario que ya se había deshinchado desde 1973, dio origen al movimiento ecologista. En general, los “líderes” de la revuelta estudiantil de 68, tras una paso por la extrema-izquierda, buscaron acomodo en formaciones socialistas de las que en Alemania con Schröeder, llegaron a dirigir, o bien en grupos eco-pacifistas. Este “adaptacionismo” solamente fue posible gracias a la endeblez doctrinal del movimiento de mayo del 68, que, una vez pasado el sarampión revolucionario facilitó cuadros de reemplazo a la izquierda tradicional que tan frecuentemente había sido acusada de “oporutnista” por los contestatarios.

13) En España, mayo del 68 como tal jamás existió, si bien hasta aquí llegó la Operación CHAOS por medio del PCE(m-l) y, posteriormente, del FRAP (cuyo embrión nació en 1965 y que fue “quemado” en 1975,cuando se empezaban a negociar la renovación de los acuerdos bilaterales de España con los EEUU). La universidad española vivió a mediados de los años 60 el desmantelamiento del sindicalismo estudiantil oficial (el SEU) y no conoció erupciones que fueran más allá de la reivindicación de libertades políticas. En aquel momento, la organización más fuerte era el Frente de Liberación Popular que, como es habitual, aportó luego, tanto a la derecha como a la izquierda cuadros, ministros y secretarios de Estado… en España, el curso 1966-67 fue más violento que el 67-68. Se produjeron también mítines de apoyo al Vietcong, choques entre fracciones estudiantiles (extrema izquierda de un lado y Defensas Universitarias de otro). Aquí no estaban los tiempos para “imaginaciones al poder”, ni “prohibido prohibir”. Simplemente, los estudiantes que se movilizaron en aquella época, reivindicaban solamente libertades políticas… si bien es cierto que lo esencial del movimiento de mayo que hemos definido en los primeros puntos (histrionismo, superficialidad, ludismo, ortodoxia marxista, ritos de tránsito, etc.) estaban igualmente presentes.

14) En el año 68 una generación llegó a la mayoría de edad. Eran los que habían nacido en la posguerra europea. No habían conocido ni los bombardeos, ni el miedo, ni los frentes de batalla, ni siquiera las privaciones de la posguerra. Cuando tuvieron uso de razón, Europa estaba en fase de reconstrucción y su adolescencia tuvo lugar en los primeros años de abundancia. Fue una generación hiper-protegida por sus padres que no querían que sus hijos vivieran lo que a ellos les había sido dado vivir. Quienes habían nacido antes de 1940, especialmente en Alemania e Italia, había sido educados en las escuelas del fascismo y del nazismo y los valores que les insertaron en esa época, habían sobrevivido en su cerebro en buena medida. De hecho, Alemania se consideró vencida, pero no “culpable” hasta que la generación del 68 fue ganando protagonismo. A partir del 68 la generación que irrumpe es la de los hijos de la abundancia y de la superprotección. Se afirman mediante la gesticulación revolucionaria. Luego, la propia simplicidad de su ideología les permitirá justificar todas sus piruetas políticas hasta acabar en los partidos más intrascendentes y faltos de imaginación de la izquierda europea, los partidos socialistas y socialdemócratas. La generación de mayo del 68, ni fue la más imaginativa, ni la más activista, ni la más entregada, ni siquiera la más revolucionaria… fue, simplemente, la primera generación resguardada y mimada por sus mayores y la primera que vivió sin guerra y en plena abundancia. El fruto de todo eso fue la mayor simplicidad ideológica y la mayor falta de imaginación de la que hizo gala. La revolución solamente fermenta en la dureza y en las dificultades, en la privación y entre las devastaciones, no entre sedas y viandas abundantes, ni en las playas veraniegas o entre las estaciones de sky.

15) Por todo ello, podemos concluir: Mayo del 68 no fue como nos lo contaron, no fue como nos lo cuentan hoy, ni fue la última vez en la que los jóvenes tomaron la palabra, ni mucho menos, el último acto de rebeldía juvenil. Mayo del 68 fue apenas nada.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com

 

A 40 años de mayo 68 (XV de XVI): Italia, la revolucion fue en marzo

 

Documentales: filmación sobre los incidentes de Valle Giulia el 1 de marzo de 1968 - El asalto del MSI a la facultad de Filosofía-

Infokrisis.- Cuando esta serie de artículos sobre mayo del 68 se aproxima a su final, hemos decido darle un título genérico: Mayo 68 no fue como nos lo contaron. En esta serie hemos publicado algunas informaciones que nunca antes se habían publicado en lengua castellana. Ahora vamos a seguir en las dos próximas entregas refiriéndonos al movimientos estudiantil en Italia y esto por dos motivos: porque también ahí hay muchas informaciones que han pasado desapercibidas o que se han ocultado y porque, en cierto sentido, el movimiento estudiantil italiano fue mucho más interesante que el francés, en la medida en que estuvieron ausentes algunos de los elementos más problemáticos (en Italia no existieron trotskystas, la participación del neofascismo en la primera fase de la revuelta estudiantil fue muy importante e intensa, se produjeron pactos de no agresión entre maoistas y neofascistas y, finalmente, los documentos que surgieron tenían ausente la vena histriónica que aparece en mayo del 68 en París y que convirtió a la revuelta en un a pasarela de eslóganes más o menos ocurrentes ("imaginación al poder", "prohibido prohibir" y demás).

 

 

1. Una universidad controlada por la extrema-derecha

Hasta el curso 1965-66 los grupos de extrema-derecha habían dominado en las universidades italianas. El 25 de abril de 1964 estudiantes de Avanguardia Nazionale habían atacado a estudiantes de izquierda cuando estos conmemoraban el nacimiento de la República italiana. Esa misma noche asaltan la Casa del Estudiante en busca de tres líderes de izquierda que se han destacado en su odio hacia el fascismo. Logran herir a dos. Los jóvenes de extrema-derecha realizan estos asaltos cantando “All’armi”, una vieja canción fascista italiana que generaba en la izquierda un reflejo pauloviano de pánico. En esta ocasión añaden otro estribillo: “El 25 de abril una puta ha nacido y le han dado el nombre de República Italiana”. La idea de que la república había sido instalada por los vencedores de la guerra y por los italianos que llegaron en los furgones de los vencedores era compartida por muchos que ni siquiera militaban en el MSI o en las formaciones de la extrema-derecha activista. Ese año el grupo universitario Caravella obtiene la mayoría absoluta en las elecciones universitarias.

Pero el año siguiente todo esto va a cambiar. Varios factores contribuirán a este cambio.

La extrema-derecha estudiantil es desviada de su trabajo político en las aulas por Giorgio Almirante quien plantea una ofensiva contra la dirección “moderada del MSI", disputando la presidencia a Arturo Michelini en el congreso de Pescara. Almirante es apoyado por los radicales… pero pacta a espaldas de todos: Michelini conservará la secretaría general del partido y Almirante la presidencia del grupo parlamentario. La decepción entre las bases es general y repercute entre las bases estudiantiles cada vez más alejadas de la dirección del partido.

En ese momento se produce la primera gran fisura entre los jóvenes del MSI (especialmente los jóvenes estudiantes) y la dirección. Esta fisura tendrá una excepcional importancia en los sucesos que tendrán lugar tres años después en la facultad de Arquitectura de Valle Giulia.

Ese año, 1965, se produce el episodio de la colocación de los carteles stalinistas en el marco de la Operación CHAOS. En esos mismos momentos, la prensa de derechas –Il Tempo e Il Messaggero- hablan por primera vez de los “capelloni”, los melenudos que han aparecido en número cada vez mayor por piazza Spagna. Son los primeros hippies. Algo está cambiando en Italia.

En el curso de unos nuevos incidentes, el 27 de abril de 1966, un estudiante de izquierdas, Paolo Rossi ha caído por las escaleras y ha muerto. Los incidentes han sido desencadenados por un extraño grupo dirigido por Randolfo Pacciardi, la Union Democrática por la Nueva República, autotitulado como “partido gaullista italiano”. En efecto, su programa se reduce a dos puntos: anticomunismo y república presidencialista. Su presidente, Pacciardi no procede del fascismo, sino del antifascismo. Ha luchado en España en la Brigada Garibaldi y conoció la cárcel durante el régimen de Mussolini. En 1940 se establece en EEUU dirigiendo la Manzini Society, grupo de carácter masónico y republicano. Es de los que llegan en los furgones de los vencedores. De 1948 a 1953 fue ministro de defensa y uno de los grandes partidarios del ingreso de Italia en la OTAN. Se había vuelto un antiizquierdista integral que en 1960 rechaza que el Partido Republicano forme parte del primer gobierno de centro-izquierda junto a los socialistas. En el 63 es expulsado del partido y funda la UDNR. Sus ideas gaullistas y presidencialistas permiten acusarlo de “golpista”… especialmente porque parece que existió alguna vinculación entre Pacciardi y el Plan Solo, proyecto de golpe de Estado promovido por el general Giovanni De Lorenzo. Era la respuesta militar al centro-izquierda formado por Amintore Fanfani. Se le dio el nombre de Plan Solo, porque “sólo” los carabinieri hubieran debido movilizarse deteniendo a los políticos de izquierdas. Es posible que existieran apoyos de la inteligencia norteamericana que pusiera la red Gladio a disposición, y, sin duda de la masonería italiana. El golpe debía haberse producido en junio de 1964. Durante al celebración de la parada militar del 2 de junio que registró una anómala concentración de tropas en Roma que, al acabar la parada no regresaron a sus acuartelamientos habituales. Al parecer, el plan fue descubierto gracias a elementos de izquierdas que se beneficiaban de informaciones recibidas del KGB que permanecía vigilante sobre los intentos de desestabilización de Italia. El plan fracasó y solamente salió a la luz pública unos años después. De Lorenzo terminó siendo elegido en 1968 diputado del MSI. Pacciardi era uno de los más fervorosos puntales civiles de este golpe.

En la universidad romana, los estudiantes adictos a Pacciardi habían constituido la asociación “Primula Goliardica” que, a falta de dirigentes, fue infiltrada por la extrema derecha hasta convertirse en una de sus siglas más habituales que frecuentemente haría causa común con Caravella y con el FUAN (Frente Universitario de Acción Nacional) vinculado al MSI.

Es precisamente el grupo Primula Goliardica el responsable de los incidentes del 27 de abril de 1966 que causan la muerte de estudiante Paolo Rossi al caer por unas escaleras. Los incidentes durarán hasta principios de mayo. El 2 de mayo los escuadristas del MSI (llamados los “Gorilas de Caradonna”, nombre del jefe del servicio de orden del partido) asaltan la facultad de derecho. Y en este punto ya se percibe que las tornas han cambiado. La extrema-derecha ha dejado de ser la fuerza hegemónica en las universidades romanas y ha aparecido un movimiento estudiantil que, por sí mismo, se enfrente a los 200 activistas movilizados por Caradonna.

Lo que sucederá en los dos años siguientes es extraordinario: muestra la facilidad con la que una generación asume la contestación (incluidos los sectores más activos de la extrema derecha) y luego es ganada por el marxismo.

2. Italia y su complejidad política

Francia ha pasado por ser la cuna del movimiento estudiantil gracias al impacto de las jornadas de mayo, pero fue en Italia en donde las consecuencias fueron más prolongadas e incluso los episodios más duros. Fuera de las barricadas de la calle Gay Lussac en la noche del 10 al 11 de mayo, los incidentes violentos de aquellas jornadas se redujeron a unos cuantos enfrentamientos con la policía y poco más. Habitualmente, la mayor parte de filmaciones sobre episodios de violencia pertenecen a la noche del 10 al 11 de mayo. En Italia los episodios de violencia fueron anteriores a mayo del 68, mucho más violentas y prolongaron sus efectos hasta los primeros años 80. No solamente, el llamado “movimiento del 77” recuperó algunos temas que fueron propios de la primera contestación estudiantil, sino que las Brigadas Rojas prolongaron su vida hasta principios de los años 80, siendo durante mucho tiempo, la guerrila urbana que disputo a ETA el dudoso honor de tener más capacidad para la violencia. Y todo esto es comprensible.

A mediados de los años 60 la Universidad italiana era mucho más arcaica y atrasada que la francesa. Si hasta 1965 los neofascistas tuvieron la mayoría absoluta en la universidad fue precisamente porque realizaban un trabajo sobre todo corporativo que tenía poco que ver con las organizaciones juveniles del MSI. Además, los estudios eran más prolongados en Italia que en Francia. En Italia era frecuente que los estudiantes siguieran a los 30 años en las aulas, mientras que en Francia la media se situaba en torno a los 25. Si en Francia las cátedras estaban en manos de profesores que habían perdido el hilo de la modernidad y los contenidos de las materias que enseñaban iban retrasadas respecto a las innovaciones científicas de su tiempo, en Italia este problema estaba centuplicado. Las cátedras vitalicias estaban frecuentemente en manos de docentes cuyo único mérito era estar próximos al poder político o haberla merecido como recompensa por servicios prestados anteriormente. Habían perdido –si es que alguna vez lo tuvieron- el contacto con la realidad. La educación estaba en manos de Luigi Gui que permaneció seis años en el cargo –entre 1962 y 1968- sin haber abordaro las necesarias reformas. Gui era el típico político sin capacidad de gestión, pero con amistades en las “altas esferas” del centro-izquierda que le valieron permanecer casi sin interrupción en distintos ministerios hasta 1976. Cuando era Ministro del Interior le estalló entre las manos el “escándalo Lockheed” por corrupción y sobornos de esta multinacional norteamericana.

Finalmente, en 1967 se llegó a un intento de acuerdo en el que el ministerio propuso la creación de un título (“laurea”) al cabo de cinco o seis años de estudio, y la creación de un diploma universitario para carreras de tres años. Se mantuvo el sistema de cátedras vitalicias sin embargo los profesores vieron reducidos algunos de sus privilegios. La reforma –una reforma tímida- no satisfizo las expectativas de los estudiantes que iniciaron las ocupaciones de los centros docentes y elaboraron documentos alternativos. La agitación estudiantil, por motivos corporativos, estalla en ese curso en la Universidad Católica de Milán, luego, en noviembre de 1967, se producen los primeros incidentes en Turín. Se forman Comités de Acción propuestos por las organizaciones de izquierda y extrema izquierda. Pero en algunas facultades los neofascistas tienen buena implantación y participan de las protestas.

3. Neo-fascistas en Valle Giulia, con los contestatarios

El 2 de febrero de 1968 los estudiantes ocupan las facultades de Letras, Arquitectura y Estadística de Roma. En ese momento los dirigentes del Grupo Universitario FUAN Caravella se habían desplazado a Sicilia para ayudar a las víctimas del terremoto que había azotado a la región de Belice. Cuando la noticia de la ocupación de la facultad llega a los voluntarios desplazados a Sicilia, un solo miembro de Caravella propone regresar y “liberar la facultad de los rojos”. Sin embargo, el sector mayoritario se oponen a esta tesis. Entre estos se encuentran Adriano Tilgher, Franco Vitrani, Marco Marchetti y Luciano. Por azares de la vida el único activista partidario de una acción anticomunista pasó luego como militante del grupo ultraizquierdista Potere Operaio antes de ser periodista de la RAI3…

Sergio Coltelacci, secretario de Caravella se desplazó a Palermo para valorar la situación y se decidió regresar a Roma después de haber resuelto el problema de las víctimas del terremoto. Los 50 militantes desplazados a Sicilia no regresaron antes de cumplir los trabajos de desescombro que les habían sido asignados. En Roma, el retorno era deseado sobre todo por la autoridad académica que tenía la esperanza de que los neofascistas desalojaran la facultad en cuando vieran alguna bandera roja o algún grito antifascista. Pero entonces vino la sorpresa…

Los estudiantes neofascistas no solamente no desalojaron a los ocupantes, sino que se pusieron de su lado. Participaron en las asambleas, aseguraron la defensa de la facultad de Valle Giulia y de aquellas jornadas salió el documento que contestaba a la reforma universitaria y que se tituló La crisis de la Universidad es la crisis del sistema.

Estos jóvenes habían sido el resultado de la decepción de la juventud misina después del congreso de Pescara. La ocupación de Valle Giulia cristalizó la protesta de aquellos jóvenes decepcionados con la que hasta Pescara había sido su dirección “histórica”. Durante unos años estuvieron divididos en distintas organizaciones (la Constituente Nazionale de Giacomo de Sario, Corrispondenze Repubblicane di Ernesto Roli, Iniciativa di Base de los hermanos Strippoli, Europa Civilta de Loris Facchinetti) pero todos sin excepción apoyaron la participación de Caravella en la ocupación de Arquitectura en la que participaron dirigentes neofascistas muy conocidos en la época: Delle Chiaie, Mario Merlino, Guido Paglia, los hermanos Di Luia, Sergio Coltelacci ,etc.

Cuando el rector Agostino D’Avack convocó al secretario de Caravella para expresarle su sorpresa por la actuación de sus militantes y amenazando con la intervención de la policía la respuesta fue rotunda: “Este vez las castañas del fuego la sacan ustedes solos. No vamos a ser la guardia blanca del régimen”. D’Avanck esperaba evitar que la policía entrara en el recinto universitario y que fueron los estudiantes anticomunistas quienes realizaban la expulsión de los ocupantes.

En los días siguientes, a partir del 24 de febrero de 1968, el propio rector D’Avack permitió que durante tres días los estudiantes elaboraran una contrapropuesta a la ley de reforma universitaria del ministro Gui, en la facultad de Economía. Caravella participó en primera línea y logró que todas sus mociones fueran aprobadas por la mayoría de los estudiantes. En la asamblea que tuvo lugar el 26 de febrero, los estudiantes vinculados a la extrema-izquierda intentaron evitar que las propuestas de Caravella fueran asumidas por la asamblea. Pero los dirigentes de extrema-izquierda fueron finalmente expulsados por los estudiantes y Caravella declaró ocupada la facultad. Tres meses antes de la ocupación de la Sorbona y de los incidentes en Nenterre, los estudiantes de Caravella ya hacían diagnosticado que “no es posible superar la crisis de la Universidad sin antes resolver la crisis del sistema”.

Sorprendentemente, al día siguiente, la prensa no volvió a hablar de la participación de la extrema-derecha en las ocupaciones universitarias. ¿Por qué se produjo esta conspiración del silencio? Los motivos fueron varios. El primero de todos es la simplicidad de las informaciones periodísticas. Desde hacia un año se aludía constantemente en los medios a la presencia izquierdista en la universidad y se había reducido “contestación” a “izquierda”. Explicar que, a partir del congreso de Pescara, los estudiantes neo-fascistas habían entrado en ruptura con su dirección histórica era excesivamente complicado y, por otra parte, a nadie le interesaba: el centroizquierda había atribuido a los neofascistas solamente una función anticomunista. Mientras la realizaban, no había problemas, se tendía a identificar neofascismo con violencia y asunto resuelto. Los partidos “del sistema” quedaban a salvo. Pero ¿qué ocurría si se realizaba una identificación entre “neofascismo” y “contestación”? Podía ser peligroso. A fin de cuenta, el neofascismo había demostrado una increíble capacidad para la violencia y el activismo callejero, existían fuertes bases militantes neofascistas en el sur de Italia que habían rechazado entrar en el juego de los partidos y que no estaban dispuestos a malvivir políticamente como el MSI, permanentemente marginado oscilando entre un 6 y un 8% en cada elección.

El 27 de febrero de 1968 no era la extrema-izquierda, sino Caravella quien convoca manifestación en plaza de los Santos Apóstoles. La plaza está repleta y las alocuciones todas van en la línea de la “lucha contra el sistema” y rechazan asaltar las facultades ocupadas por la izquierda. Luego ocupan la facultad de Farmacia en pleno campus universitario. En esos mismos días pactan con los pro-chinos una entente para impedir a los comunistas del PCI hacerse con el control del movimiento estudiantil. En algunas facultades aparecen carteles firmados por el PCI(m-l), el grupo pro-chino, en los que puede leer: “Prohibida la entrada a los periodista de L’Unità” (órgano del PCI prosoviético), en otras aparecen pancartas con el lema “Basta con el fascismo y el antifascismo”.

En ese preciso momento se estaba aceptando el hecho de que el movimiento estudiantil no podía estar dividido en capillas ideológicas identificadas por banderas rojas a un lado y negras a otro. En aquellas jornadas, en la mente de algunos jóvenes, el odio y el rechazo contra el sistema, ocupaba un lugar mucho más amplio que las querellas entre fracciones de estudiantes.

Finalmente el 29 de febrero de 1968, el rector autorizó a la policía a entrar en la Universidad. No hubo resistencia. Hay manifestaciones estudiantiles en protesta y Caravella logra reunir a más de mil personas. Andan cantando canciones revolucionarias. Por increíble que hoy pueda parecer, no hubo ni un solo choque entre neofascistas y extrema-izquierda. Y no sólo eso: al día siguiente cuando tiene lugar una manifestación unitaria en Piazza Spagna ¡han pactado los eslóganes!. La extrema izquierda gritará “Castro, Mao, Ho-Cchi-Min”, mientras los neofascistas gritarán “Fascismo, Europa, Revolución”. Cada servicio de orden impide que se corren otras consignas y que se den gritos antifascistas o antiizquierdistas. Cuando un joven teniente de paracaidistas que luego será diputado por el MSI, Sandro Saccucci grita “Muerte a los rojos”, le hacen callar. Los miembros del PCI tampoco tendrán mucha fortuna. De los 4.000 asistentes a la manifestación, muy pocos les siguen cuando intentan dirigirla. Poco después la Federación de Jóvenes Comunistas se disolverá.

Finalmente llega la manifestación a Valle Giulia en donde la policía carga contra ellos. Habitualmente, sin servicio de orden sólido, las manifestaciones eran fácilmente disueltas. Pero en esta ocasión es diferente. Los estudiantes no huyen. Caravella dispone de un servicio de orden experimentado y dotado de un motor ideológico que exalta el valor, la aventura, la fuerza, la audacia y la prueba del enfrentamiento físico. Ahí se inicia la llamada “Batalla de Valle Giulia”.

Las fotos de la época no mienten y las filmaciones tampoco. Puede reconocerse sin dificultad a Guido Paglia, Maurizio Giorfg, a Tilgher y Della Chiaie, a Tonino Fiore, a Roberto Palloto y a tantos otros. La extremai-zquerda maoista (el trotskysmo italiano fue siempre residual y no estuvo presente en los grandes enfrentamientos del 68) reacciona de manera diversa. Son sus mujeres las que se lanzan contra la policía e incitan a los suyos a no permanecer atrás. De ahí, por cierto, surgieron amores juveniles entre los neofascistas y las maoístas…

En un posters que publicó la revista Quindice y que adornó las habitaciones de miles de jóvenes marxistas de la época, podía verse una escena de los enfrentamientos en Valle Giulia en la que la mayoría de los que atacaban a los furgones policiales eran conocidísimos militantes neofascistas.

Los jóvenes comunistas del PCI evitaron acercarse a la batalla. Desde las escalinatas, muy a lo lejos, se limitaban a gritar “Policía, fascista”. Los prochinos la emprendieron con ellos. Si la Batalla de Valle Giulia tuvo un perdedor claro, fueron los jóvenes comunistas. Su exclusión fue el producto del pacto revalidado en distintos encuentros posteriores entre maoístas y neofascistas.

El 11 de marzo, Caravella, en un clima de excitación revolucionaria ocupa la facultad de Derecho y los maoistas Filosofía y Letras. El clima entre prochinos y neofascistas se define como “distendido” y “se convive sin problemas”. La policía se sitúa en el campos a distancia. Por la tarde hay un partido de fútbol: maoistas contra neofascitas. La bandera roja y los retratos de Mao ondean en Filosofía. El fascio Vittorio en Derecho. En ambas facultades hay comisiones de estudio que perfilan documentos, dan conferencias. En una facultad se distribuye el Libro Rojo de Mao, en la otra los textos de Julius Evola. En una se sigue gritando a Castro, a Mao y a Ho-Chi-Min, en la otra suena la rotundidad del “Fascismo, Europa, Revolución”.

¿Qué ha ocurrido? Es fácil de explicarlo: los jóvenes de Caravella y tras ellos la juventud neofascista, ha decidido posponer la lucha anticomunista para situar en primer plano la lucha contra el sistema. Es evidente que las cosas no quedarían así y que esta primavera revolucionaria iba a durar poco. Uno de los protagonistas de aquellos sucesos nos explica: “Preveíamos y temíamos una reacción violenta por parte del régimen”. Esta reacción tendría lugar en la semana siguiente.

3. La tragedia de una generación

La reacción tendría lugar en los dos extremos del centro-izquierda: en el PCI por un lado y en el MSI por otro.

El PCI estaba dispuesto a recuperar la hegemonía en la universidad con sus viejos temas de posguerra: los partisanos, el antifascismo… Para el 16 de marzo convocó una manifestación nacional de apoyo a los “estudiantes”. El rector D’Avack autorizó a que la manifestación se desarrollara en el campus universitario. Era una provocación que intentaba romper la unidad de acción del movimiento estudiantil.

Casi al mismo tiempo, el MSI manifiesta también su voluntad de intervenir en la crisis desplazando a activistas para “liberar” a la universidad de Roma. El MSI no puede entender que está delante de un movimiento nuevo que considera superado el antifascismo y que tiene a los comunistas prosoviéticos como verdaderos enemigos. Por la tarde del 15 de marzo está claro que el MSI está movilizando activistas para asaltar la universidad. Esa misma tarde responsables de Caravella y de los prochinos se entrevistan y acuerdan bloquear la intromisión del PCI y del MSI en la universidad.

El 16 de marzo de 1968 ocurre la tragedia para el neofascismo estudiantil. Si desde la muerte de Paolo Rossi habían perdido la hegemonía en la universidad, seguían estando presentes en el movimiento estudiantil. Sin embargo, esa fecha marca la ruptura definitiva de los jóvenes neofascistas con la masa estudiantil. A las 7:00 de la mañana aparecen en Derecho, Césare Mantovani dirigente de los jóvenes del MSI con trescientos activistas llegados de toda Italia. El MSI ha mentido. Ha llamado a sus militantes con la excusa de “ayudar a los camarada de Caravella rodeados por los rojos”… Así pues era preciso un esfuerzo más en nombre del anticomunismo. ¡En Letras, ocupada por los maoístas, el PCI está realizando el mismo discurso en nombre del antifascismo!

Durante una hora los responsables de Caravella intentan evitar que los activistas del MSI asalten la facultad de Letras. Pero es inevitable: han ido allí con ese encargo, no con otro. Entre ellos hay búlgaros reclutados en los campos de refugiados. Mientras duran las conservaciones en la cúpula entre Mantovani y Caravella, varios de los activistas que han llegado con el primero se suman a la ocupación de la facultan: han entendido que por un día “los rojos” no son el enemigo, sino que el enemigo es “el sistema”. La idea de Mantovani es atacar Filosofia y Letras con un pequeño número de activistas, luego replegarse hacia Derecho a esperar la reacción de los izquierdistas para así poder presentar el episodio como una “agresión”.

En junio hay elecciones y la dirección del MSI espera así captar a más voto anticomunista… El episodio nos fue descrito como “suicidio político programado” del MSI en relación a la juventud. A partir de ese momento, ningún joven volverá a entrar en este partido más que por vocación anticomunista.

El plan de Mantovani tiene éxito a medias. Si bien un grupo de misinos intenta el asalto a Filosofía y luego ejerce la retirada, los comunistas se presentan como salvadores de los estudiantes ante la “salvaje agresión”. Los pactos que han posibilitado la coexistencia pacífica entre maoístas y neofascistas durante dos meses, saltan por los aires. Cuando los comunistas del PCI agreden a algunos militantes del MSI en las escaleras del rectorado, los neofascistas de Derecho no pueden evitar intervenir. La solidaridad va más allá de la evaluación política. Y nuevamente allí están los mismo hombres que días antes han rechazado a la policía: Tilgher, Della Chiaie, Aldo Stripoli, Marurizio, Mario, ect.

La contestación fue para los neofascistas un breve sueño de primavera. El sistema restableció la situación. La policía intervino para separar a las fracciones opuestas que combatían hasta primeras horas de la tarde en el campus. Un protagonista del episodio nos cuenta: “El espíritu de Valle Giulia murió allí, la contestación juvenil perdió: la mayor ocasión para una unidad generacional contra la lógica de Yalta y por la conquista de una conciencia nacional. Los partidos se volvieron los amos del terreno. Para muchos allí se sentaron las bases de lo que será la lucha armada: un largo túnel del que muchos jóvenes no saldrán”.

Vale la pena recordar el artículo de fondo del Orologio del 31 de marzo de 1968: “Finalmente la bandera roja se convirtió en dueña de la Universidad de Roma; falta solo que el agua de la fuente de Minerva se tiña también de rojo con anilina, pero los comunistas ahora pueden darse también esta satisfacción.

“Así se demuestra como, haciendo el juego del régimen contra los comunistas, se puede hacer también el juego a los mismos comunistas. El día después “Il Messaggero” podía titular victoriosamente: “sangrientos encuentros en la Universidad de Roma entre elementos extremistas de derecha y de izquierda”, los estudiantes de Caravella desesperados. “Seis meses de trabajo perdido”, este es el comentario más frecuente entre ellos. Pero esto ahora ya no importa. No importa ya que los universitarios fascistas hayan rechazado prestarse a las bajas maniobras del sistema. Este era el significado de los inscripciones en los blancos edificios del Ateneo romano: “Dresde, hiroshima, Hué: el enemigo es siempre el mismo”, “Europa para los Europeos”, “América no, Fascismo si”, estas frases indican el ideal político que nos tiene nada que compartir con nadie y tanto menos con las fortunas electorales de todos los viejos topos del régimen en función de cómodos opositores”.

En el curso siguiente del movimiento estudiantil quedaría poco (si bien en Italia la sigla “Movimiento Estudiantil” fue patentada por Francesco Capanna, un radical cuya única actividad política fue… atacar manifestaciones del MSI). El choque que produjo el asalto del MSI a la universidad hizo que muchos estudiantes de Caravalle evolucionaran en direcciones opuestas. Bruneto di Luia, Enzo Maria Dantini y alguno más constituyeron el embrión de lo que luego sería Lotta di Popolo, a partir del Movimento Studentesco di Giurisprudenza. Tilgher, Giorgi, Fiore, Della Chiaie lanzarían un año después Avanguardia Nazionale. Otros se convirtieron en caricaturas de sí mismos y dieron mucho que hablar: eran los “nazi-maoístas”. La idea de una lucha contra el sistema terminó siendo una dolorosa irrisión.

 

(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es  http://infokrisis.blogia.com

 

 

 

 

A 40 años de mayo 68 (XIV de XVI): La ideología de los estudiantes revolucionarios

Infokrisis.- Terminamos estos apuntes sobre la ideología revolucionaria de los estudiantes con el análisis de sus posiciones en materia de estrategia, táctica y criterio organizativo. Probablemente es en estos extremos en donde se evidencia más la endeblez del movimiento de mayo del 68.

[Documental sobre el movimiento Ordre Nouveau y sobre el mitin del Palacio de los Deportes de París que registró incidentes de extraordinaria violencia entre los trotskystas y el servicio de orden de éste movimiento de extrema-derecha. Se trata probablemente del único documentalsobre estos incidentes. En el texto se alude al análisis de la Ligue Comuniste que les llevaba a considerar el período 1968-73 como un período pre-revolucionario y el hostigamiento a Ordre Nouveau como "gimnasia revolucionaria" que debería capacitar y dar experiencia "insurreccional"...]

9. Propuestas en positivo: la “enseñanza crítica”

Sabemos lo que criticaban, ahora queda saber lo que proponían. Si era posible cuestionar la crítica desde muchos puntos de vista, las propuestas, a cuarenta años de distancia, constituían –especialmente las más extremistas- una broma.

Los estudiantes, como hemos visto, “iban de ilustrados”. Consideraban que era intolerable que el poder cayera en manos de la tecnocracia, pero, especialmente, a partir de sus primeros contactos con el medio obrero, les resultó evidente a muchos de ellos que no era menos claro que la clase obrera no podía hacerse cargo del poder tal como proponía la estricta ortodoxia marxista. Así pues, estos sectores del movimiento estudiantil se vieron a sí mismos como “ilustradores” de las masas. Se consideraban llamados a una alta tarea. Y efectivamente lo estaban: muchos de ellos terminaron siendo gestores de los partidos socialistas en los cuarenta años que siguieron. De aquel espíritu “ilustrador”, ni estuvo presente, ni se le esperaba. Personjes que se comían crudos a la derecha de la época como Regis Debray y que incluso albergaban la quimérica esperanza de que el castrismo y el castro-guevarismo arraigaran en Europa y los focos guerrilleros crearan ellos mismos “condiciones objetivas”, pasaron, sin pena ni gloria a ser asesores de Mitterand después, eso sí, de haber realizado su “crítica de las armas” (título de un libro de Debray que ni siquiera era original en el título y parafraseaba a Marx y sus “armas de la crítica”) y tras haber traicionado –sí, traicionado, vendido, denunciado, cantado, en una palabra- al Ché Guevara cuando Debray fue detenido en el Altiplano andino. No sólo eso, sino que este espécimen de la izquierda-caviar mayosesentaichosco tuvo el cinismo de traicionar incluso a Ciro Bustos, su compañero de aventura y achacarle a él la responsabilidad en la caída del Ché. Como decía aquel: “al suelo, que vienen los nuestros…”.

Sin desviarnos. Para que haya “ilustrador” hace falta que tenga algo sobre lo que “ilustrar”. Demasiado jóvenes para tener experiencia de la vida, no podían ilustrar a la clase obrera que desconfiaba de ellos. Demasiado petulantes para admitir la ciencia que sus profesores intentaban transmitirles, apenas tenían patrimonio intelectual a transmitir. Dando cursos de marxismo a obreros, resultaban francamente patéticos: suscitaban bostezos, aburrimiento y en cada sesión menguaban sus “alumnos”, pobres obreros con problemas de cansancio y de limitaciones salariales. La mayoría ha preferido hacer olvidar aquellos años locos en los que su locura consistió en insuflar una ciencia infusa de la que no estaban particularmente sobrados.

Ellos mismos eran conscientes de que no estaban formados, pero rechazaban los contenidos de sus profesores. Así que sacaron de la chistera un nuevo concepto: la “formación crítica”. No se trataba simplemente de conocer los contenidos de las asignaturas sino de observar “críticamente” cómo se emplea. Y, en consecuencia, ellos sólo admitirían que la ciencia –neutral, en principio- alimentara solo “fines humanos”. Nieto indica que, no quieren ser ni matemáticos, ni químicos, solo quieren volver a ser hombres. Y la frase tiene el riesgo de que si se analiza no es más que una estupidez: como si el matemático o el químico no fueran “humanos”. Tal es la “formación crítica” que pedían los estudiantes. Cualquier cosa menos una formación tecnocrática. No es que la formación tecnocrática sea más compleja y difícil sino que los estudiantes revolucionarios a lo que verdaderamente aspiraban era a bloquear el sistema educativo. Para ellos –especialmente en su segunda fase, cuando el primer movimiento estudiantil que empieza a reflexionar con la intención de aportar mejoras en el sistema educativo, es sustituido por la segunda ola más vinculada a capillas y grupúsculos marxistas- de lo que se trata es de impedir que la universidad siga reproduciendo las élites tecnocráticas del sistema. Nieto explica: “Una formación crítica supone terminar los años de estudio sin ningún beneficio para la eficacia de los procesos de producción, disminuyendo la rentabilidad de la inversión de enseñanza”… Lo que traducido quiere decir que una “universidad crítica” será, a fin de cuentas poco eficiente respecto a la transmisión de conocimientos, pero, eso sí… acabará el hambre en el mundo porque los técnicos formados con criterios “humanos” preferirán no invertir fondos en programas espaciales… pero sí, en programas asistenciales para acabar con el hambre en el mundo. Y si citamos este ejemplo es porque lo dio el propio movimiento estudiantil. De aquellas estupideces surgieron luego ONGs, movimientos ecologistas e inteligencias preclaras capaces de diseñar asignaturas como la “educación para la ciudadanía”.

El movimiento estudiantil aludía constantemente en aquella época al “complejo militar-industrial” como elemento cristalizador de la guerra del Vietnam, y así era, pero el problema es que preveían que la industria iba a ¡militarizarse progresivamente!. La reflexión sobre la irrupción de la técnica les llevaba a considerar que liberaría espacio cada vez mayores para el pensamiento y, por tanto, a la aparición de tendencias contrarias a los intereses del complejo militar-industrial… por tanto, la única posibilidad de éste para sobrevivir era “militarizar” el proceso productivo.

A cuarenta años de distancia es fácilmente perceptible que todo ha seguido un curso, exactamente opuesto. No solamente la industria no se ha militarizado… sino que la milicia se ha democratizado adquiriendo, no las formas, pero sí el fondo de cualquier cuerpo funcionarial.

10. El “hombre nuevo” o los viejos tópicos

También aquí hubo distintas etapas en la teorización. Demasiado fermento para tan poca sustancia. La teoría de Marcusse sobre los estudiantes como nueva clase revolucionaria, expuesta en El Hombre Unidimensional, tuvo mucho éxito, pero fue desmentida por el propio autor en su obra tardía El Final de la Utopía. La teoría era tan atractiva como insostenible. Partía de la base de que la clase obrera ya no era la que conoció Marx, en la que residía cierto espíritu revolucionario, sino que –era evidente- se había aburguesado. Así pues, los estudiantes pasaban a ser una clase “objetivamente revolucionaria”. Errores:

1) Los estudiantes constituían una clase extremadamente minoritaria y poco dispuesta a asumir un esfuerzo revolucionario.

2) Los estudiantes no forman un conjunto homogéneo más que por asistir a las mismas aulas. Cada carrera tiene una psicología y unos intereses propios, dentro de cada facultad existen opiniones completamente diferentes.

3) Los estudiantes no tienen ningún interés revolucionario particular, muchos de ellos todavía ven en el título universitario una forma de acceder a una élite social, hay estudiantes conservadores, ultraconservadores, revolucionarios, moderados, apolíticos e indiferentes.

Conscientes de que el movimiento estudiantil carece de fuerza revolucionaria, se conforma simplemente con aspirar a ser “detonador” de situaciones revolucionarias. A medida que avanzaba el mes de mayo de 1868, algunos se planteaban qué estaban haciendo allí en realidad. Para los más exaltados se trataba simplemente de desencadenar un proceso revolucionario del que estaban viviendo los primeros chispazos, otros, más mesurados aludían simplemente a que estaban viviendo un proceso pre-revolucionario, como la revolución de 1905 que preludió en doce años después la revolución de octubre. En esa situación pre-revolucionaria de lo que se trataba era, simplemente, de ilustrar a las masas mediante la acción.

Ahora bien, haría falta precisar lo que el movimiento estudiantil entendía por “revolución”. Tampoco aquí existía unanimidad entre los estudiantes. Los mitos manejados fueron muchos y muy diferentes y todos ellos excesivamente endebles como para pudiera pasarse de la pre-revolución a la revolución. Uno de estos mitos, sin duda el que gozó en la época de más capacidad atractiva era el de la “revolución cultural”. La Carta de la Sorbona decía: “La revolución burguesa fue jurídica, la revolución proletaria fue económica, la nuestra es una revolución cultural”.

Pero también aquí la endeblez de los conceptos era excesiva: ¿revolución cultural? ¿de qué cultura estamos hablando? Además el concepto remitía a la revolución cultural China… esa que había destrozado el pasado y la tradición china antes de causar unos cuentos miles de muertos, encierros de millones de profesionales de todos los sectores sociales en campos de reeducación y que tendría su expresión más extremista en la Camboya de Pol-Pot. Sí, claro está, que no era esto lo que entendían por “revolución cultural” los estudiantes de mayo del 68, pero, entonces ¿qué era?

Y aquí también las alusiones son de una pobreza intelectual que suscita una irremediable tristeza. El Ché Guevara aludió al “hombre nuevo”, al “hombre del Siglo XXI”, bonita frase que nada, absolutamente nada en el decurso de vida ayuda a entender a qué se refería. El “hombre nuevo”, acaso era el “revolucionario incansable” que recorre el mundo en busca de causas a las que entregarse en cuerpo y alma y que, finalmente, tras pasar por el Congo, por Vietnam, por China, por Moscú, termina marcado en el Altiplano Boliviano sin ser capaz de incorporar a un solo campesino a su loca aventura? El “hombre nuevo”… ¿qué diablos es ese concepto tan manido en aquella época y que nunca nadie estuvo en condiciones de definirlo con precisión? Y el Ché aún menos.

Y ya que estamos en plena ambigüedad, la crítica que la contestación realiza al sistema político es correcta; atacan a la partitocracia y a la democracia burguesa y no se consideran en condiciones de obtener éxitos electorales. Saben que sus dimensiones son grupusculares y surge la idea de que qué ocurriría si hubieran crecido lo suficiente como para obtener algunos resultados electorales apreciables. De hecho, el PSU francés y el PSIUP italiano se presentaban a las elecciones como respuesta “socialista de izquierdas”, más a la izquierda que los partidos prosoviéticos y obteniendo una mínima cuota representativa.

No era el caso de los grupúsculos. A estos les gustaba mucho más el calificativo de “extraparlamentarios”. Fue en Alemania en donde esta calificación se estrenó. El término tuvo fortuna y saltó pronto a Francia e Italia. Los extraparlamentarios no eran sólo los partidos que no tenían representación institucional sino también los que rechazaban tener representación en las instituciones representativas calificadas como burguesas. Los dirigentes del Mouvement 22 Mars, Daniel Bensaïd y Henry Weber le llamaron a esto “nueva oposición”. En realidad se trataba de hacer de la necesidad virtud: ya que no era posible adquirir fuerza social suficiente como para entrar en las instituciones esa imposibilidad se transformaba en una crítica a la “democracia burguesa”.

No era nada que los anarquistas no hubieran hecho antes, incluso con muchas mayores dosis de sinceridad. Uno de los famosos carteles publicados en las jornadas de mayo mostrada a un individuo que metía un dedo en un engranaje. En la viñeta siguiente, el engranaje se había tragado todo su brazo. La leyenda decía: “Ceder un poco, es capitular mucho”, esto es, participar en alguno de los mecanismos representativos del sistema implicaba ser absorbido por el propio sistema. Era una idea absolutamente infantil que iban en contra de todas las enseñanzas facilitadas por los movimientos revolucionarios en las décadas anteriores. Participar en las instituciones no implica rechazar cualquier voluntad reformadora o revolucionaria. El mismo que habla en la tribuna parlamentaria, puede al día siguiente empuñar la piqueta de demolición. Los contestatarios no lo veían así. Para ellos el “hombre nuevo” precisaba instrumentos políticos nuevos para hacer oposición y estos no podían dimanar del mismo sistema que se criticaba.

11. Los problemas estratégicos

A 40 años de mayo del 68 se percibe que difícilmente podemos hablar de estrategias. Lo más parecido a una estrategia fue un auténtico desmadre. En mayo del 68 no hubo estrategias, o al menos nada que pueda ser definido en el lenguaje político como tal. En ocasiones –y el lector lo comprenderá tras la lectura de algunos artículos que hemos publicado sobre el maoísmo y el trotskysmo en mayo del 68- surge la idea de si quienes elaboraron la “estrategia” del movimiento contestatario no fueron quizás sus propios enemigos.

En los días antes a las jornadas de mayo se creó la JCR de carácter trotskysta que luego sería el embrión que daría lugar a la Liga Comunista. En aquella época, finales de los años 60 y principios de los 70, la LC francesa dirigida por Krivinne, Bensaïd y Weber, era capaz de sostener la increíblemente absurda teoría de que Francia y Europa Occidental vivía una “situación pre-revolucionaria”. La “revolución proletaria” iba a estallar –sí, a estallar- de un momento a otro y de lo que se trataba era de “forjar el partido” y de “realizar gimnasia revolucionaria”. Y eso no lo decían imberbes chiquilicuatres recién salidos del liceo, sino “eminencias grises” del Secretariado Internacional de la IV Inernacional, profesores de economía, licenciados en historia y analistas políticos. O eran rematadamente obtusos o bien estaban trabajando para unos intereses que no eran los mismos que defendían los militantes de a pie.

Estas consignas se tradujeron, por ejemplo, después de mayo, en el constante hostigamiento que el Servicio de Orden de la Liga Comunista realizó contra los vendedores de revistas del grupo de extrema-derecha Ordre Nouveau y que alcanzó sus más altas cotas en los enfrentamientos que tuvieron lugar en torno al Palacio de los Deportes de París en 1971 o bien en los ataques a las manifestaciones realizadas por este grupo, reconvertido luego en Front National ya con Jean Marie Le Pen al frente… que concluyeron, finalmente, en la disolución de ambas organización: de un lado la Ligue Communiste y de otro Ordre Nouveau. Quedará la duda para la historia de si los mentores de la “gimnasia revolucionaria” que debía culminar en un proceso insurreccional, surgió espontáneamente por unos analistas absolutamente desenfocados… o bien fue inducida con otros fines. No es raro que, en los que la opinión pública practica una desconfianza creciente hacia las instituciones políticas, aparezcan oleadas de violencia que resitúan instintivamente a la población bajo el paraguas protector del Estado.

Dicho esto, vale la pena examinar las “estrategias” que se enunciaron durante las jornadas de mayo del 68 y que debían ser los planes generales de trabajo en vistas de conseguir unos objetivos políticos que ni siquiera estaban enunciados. De hecho, lo que sorprende cuando se leen los textos de aquella época era la dificultad que tenían los “teóricos” en distinguir entre objetivos políticos y estrategias. Y, finalmente, su incapacidad para adoptar estrategias viables, reduciéndose siempre toda su práctica al mero activismo. Para el activismo solamente existen tácticas. Mayo del 68 tuvo brillantes tácticos pero nulos estrategas. Y lo que s peor: ni siquiera hubo líderes en condiciones de saber definir en qué consistía una estrategia.

En mayo del 68, De Gaulle para apaciguar la situación llamó a la “participación” de la ciudadanía en la gestión de los asuntos públicos. Era un eslogan, por supuesto, pero sirvió para que los contestatarios, lanzaran el eslogan alternativo: la “socialización”. La socialización era un objetivo. Sin embargo, en los textos analíticos sobre la ideología estudiantil, se le considera una “estrategia”. Fundamentalmente, la “socialización” en aquella época consistía en abrir la universidad a los hijos de los trabajadores. Era evidente que los hijos de la burguesía no tendrían dificultades por ingresar en la universidad por descuidado que hubiera sido su historial académico, pero ¿y los hijos de los trabajadores? El “sistema” respondía: para ellos tenemos las becas. Pero los contestatarios respondían: “no son suficientes”. Desde entonces el sistema de becas ha ido mejorando y hoy, cualquier estudiante que tiene una capacidad media para el estudio y una constancia puede optar por una beca en la seguridad de que la obtendrá sin excesivo papeleo. Así pues, todo podía resolverse con una simple “reforma”, sin embargo, a partir de la “socialización” el movimiento contestatario elaboró toda una teoría sobre sus repercusiones: la socialización de la enseñanza daría lugar a una entrada masiva de los hijos de los trabajadores en la universidad, por tanto, la enseñanza y la utilidad para la que se orientara dejarían de ser propiedad del sistema capitalista y no sería posible su monopolización.

Esta socialización debía ir pareja a una “democratización” en la gestión universitaria y en la gestión de las fábricas. A esto se le llamó también “autogestión”. La autogestión” hizo furor en la época. Cualquier sindicato situado a la izquierda de la izquierda “reformista” echaba mano de la autogestión como panacea universal para corregir los excesos del capitalismo y luchar contra el “sistema”. La fiebre llegó también a España y llegó a alcanzar a carlistas y a falangistas. Se trataba simplemente de participar en la gestión de la universidad, en la elaboración de los programas de estudio y en introducir los elementos derivados de la “enseñanza crítica” a los que ya hemos aludido. Desde entonces ha pasado mucho tiempo, los estudiantes están presentes en los claustros universitarios y se han abandonado las tendencias más extremistas de este planteamiento por inviables.

De todas formas, tampoco aquí existía unanimidad. El movimiento estudiantil fue una crítica permanente, no sólo hacia el “sistema”, sino a las propias orientaciones del mismo movimiento. La “autogestión” fue saludada como un hallazgo… salvo por los que la criticaron desde el primer momento. Durante la ocupación de la Facultad de Arquitectura de Valle Giuliua en febrero de 1968 (hechos a los que nos referiremos ampliamente en el próximo capítulo) el documento aprobado rechazaba la posibilidad de participar en la gestión de la universidad “considerando como superada y negativa la llamada participación democrática en el gobierno de la Universidad”. Para esta franja de la contestación, no se trataba de “autogestionar”, con el fin de hacer más gobernable y agradable la universidad, sino de destruirla, en tanto que institución parte de la sociedad burguesa. De hecho, lo que algunos confundían era “autogestión” con “cogestión”. La autogestión iba algo más allá de la cogestión, pero era incomprensible sin otro concepto “estratégico” introducido por el movimiento estudiantil: la autonomía.

Este nuevo concepto implicaba cualquier cosa menos imaginación. La autonomía era a la universidad tradicional lo que la gravedad es a la Tierra. En efecto, desde que aparecieron las primeras universidades en el Medievo Europeo, la enseñanza universitaria era un universo completamente autónomo de cualquier otro cuerpo social. La universidad burguesa supuso un estrechamiento de los vínculos entre enseñanza y sociedad, no tanto por “maldad” como por la complejidad creciente de la universidad. En efecto, la universidad no podía ir por un lado y la sociedad por otro.

Lo que los contestatarios de mayo querían no era reconstruir la universidad tradicional basada en la relación jerárquica entre profesores y alumnos, sino otra cosa muy distinta: aspiraban a que los fondos públicos invertidos en la universidad fueran utilizados por los estudiantes en aquello que más les interesaba… Alejandro Nieto lo resume con una brutalidad de la que ni siquiera parece consciente: “La novedad radica en mantener la independencia total de la universidad, con posibilidad de que la use tanto a favor como en contra del sistema que la mantiene”…

Podemos pensar lo que hubiera ocurrido. Para los contestatarios, era más importante resolver el problema del hambre en el mundo que llegar a la Luna. Bien, pero llegar a la Luna implicaba desarrollar tecnologías de todo tipo que han resuelto muchos problemas planteados luego por la creciente complejidad social. El ordenador que ayudó a guiar a las naves Apolo a la Luna fue el precedente de los actuales ordenadores, los sistemas de telecomunicación actuales no son más que el desarrollo de los que se utilizaron en la carrera espacial… si todos los fondos de este proyecto se hubieran invertido en paliar el hambre en el mundo, hoy seguiría existiendo hambre en el mundo (porque desde entonces se han invertido muchos más fondos en resolver el problema), pero seguiríamos en el neolítico de las nuevas tecnologías.

12. Los aspectos tácticos

Si la contestación fue algo, fue puro tacticismo. Lo que ha pasado a la historia de la contestación han sido las imágenes de barricadas, adoquines volando por los aires, cócteles molotovs, happenings, asambleas, ocupaciones, sentadas y poco más. Realmente poco. El tacticismo no es más que lo propio del activismo y el activismo no es más que la reducción de cualquier práctica política a los problemas de su manifestación callejera o mediática. Las tácticas no son más que los distintos episodios de aplicación de un plan estratégico previamente establecido. La estrategia es lo que permite que el “activismo” pueda capitalizar sus acciones. La estrategia indica la dirección y las tácticas son los pequeños vectores que hay que poner en parcha para cubrir cada una de las pequeñas etapas que llevan por esa dirección. Sin estrategia, el tacticismo es una mera dilapidación de medios, esfuerzos y energías.

Resulta curioso que los contestatarios que se negaban a participar de los engranajes institucionales utilizaran a espuertas el más poderoso de todos ellos: el espectáculo. Debían de haber leído a Debord y a su definición de todos los procesos de la modernidad como puro espectáculo. Rudi Dutschke, líderes del SDS alemán y Cohn Bendit supieron saltar a la fama mediante una sola y única provocación, formulando preguntas “inconvenientes” a responsables ministeriales. Eran las provocaciones “hacia arriba”, pero luego existían provocaciones “hacia dentro” (hacia los estudiantes moderados) y provocaciones “hacia fuera” (hacia el ciudadano en general). Algunas de estas lograban su objetivo, aparecen en primera página de los informativos, si bien no dejaban de ser desagradables: un grupo de estudiantes de Berkeley capturó a un perro, lo roció con gasolina y lo quemó. Cuando los viandantes intervinieron, los contestatarios les reprocharon que se preocuparan por la suerte de un perro y permanecieran impasibles ante la guerra del Vietnam. André Stephan vio en esta actitud una pulsión “sádico-anal” propia de adolescentes inmaduros y con complejos edípicos.

El resto de las tácticas aportaban poco o muy poco. Quizás el sit-in, la sentada, era lo más original en la época, pero no era algo nuevo, sólo que en los años de la contesación se generalizó y adquirió variantes: ocupación de cátedras, ocupación de universidades, etc. En su versión más amable, la “sentada” era ajena completamente ajena a la violencia. Era la policía la que debía restablecer la circulación mediante el desalojo “enérgico” de quienes permanecían sentados ocupando la calle. La versión violenta implicaba la ocupación de la calle y el levantamiento de barricadas. La barricada era emblemática en Francia de un proceso revolucionario. Solo que en los años de la Comuna tenían un sentido en la medida en que era posible defenderlas y en el año 68, eran solamente un símbolo espectacular pero indefendible. Llama la atención que algunos grupúsculos estudiantiles intentaran crear en el Barrio Latino de París una “zona liberada”, en el interior de un circuito amurallado por barricadas.

A pesar de que fuera en París en donde las ocupaciones universitarias se generalizaron como táctica del movimiento estudiantil, no había sido allí en donde se habían iniciado sino en Italia. En febrero-marzo de 1968, las ocupaciones de facultades se generalizaron en toda Italia y proseguirían en los años siguientes hasta prácticamente paralizar cursos enteros de enseñanza universitaria.

Las ocupaciones, habitualmente, se utilizaban para realizar asambleas permanentes y para impartir cursos paralelos. Habitualmente se trataba de conferencias dadas por algunos estudiantes o por profesores que gozaban de su confianza. La asistencia era libre, no existía evaluación y, por supuesto, se trataba de cursos asamblearios en los que cualquiera podía intervenir. De hecho, las asambleas universitarias constituyeron inicialmente la gran fuerza del movimiento y, a la postre, determinaron su fracaso más absoluto.

En las asambleas era frecuente la “logomaquia”, es decir, la toma de la palabra por mero lucimiento personal, alocuciones largas, vacuas, reiterativas, aburridas, en las que los representantes de los grupúsculos tomaban la palabra para exponer las ideas de sus formaciones. A la que se oía un par de veces a estos devotos militantes ya era posible intuir qué es lo que iban a decir. Además, tenían hábito de intervenir en estas asambleas abiertas gente de todo tipo incluidos enfermos mentales. Al acabar mayo del 68, la asamblea abierta se había convertido en sinónimo de pérdida de tiempo, vacuidad e ineficacia.

El movimiento estudiantil, salvo los aspectos apuntados, era mucho menos original en los aspectos tácticos de lo que generalmente se piensa. La mesa informativa, el reparto de la revista, la pintada, el cartel, la distribución de panfletos, el mitin, se conocían ya desde finales del siglo XIX. Los estudiantes de Action Française que dominaron el Barrio Latino hasta la preguerra habían empleado estas tácticas hasta la saciedad.

Todas estas tácticas se emplearon en el enunciado de principio revolucionarios: “Imagnación al poder”, “Prohibido prohibir”, “Bajo los adoquines la playa”, etc. Pero la revolución es otra cosa: es el dominio de lo concreto, la forma en la que los principios revolucionarios se concretan en formas de gestionar el poder. Y de esto no hubo, ni en mayo del 68, ni en todo el ciclo de la contestación, nada que se aproximara remotamente.

13. El modelo organizativo

Los modelos organizativos surgidos de la contestación tampoco son dechados de originalidad. El leninismo servía solamente para los grupúsculos, cuya entidad numérica mínima los  hubiera hecho despreciables sino fuera porque dispusieron de fondos y recursos a los que ya hemos aludido. Quedaba solamente el modelo anarquista, la organización de la no-organización.

Lo que los anarquistas parecían aportar era un modelo organizativo “no autoritario” basado en los comités elegidos en Asamblea y revocables en cualquier momento. La burocracia no existía, todos hacían todo y en cualquier momento podían dejar de hacer lo que hacían para hacer otra cosa.

Durante las jornadas de mayo el binomio Asamblea-Comité de Acción consiguió algunos éxitos puntuales, seguramente no tanto por su propia acción como por el clima general que se creó especialmente entre el 8 y el 20 de mayo. Para que una organización de este tipo hubiera “funcionado” habría sido preciso que todos sus integrantes tuvieran un parecido nivel de conciencia política y de capacidad de trabajo. Pero esto no era así. El modelo organizativo anarquista siempre ha fallado porque ha partido de un supuesto falso: la igualdad, cuando en realidad lo que rige los destinos humanos es precisamente la ley de la desingualdad. Ni todos sirven para los mismos trabajos, ni todos tienen la misma capacidad, ni el mismo interés, ni las mismas motivaciones, ni son capaces de desarrollar el mismo voluntarismo.

Frecuentemente las organizaciones anarquistas están sometidas a una contradicción entre sus fundamentos doctrinales antiautoritarios y la psicología de quienes asumen el control de la gestión en algún momento dotados de cierta tendencia para el autoritarismo y para considerar “autoritario” todo aquello que menoscaba su “autoridad”. Algunos analistas del modelo organizativo anarquista han deducido que el problema de cualquier estructura anarquista es que sus miembros están permanentemente alerta y tienen miedo de utilizar ellos mismos pulsiones autoritarias. En realidad, ocurre todo lo contrario. La autoridad es una disposición natural presente en determinados seres humanos en el ejercicio de algunas funciones. No se “ejerce” la autoridad. Se “tiene”. Al ser negada esta disposición natural, el modelo anarquista suele encubrir las peores desviaciones psicológicas. Es muy fácil arrancar el aplauso en una asamblea anarquista, basta con criticar a la autoridad. Es muy fácil mantener la preponderancia en un grupo anarquista: basta con acusar a otros de “autoritarismo”.

Una organización revolucionaria basada en estos principios es absolutamente inútil para una lucha de larga duración. No hay que olvidar que los anarquistas, históricamente, desde el siglo XIX, han sido siempre objetivos privilegiados de infiltraciones de todo tipo. Los que aspiraban a ser “provocadores”, frecuentemente han sido “provocados”. Pasó en el anarquismo español del siglo XIX, volvió a pasar en el Congreso de la Federación Anarquista de Carrara y no tendríamos problema en multiplicar los ejemplos.

El modelo organizativo anarquista –recuperado para mayor gloria de la ineficacia revolucionaria sesentaiochesca- es el caos en movimiento. Mil centros de decisión en mil momentos diferentes, contradictorios todos unos con otros, con imposibilidad de desarrollar estrategias de larga duración, anclados en el mero tacticismo y en el verbalismo revolucionario. Todo tan romántico como inepto.

Mayo del 68 no dio más de sí. Ni el “partido revolucionario”, ni los comités de acción sobrevivieron al discurso de De Gaulle del 28 de mayo.

Aquello no fue una revolución, sino el preludio de las vacaciones de junio.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com

 

 

 

A 40 años de mayo del 68 (XIII de XVI): La ideologia revolucionaria de los estudiantes

Infokrisis.- En esa entrega, encaminándonos por la recta final de nuestro estudio sobre mayo del 68, prolongamos las reflexiones que ya habíamos iniciado en la entrega anterior sobre el análisis de la condición estudiantil realizada por los contestatarios. La reflexión sobre la alienación ocupó un lugar importante, a pesar de lo superficial e incluso banal que llegaba a ser ser en algunos puntos. Igualmente, en 1968 cuando el capitalismo se encontraba en plena evolución -en una evolución que le llevó finalmente de la etapa multinacional a la que acababa de llegar a la etapa de la globalización en la que se encuentra hoy- los estudiantes dedicaron algunas observaciones a este fenómenos realizadas con el prisma deformante de Marx. En la próxima entrega, la última dedicada a la ideología revolucionaria de los estudiantes, entraremos en las consideraciones sobre la organización y sobre la acción.

    

Documentales:
Marcusse: el totalitarismo de la sociedad avanzada (en italiano)

Marcusse con sus estudiantes de Berkeley (en italiano)

La democracia totalitaria del consumo (en italiano)

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7. El estudiante y la alienación

El Movimiento Estudiantil hizo de la necesidad virtud. Adquirió la conciencia de que en lugar de “liberarlos”, el título universitario contribuía a afianzar un proceso de alienación en el que el estudiante pasaba a estar sometido a la misma relación laboral –y, por tanto alienada- que cualquier otro trabajador. El estudiante, para éste análisis, es, en principio un trabajador… que al entrar en la universidad tiene un valor y al salir un valor superior, pero su relación en el mercado laboral es el mismo que el que pueda tener cualquier obrero descrito por Marx un siglo antes. El profesional salido de la universidad también ha terminado siendo víctima de la deshumanización del trabajo. La única compensación a su actividad es el dinero, en absoluto la satisfacción de identificarse con su obra. A diferencia del trabajo concebido en la pre-modernidad, el trabajo alienado que tiene el estudiante como perspectiva al acabar sus estudios, es anónimo, masificado, imposible de identificarse con él, y cuya única compensación es el dinero.

El individuo ha terminado convirtiéndose en productor alienado y en consumidor integrado. Y no importa si es un trabajador manual o un profesional salido de la universidad: en ambos casos su papel en el proceso de producción es el mismo, depende de un salario y esto le convierte en proletario. Para diseñar el submarino español más avanzado, los astilleros han contratado a 60 ingenieros, ninguno de los cuales podrá identificarse finalmente con el producto que surja de su trabajo. Al igual que un obrero manual, el ingeniero habrá participado en partes aisladas del proyecto, carecerá de una visión de conjunto y no podrá identificarse con el resultado de su trabajo. Y, finalmente, todos cobrarán un salario mayor o menor, pero, a fin de cuentas, entregado por un patrón o una corporación-patrón.

La complejidad de las sociedades modernas ha operado este fenómeno. Para un artesano pre-moderno la simplicidad de los procesos productivos favorecía el que tuviera un pleno control sobre su trabajo. A medida que la sociedad y los procesos de producción van ganando en complejidad, todas las partes que participan en él, van teniendo un control cada vez menos sobre el resultado final de su trabajo y, finalmente, se limitan a realizar lo mejor posible partes aisladas que en nada indican como será el conjunto. No solo la sociedad se ha masificado, sino que al trabajo le ha ocurrido otro tanto. Por eso, el movimiento estudiantil concluye que el trabajo de los profesionales titulados es una forma de trabajo alienado. Todos las manufacturas que se producen son, a fin de cuentas, el resultado de una organización científica del trabajo, no del esfuerzo de tal o cual artesano.

Esta perspectiva no gusta a los contestatarios. Habían creído que la universidad les daría acceso a una condición diferente y, bruscamente perciben que no van a terminar siendo nada más que proletarios: empleados que dependen de un salario… como cualquier otro obrero. Y, además, como a éstos, su condición inevitable en la producción, es la alienación, dejar, a fin de cuentas, de ser ellos mismos, para ser solamente un engranaje más en el mecanismo productivo. El título universitario no les garantiza pertenecer a ninguna élite, ni, por tanto, les asegura detentar el poder. Ha aparecido una nueva forma de “clase obrera”. Son proletarios porque su función en el proceso productivo es de pura subordinación a una entidad cada vez más difusa: los “capitalistas”, los “consejos de administración”, el “Estado”, las corporaciones multinacionales, de los que reciben un salario. En esto reside la miseria del medio estudiantil tal como la concebían algunos estudiantes cuando se precipitaron las jornadas de mayo.

A partir de aquí, todo se vuelve pura locura. Olvidando el hecho esencial de que la complejidad de la producción moderna impide una identificación personal con los objetos producidos, olvidando que las diferencias salariales son en ocasiones abismales entre trabajadores y cuadros intermedios profesionales, olvidando que el análisis marxista es una de las formas de plantear el problema pero ni siquiera la que corresponde mejor a la realidad del tiempo nuevo (de hecho, podría definirse a los “capitalistas” y a la “alta burguesía” como proletarizados o, con más precisión, como masificados, en la medida en que tienden a los mismos hábitos de consumo que cualquier otra clase social o que se nutren de los mismos productos culturales comunes a todas las clases y que han sido impregnados por las mismas necesidades modernas), el movimiento estudiantil, a partir de la constatación de su proceso de proletarización, sigue una deriva lógica propia a toda forma de marxismo.

Los estudiantes japoneses de aquella época lo expresaron con una lógica tan estricta como estéril: “Debemos de dejar de ser movimiento estudiantil para convertirnos en movimiento proletario” y en la llamada Carta de la Sorbona redactada durante los sucesos se decía “no queremos ser otra cosa que jóvenes trabajadores”.

Pero detrás de estas palabras subsiste todavía una mentalidad de élite. Los estudiantes revolucionarios consideran que están mejor formados que los trabajadores y conocen mejor los “procesos productivos” que quienes están inmersos en ellos desde siempre, así pues la misión de los estudiantes es “ilustrar” a los trabajadores… Era evidente que este planteamiento ni puede convencer a los trabajadores ni es beneficioso para los estudiantes ansiosos de proletarizarse que terminan por inercia considerándose la élite “que sabe” frente a la masa ignorante de su condición. Era inevitable que cuando los maoístas acudían a la factoría Renault de Flins a “servir al pueblo” fueran recibidos con hostilidad por los trabajadores y por esto mismo cuando los bobalicones activistas de extrema-izquierda llevaban a líderes sindicales a los anfiteatros de las facultades terminaran generalmente decepcionados por las intervenciones de aquellos a los que habían mitificado solo horas antes. En el fondo, los estudiantes solían vivir de papá y mamá, tenían pocas preocupaciones materiales y su condición, por mucho que los análisis económico-sociales realizados a la luz de los clásicos del marxismo, les llevaran a “proletarizarse”, la realidad social y cultural de la condición obrera era completamente diferente.

Cuando la FER, la JCR o la UJC-ML intentaron justificar este “ir al pueblo”, manejaron con preferencia textos leninistas. ¿Qué hacer? Vivió un inesperado revival cincuenta años después de haber sido escrito. Lenin en esta obra ya aludía a que resultaba imposible que los proletarios adquirieran conciencia política por sí mismos y que ésta debía ser injertada desde fuera de la clase obrera, por parte de la vanguardia revolucionaria. Lenin sostenía que los trabajadores no irían jamás solos más allá del sindicalismo.

Cuando los estudiantes repasaron estos textos clásicos vieron la luz: donde decía “vanguardia revolucionaria” que para Lenin significaba el “Partido Comunista”, los estudiantes entendieron “movimiento estudiantil”. Pero Lenin concebía la “vanguardia” como una estructura férrea, rígida, disciplinada y sometida a una estructura prácticamente militar, mientras que los modelos de organización estudiantil eran más propios del anarquismo. Lo asambleario era para el movimiento estudiantil lo que el centralismo democrático era para el leninismo. Era evidente que la cosa no podía funcionar y que, el elitismo afloraría de nuevo. No era menos evidente, al mismo tiempo, que a la clase obrera le haría muy poca gracia que estudiantes pretenciosos les indicaran lo que tenían que hacer. Sin olvidar que mientras los estudiantes intentaban “proletarizarse” a través de un populismo frecuentemente grotesco… los trabajadores intentaban “aburguesarse” y alcanzar el estándar de vida de la clase media.

Unos y otros quedaron decepcionados con el contacto: los maoístas resistieron poco su “ida hacia el pueblo”. Los obreros bostezaban con las clases de marxismo, en las asambleas sus intervenciones eran “poco revolucionarias”. Los estudiantes consideraban vulgares sus gustos, pequeño-burgueses e incluso degenerados. Los obreros tenían a los estudiantes por intelectuales marisabidillos que lo desconocían todo de la vida, que se las daban de revolucionarios porque tenían una vida regalada y podían permitirse el lujo de “agitar” sabiendo que papá y mamá siempre les cubrirían las espaldas.

El movimiento estudiantil embarrancó a poco de iniciar la ruta que conducía al pequeño callejón sin salida del marxismo, en la medida en que el marxismo había constituido un error y una perversión de la cultura occidental al reducir todas las relaciones sociales y todas las jerarquías a un análisis meramente economicista. El movimiento estudiantil olvidada las enseñanzas de la psicología: alguien es lo que se siente, no lo que dice que es. El estudiante se “sentía” proletarizado, pero no era un proletario, y en la mayoría de los casos, tras conocerlos en las asambleas o en las manifestaciones, incluso idealizando a los obreros, se negaba a ser como ellos.

Hoy cuando se cumplen 40 años de las jornadas de mayo del 68, algunos hemos recordado siglas que estuvieron presentes en la España de la época: el Frente de Liberación Popular de Julio Cerón que en Catalunya se llamó Front Obrer Catalá… y que, en cierta medida, fue uno de los productos más típicos de aquella época, mantuvo presente este tipo de planteamientos ideológicos y compartió todo este análisis sobre la proletarización… para convertirse 30 años después en semillero de ministros y directores generales del gobierno socialista y centristas del gobierno de la Generalitat.

8. El capitalismo avanzado en la ideología estudiantil

Alain Touraine fue uno de los mentores del movimiento estudiantil y ya en 1967 argumentaba sobre la importancia creciente del consumo como hecho definitorio de la modernidad. Las tesis situacionistas iban en la misma dirección: el “sistema” nos ha convertido a todos en productores y consumidores y ha instalado la fiebre consumista por delante del énfasis productivo. Otros, como Jürgen Habermas ya aludían a factores psicológicos. Lo que le importaba realmente a la población no es ser o no ser alienada… sino poder alcanzar o no estatus aceptables de consumo que el sistema siempre colocaba delante de ellos como la zanahoria se colocaba ante las narices del asno. Lo que crea descontento es precisamente la insatisfacción generada cuando no se alcanzaban los niveles de consumo a los que se aspiraba. Esto generaba una frustración que se instalaba en el interior del sistema y que éste solamente conseguía superar mediante la introducción de nuevos objetos de consumo presentados como imprescindibles. Ciertamente, esta carrera dura todavía hoy y parece difícil que se detenga algún día.

El consumo es lo que ha roto la “sociedad de clases” en la medida en que todas las clases, incluidas la alta burguesía y el subproletariado, aspiran a unos mismos estándares consumistas. La diferencia estriba en que unos pueden realizarlos con facilidad y los otros no. Contra más elevado es la capacidad adquisitiva las frustraciones son diferentes. Para un gran capitalista no tener el yate más grande de España puede constituir una vergüenza, para el subproletario tener un teléfono móvil sin cámara de vídeo o sin MP3, puede ser la frustración equivalente. La imposibilidad de acceder a todas las ofertas de consumo es lo que genera una misma sensación: la frustración y, por tanto, el descontento.

Es evidente que este análisis tiene muy poco de marxista y mucho más que ver con la psicología que con la economía. Las implicaciones son obvias: el viejo equilibrio de clases se ha roto. No existe ya una burguesía con sus ideales, propios y específicos, y un proletariado que aspira a crear un idílico mundo feliz en el que los bienes sean distribuidos equitativamente según las necesidades. Pero, la función de los marxistas no es otra que la de encajar la realidad con su esquema ideológico a martillazos. Es lo que hizo Gorz enunciando las tres contradicciones que percibía en el capitalismo avanzado:

- contradicción entre el coste de la fuerza de trabajo y la tendencia a que la sociedad asuma este coste. Para Gorz la formación de los trabajadores es cada día más cara y más costosa, en la medida en que los procesos de producción son más complejos. Para Gorz, la universidad es uno de los centros de “formación profesional”, nada más. Sin embargo, la sociedad no está dispuesta a aumentar estos “costes de formación” y, por tanto, la enseñanza va siempre retrasada en relación a las necesidades de la sociedad.

- contradicción entre la naturaleza y el nivel de formación exigido por el desarrollo de las fuerzas productivas y el nivel de formación exigido por la patronal para el mantenimiento de las relaciones jerárquicas en la empresa. Mientras que a una producción cada vez más compleja corresponde un nivel técnico cada vez mayor, el “patrón” corre el riesgo de verse superado por técnicos que cada vez “saben más” y controlan mejor los procesos productivos.

- contradicción entre la autonomía creciente del trabajo productivo y su estatuto subordinado en el seno de la empresa y de la sociedad capitalista. Para Gorz, la tecnificación debería de dar más autonomía a los trabajadores, sin embargo, éstos están cada vez más dependientes y subordinados a sus empresas hasta el punto de que la producción solamente es posible con el respaldo de éstas.

Las tres contradicciones enunciadas por Groz y tal como las presenta Alejandro Nieto, demuestra que en aquel momento el capitalismo empezaba una larga mutación (de artesanal a industrial, de industrial a multinacional y de multinacional a globalizado) de la que en 1968 se distaba mucho de alcanzar sus últimas consecuencias. Los marxistas opinaban que la evolución del capitalismo, finalmente, acarrearía su autodestrucción, sin embargo, hoy goza de una aparente buena salud. Y han pasado 40 años. No es raro, pues, que la teorización anticapitalista de aquella época fuera algo tosca y que no se estuviera en condiciones de apreciar los caminos más probables de la evolución del capitalismo. Y mucho menos si se partía de premisas marxistas clásicas.

Entonces empezaba a ser evidente que el hecho de la “propiedad” que para el marxismo había sido fundamental, empezaba a tener cada vez menos importancia. Ya no importaba de quien eran los medios de producción, sino cómo se organizaban. Las primeras multinacionales demostraron que la economía y el poder estaban en manos de quien mejor los organiza. Nieto explica con razón: “si en los los grandes oligopolios capitalistas desapareciera súbitamente la propiedad, el proceso productivo no se vería trastornado, y, en cambio, si se paralizase la organización, la producción se interrumpiría. Dicho con otras palabras: en el período en el que Marx enunció sus principio, el poder derivaba de la propiedad privada, quien más propiedad privada tenía, más poder detentaba… ahora no ocurre así. Hoy existe una diferencia entre el uso y el disfrute de la propiedad. El miembro del consejo de administración de una corporación multinacional ¿es dueño de esa corporación? ¿O, más bien disfruta de las ventajas de su posición?

Las grandes dinastías capitalistas perciben las rentas de su capital, pero difícilmente dominan toda la estructura del poder. Las dinastías son dueñas de la titularidad de sus acciones, pero no pueden operar a su capricho sin tener en cuenta una montaña de condiciones e interrelaciones con otras dinastías, con los superdirectotes y los consejos de administración de las propias empresas en las que tienen capital, con las administraciones o con las economías de terceros países. De ahí que algunos hayamos advertido ya desde finales de los años 60 que el capitalismo es un sistema que camina cada vez más solo y que, con demasiada frecuencia tiene vida propia al margen de los intereses de los propios capitalistas que parecen –Evola ya los definió así en los años 30- más bien engranajes del mecanismo inhumano de la economía mucho más que sus rectores. En los años 60 se inició el proceso de “despersonalización del capital” que desde entonces se ha ido afianzando y extendiendo cada vez más. El eje del sistema ya no son “los capitalistas”, sino “el capital”. El vacío ha sido cubierto por la organización. En aquellos años, decir “organización” implicaba decir “tecnocracia”. La tecnocracia es aquella nueva clase social que detentaba los secretos de la “organización”.

Y éste era el problema para algunos como Marcuse que lo difinieron con el título de una de sus obras: El final de la Utopía. Para Marcusse, en la actualidad existe una concentración de recursos y de avances científicos suficientes como para asegurar el bienestar y la seguridad a toda la raza humana. Para Marcusse, por primera vez en la historia, la Utopía dejaba de ser un mito para estar al alcance de la mano. Si, en cambio, vivíamos situaciones de injusticia social y de privaciones para muchos millones de habitantes del globo, se debía a la mala organización de la sociedad y de los recursos. Así pues “la organización es el motor y, el mismo tiempo, el freno de la sociedad moderna”.

Ahora bien, los “organizadores” salen de la universidad y, a pesar de la altura ocupada por sus responsabilidades, no ocupan más que un papel subordinado en el mecanismo. Si bien es cierto que la única modificación que tuvo lugar en los años 50 en la universidad fue para adaptarla al máximo y dentro de sus posibilidades, se tendió hacia una universidad “tecnocrática” que formara a profesionales de la organización silenciosos y acríticos en todo aquello que no afectara a sus funciones directas, había terminado entrando en contradicción con la sociedad burguesa y con la mentalidad del estudiante que empezaba a reflexionar sobre su condición.

El profesional que es dueño y responsable de los aspectos técnicos y de la organización de la producción, antes o después termina experimentando la necesidad de participar también en el dominio de los aspectos económicos y en los niveles de decisión. Tiene formación para ello. Sin embargo, algo le impide ir más allá de decidir como será una tuerca, con qué material se fabricará y que lugar ocupará en el mecanismo. Pero ir más allá le está vedado. No es él quien va a decidir, sino otro nivel superior del que dependen los aspectos económicos y administrativos, los cuales, a su vez, al conocer completamente su esfera de trabajo, también experimentan la necesidad de querer ir más allá. Pero tampoco puede introducirse en esa esfera que no es la suya. Por encima está el superdirector que ejerce una especie de bonapartismo en nombre de los “capitalistas”. Y él tampoco es completamente libre de decidir, depende de éstos. Y estos, contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, tienen su libertad limitada por los muchos factores que antes hemos reseñado.

Si el sistema sigue funcionando a pesar de todas las contradicciones y conflictos que se generan entre todos estos niveles, es por que existen mecanismos de compensación. Estas compensaciones son fundamentalmente económicas. El salario –y las fantasías paralelas generadas por el consumo- contribuyen a dar estabilidad y coherencia a toda esta estructura.

Lo importante es que cada nivel no utilice su tiempo libre para pensar sobre su condición… sino para consumir. Lo mejor de la ideología del movimiento estudiantil es su crítica al consumismo que entonces se empezaba a hacer omnipresente. En el momento en que los estudiantes entraron en contacto con los proletarios se horrorizaron de lo que el “sistema” había hecho con ellos: seres cansados que regresaban al hogar tras ocho horas de trabajo agotador y no tenían más interés que no crearse problemas, se sentaban ante el televisor y veían cualquier cosa que les pusieran en pantalla, sin el más mínimo espíritu crítico. El fin de semana se rompía la rutina con un almuerzo dominguero y poco más. El trabajo alienado se compensaba y neutralizaba con el ocio dirigido. Era lo que Vaneigem y Debord habían denunciado como “sociedad del espectáculo”.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.eshttp://infokrisis.blogia.com

 

 

  

 

A 40 años de mayo del 68 (XII de XVI): La ideología revolucionaria de los estudiantes

Infokrisis.- Proseguimos en esta entrega el redondeo del análisis de la doctrina del movimiento estudiantil europeo de finales de los 60. Las reflexiones de aquel período –que no fue más allá de finales de 1967 al final del curso 1970-71- fueron muchas y muy ricas y, desde luego supusieron un soplo de aire fresco en la historia de las ideas políticas del siglo XX. Lamentablemente, la filtración desde el primer momento, de pinceladas marxistas y anarquistas contribuyó a la disolución de la ideología estudiantil y a su recuperación por formaciones marxistas clásicas. [se acompañan tres vídeos sobre la revolución y el ambiente de mayo 68]

Documentales:

Manifiestaciones en el barrio latino y declaraciones de líderes revuelta (francés con títulos en castellano)
La noche de las barricadas (con la voz en off en francés)
Animación en flash con las fotos más significativas de la revuelta
[pulsar los fotogramas]
 

5. Los tres principios de la ideología estudiantil

El movimiento estudiantil al reflexionar sobre su propia condición y sobre el papel de la universidad en la sociedad enunció tres principios indiscutibles que difícilmente admiten la crítica en su enunciado, aunque sí en su aplicación:

- La neutralidad de la ciencia: tradicionalmente se venía afirmando que la ciencia es neutral y que, por ejemplo, la teoría de gravitación universal de Newton no implicaba necesariamente aceptar tal o cual sistema ideológico. Y en realidad, ocurría justo lo contrario: ni la ciencia es neutral (la física newtoniana constituye la base del paradigma mecanicista que sustituye al paradigma tradicional hasta ese momento y precede al paradigma holísitco al que tiende la ciencia actual), ni lo es su aplicación. El ejemplo clásico es la investigación sobre microorganismos y virus. Aparentemente es neutral y carece de coloración política, pero en la medida en que ese hallazgo puede ser empleado por tal o cual país en armas de guerra biológicas, deja de ser neutral. Es, a fin de cuentas, la clase política, incluso en las democracias más avanzadas –que no es más que los “bonapartes” del poder económico- quien decide las prioridades, lo que hay que investigar y lo que pasa a segundo plano y, por supuesto, en qué se utilizan los hallazgos anticipados por la ciencia. Alejandro Nieto alude a “la aplicación irracional de los productos de la más exquisita racionalidad”. El investigador e inhibe de la utilización completamente irracional que pueda hacerse de su trabajo.

- La neutralidad de la enseñanza: huelga afirmar en estos momentos en los que la Educación por la Ciudadanía se ha convertido en el centro de la polémica sobre el sistema educativo que la enseñanza encierra siempre contenidos políticos. El mero hecho de sustituir la Formación del Espíritu Nacional franquista por la Educación para la Ciudadanía zapaterista implica ya la oscilación del péndulo ideológico de un extremo al otro. Decidir lo que debe o no debe enseñarse es ya, de por sí, una decisión política. Y no digamos la forma de transmitir esa enseñanza: enseñar jugando como hoy, o enseñar mediante sistemas memorísticos suponen dos formas contrapuestas de transmitir el saber desde la infancia en los que o se educa el ludismo o se educa la voluntad. En la práctica, la universidad tradicional defendía y afirmaba la libertad de cátedra y la plena libertad de los profesores para transmitir el tipo de enseñanza que creen oportuno. Sin embargo, en el movimiento de mayo la “libertad de cátedra” queda relegada a un principio que, poco a poco, fue ganando preeminencia: no hay libertad de cátedra para los catedráticos que son definidos como “siervos del capitalismo”, “cómplices de los crímenes cometidos en Vietnam” y “fascistas sin escrúpulos”. Para la óptica del movimiento estudiantil el catedrático intenta modelas la mentalidad del estudiante en función de unos presupuestos ideológicos que pueden ser o no aceptables para éste.

- La neutralidad del estudiante: en la universidad tradicional el estudiante debía limitarse a estudiar. Contrariamente a lo que ha sostuvo el movimiento estudiantil, éste modelo de universidad requería del estudiante un estado relativamente pasivo que facilitara la asimilación de los conocimientos transmitidos por el profesor, sí, pero también fomentaba un máximo de capacidad crítica. Fue la degradación de la universidad tradicional y su conversión en universidad burguesa la que trajo el conformismo y la relación en todos los niveles de la vida universitaria. Fue entonces cuando los profesores precisaban que sus alumnos fueran meras esponjas que aceptaran acríticamente cualquier filtración ideológica que les quisieran transmitir. El estudiante debía estudiar, pero ya no estaba en condiciones de juzgar lo que estudiaba, se debía limitar a aceptarlo. El movimiento estudiantil, muy influido por las corrientes hiperdemocratistas de la época fue mucho más lejos: “El estudiante debe estudiar, el obrero trabajas, el cura decir mira y el policía velar por el orden. Pero ¿Quién debe decidir lo que el estudiante debe estudiar, dónde debe trabajar el obrero, qué clase de misa ha de rezar el cura y qué clase de orden debe proteger el policía?”, comentaba Nieto. La respuesta era clara para algunos. Durante la ocupación de la facultad de arquitectura de Valle Giulia en Roma, los estudiantes de la organización estudiantil Caravella (de extrema-derecha, entonces muy implicada en las ocupaciones universitarias) sostenían que la única autoridad que debía regir en la universidad era la “autoridad científica”. Sin embargo, esta no era la opinión de la izquierda estudiantil que, precisamente cuestionaba el derecho de autoridad. En 1968 se llegó al absurdo de que los estudiantes recién llegados del bachillerato deliberaban y votaban lo que debía ser enseñado o no. Yo mismo, he visto a profesores preguntar a sus alumnos lo que querían o no querían aprender… Era “democrático”, lo que no implica que fuera absurdo: en el docente debe de existir “experiencia profesional”, además de cualificación científica; ambos elementos hacen que el docente vea a mayor distancia que el recién llegado a la universidad.

El principio del fin del movimiento estudiantil consistió en ejercer una crítica drástica al principio de autoridad, negando no solamente autoridad a los profesores mediocres o desenfocados por edad o incapacidad profesional, sino negando en sí misma TODA autoridad.

El razonamiento era el siguiente: la universidad está creada por un sistema político que no aspira a otra cosa más que a subsistir y sobrevivirse a sí mismo. Por tanto, la universidad reproduce los valores y modelos de la sociedad. Estos modelos y valores son transmitidos a través de un sistema autoritario en el que se exige obediencia pasiva a los alumnos. El principio enunciado por el movimiento de mayo era que toda forma de enseñanza que impida “la autorrealización personal o de grupo, presente o futura” en nombre de principios que el estudiante no asume como propios, debe ser rechazada como forma de opresión.

En cierta medida la ideología de mayo ha triunfado durante 40 años. Solamente hoy se percibe el efecto deletéreo de la negación de todo principio de autoridad. Una sociedad así concebida es una sociedad inorgánica en la que todo puede ser cuestionado por cualquiera. El 40 aniversario de mayo de 1968 se produce cuando el péndulo empieza a alejarse del extremo límite de ausencia de autoridad que empezó en 1968 y que alcanzó –al menos en España- sus más altas cotas durante la primera legislatura de Zapatero.

6. La interrelación entre universidad y sociedad

Cuando el movimiento estudiantil empieza a reflexionar sobre el papel de la universidad advierte que existen vasos comunicantes entre universidad y sociedad. La reflexión sobre la neutralidad de la ciencia, de la enseñanza y del estudiante les llevó a superar el concepto propio de la universidad tradicional que la consideraba como algo diferente de la sociedad. Estaba dentro de la sociedad pero era algo radicalmente diferente y aislado de ésta. Es más, desde la Edad Media, la universidad supo rodearse de altos muros que hacían de ella algo autónomo. Tal como definieron los estudiantes italianos este modelo, la universidad era un gueto de oro en un mundo de mierda.

Pero el movimiento estudiantil tiene algo de mesiánico. No se contenta con que la universidad funcione, esté adecuada al tiempo nuevo y cumpla su función de transmisión del saber, quiere, como Jesús el Galileo, redimir a toda la humanidad. Por tanto la reforma de la universidad que exigían los estudiantes contestatario, no era sino el primer paso para una reforma de la sociedad.

En sus sectores marxistas y en el pensamiento del “primer Marcusse”, la universidad constituía uno de los eslabones débiles de la sociedad capitalista. Allí había más energía, más juventud, más fuerza y más conciencia que en otros sectores de la sociedad, por tanto, el estudiantado pasaba a ser definido como “grupo objetivamente revolucionario”.

Hasta aquí no existirían grandes objeciones al razonamiento: la misión de los estudiantes no es reformar sólo la universidad, sino reformar a la sociedad en la medida en que ésta impone un modelo de enseñanza que contribuye a perpetuar las élites capitalistas. Dejando aparte lo cuestionable del razonamiento, está encadenado de manera sugerente. La reforma de la universidad sería un pilot plan para la reforma de la sociedad.

Pues bien, esta cadena de silogismos se convirtió en los años 60 en una polémica permanente entre los “revolucionarios estudiantiles químicamente puros” y los “revolucionarios marxistas presentes en la universidad”. Para los primeros la reforma de la universidad era prevalerte sobre la reforma de la sociedad, mientras que para los segundos, había que reformar la sociedad para reformar la universidad, o de lo contrario la reforma sería siempre limitada y superficial.

A medida que transcurrieron los cursos, la primera tendencia terminó desapareciendo por completo. En algunos textos de mayo de 1968, ya se  destilaba una completa sintonía con los clásicos del marxismo: la tarea de los estudiantes era ponerse del lado de los obreros considerados como la única clase capaz de cambiar a la sociedad. Los maoístas de la UJC-ML asumían en su vida personal la consigna de “media jornada de trabajo y media jornada de estudios”. Buscaban, por todos los medios, proletarizarse porque sería de allí de donde partiría la revolución.

A fuerza de analizar el medio estudiantil, habían olvidado hacer otro tanto con la condición obrera. Si lo hubiera hecho, o si en las mismas jornadas de mayo hubieran escuchado a los oradores de la CGT o de FO, hubieran sabido que en 1968 la clase obrera solamente tenía un anhelo: vivir como burgueses y que la conciencia de clase de los trabajadores no era sino la común aspiración a vivir como burgueses y aquí empezaba y terminaban todas sus posibilidades como clase “revolucionaria”. Todo lo que no fuera un alza salarial, una mejora en las condiciones de trabajo interesaba muy poco a los trabajadores. Ni siquiera habían reflexionado sobre el hecho de que esas mismas reivindicaciones limitaban los beneficios del capital y, por tanto, distanciaban las crisis de superproducción y, a la postre, contribuían a ser un contrapeso a la voracidad capitalista que, inevitablemente, generaba ciclos de crisis.

En este terreno, el movimiento estudiantil no tuvo margen de actuación: al afrontar la transformación de la sociedad lo hizo desde unos parámetros marxistas. Eso hubiera debido llevar a asumir un modelo de organización revolucionaria de matiz leninista… pero esta aspiración solamente estuvo presente en una ínfima minoría. La deriva antiautoritaria que había fomentado su análisis hizo que el modelo de organización que prevaleció en los momentos de crisis, durante las jornadas de mayo del 68 o en el otoño cálido italiano o en las jornadas de febrero-abril en Valle Giulia en Roma, el modelo adoptado fue el anarquista…

El resultado final fue pobre. En 1970 ya no quedaba nada del movimiento estudiantil. Quedaban grupúsculos y como tales permanecieron.

 

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com

 

A 40 años de mayo 68 (XI de XVI) La ideología revolucionario de los estudiantes

Infokrisis.- Iniciamos, en la recta final de este estudio sobre mayo del 68, tres artículos sobre la Ideología del movimiento estudiantil, a los que seguirán unas conclusiones. Hay que decir que, de esta ideología, hoy no queda ni la sombra. La aceleración de la historia se demuestra en casos como éste en donde una ideología paso de ser indiscutible en 1968 a ser absorbida por el marxismo dos años después, y a desparecer por completo al cabo de dos años más.En nuestra tribulada época subsiste lo que es más fuerte que el fuego. Y la ideología del movimiento estudiantil era apenas tan superificla como el discurrir de un sky. A poco de pasar, la nieve recubre otra vez el surco. A partir de lo que exponemos quizás sea más fácil entender porqué el movimiento de mayo no fue en toda Europa más que el escenario de un juego lúdico en el que participarían... los hoy dirigentes de las democracias burguesas de Europa Occidental. El Frente de Liberación Popular de Julio Cerón dio 8 ministros e incontables directores generales, Gerard Schröder y el ala mayoritaria del SPD alemán así como los ecologistas fueron miembros del SDS, el socialismo frances (y el neogaullismo) está repleto de "hijos de mayo". ¡Menuda revolución que hace de sus miembros los émulos aventajados de lo que decían combatir!

   

    

 

La ideología revolucionaria del 68

Si hemos aludido especialmente al situacionismo fue por que, en cierta medida, sus representantes en Francia tuvieron arte y parte en la elaboración de las tesis contenidas en el documento Nous sommes en marche y en los documentos elaborados por otras comisiones similares durante las ocupaciones de las facultades, que, de alguna manera resumen las tesis de lo que se puede considerar como el movimiento estudiantil en estado puro, no reductible a las líneas políticas de los distintos grupúsculos que participaron en los incidentes.

El valor de estos documentos es relativo. Por nuestra parte no vemos en los sucesos de mayo ninguna ideología subyacente que constituyera el motor de la revuelta y su carburante intelectual. Sí, existió, pero su importancia fue mínima. Y cuando se empezó a analizar, ya había desaparecido completamente del escenario universitario, arrasado literalmente por las consignas de los grupúsculos.

Desde el punto de vista de la historia de las ideas, los conceptos que constituyen lo que podemos llamar la “ideología de mayo 68” es interesante, no tanto por su contenido, sino por el hecho de que fue la última vez en la historia reciente que una joven generación reflexionó sobre sí misma. Nunca más ha vuelto a ocurrir. Tras mayo del 68, la juventud perdió su conciencia de generación y nunca más ha vuelto a recuperarla.

La mayor parte de razonamientos y discusiones que tenían lugar en la época eran superficiales y pertenecían mucho más a las “poses” revolucionarias que a actitudes verdaderamente profundas.

Explicaremos en primer lugar por qué apareció esa generación en aquel preciso momento de la historia. Mas adelante realizaremos una exposición de los puntos esenciales de su doctrina. Evitaremos realizar una crítica sistemática a algo que como ya explico Raymond Aron en aquella época, era tan débil que no merecía ni siquiera ser criticado.

En nuestra opinión es preciso leer La sociedad del espectáculo de Guy Debord que ya hemos mencionado, para entender la matriz del movimiento. Mao 68 no fue nada más que un chispazo que tuvo cierta notoriedad, precisamente, por que entraba dentro del espectáculo. Es significativo que algunos agitadores medianamente dotados, Rudy Dutschke o Danny Cohn Bendit alcanzaron fama en tanto supieron generar espectáculos mediante la provocación a altos funcionarios de sus gobiernos. Al igual que los anarquistas que frecuentemente son víctimas de las prácticas antiautoritarios que denuncian en otros, los revolucionarios de mayo que aborrecían de la sociedad del espectáculo, terminaron ellos mismos integrándose en ella.

1. Los cambios generacionales en el 68

La nueva situación creada con la innovaciones aparecidas a mediados de los años 60, supusieron una ruptura generacional y un imposible diálogo entre padres e hijos. Es en el curso de esa época cuando la historia empezó a acelerarse: los padres habían vivido el período difícil de la guerra y la postguerra, habían sufrido como, por lo demás, todas las generaciones anteriores.

Sin embargo, la generación del 68, remontaba sus primeros a los años de la postguerra, en la que Europa empezaba a remontar. El mayor trauma lo había constituido, en Francia, la guerra de Argelia. Nada grave, a fin de cuentas.

Esa generación creció en una época de progreso económico y avances tecnológicos. La calidad de la vida mejoró. Si hasta ese momento, la generación de los padres no difería extraordinariamente de los hijos y, por tanto, las generaciones se parecían extraordinariamente unas a otras, a partir de mediados de los 60 se produce la ruptura.

Esa ruptura se experimentó con más intensidad en la Universidad. Hasta ese momento un título universitario había sido una garantía de triunfar en la vida. La Universidad era la puerta del éxito social. Sin embargo, a partir de mediados de los 60, se producen dos fenómenos en la universidad europea: de un lado la masificación, el título ya vale poco y ni siquiera garantiza que el receptor pudiera obtener un trabajo bien remunerado; algunas carreras empezaban a generar peligrosos excedentes cuyo refugio era el paro o empleos que no tenían nada que ver con lo estudiado. Además, la enseñanza universitaria vivía una crisis en sí misma: los catedráticos se habían apoltronado, la investigación no figuraba entre las tareas preferenciales de la universidad y, para colmo, los contenidos de la enseñanza no estaban adaptados al cambio científico tecnológico que se estaba produciendo en esos momentos. Existía un desfase entre la universidad y el avance de las ciencias. Y aquella iba varios pasos retrasada.

El resultado de todo esto fue un conflicto que generó distintas contradicciones:

- entre las generaciones

- entre la universidad y la sociedad

- entre las costumbres tradicionales y los nuvos modos

- entre profesores y alumnos

- entre lo que el estudiante pretendía ser y lo que era

Para colmo, en aquel momento, irrumpieron una serie de nuevas teorías, surgidas algunas de nuevas interpretaciones del marxismo, otras que suponían un enlace entre el anarquismo y el marxismo, se revitalizó el trotkysmo, apareció el maoísmo, se crearon ideologías de síntesis (el freudo-marxismo, el aggiornamento católico con aperturas al castrismo, al guevarismo, al marxismo).

Todo esto llegó en un momento en el que la generación nacida en la postguerra (1945-1953) buscaba respuestas. Aquella generación vio como ya no era necesario trabajar desde muy joven para ganarse la vida; el clima de bonanza económica generado por la reconstrucción de Europa, la irrupción, primero de la Europa Verde y luego del Mercado Común, había liberado mucho tiempo para el ocio. Pero los elementos para ejercer el tiempo de ocio eran, en aquella época, escasos e incomparables con la oferta de ocio actual. La sociedad de la informática no había irrumpido aún y el ansia de saber que experimentaban algunos, en especial, los estudiantes, solamente se pudiera satisfacer con la lectura.

Yo soy testigo de que en aquellos momentos, con escasos 15 años, cuando cursábamos el quinto curso del Bachillerato, nos regalábamos sobredosis de lectura: mi generación había leído a esa edad a Marcuse y Fulcanelli, a Freud y a Althusser, a Dino Buzzati y a Nietzsche… era una generación que buscábamos respuestas y que, seguramente, maduramos algo después que la de generación de nuestros padres, pero desde luego mucho antes que la generación de nuestros hijos. Estábamos pendientes de las corrientes intelectuales de nuestro tiempo. Y, al a postre, fuimos víctimas de los mitos de aquella época.

En ese contexto, se produjo una contradicción entre la envoltura de la llamada revolución de mayo del 68 y lo que era en realidad:un movimiento completamente banal que solamente pudo tener un impacto desmesurado en la sociedad por tres motivos:

- por que fue el primer movimiento político “espectáculo”.

- por que quienes movieron hilos le aureolaron de un interés muy superior al que merecía.

- por que se presentó como un movimiento renovador.

La originalidad del movimiento era muy relativa y en su componente mayoritaria no pasaba de ser un refrito de distintas variedades de marxismo y un revival del anarquismo pasado por el tamiz situacionista.

Ahora bien, si había algo de interés en aquel movimiento y algo verdaderamente nuevo, fue la reflexión que los estudiantes hicieron sobre su propia condición y sobre la función de la universidad dentro de la sociedad. De ahí salió un programa –enunciado durante las asambleas y ocupaciones del mayo francés especialmente por la comisión Nous sommes en marche- de lo que algunos han llamado “reformismo-revolucionario”.

Pues bien, esto que pertenece a la variante francesa del movimiento estudiantil –en cada país tuvo unas características nacionales muy acusadas y en lo que respecta a España, la particular situación política que vivíamos hizo que este aspecto estuviera casi completamente ausente del panorama universitario, centrándose todo en las luchas de oposición al franquismo- fue excepcionalmente breve y las esperanzas suscitadas no duraron mucho más allá de lo que duraron las ocupaciones, el frenesí de las asambleas, de las manifestaciones y de las barricadas. En 1971 de todo esto ya no quedaba absolutamente nada. El movimiento estudiantil seguía como denominación de marca utilizado por los grupúsculos marxistas, pero se había perdido toda la voluntad de debatir sobre la condición estudiantil y todo se supeditaba a formas tradicionales –e incluso arcaicas- de marxismo.

Si vale la pena dedicar unos folios a exponer el análisis que el movimiento estudiantil realizaba de sí mismo, de la universidad y de la sociedad, es porque fue, sin duda, lo más creativo de aquella época. Y fue tan breve como exuberante.

2. La revuelta como proceso iniciático

A pesar de los instigadores de la revuelta fueron especialmente grupos maoístas y trotskystas, lo que nos ha quedado de mayo del 68 era un estilo contrario al marxismo ortodoxo. Mientras los grupúsculos marxistas conocían a la perfección la frase de Lenin en ¿Qué hacer?No hay revolución sin doctrina revolucionaria”, los contestatarios estaban mucho menos interesados por las doctrinas. Cohn Bendit asumió como un valor positivo la falta de doctrina del movimiento de mayo: “… la fuerza de nuestro movimiento se apoya en una espontaneidad incontrolable que lo impulsa sin pretender canalizar, y mucho menos apropiarse, la acción que ha provocado”. Era la ideología, a fin de cuentas, del “prohibido prohibir” que ha quedado como paradigma del movimiento de mayo.

Si atravesamos el contenido de esta frase veremos que si en ella radica todo el encanto romántico del movimiento de mayo del 68, no es menos cierto que ella incluye también su debilidad: ni estructuras, ni límites, ni programas, ni formalismos… ¿qué queda? Apenas un movimiento lúdico expresión del excedente de adrenalina juvenil, absolutamente nada más. Dicho con otras palabras: superficialidad pura y simple.

En realidad, los incidentes de mayo responde a una situación antropológica y cultural. Antes, los adolescentes sabían que dejaban de ser jóvenes para convertirse en adultos después de superar una prueba de “iniciación”. El joven africano, todavía hoy, a partir de determinada edad sufre una “aventura iniciática” (cazar un león, permanecer una semana solo en la selva, conseguir la cabeza de un enemigo, etc.), ese momento marcaba un “tránsito” de la infancia a la juventud. Su vida, a partir de ese momento, dejaba de estar vinculada a la madre, para serlo a la sociedad de los hombres. Y eso implicaba que su comportamiento iba a ser, a partir de ese momento, diferente.

En Europa, esos ritos, mal que bien, lograron prolongarse hasta inmediatamente antes de la II Guerra Mundial. En la universidad era miembro de las corporaciones que suponían una männerbunde, una verdadera “sociedad de hombres”. Entrar en la universidad, suponía pasar a ser “hombre”. El matrimonio confirmaba en esa condición. Pero, la revolución de las costumbres que se produjo en los años 60, unido a que las destrucciones de la guerra eliminaron la mayor parte de la patina tradicional en Europa, generaron una confusión en los jóvenes: no tenían noción exacta de cuando dejaban de ser niños y pasaban a ser hombres. Julio Caro Baroja decía que cuando se cierra la puerta a lo iniciático, lo iniciático entra por la ventana. Así pues, los jóvenes reconstruyeron un sistema para establecer cuando entraban en la madurez: la “aventura iniciática” pasó a ser la barricada, la ocupación del centro de estudios, la asamblea, el frenesí del activismo callejero, la exaltación del enfrentamiento contra el “enemigo”… Hubo mucho de iniciático en mayo del 68.

Pero había otro elemento. La guerra mundial generó una desconfianza hacia la autoridad. Los vencedores consideraron que el peor pecado de los vencidos era el “autoritarismo”. A partir de finales de los años 40, la escuela empezó a demostrar un déficit de autoridad. El profesor, hasta ese momento mitificado en tanto que detentador de la autoridad, pasó –por iniciativa de ese mismo profesor- a relajar su “poder” y a intentar aproximarse cada vez más a sus alumnos. En mayo del 68 irrumpió la primera generación de jóvenes que ya no habían educado en escuelas autoritarias gobernadas por omnipotentes profesores. No digamos en los países que tuvieron regímenes fascistas. La misma Alemania se consideró un “país vencido” hasta 1965-67; a partir de esas fechas, cuando irrumpió la juventud que no había conocido las escuelas del nacional-socialismo y que se había educado en un sistema progresivamente más “libre” y “antiautoritario” varió extraordinariamente su percepción de su propia historia y fue a partir de ese momento en donde al peso de la derrota se unió la negación de su propia historia reciente y el afianzamiento de su complejo de culpabilidad.

Veinte años es el espacio de tiempo en el que una generación tardaba en hacerse presente. Los nacidos entre 1945 y 1950, se hicieron adultos entre 1965 y 1970. Y se sintieron desorientados porque se trató de la primera generación de la historia que no tuvo conciencia clara de cuál era la barrera entre la juventud y la madurez. Y, por eso mismo, era una generación extraordinariamente proclive a la revuelta en un momento en el que la política no era todavía denostada por los jóvenes y en un momento en el que todavía existían algunos rasgos de la vieja escuela (el inducir al alumno a leer y a estudiar) y no se habían manifestado aún los rasgos de la nueva escuela (aprender jugando que no hacía sino prolongar la infancia hasta edades muy avanzadas).

Esto generó el que en aquellos momentos todavía existiera entre los jóvenes un afán por formarse (no orgánicamente en el marco de la escuela tradicional, sino en un marco casi autodidacta o al menos generacional: fueron las universidades libres, los cursos paralelos y demás intentos surgidos en los propios sucesos de mayo) y las ideas fermentaran en sectores minoritarios pero relativamente amplios de los jóvenes.

Cuando, a lo largo de los años 70 y especialmente en los 80, desapareció todo rastro de la escuela tradicional. Esto coincidió con la irrupción de las nuevas tecnologías en el odio: vídeo primeros, videojuegos después, universo de los ordenadores, del DVD y, finalmente, de Internet. Todo esto redujo el ejercicio del intelecto entre los jóvenes a niveles mínimos, ya no se leía apenas, ya no se reflexionaba sobre nada (el soporte físico del libro es fundamental para poder reflexionar sobre algo concreto) y, la necesidad iniciática de la juventud dejó de estar protagonizada por la necesidad de la revuelta, para pasar a estar vinculado a las tribus urbanas. Éstas dieron una identidad a los jóvenes y les facilitaron la experiencia de la “aventura” (enfrentamientos con otras tribus urbanas, con la policía, exaltación de los hinchas en el estadio, etc.).

3. El nacimiento de la ideología estudiantil

La excusa que siempre planteó Cohn Bendit y el Mouvement du 22 Mars, para justificar la ausencia de doctrina revolucionaria, era que la doctrina separa y sólo la acción une. Sastre fue el primero, pero no el único en explicar que Fidel Castro no era comunista en Sierra Maestra, sino que fue la experiencia de la acción lo que terminó haciendo de él un militante comunista, ejemplo y razonamiento discutible desde todos los puntos de vista, pero que en mayo del 68 y con posteriormente se repitió hasta la saciedad.

Eso de que la “acción une” era evidentemente una frase tópica que apenas resistía un análisis superficial: la doctrina separaba sólo a los grupúsculos que no agrupaban en toda Francia a más de 2.500 militantes de las que en las universidades de París no habría más que 500-700 como máximo. Los grupúsculos eran un universo cerrado que ha aportado siglas a mayor del 68 y que constituyó –dato importante- los instigadores de su revuelta. Pero la carne de cañón la pusieron otros. El activismo lo que conseguía era arrastrar a gentes sin compromisos ni vínculos militantes que, pasadas las primeras experiencias (correr delante de la policía, lanzar un adoquín o un cóctel molotov pueden parecer excitantes… las primeras veces que se practica, pero en breve plazo termina aburriendo y siendo peligroso. Así pues, como máximo, la “acción” une brevemente, sin crear grandes vínculos de compromiso. Esto explica el por qué mayo del 68 tuvo la estructura de un souflé: se hinchó a la misma velocidad con la que se deshinchó. Y luego no quedó absolutamente nada…

En mayo del 68 cristalizaron algunas ideas que estaban en el clima de la sociedad europea occidental en aquella época y que en el curso de las ocupaciones cristalizaron en consignas llamativas y afiches que eran definitorios de un estado de espíritu. Eso fue lo mejor de mayo del 68 y lo que ha sobrevivido cubierta con cierta patina del tiempo.

Sin embargo, es cierto que tanto los estudiantes norteamericanos del SDS (Students for a Democratic Society) y del SDS alemán (Sozialistischer Deutscher Studentenbund), o incluso en las largas ocupaciones de los centros de estudio en Roma, se habían forjado algunas ideas a partir de las lecturas de los libros que llamaban la atención en la época.

¿Qué libros eran esos? Se ha pretendido que Mayo del 68 fue el hijo de las “tres M”: Mao, Marx y Marcusse. Falso al 100%. Mao no interesaba a nadie salvo a unos cuantos miles de maoístas. Marx era completamente desconocido en Francia. Marx se leía, pero en el 68 no era un autor excesivamente divulgado. Se leía más a los divulgadores de Marx y a sus intérpretes. Sastre se leía mucho más que cualquiera de las tres M. En cuanto a los clásicos del anarquismo, en 1968 ni siquiera eran leídos por los propios anarquistas y ya entonces tenían un indudable aroma a naftalina. Trotsky interesaba sólo a los trotskystas y su aridez era incompatible con la creatividad de mayo. Las obras del Ché Guevara se leían por exiguas minorías y a título de curiosidad. En cuanto a los socialistas utópicos se desenterraron luego, no en mayo del 68 y, en buena medida, de ellos nació el ecologismo.

Quienes sí tuvieron más importancia en el desarrollo de las ideas del movimiento de mayo fueron algunos profesores: Alain Touraine, Lefevre, Habermas y el propio Marcusse que, a fin de cuentas, también era docente. Eran los “profesores revolucionarios” que instigaban a los estudiantes a transformar la universidad radicalmente, que alimentaban sus deseos de rebeldía generando en la mentalidad de sus alumnos la idea de que la universidad debía y podía dejar de estar al servicio del capitalismo. Uno a uno, todos estos profesores terminaron siendo aplastados pro el monstruo que ellos mismos habían creado. Puestos a ser rebeldes, con quien resultaba más fácil serlo era contra estos catedráticos que, inevitablemente, siempre, se ponían de parte de los estudiantes más díscolos y no harían nada “autoritario” para cortar la rebelión. A Theodor W. Adorno, una alumna se le desnudó en clase. Váquez Montalbán tenía razón cuando decía que Adorno era capaz de construir una teoría sobre la sexualidad de los jóvenes, pero no de soportarla a diez pasos de distancia. Adorno como Hoffman, cuyo seminario fue saqueado por los propios estudiantes, murieron poco después de estos hechos. Su figura resulta hoy trágica. Una vez más, la revolución había devorado, no sólo a sus hijos, sino a sus propios padres. Habían olvidado algo esencial: los estudiantes revoltosos solamente admitían que el catedrático –y cualquier otro- les aplaudiera con reservas. André Stephane infería de este hecho que el movimiento estudiantil del 68 no fue una forma más de narcisismo.

El hijo del filósofo Norbert Bobbio, Luigi, sostenía que los profesores que se habían declarado a favor de los estudiantes seguirían siendo considerados como adversarios mientras no renunciasen a la posición de absoluta supremacía que tenían en la universidad. El problema era que la universidad es el lugar en donde se trasmite el saber y, por tanto, existe una relación jerárquica entre el que da y el que recibe… y el que recibe, a fin de cuentas, era el estudiante. Planteamientos como este figuran entre los tópicos más aberrantes que hicieron fortuna hasta principios de los años 60. Era el dogma de la “igualdad” llevado al límite –igualdad o “paridad”- que contribuyó a hacer olvidar cuál era la función de la universidad.

En 1968 existía una Universidad que no funcionaba correctamente –nada extraño si tenemos en cuenta que hoy es todo el sistema educativo desde la pre-escolar hasta la universidad y el postgrado que no funciona- lo que el movimiento estudiantil proponía era que la universidad dejara de ser tal para convertirse en un organismo en el que el saber en lugar retransmitirse “verticalmente” (de profesores a alumnos, de enseñantes a enseñados), lo hiciera “horizontalmente” (entre alumnos y profesores).

En la posguerra se evidenció la crisis de la universidad en toda Europa, pero, como es habitual, ni el poder, ni la propia esfera académica manifestaron la más mínima intención de reformarla. Todo funcionó mientras el estudiante al acabar sus estudios se transformó en un ser perteneciente a una élite social. No fue raro que, a mediados de los años 60 todo el mundo aspirase a ir a la universidad. Así se llegó a la masificación y a la devaluación de los títulos. Y con ello llegó el paro. En 1968, la universidad era una fábrica de futuros parados. El estudiante ya tenía conciencia de que al concluir sus estudios no iba a ser miembro de esa élite, sino que iba a conocer el paro.

Todos estos elementos llevaron a algunos estudiantes a la reflexión. Y lo hicieron con los escasos medios de qué disponían; además lo hicieron anárquicamente, frecuentemente en medio del ludismo de las facultades ocupadas y las quermeses callejeras. De ahí surgió la ideología estudiantil

4. Universidad tradicional y universidad burguesa

El estudiante, frecuentemente guiado por los profesores “revolucionarios” y, ocasionalmente por los docentes “progresistas”, advierte inicialmente el mal funcionamiento de la universidad. Bruscamente advierte que va a ir directo al paro y que esto no le importa en absoluto a la mayoría de sus profesores. Un documento redactado durante la ocupación de la Facultad de Letras, Leyes y Magisterio de Turín en enero de 1968, titulado Didáctica y Represión sostiene lúcidamente: “La mayoría de los catedráticos se burla de la universidad y considera las cátedras como un cargo seguro, con su correspondiente retribución y que no les impide atender sus asuntos privados: unos son alcaldes, otros diputados, otros industriales, otros grandes abogados y otros, en fin, no hacen absolutamente nada. Para los profesionales, el título profesoras implica simplemente que pueden cobrar unos honorarios más elevados. Por lo que se refiere a la investigación, en nuestra universidad investigar quiere decir publicar artículos o libros. Y como el prestigio de los profesores se mide por el volumen de las publicaciones que realiza el Instituto en el que se encuentran enfeudados, impulsan a asistentes y becarios a trabajar en investigaciones completamente inútiles, pero susceptibles de ser publicadas y que valen para triunfar en concursos, en definitiva, si la Universidad es uan estructura feudal en poder de los catedráticos, la investigación es su blasón”.

Esta es la parte del documento que todavía hoy mantiene su actualidad. No han cambiado mucho las cosas desde entonces. Sin embargo, en el mismo documento, el análisis se convierte en ciencia ficción cuando responden a la pregunta “¿para qué sirve la Universidad? Con una sarta de tópicos: “Para adoctrinar a los estudiantes, para hacerlos autoritarios e incapaces de discutir, para hacerles perder su capacidad de individualizar la dimensión política y social de lo que están estudiando”. Y acto seguido recomiendan una universidad horizontal, es decir, del diagnóstico de un mal –la universidad degrada- se propone un peor: la universidad desprovista de su cualidad de centro de transmisión del saber. El SDS alemán había llegado a las mismas conclusiones. Y el famoso documento mil veces citado «De la misère en milieu étudiant considerée sous ses aspects économique, politique, psycologique, sexual et notammet intellectual, et de quelques moyens pour y remédier» publicado por los situacionistas en 1967.

En todos estos documentos, el diagnóstico sobre la crisis de la universidad es bueno y, en ocasiones incluso singularmente lúcido, pero todo se transforma en utópico, idealista y desenfocado en cuanto se trata de proponer soluciones y de aproximarse a las razones últimas de por qué existe esa crisis en la enseñanza.

La idea central para el movimiento estudiantil era que a través de la enseñanza se reproducían las elites del capitalismo y se fortalecía la estructura productiva capitalista… Y si eso era así ¿cómo es que el “sistema capitalista” no tenía interés en que la enseñaza fuera de mejorar calidad para que el sistema funcionara mejor? ¿cómo es que el “sistema” no intentaba que la universidad se adaptara mejor a la sociedad tecnológica que ya entonces empezaba a ascender significativamente?

Y es que el problema no era que el “capitalismo” intentara pervivir a través de meras élites formadas en la universidad (las “élites” capitalistas no lo son porque sus hijos pasen por la universidad, sino porque tienen el capital en su propiedad), sino que la universidad tal como se la concebía –y como se la concibe hoy- era el resultado de la sociedad burguesa del siglo XIX y en los años 60 y, a partir de la postguerra europea, debía de actuar en un marco social radicalmente diferente y, lo que era más evidente, en plena transformación. La sociedad burguesa iba desapareciendo, pero la universidad burguesa subsistía. Puestas así las cosas, hubiera bastado con que estudiantes y profesores hubieran exigido una reforma, para que el gobierno se hubiera debido hacer eco. En lugar de esto, lo que se propuso fue una revuelta y el poder reaccionó como ante cualquier motín.

Estos motines eran el resultado de la influencia del marxismo sobre el movimiento estudiantil. Siendo una exigua minoría, los marxistas supieron encajar su esquema dogmático con la crisis de la universidad. Llevaron lo “particular” (la crisis de la Universidad) a lo “global” (la necesidad de destruir al Estado burgués, desde el punto de vista marxista). Consideraron, falsamente, que la universidad reproducía los intereses del Estado… cuando era el Estado el que se despreocupaba de la universidad. Así pues, concluían, luchar contra la “universidad burguesa”, implicaba luchar contra el “Estado burgués”. Llegado a este punto, ya era irremediable que el movimiento de mayo terminara asumiendo la doctrina marxista, sino en las semanas de la revuelta, en los meses inmediatamente posteriores y lo que, a la postre, tenía de mayor el movimiento estudiantil, terminara en la cloaca del dogmatismo marxista.

Si, en lugar de haber dado a la palabra “universidad burguesa” un contenido “de clase”, en lugar de un contenido “psicológico”, el resultado de todo el análisis de la función de la universidad hubiera sido muy diferente. La universidad estaba en crisis porque había sido invadida por el “espíritu burgués”: por el afán de obtener el máximo de rentabilidad con el mínimo esfuerzo, por el gusto por ascender en la escala social, por el conformismo y la ley del mínimo esfuerzo, es decir, por factores psicológicos que aureolan a la condición de burgués… y que, por otra parte estaban también presentes –y siguen- en la condición estudiantil. No es raro que en esas mismas fechas, Brice Parían en El Hilo y la Aguja hubiera escrito: “Hemos querido dejar de ser burgueses, pero no somos más que antiguos burgueses que no quieren serlo y no saben qué otra cosa ser”.

La madre de todas las confusiones procedía de no ser capaces de distinguir entre “universidad tradicional” y “universidad burguesa”. La universidad tradicional había visto un lento proceso de degradación en los últimos años del XIX y las primeras décadas del XX, luego con la convulsión de la guerra éste proceso se aceleró y la universidad se convirtió en “burguesa”: daba acceso (o pretendía darlo) a una élite social… pero ¡ya no era una universidad tradicional! La universidad tradicional es la que se convierte en un foco de saber y en un centro de transmisión de ese saber. Lo que existe en la universidad tradicional no es la defensa de los “intereses de clase”, ni mucho menos se pretende trasmitir la conciencia de élite burguesa ¡sino que existe una relación jerárquica entre quien posee el saber y quien aspira a recibirlo!

A 40 años de mayo del 68, cuando se rescatan los textos situacionistas ricos en paradojas y en giros brillantes y elaborados, pero cuyo trasfondo es bastante mediocre en el momento en que se le desviste de toda esta parafernalia, lo que se percibe es que todavía la confusión entre “universidad burguesa” y “universidad tradicional” no se ha disipado, sino que el “pensamiento burgués” ha terminado por impregnar a todo el sistema educativo. Hubo un tiempo en el que la universidad se consideró como “un gueto de oro en un mundo de mierda”, ahora es un fragmento más de mierda en un sistema de enseñanza mérdico generado por el sistema burgués.

 

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com

 

A 40 años de mayo 68 (X de XVI) El papel del trotskysmo

Infokrisis.- En mayo del 68, los maoístas criaron la fama, tal como sentencia el viejo refrán castellano, pero fueron los trotskystas quienes cardaron la lana. Al menos en cierta medida, porque si el papel del maoísmo es discutible (léase todo lo escrito en relación a la Operación CHAOS), el del trotskysmo no lo es menos. La diferencia estriba en que, mientras hacia 1975 ya no quedaban ni los restos del maoísmo francés, el trotskysmo ha conseguido sobrevivir, con distintos azares de la fortuna, hasta nuestros días. A 40 años de los sucesos de mayo, vamos a intentar establecer cuál fue el papel del trotskysmo en las tres próximas entregas.

     

Habría que hablar más bien de “los trotkysmos” pues, en 1968 no había uno sino varias corrientes que se reclamaban con mayor o menor razón, “de la IVInternacional”. Y eso que en el ámbito francés no estaba presente el “posadismo”, esa escisión trotskysta a medio camino entre el marxismo revolucionario y el pensamiento sectario puro y duro. Un amigo que estuvo en su momento próximo al Partido Obrero Revolucionario (trotskysta) que existió en los últimos años 60 y principios de los 60, me comentaba que sus miembros tenían por costumbre dormir con la ventana abierta previendo la llegada de los extraterrestres considerando que estos serían… “trotskystas”. Y el razonamiento era sorprendente: si son extraterrestres es ue pueden viajar de un planeta a otro, osea que disponen de una tecnología científica extremadamente desarrollada y si eso es así, no puede ser más que porque hayan asumido el marxismo como método científicos. Y, claro está, de entre todas las corrientes del marxismo, el trotskysmo es la más refinada. Ergo: los marcianos son trotskystas. Y, habría que decir, siguiendo esta locura, que seguramente también son posadistas.

Desde el asesinato de Trotsky –que algo debía de saber sobre trotskysmo- la IV Internacional por él fundada, sufrió un continuo proceso de escisiones, recomposiciones, seguidas de nuevos cismas, que dura ya 70 años. Y en eso siguen imperturbables.

1. IV Internacional y servicios de inteligencia

La cuestión es que, han tenido la habilidad de plantear todas estas escisiones como conflictos doctrinales o diferencias de enfoques. Todas las fracciones, sin embargo, por lo bajini, han acusado unas o otras de “ser agentes de la CIA” o del “FBI”. Las acusaciones han sido repetidas con tanta insistencia que es muy posible que hubiera algo de cierto. De todas formas, lo más sorprendente no es eso –a fin de cuentas los servicios especiales de cualquier país tienen la obligación de controlar a los elementos que juzga desestabilizadores y el radicalismo trotskysta seguramente tiene algo de inquietante, así que es probable que el entrismo, la infiltración y la manipulación entraran dentro de las perspectivas de los servicios secretos norteamericanos, por muchos motivos, como veremos. No, esto no es sorprendente, en absoluto. Lo sorprendente es que la inmensa mayoría de jefes de filas del neo-conservadurismo norteamericano que ha constituido la guardia blanca de George W. Bush, casi sin excepción, durante su juventud, es decir, en los años 60 y 70, militaron en el trotkysmo. Como ex trotskysta es también Lyndon Larouche que constituiría la extrema-derecha norteamericana propiamente dicha. Decididamente hay algo extraño en el trotskysmo y en sus distintas variantes.

Es evidente que, cuando se produce una escisión –y el viejo proverbio dice: “dos trotskystas un partido, tres una escisión” – tanto los que se van como los que se quedan enconan sus posiciones unos contra otras y siempre tienen a flor de piel las acusaciones más inverosímiles, la cuestión es si el trotskymo podía ser, considerado objetivamente, una estructura que conviniera infiltrar o mediatizar para algún servicio de inteligencia. Y ahí las cosas se presentan desde un punto de vista más verosímil.

Desde este punto de vista, vale la pena plantear las cosas remontándonos a los orígenes: desde el punto de vista de los EEUU y de sus doctrinas sobre la seguridad nacional, el marxismo, en sí mismo, no es un riesgo que mereciera más consideración que cualquier otra doctrina política. El problema era que el marxismo era un peligro solamente en la medida en que existía un cordón artificial entre los Partidos Comunistas nacionales y la URSS, cuyo PCUS, no lo olvidemos, tenía en sus manos al competidor de los EEUU desde el final de la II Guerra Mundial.

Es cierto que el marxismo era “ateo” y hasta cierto punto “anticristiano” (aunque no para todos), pero todo esto no eran más que las excusas que se daban para combatir a lo que se consideraba como una quinta columna del expansionismo soviético.

Desde este punto de vista, el trotskysmo era una variante del marxismo, pero su interés no radicaba, por supuesto, en su filosofía y a nadie con dos dedos de frente le podían interesar las discusiones para iniciados propias de comunistas stalinistas y comunistas trotskystas y no digamos entre las distintas fracciones del trotskysmo en las que es fácil perderse y contemplar que se producen escisiones por un simple matiz. No, el interés de los servicios de inteligencia por el trotskysmo, a partir de los años 40 procedía de su doble condición de oposición al stalinismo con posibilidades de debilitar tanto a la URSS como a los partidos comunistas en la órbita de Moscú.

El hecho de que Trotsky fuera expulsado de la URSS y que la IV Internacional mantuviera una política esencialmente stalinista, era el elemento esencial que debió hacer en los años 40 que los nacientes servicios de inteligencia norteamericanos se fijaran en el pequeño grupo de intelectuales que llamaban a la “reconstrucción de la Internacional” y a la lucha contra el stalinismo.

Por otra parte, el trotskysmo siempre ha mantenido lo que podríamos llamar cierto “relativismo estratégico”. La estrategia se adapta a lo que más conviene en cada momento. Y hoy mucho más. Es frecuente que los trotskystas practicaran el “entrismo” en los más inverosímiles partidos y organizaciones de masas. ¿Por qué no iban, a nivel de cúpula, aceptar ayuda y medios procedentes del odiado enemigo, si estos medios les ayudaban a combatir a los odiados stalinistas. Ningún estratega ignora la imposibilidad de combatir en dos frentes contra el stalinismo (que los asesinaba) y contra el “capitalismo” algunos de cuyos servidores los miraban con cierta condescendencia sabedores de que un grupúsculo extremista y dogmática está abocado a seguir siendo per in secula seculorum, un grupúsculo.

Hay otro elemento sorprendente. Cuando examinamos la documentación de nuestro archivos personales, procedente del mismo mes de mayo de 1968 y que recogimos a principios de los años 70, sorprende que algunos autores, que difundían “información averiada” sobre los grupúsculos de mayo del 68, insistieran, con una extraña unanimidad, en atribuir la responsabilidad en la revitalización del trotskysmo francés, especialmente a los servicios secretos de Alemania Oriental (ya lo veremos más adelante). Intentando justificarlo como una forma de desestabilizar Europa Occidental.

El planteamiento no resiste un análisis: Trotsky fue asesinado por los esbirros estalinistas. Era difícil que sus émulos aceptaran ayudas y connivencias de quienes habían fusilado a militantes trotskystas en el interior de la URSS o en las vendettas que se produjeron en la Europa de la postguerra, por lo hablar de las purgas stalinistas que sacudieron España y que liquidaron al trotskysmo sin miramientos y de un plumazo. Por maquiavelicos que fueran los dirigentes trotskystas de los años 60, difícilmente podían admitir algún contacto y mucho menos alguna ayuda de quienes consideraban como sus enemigos mortales. Y con razón.

Pero hay algo más: la opinión de los propios trotskystas. No podemos liquidar los rumores y acusaciones que las propias fracciones trotskystas se han cruzado unos contra otros y la extremada floración de escisiones que han sufrido y que indican un grado supino de desconfianzas interiores. Ninguna de las fracciones ha acusado a la otra de estar pagados “por el stalinismo” (ni siquiera cuando en los años 80 y 90 algunas fracciones trotskystas terminaran haciendo causa común con los odiados stalinistas: por ejemplo el PORE y la LCR que terminaron en Izquierda Unida). Sin embargo, las acusaciones mutuas de “agentes de la CIA” han sido proverbiales y manejadas en el fragor del todos contra todos.

A diferencia de la Operación CHAOS, la infiltración en el ámbito del trotskysmo se inicia mucho antes, probablemente incluso antes del inicio de la II Guerra Mundial. El hecho de que el trotskysmo fuera prácticamente hegemónico en algunos países iberoamericanos (Bolivia, por ejemplo) y tuviera cierta importancia en el movimiento comunista de los EEUU, confirma el interés que los servicios secretos norteamericanos podían tener en esta excrecencia que había surgido en su “patio trasero”. Por el contrario, no parece probable que esas operaciones influyeran en Europa. No será sino hasta mediados de los años 50 cuando la CIA empiece a realizar operaciones especiales fuera del continente americano y de su precedente el OSS no consta que lo hiciera como no fueran trabajos de inteligencia en el marco de la guerra contra Alemania y, posteriormente, durante la ocupación de éste país.

Sin embargo, a partir de 1966, el trotskysmo francés –y, por extensión, el europeo– registra signos de revitalización. Y, es curioso, porque ese mismo año es cuando debuta la Operación CHAOS. Da la sensación de que se echa mano a estructuras que hasta ese momento apenas habían merecido atención. A partir de ahora, las dos ramas del trotskysmo francés universitario, darán mucho que hablar.

2. La Jeunesse Communiste Revolutionnaire

La Juventud Comunista Revolucionario, JCR, nace, como no podía ser de otra forma, en 1966 y de la nada. Es el mes de marzo de ese año y 450 estudiantes de la Unión de Estudiantes Comunistas, ligada al Partido Comunista de Francia, se escinden en París y en provincia y constituyen esta organización que, de partida, asume la etiqueta trotskysta con gran entusiasmo del que hasta ese momento era el partido trostkysta histórico: Parti Communiste Internationaliste de Pierre Frank.

Pierre Frank era el “gran viejo” del trotslysmo francés… y esto a pesar de haberse opuesto a la consigna de trotsky de permanecer en el interior del socialismo francés en contra de la decisión de Trotsky de escindirse. Esto excluirá a Frank del Mouvement pour la Quiatrième internacional. Funda luego el grupo La Commune y, cuando se inicia la II Guerra Mundial se establece en Londres desde donde publicara la revista Imprecor. Al acabar la guerra vuelve a Francia y desde entonces hace campaña por la unificación de las capillas trotskystas francesas. De ahí saldrá el Partido Comunista Internacionalista que sobrevivirá hasta 1968. En 1948 se une a la IV Internacional, junto a Ernest Mandel y Michel Pablo y pertenecerá al Secretariano Unificado de la IV Internacional desde 1963. Antes, en 1952, en la primera fase de la Guerra Fría, el PCI de Frank sufre una escisión que le vale la pérdida de buen número de sus estudiantes que terminarán constituyendo la Organisation Communiste Internacionalista (OCI) dirigida por Pierre Lambert, la otra fracción trostksysta. EL PCI saludará con júbilo la creación de la JCR y su toma de posición en mayo del 68 con una inusitada violencia verbal le costará la disolución junto al resto de grupúsculos que participaron en la revuelta. .

Inicialmente, el núcleo dirigiente de la JCR está formado por Alain Krivinne y Pierre Goldberg, jefe de su servicio de orden y reputado como “duro entre los duros”.A pesar de que Goldberg intentara “abrirse” hacia la clase obrero, lo cierto es que la totalidad de los 450 primeros miembros de la JCR son estudiantes, muchos de ellos pertenecientes a familias acomodadas o muy acomodadas o incluso, extremadamente acomodadas. En 1967, el grupo se ha hecho prácticamente con el control de los Comités de apoyo al Vietcong (Comités Vietnam de Base). Inicialmente, el grupo solamente está unido en apariencia. Los “sindicalistas” (es decir, los partidarios de realizar sindicalismo en la Universidad) suelen tener tensiones con los “duros”. Goldberg, jefe de esta tendencia, aspira a crear grupos dechoque protoda Francia capaces de jugar algún papel en un futuro proceso insurreccional. Esta fantasía durará hasta 1973 cuando, a raíz de unos enfrentamientos entre la Liga comunista y el movimiento Ordre Nouveau, cuando los primeros atacaron un mitin de los segundos en la Mutualité, el gobierno disuelve a ambas organizaciones.

En 1967, la JCR, crea su sección en los liceos, los Comités d’action Lycéens (CAL). Cuando ese año se producen violentos incidentes en el liceo Condorcet contra la expulsión de algunos dirigentes de los CAL de ese centro, la JCR participa y apoya a los CAL experimentando un segundo impulso con la adhesión de varias decenas de bachilleres. El año siguiente, cuando se produzcan los incidentes de mayo, resulta difícil evaluar los efectivos de la JCR, probablemente llegaran en el inicio de los incidentes a los 600 militantes y terminaran en torno a 1.000 o 1.200, no más. En cuanto al partido de Frank, apenas pasaría de 200 afiliados, como máximo. Así pues, la JCR inicia los incidentes casi moribunda y termina revitalizada.

Cuando el 8 de mayo la JCR celebra su primer gran mitin, ellos son los primeros sorprendidos por la asistencia de 4.000 estudiantes. En este mitin participa Cohn Bendit presentado como “líder estudiantil”. Y, a partir de ese momento, y durante los 20 días siguientes existirá una unidad de acción tácita entre la JCR y el Mouvement 22 Marz de Cohn Bendit. El artífice de esta aproximación es Daniel Ben Saïd que les permite cierta presencia en Nanterre. Pero donde la JCR se va a convertir en el eje de la revuelta es en la Sorbonne ocupada y es la organización que organiza directamente los grandes incidentes de la llamada “noche de las barricadas” en la rue Gay Luzca, del 10 al 11 de mayo. Mientras el M22M llama a la calma a través de Cohn Bendit, Geismar y Sauvageot, Krivinne y Goldberg elevarán por su cuenta las primeras barricas en la tarde del 10 de mayo. Apenas son 200 ó 300, pero están entrenados en lucha callejera y mantienen las barricadas hasta la mañana del 11 de mayo. Será allí en donde aparezcan las famosas “granadas germano orientales” y de ahí partirá la leyenda de que son los servicios secretos germano orientales quienes “mueven los hilos”.

3. La Federationdes Etudiants Revolutionnaires

Si la JCR eran los “duros”, a la Federation des Etudiants Revolutionnaires les gustaba presentarse como “durísimos”. Tal era la principal característica de la corriente “lambertista” habituada a presentarse, tanto en Francia como en España (aquí el PORE fue durante un tiempo su quintaesencia) como devoradores de fascistas. De todo ello hoy no queda nada.

La FER procedía del antiguo Comité de Liasion des Etudiants Révolutionaires (CLER) creada en plena guerra de Argelia para contestar el presunto moderantismo del PCF. Al acabar la guerra de Argelia, el CLER siguió existiendo mal que bien y no volvió a oírse hablarse de él hasta –oh, maravilla de maravillas- hasta… el año 1966. El 10 de marzo atacaron a un grupo de estudiantes de la Federación de Estudiantes Nacionalistas y estuvieron a punto de matar a uno de ellos.

El CLER no era nada más que un servicio de orden que se entrenaba en un gimnasio de la Montaña de Santa Genoveva, en el Barrio Latino y en el gimnasio universitario de Censier. En 1967, este servicio de orden se enfrentaba a partes iguales con la gente del PCF deseoso de evitar más disidencias por su izquierda y de Occident adquiriendo prestigio de ser los únicos en condiciones de presentar batalla a esta formación de extrema-derecha.

Parece increíble que este grupo, acusado por gente de izquierdas y de derechas de ser verdaderamente una banda de energúmenos agresivos, no encontrara ningún tipo de problemas con los servicios policiales. No era raro que Frank, que tenía buen olfato para esto, les acusara públicamente de provocadores, y mucho más discretamente, de estar al… servicio de la CIA. Para colmo de misterios, en 1967, el jefe del grupo, un tal Goldman, desapareció bruscamente alegando que tenía misiones que cumplir en América Latina. Le sucedió, como no podía ser de otra manera, Jacques Remi, jefe del servicio de orden. Obreros había algunos a título de excepción, organizados en minúsculos “Jóvenes Revolucionaros Obreros”.

El CLER no se perdía nunca en discusiones estériles. Eso lo dejaban para las otras ramas del trotskysmo mucho más preocupadas por el análisis y la ortodoxia doctrinal. A ellos les interesaba “la revolución”, esto es el activismo frenético. Las únicas divergencias que aparecían eran de tipo táctico: si utilizar cócteles molotov con o sin arena, si atacar a los stalinistas o a los fascistas martes jueves y sábados o lunes, miércoles y viernes. En fin, sesudas discusiones sobre la “praxis revolucionaria”. O así.

En la segunda mitad de 1966, el CLER estaba aletargado y preocupado por la concurrencia de las JCR y de la UJC-ML recién estrenadas. En los Comités Vietnam de Base, habían sido rebasados por ambos organizaciones. Menos mal que el Movimiento Occident vino en su ayuda. En efecto, Occident intentó implantarse en la facultad de Nanterre y en los meses de octubre y noviembre de 1966 se multiplicaron los incidentes con el CLER que era la única fuerza organizada capaz de enfrentarse eficazmente. Eso les dio mucho prestigio y en el curso siguiente se convirtieron en la organización mayoritaria en Nanterre. Visto el resultado volvieron a utilizarlo en la Sorbonne y en algunos liceos enfrentándose a los grupos de extrema-derecha.

A pesar de todo esto, poco antes de los incidentes de mayo de 68, el CLER era solamente un grupúsculo. Inopinadamente –no hubo razón para ello- quince días antes del estallido de la revuelta, el CLER se transforma en Federación de Estudiantes Revolucionarios y se instala en un amplio y fortificado local del 5, rue de Charonne, donde establece su cuartel general. Y es en el curso de los incidentes donde los militantes de la FER tienen ocasión de demostrar su entrenamiento para la guerrilla urbana y el combate callejero. Como si el FER hubiera sido creado previendo lo que iba a suceder unos días después.

Su táctica era diferente de la de las JCR. Mientras estos pretendía “defender” el barrio latino mediante barricadas, la FER optaba por una actitud más ofensiva: crear pequeños grupos de combate y hostigar a las fuerzas del orden fuera del Barrio Latino, allí donde estuvieran. Y lo ponen en práctica: se apostan en los tejados y arrojan sobre la policía cócteles molotov, ladrillos y tornillos. Estudian concienzudamente las zonas donde operan, se transmiten órdenes mediante militantes que se trasladan de un lado a otro en vespa. Atacan furgones policiales y huyen. Es una verdadera guerrilla urbana que, para los militantes de la FER –esos “intelectuales” puros…- es simplemente la primera etapa de la “revolución proletaria”.

El 22 de mayo, en plena locura, la FER propone una nueva genialidad: ocupar el Ayuntamiento de París y proclamar una nueva “comuna”.

En plena revuelta, la FER se pelea con todos los grupúsculos y va por su cuenta. No participa en la “noche de las barricadas” y en los mismos momentos en los que se están levantando las primeras barricadas, la FER tiene su primer mitin “de masas”, con 3.000 asistentes, en la Mutualité. Justifica su ausencia de las barricadas a causa de la actitud defensiva que implican: lo que hay que hacer –recomiendan- es atacar fuera del Latino. En realidad, lo que está detrás de estas actitudes son las querellas aptas solo para iniciados que separan a las distintas capillas trotskystas. La FER tiene su proyecto propio. Cree verdaderamente –o dice creer- que los incidentes de mayo son una “revolución” en marcha y preparan una acción espectacular para el 24 de mayo . Levantar una red de barricadas para declarar el Barrio Latino “zona liberada”. Y lo preparan en secreto sistemáticamente. Hacen un censo de obras y construcciones de donde poder extraer elementos para las barricadas. Convocarán una manifestación y su servicio de orden la encuadrará. Pero, cuando llega el día, la FER, mediante sus militantes móviles en vespa se da cuenta de que los puntos clave de su dispositivo están controlados por la policía y resulta imposible desbordar a la policía.

La locura siguiente consiste en convocar una manifestación contra el palacio del Elíseo tras el discurso del general De Gaulle, el 31 de mayo. Traducirán esta idea en una consigna “Todos al Eliseo” que se trasformó en “Un millón de trabajadores al Elíseo”, antes de que De Gaulle, de regreso de Alemania, consiguiera desmovilizar la aventura revoltosa.

Entonces llega el reflujo. Han quedado en minoría: los maoístas se han llevado el prestigio de la revuelta (UJC-ML), el Movimiento 22 de marzo con se ha llevado el disponer de la imagen pública de la revuelta (Cohn Bendit), la JCR ha logrado fusionar en torno suyo al resto de grupos totskystas (Voz Obrera y PCI). Así que a la FER no le queda nada más que intentar prolongar la huelga en algunos bastiones obreros e impedir el retorno al trabajo. El 7 de junio se les ve intentando provocar enfrentamientos entre los obreros de la Renault en Flins y la policía.

Al acabar la revuelta la FER contaba con 800 militantes… 200 más que al iniciarse los incidentes. No es un gran éxito, pero algo es algo. Sin embargo, las esperanzas que la FER se había forjado unas semanas antes de mayo fracaso. El “Partido Revolucionario” que debía haber surgido de la fusión entre la Organización Comunista Internacional (OCI) de Pierre Lambert y la Organización Revolucionaria de la Juventud (la FER y el entorno de organizaciones juveniles que gravitaban en torno a ella). Jamás se pudo organizar la “gran manifestación central” que debería haber agrupado a 20.000 estudiantes en el Barrio Latino, ni tampoco la “gran manifestación obrera” que debía haber movilizado otros cientos de miles de trabajadores. Además, a lo largo de la revuelta, las consignas impartidas por la FER habían ido unos cuantos kilómetros por delante de la revuelta, con signas unitarias tan aventuradas como irrealizables especialmente en un mundillo de partidos en el cual todos aspiraban a constituir el “verdadero partido revolucionario”. Además la tendencia de la FER por la violencia y su errónea valoración de la existencia de una situación pre-revolucionaria sugería tácticas que solamente podían aplicarse en el tercer mundo y que parecían meros transplantes de la guerrilla urbana iberoamericana. El aventurerismo y la provocación se alternaron de manera inquietante en la actuación de la FER en mayo del 68. Y eso denota que algo no “funcionaba bien” en su interior.

Esta sensación aumenta cuando se percibe que hasta abril del 68, la FER –como el lambertismo en general- carecía de medios económicos suficientes –como por otra parte la UJC-ML- para jugar un papel cualquiera en la revuelta. Sin embargo, poco antes de la revuelta, como hemos visto, abren un céntrico local que fortifican pronto convirtiéndolo en un bunker inexpugnable. En poco tiempo, el CLER se transforma en FER y, por lo demás, en las jornadas de mayo publican varias revistas no precisamente baratas y difundidas en varios miles de ejemplares: 12.000 ejemplares de un cuaderno sobre la creación y objetivos de la FER, un número de Revoltes de 16 páginas y 10.000 ejemplares, dos números especiales más el 15 y el 22 de mayo, con 30.000 ejemplares, un número de Etudiant Revolutionaire con 8.000 ejemplares de tirada y varias decenas de miles de panfletos y carteles, en total, un esfuerzo económicos desproporcionado para un grupúsculo juvenil sin medios dos meses antes.

 

*        *        *

La violencia nunca es gratuita, sino que SIEMPRE obedece a la existencia de provocadores y los medios económicos nunca aparecen debajo de las piedras, sino que los pone sobre la mesa el patrón de la provocación. Mayo del 68 se presentó como un movimiento arrebatado de jóvenes revolucionarios que por última vez intentaron tomar la palabra. Es cierto que, a medida que se desarrollaron los incidentes, esta tendencia emergió como lo mejor de mayo. Pero también es cierto que la revuelta fue desencadenada por aventureros y provocadores y con fines muy concretos.

Mayo del 68 no fue nada diferente a otros episodios anteriores y posteriores en los que un estallido de violencia provocado artificialmente sirve para recomponer situaciones, debilitar a unos y reforzar a otros. Mientras los verdaderos revolucionarios que tomaron la palabra en las comisiones que dieron “forma” a mayo del 68 (quienes elaboraron los famosos afiches de la revuelta, la comisión Nous sommes en marche, algunos documentos surgidos de liceos y facultades ocupadas, etc.) surgieron de un estado de ánimo y de la crisis de la universidad francesa, eso mismo podría haber ocurrido en un clima de paz cívica y reflexión intelectual. Pero quienes tiraban los hilos querían violencia, espectáculo, tensión en la calle. No la podían desencadenar ellos mismos y lo hicieron comprando al peso a los grupúsculos más absurdos y atrabiliarios.

En el último capítulo de esta serie abundaremos en esta tesis.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com

 

A 40 años de Mayo del 68 (IX de XVI): El ejército francés ante la revuelta

Infokrisis.- El ejército francés había ocultado sus posiciones políticas desde la guerra de Argelia. A pesar de ser militar, el General De Gaule, no gozó de particulares simpatías después de su volte face en la cuestión argelina. De llegar al poder aupado por los militares con la consigna de “Argelia Francesa”, unos meses después viró 180º su posición y pasó a ser el principal sostenedor de “Argelia Argelina”, esto es, de la independencia. Los acuerdos de Evian sellaron la suerte de casi 3.000.000 de residentes franceses residentes en Argelia y de más de un millón de Harkis (argelinos colaboradores con la administración francesa) que debieron abandonar apresuradamente el país.

   

A pesar de que el “golpe de Argel” (sublevación del Ier. Regimiento de Paracaidistas) fracasara por falta de preparación y por insolidaridad de la mayor parte de militares, éste hecho y la represión a la que dio lugar primero, luego el fusilamiento del Teniente Coronel Bastien-Thiry y, finalmente, el asesinato por los barbouzes” (fuerzas mercenarias, verdaderos asesinos a suelto del Service d’Action gaullista) de decenas de patriotas franceses, muchos de ellos militares y el secuestro del General Argoud, jefe de la OAS, hicieron que, si bien, por disciplina la mayoría de las FFAA francesas acatara la autoridad del General De Gaulle, muy pocos lo sostuvieron activamente y todos desearan restañar las heridas que la crisis argelina y la OAS causaron en el interior de las FFAA. Muchos guardaron la ocasión para resarcirse. Los sucesos de mayo les dieron la oportunidad de hacerlo. Y la aprovecharon.

1. El ejército francés ante las revueltas de mayo

El ejército francés se había preocupado muy poco del ascenso de la nueva extrema-izquierda previamente a mayo del 68. Solamente medio año antes, en diciembre de 1967, a la Sección Segunda del Estado Mayor del ejército francés, le habían llegado informaciones sobre las actividades de células de la UJC-ML en algunas unidades, concretamente en el 9º Regimiento de Húsares, en el 43º Regimiento de Infantería y en el 151º de Carros. Las actividades de estas células consistían en difundir las revistas y los materiales de esta organización y ganar simpatizantes y afiliados para la misma. La seguridad militar localizó a los activistas, los dispersó en distintas unidades y los sometió a vigilancia.

Sin embargo, este episodio hizo que la información militar empezara a preocuparse por la irrupción de los grupúsculos y, dado que los servicios de seguridad del Estado civiles no les aportaban información efectiva sobre la situación, ellos mismos debieron crear su propia red de informadores y elaborar sus propios dosiers sobre los grupúsculos.

Era la primera vez desde la guerra de Argelia que el ejército francés se preocupó de grupúsculos políticos. Y lo que vio le sumió en la confusión. Los informes elaborados antes de mayo que intentaban pintar un cuadro de la extrema-izquierda, eran imprecisos, confusos, repletos de errores y, prácticamente, inservibles. Solamente estaban en condiciones de describir a las organizaciones juveniles del Partido Comunista pro soviético, el único que hasta la irrupción de la UCJ-ML en los cuarteles, les había preocupado. El problema era que se trataba de información antigua y, por tanto, inservible. Cuando estallan los primeros incidentes en el Barrio Latino, el 3 de mayo, el ejército francés está prácticamente fuera de juego y desconoce completamente la actividad y características de los grupúsculos.

El 11 de mayo el ministro de Defensa, Pierre Messmer, tras despedirse del primer ministro de Afganistán que había permanecido en Francia en viaje oficial, reunió apresuradamente con algunos asesores y adoptó algunas medidas precautorias de lo que pudiera suceder. Hay que recordar que en ese momento, en la noche del 10 al 11 de mayo, tuvo lugar la famosa “noche de las barricadas” en la rue Gay-Lussac, sobre la que volveremos algo más adelante, pero que, en cualquier caso, marcó el punto álgido de las revueltas.

A partir de ese momento, la 11ª Brigada Blinda de guarnición en Camp des Loges (Saint Germain en Laye) que se encontraba de maniobras en Mailly fue colocada en estado de alerta. Tres regimientos de esta unidad (el 501º de carros de combate, acantonado en Rambouillet), el Marche du Tchad (en Pontoise) y el 1º de Artillería (con base en Melun), todos situados en las inmediaciones de París, estuvieron desde ese momento dispuestos a intervenir. La 9ª Brigada, de maniobras en Courtine fue, así mismo, movilizada y los centros de instrucción de reclutas, el 1º de Train y el 151ª de Montflery estuvieron dispuestos por su era necesario reforzar a las unidades de policía, gerdarmería y CRS. Otras unidades situadas en la Banlieu parisina –el 9º y el 11 de Húsares y el 5º Regimiento de Infantería- fueron también colocados en estado de alerta, con los permisos cancelados y todos sus efectivos dispuestos a intervenir en cualquier momento. En el Oeste de París, los distintos batallones y regimientos de la 11ª División Ligera de Intervención se mantuvieron hasta el fin de los incidentes en ese mismo estado de alerta.

No intervinieron, pero la situación no mejoró. El día 13 de mayo, los sindicatos decretaron la huelga general. El ejército empezó verdaderamente a alarmarse. El viernes 24 de mayo, De Gaulle apareció ante los medios de comunicación llamando al orden, pero su discurso no calmó los ánimos y fue completamente desoído por los sindicatos y por los revoltosos del Barrio Latino. Los incidentes se recrudecieron y el ejército recordó las enseñanzas sobre “guerra revolucionaria” que se impartían diez años antes en la Escuela de Guerra Psicológica de Philipeville. Los especialistas en estas técnicas habían adoptado inequívocamente posiciones a favor de la Argelia Francesa y algunos incluso de la OAS. Así pues, recurrieron a ellos. En ese momento empezó a saldarse la fractura que se había producido en el interior de las FFAA a raíz de la guerra de Argelia. El anticomunismo común a las dos fracciones operó este efecto. Pero, en ese momento -24 de mayo- las posiciones no eran unánimes. Si bien todos estaban de acuerdo en cerrar el paso violentamente a un golpe izquierdista, no todos estaban dispuestos a actuar si las organizaciones de izquierda alcanzaban el poder mediante la vía de la legalidad. En medios militares, se creía posible que el PC alcanzara el poder y, entre otros, el gobernador militar de París no estaba dispuesto a actuar en este caso. Otros militares, en cambio, sí.

2. Militares en contacto con la extrema-derecha

A la vista de la situación el día 25 de mayo, algunos oficiales de guarnición en los alrededores de París tomaron contacto con miembros de la extrema-derecha más militante para sondear si podían contar con sus efectivos en caso de que se vieran forzados a intervenir.

Los citados dirigentes –con algunos de los cuales hemos cambiado puntos de vista sobre este tema- contestaron afirmativamente, pero ni siquiera ellos estaban seguros de las posiciones que adoptarían sus bases militantes. En la noche de las barricadas de la calle Gay-Lussac, habían sido vistos algunos militantes de extrema-derecha en las barricadas, enfrentándose a la policía. Y, por otra parte, muchos odiaban a los comunistas y a los izquierdistas por sus constantes enfrentamientos con ellos, pero no odiaban menos al ejército que permitió el abandono de Argelia y a las fuerzas de orden público que les habían encarcelado y arrojado a las celdas de la Santé y de Fresnes. Muchos no olvidaban a Bastien-Thiry, a Boby Dovecar, a Claude Pieggs y a otros militares fusilados por De Gaulle, como tampoco a los cientos de camaradas torturados unos y asesinados otros por los “barbouzes”. Ciertamente, eran anticomunistas, pero muchos odiaban mucho más al gaullismo que a los izquierdistas. Además, los militantes de extrema-derecha tenían un mal recuerdo: durante las jornadas del Golpe de Argel, literalmente habían sido abandonados por los militares que les habían prometido apoyo y no estaban dispuestos a jugársela seis años después otra vez con quienes les habían traicionado entonces. El movimiento concreto que fue contactado fue, naturalmente, Occidente, que había demostrado tener una alta capacidad para la violencia.

Cuando el 17 de mayo, los izquierdista habían expulsado a la extrema-derecha de la Facultad de Derecho de Assas, contactaron con el Movimiento Occidente exmilitares y mercenarios que habían trabajado con Bob Denard en el Congo, ofreciendo su colaboración para una asalto a esta facultad. La dirección de Occident rechazó esta opción a pesar de que sus tres principales dirigentes –obviemos sus nombres- aceptaron la propuesta. Los otros votaron en contra prefiriendo una victoria de los izquierdistas a un acuerdo con los gaullistas. De esta manera, Occident abandonó el terreno de lucha durante las jornadas de mayo.

El otro grupo polarizado en torno a Tixier-Vignancourt que en ese momento operaba con el nombre de Front National Anti-Communiste, convocó una manifestación el 22 de mayo con mínima asistencia (apenas 1000 personas) de las que 200 eran militantes de Occident. La manifestación debía concluir en el asalto de la redacción del diario comunista L’Humanité, sin embargo, esta acción no se llegó a materializar ante el lanzamiento de bolas de hierro y objetos por parte de los sitiados. Los más activistas se dirigieron entonces al Liceo Condorcet ocupado por izquierdistas, logrando desalojarlo y arrancar las banderas rojas y negras. Luego se manifestaron ante la Estación de Saint-Lazare, ocupada por los huelguistas.

Si la opinión de Occident no era unánime entre su dirección, otro tanto ocurría con el partido de Tixier Vignancourt. Su adjunto, Raymond Le Bourre se oponía a participar en los sucesos al lado de los gaullistas, pero Tixier fue de la opinión de que podían arrancarse algunas mejoras en la situación de los presos de la OAS y en el retorno de los exiliados.

Los medios de prensa de la extrema-derecha, el semanario Minute, y el semanario Rivarol se manifestaron en contra de pactar para salvar al gaullismo.

Sin embargo pudo suscribirse un acuerdo aprisa y corriendo en la noche del 24 de mayo. Discretamente, los dirigentes de extrema-derecha que habían suscrito el acuerdo debían movilizar discretamente a sus efectivos; si se producía la insurrecciones comunista, debían concentrarse en el camp de Satory y en caso de no poder alcanzarlo por sus propios medios, se dieron unos cuantos puntos en los que debían ser recogidos por camiones del ejército; los militares rechazaban entregar armas a estos efectivos y proponían encuadrarlos en unidades militares especiales, sujetos a disciplina militar y que cumplirían órdenes de la cúpula militar. Si se producía la insurrección comunista, estos grupos serían incluidos en unidades de choque que previamente serían purgadas de los elementos sospechosos.

El 26 de mayo tuvo lugar una nueva reunión entre representantes de las FFAA y representantes de las distintas direcciones de extrema-derecha. La reunión tuvo lugar en un apartamento del Barrio Latino, a pocas decenas de metros de las barricadas. Los militares propusieron la creación de una milicia cívica comandada por ellos y constituida por la extrema-derecha y sus simpatizantes en caso de golpe de izquierdas.

Las direcciones de extrema-derecha exigieron que estas milicias fueran completamente independientes de los Comités de Defensa Cívica gaullistas con los que ningún acuerdo sería posible. Los militares aceptaron a condición de que estuvieran encuadradas y disciplinadas por ellos, para evitar los excesos que algunos extremistas podían cometer. A partir de ese momento y durante los días siguientes, los dirigentes de los distintos grupos de extrema-derecha empezaron a movilizar boca-oreja sus efectivos. Los propios militares a partir de ese momento variaron sus posiciones en relación a la extrema-derecha. Facilitaron locales de reunión.

3. El viaje de De Gaulle a las guarniciones francesas en Alemania

A partir del 24 de mayo, cuando se percibió que la propuesta de De Gaulle de convocar un referéndum no había calmado la situación, la actividad militar se centró en sondear a las unidades “seguras” por si tenía lugar la insurrección de izquierdas. Las unidades contactadas en los alrededores de París eran el 11º Regimiento de Húsares, cuyo Estado Mayor, según Duprat, era el más decidido partidario de la intervención. La 11ª Brigada y la 11ª División Ligera eran, así mismo, partidarios de una intervención aplastante. Los carros de combate de la 8ª División se habían concentrado en el norte de París y efectivos “seguros” procedentes de Metz y Nancy habían acampado cerca de la capital.

El despliegue de todas estas unidades había sido aconsejado a causa de que la “gendarmería móvil” no era demasiado segura (a diferencia de los CRS) y constaba que reprobaban las misiones para las que habían sido enviados. Como en todos los procesos revolucionarios, la crisis de las fuerzas policiales, eran el primer signo inequívoco de la crisis del Estado.

Además, otras unidades militares próximas a la capital no estaban dispuestas a intervenir en caso de insurrección comunista (el 9º de Húsares, el 2º Regimiento de Infantería de Marina). Otras unidades no eran operativas o no estaban adecuadas para una intervención de este tipo.

A partir del 24 de mayo, 10.000 reservistas fueron llamados a filas y el 25 se reforzaron las unidades “seguras” que circundaban París. A las 8:30 del sábado 25 de mayo, una columna militar fue vista en la autopista París-Lille, de camino a la capital. Los militares empezaron a dejar ver sus unidades en la banlieu de París, a modo de advertencia.

En los tres días siguientes empezó a oírse “ruido de sables” en las guarniciones situadas en el Este de Francia y en las bases francesas en Alemania. Era rigurosamente cierto que los comandantes de estas unidades eran gaullistas confesos, pero en sus estados mayores no ocurría lo mismo. Muchos se habían mordido los labios seis años antes durante la insurrección del I Regimiento de Paracaidistas en Argel y ahora volvían a dudar y a maldecir a De Gaulle. Algunos de ellos habían colaborado ocasionalmente con la OAS, habían encubierto a sus militantes o, incluso, habían colaborado en sus actividades.

Tras el discurso del día 24, De Gaulle, sorprendido por el efecto contrario al pretendido, cayó en el silenció y en la confusión. El régimen estaba a punto de caer. A medida que ese silencio se prolongaba, aumentaban los partidarios de una acción efectiva contra los revoltosos. Se rumoreaba que en ese momento, algunas unidades militares estaban dispuestas a intervenir, pero no para salvar a De Gaulle, sino para aplastar a la izquierda.

El día 29, De Gaulle se desplazó a Baden-Baden para entrevistarse con el General Massu, comandante en jefe de las fuerzas francesas en Alemania, cuyas unidades eran las más efectivas en caso de conflicto. De Gaulle consiguió persuadir a los militares de que él era “el único capaz de salvar a Francia del comunismo”… pero no gratuitamente. En realidad, estos se dejaron convencer. Lo importante es lo que exigieron a cambio de desplazar a las unidades de intervención al otro lado de la frontera: la amnistía general para los encarcelados y exiliados de la OAS. De Gaulle no protestó. En ello le iba morir en la poltrona o bien en el exilio.

Al día siguiente De Gaulle se dirigió nuevamente al pueblo francés, con una actitud completamente distinta. Poco antes, la 11ª Brigada Blindada realizó una ostentosa marcha hacia París, mientras que el 1er. Regimiento de Paracaidistas de Infantería de Marina, acantonados en Bayona recibieron 10 aviones Nordatlas de Pau y 20 de Toulouse, preparándose para saltar sobre París. Una columna de blindados procedente de Alemania, cruzó la frontera, procurando llamar toda la atención posible pretextando la celebración de unas maniobras. Otros desplazamientos similares se realizaron simplemente para llamar la atención.

4. De la muerte política a la resurrección de De Gaulle

A partir de ese momento, el receptor del mensaje entendió perfectamente la situación. En efecto, eran unos mensajes dirigidos hacia el PCF que, en aquel momento se debatía entre la insurrección y la vuelta a los cuarteles de invierno. En realidad, el PCF nunca tuvo la iniciativa de la situación, pero tampoco quiso desvincularse completamente de una revuelta que corría el riesgo de amputarla influencia sobre las masas.

El 30 de mayo, el gaullismo resucitó. Los Comités de Defensa de la República aseguraban el encuadramiento de los elementos más activos de la derecha y de la extrema-derecha, la inmensa mayoría antiguos partidarios de la Argelia Francesa. Los especialistas del ejército en operaciones psicológicas realizaron una perfecta coordinación entre el discurso de De Gaulle de esa jornada y la movilización subsiguiente en los Campos Elíseos esa misma tarde. Entre 700 y 800.000 personas recorrieron el paseo desde la plaza de la Concordia a la Plaza de l’Etoile.

El fundador y jefe de la OAS, Raoul Salan fue liberado espectacularmente el 15 de junio de 1968, justo en el momento en el que la revuelta de mayo acaba oficialmente. En Barrio Latino cada vez estaba menos ocupado. Los “revolucionarios” se habían ido de vacaciones.

En esa fecha pudo regresar también a Francia, Georges Bidault, presidente del Consejo Nacional de la Resistencia junto a los generales y cuadros de la OAS. Desde 1963 Bidault permanecía exiliado. El 15 de mayo de 1968 regresó a París. Poco después fundó el partido Justice et Liberté que fue uno de los partidos integrados posteriormente en el Front National presidido por Jean Marie Le Pen.

Alicante y Tarragona, repletos de pieds-noires exiliados, vieron como estas comunidades iban disminuyendo. Todos fueron amnistiados. Algunos no regresaron jamás a Francia. Uno que no lo hizo me comunicó: “Francia es como una mujer a la que se ha querido mucho y de repente de ha engañado. Le das una patada y nunca más quieres volver a saber de ella”.

5. ¿Qué ocurrió en realidad?

Aparentemente, todo estaba claro:

- un proceso subversivo desencadenado por elementos de extrema-izquierda logra arrastrar a la CGT y al PCF, deseosos de no perder influencia sobre las masas.

- durante unos días, Francia vive al borde de la guerra civil.

- el general de Gaulle buscando apoyos pide ayuda a las FFAA

- estas la prestan a cambio de la amnistía general a sus camaradas presos y del retorno de los exiliados.

- estas medidas de gracia se ponen el marcha el 15 de mayo, fecha en la que concluye oficialmente la revuelta iniciada mes y medio antes.

Así pues, asunto cerrado, expediente archivado… ¿o no?

En absoluto.

Al concluir la revuelta, algún servicio de inteligencia, seguramente francés filtró a los medios de comunicación distintos dossier en el que responsabilizaba de los incidentes a los servicios especiales de la República Democrática Alemana. Muchos de esos dossier fueron difundidos por la prensa de derechas y de extrema-derecha, creyéndolos auténticos.

Se difundió la información de que sobre las barricadas de la calle Gay-Lussac, durante la famosa “noche de las barricadas”, se encontraron varias granadas de mano ofensivas fabricadas en Alemania Oriental. Estas granadas eran de tipo RG42, consideradas como “muy mortíferas”. En la zona donde se descubrieron, habían sido vistos jóvenes alemanes pertenecientes al Sozialistiche Deutsche Studenten (SDS), uno de los grupos contestatarios alemanes de los que, en la época, se investigaban sus relaciones con el HVA (Haupt Vereidigungamt, el servicio de información germano-oriental) que, siempre según estas informaciones, se habrían encargado las operaciones de desestabilización de Europa Occidental desde 1965…

Evidentemente, todas estas operaciones eran pura intoxicación. Entonces lo podíamos intuir. Ahora tenemos la seguridad.

En efecto, si era cierto que existía un titiritero que movía los hilos de la subversión, pero no era, desde luego, el HVA. Si hubiera sido él, hoy se conocerían a la perfección todos los extremos de la operación: el HVA ha sido disuelto y sus archivos son públicos después de la unificación alemana de 1989. No, el HVA no era la “pista buena”, era simplemente, la excusa, la maniobra de diversión. Las granadas sembradas junto a un automóvil en la calle Gay-Lussac era apenas un individuo intoxicador.

Y, por supuesto, en 1965 el HVA no desencadenó ninguna operación, sino que en ese mismo año fue precisamente la CIA, tal como sabemos hoy, la que desencadenó la Operación CHAOS, ordenada y comandada por Angleton. Esa operación, que inicialmente tenía como objetivo restar efectivos a los Partidos Comunistas prosoviéticos, se aprovechó para otros fines igualmente espúreos: la desestabilización del gobierno del General De Gaulle.

De Gaulle había separado en 1967 a las fuerzas armadas francesas del dispositivo militar de la OTAN, aun permaneciendo en la estructura de la Alianza Atlántica. Los americanos ni le perdonaron este desplante ni el que seguiría, cuando en el curso de su viaje a Canadá proclamó ante las cámaras de TV de todo el mundo: “Viva Quabeq Libre”. El desmembramiento de Canadá hubiera acarreado la pérdida de influencia de EEUU en la parte francófona del país y el aumento de la influencia francesa en una zona que los teóricos del “destino manifiesto” ya habían bautizado como zona de influencia de los EEUU.

Este fue el sentido final del mayo francés y todo lo demás, no fue más que mera coreografía y atrezzo para una “operación especial”. El hecho de que fueron los maoístas fomentados artificialmente en el curso de la Operación CHAOS, el hecho de que el primer cóctel molotov de las revueltas fuera arrojado –tal como vimos- por un militante de Occident sobre un coche de la policía y el hecho de que este movimiento, desde su origen, practicara una actitud activista completamente provocadora y destinada a tensar situaciones, el hecho mismo de que los miembros de la extrema-derecha tuvieran el corazón escindido entre las barricadas de la calle Gay-Lussac y la incorporación a las milicias cívicas anticomunistas y, finalmente, el hecho de que la “revolución de mayo” tuviera como resultado inmediato la caída de De Geulle –perdió el referéndum que él mismo convocó- y el indulto general a los militantes de la OAS… todo esto son los verdaderos frutos de mayo, mucho más, en cualquier caso, que Cohn Bendit y demás “ex combatientes”, cuarenta años después, vendiendo sus fantasías y sus ficciones… Mayo del 68 tuvo distintos titiriteros, Cohn Bendit fue uno de los monigotes. Repetimos: “tuvo distintos titiriteros”. La CIA fue uno, pero hubieron otros en clave interna francesa. ¿Quién dijo que una operación planificada por servicios especiales no puede ser aprovechada para otros objetivos?

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com