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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

ULTRAMEMORIAS

Ultramemorias (V de X) Tipologías insólitas. El camarada estafador

En Italia la tradición consuetudinaria heredada del ventennio fascista, del trienio de la República Social Italiana y de sesenta años de parafascismo, neofascismo y postfascismo, asentaron con la solidez de una pirámide egipcia el principio: “Camerata, camerata, fregatura asicurata”, lo que equivale a decir que quien con camaradas se acuesta, mojado se levanta. En España, cuya ultra es hija capidisminuida de la italiana, las cosas no han ido mucho mejor y los medios ultras se han convertido en escenario habitual en el que unos camaradas estafaban a otros con la frialdad propia de un pingüino en la noche de navidad a dos pasos del polo. Aquí en España, la “fregatura asicurata” toma el nombre del consabido “timo del camarada”, conocido por todos los círculos ultras. Lo realmente sorprendente es que, a pesar de la abundancia de estafas entre sus filas, salvo en muy contadas ocasiones, nunca un ultra ha llevado a otro a juicio, como si la identidad ideológica impidiera acogerse al juzgado de guardia. La frase que suele acompañar la inhibición es que “los trapos sucios se lavan en casa”. En cuarenta años no he visto ninguna depuración en ningún partido ultra por las tan habituales estafas de camaradas a camaradas.

Siempre he sido un buen lector y a poco de aprender el silabario ya me detenía sistemáticamente en los kioscos de prensa para leer las páginas de El Caso. En los años 50, todavía los diarios y las revistas, a falta de la inflación de cabeceras y promociones que todavía no había anegado los puntos de venta, los kioscos mostaban algunas publicaciones que gozaban del favor del público abiertas por las páginas más suculentas y prendidas con pinzas de tender. El Caso era una de aquellas publicaciones inefables que se leían con fruición en los escaparates de los kiocos y debo reconocer que, desde muy niño los timos del nazareno, del tocomocho, de la estampita, los del cuento largo y los del cuento corto, ya me resultaban familiares, junto a los crímenes pasionales (que de estos también se han dado en la ultra), pero en ningún caso imaginé que los iba a ver tan de cerca.

A finales de los 60, a poco de implicarme en la ultra, ya había oído rumores según los cuales algunos miembros de la Guardia de Franco pasaban la gorra en determinados putiferios del Barrio Chino barcelonés; me dirán que era “racket” y no estafa; en realidad, la estafa viene a cuento porque eran inofensivos e incapaces de represaliar al que se negara a pagar. Cuando uno de los locales se negó, se vió que detrás de tanta amenaza no existía ninguna posibilidad de ponerla en práctica. En la tienda de efectos militares Paco García se podía libremente adquirir la chapa de la Guardia de Franco, los correajes y el uniforme así que era muy posible que ni siquiera se tratara de miembros de la organización militante del Movimiento. De hecho, lo que ocurría es gracias al nombre de “Guardia de Franco” -que a primera vista y para el poco avisado, parecía el equivalente al servicio secreto norteamericano que tiene a su cargo la custodia del presidente- se aprovechaban muchos. Bastaba mostrar la chapa de la Guardia, por ejemplo, para entrar en un domicilio y retirar el contador de la electricidad explicando que inmediatamente instalarían un nuevo modelo (que por supuesto jamás llegaría=. El contador así requisado se instalaba en otro domicilio de nueva construcción sin necesidad de comparlo. Alguna que otra fortunita ultra se hizo al calor de esta práctica tan simple como desaprensiva.

Hay que reconocer cierta imaginación en algunas estafas. En aquellos tiempos de “Bienvenido mister Marshall” también la ultraderecha tenía en los EEUU la sensación de que allí había el dinero redentor y no era raro que algunos fijaran sus esperanzas en todo lo que llevaba el marchamo norteamericano. Hubo uno -catalán por más señas- que se puso en contacto con el Ku-Kux-Klan ofreciéndoles crear una “delegación” en España. Como a nadie le amarga un dulce, el Klan aceptó expander su “imperio invisible” al otro lado del océano y dio la patente. Nuestro camarada no había olvidado considerar que el primer problema de su proyecto era que en la España de los sesenta no había negros (todavía recuerdo el primero que conocí, en la tasca en la compraba polos al salir de clase, que inevitablemente me llamó la atención, pero no tanto como a la anciana que tenía al lado que le preguntó a bocajarro si era cierto que los negros tenían la lengua morada, así que el otro se la enseñó). Decididamente, algo de cosmopolitismo nunca le va mal a los pueblos.

Llegaban marinos a puerto y algunos eran negros, de ahí que el fundador del Klan español –del que se decía, por cierto, que era de los que pasaban el gorrito cuartelero de la Guardia por los putiferios- contratase alguno ocasionalmente para que accediera a fotografiarse en actitudes sumisas frente a alguien disfrazado con hábito y capirote del Klan. La foto era remitida a la capital del “imperio invisible” con la consiguiente petición de fondos, porque aquí el Klan estaba arraigando y era necesario un esfuerzo económico. Mil dólares, una fortuna en la deprimida España de los sesenta, fue lo que el Klan envió a España durante unos meses. Todo fue bien hasta que, aprovechando el verano, el “Gran Dragón” del Klan acertó a pasar por Baleares y manifestó su intención de pasar revista a sus huestes españolas.  Así se descrubrió el tinglado y así terminó el primer intento de instaurar el Klan en España que dejó en el “viejo sur” de los EEUU un permanente sabor amargo sobre lo arriesgado de intentar poner pie en nuestro país. Desde entonces, he visto de todo.

En general, los estafadores en la ultra se dividen en dos variedades taxonómicas: aquellos que asumen que son, efectivamente, estafadores y estafan a conciencia a quien tienen cerca, habitualmente a camaradas, y aquellos otros que, alucinados ellos, proponen negocios imposibles que, a la postre, terminan entrando en la definición jurídica de estafa. Quizás estos últimos sean los más peligrosos. Luego estaría una tercera variedad que podríamos llamar “los espabilados” que intentan hacer de su fe política una fuente de ingresos.

Los “espabilados” han existido siempre. En todos los hogares de la OJE y del Frente de Juventudes, en todos los distritos del Movimiento y de la Guardia de Franco, siempre, inevitablemente, existía una historia negra que ocasionalmente se repetía: algún administrador, antes o después, se había fugado con la caja. En los hogares de la OJE, había sabido de administradores que desaparecieron con 14.000 pesetas bajo el brazo y alguno, abochornado, incluso se alistó en la legión. Más que estafas estaríamos delante de lo que piadosamente podríamos calificar como “raterías” de baja cota.

El problema vino en la transción cuando se unió al descontrol y al desmadre propio de la época, la experiencia que algunos desaprensivos habían adquirido durante los duros años del franquismo. En los centros de la Guardia de Franco, existió toda una escuela de recursos a emplear para “ir al despiste”, evitar problemas judiciales, aprovechar vacíos legales y realizar marrullerías económicamente lucrativas. Hubo un tiempo durante la transición que era realmente peligroso embarcarse en algún negocio con alguien que hubiera pasado por la Guardia de Franco.

Un caso merece ser contado por lo que tiene de colorista. Un camarada travó amistad con un veterano de la Guardia de Franco y con el nieto de un conocido pintor uruguayo (Torres García), los tres miembros de un mismo grupo budista tibetano. El de la Guardia les planteó el negocio de su vida: comercializar “cemento flotante”, algo como mínimo tan raro como unas bragas con tirantes. Habitualmente, el cemento es algo que arrojado en una piscina cae a plomo, pero el “flotante” como su nombre indica debería de cimbrarse junto a la espuma de las olas. Faltaba dinero para comercializar el “cemento flotante” y nuestro camarada –un veterano del FNJ y del Frente de la Juventud- se ofreció para pedir un crédito avalado por sus padres. Antes, eso sí, los tres consultaron al Gran Lama de su secta que venía precedido de fama de clarividente, el cual dijo aquello que ya desde Delfos se sabía que había que decir cuando no se veía nada: “La empresa tendrá éxito si se trabaja con la cabeza”. Los vi cuando estaban dando los primeros pasos y me estremecí ante la intenciçon del uruguayo, a la sazón director comercial de la firma, de aplicar técnicas del budismo tibetano a las ventas del “cemento flotante”. Esté fulano, además, era también vidente y tiraba las caracolas brasileñas. Se empeñó una y mil veces en leerme el futuro, algo en lo que nunca he creído. En un momento dado me tiró las caracolas y, como era previsible, no acertó ni una. A la vista de que un tipo que intenta ir de vidente y te lo cuenta todo al revés no deja de crear una situación incómoda y violenta, le propuse que nos fuéramos a tomar unas cervezas en los tugurios del puerto. Lo inexplicable era que, al cabo de un rato, en estado de total embriaguez, sus predicciones tenían algo más de fundamento, rasgo que he visto en otros videntes, sanadores y curanderos, que ni ven, ni sanan, ni curan en situación normal, pero con cuatro copas de más, se aproximan.

La empresa, por supuesto, fue un caos, desde el primer momento. Parte del crédito se aprovechó para ir a un monasterio budista en las inmediaciones de Burdeos y la otra para gastos diversos, ninguno de los cuales eran admisibles desde la más mínima lógica empresarial. Tres meses después, se habían fundido el crédito sin vender ni un cucurucho de “cemento flotante”. A partir de ahí todo era saber quien se iba a quedar con la deuda de una empresa que carecía de libros contables y que, por lo demás, tampoco tenía nada que contabilizar salvo pérdidas. Desde entonces –y de eso hace ya 25 años- siguen de pleitos. El de la Guardia de Franco jugaba con ventaja pues no en vano de casta le viene al galgo y en las camilonas y francachelas de aquella organización del Movimiento se aprendía bien cómo funcionaba la justicia y cómo esquivar sus efectos. Y en eso siguen, de proceso en proceso.

En el patio de la cárcel Modelo conocí a un tipo sorprendente. Era esfador y si lo conocí allí era porque estaba extinguiendo alguna responsabilidad derivada del infatigable ejercicio de una profesión que tenía cierta inestabilidad laboral. Había sido simpatizante de CEDADE en su primera época y conocía a todos los nombres ilustres que habían contituido la junta originaria de la asociación. Me explicaba, sin inmutarse y polemizando con atracadores, que él era un hombre de paz y que le era imposible entrar en un banco alarmando a todo el mundo, con una pistola en la mano y un antifaz a lo Caco Bonifacio. Él se limitaba a entrar con un talón convenientemente falsificado –y lo ilustraba con el gesto de extender una inexistente hoja de papel- y cobrarlo. Gustaba presentarse como delincuente de guante blanco, respetuoso con la sensibilidad, sentimientos y emociones de todos incluso de los empleados bancarios.

Otro camarada que luego estuvo afiliado a Juntas Españolas en su primera época, practicaba a destajo el “timo del nazareno”. El nazareno era una práctica de postguerra extremadamente difícil de perseguir judicialmente. Consistía básicamente en comprar pequeñas cantidades de material comercializable (electrodomésticos, recambios y consumibles, etc) pagándolos al contado. Lo obtenido se vendía al mismo precio que se había obtenido, con lo que tenía salida inmediata. Esto posibilitaba el que los pedidos fueran todavía más grandes y se siguieran pagando al contado, hasta que, finalmente, se hacía un gran pedido, pero se solicitaba el pago diferido a 90 días. Luego se pagaba la primera letra y se aprovechaba para realizar un nuevo pedido también a 90 días del que, por supuesto, ya no se pagaba nada. La dificultad para perseguir este delito residía en que no era fácil demostrar la existencia de dolo. Los negocios a veces salen mal. Además, a diferencia de otros timos en donde de lo que se trata simplemente es de “pillar y huir”, en este tipo siempre quedaba un “nazareno” que daba nombre a la práctica. Su función era responder el teléfono, contener a los acreedores, tranquilizarlos, pedirles más material para poder pagar las deudas anteriores (material que, por supuesto, jamás se abonaba) y, en definitiva, aguantar el tirón. A este le correspondía “llevar la cruz”, de ahí su título de “nazareno”. El único indicio admisible por los tribunales de que se ejercía el tipo del “nazareno” eran los precios de venta del material obtenido, siempre por debajo de los precios habituales de venta al público. En la jerga del “nazareno” la antítesis del promotor del timo era la figura del “pringado” que era quien lo sufría. Con demasiada frecuencia la ultraderecha aportó un fuerte contingente de “pringados”. Era habitual, por ejemplo, que una empresa de electrodomésticos propiedad de un camarada quebrase después de haber sido víctima de un “nazareno” realizado por algún camarada y que el producto del timo se vendiera a bajo precio entre la militancia ultra, eso sí, de otro distrito del Movimiento o de otra centuria de la Guardia de Franco.

El estafador –y he conocido a muchos sino a muchísimos en la ultra- es una extraña mezcla de delincuente, mitómano y actor-tramoyista-coreógrafo. Para consumar su timo debe de “creer” en su papel, y frecuentemente, a uno le asalta la duda de si realmente el estafador cree en la posibilidad de coronar positivamente el negocio que te está proponiendo. Aun en la remota hipótesis de que así sea y que por una serie de felices circunstancais, el negocio propuesto por el estafador acarree algún beneficio, la cosa tampoco variará excesivamente: el desaprensivo cogera los beneficios y desaparecerá o bien presentará una cuenta de gastos que los absorban completamente.

En cuanto a la coreografía y el atrezzo siempre lo tienen en cuenta. En ocasiones un apellido ilustre abre puertas y acompañado por unos zapatos de marca, un rolex, un Armani, las abre todavía más. En otras es un uniforme militar y unos galones ful los que impresionarán al “pringado”, y en otras aun serán las grandezas pasadas, el curriculum previo que jamás se comprueba, el que predispondrá a la víctima para ser esquilmada. De toda la militancia que ha pasado por las filas ultras, sin duda el individuo que más lejos ha llegado esto  de las estafas fue un antiguo militante navarro del FNJ, pasado luego al Frente de la Juventud, del que obviaré el apellido, emparentado por cierto con un conocido arquitecto de fama internacional. Algunos de sus antiguos camaradas me lo han definido como “siniestro”, pero tampoco hay que exagerar, era simplemente un estafador que no quería serlo, pero cuya incapacidad para los negocios y falta de realismo, le obligaba por pura supervivencia a comportarse como un estafador y a ser percibido como tal por todos los que en algún momento de su vida tuvieron tratos con él. Viene a cuento porque le atribuía máxima importancia a la “imagen”. En su casa, su mujer e hijos podían pasar hambre, pero eso sí, era rigurosamente necesario que un vehículo de marca le esperara en la calle y que una sirvienta sudamericana recibiera a las visitas. Un común amigo, director de una sucursal bancaria en Elche, se le ocurrió pedir informes comerciales a la vista de que había solicitado un crédito a través de otra persona interpuesta. El informe fue demoledor: nunca en su vida había visto tal cantidad de sentencias condenatorias en decenas de juicios civiles celebrados en los primeros cinco años del milenio. Solamente los resúmenes de las sentencias ya suponían un bloque importante de folios y no digamos las cuantías de los impagos, las reclamaciones de cantidad, los créditos incumplidos, las hipotecas ejecutadas y los juicios pendientes. Literalmente, al que pillaba por medio, lo esquilmaba. Era una de esas personas que, probablemente, de haber sido capaz de centrarse en una actividad empresarial o de aceptar ser incluido en un equipo de ventas, hubiera llegado lejos. Pero él, siguiendo la tradición familiar, quería ser “empresario” y “emprendedor”. La tradición familiar era de impagos y quiebras, así que, de alguna manera ya estaba genéticamente condicionado para seguir esa vía.

Se metiera donde se metiera era el “capitán fracaso”, pasó de una humilde y modesta tienda de venta de camisetas en su Pamplona natal, a una empresa de informática, con idéntico final, deudas, destrozos, pelotas bancarias que estallaban en las manos de cualquiera, socios peleados y citaciones judiciales. Luego salió a flote gracias a una empresa de seguridad que pudo hacerse con la contrata de Leizarán y al acabar entre bombazo y bombazo, la indemnización recibida –que le hubiera permitido vivir cómodamente y de rentas en los siguientes treinta años- se embarcó en los más abrakadabrantes asuntos hasta que finalmente ocho años después ya no quedaba nada salvo el recuerdo: de comprar empresas quebradas de seguridad, a descubrir en los toros y en las reses bravas el negocio de su vida, a pasar por vacas y corderos como resaca, a montar fiestas, luego un pub inglés, más tarde, uno y dos cybers, luego otro, más en otro emplazamiento, luego una empresa de reformas, más tarde huir de Madrid a la vista de que las deudas ya habían sido excesivas y perseguido por varios juzgados e incluso por los mismos funcionarios afectados por pagos de anticipos para reformar pisos jamás reformados, camaradas que le habían entregado más de un centenar de ordenadores –impagados todos, por supuesto- para los cybers, recalar en Torrevieja, iniciar el ciclo de nuevo y en un plazo record verse sitiado, procesado por los impagos más inverosímiles, ladrillos, alquiler de maquinaria, vehículos de alquiler denunciados como robados, chalets pagados y no acabados, trifulcas con ex socios, procesos por contratar masivamente a inmigrantes ilegales, inmigrantes ilegales de todas las nacionalidades buscándolo por las calles, callejas y callejones de Torrevieja y aledaños y, finalmente, y finalmente, devenido “agente FIFA” trayendo jugadores mediocres de Iberoamérica, abandonados en España a su suerte… una historia absolutamente desmadrada, despiporrante y enloquecida e impune que dura ya la friolera de 30 años y que durará mientras el colesterol le aguante. Ejemplo extremo, pero ejemplo al fin y al cabo.

Sería absurdo considerar que en este terreno la ultraderecha es una excepción. En la sociedad española, actúa este tipo de gente, al margen de su opinión política. Los casos de corrupción en los grandes partidos indican que la estafa y el timo están a la orden del día y, a fin de cuentas, las decenas de estafadores que han militado en la ultra son casi inofensivos –especialmente por las cantitades que mueven- en comparación a los niveles medios de corrupción política. El rasgo diferencial es que, mientras, habitualmente, un corrupto se lucra con el dinero del Estado y, simplemente, lo malversa, en la ultraderecha los principales afectados son los propios afiliados. Es una muestra más de la contracción y de la miserabilidad a la que ha llegado este ambiente político.

La conclusión que saco es que el estafador ultra es, en general, más pobre de espíritu que el estafador medio, le falta esa voluntad de triunfar sobre los desconocidos que está presente en el delincuente que practica estas artes mangantonas. El estafador habitual tiende a lucrarse con el dinero de desconocidos o de instituciones públicas o privadas; por el contrario, el estafador ultra termina convirtiendo en campo preferencial de sus depredaciones al ambiente político que comparte con otros camaradas demostrando lo que vale para él la camaradería, el ideal y la amistad.

Yo he visto, como la estafa recorría transversalmente a la ultraderecha desde finales de los años 60, cuando se practicaban estafas propias de postguerra (robos de contadores, marrullerías, racket en puticlubs, gente que huía con la caja y poco más). Sin embargo, a medida que ha ido pasando el tiempo, especialmente a partir del 23-F de 1981, cuando empezaba a disminuir el número de militantes y simpatizantes, pero, sorprendentemente, el número de estafadores permanecía constante e incluso ocurría algo peor: algunos estafadores pasaban a ocupar puestos de mando en instancias ultras y culminaban sus gestiones con la inequívoca pestilencia a estafa.

Ya hemos aludido a lo que ocurrió con Juntas Españolas en su primera etapa y en la inexistencia de alguno de cuentas capaz de demostrar en qué se empleó el dinero (si bien el restaurante propiedad del suegro de otro personaje realizó cientos de vales falsos de comidas y comilonas en un intento de mejorar las cuentas), por no hablar de Democracia Nacional partido que ni siquiera tiene tesorero, ni por supuesto libro de caja, ni de cuentas. Pero, a estas alturas, nada puede extrañar y el gran elemento diferencial es que todos los afiliados a esta formación hayan alcanzado el dudoso títuo de “pringados”. Esto es lo inédito: de acuerdo que la mayoría de afiliados son jóvenes y les falta experiencia de la vida, de acuerdo en que, en principio, no parece razonable pensar que el “jefe político”, sea en realidad un pobre aprovechado, incapaz de estafar en el sentido jurídico de la palabra, pero sí permanentemente estafando al ideal, estafando a la esperanza y estafando a la buena voluntad y a la juventud de sus afiliados.

Cuando un ambiente político permite que estafadorcillos del tres al cuarto lleguen a escalones de mando y las propias bases admitan ser esquilmadas en sus carteras y en sus esperanzas, es que ese sector político ha llegado a su punto más bajo. Ese nivel ha sido alcanzado por la ultraderecha.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.

Ultramemorias (IX de X). Entre la prolongada agonía y la renovación frustrada (4ª Parte) Miserias y esperanzas

Fue hacia principios de 1997 cuando me senté delante de un ordenador y me dije: “esto de Internet debe ser la hostia”. ¿Para qué engañarnos? En aquel momento ni pensé en los gurús de internet, ni en las sofisticadas perspectivas que ofrecía la cybercultura y que había podido anticipar gracias a las lecturas del cyperpunk, ni siquiera que en que en los últimos diez años mi vida había girado en torno al ordenador y, progresivamente, casi sin carme cuenta, en torno al modem, primero el de 256 kbs, luego el de 512, más tarde entorno al primitivo RDSI. Recordé, eso sí, que había visto el primer ordenador en el Paris de 1980, cuando funcionaban todavía a base de casetes y me dije que algún día yo debía de utilizar ese trasto. De Bolivia me fui a escape con un flopy bajo el brazo, de aquellos de 12 pulgadas anteriores a los PCs. Y casi mejor que no me pregunten por qué elegí ese bagaje y no otro. Luego, en la soledad de la VI Galería de la Modelo, el aburrimiento más absoluto me hizo mirar incluso los anuncios de las pocas revistas que me llegaban. Veía la publicidad de Appe, de IBM, y me decía que al salir debía de conocer esa técnica. Salí y lo primero que hice fue comprar uno de aquellos Amstrad PC 1512, clónicos del IBM original, cuya definición de pantalla, ausencia de disco duro, dos flopys y memoria RAM al límite de la indigencia, hoy harían sonreir. Con aquel trasto y de la mano de un procesador de textos lítico, aquel Word Star, entré por la puerta pequeña en un mundo nuevo y original que revolucionaría nuestro tiempo mucho más que las incendiarias proclamas de cualquier Bakunin improsivado o de todos los Mao-Tse-Tung y Lenin deducibles de la lectura del Manifiesto Comunista. Internet tardó todavía ocho años en incorporarse a mi vida. Antes, hice alguna incursión en aquella infame copia del Minitel francés, que fue la efímera red Ibertexto, al que hoy se puede contemplar con la compasión que se depara a los precursores desafortunados. Y finalmente, un día, en 1996 me senté ante un ordenador conectado a la red. En aquel tiempo para probar el invento o se acudia a www.playboy.com o a www.vaticano.com. Inútil decir por donde me inicié. Luego hubo que elegir entre Nestcape o Explorer, más tarde el gestor de correo electrónico y finalmente ver cómo carajo se podía colgar una web y así llegué al primitivo html y luego a java. De ahí salió mi primera Web: Disidencias, colgada en Tripod, que luego cambió de manos en varias ocasiones, perdiendo los jpgs e inhabilitando las partes en java. Si a eso unimos que puestos a perder, perdí los códigos de acceso, no es extraño que siga todavía agonizando en solitario y olvidada de todos con una media 125 visitas al día en el donde la dejé hace 10 años: Disidencias on|line press. Era inútil anclarse en el dominio de una técnica porque la siguiente, cien veces más brillante, simple y ventajosa, terminaba apisonando a la anterior en apenas semanas. Eran tiempo en los que no solamente había que pagar por estar conectados, sino que había que pagar también para que te dieran acceso a la red.

Las ventajas que, a primera vista, advertía en Internet eran las suficientes como para zambullirse en la red sin escafandra. No solamente las nuevas tecnologías te permitían contactar con el mundo, sino que evitabas las semanas de espera que un paquete de revistas o una carta tardaba en llegar a cualquier país europeo. Además, no sólo estaba cambiando nuestra forma de comunicarnos con el mundo, sino que también el mundo había cambiado. La larga noche felipista quedó atrás, el Muro de Berlín había cerrado lo que empezó en los astilleros de Danzig en 1980 y, tras la Segunda Guerra del Golfo la globalización parecía nuestro destino, como si el siglo XXI se hubiera anticipado; pero en realidad, desde mediados de la década de los 90 estábamos asistiendo al final de una era. En realidad, solamente tuvimos conciencia de que estábamos al principio de otra, no con las campanadas que nos trasladaron del año 1999 al 2000, sino con el desplome de las Torres Gemelas: habíamos entrado en la era del terrorismo internacional y de las convulsiones sin fin que van a recorrer trasversalmente nuestra desgraciada época. Si a finales del siglo XIX, Jack el Destripador pudo escribir con sangre que con el se había iniciado el siglo XX, el siguiente llegó con 21 meses de retaso, 12 años después de la caída del Muro, casi con precisión cabalísica.

En el período situado entre 1997 y 2001, resultó evidente que toda reconstrucción de fuerzas políticas, sociales o culturales en el futuro, se haría a través de la red. Y ese fue el problema:  con inusitada rapidez todos los ultras, ultrillas, aspirantes a ultras, ultras reconvertidos, ultras de estricta observancia, ultras que querían dejar de ser ultras y no sabían como hacerlo, ultras cansados de militancia ultra, ultras fracasados políticos, ultras en la inopia, ultras con los pies en la tierra, ultras chivatillos, ultras mamoncillos, ultras místicos, ultras pescadores de almas y de carteras, ultras enmascarados, ultras sin parroquia y sin grey, ultras anormales y tarados ultras y no ultras y ultras culturetas, fuimos a converger a Internet, cuando Internet era prácticamente un erial y las webs de verdadero interés podían contarse con los dedos de la oreja.
Había dos problemas. El primero era que la falta de éxitos y perspectivas políticas del sector ultra corrían el riesgo de convertir internet en una trinchera fácil, una forma de “hacer política” eludiendo la militancia y el trabajo efectivo de base. Bastaba con tener un blog para “existir” en Internet, en principio, en plano de igualdad con cualquier otra web, blog o portal. Había el riesgo de que Internet se convirtiera en el sustituto del trabajo político, una herramienta más para el talk-show permanente al que nos había llevado la sociedad del espectáculo. Esto equivalía a que las impotencias, las ideas erróneas, las divagaciones y las pérdidas de tiempo, se traladaran a la red. Internet era un instrumento, no “el instrumento” que sustituiría a cualquier otro. Las carencias de la ultraderecha no iban a resolverse simplemente porque todos sus militantes tuvieran una conexión a Internet de ancho de banda aceptable. Es más, podía ocurrir, incluso, que aumentaran.

Luego existía un segundo problema que afectaba a todo usuario de Internet: aumentaba exponencialmente el descontrol en los debates, la falta de organicidad, la reiteración en los temas, la participación reiterada de gentes que no estaban preparados para debatir sino que con dificultades dominaban el silabario, el que todo quedara igualmente registrado ad infinitum, tanto las intervenciones que aportaran algo positivo como la morralla deleznable y, finalmente, era el lugar más apropiado para intoxicadores, en un ambiente en el que la figura del “enterao” (siempre he dicho que España es un país de “enteraos” y que aquí todos lo sabemos todo de todos y todos estamos “esteraos” de todo, pero en la ultra sin duda existen los más enteraos del país) y los macutazos a diestro y siniestro.
 
En aquellos primeros tiempos de nuestra incorporación a Internet los gurús de la red hablaban frecuentemente de Netwar y de la Cyberwar, es decir de la “guerra en red” y de la utilización de la red para la guerra, pero era previsible que, la ultraderecha inaugurase otro concepto, el de NetCivilWar, guerra civil en red, o el todos contra todos dentro de un mismo ambiente. Dele usted a un inmaduro una garrota o un ordenador y, a la postre, terminarán haciendo lo mismo: liarse a estacazos con el de al lado.
Al cabo de poco tiempo vimos las extraordinarias posibilidades de la red, tanto para construir como para hacer polvo lo poco que quedaba en pie. El Foro Disidencias impulsado por Enrique Moreno, fue el primer foro que realmente consiguió cristalizar en torno suyo, hace más de 10 años, a decididos partidarios de la renovación del sector. Fue a través del foro como aquel partido de cuya existencia había sabido unos años antes, Democracia Nacional, terminó por interesarme. Tenía un rasgo diferencial a todo lo que había conocido hasta entonces. No solamente resultaba claro que manifestaba una indudable voluntad renovadora, sino que la habían puesto en marcha, provista de un fundamento teórico: la doctrina sobre la “autonomía histórica”. Esta doctrina podría resumirse así: “no existen modelos en el pasado en los que podamos reconocernos a la hora de abordar una lucha política en el presente y, por tanto, el partido es libre para elegir en cualquier momento la línea que se adapte a las necesidad del momento a despecho de experiencias históricas pasadas”. Y se decía alto y claro, lo que evitaba viejas discusiones doctrinales sobre matices tan habituales entre los partidarios de las ideologías “históricas”, se evitaba también la maldición que pesará eternamente sobre la extrema-derecha española, sobre su vinculación al franquismo o la eterna polémica sobre símbolos y autocalificaciones (los miembros de Democracia Nacional son… nacional demócratas). DN era, pues, lo que el programa y los documentos de DN decían era.

Pérez Corrales, su presidente me remitió los documentos y, efectivamente, tenían rasgos diferenciales muy acusados (y, por tanto, sorprendentes). Otros, sin duda, con más capacidad teórica que yo, habían conseguido cristalizar en una doctrina política coherente, el ya viejo afán de renovación que algunos sosteníamos como imprescindible desde tiempo atrás. Así que una aproximación por mi parte a DN era lo que correspondía por aquello de que “lo semejante se une a lo semejante”. Aquella elaboración teórica había sido abordada por un antiguo miembro de CEDADE, Laureano Luna, de quien ya había leído algunos artículos pero que no conocía personalmente. Otro antiguo de esta organización, Martínez Artal había asumido una parte sustancial de los gastos. Pérez Corrales, procedente de Juntas Españolas, era el presidente de la formación. Y Pedro Alonso, antiguo del Frente de la Juventud, su secretario general. Así pues, DN era una especie de mosaico que había surgido de distintas fusiones operadas entre 1995 y 1996. En aquellos momentos, el Frente Nacional de Blas Piñar parecía tentado por unirse a Juntas Españolas, cuando bruscamente, Blas lo disolvió. JJEE, a su vez, se aproximó a otros dos sectores: los veteranos de CEDADE que habían ido a confluir con los supervivientes de Bases Autónomas, en lo que se llamaría Area Independiente, sumándose luego otros grupos minoritarios.
En cifras absolutas, todo esto suponía unos 600 militantes puestos sobre la mesa por Juntas Españolas y 200 más por el resto. La Falange de Morales en aquellos mismos momentos debía tener algunos militantes más, seguramente llegarían a 1.000 o quizás algo poco más. A sumar otros 1.000 dispersos en distintas siglas falangistas, grupos locales, y exotismos bizarros varios. Eso era toda la extrema-derecha de la época. Una comunidad que apenas llegaba a los 3.500 militantes. Pero si alguien pensaba que se había alcanzado el momento máximo de la crisis, se equivocaba.

A través de Internet lanzamos la idea de una candidatura unitaria para las elecciones autonómicas catalanas de 1999. La idea prosperó a pesar de que Catalunya era sin duda, una de las regiones más desfavorable para la expansión de este tipo de proyectos. El llamamiento se lanzó (y habría que añadir que tras la idea nos encontrábamos Enrique Moreno y yo), con eco superior al esperado. Era posible que, una experiencia unitaria que simplemente consiguiera detener la sangría de votos y obtener un resultado digno superior al 1%, consiguiera prender en el resto del Estado y en las formaciones ultras una voluntad unitaria.
 
En aquel momento, DN tenía la formulación teórica y programática más completa pero, sin embargo, la diferencial de militantes en activo jugaba a favor de La Falange. En torno a estos dos grupos, se polarizaba todo el interés, el resto eran meros acompañantes formales, pero ni estaban en condiciones de aportar militantes, medios, ni ideas. Si se lograba que DN y La Falange advirtieran, uno que podía impregnar con su bagaje teórico a un sector mucho más amplio y el otro que, le daban hecha su necesaria reconversión y que, en términos numéricos, tenía el volumen suficiente como para ocupar lo esencial de la dirección, podíamos entonar el “habemus partido unitario” a la vuelta de pocos meses y de cara a las generales del 2000. Esperanzas vanas, porque todo debía de torcerse en esos mismos días.

En principio, a pesar de que AUN era un partido ya prácticamente virtual en Barcelona, asistió a la reunión Ynestrillas al que le faltó tiempo en un descanso para liarse a hostias -off curse- con el delegado del devoto FE(i). DN estaba por la faena unitaria en aquel momento. Con La Falange era difícil aclararse exactamente si estaban a favor, en contra o todo lo contrario, incluso saber si estaban donde estaban o en cualquier otro lugar, lo que era más grave porque el que decía ser su secretario general estaba presente (y, por cierto, con una seriedad pasmosa decía conocerme desde 1980 y haberme conocido en actos en los que yo nunca había estado presente, lo que era todavía más inquietante). Luego estaban los de la FE-JONS de Diego Márquez que afirmaban existir aunque yo no andaba muy seguro de si eran un holograma virtual o incluso una calcomanía. Y, en cuando a los que albergaban el encuentro en su local, los ex piñaristas que después de un baño ynestrillista habían vuelto a llos páramos piñaristas, los de ADES (ya saben, “el reino de los muermos”), solamente pensaban en que la reunión no se prolongara mucho no fuera a ser que sus esposas terminaran inquietándose por la tardanza. Es lo malo que tiene abrir y cerrar un local durante 20 años a las mismas horas.

No hubo nada que hacer. La Falange –que a esas alturas ya había visto como Gustavo se había ido por la puerta falsa dejando a un tal López (al que rebauticé “Lopezón” por su desparramada humanidad) al frente- creía que no precisaba nada de nadie y que seguiría siendo fuerza hegemónica en la ultra por siempre jamás. Los de DN accedían a intentos unitarios, pero sin mucho convencimiento, entre otras cosas, porque estaban más al día que yo sobre el percal corría. Y en cuanto al resto, francamente, el resto contaba poco o no contaba. Así que en los años siguientes había que resignarse a que no hubiera partido y todo siguiera su curso descendente. Sin embargo, Internet seguía existiendo y aún pudimos lanzar un “proyecto unitario” en el mismo Foro Disidencias, que murió con más pena que gloria.
 
Así pues no quedaba más que una vía: si la unidad era imposible por agregación de grupos, la única forma de llegar a la unidad era que un grupo destacara por encima de los demás y se configurara como polo de atracción. Ese grupo, para mí, indiscutiblemente, era DN, a tenor de que su reflexión ideológico-estratégica era muy superior al resto.
Yo me debí integrar oficialmente en DN hacia principios de 2000. Conocí entonces a Nacho Mulleras, quien llevaba el grupo de Barcelona. A Nacho, el reloj de la militancia se le paró al disolverse Fuerza Nueva y evaporarse el piñarismo. No era falangista, ni de ninguna otra corriente ideológica, sino más bien franquista, lo que resultaba todavía más curioso en un partido que se había fundado con la “autonomía histórica” como eje. Así como otros tuvimos la suerte de conocer momentos intensos de militancia e incluso de aproximarnos a éxitos coyunturales o a realizar un trabajo político satisfactorio en revistas o en el extranjero, Nacho se embarcó en esto de la ultra cuando ya iniciaba su declive. Así que no pudo conocer más que desgracias. En 1999 me explicó todo lo que me había perdido en Juntas Españolas, la defenestración de Graells por aquello de los cursos particulares a chicas de buen ver, el ausentarse sin dejar señas de unos y de otros, Castejón incluido, el drama de tener que soportar un deshaucio y el “lanzamiento” judicial por impago de alquileres del local de Barcelona, las elecciones sin éxito y sin esperanza, y para colmo más de un camarada chorizo que les había robado hasta la cartera. Me decía con una seriedad pasmosa: “Pérez Corrales, quizás no sea el líder que necesitamos, pero no es un chorizo”. Y desde luego, no lo era. Llegué a apreciar a Nacho y sobre todo a entender el drama de los militantes que, sin haber conocido la exaltación de los choques con la izquierda, el exilio, la cárcel, las grandes movilizaciones que sucedieron a finales de los 70 y, al filo del milenio, se habían ido consumiendo en peripecias sin historia ni calado hurtando tiempo a sus trabajos, a sus familias, a sus hobbys y, en definitiva, a la vida.

En aquellos meses recordé perfectamente porqué desde 1975 no había querido saber nada más sobre el ambiente falangista: era imposible sacar nada en claro con ellos. No había forma de que definieran sus posiciones acaso por que eran presos de tres condicionantes que los incapacitaban: el espectro de José Antonio que acechaba desde el más allá (aquello del “pactaremos muy poco”), la sombra de sus problemas interiores (lo que podía satisfacer a unos, supondría un desengaño para otros así que, tiraran en la dirección que tiraran, la escisión estaba cantada) y los miedos de sus dirigentes que apenas eran capacdes de dirigir algo mas que una mercería y nunca en tiempo de rebajas, ni en horas punta (abrirse a gentes que no conocían, a perspectivas nuevas, les producía un vértigo y una sensación de vacío inenarrables, por lo demás, tenían un pánico indescriptible a que alguien les pudiera hurtar su menguadas huestas, abadonar sus cargos pomposos de “jefe nacional”, “jefes territoriales”, “jefes de centurias” y pasar a ser un militante de base). Así que no hubo forma de que aquello progresara.

La Falange emprendió en 2001 una extraña andadura que le llevó, como por arte de birlibirloque, a partirse en varios trocos y que como cualquier mineral que cristaliza en estructuras cúbicas, a cada golpe reprodujera la misma estructura solamente que en una dimensión más reducida, hasta llegar casi a nanodimensiones subatómicas. Además, tiene gracia, que siempre, en la ultra, cuando se planifica una iniciativa unitaria, al final acaben resultando más grupos de los que existían antes de las fusiones. Debió ser en 2001 cuando lanzaron, junto a los últimos piñaristas conscientes de que a la tercera les iba la vencida, un “Frente Español” (hábiles ellos, cuyas siglas coincidían con las de Falange Española; en ese ambiente estas cosas se tienen muy en cuenta, como para decir al “aliado unitario” ocasional: “si es que te la he metido doblada”…) en el que participaban los piñaristas, los de La Falange y un grupo valenciado agrupado en torno a José Luis Roberto que en aquellos momentos empezaba a tener fama inmerecida de “hombre más malo de España”.

Estuve ausente durante unas semanas del Foro Disidencias por cuestiones laborales y por un problema en las cervicales producto de anteriores accidentes, así que cuano volví me costó ponerme al día de la sopa de siglas nuevas en que se había convertido el ambiente. Por de pronto, había aparecido una Mesa Nacional Falangista como escisión de La Falange, contraria a la participación en el proyecto unitario. Pero esta MNF, a su vez, se había partido en otro grupo dando nacimiento a la FEA rediviva. Aun quedaba el tiempo en el que López dimitiera, se hiciera cargo de La Falange, Cantalapiedra para, pocos meses después volver a partirse (ya próximos al nivel nanométrico) en dos mitades. Señor, señor…
En cuanto al “Frente Español”, tal como había previsto, la incompatibilidad manifiesta entre los santos varones supervivientes del piñarismo anclados en sus valores católicos y puritanos y el grupo valenciano de Roberto, al que le precedía una fama como de golfo, terminó estallando. Cabe decir que Roberto gana en las distancias cortas y que, en principio no da la sensación de que sea ni más ni menos golpe que cada uno de nosotros (en el fondo la ultra tiene algo de ambiente de legionarios, mosqueteros y lansquenetes, aventureros, puteros y vividores que aman el buen vino, los éxtasis amorosos, los excesos y las noches locas de camaradería, activismo y ligoteo, así que rarillos son los que cenan a las 20:00 horas y se van a la cama a las 23:00 para acudir a misa de 8:00 por las mañanas). Por lo demás, las acusaciones de proxenetismo y de nacional-puterismo son, en cualquier caso, infundios propios de un ambiente que ha logrado dominar la técnica de construir leyendas urbanas a medida de cada uno que destaca solo un poquito del resto. Pero lo que estaba claro desde el principio era que la andadura de “Frente Español” descarrilaría por la incompatibilidad de humores entre los que acudían a misa de 8:00 y los que cerraban los pubs la noche anterior. Simplificando, claro está. Hay que decir también que, en aquel momento, yo militaba en DN, así que todo lo que perjudicara o taponara el crecimiento de DN consideraba una obligación torpedearlo en la medida de mis posibilidades –que, aún con cierta inmodestia, debo de reconocer que puestos a hacer el borde, no eran pocas-. Yo, en ese momento había optado por la estrategia unitaria basada en “uno destaca y los demás se unen”, así que no dudé en torpedear entonces la iniciativa de “Frente Español”. Sin embargo, debo decir que en ningún momento utilicé la mentira para esa tarea. La eslora de aquel proyecto me permitió, sin ninguna dificultad, atacar en dos direcciones.

La primera era la citada incompatibilidad de humores entre Roberto y López Dieguez. Pero el azar vino a poner otra a mi alcance. El la revista pro-etarra Ardi Beltza apareció un artículo sobre la extrema-derecha en el País Vasco. Desde todos los sectores de la ultraderecha partió un movimiento de solidaridad hacia los camaradas de la Falange Vasca, señalados con el dedo por los pro-etarras y, por tanto, en situación de riesgo. Así que leí el artículo. Era infantil, ingenuo, torpe y casi diría incluso, zopenco: era evidente que el artículo había sido elaborado e inspirado por quienes dirigían entonces aquel grupo, en un intento de victimizarse y de convertirse en el eje emocional del “Frente Español”. El intento era tan infantil que hoy, releyendo lo que escribí en la época, no puedo sino sonreir. A servidor, en cuya tarjeta de visita para acceder a determinados puestos de trabajo, puede figurar sin sonrojarme la ocupación de “Especialista en Operaciones Psicológicas”, basta que alguien intente algo parecido, en plan paleto, para que el aroma inequívoco lo detectara al tercer párrafo. El problema no era que un grupo local se hubiera querido presentar como “eje y centro” del proyecto unitario de “Frente Español”… sino que se había puesto en riesgo a militantes de base. Y ese era el problema: que con amigos así no hace falta enemigos y no lo decía por mí, sino por los que habían sido estafados en su sensibilidad y en su fe política por una operación infantil. Las explicaciones dadas por el “prota” fueron de tal calibre que poco después desaparecía de la ultra. Acabado el tema del “Frente Español”, olvidé ese asunto e incluso no tendría inconveniente en recomendarle al “prota” una abundante literatura (y mis propios apuntes) sobre “operaciones psicológicas” que de eso, créanme, sé algo. Cada cual está obligado a veces a actuar en función del lugar que ocupa mucho más que de sus filias o de sus fobias. En aquel momento a mí me correspondió, desde la tranchera de DN, demoler todo lo que impidiera avanzar a DN. Y la pulverización del “sector histórico” era una exigencia del rol que me correspondía.

Tras la eyección del grupo de Roberto, el grupo de La Falange entró en crisis, para variar. López, que veía en la unidad con los piñaristas, una tabla de salvación a sus problemas, terminó dimitiendo y, como digo, la cosa sirvió sólo para que este sector, que inicialmente contaba con las siglas La Falange, los piñaristas madrileños, la gente de E2000 en Valencia, terminara teniendo a cuatro falanges, los piñaristas reagrupados en la sigla AES y los valencianos siguieran con la sigla E2000 que durante mucho tiempo siguió teniendo un carácter local. Lo dicho: no hay como la unidad-unidad para alcanzar nuevos y siempre más avanzados estados de fraccionalismo.

Antes de todo esto, en mayo de 2000 asistí al congreso del Front National en París en la delegación de DN. Allí, precisamente, me encontré con Roberto al que hacía tiempo que no veía. Lo había conocido en noviembre de 1976 en el peor sitio para conocer establecer relaciones sociales, junto a la tapia de un cementerio. En efecto, durante el Congreso Nacional Sindicalista convocado por los Círculos José Antonio tuvo lugar un acto de homenaje a Ramiro Ledesma en el cementerio de Aravaca y allí que se fue Roberto para repartir panflejos de las J.O.N.S. Por cierto que cogí un panfleto, se lo llevé a unos amigos de Barcelona, supervivientes del Distrito VII de la Guardia de Franco, que se decían jonsistas y a los pocos días convocaron mediante anuncios por palabras en La Vanguardia una reunión. El anuncio, comprensible en aquellos momentos en los que los partidos seguía prohibidos, decía: “Grupo de amigos de Ramiro Ledesma buscan reunirse para realizar actividades”. Lo sorprendente fue que contestó algo más de una decena de personas. Una vez reunidas en el Velñodromo, un antiguo bar barcelonés, a poco de empezar la reunión, una chica pronunció la frase fatídica: “¿Cuándo viene Ramiro?”. Justo en ese momento, nos dimos cuenta de que para quienes habían respondido al anuncio, el tal “Ramiro” era considerado como un tipo enrollado que quería convocar fiestas. De todas formas, las J.O.N.S. arraigaron en Barcelona e incluso el sindicato C.O.N.S. mantuvo hasta bien entrados los 90 un local en la barcelonesa calle Consejo de Ciento.

Roberto era, así pues, un tipo de largo historial que profesionalmente parecía haber montado una compañía de seguridad que no iba mal. En aquellos meses, concidiendo con el congreso del Front National, estaba poniendo en marcha la Asociación Nacional de Locales de Alterne que luego daría mucho que hablar y haría que su nombre quedara vinculo para los anales al asunto de la prostitución si bien él se limitaba a asesorar jurídicamete a la asociacion. Venía a París representando a España 2000, la sigla que distintos sectores habían lanzado a prisa y corriendo ese año –el 2000- para participar en las elecciones generales. Tras ella se encontraban DN, el Vértice Social Español, el Partido Nacional de los Trabajadores y el grupo valenciado encabezado por Roberto. Vale la pena aludir a las siglas nuevas que acaban de aparecer. Sobre el Partido Nacional de los Trabajadores cabe poco que decir. Se trataba de una formación local murciana de la que nunca supe mucho, ni siquiera si tenía existencia real, aunque en mi opinión estaba próximo a la virtualidad más absoluta o quizás fuera un ectoplasma precipitado en alguna sesión espirita. Poco importa discutir sobre su entidad y orientación porque concluidas las elecciones desapareció, como siempre, sin dejar señas. Quede aquí un punto de misterio sobre una sigla a la que, lo que se dice ampulosidad, no le faltaba. Mucho más interesante fue el Vértice Social Español, tendencia organizada de La Falange que disputó la dirección a la tendencia “oficialista”, aquella caracterizada por una indefinición permanente y estuvo a punto de colocar a Miguel Ángel Vázquez –querido cofrade- al frente del grupo. Perdieron por los pelos –y me alegré no tanto por que a partir de ese momento, La Falange descurrió por meandros cada vez más raros, como porque al bueno de Miguel Ángel no le hubiera caído encima el marronazo de dirigir aquello que, por definición, era tan indirigible como indigerible- y dado que su docena y medio de miembros no necesitaban de la sigla para ser algo, la abandonaron poco después, con gran alborozo de los “oficialistas” liberados al fin de que alguien les impidiera llevar a La Falange hacia el precipicio, cosa que hicieron sin más apremio, con precisión y prestancia milimétrica. La prueba es que meses después el partido se partía de manera inenarrable.

Los resultados electorales de la coalición España 2000 fueron, como todo lo que se hace aprisa y corriendo, lamentables, tirando a patéticos. El último fleco lo tuvimos algunos a los que un camarada nos convenció de que asumiéramos un crédito solidario que acabamos de pagar seis años después con harto dolor de nuestros corazones y con alguna que otra bronca familiar. A los pocos días, casi diría horas, España 2000 se disolvió sin que nadie se preocupara de reunir a los fragmentos, al menos para intentar encontrar alguna explicación al por qué del fracaso. DN siguió a lo suyo, atribuyendo a otros el que no habían currado lo suficiente. El VSE se partió, yendo a converger algunos con Alternativa Europea y generando el Movimiento Social Republicano que logro sorprender con la triple consigna de “federalismo, socialismo, república”, a la que si no recuerdo mal, se añadió en algún momento la coletilla de “autogestión”. Otros eludieron ese enfoque y se configuraron momentáneamente como independientes, hubo alguno que coqueteó con DN, luego con la Plataforma per Catalunya y finalmente montó su propia sigla a imagen y semejanza de Pyn Fortuyn, Iniciativa Habitable. Y luego quedaba el grupo valenciano que, en realidad era una unión de grupos locales y que sigue manteniendo la sigla España 2000 hasta la fecha.

De nada había servido invitar a una lubina a la sal a Le Pen y al eurodiputado Jean Claude Martinez, cuyo apellido era una garantía de que, al menos en lo idiomático, no habría problemas, de nada sirvió tener una larga conversación con ellos e incluso realizar algunos pactos de ayuda mutua, la rueda de prensa a la que asistieron todos los medios de comunicación no sirvió para mucho más: los medios no publicaron la noticia y la visita no operó el efecto balsámico esperado. Era evidente que los medios solamente hablan de aquellos que pagan publicidad y hablan mucho de los que pagan mucho. La ultra solamente era noticia gracias a los desmanes de Ynestrillas hijo, a los imaginativos informes de Esteban, y a la última hostia que el último skin le propina al penúltimo guarrete. Mal asunto si lo olvidábamos.

Yo me quedé en DN pero con poca vida en el partido por limitaciones temporales. Al cabo de un año, nunca llegué a entender exactamente por qué, pero debo reconocer que a esas alturas ya era una tradición bien asumida por mí, hubo lío en la cúpula de DN y se perdieron para el futuro Pedro Alonso y Pérez-Corrales, cosa que en lo personal lamenté y mucho. Como siempre, creo que hubo muchos malentendidos y que habían otras salidas y no necesariamente aquella a la que se llegó. El caso es que ambos terminaron agotados y hastiados. Había varios fondos en aquella crisis. Martín Beaumont, al que le acompañaba en su tarjeta aquello de haber sido como quince o veinte años antes el “diputado más joven del PP”, había terminado abandonando el aznarismo con otros entre los que encontraba el antiguo jefe de Fuerza Joven, Javier Cutillas y un grupo bastante nutrido que años antes había decidido acompañar al PP en su travesía del desierto y ahora, en 1997, cuando tocaban las mieles del poder, bruscamente se dieron cuenta de que aquello no era lo suyo y se abrieron en forma de paraguas. Para mí resultó siempre incomprensible todo este trasiado: ¿qué habían visto en el aznarismo? y, sobre todo, por qué diablos, después de aguantar las tensiones de un partido de ese tipo, finalmente, cuando tocan poder, van los jodidos y lo abandonan… Podía entender que dada la esterilidad de la extrema-derecha buscaran otros horizontes políticos, e incluso que creyeran divisarlos en el PP, pero lo que me era imposible entender era cómo diablos lo abandonaban en el momento en que habían alcanzado el objetivo y trabajado como los que más para lleva a Aznar a la Moncloa.

En mi opinió, todo el problema derivó de que sus expectativas de alcanzar puestos relevantes quedaron decepcionadas y entonces vino el reflujo y el, “ay dios mío que estos nos han tangado”. Y se fueron. De ahí nació el PADE que recuperó el slogan de “hay un camino a la derecha”, sin preocuparse de si efectivamente existía. Cuando DN contactó con Martín Beaumont, Pérez Corrales tenía la esperanza de poder integrarlo en el partido. Lo invitaron a una universidad de verano en donde pronunció una inenarrable conferencia sobre “el populismo” en el que en mi modestia intelectual confirmé que el populismo no era nada aunque para Beaumont fuera “dar la razón al pueblo” que era como lo de la canción catalana aquella de “¿Qué mes voleu? Volem pa amb oli”. Hablé con Beaumont y con alguno de los suyos, lo suficiente como para advertir que pertenecían a ese tipo de gente que no se compromete en nada si no se le ofrece a cambio la perspectiva infalible de que será llevado bajo palio al parlamento. Luego Beaumont tuvo el mal detalle de firmar algunos mensajes en el Foro Disidencias como “Elena Atxaga” aludiendo a mí como “peligroso ultra” para luego alegar que con ultras como yo no se podía comprometer. Toda esta peripecia y tensiones internas entre Pérez-Corrales y Pedro Alonso de un lado y Laureano Luna y Christian Ruiz de otro, indujeron a los primeros a irse a casa. Creo que no fue la mejor solución y que en un partido como DN cabían unos y otros, y, en cualquier caso, todos los que no necesitaban palio bajo el que cobijarse. A todo esto el PADE siguió cada vez más desarbolado, Cutillas, tal como había hecho en Patria y Libertad, vivía en un mundo irreal y terminó disolviendo el invento esperando vanamente que el PP los llamara ofreciéndoles alguna canonjía.

En DN, el vacío dejado por Pérez-Corrales y Pedro Alonso fue sustituido por una Mesa Nacional de la cual emergió la figura de alguien del que me contaban que había sido cantante skin y cuyo principal mérito era haber aparecido en un telechou de Ana Rosa Quintana y no haber hecho el ridículo. Se trataba de Manuel Canduela, valenciano, que en 2004 se erigió en presidente de la Mesa Nacional. Lo de “valenciano” lo subrayo porque resultaba un misterio el por qué motivo DN era absolutamente inexistente en Valencia. Pero entonces -algunos por que consideramos que era buena que alguien se atreviera a ponerse al frente del asunto y otros porque no cayeron- no preguntamos a qué se debía que Valencia fuera un páramo para DN… a pesar de en otro tiempo haber contado con una fuerte base militante. Ignorar estos detalles siempre, antes o después se paga.
No solamente el partido era inexistente en Valencia, sino que en otras provincias también había problemas. En Barcelona, por ejemplo. Ignacio Mulleras, o “Nacho Canet”, o Nacho Mulleras, en cualquier caso, era de los fundadores de DN, pero, en realidad, su grado de identificación con la tesis de la “autonomía histórica” era nulo. También aquí, ignorar el detalle sobre la base de que era un tipo enrollado y bien dispuesto, no iba a ayudar en el futuro, a la vista de que albergaba la esperanza de poder reconciliar algún a DN con el piñarismo al que se sentía emocionalmente vinculado. Para ello, a la que se le daba la ocasión –recuerdo un 1º de mayo, sin ir más lejos- aprovechaba para glosar la obra de Franco ante el peor público posible para tales loas y alabanzas. Luego estaba Madrid. En la capital, el partido era poco menos que inexistente. Permanecí tres meses en la capital y el local, instalado en un lugar recóndito, de un lugar remoto, dejado de la mano de dios, era una barra de bar y un almacén de material. El bar era frecuentado lo más habitualmente por críos y allí empezaba y terminaba casi todo. En términos políticos, DN en Madrid capital fue siempre un cero a la izquierda. Sin embargo, a pocos kilómetros de allí, en Alcalá, había florecido un grupo local que consiguió arraigar y funcionar, más o menos, autónomamente, cosechando incluso buenos resultados en las elecciones municipales.

Los 800 militantes que tuvo DN en su fundación se fueron extinguiendo y posiblemente en 2001 no quedarían ni 250. Entre ese año y 2004 hubo un repunte, pero el crecimiento era débil, vacilante y, en cualquier caso, poco significativo. Por lo demás, Canduela tenía límites y el primero de todos, y que subyacía a poco de conocerlo, era su carácter. Hubiera sido un jefe de banda, incluso un responsable aceptable de un pueblo o de una localidad de mediano tamaño, pero dirigir un partido de carácter nacional era demasiado para él. Poco después se evidenció que su mal carácter, unido a una ausencia total de visión de futuro y a un carácter que de tan suspicaz entraría dentro de la definición clínica de paranoico, iban a generar problemas. En 2003, en un congreso al que asistieron más de 130 militantes (algunos de los cuales sobrevivimos milagrosamente a los chinches y ácaros de albergue instalado en la áspera meseta castellana), el hasta entonces ideólogo del partido, Laureano, demostró una postura crítica hacia Canduela el cual no le perdonó hasta expulsarlo semanas después y aprovechar para expulsar también hasta aquel que le caía mal. Se perdió una treintena de miliantes, nuevamente muchos de ellos de peso e irremplazables y delegaciones enteras.

Para mantenerse en el machito, Canduela empezó a dar cifras triunfales de militantes: “somos más de 500”, “nos aproximamos a 800”, “estamos cerca de los 1.000”. Los resultados electorales seguían siendo flojos, a pesar de que la tendencia era a ir aumentando votos, mientras que las formaciones clásicas ultras iban disminuyendo. En realidad, los medios económicos eran ridículos y los resultados estaban en relación con lo invertido. En 2004 estaba claro que había que dar un golpe de timón porque aquello corría el riesgo de eternizarse en un interminable “despegue” en el que se perdían pasajeros por vía de expulsión, por desilusión o por hastío. La línea de DN seguía siendo aceptable, pero el partido tenía que ampliar su base y había solamente una salida razonable: fusiones con otros grupos próximos, no sólo para sumar, sino también para desbrozar el terreno de siglas. Había demasiadas.

Aparentemente, excluidos los falangistas que seguían en lo suyo, esto es, escindiéndose, lo único que quedaba era AES (el piñarismo redivivo y algo rectificado) y E2000, el grupo valenciano que, contra todo pronóstico, iba sobreviviendo. Con este último Canduela se negaba a cualquier pacto, dándolo como irrecuperable a la vista de que a Roberto le correspondía el título de “hombre más malo de España”. En cuanto a AES… ¿Qué les voy a decir? En principio que era incompatible con E2000 a causa de la vinculación de Roberto a ANELA. Me contaban en la época que AES estaba dirigido por tres personas, una falleció prematuramente, y las otras dos que quedaban eran López Dieguez (del que Rafa Ripoll, el responsable de DN en Alcalá conocía bien e incluso tenía un feeling con él, me había dado detalles favorables) y Paco Torres, un murciano al que nunca he llegado a conocer. López Dieguez, parecía ser un abogado de éxito que gozaba de cierto patrimonio, emparentado con Blas, y decidido a adecuar algunos aspectos del piñarismo de siempre a la realidad española del siglo XXI. Pero esa adecuación parecía al paso de tortuga paralítica. Nacho Mulleras que me explicaba que alguien de AES le había explicado que les costo mucho aceptar lo de la separación entre la Iglesia y el Estado. En cuanto a Torres, me decían que era franquista, pero que era “mucho más político”. Desde el principio siempre ha considerado que un partido a la derecha del PP que solamente se diferenciara muy poco de él, quizás algo en el tema del aborto y de la oposición al mundo gay, que fuera un poco más patriota y que no negara su vinculación al antiguo régimen, jamás de los jamases tendría espacio político, por mucho que contara con la fe de sus miembros y con el apoyo del espíritu santo. La cuestión era si dejarles que se la pegaran ellos solitos y entonces ir a plentearles un trabajo común o hacer lo posible para evitar que se la pegaran.

No es que me hiciera excesiva gracias recontactar con los últimos mohicanos del piñarismo parcialmente reconvertido, pero a la vista de que en DN no había medios suficientes, ni siquiera, lo que era mucho más dramático, un dirigente que diera la talla y fuera mínimamente presentable, pues a lo mejor resultaba que con gente que profesionalmente parecía tener dos dedos de frente, era posible entenderse y pactar algunas líneas de trabajo. Resumiendo: lo que yo planteaba era coger el programa de DN y plantear a los de AES que lo asumieran. Era, desde luego, mucho más de lo que tenían a nivel de documentos (estamos hablando de 2004). Por lo demás, los piñaristas tenían pocos jóvenes y nosotros éramos un partido fundamentalmente de gente joven (y, en lo personal, a pesar de mis canas, seguía siendo un eterno adolescente que no sabía todavía lo que quería ser de mayor). Los que teníamos más de 40 años en DN tampoco teníamos grandes ambiciones, y veíamos en López Dieguez a una persona presentable y que podía asumir la dirección de un partido. Yo me sentía con los recursos políticos y argumentales suficientes como para inducirles a que rectificaran algunas de sus posiciones que veía problemáticas y condenadas al fracaso: no es que me opusiera a la posición que habían adoptado en relación al aborto, era que con ese caballo de batalla no podía irse muy lejos. Salvo en momentos en los que el zapaterismo aspira a hacer olvidar sus muchas carencias y saca el tema del aborto de manera cada vez más extremista, lo cierto es que el aborto es un problema menor de la sociedad española y, por lo demás, el PP ya ha adoptado una postura que no difiere excesivamente de la de AES. Así pues, por ahí lo que hay es una vía muerta. Desde mi punto de vista vale la pena oponerse al aborto por razones de tipo ético, por supuesto, pero también demográfico. No hace falta hacerlo desde una postura confesional. Hay otros problemas mucho más graves, empezando por la inmigración y 15 años de crecimiento económico ficticio, sobre los que AES no tiene gran cosa que decir. Así pues, me hacía la ilusión de que en una conversación larga, franca y distendida con los Dieguez y los Torres sería posible encontrar puntos de acuerdo.

La idea de un acercamiento entre DN y AES satisfacía sobre todo a Mulleras y es por eso que empezó a lanzar mensajes por su cuenta tan poco subliminales como alabar la obra de Franco en lo que debía ser un mitin “obrero” en Alcalá. Para matar a la criatura. Por lo demás, como es habitual, había un desenfoque en su punto de vista: no se trataba de “pactar” yendo  a las posiciones insostenibles y antipolíticas de AES, sino de “atraer” a la dirección de AES hacia posturas mucho más realistas desde el punto de vista político; y la peor forma para eso era darles la razón y eludir los problemas de fondo. Para Mulleras lo primero era la unidad ante todo y en no importa que términos programáticos. Para mí lo esencial era llevar a la dirección de AES de una posición llamada irremisiblemente a fracasar, a una posición más política. De todas formas, no había mucho que hablar por que Canduela, como el jefe de banda que al final era, lo único que le interesaba era conservar el chiringuito.

En el IV Congreso, Canduela salió elegido por la mínima –aquellos inolvidables votos de la delegación de Alicante que pocas semanas después, parajódicamente, era la primera expulsada- frente a la candidatura de Rafa Ripoll. Estaba claro que en el plazo de dos meses, Ripoll sería expulsado… como así ocurrió. Asistí en enero de 2005 a la primera reunión de la nueva Mesa Nacional y me sentí completamente fuera de lugar. Canduela había montado una mesa de bajo perfil político, incapaz de abordar temas de calado y, por supuesto, sin fuerza, inteligencia, experiencia, ni capacidad para expander el partido. Decidí inhibirme de las reuniones y cumplir con mi cometido, confeccionar los comunicados. En aquel momento ya había lanzado en Internet krisis.info como canal personal de expresión. No había problema en seguir en el partido, pero retirándome poco a poco a segunda a la vista de lo limitado de su actuación y del carácter problemático de su presidente.
 
En eso que, a una de las escisiones de La Falange se le ocurrió convocar una manifestación. La gente es muy inteligente: primero convoca la manifestación y luego llama a la unidad lo que equivale a decir “chicos, iros poniendo a la cola que el campanazo lo doy yo y vosotros vais de atrezzo”. Y las cosas no funcionan nunca así. Si alguien quiere convocar una manifestación unitaria, primero lanza la idea a las cúpulas y luego el llamamiento y la convocatoria se realiza en común. Este mero hecho ya era suficiente como para percibir que tras la convocatoria había una forma rústica, simple y extremadamente ingenua de concebir la acción política. No juzgué necesario siquiera responder, pero Canduela me dijo que redactara un comunicado diplomático. Lo hice en términos tan diplomáticos como claros: si la convocatoria es vuestra, colegas, os arreglais vosotros; y ya enviaremos una delegación. A los pocos días tuve que enterarme por terceros que Canduela había enviado por sí mismo un comunicado solidarizándose calurosamente y prometiendo una asistencia devota y sincera. Si había actuado así era para satisfacer a un italiano con fama de millonetis enamorado de la figura de José Antonio Primo de Rivera y de la Falange, que, desconociendo absolutamente todo lo que ocurría a este lado de los Pirineos, tuvo la brillante de idea de recomendar a Canduela una aproximación a La Falange. Y éste, con la esperanza, de recibir algún óbolo, arrojó a la letrina la “autonomía histórica”, y tiró por la ruta de las necesidades de su peculio. Vulneraba así los fundamentos ideológicos de DN en el inútil acto de ponerse en el furgón de cola de una manifestación en la que a DN no le iba ni le venía nada. Así que ya tenía una excusa para dimitir y la utilicé ipso facto. No tenía intención de irme de DN como muestra de adhesión a los principios del partido, pero tampoco de ser cómplice de la dirección irresponsable de Canduela.
 
Dado que para todo paranoico, si no estás con él hasta la muerte –y preferentemente si no te suicidas antes- eres sospechoso, inmediatamente entré en el índice y poco después, creo recordar que 53 ó 55 camaradas fuimos expulsados de DN. Bueno, más perdieron ellos. En las últimas semanas había comentado con Mulleras algo que me preocupaba. Si “éramos casi 1.000”… ¿qué ocurría con las cuotas? Por que los gastos del partido eran mínimos y no superaban en ningún caso los 1.500 euros al més. ¿Cómo era posible que desde 2003 el partido no hubiera impreso ni un miserable boletín interior? Y a todo esto ¿quién era el tesorero de DN? No lo busquen, no había. ¿Y el libro de cuentas? Estaba hecho de la misma materia que el tesorero. Cinco años después de aquella crisis, DN acaba de sufrir otra exactamente igual: alguien que había aportado mucho dinero al partido, en el momento de ser promovido para la secretaría general, pidió los libros de cuentas. La respuesta fue la habitual: “hombre, si entre camaradas no hay confianza más vale que te vayas”… Y entonces, otra persona, entendió que los que desde hacia años sosteníamos que DN era una merienda de negros y el modus vivendi de un jefe de banda que no daba para muchos más, no mentíamos.

DN, a todo esto, seguía manejando los mismos documentos que había escrito Laureano en 2001 o el programa que yo realice en 2004, sin preocuparse siquiera de realizar correcciones para actualizarlo. De la autonomía histórica no queda nada. Las delegaciones nacen, crecen y mueren sin posibilidades desarrollarse y el 90% de la actividad se lo lleva Internet. Ahí están las webs y los foros de la DN de 2009 a disposición de especialistas y estudiosos en sectas.
 
Estuve tres años sin preocuparme mucho de la acción política hasta que el destino me llevó a abordar mi nuevo ciclo vital de cinco años en el campo alicantino. Surgieron algunos proyectos, contactos y terminé recalando en España 2000 que, a fin de cuentas, era lo único organizado en la Comunidad Valenciana y el único grupo que daba la sensación de estar en condiciones de movilizar gente en la calle, mantener una estructura estable y demostrar una voluntad de hacer las cosas con algo de cabeza.

Quedaba el espinoso problema de resolver la situación con Roberto, a la vista de que en los últimos cuatro años nos habíamos dicho de todo –y cuando digo de todo, quiero decir de todo- pero éste, a fin de cuentas, era un problema menor. Tanto Roberto como yo estábamos de vuelta de las descargas adrenalínicos de juventud y sabíamos que esos excesos correspondían al rol que cada uno había seguido defendiendo a sus respectivos partidos. Costó poco olvidar todos estos problemas y cuando me presenté como afiliado a E2000 quedó claro que yo era hombre de partido y que en ese momento mi partido era E2000. Desde entonces, en la medida de mis posibilidades, que no son excesivas, he trabajado para E2000 en la esperanza de que la experiencia adquirida en las 400 páginas anteriores pueda servir para algo.

Esto es todo lo que se refiere hasta hoy sábado, a las 17:00 de la tarde. Esto es todo lo que se refiere al pasado. Quedan unas líneas sobre el futuro.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.

Ultramemorias (IX de X). Entre la prolongada agonía y la renovación frustrada (3ª Parte) Lucha cultural y toros desde la barrera

Los años 90 fueron para mí un período de alejamiento de cualquier forma de actuación política por distintos motivos. Uno de ellos, y quizás el más importante, que había poco que hacer y menos que decir. La ultraderecha parecía anclada en su crisis iniciada en 1981 y, por mi parte, había perdido la esperanza de que la catarsis emprendida pudiera llevar a algún sitio. Mantenía vínculos y puentes con el ambiente, pero me abstenía de participar, escribir e incluso opinar públicamente. Fueron años en los que me refugié en lo personal, multipliqué mis colaboraciones con revistas de carácter no político  y escribí varios libros sobre temas que me interesaban personalmente o bien en los que veía que podían tener buena difusión. Sin esforzarme mucho, en esos años logré vivir de lo que escribía. Y, sobre todo, vivir intensamente y sin tiempos muertos, algo que siempre he necesitado. Los años de clandestinidad y exilio, la práctica del zen y la misma dinámica de la vida, había grabado a fuego algunos rasgos en mi carácter que antes no se habían manifestado. El pragmatismo había ganado espacio en mi personalidad: ante las situaciones de urgencia –y lo limitado de la vida convierte a todo en pura urgencia- discutir es malo, perder el tiempo es peor y se impone enviar a paseo a quien te haga perder un minuto. Es una forma de compación hacia el pelmazo: enseñarle que dar la barrila no es la mejor de las actitudes. En París y en otras ciudades en las que he vivido, tenía que cambiar de apartamento constantemente para impedir ser localizado y al final, le cogí gusto a los cambios; hoy me cuesta estar cinco años haciendo la misma actividad. Si la vida es cambio constante, más vale subirse en la cresta de los cambios para no perder el tren de la vida. Y en eso sigo desde los años 90.

Había algo de inquietante en lo que ocurrió en esa época. Si finales de los años 60 y principios de los 70 fueron los años de tanteo personal casi adolescente, el resto de los 70 fue (para el ambiente político en el que me movía) el tiempo de los grandes errores que se prolongó hasta principios de los 80. El resto de esa década fue el de los intentos de renovación, limitados unos, insuficientes otros y frustrados todos. Los 90 iba a ser el tiempo de algunas regresiones y de muertos que seguían vivos, transformados convenientemente en zombis. Y aún quedaba la primera década del nuevo milenio que no sería sino una prolongación de la anterior con leves atisbos de esperanza. Así pueden resumirse los 40 años que he visto y vivido. O como ir de la nada a la más absoluta miseria, pero, eso sí, con 40 años de experiencia y varios masters en perdida de tiempo, iniciativas frustradas y managment en incapacidades varias.

Hablaba de los años 90. El número de gente que era consciente de que había que renovar en profundidad el ambiente iba creciendo y lo mejor era que cada vez era más consciente de que la renovación debía ser radical o no sería. Pero en eso de las “renovaciones” ya se sabe que hay que recordar la palabra del Buda: “si una cuerda se tensa demasiado, se rompe; si no se tensa, no suena”. Y esta sola frase encierra todo el dramatismo de las renovaciones frustradas. La que habíamos intentado desde Nueva Europa, por ejemplo, era de las que “rompían” la cuerda y lograban que, finalmente, ni se alcanzara a interesar a grupos sociales nuevos, ni lo expuesto tuviera interés para los habituales. Era la forma de vaciar lo poco que quedaba en el recipiente. Antes, la de Juntas Españolas había sido una renovación tan limitada que, en algunos momentos, me dio la sensación de que eran una Fuerza Nueva sin Blas y sin la sobreactuación en materia religiosa. Y no hubo forma de que aquello diera musicalidad alguna. En los años 90 a esto se sumaron ilusiones de renovación difícilmente digeribles, pero también nuevos intentos que permitían hacer un lugar para la esperanza.

No voy a referirme en detalle a intentonas culturales que hubieron varias en la época y todas vinculadas a intentos más o menos limitados de traer a España, el pensamiento de la Nueva Derecha francesa que nunca había terminado de arraigar en España. Estos intentos se habían frustrado siempre en la medida en que no pasaban de ser formas de acomodamiento de tal o cual individualidad en el mundo universitario. No tenían pues nada de profundo, ni de interesante, sino que apenas eran formas de apalancamiento personal, sin gran interés. Por otra parte, en esos años manifestaba mi escepticismo sobre la actividad de aquellos a los que despreciativamente llamábamos “los culturetas”. Mal asunto cuando una Cultura con mayúsculas se convierte en algo erudito y en permanente construcción. Esta era la crítica que hacía a la Nueva Derecha francesa de la época. Desde 1968, Alain de Benoist venía explicando que para jugar un partido –y el partido era la hegemonía cultural que la que nos decía que precedía a la hegemonía política- era preciso entrenarse. Así pues había que trabajar, y trabajar duro, para que el clima cultural permitiera la aparición de condiciones objetivas favorables para, no un cambio de gobierno, sino un cambio radical de Sistema (concebido como conjunto coherente de orden social, político, económico y cultural). Hacia 1978, en Francia, la Nouvelle Droite había irrumpido con fuerza, especialmente desde que sus más pristinos exponentes habían entrado en la redacción de Le Figaro Magazine. Entre 1978 y 1980, fue rara la semana en la que no apareció en los medios franceses algún tipo de comentarios sobre las ideas de Benoist, Marmin, Faye, Vial o Pawels. El marxismo iba entrando en crisis como ideología de moda entre la intelectualidad. Recuerdo que en España, el punto de inflexión debió llegar hacia principios de 1980, cuando Henri-Levy, en el curso de un debate de La Clave, paró los pies a Santiago Carrillo, simplemente recordándole que no estaba en un mitin electoral. Carrillo, gran pope de la transción junto al Duque de Suárez, perdió los papeles y no logró reconstruir un discurso capaz de contrabandear la crítica al marxismo realizada por Henri-Levy desde la “nueva filosofía”. A partir de ese momento, la clase intelectual española que hasta entonces había tenido al marxismo como única filosofía aceptable, empezó el despiste advirtiendo que las modas pasan y que esta fe empezaba a periclitar. Desde el punto de vista ideológico los 80 se inician con la crisis del marxismo y terminan cuando ya nadie se acordaba de lo que supuso la hegemonía marxista en la universidad.

En la Barcelona de entre 1969 y 1976, todos –y repito, en todos- los kioscos de las Ramblas barcelonesas eran verdaderas bibliotecas marxistas en las que podía adquirirse cualquier libro de Marx, Lenin o Mao, sin olvidar, claro está a Marcusse, Nikos Poulantzas, Althuser, Pierre Mandel y el general Giap, pero en cambio era imposible comprar ni un solo libro de pensadores conservadores que existir, existían, pero que no gozaban del favor editorial, algo curioso en pleno tardofranquismo. Sin embargo en 1976, esos mismos kioscos de las Ramblas retiraron tanta literatura marxista y se convirtieron en escaparates del destape, paraíso de voyeristas, babosillos y pajilleros natos. Hacia final de la década, también lo "X" empezó a tener dificultades, así que dejó paso al ocultismo y a la astrología como si las incertidumbres sobre el final de la transición incitaran a interesarse por un futuro via sideral. Diez años después, de todo esto quedaba poco y esos mismos anaqueles mostraban libros de autoayuda, muchos de los cuales aceleraban los impulsos suicidas de sus consumidores, y sobre todo, ocio especializado: revistas de viajes, de fotografía, de perros, de caballos, de tatoos, de videojuegos, de spectrums, de ovnis, etc. Y es que los kioscos y las pajareras de las Ramblas han sido siempre el retrato más completo de la vida cultural barcelonesa; por eso cuando la concejala Pilar Rahola prohibió que se vendieran animales vivos en aquellos kioscos (lo único vivo que se podía adquirir en Las Ramblas), advertí que Barcelona era una ciudad muerta y que las Ramblas eran el paradigma de una urbe que había intentado ser ciudad fashion con Manhattan y la Gran Manzana como ejemplo a seguir pero llevaba camino de quedarse como ciudad provinciana y de inmigración como aquella Marsella de la que me habló mi padre con entusiasmo, a la que conocí en 1981 y que yo mismo vi transformarse en una ciudad mora en la orilla equivocada del Mediterráneo.

Todo esto viene a cuento de que la Nouvelle Droite proponía un entrenamiento en materia cultural y esto nos pareció a todos razonable en el lejano 1968. Así que nos suscribimos a Nouvelle Ecole y a Elements, leímos hasta la saciedad los artículos de Benoist y demás, los elogiamos, los apreciamos y, sobre todo, extrajimos algunas ideas nuevas, junto a  referencias a otros autores que leímos con fruición. Pero todo entrenamiento, a la postre, sirve para jugar un partido, enfrentarse a una final, competir y vencer. Y esto era lo malo: nunca se juzgaba que el entrenamiento era suficiente. El partido nunca llegaba, siempre quedaba más lejos en la perspectiva del tiempo. El entrenador consideraba que había que entrenarse más todavía y luego más aún y, finalmente, todavía más. Este planteamiento era comprensible a la vista de que Le Pen era llamado hasta 1985, “Monsieur 1%” dada su tendencia irreprimible a presentarse a cualquier elección, obteniendo este porcentaje. Si el misérrimo 1% era el “techo político”, había, pues, que seguir entrenándose.

Si la “Nouvelle Droite” era “nueva derecha”, era por oposición a la “vieja derecha” francesa: a diferencia de ésta, germanófoba, la de Benoist era germanófila, si una era nacionalista y antieuropea, la otra reusltó ser europeísta y antinacionalista; la una esencialmente visceral, la otra quiso encontrar bases científicas; católica una, la de Benoist se decía pagana; una miraba hacia atrás y desconfiaba del futuro, la nueva miraba hacia el origen y tenía su confianza puesta en el final del camino (idea que al final Faye terminó resumiendo en una palabra-fórmula: arqueofuturismo).

El problema vino cuando Le Pen dejó de ser “Monsieur 1%” y se convirtió en un fenómeno político en la muy racionalista y cartesiana Francia, cuna de la ilustración, la tortilla, la república y el bidé. Le Pen, a lo largo de los 90 quedó por delante de Benoist en el ranking de apariciones televisionarias. Atrincherado Benoist en la sofisticación ideológica, Le Pen, con un discurso extremadamente simple, atraía a masas utilizando una retórica y unos temas que Benoist creía definitivamente superados, pero que sin embargo, lograron capturar votos venidos del gaullismo, de la izquierda, de la vieja derecha, de católicos, paganos y mediopensionistas. Un "equipo" –el Front National- sin tener el entrenamiento suficiente, con un capitán del equipo tuerto y cuyo techo ideológico estaba en el Maurras de 1914, pisaba el césped, generaba una hostilidad total del “sistema” e incluso ganaba algunos partidos.

Era evidente que Benoist iba a tener problemas dentro de la Nouvelle Droite y que buena parte de su gente miraba con desconfianza el proceso de islamización de la sociedad francesa y la formación de guetos de la inmigración. Mientras que Benoist se entrenaba para un partido que nunca llegaba, los recién llegados parecían optar por derruir el estadio. Algunos cuadros de la “nouvelle droite” terminaron yéndose con Le Pen sin renunciar a sus puntos de vista doctrinales, por reconocimiento de que el eje de la respuesta se había trasladado de Benoist a Le Pen, otros criticaron con extraordinaria virulencia el giro tercemundista de Benoist adoptado desde principios de los 80. Algunos incluso recordaban y reprochaban a Benoist que, tras el atentado, precisamente, a la sinagoga de rue Copernic, éste, para evitar que la ola de antifascismo le alcanzase, recordase en un artículo que judíos y paganos habían tenido el mismo enemigo: el cristianismo. Y, como colofón, Guillaume Faye, con sus altibajos propios, rompió con Benoist abriendo el período en el que escribió media docena de libros brillantes, ensombrecidos luego por tomas de posición discutibles y poco creíbles. Los intelectuales son asín…

Decía uno de nuestros iconos, Pierre Drieu La Rochelle, que intelectual no es el que piensa sino el que hace del pensar una profesión. Cada cual vive de lo que puede, así que, en principio no es criticable el que uno haga del estruje de sus neuronas un medio de vida. El problema es la importancia que se le da a todo esto. A intelectuales como Benoist les corresponde seleccionar, analizar, divulgar, adaptar y coordinar ideas que nacen en el mercado cultural, desechar unas y recomendar otras. Este trabajo solamente puede realizarse empleando tiempo. Y el tiempo es dinero. Así que la comercialización de la cultura es algo lógico e inevitable. Pero este trabajo no es un sacerdocio que proyecte sobre la sociedad un pensamiento trascendente y dotado de una sanción superior: supone poner a disposición de la sociedad un instrumento para su transformación.

En tanto que instrumento, la visión cultural propuesta por los intelectuales, no basta por sí misma para transformar la sociedad: hace falta una voluntad transformadora, es decir, que ese pensamiento sea asumido por una estructura organizada que será el verdadero ariete contra el “sistema”. Por mucha impregnación cultural que hubiera realizado la Ilustración en el siglo XVIII, la revolución francesa hubiera sido imposible sin la burguesía organizada en las logias masónicas y el caso de la revolución rusa de 1919 o incluso de la revolución alemana de 1919-33, se realizó simplemente porque existía una minoría dotada de odio –sí, de odio de clase, de odio racial, de odio hacia la puñalada por la espalda, de odio hacia la burguesía en definitiva- capaz de transformarlo en rodillo para "repasar" al "sistema". No hubo mucha lucha cultural en la Alemania de Weimar ni en la Rusia zarista que precedió a la revolución rusa. El odio como fuerza transformadora de la sociedad (odio surgido de privaciones, de experiencias negativas, de resentimientos étnicos, de clase, atávicos) es tan constructiva como el amor (amor a la patria, amor a la familia, amor a la tierra natal, amor a la comunidad del pueblo, amor a los antepasados) y ambos, a fin de cuentas generan las fuerzas que construyen el futuro: el odio destruye al “viejo mundo” y el amor construye un “mundo nuevo”. ni es ni podía ser de otra manera, a pesar de Bambi, de la UNESCO y del humanismo universalista zapateriano.

A la nueva derecha le ha faltado siempre esa tensión emocional que ha estado presente en los grandes movimientos humanos de la historia: como todo lo que es intelectual, ha sido demasiado reposado, excesivamente alejado de las pasiones humanas, huidizo de esa parte de la naturaleza humana que es animal, instintiva, primitiva, y que se manifiesta en instintos comunes a los animales superiores, instinto de supervivencia, instinto de reproducción, instinto territorial, instintos que, a la postre, no precisan detrás una gran construcción intelectual sino que se manifiestan en toda su brutalidad en momentos de crisis. ¿Es que habíais olvidado que vuestro sustrato biológico es animal y que a la postre se trata de pensar con la cabeza, con el corazón y con los testículos?

Por todo ello, a pesar de tener cierto interés cultural y una curiosidad intelectual insertada desde muy jovencito por una biblioteca gigantesca heredada y ampliada, jamás he concedido una importancia excesiva a la “lucha cultural”, y el conocimiento de la vida me ha inducido a alejadarme de “los culturetas”. Por si tenía dudas sobre todo esto, desaparecieron cuando en cierta ocasión, en el curso de una cena con Benoist en el Restaurante Casa Juan en Barcelona, éste pidió una tabla de embutidos. Ver a Benoist comer una tabla de embutidos quizás no sea una imagen excesivamente intelectual, pero era el reflejo más vivo de que en el ser humano, lo instintivo está a flor de piel y, a fin de cuentas, camina por delante (aunque por abajo y en palanca) de sus neuronas.

Quizás sea necesario añadir que me creo en el derecho de realizar todas estas críticas en la medida en que todavía sigo próximo a la nueva derecha y en el momento de escribir estas líneas acabo de traducir la obra de Alain de Benoist “Mañana el decrecimiento” con una introducción sobre la crisis económica especialmente escrita para la edición española. Véase pues en estas notas, unos comentarios de “uno que está en el mismo lado” por mucho que no crea en las bondades de la lucha cultural.

                                *    *     *

Hacia 1995, algunos camaradas con los que me unía una entrañable amistad ingresaron en La Falange. Hay que explicar que La Falange era una escisión capitaneada por Gustavo Morales (aquel que había liderado la escisión de la FE-JONS(A) conformando la FE(A) con Ana María Fernández Llamazares de parachoques, viajero a Cuba en camisa azul, aquel que luego fue funcionario de la embajada iraní, más tarde estuvo en el proyecto del exótico abogado Rodríguez Menéndez de rescatar el diario “Ya” con los dineros de Vera salidos de las cloacas felipistas, más tarde en el entorno de Mario Conde cuando desembarcó en el CDS y a través suyo intentó intervenir en política y, finalmente, con otros ingresó en la FE-JONS de Diego Márquez con el consiguiente cipostio, la escisión cantada y la formación de La Falange, un cachondo, vamos). A pesar de todo lo que algunos pueden pensar pensar de este historial, Gustavo se seguía considerando hedillista y falangista cuando lo conocí en el local de CEDADE de calle Valencia hacia 1989 en el marco de los contactos que terminarían en la Asociación Nueva Europa. Removilizando agendas consiguió movilizar a unas decenas de veteranos e incorporarlos al proyecto de salvar a la falange, hacer una nueva falange y adecuar, en cualquier caso, a la falange al tiempo nuevo. Trabajo de Sísifo, tratajo titánico, trabajo imposible.
 
En principio me costó asimilar el que algunos amigos habían realizado lo que, en mi opinión, era una simple regresión, esto es asumir los colores y la chapa de un equipo que estaba definitivamente desnortado desde 1937 y cuya historia confirmaba que era, ante todo ysobre todo, una fuente de problemas: Falange. Es difícil explicar para quien no esté familiarizado con falange que nunca ha existido una, sido media docena de falanges (y siguen pariendo) y yo incluso diría que hay tantas falanges como falangistas han sido. Pero a esas alturas, en 1995, estaba alejado de la política y dispuesto a aceptar aquello que mis amigos hicieran, a fin de cuentas eran ellos los que permanecían en activo. Cuando nos vimos, hacia 1997 en Barcelona, daba la sensación de que seguían existiendo distintos grupos falangistas pero el capitaneado por Morales era el que se había llevado el gato al agua, arrastrando la mayor base militante.

En ese tiempo se había constituido ya Democracia Nacional dirigida en ese momento por gente que conocía desde el arranque de Juntas Españolas y en el Frente de la Juventud. Acudí a una conferencia de Pérez Corrales en el hotel Calderón, pero lo que oí tampoco me convenció excesivamente. Era cierto que por su estética y discurso, Democracia Nacional parecía otra cosa y existía una ruptura con la ultraderecha, desde luego mucho más evidente que el continuismo del que hacía gala otro grupo Acción por la Unidad Española dirigido por el hijo del comandante Sáez de Ynestrillas. Estos eran los ultras de toda la vida en torno al que encarnaba mejor los valores, errores y horrores de ese sector. Lo conocí, oí su verbo áspero y cazalloso y decidí alajarme consciente de que aquello terminaría mal y que no valía la pena dedicarle ni cinco minutos lamentando que algunos antiguos camaradas de Fuerza Nueva de Barcelona terminaran en aquel agujero negro cuya mera existencia era el signo de la decadencia del sector. Ynestrillas, en esa época había emprendido la peregrinación a París para ser bendecido por Le Pen, como antes y después harían todos los que querían una “sanción superior”. Pero ni con sanción superior, uno podía olvidar su discurso políticamente analfabestia, primitivo hasta lo neanderthal y pre-piñarista, capaz de considerar a lo cromagnoide como un "rojo" cualquiera. Democracia Nacional era, por supuesto, otra cosa. Eran los tiempos en los que el felipismo sufría de la famosa “tenaza” Aznar-Anguita. Pérez Corrales había optado, ante lo endeble aún de su partido, por apoyar las propuestas de Anguita como intento para insertarse en la política real. No era, en principio, una idea rechazable. El problema es que por mi parte seguía viendo las cosas en función de Siddarta Gautama Buda: “si una cuerda se tensa demasiado se rompe, si no se tensa, no suena”. AUN e Ynestrillas eran una forma de tensar la cuerda, el instrumento y terminar haciendo trizas la guitarra, la partitura, el atril y la sala y luego emprenderla con el auditorio. Y DN seguía sin sonar. Luego estaba La Falange, donde, sin duda tenía más conocidos y amigos… pero ya por entonces había decidido no circular por senderos que había trillado antes y, desde que a finales de 1976, asistí al Congreso Nacional Sindicalista había decidido que ese vía, muerta o no, en cualquier caso no era para mí. Así que era cuestión de seguir en casa en situación de "disponible para el servicio" y, entre tanto, dedicarme a “mis labores”.

Escribí en esa época varios libros publicados por editoriales de primera fila y que gozaron de cierto favor del público, lo que les ha merecido sucesivas reediciones. También colaboré con revistas de todo tipo y, por aquello, de que no había que cortarse ni autolimitarse, también lo hice con El Viejo Topo enviando un ensayo sobre la “izquierda del abuelo” y las relaciones entre marxismo y socialismo utópico, con el ocultismo y las sectas. Se publicó y poco tiempo después, el director de la revista me requirió para escribir otro sobre la New Age en el que me mostré especialmente crítico. También publiqué en la revista Defensa algunos artículos sobre el terrorismo moderno y sus estrategias que luego fueron traducidos y editados en revistas extranjeras del mismo tipo. A raíz de que Isidro Palacios, entonces en la redacción de Mas Allá de la Ciencia, me pidiera una serie de artículos sobre “poderes ocultos” para editar en un número especial titulado “¿Quién mueve los hilos?”, me dí cuenta de que podía apuntar en esa dirección y me decidó a enviar artículos a las revistas de ese género que repercutieron en que poco después trabajara en varios programas radiofónicos. De ahí empalmé convirtiéndome en redactor jefe de la revista Saber Mas, durante un tiempo suplemento mensual de El Mundo de Catalunya. Y así sucesivamente. Pero esto tiene poco interés y ninguna relación con la ultra por mucho que un tarado haya intentado presentarlo como un intento coordinado de alcanzar la hegemonía en ese ambiente cultural.

Y entonces llegó Internet.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.

Ultramemorias (IX de X). Entre la prolongada agonía y la renovación frustrada (2ª Parte) Experimentando que es gerundio

Al salir de la cárcel en 1987 no albergaba la menor duda de que Juntas Españolas jamás despegaría y que el Frente Nacional iría aún peor. La media docena de falanges no contaban porque en su tradición consuetudinaria, el lío era su compañero inseparable. También en el entorno de CEDADE parecía haber habido una crisis y como tal, la sigla había dejado de existir. Eran los años del “nacional-anarquismo”. Un grupo madrileño, Bases Autónomas estaba desarrollando un activismo frenético, acompañado por un línea ideológica extraña en la que el “romper los esquemas” (esto es, ofrecer un comportamiento radicalmente al esperado para un grupo ultra) se anteponía a cualquier otra consideración. Pero ya había visto demasiado de todo esto y no podía sino percibirlo como un deja vû. Era como si el nacionalismo-revolucionario del FNJ se hubiera encarnado de nuevo en una dinámica activista a medio camino entre el nazismo y el castrismo. A fin de cuentas era una excentricidad, un producto de chicos jóvenes que tuvo su momento y que, como siempre, terminó mal, con gente amargada, gente quemada, gente procesada, gente encarcelada y un suicidio.

Bases Autónomas era mucho menos renovadora de lo que se consideraba. Se estructuraba en círculos de barrio, no existía una jerarquía establecida, sino más bien un completo desprecio a cualquier forma de jerarquía, tampoco existía estrategia, sino, como era habitual en la extrema-derecha, solamente activismo y más activismo y, luego, al final, un poco más de activismo, es decir, tácticas que podían fascinar a adolescentes díscolos, como diez años antes nosotros mismos nos habíamos sentido fascinados por otras formas de activismo.

Bases Autónomas ni tuvo un instante fundacional, ni un congreso de disolución, tal como vino, como cualquier otra tormenta de verano, llegó, armó el consiguiente cipostio y desapareció. La mayoría de militantes desaparecieron por donde habían venido, pero algunos grupos e individualidades –como le había ocurrido a mi generación activista- sobrevivieron a los distintos avatares y reaparecieron, más calmados, en formaciones posteriores.

No creo que pueda hablarse de riqueza doctrinal en aquel grupo, sino más bien de cultivadores de lo excéntrico y de las marginalidades varias. Los había que se decían “nacional-bolcheviques”, otros “nacional-anarquistas”, en su propaganda abundaba la foto del Ché, los pañuelos palestinos y las discusiones en las que se priorizaba al “Frente Negro” de los hermanos Strasser, frente al NSDAP hitleriano. La consigna más abundamente difundida era “!Por el caos¡”, en sí misma, todo un programa. Estaba bien eso del “caos”. Era como definir la sociedad española en la segunda mitad de la aventura felipista, cuando los escándalos, la cal sobre cadáveres torturados previamente, las promesas electorales sistemáticamente incumplidas, el expolio de los fondos reservados y los primeros 3.000.000 de parado que hoy casi añoramos... Eso de “Por el caos” si de lo que se trataba era de constatar la realidad, estaba bien, pero decía muy poco sobre lo que se aspiraba a construir y mucho menos si lo que se proponía era generar más caos del que había. Es significativo que el grupo arraigara solamente en Madrid y alrededores de la capital, pero ni siquiera despuntara en la periferia. Ya, por entonces, empezaba a intuir que el problema de la ultraderecha y el motivo por el que estaba encontrando tantos obstáculos en recuperarse –y Bases Autónomas era, a la postre, una formulación exótica y juvenil más de la ultra-. Las intentonas que salían de Madrid eran cabezonadas de unos y de otros, gente que se obsesionaba con que tal fórmula o tal otra cuajarían, no salían de análisis objetivos sobre la realidad y la posibilidad de modificarla o influir sobre ella, sino de voluntades subjetivas afirmadas por los excesos de testosterona. Yo entiendo que la gente que participó en todas estas iniciativas, sintió que estaba haciendo algo grande, pero la perspectiva del tiempo redimensiona todas estas iniciativas –empezando por las que yo mismo impulsé en los años 70- a un nivel absolutamente minúsculo e intrascendente. En cualquier caso, Madrid se configuraba como problema. Un antiguo militante del FNJ, Juan Carlos Castillón decía en la época –y le respeto el copyrigth- que en la extrema-derecha existía división provincial de funciones, en Barcelona se fundaba una revista (esto es, se creaba un proyecto y una idea), en Valencia un gimnasio y en Madrid un partido. Otros, como Xaviers Casals, el historiador empeñado en reconstruir las peripecias de la ultraderecha con un rigor innecesario y una precisión digna de mejor causa, explicaba que en Barcelona la ultra generaba ideas y al llegar a Madrid se aplicaban desvirtuadas.

La conclusión a la que llegué es que Madrid fue el foco principal de expansión de la ultraderecha hasta bien entrados los años 80. Seguramente se debía a que allí, el franquismo tenía su centro administrativo y ya se sabe que donde ha habido mucho siempre queda algo. Pero también es cierto que el clima madrileño, capital del Estado, favorece determinados vicios de la extrema derecha española que no están tan acusados en otros países. La extrema-derecha francesa, por ejemplo, es antijacobina, en todas las manifestaciones del Front National están presentes las banderas de las regiones de Francia, y en primera fila. Era un tributo a los orígenes contra-revolucionarios de la derecha francesa. En España, por el contrario, la bandera roja y amarilla fue la única concebible durante mucho tiempo. Es curioso que un régimen contra-revolucionario como el franquismo, apoyado además inicialmente por el foralismo carlista, y por amplios sectores del regionalismo de derechas, diera lugar a un régimen jacobino nivelador de las regiones y que desconfiaba de todo lo que no se definía, sobre todo y ante todo, como “español”. Esta característica hizo que la idea que desde Madrid se forjaban de España fuera diferente a la que existía en la periferia. En la periferia había tradiciones propias, identidades regionales, lenguas y mitos fundacionales, mientras que en Madrid, ciudad hecha a base de agregación de estratos funcionariales (que fue definido por Cela como una “mezcla de Navalcarnero y Kansas City poblada por subsecretarios”) apenas tenía tradición local, salvo el casticismo y este no tuvo jamás desembocadura política. La tradición madrileña se identifica solamente con la española y desde el centro, ser madrileño y ser español terminaba siendo lo mismo, mientras que en la periferia había más matices.

Mis recuerdos de infancia, por ejemplo, están asociados al Penedés en donde todos hablaban catalán (y, por cierto, nadie cuestionaba a España ni siquiera en los ámbitos cerrados de las familias). Mi propio padre, cuando huyo con su primera esposa a la Zona Nacional por Irún, al ser el de mayor edad fue nombrado en Perpignan jefe de un grupo de huidos, la mayoría carlistas, todos ellos catalanes que morirían en el sitio de Codo encuadrados en el Tercio de Montserrat. Hablaban habitualmente su lengua natal, el catalán y al cruzar la frontera de Irun, en el puente internacional, un oficial franquista se encaró con ellos con la consabida frase de “Hagan el favor de hablar la lengua del imperio”. Si en aquel momento mi padre hubiera estado seguro de que no le habrían disparado por la espalda habría cruzado de nuevo el puente. Mayores excesos cometió Giménez Caballero en su alocución radiofónica cuando las tropas de Franco ocuparon Barcelona. Seguramente, si Franco hubiera asumido el hecho regional y lo hubiera integrado en su sistema siguiendo el consejo de los carlistas, de algunos falangistas como Ridruejo o de muchos que, como Cambó, le apoyaban desde la lejana Argentina, hoy no existiría el arduo problema sobre la vertebración del Estado. Además, en la tradición conservadora, anterior a la Revolución Francesa, el hecho regional estaba perfectamente integrado en la Nación, así que los fundamentos históricos no faltaban.

De hecho, la ultraderecha, al tener un polo de atracción en Madrid que, como los agujeros negros deforman el espacio y el tiempo, terminó siendo seguida solamente en la periferia por nacionalistas exaltados que odiaban el hecho regional, fuera cual fuera, y hubieran asumido esa concepción de España emanada desde Madrid que impedía por completo el que pudieran operar en sus periferias respectivas en las que se respiraba un clima muy diferente al madrileño. Tuvo que llegar España 2000 para que en sus reuniones y actos se desdramatizara el hecho regional y aparecieran banderas valencianas y se cantara el himno regional.

Bases Autónomas, por ejemplo, fenómeno madrileño, jamás escribió ni una línea sobre la periferia de España. En toda la ultraderecha, solamente CEDADE mantuvo una posición completamente diferenciada. Pero también aquí hay que hacer alguna precisión. CEDADE originariamente había sido fundada por un grupo de falangistas del Movimiento franquista que, por algún motivo, tenían tendencia a contactar con grupos similares en Europa. Conocí al fundador, años después, un tal Angel Ricote. Della Chiaie nos animó a colaborar con él y nosotros que precisábamos una estructura legal en 1972 para poder convocar conferencias y actos públicos, lo pusimos al frente del Circulo Cultural España/Occidente. Un error, porque Ricote inmediatamente se caracterizó por “Doctor No”, en tanto que la respuesta a cualquier propuesta de actividad era, simplemente, “No”. Cinco años antes, un grupo de jóvenes de la Sección Juvenil de CEDADE habían terminado dándole puerta a la vista de que también por aquellos pagos el “No” era su compañero inseparable. A partir de ahí, cuando las riendas de CEDADE estuvo en manos de seis o siete jóvenes, empezaron a dar que hablar.
 
Todos ellos tenían unas características comunes: eran admiradores del régimen nacional-socialista y eran hijos de la alta burguesía catalana. Su enfoque, siempre mucho más cultural que político, fue altamente tributario de estos dos elementos. A diferencia de los medios falangistas o nacionalistas españoles, en CEDADE la idea de España no era el inicio y el final de su teorización política: por encima de España estaba Europa como conjunto de pueblos del mismo origen étnico y cultural, y por debajo las regiones. Existía un mapa elaborado por las SS hacia 1943 o 1944 en el que los ideadores del nuevo orden hitleriano para Europa proponían reorganizar el continente en base a las “regiones históricas”. España aparecía en ese mapa dividida entre el antiguo reino de Aragón, el reino de Castilla, el Euskalherria, y Galicia (que aparecía comiéndose la mitad de Portugal). Los jóvenes de CEDADE se identificaron con este mapa de Europa que condicionó toda su actividad política posterior. En 1976 crearon el Partit Nacional Socialista Catalán. La esvástica apareció superpuesta a las cuatro barras, causando estupor en todo el espectro político. En actos públicos en Madrid, ya en 1974, se utilizaba el pendón de Castilla como la cosa más natural del mundo.

Sin embargo, como decía, CEDADE, más que “político”, fue una organización “cultural” y tal fue siempre su estatuto como asociación. El modelo cultural que sostenía CEDADE era simplemente el que había sido propio de la alta burguesía catalana hasta no hacía mucho, hasta el punto de que se podría decir que aquel grupo de jóvenes tenía esos rasgos impresos en sus genes. Aquella alta burguesía catalana era católica y había aplaudido entusiásticamente las óperas de Wagner en el Liceo. Había en ello un elemento romántico y naturalista que se había manifestado en la creación de entidades como el Centro Catalán de Excursiones Científicas a finales del siglo XIX y que siempre había gozado de buena salud en Catalunya. Eso implicaba una admiración por la naturaleza y todo lo que contenía. En tanto que alta burguesía catalana, se expresaba habitualmente en catalán, huían del radicalismo y de las gesticulaciones extremistas, y tenían una idea atenuada de España, impropia del sector ultra que compartían, voluntaria o involuntariamente, con grupos falangistas, fuerzanuevistas y carlistas. De hecho, las características propias de CEDADE eran las mismas que cualquier sociólogo encuentra en los rasgos de la burguesía catalana entre 1890 y 1960. De ahí que el nacional-socialismo del que siempre hizo gala CEDADE estuviera modulado por estos factores: música de Wagner, aproximación a la naturaleza, excursionismo, amor a los animales, cierta tendencia por el cine de Walt Disney y un moderantismo en la expresividad que contrastaba con la imagen inherente  a la idea que defendían (el nacional-socialismo), además de la tendencia a asumir el hecho regional catalán con más facilidad que cualquier otra tendencia ultra. En mi opinión habían construido un nazismo ideal que tenía muy pocas relaciones con el nazismo real que nació en 1919 y murió en 1945.

Lo cierto es que a lo largo de sus dos décadas de existencia, CEDADE se configuró como una puerta de entrada para generaciones de militantes que abandonaron a los pocos años la organización, pero siguieron en activo en otras dando vida a los más diversos proyectos e incluso destacando profesionalmente en sus ámbitos respectivos. El hecho de que CEDADE fuera una organización abierta a Europa –como por lo demás su propio nombre indicaba- implicó el que en sus locales fueran suficientemente conocidos revistas, boletines, iniciativas, manifestos, documentos, carteles que se generaban en Europa. Eso favoreció un clima constante de reflexión y de revisión sobre lo hecho y sobre lo que convenía hacer. No es raro que gente, inicialmente, surgida en el entorno de CEDADE, entre 1968 y 1988, impulsaran distintos proyectos de renovación de la ultraderecha, muchos de ellos con un alto contenido cultural.

Las ideas de la Nueva Derecha, por ejemplo, penetraron en España por ahí. El renovado interés por los estudios wagnerianos también tuvo su puerta de entrada en ese mismo ambiente. Hacia 1976, un miembro de CEDADE que respondía al alias de Tordesillas, ya había fundado la revista musical Montsalvat y algo más tarde la revista cultural El Martillo de la que aparecieron una docena de números y en cuya elaboración participé tangencialmente. La primera distribuidora de libros con un catálogo elaborado sistemáticamente desde la perspectiva de rivalizar con la entonces asfixiante cultura marxista, Sármata, la promovió José Luis Torrens, también desde el ambiente de CEDADE; luego, la primera recopilación de autores y escritores rotulados como “de la otra Europa”, fue publicada en 1981 también por CEDADE, siendo lo esencial de la obra las aportaciones de Tordesillas y las mías propias que contribuyeron a definir un marco cultural antimarxista y a hablar por primera vez en España de autores de primera fila que eran en su inmensa mayoría completamente desconocidos aquí. La gente que luego dio vida a iniciativas culturales tan sofisticadas como Punto y Coma, Hespérides, y que incluso aportaron nuevas perspectivas a los partidos de tipo ultra en un intento desesperado de desviarlos de su deriva problemática, permanentemente con la vista atrás, como Democracia Nacional también tuvieron a CEDADE como su primera escuela política. E incluso en sectores del PP más o menos disidentes con la línea oficial y que luego finalmente rompieron con ella, tuvieron en antiguos militantes de CEDADE a sus inspiradores.

Contrariamente a lo que se ha dicho y escrito, yo nunca he militado en CEDADE. Podría atribuirlo a la casualidad de haberme embarcado en esta aventura un murciano emigrado a Barcelona, pero no creo que fuera lo más exacto.

En realidad, yo era hijo de la burguesía catalana agraria a la que la “ley del hereu” obligaba al segundo hermano a buscarse la vida en la ciudad o en la emigración. Así que mi padre, abandonó su Penedés natal, estudió ingeniería, se convirtió en aviador en 1920 en los lozadales del aeródromo de Canudas gracias a los buenos oficios de un as de la aviación francés,a Julien Mamet, e hizo un patrimonio personal lo suficientemente significativo como para que al estallar la guerra civil debiera huir de la zona republicana. No es que se hubiera significado políticamente, a pesar de ser amigo de Dencás y compartir buena parte del ideario de la Lliga, pero su hermano menor, de apenas 16 años, era militante falangista y su primera esposa, fallecida luego de larga y dolorosa enfermedad, si pertenecía a una familia de la alta burguesía catalana. El conocer a mi madre, nacida en Extremadura, hija de militar republicano con dos condenas a muerte a sus espaldas y tres años de confinamiento, hizo que yo tuviera unos enfoques familiares hídridos. La familia de mi padre se expresaba habitualmente en catalán, mientras que en casa, mi padre, que pensaba en catalán, se expresó siempre en castellano con mi madre, por amor y cortesía. Amante de la música clásica, mi padre no era un wagneriano, para él Wagner era uno más entre otros compositores brillantes y aunque su juventud se había enardecido con las notas de la marcha fúnebre de Sigfrido y reconoció en Tristán e Isolda una obra escrita con la sangre del amor imposible de Wagner hacia Mathilde, nunca fue ni se consideró un wagneriano. Yo era de otra generación. Me gustaban los Beatles, Bob Dylan y Joan Baez. Era consciente en aquellos momentos, hacia mediados de los 60, de que estaba naciendo un mundo nuevo y quería identificarme con él. Let it be y Hey Jude, penetraron en mi flujo sanguíneo tanto como la Casa del Sol Naciente o Los tiempos van cambiando. Luego asumí el hecho de que no había música clásica ni moderna, sino buena o mala música. Fui al Liceo y el Liceo me aburrió. Allí me encontré a los de CEDADE en el incómodo quinto piso dando bravos durante interminables minutos e intenté imitarlos, pero debo reconocer que dragones Fafner de guardarropía, Sigfridos rechonchos y con el muslamen ajamonado, nibelungos, aparentemente enanos en el libreto, que resultaban más altos que el Wotan de turno y walkirias de carnes excesivas y gorgoritos chillones deambulando por la escena, no eran lo mío. No se les ocurra ver ni por asomo la Walkiria, dejando aparte la famosa obertura utilizada por Copola en la “carga de los helicópteros”, el resto de la obra es simplemente soporífero. Y en cuanto al Ocaso de los Dioses o al Sigfrido, cualquier disco con una selección de temas les alegrará más la vida que la ópera entera medio doblados en los pisos altos del Liceo. La músuca de Wagner no fue nunca lo mío y peor todavía si descendía a los libretos; a medida que me iba introduciendo en el estudio de las mitologías europeas, cada vez me sentía más alejado de la perspectiva wagneriana, si bien debo reconocer que sentí las notas hechidas de irreprimible pasión del Tristán e Isolda como propias en algún momento de mi vida.

En el PENS bromeábamos trasladando la lucha de clases a las dos visiones del nazismo que, ultraminoritarias ambas, circulaban por la Barcelona de finales de los 60 y los dos primeros años 70: nosotros encarnábamos al nacional-socialismo proletario, activista y militante, que precisaba el enfrentamiento, el choque con el enemigo y la prueba para demostrar el propio valor; CEDADE era para nosotros, un nazismo de clase, asumido por los vástagos de la alta burguesía catalana a la que habían extrapolado la particular visión del mundo heredada de sus padres.

Conocí a Jorge Mota, el que fuera presidente de CEDADE, en circunstancias muy particulares. Estudiaba yo el 5º de Bachillerato en el Colegio de los Escolapios de Balmes, que parecía en aquellos años haber abandonado la doctrina pedagógica de San José de Calasanz y asumido el marxismo como ideología de sustitución. Allí tuve como tutor a Jaume Botey que luego ascendió a presidente de Izquierda Unida y Alternativa y ya por entonces coqueteaba con el PSUC siendo uno de los curas que se manifestaron por la Vía Layetana en 1967. Aquel año, se convocó un seminario sobre marxismo y andaba yo interesado en el asunto a la vista de que me faltaba una puerta por la que penetrar en esa ideología tan de moda en la época. Para colmo, el que daba el seminario, un profesor de filosofía, se llamaba “Antonio Izquierdo”, nombre y apellido que desde entonces nunca me ha dado buena suerte. El caso fue que algún alumno debió avisar a la gente de CEDADE e, inaugurado el seminario, a los pocos minutos apareció Mota repartiendo, sin encomendarse ni a dios ni al diablo, unas hojas en las que se convocaba a una conferencia sobre marxismo en el local de CEDADE. Mota fue repartiendo las hojas y detrás, los organizadores del seminario las iban recogiendo. Cuando Mota desapareció tal como llegó, juzgué que valía la pena conocer a aquella persona y al levantarme para ir a saludarlo, creo recordar que fue Antoni Domenec que luego dirigiría una revista de las típicas revistas ladrillo de la izquierda intelectual tardomarxista, Mientrastanto, quien me entregó todos los papeles distribuidos por Mota para que se los devolviera. La gracia del asunto es que no llegué nunca a entender, hasta hará menos de medio año, cierta hostilidad que siempre había notado de Mota en relación a mí. La atribuía a mis ironías sobre Wagner y hacia aquellas walkirias gordotas y vociferantes que se paseaban como en camisón por el escenario. Un amigo y camarada de aquella época, miembro de CEDADE, no hará más de seis meses, me comentó que, efectivamente, la hostilidad existía verdaderamente y procedía de aquel insustancial episodio: Mota ha pensado durante los últimos 40 años –que se dice pronto- que había sido yo quien había recogido todos los papeles en un gesto para boicotear su conferencia.

De todas formas, las rivalidades entre “nacional-revolucionarios”, con todos los resabios mantenidos durante 40 años, han sido siempre menos “asesinas” que los que se han propinado otras familias ultras entre sí. Las puñaladas por la espalda y los crochets de derechas entre falangistas han sido proverbiales desde tiempos fundacionales. Los católicos han zurrado y apostrado con reproches dignos del mismísimo diablo en persona a todos aquellos en los que intuyeran que les flaqueaba la fe o no fuera tan firme y granítica como la suya, demostrando mucho celo y menos caridad. Este desgaste mínimo en batallas interiores (que desgarró a Fuerza Nueva y al FNJ y que ha condenado a la nada a DN), unido a sus permanentes contactos en el exterior, ha favorecido que todos los intentos de renovación de la ultraderecha, procedieran casi unánimememente de gentes de este sector tal como iremos viendo.

En 1987 apareció el primer número de la revista DisidenciaS con una tirada de 2.000 ejemplares. Apadrinado por un grupo de antiguos falangistas y de gente surgida del entorno de CEDADE, junto a algunos antiguos miembros del Frente de la Juventud, la revista supuso la primera concreción de un intento de renovación de la ultraderecha con cara y ojos. En primer lugar, se abandonaban las referencias “históricas”: ya no se hablaba en nombre de un pasado próximo o lejano, ni se utilizaba una hermenéutica de otro tiempo, los temas y enfoques tampoco eran los habituales en las revistas ultras de la época. No se trataba de una revista “cultural”, sino de carácter político en la que se analizaba la realidad política del momento y se elaboraban dossiers sobre temas que estaban en el candelero.

Me cupo ser uno de los impulsores de este proyecto que logró en aquel momento aglutinar a una serie de militantes que permanecían en activo, decididos a operar una catarsis en un sector del que nos considerábamos herederos pero que éramos conscientes de que, en sí mismo, era completamente inoperante. No se trataba de que “enmascarásemos” el hecho de que éramos “ultras”, sino que aspirábamos a actualizar los planteamientos que habíamos defendido desde muy jóvenes movidos por la ambición de hacerlos más comprensibles para la población.

Para mí, los años 80, con las peripecias del exilio y de la cárcel incluidas y acaso por eso, por que en la cárcel había tiempo suficiente para leer, fueron los años en los que sellé mi aproximación a la llamada “corriente de pensamiento tradicional”. En esos años traduje muchas obras de Evola y puse particular énfasis en difundir su obra y la de René Guénon. Así mismo, era consciente de la necesidad de recuperar nuestra “historia” y realizar un análisis crítico de lo que había sido la vida del FNJ, de Fuerza Nueva y de Patria y Libertad. Movido por estas ideas, puse en marcha las informales Ediciones Alternativa que en pocos meses ofrecían en un catálogo una veintena de textos sobre todos estos temas. Era otra forma de proseguir con la catarsis liberadora de nuestro pasado. La difusión de todos estos fue pequeña, nunca llegaron a más de 400 ejemplares fotocopiados de cada título. Sin embargo, con el paso del tiempo, el trabajo de allos meses, supuso el que algunas intuiciones y juicios difundidos entonces por primera vez en los folletos de Ediciones Alternativa y en los siete números que salieron de la revista DisidenciaS, sirvieran para que mucha militancia que los había leído rectificara sus posiciones y participara en proyectos mucho más acordes con los tiempos que corrían.

En Disidencias fuimos a confluir un grupo de militantes que, por primera vez actuó “en red”. Jamás constituimos grupo político alguno, pero cada uno de sus miembros tenía cierta capacidad de movilización e influencia en los ambientes que frecuentaba. Además, las reuniones y los contactos frecuentes facilitaban el que tuviéramos una visión global de la evolución del sector. La convivencia fue importante en el desarrollo de las actividades del grupo que realizó excursiones de larga duración (siempre acompañados de alguna botella de anís Machaquito), seminarios, presentaciones y aunque no celebrara congreso alguno, todos terminamos confluyendo en Madridejos (Toledo) en la boda, como suele decirse, de “uno de los nuestros”. La foto final de los asistentes, amigos del novio, ha sido durante mucho tiempo una especie de “cuadro de honor” de la ultra más reconvertida de la época. 

Pero la conversión era todavía parcial. Éramos conscientes de que no podía volverse a transitar por los estériles campos que habíamos recorrido hasta entonces. Pero nos quedaba el pelo de la dehesa de nuestra común procedencia ultra y, finalmente, a falta de un esquema completo de nuevas referencias, tendíamos a reconstruir a la primera de cambio, los planteamientos ultras de siempre. La etapa de DisidenciaS fue un comienzo, pero en modo alguno un final. Los siete números que aparecieron sirvieron para aproximarnos a un modelo de revista y de línea que supusiera una innovación real equiparable a la que en esos mismos momentos empezaba a avanzar en toda Europa.

Hacía falta contactar con gente que no tuviera un pasado ultra, o al menos no un pasado específicamente ultraderechista. Eso podría ayudar y acelerar la evolución del ambiente. Por otra parte, esto siempre sería enriquecedor. Algunos pensaban que esos sectores se encontraban dentro del PP o recién salidos del mismo. Yo no estaba tan convencido. No me cabía la menor duda en la época de que si alguien había entrado en el PP era para satisfacer ambiciones personales y si esto era así, el que se configuraran como una especie de “ala sofisticada” del PP y para ello asumieran la difusión de los puntos de vista de la “nueva derecha” francesa, no era más que una forma de justificar su presencia allí. Creo que a través de Enrique Moreno, un antiguo militante del Frente de la Juventud, entré en contacto con Juan Colomar. La historia de Colomar en la ultra era larga y dilatada, casi como la nuestra, solo que en la ultraizquierda. Pasado de grupos falangistas universitarios disidentes de los años 60, a la izquierda clandestina, estuvo en la rama catalana del FLP y más tarde en el Grupo Proletario que dio vida a la Liga Comunista Revolucionaria, sección del Secretariado Unificado de la IV Internacional. “Carapalo”, su nombre de guerra en la LCR, debió entrar en la clandestinidad y luego, fue de los escindidos que quieron vida a la Liga Comunista. Y una vez puestos a cuestionar algo, Colomar y su entorno cada vez se sintieron más alejados del marxismo, hasta que finalmente rompieron con él. Creo recordar que fundaron el Grupo Voluntad, editaron un manifiesto y adoptaron como símbolo esa especie de rayo rodeado de un círculo que luego utilizó el movimiento ocupa y que yo había conocido en 1968 cuando los últimos partidarios de la Union Mouvement de Sir Oswald Mosley se habían puesto en contacto conmigo.

En esto llegó el referéndum sobre la OTAN y, para esas fechas, Colocar había contactado por circuitos que hoy se me escapan, con el ENSPO, el exótico grupo heidegeriano que había formado Jaume Farrerons y uno o quizás dos acólitos más. Yo, a todo esto, estaba en el limbo de los justos, en la celda 23 del primer piso de la VI Galería de la Modelo, así que de todo esto ni me enteré. Por curioso que pueda parecer, estos grupos tenían su lugar de reuniones en el antiguo local de CEDADE de calle Valencia, a la derecha del Ensanche. Allí, en una sala que podía albergar a unas 50 personas y apretujadas hasta 75, tuvo lugar un mitin contra la OTAN, del que la única versión que tengo es la facilitada por Colomar. La gente la puso Colomar y estaba compuesta por antiguos cofrades suyos llegados de la izquierda, pero el primer orador era Farrerons quien abordó el tema desde una perspectiva inesperada para todos y, por lo que parece, inoportuna, derivando el tema de la OTAN hacia la “ideología de Auschwitz” o algo así. Esto no fue obstáculo para que tiempo después recuperaran la colaboración en el seno de algo que, no sabría decir cuál de los dos fue el impulsor. Me hace el efecto que cuando se llegaba a ese punto (1988) ni el grupo Voluntad, ni ENSPO existían ya. Así que nos tomamos unas cervezas y sondearon la posibilidad de que colaborásemos.

Mi error consistió en intentar que el grupo DisidenciaS se integrara en la nueva asociación que recibió el nombre bastante aséptico de “Nueva Europa” y estuviera más identificado con el de su publicación, “Sin Tregua”. A los pocos meses, aquello seguía sin convencerme. No había excesivo feeling y los debates era un canto constante a la falta de pragmatismo. Intentamos sumar gente dispersa de provincias, algunos de los cuales acudieron a reuniones en Madrid y Zaragoza, pero era evidente la falta de entusiasmo ante lo opaco de los debates. Se sumaron los especialistas en marginalidades varias. Emilio Mariat, un antiguo de la Falange Auténtica, al despedirnos de uno de estos encuentros le dijo a Farrerons: “Me alegro de haber venido, más que nada por haber conocido a gente tan curiosa como tú”.

Mentiría si dijera que aquellos debates me interesaban mucho y creo recordar que me abstuve al máximo de participar, seguramente porque no me imaginaba qué podía aportar al debate sobre el “hombre nuevo” o sobre el nacionalismo que Colomar ya había coronado. Por otra parte, la gente que venía con Colomar de la izquierda ya estaba demasiado baqueteada y muy poco dispuesta a volver a la militancia, mientras solo se tratara de debates teóricos, la cosa iría bien, pero cuando se tratase de colgar carteles o repartir panfletos, podía esperarse muy poco de ese sector. Así pues, la cosa era menos prometedora de lo que parecía inicialmente. Para colmo, por lo que recuerdo, y contrariamente a lo que ha escrito Farrerons, yo no tuve ni arte ni parte en su alejamiento. De hecho, desde el principio me pareció suficientemente sombrío como para que jamás me acercara mucho a él; creo recordar que fue Colomar quien más insistió en la necesidad de alejarlo del grupo, algo que a mí, a fin de cuentas, me importaba muy poco a la vista de que cada vez me sentía más alejado de aquello. Así que fui espaciando mis asistencias a las reuniones y finalmente dejé de asistir por completo alegando razones personales, entre otras, mucho trabajo, muchas preocupaciones y poco tiempo, que, por lo demás, eran figurosamente ciertas.

De todo aquel asunto lejano de Sin Tregua, la conclusión que saqué es que, cuidado con las “renovaciones” porque es posible que, renovando, renovando, termines encontrándote embarcado en unos debates que ni te van ni te vienen y, para colmo, teniendo como compañeros de viaje a gentes tan poco pragmáticas como había encontrado en los lugares habituales de la ultraderecha. Y para ese viaje, francamente, no necesitaba alforjas. Desde hace tiempo tiendo a no crearme ni crear a otros muchas complicaciones ideológicas. No he negado nunca que mi referencia doctrinal es el pensamiento de Julius Evola y de René Guenon, modulado por algunas interpretaciones y giros originados a partir de la Nueva Derecha francesa. Es falso –y los hechos diarios lo demuestran- que para irrumpir en el terreno político haga falta enarbolar una ideología cerrada y perfectamente defida, o de lo contrario, uno sea un oportunista frívolo y sin escrúpulos. Esa visión rígida la he encontrado tanto en la extrema-derecha como en la extrema-izquierda que, cuanto más inoperantes son, más aferradas están a sus trincheras ideológicas, como si en lugar de proyectarse sobre la sociedad, fueran sólo una defensa frente a la sociedad y a sus valores.

Y ¿cómo puede resumirse la perspectiva ideológica que sostenía? Es simple. Ya lo he dicho: el vacío es la forma y la forma el vacío, no existe ni sufrimiento, ni liberación del sufrimiento, ni doctrina para la liberación del sufrimiento; todo es vanidad de vanidades; pruébate a ti mismo cuantas más veces mejor que la prueba te dará la medida de lo que vales; abordar un viaje hacia la propia interioridad, encontrarse a sí mismo ante un muro blanco y desnudo, gozar de la vida con la seguridad de que es finita sin obsesionarse con esa finitud, cumplir el propio “Dharma” (algo imposible sin antes saber lo que uno lleva dentro), vivir la aventura y alternar la serenidad de Apolo con la carcajada de Dionisos, asumir que somos biología, pero también algo más que biología y que la tarea más alta en la vida es percibir el mundo tal cual es, con plena objetividad, hacer en cada momento lo que el cuerpo pide: si pide, aventura, dale aventura; si pide meditación, dale meditación; si pide comer, dale comida; si pide beber, procura que sea la mejor bebida posible la que le des; y si pide mujer, goza con ella que no hay nada más tristón que una gallarda en soledad física o mental.

¿Entienden por que me la trae al fresco a estas alturas una discusión ideológica? Si fuera un misionero, estaría preocupado por transmitir estos valores a otros, no lo soy, así que bastante tengo con enseñar a mis hijos lo que es la vida y esperar que ellos mismos vayan asumiendo estos valores que, a fin de cuentas, fueron también los que me transmitió mi padre.

El esquema del que partían Colomar y Farrerons al alimón era que una definición ideológica precisa y extrema, casi detallista, era la base para una acción política justa y eficaz. Yo no estaba por la faena. Lo que había visto hasta entonces era que contra más dogmatismo y rigorismo ideológico se asumía, más pequeño era el grupo, más aislado se encontraba de los problemas reales de la sociedad y menos capacidad tenía de operar sobre la misma. En Nueva Europa, por ejemplo, los elementos del debate eran la crítica al nacionalismo como expresión de la burguesía y del capitalismo, y el “hombre nuevo”. No era raro que se trabajara sobre el vacío. Ni uno ni otra eran los problemas del momento y, ni uno ni otro interesaban lo suficiente como para poder asentar sobre estos temas un programa político que llamara la atención de algún grupo social. Se trataba, por el contrario, de elaborar un programa, de buscar alianzas, de establecer nuevas formas de actuación y de tener claro que debía existir una desembocadura política y en lugar de un debate permanente.
Cuando en un grupo empiezan a confluir solamente gentes interesadas en el debate, pero muy poco por las desembocaduras políticas de ese debate o son incapaces de hacer algo más que debatir, al final a lo que se llega es a que el grupo se autopurga: desaparecen por completo los partidarios del pragmatismo y quedan solo eruditos, los palizas y los plastas, o los que se dejan arrastrar por unos y por otros. Y finalmente, en el fragor del debate, todos, antes o después, terminan peleados o asumiendo posiciones cada vez más opacas. Guardo muy pocos recuerdos de aquella época que solamente puedo comparar con mi paso por el medio falangista, si hemos de atender a la esterilidad política de ambos tránsitos.
 
Colomar, en mi modesta opinión, se equivocó de destino. Su papel no debería de haber sido el de crear, participar y animar diversas siglas, sino escribir artículos de actualidad política que, sin duda, habrían sido publicados en diarios y revistas de gran tirada. Lo perdí de vista hacia 1992 y supe luego que había dado vida, desandando lo andado, a un Partido Nacional Republicano, en el que se sigue, cuando ya el enemigo no era el nacionalismo sino que el aliado era justamente el nacionalismo jacobino. Supongo que habrá argumentado con el rigor que le caracteriza todas estas posiciones, como antes del 92 argumentó justo las contrarias. Pero, francamente, tanto ayer como hoy, tuve la indeleble sensación que eso “no era lo mío”. Y en estos casos lo más prudente fue saltar a la cuneta a la primera de cambio.

Nunca me perdonaré lo suficiente interrumpir la experiencia de DisidenciaS para abordar la de Nueva Europa. Creo que, de haber seguido por la vía emprendida, la revista hubiera mejorado, habría podido ampliar su base sin muchas dificultades y hubiera estado presente en las reconversiones de la ultraderecha que tuvo lugar en los años que siguieron y en los que permanecí completamente al margen.

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Ultramemorias (IX de X). Entre la prolongada agonía y la renovación frustrada (1ª Parte) Un desmadre llamado Juntas Españolas

La disolución de Fuerza Nueva precedió en un trimestre al final de mi clandestinidad y a mi detención. Había empezado ese período de clandestinidad en un momento en el que no faltaba ni militancia; volvía a la vida regularizada cuando los locales y las siglas ultras empezaban a vaciarse. Con otros camaradas que seguían en activo juzgamos que era cuestión de hacer todo lo posible por detener esta sangría y, en la medida de lo posible, recuperar espacio político. Nos decíamos en ese momento que la disolución de Fuerza Nueva no necesariamente debía de ser una catástrofe. El hecho de que un partido que se había adivinado caótico, inadaptado a la España de la transición, generador de tortícolis por su permanente mirada atrás, dirigido por una camarilla de devotos católicos antes que por lúcidos jefes políticos, no era malo que se hubiera disuelto. En realidad, a partir de ese momento, el peligro que habíamos considerado desde el arranque de la transición, a saber que la extrema-derechase se polarizase en torno a Blas Pilar, ya se había conjurado por vía del fracaso. Así pues, era posible operar sin la sombra políticamente paralizante de su nacional-catolicismo.

El problema era que aquellos siete años siete en los que Blas Piñar había sido el representante más acrisolado de la ultraderecha, habían terminado por deformar al ambiente, restarle su posibilidad de insertarse en la normalidad y en las instituciones democráticas y, finalmente, creado una imagen grotesca y desenfocada de lo que era un partido de la derecha nacional. Esa imagen era, sin embargo, la única referencia que tenía la mayor parte de la militancia y de las nuevas promociones que iban llegando. A pesar de la disolución de Fuerza Nueva y de la cáida en picado de la militancia falangista tras el 23-F, lo cierto es que el gusto por los uniformes y las formaciones paramilitares tardaron mucho en extinguirse. El patriotismo fuertemente modulado por el catolicismo ultramontano y el franquismo nostálgico siguieron siendo las únicas referencias “ideológicas” del sector. Separatismo, antiterrorismo y anticomunismo siguieron siendo los ejes políticos de un sector desnortado que no advertía que las cosas definitivamente habían cambiado (y de qué manera) desdiciendo la actualidad de todos estos temas: la constitución no dejaba margen para la separación de tal o cual parte del Estado, existían separatistas pero apenas eran sectores vociferantes sin apenas capacidad política; la próxima integración en Europa, entendida como “unión de Estados Nacionales”, cercenaba aún más posibilidades al separatismo. En la ultraderecha se seguía confundiendo regionalismo, nacionalismo y separatismo. En lo que se refiere al antiterrorismo, la ultra tampoco había advertido que habían concluido los tiempos en los que todo el problema era cómo justificar la puesta en libertad de los últimos etarras presos por delitos de sangre, mientras se ocultaban los crímenes de ETA, salvando la percepción tan voluntarista como errónea de a más democracia, menos terrorismo. Ahora, al frente de interior estaba un antiguo carlista de pocas ideas y muchas visceralidad al que le habían dado la orden de acabar con ETA y estaba contemplando como posibilidad la vía dura de la guerra sucia. En esos momentos, acabar con el terrorismo era la forma de mantener a la derecha calmada y a los poderes fácticos tranquilitos. Y finalmente estaba el anticomunismo propio de la ultraderecha gestado en los años en los que Santiago Carrillo tuvo un papel político muy superior a la dimensión que tuvo el PCE tras las elecciones de junio de 1977. El propio Carrillo estaba dando increíbles muestras de torpeza política –imposible considerarlas involuntarias- desmantelando el PCE y constituyéndose como el principal precipitador del goteo, convertido en riada, de militantes del comunismo a las filas socialistas. En cuanto a la ultraizquierda, los maoístas del PTE y de la ORT, ya se habían eclipsado en el PSOE. A eso se unían los primeros síntomas de que algo no iba bien en la URSS y que Suzanne Labin y otros sovietólogos de pro ya habían advertido que amenazaba de desplome. De seguir así, siguiendo con la obsesión anticomunista, la ultraderecha estaría en poco tiempo dando golpes en el vacío.

Sería completamente injusto atribuir a Blas la responsabilidad de que todo este cuadro se mantuviera tras su paso a segunda fila. Había otro responsable de que este proceso de deformación política se hubiera podido consolidar hasta el punto de ser irreversible durante mucho tiempo. Se trataba de Antonio Izquierdo que desde las columnas de El Alcázar seguía estimulando, como había hecho durante toda la transición, esa forma miope y alicorta de presentar a sus lectores a la extrema-derecha. Y ese era el problema, que caído Blas, Izquierdo tomó el relevo. Y en él había mucha más ambición que en el ya ex jefe de Fuerza Nueva, muchísima menos relevancia y capacidad política y social, una nula capacidad para comunicarse como orador e incluso la discreción de Blas se había convertido en mitomanía en un Izquierdo fundamentalmente liante. Por lo demás había que lamentarse de que aunque en lo personal yo no pudiera compartir el nacional-catolicismo de Blas, al menos él intentaba unir una fe profunda a una práctica política, mientras que en el caso de Izquierda cuestiono completamente que tuviera algo más que una patina ideológica muy superficial, en cualquier caso situada muy por debajo de su afán de supervivencia. Puede intuirse que mi relación con Izquierdo osciló en pocos meses hasta la más absoluta hostilidad. Ese período para mí fue el de Juntas Españolas, partido nacido muerto y que prolongó su vida de zombi durante casi una década.

Recuerdo que la primera charla que dí a unos 60 ó 70 jóvenes, la mayoría supervivientes del Frente de la Juventud y de Fuerza Joven, fue en el antiguo hogar-cuartel de la Guardia de Franco en Barcelona en calle Valencia, reconvertido por un olvido administrativo en sede de un círculo cultural ultra. Se conmemoraba el décimo aniversario de la muerte de Julius Evola y me tocó perorar sobre su vida y su obra. No era yo en la época un orador brillante, ni el tema daba para muchos lucimientos a la vista de que toda la obra de Evola es difícil de explicar especialmente a quienes no han tenido contacto previo con sus escritos. De todas formas, conseguí que nadie del auditorio se durmiera e incluso que a algunos de los presentes les picara el gusanillo de la curiosidad y terminaran interesándose por aquel autor desconocido en España que a algunos nos había dado fuerzas en la adversidad, ideas para vivir y una causa para morir si hubiera sido necesario.

A partir de aquella conferencia volví a frecuentar los ambientes ultras locales y a informarme de cómo estaban las cosas en Madrid. Como ya he dicho, en el congreso de disolución de Fuerza Nueva, Jaime Alonso había intentado salvar al partido y en los meses siguientes empezó a colaborar con el ex presidente del Colegio de Arquitectos de Madrid, Javier Carvajal, de cara a formar lo que debería ser un nuevo partido cuyo primer nombre se me antojó, como mínimo, extraño: “Juntas Españolas de Integración”, siglas J.E.D.I. en un tiempo en el que ya había aparecido la tercera parte de la Guerra de las Galaxias, aquella famosa de “Luck, soy tu padre”. No era desde luego una sigla que sugiriera una excesiva seriedad, perohabía que reconocer buena voluntad y ganas de hacer algo. Así que contacté con ellos, pero antes, dimos pasos para agrupar a la gente joven superviviente del Frente de la Juventud (en Barcelona y otras provincias porque en Madrid no había sobrevivido absolutamente nada). Javier Cutillas, último jefe nacional de Fuerza Joven seguía en activo y parecía que había conseguido detener la sangría y mantener en activo a un grupo de militantes que él cifraba en unos doscientos y que luego resultaron ser bastante menos (pero es que en aquella época todavía no conocía el optimismo antropológico del personaje).

En pocas semanas, agrupando al grupo de Fuerza Joven de Madrid, a los del Frente de la Juventud de Barcelona y recuperando las delegaciones que habían quedado descolgadas de ambas organizaciones un poco por toda España, conseguimos estabilizar a prisa y corriendo un grupo de jóvenes, con varios años de militancia a sus espaldas y al que llamamos “Patria y Libertad”. Publicamos unos cuantos números de la revista del mismo nombre (el primer boletín del ambiente que se realizó a rotativa con 5.000 ejemplares de tirada) y organizamos en Madrid el consiguiente congreso fundacional en el que, como iba siendo tradición, me tocó redactar las ponencias.

El análisis de la situación era: camaradas, ha llegado un tiempo nuevo y hay que estar a la altura. Se ha acabado el tiempo del golpismo y del activismo desenfrenado. Ya no hay posibilidades de articular un movimiento ultra entre vanguardia y partido, la vanguardia debe participar en la construcción del partido e inspirarle para evitar que se caiga en errores del pasado. Tenemos por delante una larga marcha de inserción en las instituciones mediante la lucha democrática, nos guste o no, así que contra antes mejor. Quedaba implícito que apoyábamos y reivindicábamos estar presentes en la formación del nuevo partido al que los mentideros ultras madrileños aludían constantemente y que vinculaban a las figuras de Jaime Alonso y Javier Carvajal. Las ponencias no eran mucho, pero eran algo más de lo que teníamos antes. Dimos un mitin de clausura al que debieron asistir unos 150 militantes, bastante menos de lo prometido por Cutillas.

Me tocó hablar como telonero y en un momento dado aludí a los “socialdemócratas en el poder”. Acto seguido habló José Luis Valero Vermejo, secretario de la Confederación de Combatientes al que Cutillas había invitado como peso pesado que fue del antiguo régimen (no en vano fue presidente de Butano SA, entre otros cargos políticos y empresariales). A Valero le faltó tiempo para explicar al auditorio que, sin duda mi juventud me hacía olvidar que los que yo llamaba socialdemócratas eran en realidad “lobos con piel de cordero” y que, en realidad nada separaba a los que stalinistas que construyeron las chekas de Madrid y estos marxistas disfrazados de pana del PSOE. Esto ocurría a finales de 1983 cuando los socialistas llevaban ya unos meses gobernando y, de momento ya le habían robado la cartera a Ruiz Mateos –y algo más que la cartera- lo que dejaba intuir cual iba a ser la línea dominante del mandarinato felipista. El hecho de que Valero Vermejo siguiera pensando con los mismos esquemas que Blas o Milans esperando ser fusilados en cualquier momento, era de los más intranquilizador y demostraba que marcha hacia un nuevo modelo mental para este sector político iba a ser largo y difícil.

Unos días antes, había participado en el encuentro organizado en Madrid por Carvajal y Alonso. Estaban presentes varias decenas de antiguos cuadros ultras, a decir verdad, en aquel momento ya era fácilmente perceptible que lo esencial de Fuerza Nueva no estaba presente (ellos seguían esperando órdenes del “mando perdido” en sus cuarenta y tantas asociaciones culturales y poco dispuestos a mezclarse con otros sectores), ni tampoco, por supuesto, los falangistas que seguían a su bola. Tampoco me dio la impresión de que los promotores del J.E.D.I. tuvieran las ideas excesivamente claras. Su idea de partida era que en momentos de crisis nacional, como el 2 de mayo, los españoles se organizaban en “juntas” y de ahí el nombre. Yo me preguntaba cómo era posible que en España la ultra, reconvertida o en fase de reconversión, o la tradicional de toda la vida, era completamente incapaz de dar a sus formaciones nombres tirando a normalitos: “Partido tal”, “Frente cual”, “Unión de”, etc, y siempre había que recurrir a nombres extraños sin precedentes en la época en el panorama político español: uno era “falange” como la macedónica, el otro era “fuerza”, poco importaba si era “nueva” o “bruta”, luego salió otro que llamo a su partido con el peregrino nombre de “Estado Nacional Español”, y también hubo una “Nación Joven” y en estos días tardíos, incluso un “Nudo Patriota”… antes morir que ser sencillos. Y créanme si les digo que no estoy muy convencido de que los nombres de “Democracia Nacional” o “España 2000” sean lo más adecuados para un universo político dominado por siglas en las que el carácter de “partido” se resalta en la primera letra de la sigla: PP, PSOE.

Entonces se nos proponía el de “juntas” que, con el tiempo he llegado a la conclusión de que era el mejor de todos. El problema era que los fundadores me dio la sensación de que no habían apurado hasta las heces el contenido de esa sigla y sus posibles implicaciones estratégicas: una junta era una unión de ciudadanos libres para conjurar un riesgo o proponer alguna medida; así aparecieron en 1808. Es lo que hoy llamaríamos una “plataforma cívica”. Así pues, el nombre de Juntas Españolas sugería una atenuación de la tensión ideológica tan habitual en la ultraderecha, para abrirse a la ciudadanía y llamarla a unirse en defensa de sus intereses… que no eran los de la camarilla felipista. Era una estrategia que me pareció válida, pero en las primeras reuniones me dio la sensación de que con los cuadros de los que se disponía iba a ser difícil poderla cristalizar.

Luego vinieron los problemas. Inopinadamente, Antonio Izquierdo liquidó a Carvajal y a Alonso del proyecto, unilateralmente y sin aviso previo desaparecieron de escena. Tardé unas semanas en saber qué diablos había ocurrido. Trabajaba en El Alcázar y en la Confederación de Combatientes un antiguo militante de CEDADE, Jesús Palacios. Era fácil reconocer tras los editoriales firmados por Antonio Izquierdo, artículos de la pluma de Palacios. Y si se me apura, mucho me temo que algunos de los documentos que fueron atribuidos a medios militares en la época, habían sido escritos por Palacios. En su etapa bajo la férula de CEDADE (en la primera mitad de los setenta) Palacios sabía que de Arabia Saudí llegó alguna ayuda económica para publicar un texto de carácter antisionista, así pues, esta era una carta que se podía estudiar a la vista de la quiebra económica de El Alcázar que empezó a manifestarse tras el 23-F y, no digamos tras la disolución de Fuerza Nueva, con la caída en picado de ventas y tirada. Así que Palacios, Guyón Walker, administrador de la Confederación y Antonio Izquierdo, emprendieron el vuelo y ni cortos ni perezosos se plantaron en Arabia Saudí solicitando ayuda para la creación de un “partido antisionista” en España. Puedo imaginar la sorpresa de los jeques ante la propuesta y sus palabras diplomáticas, así como la referencia de los celtíberos visitantes a “nuestra tradicional amistad con los árabes” que siempre había hecho las delicias de la diplomacia franquista. El caso es que Izquierdo volvió entusiasmado y de ahí la patada a Alonso y Carvajal. Si iba a haber dinero, mejor estar él al frente que dar su administración al primer recién llegado.

A Izquierdo le faltó tiempo para publicar en las cuatro páginas centrales de El Alcázar un manifiesto, del que me decían que había sido redactado por el comandante Pardo Zancada y levemente retocado por Izquierdo (pero, dado que me lo dijo el propio Izquierdo, no puede dar fe de que fuera rigurosamente cierto). El manifiesto aportaba poco y era más de lo mismo. Tenía la virtud de poder suscitar entusiasmos de “los de siempre”, pero no iba mucho más allá, ni desde luego era el programa en torno al cual se podían cristalizar “plataformas cívicas” ni “juntas españolas” dignas de tal nombre. Se añadía en el manifiesto un boletín de adhesión. En las semanas siguientes, Izquierdo exultante afirmó que habían firmado el manifiesto, primero 25.000 personas, poco después 50.000, dos semanas más tarde “superaban los 100.000” y, la última referencia que tuve hacia el mes de mayo de 1984, en la propia redacción de El Alcázar, llegaban a los 150.000, pero cuando ocurría esto ya conocía lo suficiente a Izquierdo como para saber que había algo en él de demasiado imaginativo, sino de enfermizo. En realidad, no debieron de haber más de 15.000 adhesiones extrapolando las que me constan que se enviaron desde Barcelona y que llegaron luego para que las pasáramos en el primer ordenador PC que toqué en mi vida en aquella primitiva base de datos dBase II que fallaba más que una escopeta de feria.

Acto seguido, Izquierdo pidió dinero. Y buena parte de los 15.000 adheridos enviaron sus cotizaciones y su número de cuenta corriente. Izquierdo hizo algo más, nombró tesorero de Juntas Españolas a un conocido excombatiente de la División Azul con fama de honesto y buen contable… pero que también, de paso, estaba en la cama afectado de un cáncer irreversible y terminal. Eso era mucho más de lo que años después hizo Manolo Canduela al frente de DN que ni siquiera tuvo el recato de nombrar a un tesorero que jamás podría ejercer como tal, ni siquiera a un amiguete (para esto de las pesetejas no hay amistad que valga), simplemente asumió él directamente las cuentas y a los que pedían tímidamente cómo estaba en asunto de las cuotas se les decía aquello de “entre camaradas tiene que haber confianza” y si insistías mucho, iba y te expulsaba como lo más natural del mundo. Pero es que, Canduela no había vivido la dura escuela de los trapisondistas de postguerra que Izquierdo conocía a la perfección. Los tiempos del tocomocho y del timo del nazareno habían dado como postrero resultado el “timo del camarada”.

Hubo un pre-congreso en Madrid en un hotel y luego una cena en un local crepuscular del Madrid franquista, el Florida Park. Izquierdo nos informó de que todavía no se había realizado ningún mitin a causa de que no existía en Madrid un local lo suficientemente grande para albergarlo; afirmó, siempre con una seriedad pasmosa, que estaba en contacto con el Atletico de Madrid para contar con el estadio. Dio las cuentas: había en caja en torno a 12 millones de pesetas (una fortuna en la época), pero descontando el pago de los anuncios y de los manifiestos de Juntas Españolas (lo que parecía justo), así como el pago a las secretarias contratadas para informatizar los listados (algo injusto porque en Barcelona yo mismo había pasado esos listados), el saldo había disminuido a 9 millones, lo que daba margen suficiente como para empezar a hacer girar el mecanismo. Los 60 asistentes no eran ni los más representativo de la ultra de la época, ni siquiera lo más activo, ni mucho menos los que más capacidad de movilización tenían. Para colmo, en el Florida Park, el humorista Manolito Royo que actuaba aquella noche estuvo a punto de tener cara nueva cuando contó un chiste sobre Tejero. Royo terminó dándose cuenta de que algo no funcionaba. Ocupábamos un ala del local que ante determinados chistes no se reía e incluso ponía cara de úlcera de estómago. Sin embargo, ante otros chistes, respondía como el resto del público. Cuando llegó el chiste de Tejero, Royo entendió de qué iba el asunto y optó por abstenerse de más referencias políticas.
 
En el hotel, en un alto de las sesiones me acerqué al bar y pedí un cubata. A la hora de pagarlo me contestaron que no era necesario, ya estaba pagado e incluido en los gastos. Así que pedí otro, pero me costó beberlo cuando recordé a una querida camarada de Barcelona, majísima ella, miembro del Frente de la Juventud, con una voz de cadencia extremadamente lenta, hija de trabajadores y que, a su vez ella trabajaba con los primeros contratos basura y por un sueldo mezquino, que había respondido con sus 200 pesetas a la petición de fondos requerida por Izquierdo. Yo, en ese momento, me estaba bebiendo aquello 200 pesetas que tanto esfuerzo le costaba ganar.

Después de ese viaje no volví a Barcelona, seguía trabajando para el “frente exterior” y pasé algo más de dos meses al otro lado del charco en países caribeños, haciendo lo que sabía hacer. Al volver me detuve unos días en Madrid y visité la redacción de El Alcázar. Me abrió Pablo Ortega, sobrino nieto de Ortega y Gasset que verdaderamente tenía las mismas dominantes frenológicas de la familia y una indudable vocación intelectual que llevaba a estar permanentemente dando vueltas al ser de España y de los españoles. Sus artículos eran de lo mejor que publicaba El Alcázar en esa época. Izquierdo lo había colocado como presidente de Juntas Españolas, mientras él se reservaba la secretaría general. Era bueno tener a un intelectual de figurón y muho más si no tenía experiencia en vida política. El problema terminó siendo que Ortega era inteligente e intuitivo, no se le escapaba una e iba acumulando datos. Aquella tarde lo vi nervioso. Le pregunté que si ya se había realizado el mitin en el campo del Atletic. “No hay dinero”, me contestó con mirada dramática, como intentando liberar la tensión acumulada durante semanas y buscando un interlocutor válido. Al parecer, yo le había dado buena impresión cuando nos conocimos en la asamblea de Juntas semanas antes. De los 9 millones en caja meses antes, ya no quedaba ni rastro. Y lo peor es que no se había hecho ninguna actividad política. Nadie de la dirección de Juntas Españolas discutía nada a Izquierdo, porque, a la postre, todos enviaban artículos a El Alcázar, chistar el dire hubiera representado ser arrojado fuera de sus páginas. Hablé lo suficiente con Ortega como para que lograra transmitirme una sensación indeleble de inquietud, sino de pánico. Nosotros, los jóvenes, estábamos montando un grupo, no por vocación de eterninarnos sino como rama juvenil de un partido del que empezaba a tener las más serias dudas de que pudiera funcionar algún día. Ortega –recuérdese, en la época Presidente de Juntas Españolas- insisitó en que me quedara con su teléfono y nos viéramos fuera de la redacción con más calma para hablar de todo lo que estaba ocurriendo. Así que a los pocos días, con otro camarada volví a Madrid yendo directos al domicilio de Ortega.

La reunión duró cuatro horas y una botella de buen whisky escocés. A medida que Ortega desgranaba las visicitudes de los últimos meses, quedaba claro lo que estaba ocurriendo. El Alcázar estaba en crisis irreversible y ni siquiera con las constantes inyecciones de fondos de algunos nombres ilustres de la Confederación de Combatientes (El Alcázar estaba vinculado a la Confederacion, no hay que olvidarlo) aquello se había convertido en un pozo sin fondo. El dinero de Juntas se había desviado para pagar algunos sueldos, no precisamente bajos, de la cúpula del diario. Ortega me decía textualmente: “Izquierdo es un cuello de botella para el lanzamiento de Juntas Españolas”. Además, eludía dar cuentas, ni había reuniones de la dirección, e incluso hacía dos meses que Izquierdo ni siquiera recibía al Presidente del partido, Ortega.

Lo que había ocurrido estaba claro: al volver de Arabia Saudí, Izquierdo y sus acompañantes se las prometieron muy felices. En breve llegaría el dinero saudí. Pero lo que habían oído eran solamente frases habituales en el lenguaje diplomático que excluye el castizo “pero ¿de qué vas, tío?” o el “vete a sablear a tu padre”. Asi que volvieron creyendo que el dinero llegaría, pero el problema fue que unas semanas después empezaron a inquietarse, especialmente porque nadie descolgaba los teléfonos. En ese tiempo, Izquierdo ya había “purgado” a Carvajal y a Alonso, había lanzado el manifiesto y se erigía como factótum del proyecto y gestos universal del mismo. Pero el dinero no llegaba. Y en la primavera siguiente era evidente que no llegaría jamás. Fue entonces cuando Izquierdo empezó a desvincularse de Juntas Españolas que ya habían dado de sí todo lo que podían dar, exprimidas en cuotas, ahora solo quedaba, como la cáscara de limón al que ya no le queda ni una gota, tirarla.
 
La cosa era grave porque en Barcelona habíamos contactado con alguien del que me dijo que tenía un prestigio extraordinario y en el que Izquierdo confiaba para que pusiera en marcha Juntas Españolas en Catlaunya. Se trataba de Agustín Castejón Roy. Había sido falangista y hoy anda presidiendo o algo así la Fundación José Antonio, creada para conmemorar el centenario de su nacimiento y del que me dicen que se hizo unos pantalones cortos a medida para remedar un campamento de antiguos miembros del Frente de Juventudes organizado por la fundación. No había estado presente ni en Fuerza Nueva ni en Falange. En la confusión de la transición, Suárez lo nombró gobernador civil de Tarragona donde permaneció unos meses para retirarse luego a sus negocios. Había oído hablar de él hacía mucho tiempo pero solamente lo había conocido unas semanas antes cuando, a la vista de que era el “hombre de Izquierdo en Barcelona”, contactamos con él y le ofrecimos que nos explicara sus puntos de vista en el local que utilizábamos en la calle Mallorca. “Patria y Libertad” logró movilizar a algo más de un centenar de jóvenes y al llegar Castejón antes  de hora, lo pasamos a un despacho en donde nos encontrábamos los que dirigíamos el grupo en Barcelona. Tras la presentación nos empezó a hablar con una prosa extremadamente cuidada y un lenguaje culterano que no dejó de sorprendernos. Al cabo de un rato entró un camarada y dijo aquello de que “la gente está esperando”. Entonces Castejón entendió que había venido a dar una conferencia a un grupo y que el grupo no éramos los pocos que estábamos allí reunidos con él, sino los que esperaban en la otra sala. Así que tras la presentación de rigor, volvió a repetir textualmente lo que nos había dicha en la otra sala y que, obviamente, constituía la primera parte de su discurso. Castejon tenía la ventaja de que no se había quemado en Fuerza Nueva, sus cargos públicos durante la transición no habían dejado huellas y parecía era capaz de articular un discurso ante un auditorio logrando enfatizar en algunos momentos. Liberato Egea me reprochaba el haberme perdido una conferencia dada en ADES (ya saben “el reino de los muermos”) en la que negó que en Catalunya durante los años de la postguerra existiera hambre (algo que chocaba con los recuerdos más remotos de mi infancia en 1955, en donde yo, hijo de la burguesía barcelonesa sin problemas económicos, había oído hablar frecuentemente a mis padres de restricciones en el alumbrado y de castillas de racionamiento) dando como ejemplo que a los prisioneros aliados que pasaron por la Ciudad Condal para ser reptriados se les obsequiava con “tomates y con lechugas y con verduras”, enfatizando cada una de estas hortalizas con un gesto como si salieran del cuerno de la abundancia. Castejón era, sobre todo y por encima de todo, franquista. Era falangista, claro está, pero de esos que no veían contradicciones entre la fe en el José Antonio de la nacionalización de la banca y en la consideración de la monarquía como fenecida, y su admiración por Franco que dio vidilla a la Banca y restauró la monarquía.

Poco antes, Castejón y otros amigos suyos, habían editado un libro titulado La Catalunya de Franco, lujosamente editado, en la que se glosaba el apoyo de los catalanes al régimen anterior y lo mucho que favoreció el desarrollo de Catalunya. Le di un vistazo al libro y, hombre, ni tanto ni tan calvo, ni Catalunya permaneció esclavizada por un franquismo criminal y asesino que organizó un genocidio cultural, tal como sostenía del nacionalismo hasta la izquierda, pero tampoco, especialmente a partir de los primeros años 60, sectores cada vez más amplios de la burguesía fueron divorciándose del franquismo y entre la juventud, lo que yo personalmente ví a finales de los 60 era que los hogares de la OJE y los Distritos del Movimiento estaban vacíos o poco menos. La del libro en cuestión era una visión interesante, pero parcial y, desde luego, poco “científica” y no dictada por los principios de la historiografía, que podía tomarse en consideración como testimonio de los catalanes que optaron por el franquismo, no por lo que Catalunya vivió durante esa época. Yo mismo había visto las chabalos del Campo de la Bota cuando bruscamente terminaba el Paseo Marítimo. Yo mismo vi los poblados de barracas que hacia 1966 todavía existían en las inmediaciones del Estadio de Montjuich en el que había participado en las carreras de velocidad de los Juegos Deportivos Escolares ganando alguna que otra medalla ya que estamos en esto. Yo mismo había paseado por la miseria y la sordidez del barrio Chino que recorrí con mi compañero de clase y entonces camarada, Ferrán Gallego, hacia 1968. Yo mismo había conocido a aquella ciudad en blanco y negro anterior a los cuadros que hoy pinta Ruiz Zafón, esa cuidad que había sido y ya no era, con olor a agua saluda y aguas grasosas y oscuras en el puerto, con barrios de irreprimible tristeza, con solares y restos derruidos a los que todavía no había llegado la fiebre constructiva, con una Diagonal inacabada en ambos extremos, y sobre todo, una Barcelona en la que resulta nnegable que el franquismo había optado por restringir las libertades de opinión, asociación y expresión en beneficio de la planificación inflexible y el desarrollismo. Yo había visto en 1959, carteles que anunciaban sujetadores, cubiertos con pez no fuera a ser que la visión ingenua de unos pechos ceñidos por lo que entonces daba de sí la industria corsetera, excitarar lo libidinoso de los ciudadanos. No hacía mucho en esa Barcelona de posguerra había resultado asesinada Carmen Broto, con el entramado de corruptelas, tráfico de influencias y estraperlismo que apareció detrás. Y luego estaba las desafortunadas declaraciones Juan de Galinsoga (las de “todos los catalanes son una mierda”) y la huelga de tranvías y los incidentes estudiantiles que habían comenzado mucho antes de la “caputxinada” y las manifestaciones de curas por la Vía Layetana que seguían solo a menos de una década a aquel Congreso Eucarístico Internacional y a los sermones del Padre Peyton y de sus campañas para el “rosario en familia”. De todo esto no se hablaba en aquel libro tan bienintencionado pero parcial.

Si saco aquí a colación este libro entre otros miles que aparecieron en la época fue por la sencilla razón de que al volver de la entrevista con Ortega, el camarada que me había acompañado –al que llamábamos “el Vopo” por que lograba niquelar cuando quería el rostro avinagrado y de mala hostia que asociábamos a los guardias germanos que vigilaban el Muro de Berlín- y yo fuimos a ver al “hombre de Izquierdo en Barcelona”, Agustín Castejón Roy. Le expusimos nuestras dudas. Había un problema de pesetejas. Castejón nos miró con expresión de sorpresa y solo acertó a decir unas palabras que le surgieron de lo más profundo de su corazón: “Dios mío, entones no me pagará los que ejemplares de la Cataluña de Franco que le envié…”. Me llamó la atención que en un momento de crisis total, en el que a poco del 23-F, a menos de la disolución de Fuerza Nueva, a unas semanas solo de que se lanzaran las Juntas Españolas, Castejón pensara solamente en los pocos miles de pesetas que se jugaba con “el libro”. Quiso disipar dudas y llamó delante de nosotros a Izquierdo: “¿Qué tal? ¿Cómo va las Juntas?”. Y Castejón esperaba la respuesta para formular otra: “Y a Ortega… ¿qué tal con Ortega? ¿lo vas viendo?.... Ah vale, bien ¿no?” y luego esta otra más: ¿Siguen habiendo afiliaciones?” y dado que la respuesta fue triunfal, Castejón remató el “que sigan así…”. Y fue entonces cuando preguntó por lo de su libro a lo que izquierdo le contestó, naturalmente, que se iba vendiendo. La conversación tranquilizó a Castejón y le animó a seguir adelante, a pesar de que le propuse llamar por esa misma regla de tres a Ortega.
 
De todas formas, Castejón percibió claramente que conmigo no había posibilidad de medias tintas, diplomacias diversas, ni mascarones de proa, ni respeto a las canas, ni siquiera me interesaban un pijo las viejas glorias de otros tiempos. Así que a partir de ese momento, yo quedé fuera de Juntas Españolas de Barcelona… pero con el problema de que seguía estando en Patria y Libertad cuya razón de ser, a fin de cuentas, era promover la sección juvenil de Juntas Españolas. Resolví la contradicción inhibiéndome lo más posible de lo que ocurriera en Barcelona pero siguiendo de cerca la evolución del grupo.

Cuando Izquierdo ya no pudo exprimir más a Juntas Españolas y no hubo forma de derivar ni una duro más para el pago de sus propios gastos, en un “gesto de generosidad”, dimitió y, hete aquí que entregó los bártulos del entuerto a Castejón cuyo única culpa y lo único que puedo reprocharle es que antepusiera su amistad y credulidad hacia todo lo que le contaba Izquierdo, su compañero bajo las lonas del Frente de Juventudes, a la realidad objetiva que se negaba a asumir so pena de que tanta ingenuidad le salpicara. Tras unos años con Castejón al frente que no lograron sacar al partido de un declive semana tras semana cada vez más acentuado, Castejón, a su vez, dejó el mando de Juntas Españolas en otro personaje barcelonés, Ramón Graells, abogado con él y vecino suyo. Pocos años después, el propio Graells era alejado de Juntas por sus propios camaradas y por el mismo motivo que ya había aflorado en el último período del FNJ. Recuerden lo escrito entonces: “muy mal asunto eso de dar cursillos particulares de formación política a chicas de buen ver”.

No fue Castejón el único que fue literalmente estafado en sus esperanzas por Antonio Izquierdo. En realidad, Juntas Españolas fue mucho peor: el canto del cisne de todo el ambiente y en especial de los que habían permanecido en segunda fila en Fuerza Nueva o no se habían comprometido con el piñarismo. Izquierdo con su Alcazar primero y luego con sus Juntas Españolas se había configurado como una absoluta aspiradora de fondos de la ultraderecha sin que hubiera resultados tangibles. Al menos Blas organizaba mítines y manifestaciones masivas, pero en Juntas Españolas todo fue limitado, alicorto y cuernilargo. Entre creer a Izquierdo, el director de El Alcázar y creer a aquel tipo turbulento de pasado incierto, de andanzas indefinibles por esos mundos de dios, habitual en los últimos años de la transición de episodios relacionados con el terrorismo, sin oficio ni beneficio que era yo, era evidente que Izquierdo tenía todas las de ganar. Incluso el grupo juvenil optó por seguir con fidelidad perruna los dictados del director de El Alcázar, a pesar de que a muchos les constaba que yo tenía razón. La última reunión de “Patria y Libertad” tuvo lugar en la redacción de El Alcázar. Izquierdo nos dirigió la palabra, reafirmando que todo iba a las mil maravillas y que si el dinero saudí no había llegado era porque Manuel Fraga lo había impedido. Algunos le creyeron. Yo no.

Mi desconfianza hacia Izquierdo había ido en aumento incluso desde antes de uqe Ortega me pusiera en antecedentes. El 20-N de 1983, “Patria y Libertad” organizó una cena. Acudí precisamente acompañado por la exmujer de Ramón Graells y nos sentamos en la mesa presidencial, justo al lado de Izquierdo. Al ver que me movía bien en política internacional y en geopolítica y que había trabajado como corresponsal para varias agencias de prensa, le dio por dárselas de enterado en la materia: hacía poco que, me contó, que se había entrevistado “con unos generales de la OTAN” que le habían advertido que en primavera los tanques rusos cruzarían el Elba. Así pues, estábamos al borde de que la Guerra Fria se transformara en caliente. No comprartía ni remotamente esa opinión y, personalmente, creía todo lo contrario: la URSS estaba ya con la lengua fuera y la Guerra de las Galaxias iniciada con el proyecto Apolo (que no era más que la primera fase de lo que luego se convirtió en el “paraguas antinuclear” elemento esencial de la Guerra de las Galaxias), empantanado en Afganistán y con una retaguardia insegura a causa del formidable movimiento sindica polaco. Así pues, era imposible que en ese preciso momento, la URSS estuviera engrasando sus tanques para llegar a los madriles y cadenas adelante, llevar a sus spanetz sobre los tranvías de Lisboa. Izquierda, habituado a que todo ultra le dijera amén a sus desvaríos y fantasías, se lo tomó a mal y me miró como diciendo: “Pero, insensato, ¿dudas de que me lo dijeron unos generales de la OTAN?”. Así que poco después se levantó alegando como compromiso la fantasiosa e imaginativa excusa de que iba a ver a su “asesor de imagen”. Solo entonces reparé en que copos de caspa lucían “ostentoreamente” sobre su brazer azul marino. Meses después, cuando volví a verlo, la misma caspa seguía en su lugar, por lo que deduje que o el “asesor de imagen” de Izquierdo era un patata, o simplemente me había mentido. Y eran ya varias las mentiras que le había cogido.

“Patria y Libertad” se disolvió en el magma de Juntas Españolas. Yo entré en septiembre en la cárcel para cumplir mi condena. Como último acto personal para intentar imponer un poco de sentido común en el ambiente, redacté un informe sobre todo esto dirigido a José Antonio Girón de Velasco, presidente de la Confederación y magnánimo y resignado tapahuecos de El Alcazar en los últimos años. La fatalidad quiso que la policía me detuviera en plena calle con estos documentos en la cartera, así que entré en la Modelo con ellos y solamente unas semanas después pude hacerlos llegar a Joaquín Soro, presidente de la Confederación en Catalunya, a través de otro miembro de la misma, que oficiaba como médico de la Cárcel Moelo y que se jubilaría solo unos días después. Soro le llevó personalmente el documento a Girón y ambos telefonearon directamente a Izquierdo. La conversación fue tensa por que a éste no se le escapaba quien había sacado a relucir todos los trapos sucios del asunto.

Cuando salí de la cárcel El Alcázar ya no existía víctima de sus malos contenidos y de su peor gestión. Izquierdo había dimitido en una tensa reunión en la que uno de los miembros de la Confederación dejó incluso su arma sobre la mesa. Con la indemnización sacó una revista que duró lo justo para desaparecer sin pena ni gloria y de la que ni siquiera recuerdo el nombre. “¿Pero habéis presentado denuncia?” pregunté a la Confederación. La respuesta fue lacónica: “Los trapos sucios los lavos en casa”. Murió Girón, murió Soro, murió Izquierdo, nunca nadie se sintió con ánimo de lavar los trapos sucios, ni en casa ni en el tinte de la esquina.
 
Todo este período concluyó para mí antes de la entrada en La Modelo. Ya conocía lo suficiente de los entresijos de la ultra y de la vida como para saber que un partido que empezaba con una caminar difícil y bajo la sospecha de estafa, no iba a llegar muy lejos. Juntas quemó las voluntades que Fuerza Nueva no había quemado todavía. En 1995, Juntas Españolas se integró junto a otros grupos, cuando ya estaba diriga por Juan Peligro (que hacía honor a su apellido y del que se podrían contar anécdotas sin fin en su fugaz paso por la ultra) en lo que sería Democracia Nacional. Pero esta, claro, es otra historia.

Juntas, en realidad, fue el precedente lógico de Democracia Nacional. Lo que en juntas algunos habíamos tenio como intuición –el que la ultraderecha se había terminado y que todas las referencias al pasado franquista o a otros tiempos estaba fuera de lugar- en Democracia Nacional se afirmó. Pero se llegaba a esa etapa demasiado debilitados. Los ubres tradicionales de la ultraderecha habían dejado de manar. No vale la pena hablar del Frente Nacional, aquel efímero grupo que fundó Blas con lo que quedaban de sus cuarenta y tantas asociaciones en 1985. Dos años después intentó irrumpir en el Parlamento Europeo con una campaña en la que se gastaron lo que debió salir de la liquidación de las sedes de la antigua Fuerza Nueva y con la última derrama. Pero la campaña, hecha bajo el slogan de Ten coraje obtuvo 122.927 votos que se redujeron a la mitad cinco años después, desdiciendo el eslogan utilizado entonces de que “hay un camino a la derecha”. Blas, como siempre, colocó a gente equivocada en los puestos de responsabilidad y su jefe en las juventudes, un tal José Luis Cillero a quien jamás conocí, se convirtió en una fábrica de generar escisiones. Me comentaron que en cierta reunión, Cillero, un hombre de fe, del que se dijo que era “un joven anciano”, había propuesto como solución a la crisis de militancia una campaña brillante de la que añadió que se le había ocurrido a él: una campaña contra la blasfemia. No es raro que las juventudes del Frente Nacional se partieran una y mil veces, yendo a parar unos a Juntas Españolas y otros a gropúsuclos activistas madrileños, el FAN (Frente de Alternativa Nacional) o Nación Joven, grupos efímeros, de temporada, que nacían, crecían, se fusionaban con otros, desaparecían, se peleaban, se escindían, se aliaban, todo ello con una hemorragia continuada de militantes que hacía que en esos momentos ya no se hablara de miles de militantes como en Fuerza Nueva, de cientos como en el Frente de la Juventud o en Patria y Libertad, sino de algunas decenas. El Frente Nacional murió de muerte natural en 1993. Blas volvió a disolver su propia creación, cual Cronos que en lugar de devorar a sus hijos se disolvía a sí mismo. Ahí terminó la andadura política de Blas que a partir de ese momento se convirtió en una figura decorativa de la ultra madrileña, con dos o tres actos al año para fieles fidelísimos, último cuadrado de lo que un dia fue un partido que consiguió movilizar “masas oceánicas”.

Del Frente Nacional siguió actuando Miguel Bernard, mucho más consciente de las limitaciones de una línea política ultra fundó años después Manos Limpias, configurado como sindicato de funcionarios e iniciativa de denuncia de la corrupción. Fue, desde luego, una de las salidas más inteligentes y que honra a su impulsor, mucho más en un ambiente en el que la repetición de los errores pasados y el prominarse el mismo leñazo en la misma piedra han llegado a ser una tradición.

Si el fin de Fuerza Nueva y el 23-F habían sido el fin de una época, el fracaso de Juntas Españolas (cuya agonía duró la friolera de 10 años, con presidentes cada vez más esperpénticos) y la irrelevancia de Frente Nacional, constituyeron para quien quisiera advertirlo el fin de la posibilidad de cualquier intento de recuperación de la temática ultra. Aquello había muerto irremisiblemente y no había nada que hacer salvo aceptarlo. Todo lo que remitiera a aquellas formas estaba (y está) llamado al fracaso. Y la cosa era todavía más lamentable porque en esos mismos momentos, los “partidos hermanos” en Europa empezaban a experimentar el aroma del éxito inédito todavía en España.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.

Ultramemorias (VIII de X) Visicitudes políticas en la transición ( y 4ª parte). Los flecos de la transición

El 23-F no estaba previsto para ese día sino para unos días antes, cuando tuvo lugar el debate sobre la muerte del etarra Arregui. Esa tarde, el dirigente del Frente de la Juventud que había mantenido contactos con el entorno de Tejero que compartía celda con Pepe de Las Heras, le comentó a este que “esa tarde habría un golpe en el parlamento”. No ocurrió nada, pero unos días después, Pepe, que no creía en la parapsicología entendió lo que había ocurrido.

Aquella tarde del 23-F había regresado a Francia y me encontraba en el Château du Reveillón; fue sobre un pajar, en la más idílica de las situaciones, como me enteré de lo que estaba pasando. Todos esperábamos un golpe, pero no de esas características, ni con Tejero como protagonista. Era inútil preocuparse: aquello estaba llamado a fracasar desde el primer momento sin necesidad incluso de que el ray lanzara un tardío mensaje para que las pocas tropas que habían salido a la calle volvieran a la placidez de los cuarteles para salir solamente en días señalados de desfiles o simplemente para el desguace.

A partir de ese momento, ya no tenía sentido ni aludir a la “estrategia de fractura vertical dentro del sistema”, ni apelar al mucho más pedestre golpismo. Había terminado una era y el remate final fue la presentación de “Solidaridad Española” a las elecciones. No fue solamente este acontecimiento el que precipitó la debable electoral de la ultraderecha que desapareció para siempre del parlamento y poco después fue desapareciendo, cada año un poco más, de las calles. Tal como le había dicho a Blas Piñar unos años antes, a partir de 1988, el 20-N se podía celebrar en un teatrito de aforo medio. Fuerza Nueva había visto como sus mejores elementos hacñian mutis por el foro tras el Caso Yolanda. Falange Española estaba envejecida y no porque un venerable abuelete estuviera al frente, sino porque la ideología, la estética, los símbolos del partido, tenían ese inequívoco aroma de naftalina que la inhabilitaba para jugar un futuro incluso dentro de la misérrima ultraderecha. El Alcázar desaparecería solo tres años después cuando las ventas habían descendido a lo que correspondía por la calidad redaccional del diario y las deudas se había disparado a medida de la irresponsabilidad de Antonio Izquierdo. La Confederación de Combatientes se convirtió en habitual en los obituarias y bruscamente los lectores de Fuerza Nueva empezaron a advertir que, en cada número, las páginas que daban cuenta de los fallecimientos de afiliados y camaradas, iban en aumento. En pocos meses, los locales de ultraderecha o fueron desalojados por impago o simplemente se vaciaron de militantes. Y lo peor quedaba por llegar.

Blas había perdido el acta de diputado y se sentía inseguro. Temía ser “el nuevo José Antonio”. No dudaba que los socialistas harían lo mismo con él que en 1936 hicieron con el fundador de la Falange: detenerlo primero, procesarlo después y, fusilarlo, finalmente. Era una opinión muy extendida en la época entre algunos dirigentes ultras de edad. Unos camaradas de Zaragoza que habían visitado a Milans del Bosch en el penal militar no pudieron por menos que sorprenderse cuando el espadón les comentó entre triste y meditabundo que estaba en paz con dios y preparado para ser fusilado por los rojos. Supe el estado de ánimo de Blas, tras la visita que éste realizó a David Martínez Loza, que durante un tiempo estuvo en la cúpula del partido y que el Caso Yolanda había llevado a la cárcel de Meco, donde lo conocí. Cuando eso ocurría, a mediados de febrero de 1983, Blas ya había disuelto Fuerza Nueva, sin apenas resistencias. Solamente, el presidente del sindicato Fuerza Nacional del Trabajo, Jaime Alonso, intentó continuar pero ante el desconsuelo general hubo que reconocer la realidad: un partido cuyos delegados provinciales son elegidos a dedo, sin más programa que la fidelidad a Blas y que estaba a lo que dijera Blas, a la postre, no era nada sin Blas.

El partido murió por los errores de conducción política cometidos entre 1975 y 1982. Siete años de errores y desenfoques, finalmente se pagan con la extinción. Hubo incomparablemente, mucha más pena que gloria. De hecho, no hubo nada que pudiera considerarse glorios. El discurso de disolución de Blas fue un despropósito y dijo aquello famoso de que “la iglesia nuestra madre nos ha abandonado, la patronal nos ha abandonado, los militares nos han abandonado”. Olvidó decir algo que era mucho más importante: los electores le habían abandonado, especialmente porque no supo seducirlos. No hacía falta que le abandonara nadie más. Por lo demás, si Blas no se había enterado todavía que la Iglesia estaba en otra órbita y que prefería apoyar a las democracias cristianas europeas y de paso sancionar la separación Iglesia-Estado, si a esas alturas no había advertido que el 23-F generaba una situación nueva en el estamento militar y que el propio Franco se había declarado “apolítico”, o si desconocía finalmente que la patronal intentaba solamente realizar nuevos negocios al calor de Europa y que para eso era preciso un marco democrático formal… es que Blas no se había enterado de lo que estaba pasando en España en aquellos años.

Las “masas oceánicas” se disolvieron en la nada y se dieron de alta como votantes entusiastas de Fraga, el hombre que había impuesto en los pactos de la transición el “nada a mi derecha”. Por aquellos días andaba leyendo un libro fundamental, La contrarevolución de Tomas Molnar que venía al pelo para interpretar lo que había ocurrido. La tesis de Molnar era que los conservadores, en momentos puntuales de su trayectoria se enfrentan a la necesidad de realizar reformas y es el momento en el que pueden hacerlas. Pero la “reforma necesaria” habitualmente es desestimada por los conservadores que, a fin de cuentas están preocupados sólo por “conservar”, no por “reformar”. El paso del tiempo hace que esas reformas necesarias lo sean cada vez más, pero llega un momento en el que ya no son posibles de realizar. El esquema de ese brillante pensador católico que, a fin de cuentas es Tomas Molnar, podía aplicarse a Fuerza Nueva con singular precisión: entre 1975 y 1982 (y desde luego muy claramente entre 1977 y 1979) el partido tenía la entidad suficiente para liderar a la ultraderecha, romper la unión de “los siete magníficos” y con ello la hegemonía de Fraga en la derecha liberal y construir un partido moderno similar al MSI… cuyo avatar gobierna hoy en Italia. Pero para ello era preciso abordar en 1975, o como máximo en 1977, “la reforma necesaria”: Blas lo podía hacer. Esa reforma consistía en desmilitarizar el partido, convertir a las centurias de Pancho Villa en asociaciones de jóvenes que hicieran trabajo político en la universidad, en las escuelas, en los centros de formación profesional, en las calles. Dejarse de mirar hacia atrás y hacerlo hacia el futuro. Disminuir la tensión religiosa del partido y aumentar la tensión política en su interior. Crear una escuela de cuadros Estructurar un programa político, una estrategia electoral en la que todo lo que no estuviera destinado a ganar elecciones fuera erradicado del partido, todo militante conflictivo o que no se adaptara al “nuevo curso”, expulsado… para eso estaba el Frente de la Juventud, para agrupar a los más exalados, a los disidentes y disconformes, a los turbulentos y a los que tenían ganas de activismo permanente y bronca segura…, pero ello implicaba deshacerse de miles de militantes y, sobre todo, tener el valor para hacerlo. No se hizo. Se creyó que las “masas oceánicas” seguirían plantificadas cada 20-N en la Plaza de Oriente y, lo peor de todo, que el Espíritu Santo proveería de éxitos. En política, eso no suele dar resultado. Y aquí, a pesar de la fe de Blas y de su círculo más íntimo, por supuesto, tampoco lo dio.

Tras el caso Yolanda, la reforma del partido era urgente… pero ya no era posible. Se había ido demasiada gente por la vía de la escisión o del “ahí te quedas”. Ya  no había nada que hacer. La gente con ideas estaba fuera del partido. Dentro quedaban chicos jóvenes, probos militantes, hombres y mujeres de fe, admiradores incondicionales de Blas, despistados varios y gentes de paso.

Tras el anuncio de la disolución de Fuerza Nueva se crearon asociaciones provinciales con los simpatizantes que decidieron seguir en activo. No estaba claro para qué iban a servir aquellas cuarenta y tanas siglas, pero como el partido estaba formado a imagen y semejanza de Blas, todos pensaron que Dios proveería y que Blas sabía lo que hacía. En Barcelona se creó la asociación “Adelante España”, siglada ADES… Nosotros bromeábamos con esta sigla en un momento en el que la televisión pública emitía una serie japonesa abrakadabrante en la que el malvado residía en el Hades, del que se decía que era “el reino de los muertos”. Nosotros calificábamos al otro ADES de “reino de los muermos”, hasta que finalmente, comprobé que servía de poco hacer la guerra y escarnecer a una asociación compuesta, en general, por buenas gentes cuya única falta era ser políticamente inoperantes.

En cuanto al Frente de la Juventud, murió con la redada del 14 de enero de 1981. El golpe fue demasiado fuerte como para que la estructura madrileña resistiera. Los que no se dejaron coger, se exiliaron y muchos se hicieron olvidar. La militancia se dispersó en cuanto la columna vertebral del Frente terminó en la cárcel. Nadie podía reprochárselo. Sólo unos pocos prosiguieron la lucha, entre ellos, Luis Pineda a quien ví un año después del 23-F cuando retorné del exilio. "Luispi", se había hecho cargo del Frente en un clima de derrota generalizado. Habia militantes conscientes de que cuando se viera el juicio terminarían con años de cárcel a la espalda y no estaban dispuestos a dejarse coger. Era urgente sacarlos del país y proveerles de documentación falsa. Luego era preciso reforzar el Frente, adicionando pequeños grupos activistas que se habían ido desgajando de Fuerza Nueva. Ví a algunos de estos grupos. En general, eran patéticos. Uno de ellos, creo recordar que se llamaba “Legión Azul”, estaba formado por una docena de chavales escindidos de un  grupo de distrito de Fuerza Nueva en Madrid a la vista de que les habían prohibido utilizar una bandera en la que habían bordado no se qué inconveniencia. Ellos se fueron con la bandera y todo el problema que tenían era si el Frente les autorizaría a llevar de nuevo esa misma bandera. Eran solo un ejemplo entre muchos del nivelazo político generado por Fuerza Nueva, a la altura del betún o quizás algo inferior.

Me entrevisté con el comandante Sáez de Ynestrillas. La persona que hacía de intermediario era consciente de que yo me encontraba en busca y captura. Sin embargo, el comandante sugirió que el encuentro tuviera lugar en su casa. Le dije al intermediario que eso era imposible, que seguramente la casa estaría vigilada. Así que el intermediario volvió a ver al comandante y éste me citó en el bar de debajo de su casa. Nuevamente  envié al intermediario para volver a quedar con el comandante y decirle que un coche pasaría ante su domicilio para recojerlo y luego, cuando comprobaran que no estaban seguidos, recojerme a mí. Y así se hizo. La entrevista tuvo lugar, pues, dentro de un vehículo.

Le pregunté al comandante si podía resumirme el estado de ánimo había de las Fuerzas Armadas. Fue entonces cuando me dijo aquello de que los militares escupían a monedas con la efigie del rey y luego las arrojaban al suelo y las pisaban. Lo vi muy exaltado y lo que me contaba tenía muy poco que ver con lo que ya había leído y lo que sabía por otras fuentes. En ese momento, Ynestrillas y un pequeño grupo de militares (entre los que, incluso, había algún general) seguían viéndose, animados y arropados por los últimos mohicanos del golpismo. Se sentían muy cerca de la ultraderecha y no habían dudado en dar una cantidad de dinero para que el Frente de la Juventud realizara una movilización ante el parlamento en el primer aniversario del 23-F.  La conversación debió durar 45 minutos, pero a los 10 mis temores se habían confirmado: del golpismo no quedaba nada, salvo ese pequeño grupo que sería desarticulado en cuando el ministerio del interior juzgara conveniente.

Le comenté que trabajaba en el Servicio Americano de Noticias (SAM-News), la agencia de prensa norteamericana que emitía en lengua castellana. Su fundador, Nemen Nader, un aventurero dominicano de vida increíble y extremadamente representativo del desmadrado carácter caribeño, había creado desde Miami una estructura de prensa e información que remitía noticias a todos los medios de prensa iberoamericanos. Nosotros habíamos trabajo juntos en varios países así que durante mi estancia en Bolivia había colaborado con la agencia y hecho buena amistad con Nader. Éste realizó una ampliación de capital de la empresa y nuestra red compró algunas acciones que se pusieron a nombre de mi esposa. Por otra parte, en Iberoamérica había conocido a la red de Moon, cuyo “hombre político”, Bo Mi Pak disponía de un pequeño imperio de prensa editada en castellano en los EEUU con dos diarios, en Washington y California. Pak había estado en Bolivia después del golpe de julio de 1980, junto con un grupo de periodistas de su grupo. Poco después, su delegado en Perú me mostraba algunas fotos tomadas por satélite de las zonas en donde se encontraban campamentos de una guerrilla entonces desconocida para la opinión pública, Sendero Luminoso.

Le ofrecí al comandante Ynestrillas que si necesitaba algún canal para difundir información periodística podía hacérmela llegar a SAM-News y a partir de ahí la repicaría en todos los medios en lengua española contactados. Ynestrillas me miró como si me hubiera bebido el entendimiento y me contestó que ellos ya contaban con El Alcazar y que por tanto no era preciso el apoyo de una agencia de prensa extranjera. Quedaba poco de lo que hablar, desde luego. Nos deseó suerte para la manifestación del 23-F y ahí quedó todo, como una conversación que me reveló que no quedaba absolutamente nada en pie de las redes golpistas de otro tiempo. Unos años después era asesinato por ETA.

Este grupo de militares solía reunirse en una tienda del pasaje situado en la calle de la Montera, donde un antiguo miembro de Fuerza Nueva, de los que estaban en el partido antes incluso de que se constituyera, cuando sólo era un círculo de simpatizantes formado en torno a una revista, un tal Llopis. Supe, por Antonio Assiego, años después, que todas las conversaciones que habían tenido lugar en aquel local, habían sido grabadas por la policía. Era algo normal. A fin de cuentas,  en 1982 ya quedaban pocos golpistas en activo y, se trataba, como en el caso de Ynestrillas de gente muy conocida por lo que lo más normal era que estuvieran vigilados todos sus movimientos… pero ¿por qué no los desarticulaban? En realidad, nadie saldría ya a defenderlos.

Esperaron a detenerlos hasta el 28 de septiembre pocos días antes de las elecciones que dieron la victoria a los socialistas. Recuerdo que acababa de regresar de Colombia ese día y compré en el aeropuerto El Noticiero Universal, el último diario barcelonés de las tardes. La noticia se titulaba: “Ante la posible victoria socialista: ruido de sables” y, a continuación se daba cuenta de la desarticulación del grupo golpista. Para la UCD, la desarticulación de este grupo era la última posibilidad de ganar las elecciones. Ante unas encuestas completamente desfavorables, la esperanza era que el electorado se replanteara su voto a la vista de que esta conspiración providencialmente descubierta parecía indicar que los cuarteles volvían a sentirse levantiscos y no tolerarían una victoria socialista. Era falso. En aquel momento, los cuarteles ya eran una balsa de aceite. El castigo ejemplar a unos cuantos mandos militares por los sucesos del 23-F, había inducido a la casi totalidad del estamento militar al silencio y a aceptar los valores democráticos. Las conspiraciones para todos ellos habían quedado atrás. Se había dejado a un grupo de incautos que siguieran creyendo que "conspiraban" (ya he comentado que vinieron a Barcelona a repartir alcaldías…), teniéndolos completamente cercados y vigilados hasta la saciedad y la detención se operó unos días antes de la elecciones, cuando más convenía a Interior todavía gestionado por UCD. Era una desarticulación-farsa, pero ¿qué importaba ya?

                                                                   *         *        *

Pasó el tiempo, fui detenido en Barcelona, juzgado, condenado y extinguí mi condena de dos años por “manifestación ilegal”. Lo iniciado en junio de 1980 cuando salté por la ventana de mi casa mientras la policía entraba por la puerta, había terminado. Siete años duros e intensos. Los había superado y me habían enseñado mucho. En 1987, me vino a ver Bernardo acompañado por un ultra ilustre a quien todavía no había conocido, pero sí oído hablar de él. Se trataba de Antonio Asiego. Asiego se había configurado como el “hombre de confianza” de Tejero, de la misma forma que Bernardo ocupaba la misma plaza en Catalunya. Me fui con ellos a ver a Tejero a la sazón preso en el castillo de Figueras.

Durante el viaje de ida, Asiego me puso en antecedentes. Poco antes había resultado detenido el coronel De Meer, del que decía que era íntimo amigo suyo. Se acusaba a De Meer entre otras cosas de haber viajado a Libia y Asiego me comentaba que él acaba de regresar de allí e incluso que se había entrevistado con el coronel Gadafi. No entendía todo este trasiego de ultras a Libia, un régimen que, por lo demás, había sido bombardeado pocas semanas antes por los norteamericanos y que era cualquier cosa, menos un régimen ultra. Era cierto que uno de los capitostes de la prensa ultra de la época, el director del efímero El Heraldo Español, había estado próximo a Gadafi y se constituyó como polo difusor de El Libro Verde, escrito por el exótico coronel librio. Pero, de ahí a pensar que Gadafi, recién bombardeado el palacio de Trípoli estaba para recibir a Asiego, había un trecho que el ex dirigente del sindicato de Fuerza  Nueva no dudaba en recorrer a velocidad endiablada.

“¿Dónde os reunisteis?”, le pregunté: “En una jaima en el desierto”, me contestó Assiego. “¿En qué idioma hablasteis?”, insistí recavando datos de una reunión que me parecía pura fantasía: “En castellano, por señas, Gadafi me decía: tú eres medio moro, moreno, como yo, si somos lo mismo…”. Aquello era completamente increíble. Asiego aderezó la fantasía con algún detalle aún más chusco. Dado que durante la hora y pico que iba a prolongarse el viaje era preciso mantener la calma (no era cuestión de llegar a Figueras con un Assiego enfurruñado porque le hubiera llamado mentiroso) cambié de tema por que todo lo de Gadafi y de Libia era absolutamente enfurecedor.

Tejero se movía como pez en el agua en sus las dos habitaciones en las que estaba didivido su “celda”. Era un entorno gris, mal iluminado, con ventanas minúsculas, pero nada que ver con la cárcel Modelo de la que acababa de salir. Allí estábamos hacinados cinco personas en un espacio de apenas 12 metros cuadrados y por no haber ni siquiera las ventanas tenían vidrios, ni marco de madera. El espacio en el que se movía Tejero debía tener en torno a 45 metros cuadrados, modestamente amueblado, como cualquier otra de las viviendas militares que había visto en cuarteles. Un ordenanza seguía tratándolo de “mi teniente coronel” y la puerda de la “celda” estaba abierta a voluntad. Las condiciones de su detención eran benignas (luego se endurecieron cuando fue trasladado a otro penal militar).

Había ido para hacerme una idea de cómo era el teniendo coronel Antonio Tejero Molina. Teníamos conocidos comunes, incluso un compañero de su promoción, amigo personal suyo que formaba parte de “los tres antonios”, mi conocido, Tejero y el coronel Antonio Pastor, durante un tiempo jefe de la Guardia Civil en Tarragona, famoso por haber desarmado a hostia limpia a un atracador que retenía a unos rehenes y exigía hablar con alguien con mando para negociar la salida. El choro tuvo la desgracia de tener enfrente a un oficial bragado y poco dado a contemplaciones. El otro teniente-coronel en excedencia, era Antonio García Consuegra, cuyos hijos habían militado en el FNJ. Por algún motivo, durante mi detención, la policía barcelonesa se empeñaba en que yo trabajaba para redes anti-ETA que habrían operado en el País Vasco y sostenían –la ignorancia siempre es audaz- que era el teniente-coronel García Consuegra quien me habría metido en ese berenjenal. Si era amigo de Tejero –y eso le constaba a la policía- debía ser necesariamente un golpetero más. No era tal. Se había orientado más bien por el camino del marketing y la empresa en donde había destacado. Me había dado algunos datos sobre Tejero a quien apreciaba, pero quería hacerme una idea propia de cómo era y si la situación lo permitía plantearle alguna custión sobre el 23-F que se me escapaba.

Me encontré a un hombre directo, de los que miran a los ojos no tanto inquiriendo de qué vas o lo que hay tras de ti, sino para mostrar una actitud abierta y sencilla, sin dobleces.  Se me antojó como el anti-Cortina. Hombre directo, me dio la impresión a lo largo de toda la conversación de que era alguien para quien el ego no existía, extremadamente generoso, buen padre de familia, y que llevaba a España (o al menos el concepto que él se hacía de España y que entroncaba con los valores militares enseñados durante el franquismo) hasta el tuétano. Me dio la impresión de ser un hombre extremadamente vivaracho, al que la cárcel, el juicio y los sucesos que había protagonizado no le habían amargado y si por algo sentía su situación era especialmente por su esposa y sus hijos. También me dejó la impresión indeleble de ser extremadamente confiado –mala virtud para quien realiza incursiones en el terreno de la política o del golpismo- y que confiaba excesivamente en la gente que acudía a verlo.

Y debo reconocer que para advertir esto último no tuve que seguir ningún curso de elaboración de perfiles. En realidad, la conversación tal como se planteó fue ilustrativa de este rasgo de la personalidad de Tejero. Abrió el fuego, Assiego con palabras crípticas: “He estado con Jaime en Galicia y me ha dicho que con doscientos millones se arregla…”. Tejero evidenció expresión de disgusto exclamando: “Siempre he dicho que Jaime es un soldado de fortuna”. Yo permanecía entre silencioso y extrañado, así que intervine: “Oye, disculpad si estoy fuera de juego, pero el tal Jaime…”, “Si, hombre, Milans…”, me atajó Assiego. Bien, ya sabía algo. Y entonces me lo explicaron todo…

Assiego había ido –mejor dicho, decía haber ido, lo que no es lo mismo- a Libia para pactar la creación de un gobierno español en el exilio radicado en ese país. El jefe de ese gobierno no sería otro que Jaime Milans quien, por lo que contaba Assiego, estaba dispuesto a solicitar el indulto real (algo a lo que se había negado hasta ese momento), pero pedía una compensación económica de 200 millones “para su mujer y sus hijos”, explicaba con una seriedad pasmosa Assiego.

Todo era absolutamente increíble. No solamente no podía ser cierto, sino que lo más increíble era que Tejero creyera en lo que le estaban contando. Manifesté mi escepticismo sobre esa posibilidad, pero Assiego insistía por activa y por pasiva, que había obtenido el permiso de Gadaffi. para acojer a Milans y asentar un gobierno ultra en el exilio.  Hubo un momento incluso que dudé si todo esto no terminaría siendo cierto; era demasiado absurdo como para que alguien hubiera podido inventarlo; recorde que, efectivamente,  no hacía mucho el coronel De Meer había sido procesado por ir a Libia sin avisar a sus superiores y porque Merino, el de El Heraldo Español era público y notorio que sí conocía a Gadafi y que había apoyado la causa del coronel libio en los ambientes ultraderechistas. Pero no, una enormidad como la formación de un gobierno español en el exilio era virtualmente imposible, se mirase desde el punto de vista que se mirase. Con otras frases crípticas, Tejero y Assiego aludieron a algunos conocidos comunes, y se pasó a hablar de otros temas completamente banales.

Tejero me explicó –Bernardo y Assiego ya lo sabían perfectamente- que cada semana acudían varios cientos de personas para saludarle, venían incluso en autobuses fletados al efecto desde los puntos más alejados de la Península, como si se tratase de una romería piadosa o de un viaje al Loudes de los devotos. Los otros dos confirmaban sus  palabras. Desde que estaba encerrado habían ido a verlo miles de personas. Le felicitaban como el “hombre que intentó salvar a España”, como “el mayor patriota”,  el que tuvo "los santos cojones de entrar en el Parlamento"... entonces entendí algunos de los silencios de Tejero.

Tengo la convicción moral de que en el curso de sus primeras semanas de detención, acaso por conversaciones con algunos de los procesados en Campamento por los hechos del 23-F, debió entender necesariamente que el golpe del 23-F había fracasado por que el Comandante Cortina, y seguramente algún otro, le indujeron a entrar él personalmente –él, el Guardia Civil más conocido de España- en el Congreso de los Diputados. Todavía hoy tengo la sensación –y los silencios de Tejero son elocuentes, así como su alejamiento del sector ultra- de que Tejero era perfectamente consciente de la importancia del error al que le había inducido aquel profesional de las operaciones especiales del que Vázquez Montalbán decía que era un cajón de doble o triple fondo.
 
El dilema que se le planteó, así pues a Tejero, durante su encierro,  especialmente cuando empezaron a acudir a la puerta de su celda admiradores incondicionales, era qué diablos explicarles a aquellas gentes, tan sencillas como él, tan directas y patriotas como él… que se había equivocado y que había sido por error la pieza clave del “golpe para acabar con todos los golpes”. ¿Cómo explicarles a todos aquellos cientos de entusiastas que el golpe había fracaso precismente porque él realizó la acción por la que venían a felicitarle, el “se sienten coño”, los disparos al aire, el empujón al odiado Gutierrez Mellado… algunos le decían que por qué diablos no había fusilado a Carrillo el verdugo Paracuellos, otros que si era verdad que varios diputados se habían cagado en el suelo, ¿qué podía decirles a todos ellos? Simplemente sonreír condescendientemente, mirarles a los ojos y decirles unas palabras sobre España y la necesidad de manterse firmes en su defensa. Ese era Tejero. Todavía estuvo cinco años más en la cárcel, poco a poco, el número de admiradores fueron descendiendo a medida que los grupos ultras se disolvían como un azucarillo y el régimen penitenciario se endurecía. No era ese estúpido desalmado y sin escrúpulos, esa mala persona tal como se le ha presentado, tan sólo era un patriota equivocado, que seguramente dejó de asistir a algunas lecciones sobre estrategia y que pagó su equivocación con  más de diez años de destrucción de su vida familiar y la pulverización de su carrera militar a la que hasta ese momento había dedicado su vida. Creo que si hace falta llegar al fondo de la cuestión –que ni remotamente se ha llegado- del 20-N es para que gentes como Tejero dejen de ser presentados como los “malos” del episodio, para ser vistos como chivos expiatorios de situaciones terribles en las que jugaron un papel que otros escribieron justo para llevarlos premeditamente al matadero.
 
La reunión con Tejero debió durar tres horas y todavía quedaba una hora y media más de viaje a Barcelona. Assiego siguió dando la barrila con que si Gadaffi por aquí, Gadaffi por allá, hasta que relajándome en el asiento de atrás del coche, le resumí la política libia en el Mediterráneo en aquel momento, favorable a un entendimiento con el gobierno socialista español. Le recordé las inmejorables relaciones de Felipe González con Libia, los encuentros comunes que habían tenido y la imposibilidad de que un gobierno español en el exilio terminase radicado en Libia. Así que no me lo creía. Assiego insistía y cuando ya faltaban pocos kilómetros para llegar a Barcelona, le planteé la prueba del nueve: si tan amigo era de Gadafi no le costaría mucho pedirle que me concediera una entrevista. Le dí incluso el nombre de un “fiador” italiano que podía responder por mí, un querido camarada de aquel país que, efectivamente, era íntimo amigo de Gadaffi. Nunca más, por supuesto, volví a ver a Antonio Assiego…

¿Qué había detrás de toda esta historia del “gobierno en el exilio”? Poco, seguramente. Tejero tenía la llave simbólicamente de la caja de una asociación de apoyo a las viudas y huérfanos de militares que durante años había acumulado una importante suma bancaria. Seguramente poner la mano en esa caja era lo que algunos pretendían. Siempre cerca de alguien fundamentalmente honesto existe algún chorizo.

Unos meses después, Bernardo, que para embarcadas era único, me llamó. Al parecer, Alberto Royuela, el conocido subastero vinculado a la ultra barcelonesa, le había comprado unos cuadros a Tejero y Bernardo se las arregló para incluir en el paquete los famosos autobuses comprados a Martín Berrocal. Desde 1981, esos autobuses habían permanecido en el patio de la Escuela de Guardias Jóvenes de Valdemorillos y la nueva dirección conminó a que alguien se llevara de allí a los "autobuses de Tejero". Royuela aceptó comprarlos por un precio simbólico y allí estábamos nosotros, Bernardo, un chófer profesional y yo, para conducirlos a Barcelona. Otro ultra de pro, suficientemente conocido y asociado a la crónica negra de la ultraderecha de la época, Mariano Sánchez Covisa, ofició de intermediario. Covisa advirtió que los autobuses estaban muy mal y envió a un mecánico para que los reparan. La idea de Royuela era transformar los autobuses en un "museo del 23-F" en unos terrenos cercanos a Barcelona, en dirección al Prat. Covisa se mostraba escéptico sobre la posibilidad de que los autobuses llegaran a Barcelona. En realidad eran, en ese momento, un hierro inservible que no hubo forma de poner en marcha. No era solamente la bateria, y las luces lo que era necesario cambiar, sino que todos los mecanismos esaban literalmente agarrotados. Finalmente, Royuela consiguió traer uno o dos autobuses a Barcelona y allí se quedaron acentuando su proceso de oxidación y deterioro. Supongo que terminarían en algún desguace...

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Durante años, los sucesos de la transición prolongaron su impacto en muchos militantes del Fente de la Juventud. Abundaron los exiliados, los que huyeron para evitar el encarcelamiento, los que reconstruyeron sus vidas en países lejanos y permanecieron en ellos durante muchos años hasta que sus condenas prescribieron en nuestro país. Otros entraron en las cárceles por tiempos variables, alguno, a principios del milenio, todavía seguía envuelto en peripecias carcelarias. Los hubo que triunfaron en el mundo de los negocios, de la veterinaria, de la mecidina, del derecho y también los que murieron en el curso de atracos que ya no tenían nada de políticos, los que lucharon día a día para ganarse la vida en una España permanentemente en crisis y con altibajos, los que murieron oscuramente, los que no quisieron saber nada, ni teniendo las llaves para reabrir el sumario por el asesinato de Juan Ignacio Gonzalez Ramírez, prefirieron mantenerse fuera de la luz pública, dedicados a su profesión y a su familia. No voy a ser yo quien se lo reproche.
 
El Frente de la Juventud murió de la peor forma posible como suelen morir todas las organizaciones ultras: precedidas de una larga y lastimera agonía. Se reconstruyó en Barcelona y siguió actuando durante un par de años más. En Madrid, la manifestación convocada en el primer aniversario del 23-F acarreó una nueva oleada de detenciones que terminó de pulverizar lo poco que quedaba en pie. Cuando salí de mi prisión preventiva en Meco en junio de 1983, Luis Pineda había pactado la integración de los restos del Frente de la Juventud en un pequeño grupo azul que en aquellos momentos daba algo que hablar: el MOFE, Movimiento Falangista de España. El día que salí de Meco me dio la noticia: “¿qué te parece?”. Pues, francamente, como una mierda, pero sin el como, para qué nos vamos a engañar... Así murió el Frente de la Juventud

El 20-N de ese año fui a Madrid por nada relacionado con la política, a pesar de las apariencias, simplemente para resolver algunas cuestiones personales. De paso llevaba algunos documentos para camaradas del Frente que tenían que abandonar España inmediatamente. Lo primero que hice al llegar a Madrid fue entregar los papeles y volví al hotel sin intención de participar en la manifestación del 20-N. A eso de las 4:00 de la madrugada un grupo de ultras pasó por debajo de la ventana del hotel cantando el Cara al Sol. Dita sea, pensé, los hay incorregibles. Dos horas después unas voces histéricas aporreaban la puerta de mi habitación. Era la policía que me conminaba a abrir inmediatamente o dispararían. Así que a abrir me encontré dos cañones negros apuntándome a la cabeza: “oye, tranquilos que no tengo nada pendiente”.  Y ellos dos histéricos apuntándome y otros dos más también pistola en mano registrándolo todo. Yo a todo esto, brazos en alto y en pelotas, situacion comprometida donde las haya, especialmente con desconocidos. Me llevaron a la comisaría. Al parecer algún funcionario inútil se había olvidado de darme de baja en la lista de busca y captura. Cuando llené mi ficha en el hotel, sonaron las alarmas: “El Ernesto está suelto por Madrid, a por él que se nos escurre”. El interrogatorio se estaba poniendo duro porque me habían cogido ese día con poco sentido del humor y yo no hacía nada por aligerar  ni suavizar el tramite; la situación había conseguido cabrearme. Al ser fin de semana, en la Audiencia Nacional ni había jueces estrella, ni siquiera el botones Sacarino, así que tendría que esperar en los calabozos de la Puerta del Sol hasta que se abrieran el lunes por la mañana. Bonita perspectiva. En un momento dado, cuando las cosas se estaban torciendo en el interrogatorio uno de los policías me preguntó si yo tenía algo que ver con Mercedes Milá, que en aquel momento ya era una figura conocida: cuando les dije que era "mi prima", todo aquel de gritos, amenazas, policía bueno, policía malo, policía pasota, desapareció: "¿Te apetece un bocadillo?", "¿Y una cervezita?, vamos hombre, relájate". Para aquel que lo ignore, no tengo la más mínima relación familiar con Mercedes Milá.

En Puerta del Sol la cosa andaba movidita aquella mañana. Me encerraron en una celda con un maño que había resultado detenido en la confusión al tener antecedentes por haber asesinado a alguien años antes en un rifirrafe que nada tenía que ver con la política. Luego empezaron a entrar detenidos ultras. Conocía a varios, entre otros a antiguos militantes del Frente de la Juventud de Navarra arrestados en el curso de los choques que habían tenido lugar esa mañana en el Barrio de Salamanca. Uno de ellos tuvo un destino inesperado. Pasado del Frente de la Juventud al mundo de las drogas, terminó en El Patriarca y se integró tanto que llegó a ser capitoste de  esta ONG en Centroamérica, participando luego en la pacificación de Nicaragua junto a las jerarquías de la Iglesia local. Hoy sigue por allí trabajando para NNUU. Los caminos seguidos por la militancia frentista, que no los del Señor, fueron, en cualquier caso, inescrutables.

Tal como correspondía, me soltaron el lunes a media mañana. Ni siquiera me interrogó juez alguno, simplemente un funcionario salió y me explicó que todo había sido un error, pero era imposible saber quién había cometido el error. Le dije de todo y creo que me quedé corto, incluso recorrí los pasillos de la Audiencia Nacional maldiciendo a diestro y siniestro, incluso a los policías nacionales que me habían llevado hasta allí y que encontré en la puerta.

En 2005 tuvo lugar la reunión de antiguos militantes del Frente de la Juventud en un acto de homenaje en el 25 aniversario de la muerte de Juan Ignacio. Organizado por un camarada  y amigo asturiano, Pedro Alonso, el acto consiguió reunir a lo esencial de la militancia frentistas, todos, eso sí, algo más canosos, tripudos y barrigones y algunos peinándose con gamuza. Intenté asistir, pero finalmente no pude. Fue la última manifestación del Frente de la Juventud. No creo que haya otra, pero si  la hay, sabedlo, mis muy queridos camaradas, no puede estar motivada más que para presionar en favor de la reapertura del sumario de nuestro amigo y camarada asesinado. Creo que es el último tributo  que le debemos al que fuera nuestro jefe indiscutible.

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Asi terminó para nosotros, la transición, con cierta amargura y con la resaca (judicial y carcelaria para unos,  o el  largo exilio para otros) en los años siguientes  a causa de los episodios que habíamos protagonizado. Era "la torna" como se dice en Catalunya. Personalmente intuía que, a partir de eso momento, del final de la transición, nada sería igual y que si la ultraderecha quería sobrevivir, de alguna manera tenía que hacer tabla rasa con todo lo que había sido hasta entonces. Esto es, dejar de ser ultraderecha.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.

Ultramemorias (VIII de X). El fin de la transición (3ª parte) Cinco golpes dentro del golpe.

Lo esencial del 23-F –y el efecto que se esperaba- no sucedió ese día, sino dos días después con la gigantesca manifestación en la que se vio a Fraga, Suárez, González, Carrillo, Camacho, todos juntos en unión portando la pancarta que certificaba que el Estado había sobrevivido al golpismo, a la crisis económica e incluso a sí misma. La democracia estaba definitivamente estabilizada, quedaba sólo para certificar la “normalidad” el que los socialistas llegaran al poder. Lo hicieron poco después y a ellos les correspondió acometer el resto de reajustes que nos homologarían junto a cualquier otro país de Europa Occidental: reajuste económico, integración en la OTAN y luego en la Unión Europea, etapas que el PSOE cumplió sin decepcionar expectativas depositas en él.

Antes del 23-F el Estado era una entelequia que crujía por todas partes y amenazaba hundirse: ETA(p-m) mantenía secuestrados a cuatro cónsules, la policía le había aplicado un tratamiento excesivamente duro al etarra Arregui que pagó sus crímenes muriendo a su vez. El ingeniero Ryan acababa de ser asesinado. por ETA Un día sí y otro también estallaban bombas en Lemóniz y aledaños. La UCD se empezaba desmigajar y ni siquiera había sido capaz de celebrar su congreso en Baleares a causa de una huelga. Suárez vivía su declive y el partido veía como cada una de sus componentes se situaba en las mejores posiciones de cara a un futuro que todos advertían que ya no tendría nada que ver con el centrismo de estricta observancia de UCD. Las huelgas sucudían a todo el país ante la desesperación patronal y el Rey, al que buena parte de la sociedad seguía sin tomarse en serio, acababa de ser abucheado en el Parlamento Vasco. Cada día ocurría algún incidente, algún atentado mayor o menor, que ocultaba la catastrófica situación económica. Y daba la sensación de que existían fuerzas “ocultas” (o quizás no tanto) que estaban tensionando la situación. Cuando se produjo el asesinato de Juan Ignacio, los militantes del Frente pidieron llevar el ataúd del que había sido su Secretario General –y lo que era más importante, su amigo y camarada- hasta la plaza de Colón. Inopinadamente, la policía, sin provocación previa, incumplió lo pactado e intentó disolver al cortejo. La reacción –esperada sin duda por quien había  programado la provocación- fue brutal: los choques de una inusitada violencia se apoderaron del barrio de Salamanca. Los militantes del Frente dieron salida a su odio y a su tensión acumulada destrozando todo lo que encontraron a su paso, papeleras, contenedores, vehículos, mobiliario urbano. Una vez más, como había ocurrido tras el atentado a la Cafetería California 47, las calles Goya y Velázquez, refugios de la alta burguesía capitalina volvieron a estar cubiertas de humo, restos de la batalla, con el picante e irritante aroma de las granadas lacrimógenas y el olor ocre de los incendios.

Era preciso –y tal era la estrategia del “golpe para acabar con todos los golpes”- que el pueblo español se  vierea y se sintiera ante el abismo. Desde la Semana Trágica de 1976, España tenía cada vez más esa sensación, pero lo esencial era que, ante la “lluvia” cada vez más persistente, transformada ya en temporal, la población aceptara situarse bajo el paraguas protector del “Estado”. Para ello era necesario que el ruido de sables, transformado en espectáculo gracias a la irresponsable entrada de Tejero en el congreso de los diputados, alcanzara el clímax de la situación. Bruscamente, el Rey que, hasta ese momento había sido objeto de todas las chanzas inimaginables por parte de la izquierda ("Juan Carlos I el breve" se le solía apostrofar), se convirtió en el “impusor del cambio”, en el “hombre cuya serenidad desactivó el golpe”, en el personaje que requería la situación y que había salvado a España… Era necesario que la derecha económica y liberal entendiera de una vez y para siempre que debía respetar los pactos de la transición porque, a partir del 23-F, el rey –cuya mera presencia recordaba el fracaso de la oposición democrática en el intento de realizar la “ruptura”- se convirtió en incuestionable para lo esencial de la izquierda.

Hasta el 25 de febrero de 1980, las manifestaciones que discurrían por Madrid no eran excesviamente masivas, salvo las de extrema-derecha… Aquella tarde, los seguramente más de 500.000 manifestantes (también aquí se ha dicho que eran millón o millón y medio seguramente en un afán de rivalizar con las cifras aportadas para las manifestaciones ultras) escenificaron la reconstrucción del sistema surgido en la transición y la voluntad de normalidad.

A partir de ese momento, las conspiraciones desaparecen de los medios de prensa. Quedará, sin duda, el “golpe de los coroneles”, pero ya estamos ante otra cosa muy diferente. Verán… Yo volví clandestinamente a España en los días anteriores al primer aniversario del 23-F. Vi con mis propios ojos lo que había sobrevivido del Frente de la Juventud al golpe del 14 de enero de 1980 (realmente había sobrevivido poco). Ya no existía ni el local de Claudio Coello, y la mayoría de militantes se habían dispersado. De todas formas pude localizar a algunos y entrevistarme con ellos. Por otra pate, contacté con los residuos de redes golpistas con la intención de valorar exactamente su potencial. También aquí saqué una conclusión ampliamente decepcionante. Si bien es cierto que seguía existiendo descontendo en los cuarteles, y que algunos oficiales seguían reuniéndose y viéndose (y la prueba de ello es que entregaron un millón de pesetas al Frente de la Juventud para que, en las semanas anteriores al primer aniversario del 23-F se realizara una manifestación de protesta ante el Congreso de los Diputados), la impresión que me dio es que estaban muy marcados por las fuerzas de seguridad del Estado y era cuestión de tiempo que los desarticularan.

Así ocurrió, en efecto. Durante la tarde del 23-F, el Gobierno Militar de Madrid estuvo, sublevado o medio sublevado. Allí acudieron algunos falangistas de la Primera Línea de Falange y habituales simpatizantes ultras pidiendo armas. Había un grupo de tenientes coroneles que simpatizaban con la intentona golpista entre ellos los hermanos Crespo-Cuspinera, uno de los cuales estuvo un tiempo de guarnición en Barcelona teniendo cierta relación con mi padre. De este núcleo partió una iniciativa lamentable. Viajaron a toda España, en cada provincia se entrevistaron con los ultras más conocidos. Habitualmente se trataba de elementos marginales o poco menos, frecuentemente expulsados de Fuerza Nueva o que se habían ido por los motivos más variopintis. Ninguno de ellos tenía un peso significativo y apenas podían mover más que a un mínúsculo grupo de simpatizantes y, en ocasiones, ni siquiera y se representaban solo a sí mismos. Los miembros de este “grupo de tenientes-coroneles” en cada desplazamiento reiteraban que había otro golpe en marcha. Contaban a quien quisiera oírlo que el anterior había salido mal por precipitación, pero que éste que se aproximaba era el de verdad. Y hacían algo más: repartían alcaldías. Carlos Blasco, un querido amigo y camarada ya fallecido, había sido muy joven, concejal de su pueblo, Mataró. Luego pasó a Fuerza Nueva y de ahí al FNJ, luego, cuando yo tuve que exiliarme pasó al Frente de la Juventud y fue algo después cuando uno de los coroneles le invistió in pectore como alcalde de Matarón para cuando triunfara el golpe siguiente… Prefiero eludir el listado de otros alcaldes para evitar más sobresaltos, pero lo cierto es que aquel episodio ocurrió realmente y daba la medida de cómo funcionan las cosas en el gopismo castizo de la época.

En septiembre de 1982 me encontra en La Paz (Bolivia) y recuerdo que hablaba con el director del Servicio de Prensa de la Presidencia cuando uno de los télex empezó a escupir una noticia vinculada a España: era la relación de candidaturas que se presentaban a las elecciones de aquel año. Me sorprendió que había media docena de extrema-derecha entre otras una desconocida para mí: “Solidaridad Española”. Se añadía al lado que era la candidatura auspiciada por el teniente coronel Tejero… Así pues, no solamente no se había podido reconstruir una candidatura unitaria (o más o menos unitaria) que polarizase lo esencial de la ultraderecha como en 1979 (que incluso dio buenos resultados), sino que habían aparecido otras varias entre ellas de la Tejero. Alguien se había vuelto literalmente loco o bien alguien había dado la siguiente vuelta de tuerca para barrer definiivamente al golpismo del imaginario colectivo de los españoles.

Y era esto último lo que había ocurrido: no se trataba solamente de desactivar las redes golpistas, sino de demostrar que trabajaban en el vacío y que carecía completamente de apoyo popular. Para eso era necesario que se presentara, a prisa y corriendo, a las elecciones un partido de observancia golpista… justo para fracasar, justo para evidenciar a las claras que detrás del golpismo no había absolutamente nada. Y de paso, rematar a la extrema-derecha tal como exigían los pactos de la transición.

La “brillante idea” de crear un partido político no partió de Tejero, a pesar de que fue el a quien colocaron como mascarón de proa. Fue su abogado, Ángel López Montero quien le indujo a la creación de ese aborto político que fue “Solidaridad Española”. Las excusas no faltaban: que si era la forma de sacar a Tejero de la cárcel, que si Fuerza Nueva no había aceptado un proyecto unitario (y por qué había de aceptarlo que llevara a Tejero al parlamento), que si Tejero era el “mejor patriota”, que si había que hablar claro… En fin, el argumentario del partido, cuyo delegado en Catalunya era mi muy querido y liante camarada Bernardo, anticipaba los monólogos del Club de la Comedia, voluntad implícita en el lema de la candidatura: “Entra con Tejero en el parlamento”. Solidaridad Española consiguió romper la precaria unidad de la ultraderecha y fracasar obteniendo un miserable 0,14% que certificaba que apenas 28.400 españoles se declaraban explícitamente golpistas.

López Montero, impulsor del desaguisado, defendió luego a algunos guardias civiles implicados en los asesinatos de los etarras Lasa y Zabala. En cuanto a su pasado político no es menos sorprendente. En 1976 había fundado el Partido Liberal Español. No sé si servirá para algo el que les comente que algunos miembros de las Juventudes Liberales los había conocido tiempo antes en aquellos cursos sobre técnicas para combatir la subversión organizados por el SEDEC. En cuanto al eje de la defensa que articuló López Montero para salvar de una larga estancia de cárcel a Tejero fue la única que seguramente ni la sociedad española, ni mucho menos los jueces militares hubieran aceptado: la responsabilidad del rey en el espectáculo del 11-M. Precisamente, uno de los objetivos del “golpe para acabar con todos los golpes” era el asentamiento definitivo de la monarquía… cómo para aceptar unos meses después la increíble idea de que el toque de pito para ocupar el congreso de los diputados había partido de la Zarzuela. Definitivamente –y no es la primera vez que esta frase aparecen en estos recuerdos apresurados- el principal enemigo de un reo es su abogado defensor.

En el proceso de Campamento, por lo demás, se amontonaron galones que tenían poco que ver. De hecho, allí fueron a parar proyectos y gentes incompatibles entre sí, pero que, en un momento dado de su vida vieron la posibilidad de “colaborar” (léase, aprovecharse) unos de otros. Es fácil establecer que entre los procesados había cuatro o, incluso, cinco líneas golpistas.

De abajo arriba podemos encontrar primero al grupo de Tejero. Sería éste el grupo de los exaltados, compuesto por gente muy visceral, políticamente próxima a la ultraderecha menos complicada ideológicamente para la que todo empezaba y terminaba con la restauración del franquismo y el retorno a las fuentes originarias del régimen anterior al 20-N de 1975. Este grupo militar, al ser el más accesible, tenía una ósmosis con sectores ultras tan ambiciosos como aislados. Se trataban estos de gente descolgada de Fuerza Nueva y de Falange y del que la figura más emblemática en todos los sentidos era García Carrés. Carrés no tenía nada detrás, políticamente ni era miembro de Fuerza Nueva, ni de Falange, pero jugaba la carta de organizar festivales de solidaridad con la Guardia Civil. A diferencia de Blas Piñar y de la gente vinculada a partidos políticos ultras, Carrés disponía de tiempo suficiente como para seguir cultivando sus relaciones con galones y entorchados, acaso con la secreta esperanza de que si había golpe militar contarían con él. De hecho, llegaron a haber reuniones para formar un “gobierno” posterior al golpe. Si lo sé es porque uno de los miembros que participó en esas reuniones –el editor Vasallo de Mumbert- me lo comentó dos años después. Vasallo se apeó de esas reuniones cuando Antonio Izquierdo fue propuesto como futuro “ministro de economía”… añadiéndome que era “intolerable que el hombre que hundió a El Alcázar pudiera considerarse como el mejor ministro de economía”. A nadie se le escapa que todo esto rozaba el infantilimo y estaba instalado en el vacío más absoluto.

Lo que hemos dado en llamar “el grupo de Tejero” era partidario, pues por el “golpe ultra” del que debería de salir un gobierno formado por firmas ilustres de la ultraderecha… que ni siquiera contaban detrás con el apoyo de los partidarios de Blas Piñar o Fernández-Cuesta... En general, se trataba  de un grupo compuesto por militares que lo desconocían todo de lo político y que  percibían a la ultraderecha sin grandes matices, considerándolos a todos como “patriotas” y  por funcionarios franquistas de segunda o tercera fila que aspiraban a evitarse las complicaciones de participar en la vida política de los partidos ultras (era evidente que Blas Piñar los eclipsaba a todos, no sólo por su verbo exuberante, ni por su seriedad profesional, sino también porque detrás podía movilizar mucha más de lo que estaba al alcance de todos ellos) mediante el atajo de sus relaciones con los militares. Tejero, consciente de que de política entendía poco y que era un terreno que no era el suyo, tenía tendencia a creer que Carrés y otros como él, eran los reyes del mambo político, cuando en realidad, ellos tampoco, habían entendido ni lo que era la técnica del golpe de Estado, ni mucho menos la política en un marco democrático.
 
Luego, en un nivel inmediatamente superior a éste, se encontraba el grupo de Milans del Bosch. El proyecto golpista que defendían era completamente opuesto al del grupo de Tejero. Milans aspiraba a un “golpe militar-militar”, sin más matices. En su razonamiento, a la vista de que la clase política no estaba a la altura, había que prescindir completamente de ella. Y algo más, incluso: disolver todas las organizaciones políticas, desde Fuerza Nueva hasta las formaciones trotskistas afectas a la IV Internacional. Resulta un misterio establecer cómo pensaba Milans gestionar un país así, a menos que pensara en situar al frente de los negociados de los ministerios a cabos primera y trasladar el escalafón militar a lo civil. Era evidente que, por ahí, tampoco había nadie que pensara en términos políticos, con el agravante de que este grupo militar no tenía absolutamente –que a mí me conste- contacto alguno con civiles. En el fondo, este grupo estaba formado por el grupo de amigos personales de Milans que había ido cultivando a lo largo de su dilatada carrera militar. Nada más. El mundo de Milans, genéticamente ligado a la milicia desde hacía generaciones, terminaba allí en donde terminaban los entorchados de su manga y lo ceñido por su fajín. De ahí que necesitara “hombres de mano”, gente enérgica, que se moviera en niveles más básicos, en escalones que tuvieran relación con sectores no militares. Y ahí estaba el grupo de Tejero para ejecutar algunos trabajos que parecían impropios para el grado militar de Milans. A partir de ahí se estableció una vinculación entre ambos grupos, dando por sentado ambos que todos estaban en el sarao por “patriotismo”, esto eludía las conflictivas cuestiones de lo que cada uno de ellos llevaba en mente: uno, Tejero, el proyecto de golpe militar-ultra y otro, Milans, el proyecto de golpe militar-militar.

Luego existía otro grupo en formación, malamente identificado, que se dio en llamar “grupo de los coroneles”. El coronel San Martín era su eje. Conocí a San Martín a principios de los 70 cuando era director del SEDEC y recuerdo de él tres elementos: su estilo aristocrático, su preparación cultural especialmente en el ámbito de la historia de España y su comprensión de los mecanismos y de la política. Se podría añadir también su discreción, propia de cualquier profesional que se mueva en el ámbito de la inteligencia y su prestigio en el medio militar que hacía que los que habían servido bajo sus órdenes quedaran ligados a él por vínculos de lealtad. Las convicciones políticas de San Martín eran de derechas y moderadas. No era un ultra al uso, ni mucho menos. Su patriotismo, indudablemente intenso y sincero, estaba modulado por su percepción de las posibilidades reales. San Martín había dirigido con un presupuesto muy escaso, el SEDEC para cumplir las órdenes de Carrero: establecer un servicio de inteligencia capaz  acopiar información politica estratética, pero también actuar para parar los pies de los comunistas a la ultraizquierda, pero no a los socialistas que deberían estar integrados en la democracia limitada que tenía Carrero en mente como evolución del franquismo. La proximidad hacia lo político que tuvo San Martín en los años en los que estuvo al frente del SEDEC se unió a sus cualidades naturales de observador.

En 1980, San Martín era de los que creía que “era necesario hacer algo” a la vista del marasmo político de la transición y de la mala gestión del gobierno de UCD. Su idea era constituir un “grupo de presión” militar, una verdadera red estable, capaz por su mera presencia de condicionar el poder. Para esto era preciso cristalizar una red y en eso estaba San Martín cuando supo de los movimientos de Milans desde Valencia. Pensó entonces que se estaba gestando un golpe militar y debió sumarse quizás con la intención inicial únicamente de informarse de lo que había detrás. San Martín sabía perfectamente que el proceso para cristalizar una red es largo y no puede improvisarse. En mi opinión trabajaba con la hipótesis de que las redes golpistas estuvieran solidificadas para cuando terminara la legislatura y sería entonces, cuando por la vía de la intervención cívico-militar o por la vía de la presión entre bambalinas, habría que poner toda la carne en el asador. Pero, en la situación de clandestinidad, medias tinas, febrilidad, ambigüedades y “gente que presionaba”, (Cortina) las circunstancias fueron poco favorables a los proyectos calmados de San Martín (que jugaba además con la posibilidad de que, en breve, los suyos fueran promovidos a los niveles superiores del escalafón, con lo que el tiempo jugaba, en realidad, a su favor) y éste se vio obligado a colaborar con Milans a quien, por lo demás, admiraba.

Pero existía todavía otro grupo militar formado en torno al general Alfonso Armada ( y vamos por el cuarto). Cuando salía a relucir el nombre de Armada, la primera idea que afloraba era la de “hombre del rey”. Y, en realidad, lo era aunque quizás no tanto como él creía. Para Armada lo esencial era “salvar a la monarquía” de aquel caos en el que se había convertido la transición (mitología piadosa sobre su carácter modélico aparte) y es posible incluso que albergara la secreta esperanza de acabar sus días como presidente del gobierno. A pesar de haber sido, como Milans, ex combatiente de la División Azul, todo induce a pensar que se trató de esos militares profesionales que fueron a combatir a Rusia, en parte para mejorar su carrera profesional, en parte como prolongación de la guerra civil y en parte como expresión de sus sentimientos anticomunistas. Las convicciones políticas de Armada parecían reducirse a una sola, la monarquía considerada como expresión de la gobernabilidad de un país. Su patriotismo, a fin de cuentas, era monárquico. Y de ahí no salía. Por los cargos que había desempeñado y por las amistades que solía cultivar allí donde pasaba, Armada tenía cierta relación con el mundo de la política y, más en concreto, con “políticos”, pero no puede decirse que tuviera una comprensión absoluta de lo que era la vida política en un marco democrático, ni siquiera de la pasta con la que estaban hechos los partidos políticos. A pesar de haber estado durante 17 años ejerciendo en Casa del Rey, cuando se convocaron las elecciones de 1977 cometió el error garrafal para un hombre de su posición de enviar cartas con el membrete de la Casa Real pidiendo el voto para Alianza Popular. Destituido ipso facto, terminó como gobernador convocando cenas polémicas en la capitanía general de Lérida y escalando luego a segundo jefe del Estado Mayor del Ejército. En las semanas precial al 23-F había militares que recorrían España y se entrevistaban congente que por algún motivo estaban en la agenda de Armada y les sondeaban –en algunos casos con poca sutileza- sobre cómo reaccionarían ante un intento de salvar la monarquía y el orden constitucional…

Lo que tenía en mente Armada era un puro desenfoque político que había salido como producto de las cenas que había convocado y de la gestión de los que sondeaban en su nombre. Si unimos que, en 1980, todavía, cuando un militar lanzaba alguna pregunta a un civil, suscitaba un temor reverencial o una fascinación incondicional, todos los consultados, tras la sorpresa inicial, respondían con palabras ambiguas y frases diplomáticas, intentando echar balones fuera mientras consumían el último cafelito necesario tras una pesada digestión. Manejando todos los datos así obtenidos –que ya eran de por sí de valor limitado y extremadamente subjetivos- y combinándolo con sus filias y sus fobias, Armada estableció su “proyecto”: frente al golpe militar-ultra de Tejero, frente al golpe militar-militar de Milans, Armada aportó a la “ciencia golpista” su idea de “golpe blando” que desembocaría en un "gobierno de concentración nacional” formado por políticos desde AP hasta el PCE. Pura ciencia ficción para los que leíamos –incluso en el exilio- todos los días la prensa, pero proyecto válido para quien se tenía por “hombre del rey”.

Aun fue posible identificar un quinto escalón golpista. Abreviando: el encabezado por el comandante Cortina, director de Operaciones Especiales del CESID, embarcado en la especial operación de organizar el no-golpe, o lo que hemos definido como el “golpe para acabar con todos los golpes”. Cortina y su hermano, hoy metido en temas de seguridad para variar, tienen una trayectoria sorprendente y fascinante. A poco de salir de la Academia Militar, donde puestos a coincidir, lo hizo con el futuro rey de España, Cortina se descolgó inexplicablemente adiestrando a un grupo de falangistas en las técnicas de la guerrilla rural. En aquel tiempo, era rigurosamente cierto que el castrismo (del que muchos dudaban todavía que se tratase de un movimiento comunista y al que veían como “patriotas cubanos y humanistas cristianos”) ejercía una particular fascinación en determinados ambientes falangistas universitarios. La mayoría de ellos terminarían retirados a sus negocios y una minoría en la izquierda comunista. El castrismo permitía a un falangista llegar directamente a la experiencia de la guerrilla rural sin pasar por la dura escuela marxista y esto fascinaba en la época también a este lado del Atlántico.

Aquel primer grupo formado por José Luis Cortina y su hermano mayor, Antonio, es tan dudoso como inexplicable. Era cierto que el caos ideológico de los medios falangistas a finales de los años 50 era indescriptible y los más inquietos seguían las evoluciones del nasserismo e incluso del FLN argelino. No importaba nada el que Narciso Perales uno de los cabezas visibles del falangismo de izquierdas hubiera optado por apoyar a la OAS  hasta las trancans en el caso argelino y otros de sus camaradas entregaran su apoyo y solidaridad al FLN sin importantes un pito el que ambos se mataran con sádico deleite (véase el artículo de infokrisis: "A la sombra de Franco" sobre la peripecia de la OAS en España).

Los alegres falangistas de Cortina (que entonces utilizaba el alias de “Restarazu” y su hermano el de “Roncal”, ambos de resonancias vascas) se entrenaban en la Casa de Campo  (sin armas no fuera que terminaran haciendo daño a alguien, pero sí sobre supervivencia en la montaña y preparación física para la guerrilla rural) y recibían formación sobre las distintas corrientes tercermundistas con las que los falangistas se sentían más identificados. Esto explica en parte el porqué unos años después y hasta la disolución de la Falange Española de las JONS (auténtica), el tercermundismo, con su carga de autogestión, antiamericanismo, ejerció una fascinación en la izquierda falangista.  Ahora ya sabemos por dónde había penetrado la idea. La semilla sembrada por los Cortina fructicó. Nunca sumaron más de 200 personas que utilizaban el nombre de Fuerza Social Revolucionaria (hasta incluso en siglas Cortina precedió a la izquierda falangista que tres años después, en torno a Perales, generaría el Frente Sindicalista Revolucionario, FSR) en sus planfletos, aunque entre ellos aludieran a “la familia”. Y también en esto Cortina tuvo algo de “adelantado”. Seis años después, el SEDEC generaba un argot “familiar” que yo creía tenía su origen en la serie británica Los Vengadores: San Martín era “madre”, la sede del servicio, “la casa madre”, Franco recibía el nombre reverancial de “padre” y los colaboradores eran “los primos” (y quizás, nunca mejor definidos).

El grupo estaba dirigido por los dos Cortina y un tercer personaje, no menos misterioso, Esteban Sierra Muñiz, que vivía en Francia y en el curso de la peripecia de este grupo contactó con Julio Alvárez del Vayo, capitoste republicano en el exilio y que aparecía como ingrediente esencial en todas las salsas antifranquistas de la época, contra más extremistas mejor. Del Vayo -del que Azaña dijo que era un “tonto con ideas” y en eso seguía- había ido creando grupos atrabiliarios: que si Tercera República, que si el Frente Español de Liberación Nacional… y en eso estaba cuando Sierra Muñiz lo contactó en París.

Dado que el grupo era casi una “empresa familiar” de los Cortina no era raro que otro de sus dirigentes, Fernando Cadarso, estuviera también emparentado con ellos.

El grupo funcionó hasta 1965, fecha en la cual, los Cortina se desentienden y cada miembro adopta posiciones personales: unos terminarán en el FLP, otros en el PCE, otros en el FSR de Perales y, como siempre, la mayoría en casa. Algunos de ellos empezaban a sospechar en aquellas fechas que había algo que no estaba claro en el grupo. En Ciudad Real habían detenido a algunos miembros repartiendo panfletos y no había ocurrido absolutamente nada: ni paliza en comisaría, ni procesamiento por el TOP, ni siquiera hábiles interrogatorios. Eso ocurría en 1964. En junio de ese año, la policía desarticulaba al pequeño grupo de Alvárez del Vayo, responsable de haber colocado medio centenar de petardos verbeneros en Madrid firmados por el FELN. El principal detenido era un pobre diablo que había asumido el pomposo alias de “coronel Montenegro”, de verdadero nombre Andrés Ruiz Márquez, que después de su proceso –en el que salvó la vida por los pelos- reconoció que le habían atribuido muchos más petardos de los que él había colocado. La noticia de la desarticulación informaba de que en el “piso franco” se había encontrado propaganda del PSOE y de la Unión Democrática Española. La última aventura política de Alvárez del Vayo merece conocerse: se integró con armas y bagajes (es decir con su propia y pesada humanidad) en el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), promovido por el PCE(m-l), a su vez, promovido por la CIA dentro de la Operación CHAOS (para quien le interese escarvar algo en este vidrioso asunto le recomendamos la lectura del artículo publicado en Infokrisis “Operación CHAOS” en la serie sobre la revolución de mayo del 68: artículo sobre la Operación CHAOS y artículo sobre el FELN, el PCE(m-l) y el FRAP).

Hay una serie de consideraciones que se imponen: Cortina, nada más salir de la Academia Militar debió integrarse ¿en el precedente del SECED? ¿en la Sección Segunda del Estado Mayor? ¿en alguna estructura de inteligencia internacional dirigida desde los EEUU? Es seguro porque a ningún militar en activo y con una prometedora carrera por delante, se le podía ocurrir, mucho menos en pleno desarrollismo franquista de los primeros años 60 la “portentosa” idea de construir una “guerrilla rural” tercermundista en plena sierra madrileña… salvo que lo que pretendiera con ella fuera contactar con grupos de la oposición democrática, radicales pero inanes de militancia en el interior (como era el FELN y las demás construcciones de Alvárez del Vayo). Es posible incluso que los Cortina crearan una estructura propia vinculada a la OTAN, como existía en otros países europeos, de carácter clandestino, oficialmente creadas –como la Red Gladio- para responder a una hipótesis de toma del poder por los comunistas en Europa Occidental, pero también y sobre todo, para encubrir otras operaciones que, en el caso italiano tuvieron que ver con las “strage di stato” (los atentados criminales organizadas por centros integrados en el Estado). Si nos equivocamos, desde luego, no debe ser por mucho. El inequívoco aroma de los servicios de inteligencia era perceptible en el entorno de Cortina desde el momento en que recibió el despacho de tenientillo recién salido de la Academia. No es raro que acabara como jefe de Operaciones Especiales del CESID y que su figura apareciera transversalmente en los episodios del 23-F.

La prensa democrática dudó tras el 23-F de la gestión de Cortina, e incluso cierta prensa lo presentó como un ultra más, quizás más ambiguo que otros, pero tan comprometido con el golpe como Tejero, pues no en vano era él, Cortina quien “presionaba” para que el golpe fuera lo antes posible. Personalmete creo que es todo lo contrario. Cortina recibió una orden: trabajar para la desarticulación de todas las redes golpistas. Y cumplió la orden aun a sabiendas de que su carrera militar quedaría requemada para siempre y que le esperaban unos años de cárcel junto a la misma gente que había precipitado al basurero de la historia. Si la democracia consiguió estabilizarse finalmente, debe mucho más al comandante Cortina Prieto que a la clase política coriácrea y otortunista que gestionaba España en aquella época, parte de la cual, sin duda, en caso de triunfar el golpe, se hubiera sumado entusiásticamente abordando el camino opuesto al que había seguido desde el 20-N de 1975 hasta el 23-F de 1981. Quizás, el tributo que tuvieron que pagar los Cortina fue su padre murió calcina en un incendio generado en el mismo lugar donde Tejero afirmó que se había entrevistado con él poco antes del golpe. Cortina fue quien instigó a Tejero a que entrara él, no otro, él, el Guardia Civil más conocido por toda España, en el parlamento…

Ah, se nos olvidaba, dos antiguos miembros de la improbable “Fuerza Social Revolucionaria” formada por los Cortina declararon en el Proceso de Campanento por los hechos del 23-F a petición del abogado del comandante Cortina. Se trataba, precisamente, de Fernando Cadarso, el "tercer dirigente" del FSR que declaró que había cenado con Cortina en el Vips de Velázquez el día 20 de febrero y permaciendo junto a él el día siguiente en Alcalá… sin que nadie más, claro está, pudiera atestiguarlo. El otro testigo de Cortina, no era sino Esteban Sierra Muñiz, “el hombre del FSR en el exterior”, el encargado de contactar con Alvárez del Vayo en los años 60, tercer dirigente del FSR. Lo dicho: Cortina formó una red propia de inteligencia al salir de la Academia Militar que seguía en pie en febrero de 1981 y a la que recurrió en el Proceso de Campamento para afirmar su coartada.

Estas cinco redes (la de Tejero, la de Milans, la de San Martín, la de Armada, la de Cortina) cada una de ellas tenía su propio proyecto político. Cada una miraba de aprovecharse de las demás. El de San Martín era, sin duda, el más peligroso, porque suponía presionar con la amenaza de golpear, es decir, lograr una situación favorable sin necesidad del espectáculo de los tanques en la calle. Pero solamente una de estas redes era transversal y tenía cumplida cuenta de todo lo que ocurría en las demás: la de Cortina. Y su proyecto era, simplemente, el no-golpe o como hemos dicho “el golpe para acabar con todos los golpes”. Fue éste quien se llevó al gato al agua.

Manolo Vázquez Montalbán nos unión inesperadamente a Cortina y a mí en un libro de entrevistas que tuvo cierto éxito en la época. Fue hacia 1984 cuando, Vázquez Montalbán empezaba a tener fama de buen gurmet y fabricaba casi en serie novelas negras basadas en el personaje de “Pepe Carvalho”. Aprovechando su tirón, Editorial Planeta le encargó un libro de entrevistas que deberían tener lugar en restaurantes. El libro se tituló “Encuentros con gente inquietante”. A Cortina le correspondía, por supuesto y por derecho propio, unas páginas en ese libro. Y a mí, por algún motivo que no logro explicarme (pero Manolo Vázquez insistió), otras. Mi entrevista fue posterior a la de Cortina. así que conozco las conversiones de éste con el autor.

Nos reunimos en el “Yamadori”, el primer restaurante japonés establecido en Barcelona, a propuesta mía y Vázquez Montalbán tuvo la humorada de titular mi entrevista: “Ernesto Milá: reconozco mi militancia pasada en la ultraderecha”, añadiendo como subtítulo gastronómico: “Me gusta la carne cruda”, cosa, que, por lo demás era rigurosamente cierto en la época y sigue siéndolo quizás como tributo al primitismo cromañoide que todos llevamos dentro. Parte de aquel encuentro con Vázquez Montalbán lo dedicamos a hablar sobre Cortina. Vázquez había quedado intrigado por algunas declaraciones y comentarios que le había realizado Cortina, así que buena parte de la conversación (que no fue, por supuesto, reflejada en la entrevista publicada) giró en torno al 23-F. Hay que recordar que en aquel momento, Vázquez Montalbán seguía siendo miembro del Comité Central del PSUC lo que no fue obstáculo como para que de aquel encuentro surgiera una buena amistad que se prolongó hasta su trágica muerte en un aueropuerto del Sudeste Asiático.

A pesar de que en el libro aparecían otros personajes de máxima relevancia en la política nacional y catalana (desde Anguita, entonces oscuro alcalde de Córdoba, hasta Alfonso Guerra, omnipotente y omnipresente vicepresidente del gobierno y desde el financiero Olarra hasta el periodista Xavier Vinader) en varias ocasiones, entrevistas y conferencias convocadas para apoyar el lanzamiento del libro, Vázquez explicó que dos personajes le habíamos llamado particularmente la atención (y, por lo demás, así se refleja en las páginas del libro), Cortina y yo, porque detrás era difícil saber qué es lo que pasaba realmente por nuestra mente. En cuanto a Cortina era evidente que aludía a su gestión desde que salió de la Academia Militar hasta que compareció en el juicio de Campamento, y en mi caso porque la figura del ultra que desde la izquierda se habían forjado, contrastaba con lo que se había encontrado al otro lado del plato de carne cruda. Por lo demás, mientras Cortina era un manipulador nato, y siempre terminaba dando forma  a la realidad (la que encontraba o la que él mismo creaba) en beneficio de las órdenes recibidas; yo en esa época ya había asumido el Zen como norma de vida (no era por casualidad que aquel primer encuentro tuviera lugar en un restaurante japonés) y empezaba a estar convencido de que el vacío era la forma y la forma el vacio y que, a la postre todo era vanidad de vanidades.

El 23-F fue eso precisamente, una vanidad de vanidades, en la que seguramente el más desinteresado era el comandante Cortina que había aceptado conscientemente inmolar en holocausto su carrera militar, para cumplir la orden recibida de “organizar un golpe para acabar con todos los golpes”. No puedo sino expresar cierto respeto por aquel que es capaz de imponerse a compañeros de armas, asumir voluntariamente meses de cárcel, ser señalado con el oprobio general por buena parte del estamento militar, incluso haber perdido a su padre en un incendio que tenía todas las trazas de ser una venganza. Con Cortina no vale aquello de si era “bueno” o “malo”, sino que la calificación que le corresponde es la de “grande” de la inteligencia española, indudablemente de una inteligencia y una capacidad muy superior a la del resto de militares que se vieron implicados en los sucesos del 23-F, salvo quizás San Martín.

Pero esa admiració que puedo sentir hacia el trabajo desempeñado por Cortina en aquellas fechas no basta para borrar de mi recuerdo ni el asesinato de Juan Ignacio González Ramírez, ni el hecho de que, por puro oportunismo de aquellos años, los mismos que asesinaron a Juan Ignacio emplearan de manera desaprensiva la infamia de relacionar mi nombre con el atentado de la rue Copernic. 

A la vista de todo lo expuesto hasta aqui, puedo afirmar que en los sucesos que llevaron inexorablemente al 23-F se produjeron varios muertos. Uno de ellos fue mi amigo y camarada Juan Ignacio González Ramírez. Es el único asesinato cometido en la transición que sigue impune. Pero no hay ni un solo juez estrella interesado en reabrir al caso... 

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.

Ultramemorias (VIII de X). El fin de la transición (2ª Parte). El golpe para acabar con todos los golpes

Entre 1975 y 1980 había conocido a muchos golpistas. Todos extranjeros. Había conocido a los civiles y militares que golpearon contra De Gaulle a principios de los 60 y que luego se refugiaron en España. Había conocido a golpistas de media docena de países iberoamericanos, había conocido a la gente de Bob Denard que luego golpearían en Las Comores. Sabía por tanto cómo funcionaba una operación de este tipo y no era desde luego como creyeron hasta el último tercio de los años 80 los medios ultras. Los problemas del golpismo son, siempre, fundamentalmente tres:

- Debe existir siempre un extendido deseo de cambio que impregne a buena parte de la sociedad civil y política y, por supuesto, esté presente en la milicia.

- Ese extendido deseo de cambio debe cristalizar en dos estructuras unidas solamente en la cúpula: un frente político que programe la agitación en las calles y las “operaciones especiales” a favor del restablecimiento de la “ley y el orden” y una estructura militar conspirativa sólida y arraigada.

- Finalmente debe existir una estrategia golpista en la que el punto culminante táctico sea el elemento desencadenante de la movilización de tropas.

Nada de todo esto existía en la España de 1979-80: existían militares descontentos, algunos de ellos incluso horrorizados por lo que estaba ocurriendo. Y no eran pocos. Un año después exactamente del 23-F el comandante Sáez de Ynestrillas me explicaba en el interior de un vehículo que en ese momento, en las salas de banderas, los oficiales cogían monedas de 25 pesetas escupían en la cara del Rey y las arrojaban con desprecio al suelo. Ningún periodista especializado en información militar ignoraba que la opinión en los cuarteles era extremadamente crítica en relación a la transición. Ciertamente no todos expresaban su opinión en voz alta, pero eran muchos más los que compartían la idea de que “el honor está por encima de la disciplina” y muy pocos –si es que había alguno- se atrevían a defender a la clase política. El ministro Rodríguez Sahagún –el “puercoespín”, llamado así por su peculiar corte de palo al cepillo- era criticado con la mordacidad propia de las cantinas militares a última hora de la tarde; a Gutierrez Mellado se le trataba de “espía” y se le despreciaba como tal. Y no se trataba de actitudes adoptadas por unos pocos extremistas. Aunque la mayoría callaba, muy pocos estaba dispuestos a salir en defensa de la legalidad vigente, incluso de Gutierrez Mellado. Y esta era la realidad de la época y el estado de ánimo en los cuarteles guste o no guste recordarlo hoy.

Pero tampoco existían redes golpistas propiamente dichas. En realidad, la estructura particular de las fuerzas armadas hace que, la forma habitual de desencadenamineto de un golpe de Estado sea desde el vértice militar, no desde redes surgidas en las bases o en determinados niveles de oficialidad. Además, los partidos civiles que podrían apoyar un golpe, esto es, los partidos ultras y poco más, apenas tenían representación en el parlamento, podían movilizar grandes masas cada 20-N y en algunas fechas señaladas, pero no tenían entidad y consistencia suficientes como para poder ser considerados como “apoyo civil” de nada.

Y luego estaba el problema estratégico y especialmente el diseño del elemento táctico  culminante del pronunciamiento militar. En España, todo lo que emergió a partir del “Caso Galaxia” demostraba que los militares españoles desconocían lo que habían sido los pronunciamientos militares de los últimos 15 años en Europa e Iberoamérica y seguían teniendo como modelo conspirativo al 18 de julio de 1936, simplificado al alzamiento de un general y santas pascuas... Se olvidaba, por lo demás, que Franco había elaborado una estrategia golpista y… que se alzó en nombre de la legalidad vigente al considerar que el asesinato de Calvo Sotelo y la violencia política generalizada la estaba haciendo peligrar. Un grupo de carabineros extremistas había facilitado a Franco el “casus belli” para ponerse en marcha. Además, en 1936 estaba el “frente político” que apoyaría sin reservas el movimiento golpista, con la CEDA a la cabeza y, de manera mucho más activista, los nacionalistas de Albiñana, los falangistas de Primo de Rivera y Hedilla, los carlistas y tradicionalistas y una decena larga de grupos activistas juveniles. Nada de todo esto existía en 1979-80. El “frente político” estaba esquelético con un solo diputado en Madrid, y no era seriedad precisamente lo que evidenciaban el contenido de los gritos ultras, las soflamas de sus lídres o la negación misma de la marcialidad en sus formaciones paramilitares.

Además se daba otra circunstancia. Blas Piñar jamás apoyó ni se comprometió con ningún intento golpista, ni siquiera se interesó por tender puentes en esa dirección, tal como algunos le habíamos aconsejado tiempo antes. Por lo que se refiere a los falangistas, seguían en otra galaxia. Además, para el ciudadano medio, la ultraderecha era en grandísima medida culpable de la oleada de violencia: ¿No había matado un grupo vinculado a Fuerza Nueva a Yolanda González? ¿No habían pretendido los instigadores de la Operación Galaxia, esos militares ultras, invadir La Moncloa, secuestrar al presidente y obligarle a dimitir? ¿el Batallon Vasco Español no estaban asesinando a abertzales? ¿No se habían asesinado a 7 abogados laboralistas en Atocha? Incluso ¿no se insinuaba que detrás de los secuestros de Antonio María de Oriol y del general Villaescusa estaba la ultraderecha hasta el punto de que el propio Delle Chiaie debió entrevistarse con el hermano de Oriol para desmentirlo? ¿Con qué derecho hablaba la ultraderecha de “restablecer el orden” cuando esa misma ultraderecha era fuente de desorden e inquietud? En esa situación nosotros afirmábamos textualmente en un informe interior para la Dirección del Frente de la Juventud que “faltaban condiciones objetivas para desencadenar un proceso golpista”. Negábamos luego que “existieran redes golpistas cristalizadas y solidificadas”. Y acabábamos “Puede y debe crearse un aparato político favorable a una intervención militar dentro de la estrategia de fractura vertical dentro del sistema aprobada en el último congreso del Frente de la Juventud” y, llamábamos a estrechar relaciones y multiplicar contactos con militares golpistas, a la vista de la pasividad de Fuerza Nueva, en cuyas filas era habitual creer que el ejército ya se movería por su cuenta.

Antes decía que el “truco” de todo golpe de Estado es su concepción estratégica y algunos aspectos tácticos de indudable importancia: ¿Cómo se presenta el golpe ante la opinión pública nacional e internacional? ¿Cómo se justifica? ¿Cómo se presenta, en definitiva, entre los países del entorno geográfico y entre los alidos? Desde que salió a la luz el “Caso Galaxia” hasta que Antonio Assiego me intentó “vender” el enésimo golpe de Estado en la tardía fecha de 1988, la concepción táctica del golpe era invariablemente la misma: un grupo de militares, cojonímetro en mano, hacen una machada, ocupan la Moncloa, secuestran al presidente del gobierno, a todos los ministros y a María Santisima de paso si se deja, así el país queda indefenso… y, finalmente, los militares ocupan el poder, habría que concluir que “siendo felices y comiendo perdices”. Nada más. Dicho de otra manera: el ejército acude para salvar al país… de una situación que ese mismo ejército, a la luz de todos, ha creado. Así fue el 23-F y así fue como no se dan golpes de Estado, salvo en algún país africano claro está.

Todo esto se percibirá con más claridad cuando intente explicar, en la medida de lo posible y de mis conocimientos, lo que ocurrió aquel 23-F. Los hechos fueron poco más o menos como resumo.

Hacia octubre de 1980 un militar de nombre y rango perfectamente identificados que decía estar en el “entorno de Tejero” (pero del que otros decían que trabajaba para el CESID…) entro en contacto con un conocido responsable madrileño del Frente de la Juventud que sólo unas semanas antes se había reunido conmigo en París. Este dirigente era hijo de militar de alta graduación. El suboficial presentó una propuesta sorprendente: si el Frente de la Juventud estaría dispuesto a entrar armado en el Congreso de los Diputados.

La respuesta fue, naturalmente, positiva, por dos motivos: en primer lugar porque daba la sensación de que existía una conspiración lo suficientemente avanzada como para que durante unas semanas, el suboficial en cuestión y nuestro dirigente se reunieran en una cafetería de las inmediaciones del Congreso de los Diputados y fueran repasando, una a una, las características técnicas de lo que debía ser el asalto. Y, en segundo lugar porque una negativa hubiera supuesto el perder el hilo del asunto. Nuestro militante tuvo ocasión de ver el famoso “dossier” con los elementos esenciales de la planificación del asalto que luego, tras el 23-F, daría tanto que hablar. Supo así, dónde  se encontraban los escoltas, por dónde había que entrar y el camino para irrumpir en el hemiciclo. Conoció también lo esencial que debía de contener el espectáculo –porque era un espectáculo al fin y al cabo, uno más de una sociedad hecha de espectáculo-: violencia, disparos, gritos y, sobre todo, ausencia completa de signos externos. Se trataba –y este era el elemento táctico desencadenante del golpe de Estado- de que un “grupo terrorista” irrumpiera en el congreso de los diputados, secuestrara temporalmente al gobierno… permitiendo al ejército que, ante el vacío de poder, ocupara los resortes del Estado y recompusiera la deteriorada situación política.

Se trataba, pues, de elegir a una cuarentena de militantes con experiencia, valor probado en enfrentamientos con la izquierda y en las "acciones armadas" –eufemismo empleado para aludir a los atracos- y, preferentemente -se insistió en esto- que hubieran hecho su servicio militar. Las armas deberían salir del Gobierno Militar de Madrid. Y en cuanto a los uniformes los estaba comprando en esos mismos momentos Tejero, en el rastro de Madrid los domingos por la mañana.  Por lo que se refiere a los autobuses Tejero también se había encargado adquiriéndolos al promotor de boxeo Martín Berrocal con el dinero de un crédito solicitado por su esposa. Estos dos detalles que salieron a relucir en el Proceso de Campamento contra los militares implicados en el 23-F, confirman que la versión de que el proyecto inicial del 23-F contemplaba la posibilidad, no de que un grupo de Guardias Civiles entrara en el Congreso de los Diptados, sino que lo hiciera un “grupo terrorista no identificado” no es una construcción a posteriori para asumir un protagonismo inexistente.

Además, este dato tiene una ventaja adicional: da coherencia al golpe del 23-F. Lo absurdo, surrealista y grotesco de cómo se desarrolló finalmente –con Tejero entrando en el congreso- el episodio restaba toda coherencia y posibilidades de triunfo a la iniciativa golpista. En efecto, el coronel San Martín, entonces jefe del Estado Mayor de la División Acorazada, en ese momento de maniobras en las inmediaciones de Zaragoza, explicó en la mañana del 23-F que se iba a producir un “acontecimiento de máxima gravedad” y quienes lo oyeron no dudaron que aludía a un episodio terrorista. En esa situación, el golpe SI adquiría coherencia estratégica, porque el ejército “salvaba” a la sociedad y evitaba el vacío de poder. Era evidente que, desde el momento en el que se desencadenaba el elemento táctico y se restablecía la normalidad, las FFAA hubieran impuesto correcciones a la marcha de la transición. Toda esta coherencia (y la “presentabilidad” del golpe) se perdía si era el propio ejército (o una institución militarizada como la Guardia Civil) el que creaba directamente y sin tapujos el vacío de poder… ¿Cómo entonces ofrecerse para salvar el país movilizando los tanques en la calle cuando hubiera bastado un telefonazo de Milans o de Armada a Tejero para decirle: “Te ordeno que evacues inmediatamente el Congreso de los Diputados” en términos imperativos?

Esto explica también el porque la mayoría de capitanías generales comprometidas con el intento golpista, finalmente no respondieron al estímulo: efectivamente, reconocieron, no sólo que “algo había salido mal” y que, al entrar Tejero en el Congreso, el golpe era absolutamente impresentable, optando una jubilación tranquila en lugar de asumir el compromiso de poner a los tanques en la calle en sus capitanías. Lo que estaban viendo por la televisión no era lo que les habían dicho que iba a ocurrir. Solamente salió a la calle Milans; Pardo Zancada dio el paso al frente en la acción absurda de unirse a Tejero con su compañía de la Policía Militar de la División Acorazada… y poco más. El resto de militares entendieron perfectamente que con Tejero en el Congreso y el “se sienten coño” se había acabado la hipótesis golpista en medio de un aire sainetesco y chusco. De ahí la importancia de que fuera Tejero quien entrara en el Congreso. Con un guardia civil de uniforme, tricornio incluido, con los mostachos y el físico de Tejero, el guardia civil más conocido de toda España, nadie podía alegar que se trataba de “terroristas disfrazados de guardias civiles”: era Tejero, reconocible a años luz, era él, sin sombra de dudas posible, con su voz, con su acento, con su físico inconfundible es que había entrado de riguroso uniforme en lugar de los “terroristas desconocidos”...

¿Qué proponía el plan de ocupación del congreso de los diputados que fue memorizado y transmitido a nuestro camarada madrileño? Pues una serie de elementos que luego asumió Tejero. Se trata, por ejemplo, de entrar disparando al aire. Si revisan el vídeo de la toma del Congreso verán que en un momento dado se producen unos disparos absurdos al aire, aburdos porque ningún diputado estaba dispuesto a jugarse la vida, pero se trataba –espectáculo obliga- de que la población española tuviera, inicialmente, la sensación de que el asalto al Congreso registraba una máxima violencia. ¡Lo que Tejero jamás entendió era que el planteamiento de la acción táctica central desencadenante del golpe –el asalto al Congreso- variaba mucho si lo ejecutaba un “grupo terrorista” que si lo hacía él mismo! De hecho, no se trataba tanto de “tomar el congreso”, como de dar la sensación de que existía un vacío de poder generado por la actividad terrorista de un grupo desconocido.

El proyecto de asalto al congreso registraba también la forma de escape. Un Boeing esperaría en Barajas para trasladar a los “terroristas” al país que ellos elijieron (y que debía haber sido Chile…). Si repasan todas las informaciones publicadas en aquella tarde y en los dos siguientes, comprobarán que ese avión, efectivamente existía y que estaba dispuesto a despegar… ¡con supuestos terroristas, no con guardias civiles!

La pregunta siguiente a contestar es ¿por qué diablos el plan inicial –que durante un tiempo estuve convencido que había sido diseñado por el coronel San Martín, sobre lo que en la actualidad tengo mis dudas- no se cumplió? La respuesta es simple y enlaza con lo que he planteado en las notas de los capítulos anteriores sobre el Frente de la Juventud: desde el 14 de enero de 1981, lo esencial del Frente de la Juventud, incluidos Pepe Las Heras, treinta y tantos militantes más, incluido el dirigente madrileño que había sido contactado con el núcleo golpista… estaban en la cárcel. Sí, la policía, finalmente, había hecho la redada que yo esperada desde un año y medio antes, deteniendo a la columna vertebral del Frente, algo que hubiera podido hacer en cualquier momento, pero que resultaba sumamente sospechosa 30 días antes exactamente del 23-F.

Fue, en esos 30 días que mediaron entre el 12 de enro y el 23-F, cuando es presumible que Cortina, Iglesias o cualquiera de los “colaboradores” de Tejero cuyo entorno estaba literalmente trufado de funcionarios del CESID, le convencieran de que no podía fiarse de los civiles ultras, que no podía contar ni con la Primera Línea de Falange, ni mucho menos con los alegres muchachos de Fuerza Joven, sino que podía fiarse únicamente de sus guardias civiles de tráfico… lo que hacía inútil la utilización de los autobuses comprados anteriormente a Martín Berrocal y de las guerreras de deshecho compradas por él en el rastro de Madrid: no eran precisamente ni autobuses ni guerreras lo que faltaba en la unidad de tráfico de la Guardia Civil de donde Tejero sacó a sus hombres para ocupar el Congreso. Tiene gracia que “periodistas de investigación” como Pilar Urbano que en su libro “Con la venia, yo investigué el 23-F” explicara que Tejero había comprado autobuses, de los que dice con una seriedad pasmosa, que “no se utilizaron por la precipitación de aquellos momentos”, para decir unas páginas más adelante que el día antes del golpe, Tejero estaba jugando al dominó con sus guardias civiles de trafico… Así se hace en este jodido país el “periodismo de investigación y la madre que lo parió”.

Repasemos las fechas y los datos. El Frente de la Juventud estaba dirigido por una troika de tres personas: Pepe Las Heras como Presidente, Juan Ignacio González como Secretario General y el que suscribe como secretario político. Este grupo podía haber sido desarticulado en cualquier momento pues era unánimemente conocido que se financiaba mediante atracos y que en su local corrían armas a raudales. Sin embargo, durante dos años, nada había ocurrido como si el Frente de la Juventud hubiera estado blindado y protegido contra una desarticulación general. Y no sólo eso, sino que en alguna ocasión, elementos de un cuerpo de seguridad, incluso habían solicitado “favores”, algo tan “ingenuos y extraños” como el disparar contra una manifestación de Comisiones Obreras desde el tejado de las viviendas militares próximas al antiguo Ministerio del Aire. Por supuesto, se rechazo realizar la acción. Si se de ella fue precisamente por que me la relató Juan Ignacio González con todo lujo de detalles. Lo sorprendente es que en el curso de esa manifestación, justo en el momento en que otra manifestación de estudiantes intento sumarse, se desencadenaron violentísimos incidentes que causaron dos muertos entre los manifestantes… Alguien había decidido que justo en esa manifestación debía de haber muertos. La persona que decidió esta infamia, nunca habrá sido molestada por juzgado ni investigación alguna.

Y entonces la pregunta siguiente a plantear es ¿por qué el Frente no fue desarticulado antes y sí, en cambio, lo fue el 14 de enero de 1981?

La pregunta es muy sencilla de responder: por la sencilla razón de que, un mes antes, Juan Ignacio González Ramírez había sido asesinado. Con él desaparecía el elemento que, por algún motivo que ignoramos exactamente, pero que podemos suponer, taponaba la acción policial contra el Frente. Nadie podrá acusar a Juan Ignacio de haber traicionado a sus camaradas, ni de haber dejado tirado a ninguno, pero lo más probable es que se hubiera asegurado lo que nosotros llamábamos “protección aérea” para acometer la delicada tarea de ir financiando al Frente de la Juventud mediante atracos, con la garantía de que la policía no iba a llegar hasta el fondo de la cuestión.

Sobre el asesinato de Juan Ignacio vale apuntar algunas líneas. Yo en aquel momento me encontraba muy lejos de España y tuve conocimiento mediante los partes de Radio Exterior de España. Lo sorprendente es que dos horas después de cometido el crimen, ya habí llegado a la Radio la versión del mismo: “Se sospecha que ha sido asesinado en un ajuste de cuentas entre bandas de extrema-derecha”… Si tenemos en cuenta que el asesinato tuvo lugar a altas horas la madrugada, que debió venir la ambulancia, la policía, el juez de guardia, los periodistas, era rigurosamente imposible que solamente dos horas después, la policía ya hubiera improvisado una “versión oficial”. Veinticuatro años después, “alguien”, seguramente distinto, pero formado en la misma escuela, volvió a improvisar otra versión oficial el 11-M descubriendo diez minutos después del crimen que eran “los islamistas”… Decididamente no hay nada nuevo bajo el sol.

La secuencia de los hechos es la siguiente: asesinado Juan Ignacio, quedaba la vía libre para una desarticulación del Frente que con Juan Ignacio vivo no podía realizarse, seguramente porque conocía situaciones, complicidades y silencios que hubieran comprometido a mandos de la seguridad del Estado.

Los hechos en política no ocurren por que sí. Ocurren por que existe algún diseño lógico que los justifica. Los militantes del Frente eran los candidatos a entrar en el congreso de los diputados, pero no pudieron hacerlo… porque estaban todos encarcelados. El golpe así tomó otro signo: el de la chapuza y el sainete tragicómico, el de la incoherencia táctica. Fueron encarcelados tras la muerte de Juan Ignacio y con ellos, Pepe Las Heras, el presidente de la formación. Pero ahí no acaba la cosa, porque hubo algo que me afectó directamente.

A mediados de noviembre de 1980, la tercera persona que dirigía el Frente de la Juventud -esto es, el que suscribe estas líneas- y que había asumido su secretaría política desde el Primer Congreso, vivía en esos momentos en el exilio parisino. No era, desde luego, un exilio dorado pero tenía todo lo que necesitaba. Además, en Francia me movía con mi propio pasaporte ya que el delito por el que se me buscaba en España –apenas una manifestación- no era objeto de extradición. Era muy fácil para mí utilizar un pasaporte falso solo para desplazarme fuera de Francia y el mío propio para hacerlo en el interior del país. Pero eso cambió cuando L’Humanité, el cotidiano del Partido Comunista Francés publicó mi foto y mi supuesta vinculación al atentado contra la Sinagoga de París en rue Copernic. A partir de ese momento había dos posibilidades: o bien entraba en clandestinidad también en Francia o bien me entregaba a las autoridades ante la perspectiva de que en un plazo razonable se aclararía el asunto: pero ¿y si no se aclaraba? Había conocido casos de estos en los que un militante italiano era encerrado y solamente cinco o seis años después se desmotraba que no había tenido nada que ver con los hechos de los que fue inicialmente acusado. Las órdenes que había recibido eran, por lo demás, no dejarme coger. Y eso fue lo que hice recurriendo a la propia red de contactos completamente desconocida por la policía francesa y española, e incluso por los propios camaradas. Me apoyé en amigos y amigas personales, en editores, incluso en el Ejército de Salvación… y logré salir de Francia indemne. Pero, a partir de ese momento, la lejanía me impidió seguir de cerca la dirección política del Frente de la Juventud. Bastante había con sobrevivir.

Inicialmente no entendí por qué se me acusaba del crimen horrendo de rue Copernic. Lo atribuía a una venganza de algunos funcionarios de la policía española o quizás a un intento de cercar y desmantelar lo que entonces se llamaba “la internacional negra”. Pero, cuando un mes después resultó asesinado Juan Ignacio y cuando unas semanas después Pepe Las Heras y cuarenta militantes del Frente fueron encarcelados, no había duda: era toda la cúpula de la organización la que había sido diezmada en apenas 90 días… Los tres episodios estaban indudablemente vinculados entre sí. Dicho de otra manera: quien juzgó que había que vincularme a la ignominia del atentado de rue Copernic, quien decidió que había que asesinar a Juan Ignacio para “quitar el miedo” a la policía y permitir la desarticulación del Frente de la Juventud y el desmantelamiento de la organización, se albergaban en la misma estructura de la inteligencia española responsable de haber ideado el 23-F.

¿Y qué era, a la postre, el 23-F? Era el golpe que debía acabar con todos los golpes... No era el golpe de los “patriotas”., ni el de los ultras, ni siquiera el de los militares golpistas... Tampoco era el “golpe del rey”. Era simplemente el golpe “nassío pa morir”, esto es, diseñado para fracasar y sobre cuyo fracaso debía asentarse denitivamente el sistema político que todavía hoy tenemos.
 
© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.