Ultramemorias (IX de X). Entre la prolongada agonía y la renovación frustrada (4ª Parte) Miserias y esperanzas
Fue hacia principios de 1997 cuando me senté delante de un ordenador y me dije: “esto de Internet debe ser la hostia”. ¿Para qué engañarnos? En aquel momento ni pensé en los gurús de internet, ni en las sofisticadas perspectivas que ofrecía la cybercultura y que había podido anticipar gracias a las lecturas del cyperpunk, ni siquiera que en que en los últimos diez años mi vida había girado en torno al ordenador y, progresivamente, casi sin carme cuenta, en torno al modem, primero el de 256 kbs, luego el de 512, más tarde entorno al primitivo RDSI. Recordé, eso sí, que había visto el primer ordenador en el Paris de 1980, cuando funcionaban todavía a base de casetes y me dije que algún día yo debía de utilizar ese trasto. De Bolivia me fui a escape con un flopy bajo el brazo, de aquellos de 12 pulgadas anteriores a los PCs. Y casi mejor que no me pregunten por qué elegí ese bagaje y no otro. Luego, en la soledad de la VI Galería de la Modelo, el aburrimiento más absoluto me hizo mirar incluso los anuncios de las pocas revistas que me llegaban. Veía la publicidad de Appe, de IBM, y me decía que al salir debía de conocer esa técnica. Salí y lo primero que hice fue comprar uno de aquellos Amstrad PC 1512, clónicos del IBM original, cuya definición de pantalla, ausencia de disco duro, dos flopys y memoria RAM al límite de la indigencia, hoy harían sonreir. Con aquel trasto y de la mano de un procesador de textos lítico, aquel Word Star, entré por la puerta pequeña en un mundo nuevo y original que revolucionaría nuestro tiempo mucho más que las incendiarias proclamas de cualquier Bakunin improsivado o de todos los Mao-Tse-Tung y Lenin deducibles de la lectura del Manifiesto Comunista. Internet tardó todavía ocho años en incorporarse a mi vida. Antes, hice alguna incursión en aquella infame copia del Minitel francés, que fue la efímera red Ibertexto, al que hoy se puede contemplar con la compasión que se depara a los precursores desafortunados. Y finalmente, un día, en 1996 me senté ante un ordenador conectado a la red. En aquel tiempo para probar el invento o se acudia a www.playboy.com o a www.vaticano.com. Inútil decir por donde me inicié. Luego hubo que elegir entre Nestcape o Explorer, más tarde el gestor de correo electrónico y finalmente ver cómo carajo se podía colgar una web y así llegué al primitivo html y luego a java. De ahí salió mi primera Web: Disidencias, colgada en Tripod, que luego cambió de manos en varias ocasiones, perdiendo los jpgs e inhabilitando las partes en java. Si a eso unimos que puestos a perder, perdí los códigos de acceso, no es extraño que siga todavía agonizando en solitario y olvidada de todos con una media 125 visitas al día en el donde la dejé hace 10 años: Disidencias on|line press. Era inútil anclarse en el dominio de una técnica porque la siguiente, cien veces más brillante, simple y ventajosa, terminaba apisonando a la anterior en apenas semanas. Eran tiempo en los que no solamente había que pagar por estar conectados, sino que había que pagar también para que te dieran acceso a la red.
Las ventajas que, a primera vista, advertía en Internet eran las suficientes como para zambullirse en la red sin escafandra. No solamente las nuevas tecnologías te permitían contactar con el mundo, sino que evitabas las semanas de espera que un paquete de revistas o una carta tardaba en llegar a cualquier país europeo. Además, no sólo estaba cambiando nuestra forma de comunicarnos con el mundo, sino que también el mundo había cambiado. La larga noche felipista quedó atrás, el Muro de Berlín había cerrado lo que empezó en los astilleros de Danzig en 1980 y, tras la Segunda Guerra del Golfo la globalización parecía nuestro destino, como si el siglo XXI se hubiera anticipado; pero en realidad, desde mediados de la década de los 90 estábamos asistiendo al final de una era. En realidad, solamente tuvimos conciencia de que estábamos al principio de otra, no con las campanadas que nos trasladaron del año 1999 al 2000, sino con el desplome de las Torres Gemelas: habíamos entrado en la era del terrorismo internacional y de las convulsiones sin fin que van a recorrer trasversalmente nuestra desgraciada época. Si a finales del siglo XIX, Jack el Destripador pudo escribir con sangre que con el se había iniciado el siglo XX, el siguiente llegó con 21 meses de retaso, 12 años después de la caída del Muro, casi con precisión cabalísica.
En el período situado entre 1997 y 2001, resultó evidente que toda reconstrucción de fuerzas políticas, sociales o culturales en el futuro, se haría a través de la red. Y ese fue el problema: con inusitada rapidez todos los ultras, ultrillas, aspirantes a ultras, ultras reconvertidos, ultras de estricta observancia, ultras que querían dejar de ser ultras y no sabían como hacerlo, ultras cansados de militancia ultra, ultras fracasados políticos, ultras en la inopia, ultras con los pies en la tierra, ultras chivatillos, ultras mamoncillos, ultras místicos, ultras pescadores de almas y de carteras, ultras enmascarados, ultras sin parroquia y sin grey, ultras anormales y tarados ultras y no ultras y ultras culturetas, fuimos a converger a Internet, cuando Internet era prácticamente un erial y las webs de verdadero interés podían contarse con los dedos de la oreja.
Había dos problemas. El primero era que la falta de éxitos y perspectivas políticas del sector ultra corrían el riesgo de convertir internet en una trinchera fácil, una forma de “hacer política” eludiendo la militancia y el trabajo efectivo de base. Bastaba con tener un blog para “existir” en Internet, en principio, en plano de igualdad con cualquier otra web, blog o portal. Había el riesgo de que Internet se convirtiera en el sustituto del trabajo político, una herramienta más para el talk-show permanente al que nos había llevado la sociedad del espectáculo. Esto equivalía a que las impotencias, las ideas erróneas, las divagaciones y las pérdidas de tiempo, se traladaran a la red. Internet era un instrumento, no “el instrumento” que sustituiría a cualquier otro. Las carencias de la ultraderecha no iban a resolverse simplemente porque todos sus militantes tuvieran una conexión a Internet de ancho de banda aceptable. Es más, podía ocurrir, incluso, que aumentaran.
Luego existía un segundo problema que afectaba a todo usuario de Internet: aumentaba exponencialmente el descontrol en los debates, la falta de organicidad, la reiteración en los temas, la participación reiterada de gentes que no estaban preparados para debatir sino que con dificultades dominaban el silabario, el que todo quedara igualmente registrado ad infinitum, tanto las intervenciones que aportaran algo positivo como la morralla deleznable y, finalmente, era el lugar más apropiado para intoxicadores, en un ambiente en el que la figura del “enterao” (siempre he dicho que España es un país de “enteraos” y que aquí todos lo sabemos todo de todos y todos estamos “esteraos” de todo, pero en la ultra sin duda existen los más enteraos del país) y los macutazos a diestro y siniestro.
En aquellos primeros tiempos de nuestra incorporación a Internet los gurús de la red hablaban frecuentemente de Netwar y de la Cyberwar, es decir de la “guerra en red” y de la utilización de la red para la guerra, pero era previsible que, la ultraderecha inaugurase otro concepto, el de NetCivilWar, guerra civil en red, o el todos contra todos dentro de un mismo ambiente. Dele usted a un inmaduro una garrota o un ordenador y, a la postre, terminarán haciendo lo mismo: liarse a estacazos con el de al lado.
Al cabo de poco tiempo vimos las extraordinarias posibilidades de la red, tanto para construir como para hacer polvo lo poco que quedaba en pie. El Foro Disidencias impulsado por Enrique Moreno, fue el primer foro que realmente consiguió cristalizar en torno suyo, hace más de 10 años, a decididos partidarios de la renovación del sector. Fue a través del foro como aquel partido de cuya existencia había sabido unos años antes, Democracia Nacional, terminó por interesarme. Tenía un rasgo diferencial a todo lo que había conocido hasta entonces. No solamente resultaba claro que manifestaba una indudable voluntad renovadora, sino que la habían puesto en marcha, provista de un fundamento teórico: la doctrina sobre la “autonomía histórica”. Esta doctrina podría resumirse así: “no existen modelos en el pasado en los que podamos reconocernos a la hora de abordar una lucha política en el presente y, por tanto, el partido es libre para elegir en cualquier momento la línea que se adapte a las necesidad del momento a despecho de experiencias históricas pasadas”. Y se decía alto y claro, lo que evitaba viejas discusiones doctrinales sobre matices tan habituales entre los partidarios de las ideologías “históricas”, se evitaba también la maldición que pesará eternamente sobre la extrema-derecha española, sobre su vinculación al franquismo o la eterna polémica sobre símbolos y autocalificaciones (los miembros de Democracia Nacional son… nacional demócratas). DN era, pues, lo que el programa y los documentos de DN decían era.
Pérez Corrales, su presidente me remitió los documentos y, efectivamente, tenían rasgos diferenciales muy acusados (y, por tanto, sorprendentes). Otros, sin duda, con más capacidad teórica que yo, habían conseguido cristalizar en una doctrina política coherente, el ya viejo afán de renovación que algunos sosteníamos como imprescindible desde tiempo atrás. Así que una aproximación por mi parte a DN era lo que correspondía por aquello de que “lo semejante se une a lo semejante”. Aquella elaboración teórica había sido abordada por un antiguo miembro de CEDADE, Laureano Luna, de quien ya había leído algunos artículos pero que no conocía personalmente. Otro antiguo de esta organización, Martínez Artal había asumido una parte sustancial de los gastos. Pérez Corrales, procedente de Juntas Españolas, era el presidente de la formación. Y Pedro Alonso, antiguo del Frente de la Juventud, su secretario general. Así pues, DN era una especie de mosaico que había surgido de distintas fusiones operadas entre 1995 y 1996. En aquellos momentos, el Frente Nacional de Blas Piñar parecía tentado por unirse a Juntas Españolas, cuando bruscamente, Blas lo disolvió. JJEE, a su vez, se aproximó a otros dos sectores: los veteranos de CEDADE que habían ido a confluir con los supervivientes de Bases Autónomas, en lo que se llamaría Area Independiente, sumándose luego otros grupos minoritarios.
En cifras absolutas, todo esto suponía unos 600 militantes puestos sobre la mesa por Juntas Españolas y 200 más por el resto. La Falange de Morales en aquellos mismos momentos debía tener algunos militantes más, seguramente llegarían a 1.000 o quizás algo poco más. A sumar otros 1.000 dispersos en distintas siglas falangistas, grupos locales, y exotismos bizarros varios. Eso era toda la extrema-derecha de la época. Una comunidad que apenas llegaba a los 3.500 militantes. Pero si alguien pensaba que se había alcanzado el momento máximo de la crisis, se equivocaba.
A través de Internet lanzamos la idea de una candidatura unitaria para las elecciones autonómicas catalanas de 1999. La idea prosperó a pesar de que Catalunya era sin duda, una de las regiones más desfavorable para la expansión de este tipo de proyectos. El llamamiento se lanzó (y habría que añadir que tras la idea nos encontrábamos Enrique Moreno y yo), con eco superior al esperado. Era posible que, una experiencia unitaria que simplemente consiguiera detener la sangría de votos y obtener un resultado digno superior al 1%, consiguiera prender en el resto del Estado y en las formaciones ultras una voluntad unitaria.
En aquel momento, DN tenía la formulación teórica y programática más completa pero, sin embargo, la diferencial de militantes en activo jugaba a favor de La Falange. En torno a estos dos grupos, se polarizaba todo el interés, el resto eran meros acompañantes formales, pero ni estaban en condiciones de aportar militantes, medios, ni ideas. Si se lograba que DN y La Falange advirtieran, uno que podía impregnar con su bagaje teórico a un sector mucho más amplio y el otro que, le daban hecha su necesaria reconversión y que, en términos numéricos, tenía el volumen suficiente como para ocupar lo esencial de la dirección, podíamos entonar el “habemus partido unitario” a la vuelta de pocos meses y de cara a las generales del 2000. Esperanzas vanas, porque todo debía de torcerse en esos mismos días.
En principio, a pesar de que AUN era un partido ya prácticamente virtual en Barcelona, asistió a la reunión Ynestrillas al que le faltó tiempo en un descanso para liarse a hostias -off curse- con el delegado del devoto FE(i). DN estaba por la faena unitaria en aquel momento. Con La Falange era difícil aclararse exactamente si estaban a favor, en contra o todo lo contrario, incluso saber si estaban donde estaban o en cualquier otro lugar, lo que era más grave porque el que decía ser su secretario general estaba presente (y, por cierto, con una seriedad pasmosa decía conocerme desde 1980 y haberme conocido en actos en los que yo nunca había estado presente, lo que era todavía más inquietante). Luego estaban los de la FE-JONS de Diego Márquez que afirmaban existir aunque yo no andaba muy seguro de si eran un holograma virtual o incluso una calcomanía. Y, en cuando a los que albergaban el encuentro en su local, los ex piñaristas que después de un baño ynestrillista habían vuelto a llos páramos piñaristas, los de ADES (ya saben, “el reino de los muermos”), solamente pensaban en que la reunión no se prolongara mucho no fuera a ser que sus esposas terminaran inquietándose por la tardanza. Es lo malo que tiene abrir y cerrar un local durante 20 años a las mismas horas.
No hubo nada que hacer. La Falange –que a esas alturas ya había visto como Gustavo se había ido por la puerta falsa dejando a un tal López (al que rebauticé “Lopezón” por su desparramada humanidad) al frente- creía que no precisaba nada de nadie y que seguiría siendo fuerza hegemónica en la ultra por siempre jamás. Los de DN accedían a intentos unitarios, pero sin mucho convencimiento, entre otras cosas, porque estaban más al día que yo sobre el percal corría. Y en cuanto al resto, francamente, el resto contaba poco o no contaba. Así que en los años siguientes había que resignarse a que no hubiera partido y todo siguiera su curso descendente. Sin embargo, Internet seguía existiendo y aún pudimos lanzar un “proyecto unitario” en el mismo Foro Disidencias, que murió con más pena que gloria.
Así pues no quedaba más que una vía: si la unidad era imposible por agregación de grupos, la única forma de llegar a la unidad era que un grupo destacara por encima de los demás y se configurara como polo de atracción. Ese grupo, para mí, indiscutiblemente, era DN, a tenor de que su reflexión ideológico-estratégica era muy superior al resto.
Yo me debí integrar oficialmente en DN hacia principios de 2000. Conocí entonces a Nacho Mulleras, quien llevaba el grupo de Barcelona. A Nacho, el reloj de la militancia se le paró al disolverse Fuerza Nueva y evaporarse el piñarismo. No era falangista, ni de ninguna otra corriente ideológica, sino más bien franquista, lo que resultaba todavía más curioso en un partido que se había fundado con la “autonomía histórica” como eje. Así como otros tuvimos la suerte de conocer momentos intensos de militancia e incluso de aproximarnos a éxitos coyunturales o a realizar un trabajo político satisfactorio en revistas o en el extranjero, Nacho se embarcó en esto de la ultra cuando ya iniciaba su declive. Así que no pudo conocer más que desgracias. En 1999 me explicó todo lo que me había perdido en Juntas Españolas, la defenestración de Graells por aquello de los cursos particulares a chicas de buen ver, el ausentarse sin dejar señas de unos y de otros, Castejón incluido, el drama de tener que soportar un deshaucio y el “lanzamiento” judicial por impago de alquileres del local de Barcelona, las elecciones sin éxito y sin esperanza, y para colmo más de un camarada chorizo que les había robado hasta la cartera. Me decía con una seriedad pasmosa: “Pérez Corrales, quizás no sea el líder que necesitamos, pero no es un chorizo”. Y desde luego, no lo era. Llegué a apreciar a Nacho y sobre todo a entender el drama de los militantes que, sin haber conocido la exaltación de los choques con la izquierda, el exilio, la cárcel, las grandes movilizaciones que sucedieron a finales de los 70 y, al filo del milenio, se habían ido consumiendo en peripecias sin historia ni calado hurtando tiempo a sus trabajos, a sus familias, a sus hobbys y, en definitiva, a la vida.
En aquellos meses recordé perfectamente porqué desde 1975 no había querido saber nada más sobre el ambiente falangista: era imposible sacar nada en claro con ellos. No había forma de que definieran sus posiciones acaso por que eran presos de tres condicionantes que los incapacitaban: el espectro de José Antonio que acechaba desde el más allá (aquello del “pactaremos muy poco”), la sombra de sus problemas interiores (lo que podía satisfacer a unos, supondría un desengaño para otros así que, tiraran en la dirección que tiraran, la escisión estaba cantada) y los miedos de sus dirigentes que apenas eran capacdes de dirigir algo mas que una mercería y nunca en tiempo de rebajas, ni en horas punta (abrirse a gentes que no conocían, a perspectivas nuevas, les producía un vértigo y una sensación de vacío inenarrables, por lo demás, tenían un pánico indescriptible a que alguien les pudiera hurtar su menguadas huestas, abadonar sus cargos pomposos de “jefe nacional”, “jefes territoriales”, “jefes de centurias” y pasar a ser un militante de base). Así que no hubo forma de que aquello progresara.
La Falange emprendió en 2001 una extraña andadura que le llevó, como por arte de birlibirloque, a partirse en varios trocos y que como cualquier mineral que cristaliza en estructuras cúbicas, a cada golpe reprodujera la misma estructura solamente que en una dimensión más reducida, hasta llegar casi a nanodimensiones subatómicas. Además, tiene gracia, que siempre, en la ultra, cuando se planifica una iniciativa unitaria, al final acaben resultando más grupos de los que existían antes de las fusiones. Debió ser en 2001 cuando lanzaron, junto a los últimos piñaristas conscientes de que a la tercera les iba la vencida, un “Frente Español” (hábiles ellos, cuyas siglas coincidían con las de Falange Española; en ese ambiente estas cosas se tienen muy en cuenta, como para decir al “aliado unitario” ocasional: “si es que te la he metido doblada”…) en el que participaban los piñaristas, los de La Falange y un grupo valenciado agrupado en torno a José Luis Roberto que en aquellos momentos empezaba a tener fama inmerecida de “hombre más malo de España”.
Estuve ausente durante unas semanas del Foro Disidencias por cuestiones laborales y por un problema en las cervicales producto de anteriores accidentes, así que cuano volví me costó ponerme al día de la sopa de siglas nuevas en que se había convertido el ambiente. Por de pronto, había aparecido una Mesa Nacional Falangista como escisión de La Falange, contraria a la participación en el proyecto unitario. Pero esta MNF, a su vez, se había partido en otro grupo dando nacimiento a la FEA rediviva. Aun quedaba el tiempo en el que López dimitiera, se hiciera cargo de La Falange, Cantalapiedra para, pocos meses después volver a partirse (ya próximos al nivel nanométrico) en dos mitades. Señor, señor…
En cuanto al “Frente Español”, tal como había previsto, la incompatibilidad manifiesta entre los santos varones supervivientes del piñarismo anclados en sus valores católicos y puritanos y el grupo valenciano de Roberto, al que le precedía una fama como de golfo, terminó estallando. Cabe decir que Roberto gana en las distancias cortas y que, en principio no da la sensación de que sea ni más ni menos golpe que cada uno de nosotros (en el fondo la ultra tiene algo de ambiente de legionarios, mosqueteros y lansquenetes, aventureros, puteros y vividores que aman el buen vino, los éxtasis amorosos, los excesos y las noches locas de camaradería, activismo y ligoteo, así que rarillos son los que cenan a las 20:00 horas y se van a la cama a las 23:00 para acudir a misa de 8:00 por las mañanas). Por lo demás, las acusaciones de proxenetismo y de nacional-puterismo son, en cualquier caso, infundios propios de un ambiente que ha logrado dominar la técnica de construir leyendas urbanas a medida de cada uno que destaca solo un poquito del resto. Pero lo que estaba claro desde el principio era que la andadura de “Frente Español” descarrilaría por la incompatibilidad de humores entre los que acudían a misa de 8:00 y los que cerraban los pubs la noche anterior. Simplificando, claro está. Hay que decir también que, en aquel momento, yo militaba en DN, así que todo lo que perjudicara o taponara el crecimiento de DN consideraba una obligación torpedearlo en la medida de mis posibilidades –que, aún con cierta inmodestia, debo de reconocer que puestos a hacer el borde, no eran pocas-. Yo, en ese momento había optado por la estrategia unitaria basada en “uno destaca y los demás se unen”, así que no dudé en torpedear entonces la iniciativa de “Frente Español”. Sin embargo, debo decir que en ningún momento utilicé la mentira para esa tarea. La eslora de aquel proyecto me permitió, sin ninguna dificultad, atacar en dos direcciones.
La primera era la citada incompatibilidad de humores entre Roberto y López Dieguez. Pero el azar vino a poner otra a mi alcance. El la revista pro-etarra Ardi Beltza apareció un artículo sobre la extrema-derecha en el País Vasco. Desde todos los sectores de la ultraderecha partió un movimiento de solidaridad hacia los camaradas de la Falange Vasca, señalados con el dedo por los pro-etarras y, por tanto, en situación de riesgo. Así que leí el artículo. Era infantil, ingenuo, torpe y casi diría incluso, zopenco: era evidente que el artículo había sido elaborado e inspirado por quienes dirigían entonces aquel grupo, en un intento de victimizarse y de convertirse en el eje emocional del “Frente Español”. El intento era tan infantil que hoy, releyendo lo que escribí en la época, no puedo sino sonreir. A servidor, en cuya tarjeta de visita para acceder a determinados puestos de trabajo, puede figurar sin sonrojarme la ocupación de “Especialista en Operaciones Psicológicas”, basta que alguien intente algo parecido, en plan paleto, para que el aroma inequívoco lo detectara al tercer párrafo. El problema no era que un grupo local se hubiera querido presentar como “eje y centro” del proyecto unitario de “Frente Español”… sino que se había puesto en riesgo a militantes de base. Y ese era el problema: que con amigos así no hace falta enemigos y no lo decía por mí, sino por los que habían sido estafados en su sensibilidad y en su fe política por una operación infantil. Las explicaciones dadas por el “prota” fueron de tal calibre que poco después desaparecía de la ultra. Acabado el tema del “Frente Español”, olvidé ese asunto e incluso no tendría inconveniente en recomendarle al “prota” una abundante literatura (y mis propios apuntes) sobre “operaciones psicológicas” que de eso, créanme, sé algo. Cada cual está obligado a veces a actuar en función del lugar que ocupa mucho más que de sus filias o de sus fobias. En aquel momento a mí me correspondió, desde la tranchera de DN, demoler todo lo que impidiera avanzar a DN. Y la pulverización del “sector histórico” era una exigencia del rol que me correspondía.
Tras la eyección del grupo de Roberto, el grupo de La Falange entró en crisis, para variar. López, que veía en la unidad con los piñaristas, una tabla de salvación a sus problemas, terminó dimitiendo y, como digo, la cosa sirvió sólo para que este sector, que inicialmente contaba con las siglas La Falange, los piñaristas madrileños, la gente de E2000 en Valencia, terminara teniendo a cuatro falanges, los piñaristas reagrupados en la sigla AES y los valencianos siguieran con la sigla E2000 que durante mucho tiempo siguió teniendo un carácter local. Lo dicho: no hay como la unidad-unidad para alcanzar nuevos y siempre más avanzados estados de fraccionalismo.
Antes de todo esto, en mayo de 2000 asistí al congreso del Front National en París en la delegación de DN. Allí, precisamente, me encontré con Roberto al que hacía tiempo que no veía. Lo había conocido en noviembre de 1976 en el peor sitio para conocer establecer relaciones sociales, junto a la tapia de un cementerio. En efecto, durante el Congreso Nacional Sindicalista convocado por los Círculos José Antonio tuvo lugar un acto de homenaje a Ramiro Ledesma en el cementerio de Aravaca y allí que se fue Roberto para repartir panflejos de las J.O.N.S. Por cierto que cogí un panfleto, se lo llevé a unos amigos de Barcelona, supervivientes del Distrito VII de la Guardia de Franco, que se decían jonsistas y a los pocos días convocaron mediante anuncios por palabras en La Vanguardia una reunión. El anuncio, comprensible en aquellos momentos en los que los partidos seguía prohibidos, decía: “Grupo de amigos de Ramiro Ledesma buscan reunirse para realizar actividades”. Lo sorprendente fue que contestó algo más de una decena de personas. Una vez reunidas en el Velñodromo, un antiguo bar barcelonés, a poco de empezar la reunión, una chica pronunció la frase fatídica: “¿Cuándo viene Ramiro?”. Justo en ese momento, nos dimos cuenta de que para quienes habían respondido al anuncio, el tal “Ramiro” era considerado como un tipo enrollado que quería convocar fiestas. De todas formas, las J.O.N.S. arraigaron en Barcelona e incluso el sindicato C.O.N.S. mantuvo hasta bien entrados los 90 un local en la barcelonesa calle Consejo de Ciento.
Roberto era, así pues, un tipo de largo historial que profesionalmente parecía haber montado una compañía de seguridad que no iba mal. En aquellos meses, concidiendo con el congreso del Front National, estaba poniendo en marcha la Asociación Nacional de Locales de Alterne que luego daría mucho que hablar y haría que su nombre quedara vinculo para los anales al asunto de la prostitución si bien él se limitaba a asesorar jurídicamete a la asociacion. Venía a París representando a España 2000, la sigla que distintos sectores habían lanzado a prisa y corriendo ese año –el 2000- para participar en las elecciones generales. Tras ella se encontraban DN, el Vértice Social Español, el Partido Nacional de los Trabajadores y el grupo valenciado encabezado por Roberto. Vale la pena aludir a las siglas nuevas que acaban de aparecer. Sobre el Partido Nacional de los Trabajadores cabe poco que decir. Se trataba de una formación local murciana de la que nunca supe mucho, ni siquiera si tenía existencia real, aunque en mi opinión estaba próximo a la virtualidad más absoluta o quizás fuera un ectoplasma precipitado en alguna sesión espirita. Poco importa discutir sobre su entidad y orientación porque concluidas las elecciones desapareció, como siempre, sin dejar señas. Quede aquí un punto de misterio sobre una sigla a la que, lo que se dice ampulosidad, no le faltaba. Mucho más interesante fue el Vértice Social Español, tendencia organizada de La Falange que disputó la dirección a la tendencia “oficialista”, aquella caracterizada por una indefinición permanente y estuvo a punto de colocar a Miguel Ángel Vázquez –querido cofrade- al frente del grupo. Perdieron por los pelos –y me alegré no tanto por que a partir de ese momento, La Falange descurrió por meandros cada vez más raros, como porque al bueno de Miguel Ángel no le hubiera caído encima el marronazo de dirigir aquello que, por definición, era tan indirigible como indigerible- y dado que su docena y medio de miembros no necesitaban de la sigla para ser algo, la abandonaron poco después, con gran alborozo de los “oficialistas” liberados al fin de que alguien les impidiera llevar a La Falange hacia el precipicio, cosa que hicieron sin más apremio, con precisión y prestancia milimétrica. La prueba es que meses después el partido se partía de manera inenarrable.
Los resultados electorales de la coalición España 2000 fueron, como todo lo que se hace aprisa y corriendo, lamentables, tirando a patéticos. El último fleco lo tuvimos algunos a los que un camarada nos convenció de que asumiéramos un crédito solidario que acabamos de pagar seis años después con harto dolor de nuestros corazones y con alguna que otra bronca familiar. A los pocos días, casi diría horas, España 2000 se disolvió sin que nadie se preocupara de reunir a los fragmentos, al menos para intentar encontrar alguna explicación al por qué del fracaso. DN siguió a lo suyo, atribuyendo a otros el que no habían currado lo suficiente. El VSE se partió, yendo a converger algunos con Alternativa Europea y generando el Movimiento Social Republicano que logro sorprender con la triple consigna de “federalismo, socialismo, república”, a la que si no recuerdo mal, se añadió en algún momento la coletilla de “autogestión”. Otros eludieron ese enfoque y se configuraron momentáneamente como independientes, hubo alguno que coqueteó con DN, luego con la Plataforma per Catalunya y finalmente montó su propia sigla a imagen y semejanza de Pyn Fortuyn, Iniciativa Habitable. Y luego quedaba el grupo valenciano que, en realidad era una unión de grupos locales y que sigue manteniendo la sigla España 2000 hasta la fecha.
De nada había servido invitar a una lubina a la sal a Le Pen y al eurodiputado Jean Claude Martinez, cuyo apellido era una garantía de que, al menos en lo idiomático, no habría problemas, de nada sirvió tener una larga conversación con ellos e incluso realizar algunos pactos de ayuda mutua, la rueda de prensa a la que asistieron todos los medios de comunicación no sirvió para mucho más: los medios no publicaron la noticia y la visita no operó el efecto balsámico esperado. Era evidente que los medios solamente hablan de aquellos que pagan publicidad y hablan mucho de los que pagan mucho. La ultra solamente era noticia gracias a los desmanes de Ynestrillas hijo, a los imaginativos informes de Esteban, y a la última hostia que el último skin le propina al penúltimo guarrete. Mal asunto si lo olvidábamos.
Yo me quedé en DN pero con poca vida en el partido por limitaciones temporales. Al cabo de un año, nunca llegué a entender exactamente por qué, pero debo reconocer que a esas alturas ya era una tradición bien asumida por mí, hubo lío en la cúpula de DN y se perdieron para el futuro Pedro Alonso y Pérez-Corrales, cosa que en lo personal lamenté y mucho. Como siempre, creo que hubo muchos malentendidos y que habían otras salidas y no necesariamente aquella a la que se llegó. El caso es que ambos terminaron agotados y hastiados. Había varios fondos en aquella crisis. Martín Beaumont, al que le acompañaba en su tarjeta aquello de haber sido como quince o veinte años antes el “diputado más joven del PP”, había terminado abandonando el aznarismo con otros entre los que encontraba el antiguo jefe de Fuerza Joven, Javier Cutillas y un grupo bastante nutrido que años antes había decidido acompañar al PP en su travesía del desierto y ahora, en 1997, cuando tocaban las mieles del poder, bruscamente se dieron cuenta de que aquello no era lo suyo y se abrieron en forma de paraguas. Para mí resultó siempre incomprensible todo este trasiado: ¿qué habían visto en el aznarismo? y, sobre todo, por qué diablos, después de aguantar las tensiones de un partido de ese tipo, finalmente, cuando tocan poder, van los jodidos y lo abandonan… Podía entender que dada la esterilidad de la extrema-derecha buscaran otros horizontes políticos, e incluso que creyeran divisarlos en el PP, pero lo que me era imposible entender era cómo diablos lo abandonaban en el momento en que habían alcanzado el objetivo y trabajado como los que más para lleva a Aznar a la Moncloa.
En mi opinió, todo el problema derivó de que sus expectativas de alcanzar puestos relevantes quedaron decepcionadas y entonces vino el reflujo y el, “ay dios mío que estos nos han tangado”. Y se fueron. De ahí nació el PADE que recuperó el slogan de “hay un camino a la derecha”, sin preocuparse de si efectivamente existía. Cuando DN contactó con Martín Beaumont, Pérez Corrales tenía la esperanza de poder integrarlo en el partido. Lo invitaron a una universidad de verano en donde pronunció una inenarrable conferencia sobre “el populismo” en el que en mi modestia intelectual confirmé que el populismo no era nada aunque para Beaumont fuera “dar la razón al pueblo” que era como lo de la canción catalana aquella de “¿Qué mes voleu? Volem pa amb oli”. Hablé con Beaumont y con alguno de los suyos, lo suficiente como para advertir que pertenecían a ese tipo de gente que no se compromete en nada si no se le ofrece a cambio la perspectiva infalible de que será llevado bajo palio al parlamento. Luego Beaumont tuvo el mal detalle de firmar algunos mensajes en el Foro Disidencias como “Elena Atxaga” aludiendo a mí como “peligroso ultra” para luego alegar que con ultras como yo no se podía comprometer. Toda esta peripecia y tensiones internas entre Pérez-Corrales y Pedro Alonso de un lado y Laureano Luna y Christian Ruiz de otro, indujeron a los primeros a irse a casa. Creo que no fue la mejor solución y que en un partido como DN cabían unos y otros, y, en cualquier caso, todos los que no necesitaban palio bajo el que cobijarse. A todo esto el PADE siguió cada vez más desarbolado, Cutillas, tal como había hecho en Patria y Libertad, vivía en un mundo irreal y terminó disolviendo el invento esperando vanamente que el PP los llamara ofreciéndoles alguna canonjía.
En DN, el vacío dejado por Pérez-Corrales y Pedro Alonso fue sustituido por una Mesa Nacional de la cual emergió la figura de alguien del que me contaban que había sido cantante skin y cuyo principal mérito era haber aparecido en un telechou de Ana Rosa Quintana y no haber hecho el ridículo. Se trataba de Manuel Canduela, valenciano, que en 2004 se erigió en presidente de la Mesa Nacional. Lo de “valenciano” lo subrayo porque resultaba un misterio el por qué motivo DN era absolutamente inexistente en Valencia. Pero entonces -algunos por que consideramos que era buena que alguien se atreviera a ponerse al frente del asunto y otros porque no cayeron- no preguntamos a qué se debía que Valencia fuera un páramo para DN… a pesar de en otro tiempo haber contado con una fuerte base militante. Ignorar estos detalles siempre, antes o después se paga.
No solamente el partido era inexistente en Valencia, sino que en otras provincias también había problemas. En Barcelona, por ejemplo. Ignacio Mulleras, o “Nacho Canet”, o Nacho Mulleras, en cualquier caso, era de los fundadores de DN, pero, en realidad, su grado de identificación con la tesis de la “autonomía histórica” era nulo. También aquí, ignorar el detalle sobre la base de que era un tipo enrollado y bien dispuesto, no iba a ayudar en el futuro, a la vista de que albergaba la esperanza de poder reconciliar algún a DN con el piñarismo al que se sentía emocionalmente vinculado. Para ello, a la que se le daba la ocasión –recuerdo un 1º de mayo, sin ir más lejos- aprovechaba para glosar la obra de Franco ante el peor público posible para tales loas y alabanzas. Luego estaba Madrid. En la capital, el partido era poco menos que inexistente. Permanecí tres meses en la capital y el local, instalado en un lugar recóndito, de un lugar remoto, dejado de la mano de dios, era una barra de bar y un almacén de material. El bar era frecuentado lo más habitualmente por críos y allí empezaba y terminaba casi todo. En términos políticos, DN en Madrid capital fue siempre un cero a la izquierda. Sin embargo, a pocos kilómetros de allí, en Alcalá, había florecido un grupo local que consiguió arraigar y funcionar, más o menos, autónomamente, cosechando incluso buenos resultados en las elecciones municipales.
Los 800 militantes que tuvo DN en su fundación se fueron extinguiendo y posiblemente en 2001 no quedarían ni 250. Entre ese año y 2004 hubo un repunte, pero el crecimiento era débil, vacilante y, en cualquier caso, poco significativo. Por lo demás, Canduela tenía límites y el primero de todos, y que subyacía a poco de conocerlo, era su carácter. Hubiera sido un jefe de banda, incluso un responsable aceptable de un pueblo o de una localidad de mediano tamaño, pero dirigir un partido de carácter nacional era demasiado para él. Poco después se evidenció que su mal carácter, unido a una ausencia total de visión de futuro y a un carácter que de tan suspicaz entraría dentro de la definición clínica de paranoico, iban a generar problemas. En 2003, en un congreso al que asistieron más de 130 militantes (algunos de los cuales sobrevivimos milagrosamente a los chinches y ácaros de albergue instalado en la áspera meseta castellana), el hasta entonces ideólogo del partido, Laureano, demostró una postura crítica hacia Canduela el cual no le perdonó hasta expulsarlo semanas después y aprovechar para expulsar también hasta aquel que le caía mal. Se perdió una treintena de miliantes, nuevamente muchos de ellos de peso e irremplazables y delegaciones enteras.
Para mantenerse en el machito, Canduela empezó a dar cifras triunfales de militantes: “somos más de 500”, “nos aproximamos a 800”, “estamos cerca de los 1.000”. Los resultados electorales seguían siendo flojos, a pesar de que la tendencia era a ir aumentando votos, mientras que las formaciones clásicas ultras iban disminuyendo. En realidad, los medios económicos eran ridículos y los resultados estaban en relación con lo invertido. En 2004 estaba claro que había que dar un golpe de timón porque aquello corría el riesgo de eternizarse en un interminable “despegue” en el que se perdían pasajeros por vía de expulsión, por desilusión o por hastío. La línea de DN seguía siendo aceptable, pero el partido tenía que ampliar su base y había solamente una salida razonable: fusiones con otros grupos próximos, no sólo para sumar, sino también para desbrozar el terreno de siglas. Había demasiadas.
Aparentemente, excluidos los falangistas que seguían en lo suyo, esto es, escindiéndose, lo único que quedaba era AES (el piñarismo redivivo y algo rectificado) y E2000, el grupo valenciano que, contra todo pronóstico, iba sobreviviendo. Con este último Canduela se negaba a cualquier pacto, dándolo como irrecuperable a la vista de que a Roberto le correspondía el título de “hombre más malo de España”. En cuanto a AES… ¿Qué les voy a decir? En principio que era incompatible con E2000 a causa de la vinculación de Roberto a ANELA. Me contaban en la época que AES estaba dirigido por tres personas, una falleció prematuramente, y las otras dos que quedaban eran López Dieguez (del que Rafa Ripoll, el responsable de DN en Alcalá conocía bien e incluso tenía un feeling con él, me había dado detalles favorables) y Paco Torres, un murciano al que nunca he llegado a conocer. López Dieguez, parecía ser un abogado de éxito que gozaba de cierto patrimonio, emparentado con Blas, y decidido a adecuar algunos aspectos del piñarismo de siempre a la realidad española del siglo XXI. Pero esa adecuación parecía al paso de tortuga paralítica. Nacho Mulleras que me explicaba que alguien de AES le había explicado que les costo mucho aceptar lo de la separación entre la Iglesia y el Estado. En cuanto a Torres, me decían que era franquista, pero que era “mucho más político”. Desde el principio siempre ha considerado que un partido a la derecha del PP que solamente se diferenciara muy poco de él, quizás algo en el tema del aborto y de la oposición al mundo gay, que fuera un poco más patriota y que no negara su vinculación al antiguo régimen, jamás de los jamases tendría espacio político, por mucho que contara con la fe de sus miembros y con el apoyo del espíritu santo. La cuestión era si dejarles que se la pegaran ellos solitos y entonces ir a plentearles un trabajo común o hacer lo posible para evitar que se la pegaran.
No es que me hiciera excesiva gracias recontactar con los últimos mohicanos del piñarismo parcialmente reconvertido, pero a la vista de que en DN no había medios suficientes, ni siquiera, lo que era mucho más dramático, un dirigente que diera la talla y fuera mínimamente presentable, pues a lo mejor resultaba que con gente que profesionalmente parecía tener dos dedos de frente, era posible entenderse y pactar algunas líneas de trabajo. Resumiendo: lo que yo planteaba era coger el programa de DN y plantear a los de AES que lo asumieran. Era, desde luego, mucho más de lo que tenían a nivel de documentos (estamos hablando de 2004). Por lo demás, los piñaristas tenían pocos jóvenes y nosotros éramos un partido fundamentalmente de gente joven (y, en lo personal, a pesar de mis canas, seguía siendo un eterno adolescente que no sabía todavía lo que quería ser de mayor). Los que teníamos más de 40 años en DN tampoco teníamos grandes ambiciones, y veíamos en López Dieguez a una persona presentable y que podía asumir la dirección de un partido. Yo me sentía con los recursos políticos y argumentales suficientes como para inducirles a que rectificaran algunas de sus posiciones que veía problemáticas y condenadas al fracaso: no es que me opusiera a la posición que habían adoptado en relación al aborto, era que con ese caballo de batalla no podía irse muy lejos. Salvo en momentos en los que el zapaterismo aspira a hacer olvidar sus muchas carencias y saca el tema del aborto de manera cada vez más extremista, lo cierto es que el aborto es un problema menor de la sociedad española y, por lo demás, el PP ya ha adoptado una postura que no difiere excesivamente de la de AES. Así pues, por ahí lo que hay es una vía muerta. Desde mi punto de vista vale la pena oponerse al aborto por razones de tipo ético, por supuesto, pero también demográfico. No hace falta hacerlo desde una postura confesional. Hay otros problemas mucho más graves, empezando por la inmigración y 15 años de crecimiento económico ficticio, sobre los que AES no tiene gran cosa que decir. Así pues, me hacía la ilusión de que en una conversación larga, franca y distendida con los Dieguez y los Torres sería posible encontrar puntos de acuerdo.
La idea de un acercamiento entre DN y AES satisfacía sobre todo a Mulleras y es por eso que empezó a lanzar mensajes por su cuenta tan poco subliminales como alabar la obra de Franco en lo que debía ser un mitin “obrero” en Alcalá. Para matar a la criatura. Por lo demás, como es habitual, había un desenfoque en su punto de vista: no se trataba de “pactar” yendo a las posiciones insostenibles y antipolíticas de AES, sino de “atraer” a la dirección de AES hacia posturas mucho más realistas desde el punto de vista político; y la peor forma para eso era darles la razón y eludir los problemas de fondo. Para Mulleras lo primero era la unidad ante todo y en no importa que términos programáticos. Para mí lo esencial era llevar a la dirección de AES de una posición llamada irremisiblemente a fracasar, a una posición más política. De todas formas, no había mucho que hablar por que Canduela, como el jefe de banda que al final era, lo único que le interesaba era conservar el chiringuito.
En el IV Congreso, Canduela salió elegido por la mínima –aquellos inolvidables votos de la delegación de Alicante que pocas semanas después, parajódicamente, era la primera expulsada- frente a la candidatura de Rafa Ripoll. Estaba claro que en el plazo de dos meses, Ripoll sería expulsado… como así ocurrió. Asistí en enero de 2005 a la primera reunión de la nueva Mesa Nacional y me sentí completamente fuera de lugar. Canduela había montado una mesa de bajo perfil político, incapaz de abordar temas de calado y, por supuesto, sin fuerza, inteligencia, experiencia, ni capacidad para expander el partido. Decidí inhibirme de las reuniones y cumplir con mi cometido, confeccionar los comunicados. En aquel momento ya había lanzado en Internet krisis.info como canal personal de expresión. No había problema en seguir en el partido, pero retirándome poco a poco a segunda a la vista de lo limitado de su actuación y del carácter problemático de su presidente.
En eso que, a una de las escisiones de La Falange se le ocurrió convocar una manifestación. La gente es muy inteligente: primero convoca la manifestación y luego llama a la unidad lo que equivale a decir “chicos, iros poniendo a la cola que el campanazo lo doy yo y vosotros vais de atrezzo”. Y las cosas no funcionan nunca así. Si alguien quiere convocar una manifestación unitaria, primero lanza la idea a las cúpulas y luego el llamamiento y la convocatoria se realiza en común. Este mero hecho ya era suficiente como para percibir que tras la convocatoria había una forma rústica, simple y extremadamente ingenua de concebir la acción política. No juzgué necesario siquiera responder, pero Canduela me dijo que redactara un comunicado diplomático. Lo hice en términos tan diplomáticos como claros: si la convocatoria es vuestra, colegas, os arreglais vosotros; y ya enviaremos una delegación. A los pocos días tuve que enterarme por terceros que Canduela había enviado por sí mismo un comunicado solidarizándose calurosamente y prometiendo una asistencia devota y sincera. Si había actuado así era para satisfacer a un italiano con fama de millonetis enamorado de la figura de José Antonio Primo de Rivera y de la Falange, que, desconociendo absolutamente todo lo que ocurría a este lado de los Pirineos, tuvo la brillante de idea de recomendar a Canduela una aproximación a La Falange. Y éste, con la esperanza, de recibir algún óbolo, arrojó a la letrina la “autonomía histórica”, y tiró por la ruta de las necesidades de su peculio. Vulneraba así los fundamentos ideológicos de DN en el inútil acto de ponerse en el furgón de cola de una manifestación en la que a DN no le iba ni le venía nada. Así que ya tenía una excusa para dimitir y la utilicé ipso facto. No tenía intención de irme de DN como muestra de adhesión a los principios del partido, pero tampoco de ser cómplice de la dirección irresponsable de Canduela.
Dado que para todo paranoico, si no estás con él hasta la muerte –y preferentemente si no te suicidas antes- eres sospechoso, inmediatamente entré en el índice y poco después, creo recordar que 53 ó 55 camaradas fuimos expulsados de DN. Bueno, más perdieron ellos. En las últimas semanas había comentado con Mulleras algo que me preocupaba. Si “éramos casi 1.000”… ¿qué ocurría con las cuotas? Por que los gastos del partido eran mínimos y no superaban en ningún caso los 1.500 euros al més. ¿Cómo era posible que desde 2003 el partido no hubiera impreso ni un miserable boletín interior? Y a todo esto ¿quién era el tesorero de DN? No lo busquen, no había. ¿Y el libro de cuentas? Estaba hecho de la misma materia que el tesorero. Cinco años después de aquella crisis, DN acaba de sufrir otra exactamente igual: alguien que había aportado mucho dinero al partido, en el momento de ser promovido para la secretaría general, pidió los libros de cuentas. La respuesta fue la habitual: “hombre, si entre camaradas no hay confianza más vale que te vayas”… Y entonces, otra persona, entendió que los que desde hacia años sosteníamos que DN era una merienda de negros y el modus vivendi de un jefe de banda que no daba para muchos más, no mentíamos.
DN, a todo esto, seguía manejando los mismos documentos que había escrito Laureano en 2001 o el programa que yo realice en 2004, sin preocuparse siquiera de realizar correcciones para actualizarlo. De la autonomía histórica no queda nada. Las delegaciones nacen, crecen y mueren sin posibilidades desarrollarse y el 90% de la actividad se lo lleva Internet. Ahí están las webs y los foros de la DN de 2009 a disposición de especialistas y estudiosos en sectas.
Estuve tres años sin preocuparme mucho de la acción política hasta que el destino me llevó a abordar mi nuevo ciclo vital de cinco años en el campo alicantino. Surgieron algunos proyectos, contactos y terminé recalando en España 2000 que, a fin de cuentas, era lo único organizado en la Comunidad Valenciana y el único grupo que daba la sensación de estar en condiciones de movilizar gente en la calle, mantener una estructura estable y demostrar una voluntad de hacer las cosas con algo de cabeza.
Quedaba el espinoso problema de resolver la situación con Roberto, a la vista de que en los últimos cuatro años nos habíamos dicho de todo –y cuando digo de todo, quiero decir de todo- pero éste, a fin de cuentas, era un problema menor. Tanto Roberto como yo estábamos de vuelta de las descargas adrenalínicos de juventud y sabíamos que esos excesos correspondían al rol que cada uno había seguido defendiendo a sus respectivos partidos. Costó poco olvidar todos estos problemas y cuando me presenté como afiliado a E2000 quedó claro que yo era hombre de partido y que en ese momento mi partido era E2000. Desde entonces, en la medida de mis posibilidades, que no son excesivas, he trabajado para E2000 en la esperanza de que la experiencia adquirida en las 400 páginas anteriores pueda servir para algo.
Esto es todo lo que se refiere hasta hoy sábado, a las 17:00 de la tarde. Esto es todo lo que se refiere al pasado. Quedan unas líneas sobre el futuro.
© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.
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