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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

CINE

Edgar Neville, el maldito (I de V): La Torre de los Siete Jorobados

Infokrisis.- Casi en la cuna oí hablar por primera vez de Edgar Neville. Es un nombre pegadizo que tiene poco de castellano, seguramente por eso me llamó la atención. Luego, en mi juventud, el nombre desapareció y no hubiera vuelto seguramente a recordarlo, de no ser porqué hace quince años TV2 repuso La Torre de los Siete Jorobados, una extraña película dirigida, precisamente, por Neville. En los últimos días he logrado encontrar en emule la mayor parte de filmes de Neville, verlos ha supuesto sintonizar con algo que existe dentro de mí. Quizás en eso radica la maestría de los grandes directores que consiguen que cada espectador interiorice sus filmes y los haga suyos. Este es mi pequeño homenaje a Neville.

La afirmación madrileña de Neville

Creo saber que es lo que interesó a Neville de la novela de Emilio Carrere, La Torre de los Siete Jorobados, para llevarla al cine: el Madrid extraño que fue y ya no es, el Madrid del pasado, de un tiempo indefinido entre mediados del XIX y el advenimiento de la República, un Madrid en blanco y negro con escala de grises.

Cuando he visto recientemente las películas de Neville he experimentado la misma sensación que cuando escuché por primera vez la rapsodia para un concierto de Emmanuel Chabrier titulada España. Chabrier había recorrido España en 1882 anotando en su cuaderno las impresiones sorprendentes que la había causado la alegría de vivir de nuestro pueblo. Su Auvernia natal era tan diferente de nuestra España decimonónica que no dejó de sorprenderle. Al año siguiente, el edulcorado público parisino pudo oír esta rapsodia que, en junto a la Verbena de la Paloma, pintan el alma española de la época con singular maestría. Las composiciones posteriores de Chabrier ganarían en sofisticación técnica, pero perderían en espontaneidad y rotundidad. Siempre, cuando he estado lejos de mi país y sentido la morriña propia del emigrante, la España de Chabrier y la Verbena de la Ploma de Bretón me han ayudado a no perder el alma de mi pueblo.

Las películas de Neville nos ponen en contacto con un Madrid tradicional, premoderno, un Madrid mágico, soterrado, pobre, casi miserable, pero digno, alegre y confiado. Una de sus últimas películas, Mi Calle, exaspera esta tendencia que ya se adivinaba en La Torre de los Siete Jorobados. Entre ambas películas median quince años y ambas me confirman en la casticidad de Neville, paradójica todavía más a tenor de su nombre y apellidos. De hecho cuando en 1947, filma Nada, basado en la estremecedora y torturada novela Carmen Laforet (primer Premio Nadal en 1944), la acción transcurre en Barcelona, pero apenas hay nada que recuerde a la Ciudad Condal. Salvo el claustro de la Universidad de Barcelona, fácilmente reconocible, el resto de escenarios –incluido el Barrio Chino- remite al mismo Madrid que pintó en tantas películas. Y es que Neville fue madrileño y, no por haber ejercido como diplomático y viajado de Hollywood abandonó ese casticismo madrileñista que siempre le adornó.

Vale la pena insertar un comentario, justo aquí. Neville ha sido considerado falangista y franquista. Lo era –más falangista que franquista, a decir verdad- y resulta absurdo negar la evidencia, aunque sea precisamente esa evidencia y el culto a lo políticamente correcto practicado hoy, que la obra de Neville es desconsiderada y haya pasado al olvido. Más adelante insistiremos en las opiniones políticas de Neville y en sus ideas estéticas, baste decir ahora que su cine, y sus gustos, son los propios del régimen: madrileños en esencia. Esto no es condenable sino que explica algunos rasgos del franquismo, un régimen forjado esencialmente en Madrid y que muy frecuentemente estuvo de espaldas a la especificidad de su periferia. No es que fuera una conspiración anticatalana o antivasca, es que Neville era castizo y fue en la áspera meseta y en su centro, Madrid, en donde surgieron los grandes intelectuales y artistas del régimen, con las excepciones que pueden aparecer ahora en nuestra mente y que son eso, precisamente, excepciones.

Era en Madrid en donde el régimen tuvo su mayor acumulación de intelectuales y artistas. Y ellos estaban bien arraigados en el casticismo, ¿podía exigírseles otra cosa? ¿alguien tiene derecho a demandarlo? De la misma forma que el arte de Gaudí es inseparable de la luz del Empordà, la estética de Neville lo es del Madrid situado entre dos siglos. Y, a fin de cuentas, es mucho más madrileña que española, de la misma forma que la alegría de la España de Chabrier o de La Verbena de Bretón, son más madrileñas que españolas.

La Torre de los Siete Jorobados, una película extraña

Estrenada en 1947, La Torre de los Siete Jorobados es, en cierto sentido, arcaica en relación a su tiempo. Remite al expresionismo alemán que había hecho fortuna veinte años antes. De hecho, algunos diseñadores de los decorados procedían del cine alemán y ya habían trabajado para el expresionismo. Hay algo gótico en aquella película que haba el mismo lenguaje del Doctor Mabusse o del Gabinet del Doctor Caligari: espectros, acción subterránea, seres deformes, lo onírico y lo criminal mezclado con la inocencia y lo objetivo, hacen de ésta una de las mejores películas de cine fantástico español

La idea partió de la lectura del libro del mismo nombre publicado por Emilio Carrere. Precisamente, la película se estrena el año de la muerte de Carrere. Éste, por su parte, había recibido influencia de los poetas simbolistas franceses, también le atrajo la obra de Heine y del polifacético Henri Murger. A principio de siglo Rubén Darío constituía su norte estético.

A partir de 1907 a colaborar con la colección El Cuento Semanal de Eduardo Zamacois de la que mi abuelo había legado a mi madre varias decenas de ejemplares. A partir de ese momento Carrere se especializa en personajes surgidos de los bajos fondos madrileños, marginales de todos los pelajes, subproletarios torturados por la vida delincuentes y artistas hermanados en tabernas y problemas. En definitiva todo el submundo madrileño de la época.

Y todo esto, naturalmente, le lleva a interesarse por las supersticiones populares. Era cuestión de tiempo que contactara con los medios teosóficos y con el espiritismo más conspicuo. Trabo una buena amistad con Mario Roso de Luna, el más brillante y exuberante de los teósofos españoles, aunque también uno de los más desmadrados. En casa del compositor Ricardo Corral realizó también prácticas espiritistas.

Por supuesto, con estos antecedentes no podía asumir sino un socialismo mítico, más utópico que científico y más ácrata que partidista. Si no se adhirió al anarquismo fue por la mala costumbre de esta corriente de recurrir al pistolón y a la bomba. Sus andanzas por los barrios bajos le llevan a convertirse en jugador impenitente.

La inesperada herencia de su padre –que jamás vivió con él, ni nunca lo reconoció- le llevó como el burlanga que era a quemar más fondos, comprarse un piso y un automóvil y, de paso, hacerse monárquico. Evidentemente, evolucionaba, pero no se detuvo aquí. En 1935, no sólo era anti-republicano sino también redactor del Informaciones, en la que defendió entusiásticamente a Mussolini. Después de la guerra colaborará con los carlistas de Evaristo Casariego y coqueteará con el régimen franquista que se dejó querer por él.

La obra de Carrere ha sufrido por esto dos olvidos: el primero del propio franquismo que no hizo nada para salvar su obra, especialmente porque esta contenía “elementos mágicos” (procedentes de su etapa teosófica y espiritista) y un segundo olvido a partir e 1975 cuando todos los que habían sido “autores del régimen anterior” pasaron al índice.

La Torre de los Siete Jorobados, publicada en 1924, es pura literatura gótica, casi diríamos “mágica”. Tanto es así que cuando Neville la adaptó, eliminó personajes, pero sobre todo desterró el papel que la magia y el ocultismo tenían en la edición original de la novela y si lo hizo no fue porque no considerase que éste era uno de los elementos más atractivos del relato, sino porque la censura de la época, ya controlada por el nacional-catolisimo (el Eje estaba perdiendo la guerra, Serraño Suñer había sido destituido y los nacional-católicos habían sustituido a los nacional-sindicalistas por conveniencias del guión franquista) jamás hubiera permitido una alusión teosófica o espiritista. Hay en La Torre de los Siete Jorobados, algo de terror, mucho de ficción, bastante de cine policiaco, pinceladas de leyenda urbana y todo ello bajo el común denominador del casticismo.

La película es hoy objeto de culto para todos aquellos cinéfilos españoles que aprecian el cine elaborado en nuestra tierra. En el curso 2002-2003, Ana Rosa García Cabezón elaboró una tesis doctoral sobre esta película en su curso de doctorado sobre Modernidad y Tradición en los umbrales del cine sonoro. Hemos conocido la existencia de esta tesis después de visualizar la obra de Neville y nos llama la atención el que su autora coincide plenamente con nuestros puntos de vista.

¿Por qué eligió Neville la obra de Carrere para realizar una película? Es simple, ambos son almas gemelas: nocturnidad, casticismo, arraigo en el Madrid antiguo, bohemia… Neville, por lo demás, había vivido su infancia y juventud en Madrid

¿De qué va la película? Basilio Beltrán (Antonio Casal) es un jugador supersticioso de escasa fortuna, fundamentalmente una buena persona –en la novela es un perfecto imbécil- que tiene la costumbre de acariciar la chepa de los jorobados para obtener una buena suerte que jamás llega. En una de las partidas de ruleta un misterioso y siniestro personaje que solamente puede ver él le indica los números a los que tiene que apostar, ganando siempre. Es Robinsón de Mantua, un espectro, que convence a Basilio para que descubra a su asesino en la novela y en la película preocupado por la vida de su sobrina Inés (que no aparece en la novela). El muerto ha vuelto para que Basilio, presentado como “sensitivo”, pueda proteger a su sobrina. La temática espiritista es evidente. Los jorobados constituyen una peligrosa organización criminal dirigida por el “doctor Sabatino” (encarnado por Guillermo Marín uno de los mejores actores de la postguerra). Sabatino es un personaje culto y educado, marcado por su deformidad física y que ha decidido crear una organización criminal compuesta por los que son como él y escondida en cuevas y pasadizos situados bajo Madrid, cuya salida a la superficie es la torre que la nombre a la película.

Cuando la trama se traslada a los subterráneos y a la torre siniestra se diría que estamos viendo un filme expresionista. El propio Sabatino evoca en sus gestos y en su mirada al Nosteratu de Mornau o al Doctor Caligari de Robert Wiene. Sabatino, en la novela es un brujo y nigromante, factores de su personalidad que han desaparecido en la película, pasando a ser un jorobado resentido con la sociedad que le despreia y que, impulsado por eso se dedica a la falsificación. Sólo muy discretamente conserva el rasgo otorgado por Carrere de hipnotizador.

Es, así mismo, una de las primeras y mejores películas del cine negro español que tanto atraía a Neville, no en vano construyó otras dos –Domingo de Carnaval y, particularmente, El crimen de la calle Bordadores- que inauguran este genero en nuestro país. Es posible que Neville, amante y seguidor del expresionismo alemán siguiera el ejemplo de Fritz Lang (ver los artículos sobre Lang y el expresionismo alemán en Infokrisis) y realizase excursiones en el género negro que el director alemán inicia con M. el Vampiro y con muchos filmes de su etapa americana.

Hay cierto simbolismo en la película. Mientras que en la novela, los subterráneos apenas aparecen y la “torre” se eleva hacia el cielo, Neville se ha visto influido, no sólo por el expresionismo alemán, o por novelas de género como Misterios de París de Eugene Sué, sino también por los descubrimientos arqueológicos que tienen lugar en los años inmediatos de la postguerra, cuando Madrid empieza a reconstruir las heridas que ha pasado en la guerra civil y al removerse tierras, aparecen rastros arqueológicos nuevos que contribuyen a reemprender los estudios históricos sobre el origen de Mantua Carpetana, la actual Madrid.

Al mismo tiempo, el subterráneo sugiere tinieblas, mal, angustia y esa desesperación que habían vivido los madrileños durante tres años de guerra en los que el frente de combate estaba prácticamente a la puerta de sus casas. Neville figuró entre los vencedores, pero llama la atención que, aun a pesar de haber realizado filmes de propaganda política por encargo de Franco, nunca encontramos ni un reproche, ni un gesto de revancha, ni siquiera una sombra de odio hacia los vencidos. Él, que fue falangista, presenta en una de sus películas la estremecedora escena del falangista muerto en una refriega abrazado al anarquista y en su última película, no tiene inconveniente en presentar al republicano como amigo del marqués a cuya ayuda acude cuando vienen a buscarle los milicianos, desapareciendo ambos en la vorágine de las sacas y los fusilamientos. Parece absolutamente increíble que Neville, algunos de cuyos amigos habían muerto en la contienda y que apoyó sin fisuras a Franco, nunca quisiera realizar ajustes de cuenta históricos, ni mucho menos evocar pretendidas “memorias históricas”, sino que tuvo claro la necesidad de superar el conflicto.

Está claro que en aquella época existía angustia y pobreza, y esa miseria moral y espiritual que Neville logra transmitirnos en La Torre de los Siete Jorobados. Hay que decir que la película apenas estuvo siete días en cartel y pasó desapercibida para una crítica que empezaba a mirar a Hollywood y había adoptado como norma desconsiderar la producción española. Los críticos consideraban que solamente podían ser benévolos –y más que benévolos, entusiastas- de los filmes de carácter histórico que entonces proliferaban y gozaban del favor del régimen (Alba de América, Jeromín, Los Últimos de Filipinas, Agustina de Aragón, etc.), filmes con los que el régimen intentaba popularizar sus temas favoritos (el Imperio y la independencia nacional, los valores de heroísmo y patriotismo, etc.). Neville era hostil a este cine y, o bien su película no fue entendida en la época, o bien los críticos no se atrevieron a aludir a la obra de un escritor maldito y de un cineasta que iba camino de serlo.

Cincuenta años después…

¿Por qué hemos empezado nuestro estudio sobre Neville a partir de una película que en su tiempo no gozó del favor del público? Hay una explicación. La primera es que cuando la vimos nos llamó profundamente la atención, hay en todo artículo un elemento subjetivo que no podemos evitar. Ahora bien, una parte del cine español conoce perfectamente la obra de Edgar Neville; no lo confiesa porque en la industria del cine española reconocer los méritos de alguien que hubiera tomado partido por el bando nacional, es, simplemente, una herejía de consecuencias incalculables para su carrera profesional.

Ahora bien, la influencia de Neville y de esta película en concreto, es fácilmente visible en una obra como El Día de la Bestia de Alex de la Iglesia en la que el tipismo cañí encarnado por Santiago Segura y el ambiente surrealista que le rodea, la sordidez de los espacios nocturnos en donde ha de nacer el anticristo, y, sobre todo esa escena final en la que los protagonistas se encuentran bajo la estatua del Ángel Caído en el Parque del Retiro madrileño.

Me resultó inevitable establecer los paralelismos entre ambas películas, así que volví a ver La Torre de los Siete Jorobados hace poco, 15 años después de descubrirla por primera vez. Ya entonces me sorprendió que la película, arcaica en su elaboración y limitada en su presupuesto, conservaba toda su frescura y su ritmo seguía estimulando al espectador a llegar hasta el final. Es una película que no ha quedado superada por el tiempo. Hace poco volví a ver Tacones Lejanos de Almodóvar. Lo lamento, pero me aburrió. Y es que la diferencia entre el buen cine y el cine intrascendente radica en que el interés que despierta el primero no pasa jamás, mientras que el otro no resiste un segundo visionado. El cine de Neville pertenece a la primera categoría y más de medio siglo después de realizado a conservado su aroma y su frescura.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http//Infokrisis.blogia.com

Marathon-film (XIII de XIV): “Azul oscuro, casi negro”, reconciliándonos con el cine español

Marathon-film (XIII de XIV): “Azul oscuro, casi negro”, reconciliándonos con el cine español

 

Infokrisis.- Esta es la película que el cine español va a pasear en los próximos festivales internacionales. No es una mala película. De todas formas se da la paradójica circunstancia de que la cinta la salvan los actores secundarios. Y ni siquiera la historia central es la que más llama la atención. Una película aceptable cuyo director, de no dormirse, se irá curtiendo en próximas producciones.

De la “comedia madrileña” a la “tragicomedia española”

Sería difícil encuadrar esta película en un género concreto. Algunos la han considerado una tragedia, sin embargo es frecuente que durante la proyección se nos escape alguna sonrisa e incluso algo más que una sonrisa. No es, desde luego, una película cómica, así que podemos encuadrarla dentro del género de tragicomedia.

En algunos momentos esta película nos recordó los primeros films de la llamada “comedia madrileña” urdida en torno a la “movida” y cuyos productos más evolucionados (y, frecuentemente, impresentables) son los “últimos Almodóvar”. De todas formas, reconocemos que es difícil encuadrar esta película que entretiene. Esto es lo mínimo que se puede pedir a una película, y mucho más si está subvencionada con el 33% por el ICO. No podemos decir que se haya tirado el dinero en esta ocasión.

La película va de un joven cuyo padre, portero de inmueble, sufre un infarto cerebral y él tiene que sustituirlo, mientras conjuga este trabajo (que le  resulta insoportable) con el de estudiante de económicas. Al acabar la carrera, naturalmente, el título universitario no le sirve absolutamente para nada, a tenor de que sus limitaciones económicas y el cuidado de su padre le han impedido realizar los consabidos masters en el extranjero, los únicos que garantizan que un título español sirva para algo más que para tapar una mancha de humedad en la pared.

Para colmo, su hermano está en la cárcel. Allí, conoce a otra reclusa en el Taller de Teatro y ambos mantienen vis-a-vis hasta que él es puesto en libertad. Ella quiere tener un hijo (lo que le facilitaría su estancia en la cárcel), pero él, tiene una variz en un testículo que lo hace inhábil para la paternidad, así que, una vez en libertad, le comenta a su hermano –el economista-portero- que vaya a la cárcel a dejarla embarazada. El chico tiene una novia en el inmueble que sí se ha podido permitir hacer el consabido master en Londres y que, por las trazas, pertenece a la tribu de las “pijas” o poco le falta.

A partir de estos datos, la historia es previsible: el economista-portero y la presa terminarán enamorándose y aquel cortará con la “pija”. No hay gran cosa de original en esta historia. Pero, paralelamente a ella, se desarrolla otra, sin punto de contacto con ésta. El portero tiene un amigo habituado a espiar a los vecinos desde el terrado del inmueble. En una ocasión localiza un piso de masajes gays y divisa a su propio padre requiriendo un “servicio”. Luego lo vuelve a ver una y otra vez. Hasta que él mismo siente la tentación de acudir al masajista y “probar”. Hay aquí una sexualidad poco experimentada y propia de adolescentes en la que aparecen problemas de identificación sexual. Finalmente, padre e hijo mejoran la relación, e incluso la madre está al cabo de la calle de las aficiones del padre.

En realidad, lo que el director nos ha vendido son dos historias en una.

Cuando los actores secundarios salvan la película

Ninguno de los dos actores principales, ni Quin Gutierrez, ni Marta Etura, consideramos que sean los adecuados para desempeñar sus respectivos papeles. Se les ve excesivamente encorsetados y, a menudo, inexpresivos. Y esto es lo sorprendente: que todo el resto del casting está mucho mejor elegido. Desde el padre en silla de ruedas aquejado del infarto cerebral, hasta el otro padre saltarín y mariquita, pero, especialmente el hermano taleguero –Antonio de la Torre- y el amigo a la búsqueda de sus señas de identidad sexual –Raúl Arévalo-. De hecho, son estos secundarios los que salvan la película.

El hermano taleguero parece haber salido de un casting carcelario. Certificamos –y puede creerse en nuestra experiencia- que el tipo representado es habitual en todas las prisiones de la geografía carcelaria española. Y, en cuanto al amigo bisex o poco menos, el actor –que ya había aparecido en algunas series de televisión, la olvidable “Al Salir de Clase”, entre otras- consigue que, a la postre, el triángulo entre él, su padre y el masajista gay, gane en interés y polarice la atención del espectador. Si vais a ver la película, fijaos en estos papeles secundarios, cómicos, tiernos y, a la vez, buscavidas y mangantones.

¿Qué le pasa al cine español que cuando una película sale más o menos bien, los méritos no corresponden a los mejor pagados? Pasa que manos negras imponen a unos actores (amigos de los amigos), en detrimento de otros cuyas carreras parecen bloqueadas y encasilladas en papeles secundarios. Pasa que al cine español le queda mucho tramo por recorrer y, de no elevarse el listón de la profesionalidad, no le auguramos mucho futuro (a la espera de que “Alatriste” pueda salvar la temporada, y lo dudamos porque a Vigo Mortenssen nos da la sensación que le falta un hervor).

El director, Daniel Sánchez Arévalo, acaba de irrumpir en estos pagos y de él se espera mucho. La película está bien dirigida, no se hace pesada ni aburrida en momento alguno, ni mucho menos cargante. El director se mueve cómodo a través de un guión que él mismo ha escrito y abundan las pinceladas de ingenio y los toques de ironía. Creo que es su primera película y que antes se había curtido en la dirección de media de docena de cortos.

¿Vale la pena verla? Si, para tener la conciencia tranquila de que no todo el cine español es un bodrio impresentable a lo “Eisi Disi” o a lo “Torrente Tres” o a lo “Pocholo y Borjamari” o a los últimos Almodóvar en los que los topicazos, las neurosis de su autor (que terminan siendo pesadas, reiterativas y soplagaitas) malogran cualquier intento y aburren hasta a los incondicionales del manchego.

Esta película, no siendo perfecta, merece un notable y demuestra que en nuestro país las subvenciones no tienen porque ser dinero tirado para que unos directores desaprensivos se busquen la vida con el mínimo esfuerzo. Aquí donde dijimos hace una semana que “La educación de las hadas” era un bodrio infumable, sosote, aburrido; ahora, con “Azul oscuro, casi negro” y con “Un franco, catorce pesetas”, hemos recuperado la confianza en nuestro cine.

De todas formas, falta que este cine artesanal y bienintencionado se transforme de una vez por todas en industria-espectáculo. Eso, o Hollywood seguirá teniendo la bota apretando al cuello de nuestro cine, a la espera de que aparezcan por aquí, masivamente, películas facturadas desde Hollywood, o comedietas chinas. Sí, porque los chinos, antes o después, aprenderán a hacer un cine que resulte aceptable en Europa. La nueva China no va a ser sino una ampliación del Hong-Kong de hace veinte años. Así que ese va a ser nuestro [triste] destino.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

 

Maratón-film (XII de XIV): “Apuntarse a un bombardeo”, buenas intenciones aparte…

Maratón-film (XII de XIV): “Apuntarse a un bombardeo”, buenas intenciones aparte…
 
 
Infokrisis.- Como el valor al soldado, las buenas intenciones se le reconocen al director de este docudrama, el asturianos Javier Maqua. El trabajo trata sobre la presencia de seis "brigadistas" asturianos en Bagdad durante la invasión norteamericana. El problema no es el "savoir faire" de Maqua (que conoce bien su oficio), sino la endeblez estructural de los protagonistas, verdaderas caricaturas del "humanismo solidario y progresista". Una película sólo apta para antiyanquis primarios y humanitarios sentimantalistas en ejercicio...  
 
 

Resumamos el contexto: poco antes del estallido de la guerra de Irak, un grupo de “brigadistas” españoles fue llegando en vuelos de 100 en 100 a este país y sumándose a otros contingentes venidos de otros países. Con su presencia trataban de disuadir a los norteamericanos de lanzarse al ataque. Los brigadistas españoles estaban movilizados con la Asociación de Amistad y Solidaridad con la Causa Árabe. La mayoría de brigadistas se fueron de Irak cuando los EEUU lanzaron su ultimátum, pero un grupo de seis asturianos y dos vascos se negaron a abandonar el país y quisieron compartir la suerte del pueblo iraquí. Los seis protagonistas asturianos relatan su experiencia en este docudrama. Tal es lo que puede decirse del contenido de este documental. Pero, claro, siempre es posible añadir algún comentario más.

Cuando el cine español recordó su antiamericanismo de izquierdas…

El documental, según nos comentó su director, se realizó artesanalmente utilizando cámaras Betacam alquiladas, se realizó en tres días y, además de las entrevistas con los brigadistas, se utilizó solamente el material que ellos mismos habían filmado en Irak durante los días del conflicto. El millón y medio de pesetas que costaron los desplazamientos, hoteles y gastos de montaje y edición, fue cubierto por el actor Guillermo del Toro, “Willy”, al que sin duda recordarán por su presencia en la serie televisiva “Siete Vidas” y en varias películas españolas de los últimos tiempos.

Por algún motivo que resulta difícil de explicar, la inmensa mayoría de miembros de la Academia del Cine (y las excepciones pueden contarse con los dedos de una mano y es posible, incluso, que sobren) tienen opiniones de izquierda. Es la resaca de la transición, cuando Santiago Carrillo (el eximio verdugo de Paracuellos, ya que estamos con esto de la “memoria histórica” y el “guerracivilismo” resucitado por ZP) repetía por activa y por pasiva lo de la “unión de las fuerzas del trabajo y de la cultura” y se consideraba que alguien “inteligente y con cultura” solamente podía ser de izquierdas y, si se nos apura, de izquierda comunista. De todo aquello, hoy ya no queda nada o casi nada.

De hecho, la Academia del Cine es el último baluarte de las buenas gentes de izquierdas. Lo que no está tan claro es si la Academia del Cine pertenece al mundo de la cultura o de la agitación política demodé, con contenidos arqueológicos, verdaderos atavismos de los tiempos en los que Marx, Lenin y Mao eran tan intocables como Freud, Nikos Poulanzas o Sartre… ídolos, todos ellos, tan caídos como el Muro de Berlín. Por algún motivo, los miembros de la Academia del Cine experimentan una especie de satisfacción insana cada vez que tienen la posibilidad de hacer una profesión de su fe política… como si no percibieran el ridículo que están haciendo, manteniendo posiciones y posturas superadas por la historia, desacreditadas por su crueldad y dogmatismo, y olvidadas para las nuevas generaciones.

Aquella ceremonia de los Premios Goya de 2004 en la que absolutamente TODOS los que subían al escenario se creían obligados a llevar la pegata del “no a la guerra” y a balbucear torpemente una soflama antiamericana, dejó como “daño colateral” este docudrama del bueno de Maqua, del que, por lo demás, podemos incluso reconocerle su sinceridad y el servir, sin duda bastante mejor que otros miembros de la Academia del Cine, a lo que él considera “su causa”.

Movimiento por la paz y el no a la guerra ¿movimiento espontáneo?

Es posible que Maqua no se haya enterado muy bien de lo que ocurrió en Irak y de por qué aparecieron los “brigadistas”. Cuando los EEUU utilizaron la guerra como estrategia para aproximarse a los campos petrolíferos iraquíes, Saddam Hussein era perfectamente consciente de que el inicio de las hostilidades implicaba su derrota militar. Nadie puede vencer a la maquinaria militar norteamericana, salvo su propia pesadez e ineficacia bélica. Los estrategas de Saddam Hussein percibieron que el esfuerzo debían situarlo especialmente en Europa, estimulando un fuerte movimiento por la paz, creyendo que estaría en condiciones de frenar la embestida de los EEUU, restarle sus aliados europeos y, en definitiva, disuadir al coloso yanqui de la aventura militar. Tal era la estrategia de Saddam Hussein.

Luego existía una segunda opción estratégica: si la guerra era inevitable y los EEUU se lanzaban al asalto, resultaría absolutamente imposible contenerlos, así que lo mejor era que las unidades de élite del ejército iraquí no entraran en combate, sino que, situadas en torno a Bagdad, se disolvieran en el último momento, guardando grandes depósitos clandestinos de armas para, tras la ocupación, articular una resistencia (la llamada “insurgencia”) que en unos años conseguiría desanimar a los EEUU de seguir en Irak, aún a costa de sufrir muchas bajas.

De todo esto, naturalmente, los Brigadistas no sabían absolutamente nada. A lo largo de la película demuestran que su capacidad de análisis político es cero absoluto. Demuestran incluso no saber que el movimiento por la paz al que pertenecieron, no solamente no era una manifestación espontánea de un loable sentimiento humanista… sino apenas un elemento táctico lanzado por Saddam Hussein. Maqua y los brigadistas parecen no saber que el movimiento por la paz se lanzó con dinero iraquí, que este dinero llegó a España por diferentes caminos: uno de ellos la representación diplomática cubana, otro “socialistas árabes” como el argelino Ben Bella que llegaron a España con maletas cargadas con el dinero de Saddam. Es posible –aunque no tenemos la prueba- que también recibieran dinero de la República Popular China, si bien es cierto que, en esas fechas, los servicios secretos chinos trabajaban codo a codo con los cubanos y, de hecho, habían “subcontratado” parte de sus misiones a la inteligencia cubana enclaustrada en las embajadas, especialmente en la española.

No hubo nada espontáneo en aquel movimiento, como tampoco lo hubo en la anterior oleada pacifista, allá por los años 80, cuando una Unión Soviética cada vez más debilitada por la sangría de Afganistán, el esfuerzo militar armamentístico y la disidencia de “Solidarnosc”, veía horrorizada como los EEUU se disponían a distribuir en Europa mísiles nucleares de corto alcance que imposibilitaban de una vez para siempre una eventual ofensiva por la frontera del Telón de Acero. También en aquella ocasión se puso en marcha un formidable movimiento pacifista… teledirigido, por supuesto, por el principal beneficiario de ese pacifismo: la URSS. En 2003 ocurrió exactamente lo mismo, sólo que el impulsor del movimiento por la paz y su máximo beneficiario era Saddam Hussein.

Vale la pena hacer aquí una precisión: si hablamos de esto es, no sólo porque conocemos el tema, sino porque en su momento nos mostramos contrarios a la invasión norteamericana y, aún hoy, no tenemos el más mínimo inconveniente en reconocer que Aznar no solamente se equivocó, sino que ni siquiera supo explicar su opción con argumentos convincentes. Ya en su momento dijimos y escribimos que el “pacifismo” que expandía el movimiento “no a la guerra” no era nuestro “pacifismo”, que los motivos por los que se oponían ellos a la guerra eran completamente diferentes a los nuestros. Hoy lo seguimos manteniendo y el visionado de este docudrama nos ha confirmado en este orden de ideas.

¿Brigadistas? ¿Qué fueron las Brigadas de la Paz a hacer en Irak?

El fondo de la cuestión es que los personajes que Maqua nos muestra como “heroicos y virtuosos”, en realidad son unos pobres diablos que ni siquiera tenían claro lo que estaban haciendo allí; sus motivos eran muy diferentes unos de otros y, para colmo, algunos de ellos ni siquiera eran pacifistas sino, pura y simplemente, unos analfabetos políticos en los que el pasado comunista de la mayoría era evidente. Seres sumidos en las más profundas contradicciones. Vamos a enumerarlas.

En un momento dado, los seis brigadistas se han encontrado en casa de una de ellas, en un pueblecito asturiano (el mismo en el que nació Maqua). Están reunidos y hablando; uno de ellos, enfocado por la cámara, se adelanta y deja ver tras él… un busto de Lenin. Maqua nos contó que había querido realizar una cinta sin interés partidista; nos dijo que en la casa había banderas republicanas, vascas y parafernalia del estilo “izquierdista retro”. Al filmar las escenas y montar la película, “limpió” esos “signos externos”, pero se le escapó el busto de Lenin.

Tener el busto de un “santo laico” como Lenin es suficientemente significativo de por dónde van los tiros. No estamos ante pacifistas consecuentes, sino antes ex miembros del PCE, que AUN siguen convencidos de que la mejor opción por la paz era la URSS, el Vietcong, la guerrilla del Ché, los RPG-7 sandinistas o… el propio Lenin. Pero Lenin era cualquier cosa menos un pacifista. Que se lo pregunten a la familia del Zar, a los muertos en la guerra civil contra los blancos, a los marineros de Kronsdat, a los cientos de miles de zaristas fusilados y a los millones de muertos por hambruna en aplicación de los principios del “socialismo”. Lenin no fue un santo, ni siquiera laico. Tener su imagen dice mucho sobre las convicciones y, especialmente, sobre las contradicciones de la dueña de la casa: una pacifista de 65 años de la que sería muy interesante conocer su pasada militancia política.

Y ahora verán ustedes lo que eran las “Brigadas por la Paz”. ¿Brigadas? ¿Por qué Brigadas? Brigadas en honor de las Brigadas Internacionales que combatieron en España. No es que especulemos, es que el propio Maqua nos explicó que, precisamente en recuerdo de las brigadas estalinistas que lucharon en España, la Asociación de Solidaridad con la Causa Árabe adoptó este nombre. Item más: para mayor INRI la “Brigada” llevaba el nombre… de un brigadista iraquí muerto en la guerra de España.

Solamente unos merluzos redomados o unos cínicos impenitentes pueden ignorar la historia y desconsiderar el hecho de que las Brigadas Internacionales, no solamente no tuvieron nada que ver con la paz, sino que fueron la punta de lanza del estalinismo en España. Y, por lo demás, no solamente no eran pacifistas, sino que militaron siempre en la izquierda comunista y, los menos, en el trotskysmo… no solamente los primeros se comieron, en sangrienta purga, a los segundos, sino que luego siguieron comiendo de la mano de “papá Stalin”. Y, aparte del juicio político que pueda hacerse sobre los motivos del estalinismo para cometer sus atroces purgas, lo cierto es que de Stalin, como de Lenin, decir que fueron pacifistas es algo grotesco y que evidencia, solamente, la pobreza de ideas con la que se movían los “pacifistas” españoles que fueron a Irak.

¿Cuál era su tarea en Irak? “Dar testimonio de lo que allí pasaba”. En realidad, no era exactamente ésta. Saddam jugaba la carta de la propaganda. Su objetivo era desacreditar el papel de los EEUU mostrando los destrozos causados por el uranio empobrecido y el bloqueo económico de 1990 a 2003. Y en este sentido hay que decir que, aparte del hecho de que fuera pura propaganda lo que vieron los brigadistas en los hospitales iraquíes,… las atrocidades no eran menos ciertas. Como seguramente también eran ciertas las atrocidades cometidas con los kurdos en 1990 que a los brigadistas parecieron no importarles mucho. Es triste ser un instrumento de propaganda de un régimen, cumplir con fidelidad perruna este cometido y ni siquiera enterarse. Pues bien, eso fue lo que le ocurrió a nuestros brigadistas.

Las motivaciones para ir a Irak

Maqua nos comentó –y no tenemos por qué no creer en su palabra- que algunos de los brigadistas ni siquiera sabían quién era Julio Anguita. Esto introduce otro elemento en la ecuación: carecían de la más mínima capacidad de análisis político o, si lo queremos decir con más rudeza, eran unos humanistas ingenuos, políticamente analfabetos a pesar de que alguno perdió los mejores años de su vida en el PCE.

A partir de mayo de 2002 era evidente para los analistas políticos que los EEUU iban a invadir Irak. En los días posteriores al 11-S ya se valoró esa posibilidad, sólo que entonces Ronald Rumsfeld sentenció: “Saddam Hussein es un hijo de puta, pero no es el hijo de puta de esta historia”. El hijoputa, para entendernos, era Bin Laden y el régimen talibán. Dos años después, el propio Runsfeld sentenciaba de nuevo que Saddam había alcanzado el dudoso honor de ser considerado como hijoputa por parte del Departamento de Defensa…

Si a partir de mayo de 2002 nadie podía llamarse a engaño, a partir de febrero de 2003, cuando el ejército norteamericano estaba concentrando ingentes cantidades de material bélico en Kuwait y Arabia Saudí y multiplicando sus esfuerzos diplomáticos por ampliar la base de la “coalición” (aquí es donde entran los bigotes de Aznar), era evidente que la guerra era imparable, se hiciera lo que se hiciera. ¿Valía la pena protestar en la calle? Pfff, quizás sí, pero sólo como forma de manifestar la desvinculación de Europa de los proyectos agresivos y expansionistas del neoconservadurismo americano. Y la mayor parte de los que se manifestaron lo hicieron sin unas motivaciones claras, “por la paz, no a la guerra”, que equivalía a decir: “no me calienten la cabeza con argumentos, soy solamente pacifista, del resto no entiendo nada”. Y de hecho, los brigadistas no entendían nada.

Julius Evola expresaba en “Cabalgar el Tigre” que, cuando estamos subiendo una montaña y nos viene un alud encima, lo más razonable es apartarse. Lo más probable es que si intentamos parar el alud, termine arrastrándonos consigo. Eso fue lo que les pasó a los brigadistas. No fueron conscientes de que NADA NI NADIE iba a parar a la maquinaria de guerra norteamericana y decidieron que con la infantil e ingenuo-felizota iniciativa de irse a Irak, Bush dudaría sobre si bombardear aquel país e iniciar el conflicto… Santa candidez de gentes, no por cándidas menos cortitas.

Nos cuesta, sinceramente, creer que los brigadistas fueron a Irak porque amaban la paz. Este tipo de gestos, normalmente, suele tener raíces más profundas y personales. Durante el docudrama, nos dio la impresión de que aquellos brigadistas no habían hecho nada más bueno en su vida que irse a Irak. Nos recordaban aquellos amigos que apenas han vivido otra aventura grande y diferente en su vida que la de irse al servicio militar. De regreso se pasan años contando sus “aventuras”, inevitablemente intrascendentes y farragosas, frecuentemente deformadas y amplificadas con el prisma del tiempo.

Los brigadistas quisieron vivir –por encima de su deseo de manifestar su oposición a la guerra- “su aventura”. En un momento dado, una de las brigadistas manifiesta que hubiera querido quedarse en Irak y… apuntarse a la insurgencia. Cuando su compañero le explica que siempre ha habido causas similares (y lo peor es que las enumera: Vietnam, Nicaragua… pero no oímos nada sobre la ocupación soviética de Afganistán o sobre la destrucción de Budapest por el Ejército Rojo o la invasión de Checoslovaquia) ella dice “pero esta es MI guerra”.

Se quiere vivir una “aventura” cuando se ha experimentado un fracaso o una incapacidad: fracaso emotivo, fracaso en una relación, fracaso profesional, fracaso en los estudios, fracaso laboral. Estamos íntimamente convencidos de que todos los brigadistas que aparecen en la película experimentaron, antes de su marcha a Irak, cualquiera de estos fracasos. En realidad, lo llevan escrito en el rostro.

Sirva como ejemplo el personaje más entrañable de la historia. Teresa, que ha invitado a los brigadistas a su domicilio en Asturias. No se habían visto desde que regresaron de Irak, hasta que Maqua los animó a reunirse y los filmó. Teresa es un caso patético. Su hijo murió cuando ella se encontraba en Irak. El dolor que experimenta toda madre al perder a su hijo solamente puede ser mayor por la ausencia y, en este caso, por las circunstancias de la pérdida (el hijo se suicidó después de haber matado a su mujer en un caso de violencia doméstica). Probablemente, si Teresa hubiera educado a su hijo de otra manera, si hubiera estado encima suyo durante los años formativos y si, en lugar de practicar cultos idolátricos a la estatua de Lenin, hubiera estado cerca de su hijo, esta tragedia asturiana no se hubiera producido. En ocasiones, los progresistas se empeñan en participar en campañas por la paz y la humanidad en el quinto pino y se olvidan de que en su entorno precisan mucho más de ellos que el “pueblo iraquí”.

Hay que añadir que en el docudrama aparece el embajador cubano tratando con los brigadistas españoles (¿recuerdan lo que les decíamos sobre el espinoso papel de los servicios cubanos en el movimiento por la paz y el no a la guerra de Irak?) y que el propio gobierno iraquí, cuando la guerra fue inevitable, les instó a repatriarse. Era evidente que, en el momento en que hablaran las armas, la presencia de esos brigadistas iba a ser especialmente cargante para el régimen iraquí.

La última contradicción: el petróleo

El fondo de la cuestión de este conflicto era el petróleo y la alianza de EEUU e Israel. Sobre las causas de la guerra ninguno de los brigadistas está en condiciones de explicar nada. No entienden lo que han visto, ni son capaces de interpretarlo más allá de algunas ideas generales y básicas. Uno de los brigadistas alude al “petróleo”, pero tiene gracia que la película se inicie con la llegada de este brigadista a la casa de su compañera Teresa,… en coche.

La pregunta demagógica a realizar por nuestra parte es: estos brigadistas tan bienintencionados y cándidos, ¿hubieran sido capaces de renunciar a llegar todos ellos en coche privado al domicilio de Teresa? Si les hubieran dado a elegir entre asegurarles la paz o el suministro de petróleo ¿qué hubieran elegido? La cuestión era ésa: asegurar el suministro petrolífero y, por tanto, el crecimiento industrial, y eso implicaba una guerra por el petróleo, o bien –como la España de ZP ha elegido, en contraposición con la opción de Aznar- tener unas lóbregas perspectivas en el suministro petrolero y ver cada día cómo se encarece un poco más el carburante. Los brigadistas, con sus coches, parecían querer el “oro” y el “moro”, el oro de la encomiable obra humanitaria que aforraron yendo a Irak pagados por Saddam, y el petróleo para el utilitario que, eso sí, no se lo toquen.

Hay que decir unas palabras finales: solamente los que están predispuestos a elevar a los altares a estos brigadistas pueden considerar su acción como digna de encomio. Para los críticos como nosotros, esa gente fue a Irak en un dramático intento de huir de su realidad y de sus frustraciones. No hace falta conocerlos al dedillo para advertirlo. La película, como nos decía Maqua, es “dura y se dirige a los sentimientos”… pero los sentimientos son irracionales, y lo irracional es siempre subjetivo y engañoso. Los brigadistas fueron a Irak a tener la aventura de su vida. Si lo hubieran pensado racionalmente jamás se habrían apuntado a ese bombardeo.

Por lo demás, justo es reconocer que “Willy” Toledo fue el pagano de este documental. No hubo subvención pública. Millón y medio (de pesetas…). Se podía haber estirado más. Pero la "solidaridad" y el "no a la guerra" dan de sí lo que dan de sí. No hay más cera que la que arde. Y, fuera de pose y el gesto dramáticamente rebelde, hay poca cera, mucho cerumen y mucha más caspa progre

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 25.08.06

Marathon-film (XI de XIV): “Cars”, más allá del futurismo, la deshumanización

Marathon-film (XI de XIV): “Cars”, más allá del futurismo, la deshumanización

 

Infokrisis.- En este repaso del panorama cinematográfico en XIV películas, no podía faltar el género de animación. En el fondo el que esto escribe es como un niño grande y canoso. Confesar que, en el fondo, nos lo hemos pasado moderadamente bien viendo "Cars", indica que seguimos siendo eternamente adolescentes. De todas formas esta película -como las anteriores a las que hemos pasado revista- nos va a servir como excusa para realizar una reflexiones sobre el actual momento de civilización.

“Cars”: argumento sencillo, diversión por diversión

Un coche de carreras, egocéntrico y descerebrado, se pierde por la famosa Ruta 66 de los EEUU y va a parar a un pueblo de la América profunda. Todos los protagonistas son, obviamente, coches y, por tanto, el nombre del pueblo no podía ser otro que Radiador Springs. Incluso los insectos que merodean por allí son “escarabajos” (Volkswagen) con alas…

De la mano de un Porsche, tan pijo como femenino, y de un Hudson Hornet del 56, nuestro protagonista Rayo Mc Queen (seguramente en homenaje a Steve Mc Queen) conoce el valor de la amistad y modera su temperamento alocado. Ha habido otros más rápidos que él: Doc Hudson, el mítico “Hudson Hornet” que ganó tres veces consecutivas la “Copa Pistón” a la que él quiere presentarse ahora.

Después de este período de educación en Radiador Springs, Mc Queen compite en la “Copa Pistón” y está a punto de ganar pero, finalmente, renuncia a llegar el primero para ayudar al tercer competidor que ha sufrido un accidente… Estas cosas solamente pueden pasar en la América irreal e imaginada, y siempre a título moralizador y edificante. Como allí no hay santos que puedan ilustrar el comportamiento de los jóvenes, se recurre a super-héroes para presentar modelos. Lo cual no deja de tener un punto grotesco. El final no es, desde luego, lo mejor de la película.

Cuando la virtualidad es superior a la realidad

Hace solo cinco años las películas de dibujos animados se realizaban fotograma a fotograma, con leves innovaciones a la técnica inaugurada por Walt Disney en los años 40. Hoy es posible realizar el mismo efecto, un poco más barato y de manera mucho menos ardua, utilizando baterías de ordenadores que rendericen sin parar fotograma a fotograma, y un programa de diseño en 3D que suponga una evolución avanzada del mítico “3D Studio Max” con el que se compusieron las primeras animaciones a finales de los ochenta, incluida la saga del “Parque Jurásico”.

Lo mejor no es el argumento, ni siquiera la mayor o menor gracia de los dibujos, lo mejor es la técnica que se ha utilizado para componer la película. Los reflejos del sol sobre las carrocerías han alcanzado un grado tal de perfección que se puede decir que, en general, los efectos perseguidos han creado un mundo virtual superior en perfección al mundo real. Y esto es grave, como veremos.

Las texturas son las mejores que hemos visto en realidad virtual. Los movimientos alcanzan la perfección de los choques y los accidentes, tan habituales en las películas americanas, suceden sin que ningún especialista se rompa la crisma. En cuanto a las expresiones de los coches, son más humanas que las de esos actores inexpresivos cuyo rostro de escayola transmite menos que una papaya reseca.

No lo duden: las modernas técnicas de animación están creando un mundo virtual más perfecto que el real, una imagen expandida y detallista de la realidad con un grado muy superior de fidelidad que el que nuestro sentido de la vista puede proporcionarnos. Y esto es grave.

Un mundo sin lo humano no existe

Al salir del cine caímos en la cuenta de que todo lo que habíamos visto en los 120 minutos de proyección era virtual. Lo humano no aparecía por ningún sitio, salvo quizás en los créditos y, desde luego, el mérito no lo merece ninguno de los dibujantes y diseñadores, sino sobre todo los creadores del software utilizado, verdadero hacedor de la película.

El mensaje de la película es: la velocidad es la reina de nuestra civilización, y las más veloces son las máquinas. Fuera de la velocidad no hay nada. Es más: quien no es veloz como el rayo, es un paleto. Y los paletos en la película son presentados como tal, a través de los tractores y el encantador coche grúa.

En otras películas de dibujos animados habíamos visto a peces (“Buscando a Nemo”), monstruitos (los dos “Shrek”), monstruazos (“Monstruos SA”), películas sentimentales y melifluas (“La sirenita”, “Aladino”, “El rey león”) o completamente intrascendentes (“Madagascar”) [como se ve seguimos este género con fruición]. Siempre las animaciones estaban inspiradas en “materia orgánica viva”, llevada a lo virtual y caricaturizada. “Cars” es la primera película en la que la protagonista es materia inorgánica, metal, técnica, a la que se ha intentado humanizar. La diferencia es bien patente. Lo humano se ha reducido a la expresividad, apoyado por el radiador (la boca), el parabrisas y los parasoles (ojos), las puertas (oídos) y las ruedas (piernas).

Pero lo humano sin materia viva no es humano.

Una interpretación guenoniana de “Cars”

Guénon decía que las civilizaciones tradicionales devoraban el tiempo, mientras que la civilización moderna devora el espacio. Y esta interpretación guenoniana es posible trasladarla a esta película: una “civilización” rural, perdida en medio de un páramo en la América profunda, al margen de la antigua Ruta 66, ve como su tiempo pasa monótono, pero no se habitúa a ver pasar con reposada cadencia el paso de los días. Devora el tiempo, pero encaja mal su destino.

En eso llega Mc Queen, el especialista en devorar espacio gracias a su capacidad para la conducción y la velocidad. No es raro que, al poco de llegar a Radiador Springs, se haya ganado la amistad de todos sus habitantes: todos aspiran a dejar atrás su paraíso espacial y a gozar de las mieles que, sin duda, acompañan a la velocidad, entendida como perífrasis simbólica de la modernidad.

“Cars” o el futuro de la industria del cine

Desde 1992 se augura un nuevo tipo de cine, en el que la virtualidad va ocupando un espacio cada vez más amplio, que anteriormente era el de la realidad. En “Terminator II”, los efectos especiales sorprendieron por su perfección: fueron muchos y todos ellos extremadamente realistas. Era el anticipo de lo que ya, desde entonces, podía preverse que ocurriría antes de 20 años: ¿para qué utilizar a actores caprichosos, fatuos e insoportables si es posible rediseñar actorazos virtuales mucho más sumisos y sin posibilidades de ser detenidos por conducción embriagados, palmar por sobredosis de cocaína más barbitúricos más alcohol, etc.? En el ya lejano 1992 pensamos: la virtualidad es el destino del cine.

Si todavía no ha avanzado esta tendencia a mayor velocidad se debe a que, en el fondo, la industria del cine es extremadamente tradicional: requiere –o cree que requiere- la presencia de actores de carne y hueso que presentar en el escaparate del consumo, pequeñas fierecillas y mascotas domésticas y caprichosas, cuyas cabriolas y contorsiones diviertan al público. Eso forma parte de la producción y promoción cinematográfica y, hoy por hoy, los técnicos de marketing de los grandes estudios y de las distribuidoras todavía no han encontrado un sustituto para sus campañas de lanzamiento. Pero no tardarán.

En la actualidad, es mucho más caro contratar a actores reales que crearlos virtualmente. Los costes de la renderización de las imágenes van bajando a medida que se filman más y más películas por este sistema y a medida que aumenta la capacidad de los procesadores. Hoy, todavía, un fotograma renderizado tarda 17 horas en formarse. Pero la situación mejorará, y en diez años la nueva generación de procesadores habrá reducido a la centésima parte este tiempo.

En la actualidad, determinadas películas ya han intentado usurpar (con autorización) los rostros de determinados actores (Tom Hanks, por ejemplo). El resultado no ha sido malo, pero faltan algunos millones de píxeles más y unos cuantos teragigas de memoria para obtener un efecto perfecto. Es cuestión de tiempo. Los costes se abaratarán y los beneficios de los estudios se dispararán. ¿Actores? ¿Para qué soportar los caprichos y los cachés de esa banda de garrulos?

La industria del cine se aproxima a un vuelco total: los guiones de las películas los realizarán por subcontratación: legiones de guionistas perdidos en los cuatro puntos del planeta; los diseños de los rasgos de los protagonistas serán aprobados por los estudios, pero realizados por diseñadores distantes; y los procesos de renderización subcontratados, seguramente, en India, justo al lado de Bollywood. El montaje se realizará no se sabe dónde y el director dará las órdenes de montaje desde otra pantalla no menos distante. El trailer llegará a las revistas de cine –como ya lo hace- por vía digital utilizando sistemas de compresión cada vez más eficaces; finalmente, los distribuidores convertirán su negocio en autopistas digitales que evitarán las copias de celuloide y bastará apenas un proyector de unos cuantos cientos de miles de pixels para obtener un dolby stereo o una proyección panorámica de calidad inmejorable. En la cabina de proyección solamente estará presente el proyector conectado a un cable ultrarrápido. En los cines –y no estamos muy seguros- el único ser vivo será el vendedor de palomitas. Este es nuestro destino… el “mundo feliz”.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 23.08.06

 

 

Marathon-film (X de XIV): “Hacia el Sur” o la tragedia sexual americana

Marathon-film (X de XIV): “Hacia el Sur” o la tragedia sexual americana

Infokrisis.- El que mujeres fuera del mercado sexual norteamericano, por razones de edad (o de sus propias neurosis), se vayan al Caribe al encuentro de gigolós negros de baratilo, es, en síntesis, el argumento de esta película que al cabo de media hora se convierte en un peñazo insoportable. Pero, afortunadamente, esta cinta, aburrida y ñoña, nos va a servir como excusa para realizar algunas reflexiones sobre la sociedad americana.

 
Un argumento simple, demasiado simple, casi simplón…

La película nos lleva al Haití de finales de los setenta. Allí han ido a coincidir un grupo de mujeres de más de 45 años, con la sana intención de realizar turismo sexual. Su único vínculo es un joven negro de apenas 18 años, un gigoló cuyos servicios se disputan. El gigoló es asesinado por los ton-ton macoutes, las fuerzas vivas del presidente François Duvalier, y las maduritas yankees o se buscan a otro amante o regresan a su país. Así de estúpido es el argumento de esta película franco-canadiense dirigida por Laurent Cantet y quizás cuyo único atractivo es ver a una avejentada Charlotte Rampling haciendo una memorable actuación

Puestas así las cosas, esta película ramplona, lenta y con argumento plano no va a ningún sitio, aburre hasta las piedras y ni destaca por la fotografía ni por el papel del reparto –la Rampling aparte- aun a pesar de que el gigoló recibió el Premio Mastroiani del Festival de Cannes.

Si nos atenemos a sus cualidades filmográficas la película merece un cero patatero, pero si vamos al fondo de la cuestión, la película, torpemente y casi sin pretenderlo, nos sitúa ante un drama mucho más profundo...

La tragedia sexual norteamericana

El que un grupo de norteamericanas blancas, de clase media, divorciadas todas, vayan al culo del mundo a procurarse un amante negro dice muy poco de ellas y mucho menos de la civilización que les ha obligado a ir allí. Esta película, en el fondo, no es sino la prolongación de la frivolidad y vacuidad de “Sexo en Nueva York” para mujeres fuera del mercado sexual por motivos de edad.

En EEUU, hacia mediados del siglo XX, nació un tipo de mujer muy particular cuyo arquetipo eran todas las Marilyn Monroe y Jane Mansfield de pacotilla que pretendieron imitar al modelo original: mujeres curvilíneas, de medidas y aspecto de pantera, huecas, de escasa cultura y menor estilo; pero, particularmente, de rápido envejecimiento. Las carnes, y todo lo que está hecho de carne, cae al poco tiempo por efecto de la gravedad. Hasta que no se generalizó la cirugía estética en las dos últimas décadas del siglo XX este tipo de mujeres tenían un límite “de uso”: los 40 años. Más allá de esa época, estaban gastadas y prematuramente avejentadas. Y lo sabían.

Además, la civilización americana practicó un culto a la perfección física y a la juventud que casaban mal con aquellas mujeres cuyo metabolismo cambiaba con el primer hijo o con el climaterio y tenían tendencia a engordar. Esas mujeres quedaban, empleando palabras de Evola, “fuera de uso” o “fuera del mercado” y eran sustituidas por otras más jóvenes con las que no podían competir.

Ese tipo de mujer, a lo Marilyn, es portadora de una contradicción sorprendente: su vistosidad y apariencia contrastan con su casi absoluta falta de capacidad para gozar. Habitualmente neurasténica, la mujer americana antepone la perfección física y el afán consumista a cualquier otro valor, incluido el placer. Conoce el orgasmo tanto como al extraterrestre de la esquina. Su frigidez y su absoluta incapacidad para gozar son el síntoma de una civilización que sigue siendo inmadura aun cuando esté en pleno declive.

El hombre americano se ha convertido en máquina de ganar dinero (si no lo hace puede dudarse incluso de su hombría y desde luego evidenciará su falta de competitividad, lo más importante para la civilización americana) y la mujer americana, instigada por las feminitudas, aspira solamente a competir con el hombre en ese mismo terreno: el del dinero. De hecho, las sufragistas del XIX nacieron, justamente, porque en la ideología calvinista la marca con la que Dios señala a sus elegidos es el triunfo económico, por tanto, la mujer quiso competir con el varón en este terreno. Y lo ha conseguido, aun a costa de multiplicar la inestabilidad familiar y, especialmente, aventurar su frigidez congénita.

¿Qué hacer cuándo se está fuera del “mercado sexual”?

Irse al Caribe, por supuesto. Allí uno se pega un polvo con la facilidad con que aquí se compra un bollo (con perdón) y casi por el mismo precio. Porque en el Caribe la mercancía más barata es el sexo.

Cuando no se liga ni con Araldit, lo mejor es buscar plan en la calidez del Caribe. Lo que el turista sexual encuentra allí es sexo fácil, casi adolescente, y a buen precio. Si quiere disfrutar de él debe tener la cabeza fría e inhibirse de todos los moscones que se acercarán a él en busca de ayuda. Sí, porque en el Caribe, cuando alguien accede a acostarse con un turista, no le vende sólo sexo, sino que lo que contempla es realizar una inversión a corto plazo: venir a Europa o a los EEUU.

Hemos conocido a demasiadas amigas divorciadas y menopáusicas acudir a las reservas de turismo sexual del Caribe o de Marruecos en busca de un polvo a buen precio y regresar con el gigoló de turno. El plan del gigoló se desarrolla en dos fases: la primera encontrar a alguien que por vía vaginal le ayude a salir de aquel infierno de humedad, tormentas tropicales, miseria y corrupción. La segunda fase es más ambiciosa: una vez en el Primer Mundo sobrevivir sin pegar ni clavo. Si pueden viajar hasta el Caribe es que son millonarias, y si son millonarias, los polvos en el Primer Mundo se revalorizan. Recuerdo una amiga que se trajo al consabido cuarterón de la ardiente Cuba. Ni la chica era multimillonaria ni estaba dispuesta a que el vibrador con patas estuviera todo el día sin dar un palo al agua. Así que, dado que tenía estudios de electricista, me pidió que le buscara trabajo. En el primer encuentro comprendí la naturaleza del problema: el chaval no tenía la más mínima intención de trabajar. Para eso ya estaba ella. Estas cosas, no solamente le pasan a Raquel Mosquera…

Pero también he conocido muchos casos inversos. Chico con poca experiencia en la aproximación al ligoteo vil, decide pasar unas vacaciones en el Caribe. Allí las chicas son tan pegajosas como el calor, y este tipo de hombres tiene tendencia a ligar con la primera que se le aproxima. Ella se curra la página de la pena: le cuenta lo mal que vive allí, que ni siquiera tienen papel para limpiarse el culo y que, aunque lo tuvieran, no podrían utilizarlo para no obstruir las cañerías. El hombre queda conmovido con argumentos de tal jaez y, una vez en el aeropuerto, jura y perjura que volverá a buscarla. Al cabo de seis meses se casan y medio año después, ella puede venir con papeles a España. Ha conseguido su primer objetivo: salir de aquel hoyo. Queda el segundo: vivir del cuento. Un divorcio a la española supone, como mínimo, 800 euros asegurados. Un fortunón para las economías caribeñas.

¿Que usted no liga? Le damos un consejo: no vea el Caribe como su salvación. Todo lo que hay en el Caribe, como todo lo barato, a la postre, termina saliendo caro.

Lo reprobable del turismo sexual

La gracia de “Hacia el Sur” es que plantea el tema del turismo sexual sin que aparezca la frase en lugar alguno. Y lo sorprendente es que ni el director, ni el guionista, censuran a las protagonistas en lugar alguno su actitud de perras en celo (la frase no es nuestra, en un momento dado de la película la Rampling se la dedica a su recién estrenada amiga, Brenda: “¿Quién iba a decir que Brenda se iba a convertir en una perra en celo?”).

Seguramente lo que hay es cierta discriminación positiva: si un varón va a Tailandia o a Barbados en busca de una rica hembra de carnes tan tostadas como prietas, es un infame turista sexual que merece la cárcel por acostarse con menores; pero si son mujeres las que van en busca de espigados negros, la cosa no solamente no es censurable sino que es, antes bien, una muestra de libertad sexual. Así de estúpido es el planteamiento.

No nos engañemos: las protagonistas de la película van en busca de turismo sexual y al director no le parece bochornoso que las únicas veces que follan al año sea en vacaciones y con negros de baratillo. Casi parece deducirse que, en el fondo, es lo que procede cuando no logran pareja en su tierra.

Esas mismas mujeres que se van al Caribe a tirarse al primer gigoló afro que aparece en su hotel son las mismas que en los EEUU se negarían a acostarse con un negro de Harlem o de Nueva Orleáns; no es una intuición, es otra frase de la película: “Brenda, con las ropas que le has regalado a Lenka, parece un negro de Harlem. No me gustan los negros de Harlem”. Frase de innegable contenido racista.

Por cierto que el papel encarnado por la Rampling no es el único racista. El director del hotel es un tipo genial: nacionalista negro cuyo abuelo se jactaba de no haber dado nunca la mano a un blanco y de que, cada vez que le presentaban a uno, daba una vuelta en torno suyo para asegurarse que no tenía cola, es un redomado racista con sus propios colegas étnicos. Es curioso este afinado racismo que subyace en la raza negra y que jamás he podido entender. En varias ocasiones, en África y en el Caribe, hablando con negros adinerados, me preguntaban cómo es que hablaba con otros negros. Me decían: “… son negros, guárdate de ellos”. Y yo no entendía nada: “Perdona, pero ¿tu no eres también negro?”. Y ellos me justificaban que no: bastaba un simple matiz del color de la piel, por pequeño que sea, para crear barreras mucho más profundas que las que puede existir entre un racista del Ku-Klux-Klan y un mandinga. El Caribe –y este es otro de los aspectos más desagradables de la zona- está jerarquizado al límite en función del color de la piel: si eres rubio triunfas en el Caribe, si eres negro textura azabache estás sumido en las profundidades de la escala social. El negro es un lobo para el negro, y todo por un quítame allá unas gotas de melanina.

Sobre las virtudes sexuales de la raza negra

La película subraya la ternura puesta por los gigolós negros al contactar con sus clientas anglosajonas. Se subraya la “belleza” de la raza negra. Hay gente para todo, como puede verse. Al parecer, en ambientes progres, estos tópicos son absolutamente intocables. Si osas cuestionarlos, la acusación de racismo es fulminante. Así que vamos a autofulminarnos.

No hay que descartar que, para gentes particularmente inexpertas en el arte del amor, cuyos parteners han sido completamente inhábiles para encarrilarlas por el camino del orgasmo, o cuyas facultades eróticas dejan mucho que desear, estallen en una cascada de orgasmos de pago en cuanto les dan lo que piden. Tampoco puede descartarse que el mito sobre la habilidad sexual de los negros aporte una especie de placebo, por si mismo. Y, por supuesto, no hay que descartar que haya degeneradas que si no follan con un negro no se entonen. De todo tiene que haber, que decía aquel.

Ahora bien, la sabiduría universal indica que “lo semejante se une a lo semejante”, casi inevitablemente. La raza negra es un producto del clima: el calor asfixiante y húmedo, incapacitante para la creación y la invención, que incita a la posición horizontal (solo o en compañía de otros), que genera una frondosidad tal que hace inútil los cultivos y sólo cuenta esperar la caída del fruto del árbol, explica el por qué amplias zonas de África se encuentran todavía en el neolítico; y de todas las áreas geográficas, sean las ocupadas por la raza negra las más refractarias a la modernidad. Me limito a constatar lo que hay.

En “mis viajes a lo largo y ancho del mundo” he pasado por países del África subsahariana y del Caribe. Dar un beso en una mejilla a una nativa es tomar contacto con una piel grasienta y sudorosa que no parece ser, desde luego, el mejor atractivo erótico. Para colmo, contrariamente a lo que opina el guionista de “Hacia el Sur”, la piel negra tiene un tacto completamente diferente al que estamos habituados. Ni mejor, ni peor, diferente. Y en lo que se refiere a habilidades sexuales, ¿qué quieren que les diga? Para colmo, uno termina empapado en el sudor de la otra persona y oliendo raro. Sí, porque los orientales dicen que los europeos olemos raro –y seguro que es cierto, para ellos- pero es que orientales y caucásicos coincidimos en que los afros tienen un olor demasiado fuerte como para que pueda eludirse. El ala de presos negros de la Santé era, ya a principios de los 80, famoso por su bouquét característico.

En el Caribe, los afros tienen dos aficiones únicas: la primera es hacer el amor a cualquier hora, la segunda bailar al ritmo de la percusión. El vudú y la macumba, el candomblé y los distintos “palos”, solamente podían haber nacido entre gentes con una tendencia acusada a la música de percusión, con una gama total esquelética y con un poder extático absoluto. La raza africana está mucho mejor dotada para el ritmo que para cualquier otra cosa. Los bongos, el rap, el reggae, la salsa, el regatón, son muestras de la música negra o mestiza: para algunos de nosotros insoportable, machacona y particularmente extática y, por ello, peligrosa. Parte de esa música es la que suena en nuestras discotecas. En “Hacia el sur”, basta con que una banda de salsa empiece a tocar los bongos para que Brenda, la protagonista, entre en trance como en el mejor rito vudú. En realidad, la percusión lo que logra es abolir el principio de la personalidad, pero no para alcanzar estadios superiores de la misma, sino para sumir al danzante en un estado subpersonal en el que los sentidos se embotan y el ser se disuelve en una especie de humus infrapersonal. Otro buen motivo para que a la protagonista le encante Haití.

Ese estadio infrapersonal es el más próximo al primitivismo que muy frecuentemente aparece en la raza africana y que ayer emanaba también en la película que comentábamos –“El señor de la guerra”- en las masacres organizadas por siniestros dictadores tribales.

Todo este planteamiento se completa con la droga (el gigoló negro es especialista en liar porros trompeteros de singulares dimensiones) y el bochorno ambiental. El Caribe no se olvida jamás. Personalmente, para mí el Caribe es una reiteración de la primera impresión que tuve cuando se abrió la puerta del avión en el aeropuerto de San Juan de Puerto Rico y una bocanada de aire húmedo y asfixiante me dio en la frente. Todo lo que el viajero puede encontrar en el Caribe atonta. Para colmo viene un huracán y se te lleva hasta la boina.

Una sola conclusión

Hubo un tiempo en el que la izquierda progresista experimentaba una especie de atracción insana e irracional por el sudor obrero. Chicos de clase media alta o alta altísima, “iban al pueblo” y no perdían ocasión de mostrar su solidaridad con las clases trabajadoras, a las que amaban como el amante ama a su amor: con esa voluntad de protección que sigue a la atracción admirativa hacia su ser. En el marxismo omnipresente de los años 60 y 70, en esta atracción casi erótica del intelectual progresista de izquierdas por la clase obrera se percibía una atracción insana como la que podría experimentar un ñu por una vaca.

Hoy, esa misma izquierda progresista ha cambiado sus gustos. La clase obrera europea es una fauna en extinción y ya no huele como antes. Se baña, se ducha y utiliza desodorantes. Los cuerpos de los trabajadores y las trabajadoras europeos son asépticos para la izquierda progre. Así que han buscado ese sabor diferente en la inmigración, en todo lo que no es como ellos. En el fondo, la izquierda progresista solamente se sentía viva y superior a algo, cuando se sentaba junto a obreros a los que enseñaba las lindezas del materialismo dialéctico y de la lucha de clases. Y hoy, sus herederos, o incluso ellos mismos, ya canosos y barrigones, solamente se sienten superiores cuando se sientan junto a los subdesarrollados. Y de entre todos ellos, los subsaharianos son, desde luego, los que dan más juego.

“Hacia el sur” es una película de contenido progresista. Su mensaje es: mujer blanca neurótica solo puede ser redimida por el amor de un gigoló afro. Y si la película acaba mal se debe, no a diferencias étnicas e identitarias, sino porque Papa Doc y sus “Ton Ton Macute” gobernaban en Haití. Una vez más resulta gracioso que cuando ya no están ni Papa Doc ni su bienamado hijo mastodóntico, el jovencito Duvalier, las cosas en Haití van peor que nunca.

Para resolver esa situación, nuestro gobierno formado por claros varones de España, destinó un regimiento que formó una unidad mix con militares marroquíes que, además, fueron los jefes. En el fondo, el gobierno ZP mira al Sur como las tres norteamericanas de esta malhadada película miraban a un negro que las consolara.

Aviados vamos con cine como éste y con un gobierno como el surgido del 11-M.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 22.08.06

 

Marathon-film (IX de XIV): “El señor de la guerra”, real como la vida misma

Marathon-film (IX de XIV): “El señor de la guerra”, real como la vida misma

 

Infokrisis.- Aquí hay algo que no encaja: si, como dicen los antisemitas, Hollywood es un coto privado judío, no se puede entender esta película en la que los tradicantes de armas son judíos (o judaizados), y se muestran escenas de judíos fusilando a niños palestinos. Pero esta película plantea muchos mas problemas. De hecho, más que una película puede ser considerada como un documental.


El moderno tráfico de armas

Si debiéramos definir esta película protagonizada por Nicolas Cage de alguna manera, diríamos que se trata de la historia del tráfico de armas en los últimos veinticinco años. Hubo un antes y un después en el comercio de la muerte. Antes de 1982, el tráfico no había alcanzado un nivel alarmante, había armas allí donde eran necesarias pero, habitualmente, eran los propios servicios secretos de los países occidentales los que los facilitaban, en la mayoría de los casos, directamente. Agentes de la CIA se negaron a dejar abandonados hacia 1976 al movimiento angoleño UNITA y, por su cuenta, les hicieron llegar arsenales completos. En Nicaragua, la “contra” se benefició de armas compradas en Israel, pagadas con fondos obtenidos de la venta de crack fabricado en Colombia y vendido en los guetos negros de EEUU. Y luego estaba la guerra de Afganistán, en la que agentes de la CIA establecieron –en ocasiones incluso, por su cuenta- redes de suministro a la resistencia antisoviética. En cuanto a las Falanges Libanesas, se alimentaban de armamento judío, o bien francés. El mayor mercado ilegal de armas era la África postcolonial y su media docena de guerras siempre abiertas desde finales de los 60 (Biafra, Sudáfrica, Congo, ex-colonias portuguesas, etc.).

En el Sur del Líbano, ocupado por los judíos o por las fuerzas cristianas aliadas del comandante Haddad, se generó la caza al palestino. En “El señor de la guerra” se muestran los fusilamientos de niños palestinos a manos del ejército judío.

Pero hacia 1983, todo esto debería cambiar. Empezaron a surgir proveedores privados de armamento, la mayoría relacionados con servicios secretos. El Irangate obligaba a la prudencia y a contar con intermediarios: freelancers. Pocos años después, la URSS empezó a tambalearse; cuando cayó se abrió un nuevo período en el comercio de armas. Ya no se trataba de vender solamente unas cuantas pistolas, munición, fusiles de asalto y granadas, sino que cualquier cosa que matara o sirviera para matar con mayor eficacia salió al mercado.

Una película poco apreciada en EEUU

En ese contexto, es cuando irrumpe el protagonista de la película “El señor de la guerra”. Se trata de un ucraniano llevado por sus padres a los EEUU. Su padre no es judío, pero ha aprendido lo beneficioso que resulta hacerse pasar por judío en EEUU. Un buen día presencia un ajuste de cuentas entre bandas mafiosas y advierte que puede ser un comercio lucrativo. Sus primeras Uzis de contrabando se las facilita un miembro de la sinagoga… a partir de ese momento, su carrera es fulgurante.

Pero en el relato no hay nada inventado, salvo el contexto en el que se sitúa la trama. Los personajes remedan a personajes realmente existentes, las situaciones son calcadas a las que se dieron en la realidad. Recordamos todavía cuando hace quince años recibimos una llamada de Alemania del Este en la que nos solicitaban mediación para vender armas de bases militares rusas en ese país (ya reunificado) con destino a la antigua Yugoslavia. Eran los propios comandantes de las bases los que vendían de saldo todo el material, incluidos tanques, helicópteros, minas antipersona, artillería pesada y cualquier cosa que se les pidiera. Aquello fue para nosotros el primer síntoma de una economía globalizada: las armas las facilitaban generales soviéticos, el intermediario era un traficante chino, los destinatarios eran las distintas fracciones que luchaban en Yugoslavia, y se requería a gentes que no teníamos nada que ver con ese comercio para que utilizáramos nuestras relaciones en Croacia para abrir puertas…

En este sentido, la película es particularmente realista y, en líneas generales, no hay en su argumento nada forzado ni excesivamente imaginativo. Hacia finales de los 80 y luego en la segunda mitad de los 90, África Occidental estalló. Había aparecido petróleo y diamantes. Las ONG´s afluyeron allí como hongos, y también los traficantes. Estos gozaban de particular prestigio en la zona. Liberia y Sierra Leona, las dos zonas más desgraciadas de África, vieron llegar todo tipo de material bélico a cambio de pagos en efectivo, de diamantes y de comisiones procedentes del negocio petrolero. Todo esto queda también reflejado en la película. El tío del protagonista es un general soviético que desvía material de guerra, incluidos T-72, helicópteros de combate y aviones Antonov. Real como la vida misma.

Pero la película termina con la detención del traficante. Nicolas Cage es, finalmente, apresado por su eterno perseguidor, un agente de INTERPOL. Entonces, en el curso de su detención tiene lugar el diálogo fundamental: “¿Crees que me has encerrado para toda la vida? Te diré lo que va a pasar: dentro de un rato, llamarán a esa puerta y un militar de alta graduación te felicitará y te ofrecerá una promoción. Luego te dirá que me dejes en libertad. ¿Por qué? Porque yo trabajo para tu jefe, el presidente de los EEUU, yo hago lo que él no puede hacer directamente… ¿Entiendes?”. En ese momento llaman a la puerta…

Con estos antecedentes –y si tenemos en cuenta que el traficante de armas competidor es, asimismo, judío- no es de extrañar que la película haya pasado sin pena ni gloria por las pantallas norteamericanas. Lo realmente increíble es que esta película haya podido filmarse, con un argumento absolutamente verídico.

Entre otros testimonios políticamente incorrectos, la película muestra las guerras civiles de Liberia y de Sierra Leona, tal como fueron: dictadores caníbales, asesinos psicópatas, niños soldado, guerrilleros empecinados en cortar los miembros de los habitantes de los poblados que saqueaban, putillas con SIDA, jefes tribales enloquecidos, situaciones surrealistas (es rigurosamente cierta la historia de un Antonov que aterrizó de emergencia en una carretera africana y en apenas 24 horas todo el avión fue desguazado por la tribu más próxima), armamento de primera calidad en manos de bestias sanguinarias y sin escrúpulos, drogados con el “doble polvo”, esto es cocaína más pólvora (al lado de la cual, la “leche de pantera”, coñac con pólvora es una mariconada), AK-47 dorados, energúmenos africanos que quieren imitar a Rambo y aspiran a su armamento…. Y así sucesivamente. Por surrealistas que les parezcan las escenas de África y desmadradas las pinceladas con las que han sido descritos los líderes africanos, no tengan la menor duda de que todos ellos han existido. Por eso –y por varias cosas más, pero fundamentalmente, por eso- África muere.

En un momento dado, el dictador caníbal le dice a Nicolas Cage: “Ya somos demócratas” y le tiende un periódico en el que se detalla el fraude electoral en el recuento de votos de Florida que dio la victoria a George Bush en las elecciones de 2000. “A mí también me acusan de pucherazo”. Y el caníbal tenía razón: la distancia entre Bush y cualquier déspota africano no es tanta como parece.

Una película así no podía triunfar en EEUU. De hecho, ni siquiera podemos intuir cómo ha sido posible que se filmara en Hollywood.

Una conclusión apresurada y un comentario de actualidad

Vale la pena meditar sobre esta película que, como hemos repetido antes, es casi un documental. Nos demuestra que, contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar en Europa, las esferas de poder de los EEUU no son completamente homogéneas. Existen distintas fracciones que se disputan el poder; una de ellas, sin duda, es la que esta película denuncia; la otra fracción es la que ha hecho posible esta película.

El poder monolítico no existe en EEUU. Hace unos días aludíamos al corrimiento de fuerzas que tiene lugar en estos momentos en el seno de la administración Bush. Durante los últimos seis años, esta administración ha estado en poder de los neo-conservadores. Este grupo ha arrastrado a EEUU a las intervenciones enloquecidas e inútiles en Aganistán e Irak. Pero el empantanamiento en ambos países ha permitido que la otra fracción del poder, los llamados “realistas”, ganaran terreno en los últimos meses a los “neo-con”. Hace ya dos meses que no se habla ni de eje del mal, ni de intervención en Irán, ni en Siria, ni en Corea del Norte e, incluso, las reacciones ante la enfermedad de Castro han sido extremadamente moderadas por parte de la administración. Detrás de todos estos síntomas lo que subyace es la pérdida de influencia de los “neo-cons” y el avance los “realistas”.

De todo esto se puede inferir que el hecho de que, de tanto en tanto, aparezcan películas como ésta –de alto presupuesto, con actores conocidos y extremadamente cuidada en la producción, montaje y dirección- evidencia luchas de poder en el interior de las élites dominantes norteamericanas. Una película como ésta es radicalmente anti-Bush y anti-neoconservadora.

EEUU no es un poder monolítico. El imperio tiene fisuras. Esta falsa película y verdadero documental así lo evidencia.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 20.08.06

Marathon-film (VIII de XIV): “La educación de las hadas”, mediocridad multiétnica subvencionada

Marathon-film (VIII de XIV): “La educación de las hadas”, mediocridad multiétnica subvencionada

Infokrisis.- Película española, película subvencionada, actores de moda, mensaje multicultural... mediocridad asegurada. La fórmula es, inevitablemente, infalible. "La educación de las hadas" es la muestra de por qué el cine español no levanta cabeza. Un dramón multicultural basado solamente en el actor argentino de moda en la temporada 2004-2005, no basta para hacer digerible una película.

Una película “multicultural”

Después de ver “La educación de las hadas”, uno se pregunta qué mensaje nos ha querido transmitir su director, el albaceteño José Luis Cuerda. Y no es difícil descifrarlo: ¿a qué sabe una película protagonizada por un argentino, en la que los dos papeles femeninos representan a sendas mujeres, francesa y argelina, casada la primera con un piloto de combate italiano y la segunda perseguida por integristas islámicos que liga con un músico étnico de la plaza Real de procedencia tan desconocida como exótica, y todo ello rodado en la selva del Montseny a pocos kilómetros de Barcelona? Pues así, en principio, tiene todo el tufo de parecer indicar un mensaje multicultural y multiétnico. A esta perspectiva se une el hecho de que el protagonista desagradable de la película es un calentorro y sexista, violador y psicopatón, por supuesto español de Catalunya… En la cultura multiétnica los roles están perfectamente delimitados por los intelectuales orgánicos de turno.

Ver a Bebe haciendo de argelina es algo irreal y poco creíble y, no sólo por su falta de tablas como actriz, su inexpresividad y, en ocasiones, la comicidad involuntaria de las escenas (en un momento dado se levanta del asiento con tres costillas rotas y… se da un golpe contra una viga, cayendo desmayada. Si de lo sublime a lo ridículo hay un paso, Bebe, de la mano del director, ha recorrido este trecho a zancadas).

Pero ver a Ricardo Darín, con su acento bonaerense cerrado, paseándose como Pere por su casa en la selva del Montseny, redescubriendo sus recuerdos de infancia en una caja y diciendo “Pucha, ¿no tenés vos recuerdos?”, es algo irreal a tenor de que la acción se ubica en la Catalunya profunda. El multiculturalismo sigue siendo así…

Se nos olvidaba decir que, por aquello de la globalización, el guión se basa en una novela de Didien van Cauwelaert que, por lo demás, hasta es entretenida, pero que tiene muy poco que ver con el dramón infumable y acalambrao que ha dirigido Cuerda.

Una película edificada sobre la “moda Darín”

Ricardo Darín no es un mal actor. Es más, incluso podemos aceptar que es ocasionalmente brillante y creíble en sus papeles. Bordó su papel en “Las Nueve Reinas” y volvió a bordarlo, amparado en su fama, cuando desembarcó en España y se paseó por los mejores teatros madrileños realzando las piezas con sus representaciones. Pero un buen actor necesita siempre un buen argumento. Y el de “La educación de las hadas” renquea por todas partes.

Existe cierta tendencia en España al papanatismo. Basta con que un campeón de tenis gane un par de torneos para que todas las compañías se le disputen para su publicidad, sin tener en cuenta que, cuando uno de estos fenómenos mediáticos aparece en muchos anuncios de distintas marcas, el impacto es infinitamente menor que si concentra sus apariciones al servicio de una sola. Pues bien, cuando un actor tiene éxito, especialmente en la tele (los personajes de “Siete Vidas”, los de “Aquí no hay quien viva”, etc.), su caché se dispara y pasa a aparecer en una temporada en media docena de películas. Lo peor de estos fenómenos mediáticos momentáneos es que, en general, cuidan poco la elección de sus papeles y la calidad de sus interpretaciones y, a la vuelta de dos o tres años, ya han terminado por redimensionar a la baja su carrera artística. Le pasó a Santiago Segura con sus últimos bodrios alimentarios (“Isi Disi”, “Pocholo y Borjamari” y la tercera parte de “Torrente” sumida en el irremediable foso del humor de sal gruesa y con sobredosis de cutrez incluso superior a la deseada) y corre el riesgo de ocurrirle a Ricardo Darín.

Una película no alcanza el éxito solamente gracias a la presencia del actor de culto de ese momento. No es viable realizar una película solamente con el concurso de Darín y cojeando en todo lo demás.

De todas formas, hay que reconocer que el verdadero protagonista de esta película aburrida, ñoña y trágica no es Darín, sino el niño co-protagonista. Ese niño dará que hablar si encuentra directores suficientemente avispados como para saber aprovechar sus cualidades de naturalidad y vis comica. Pues bien, no hemos logrado saber el nombre de ese actorazo en ciernes; en el cartel del film solamente aparecen los nombres de Darín, Bebe e Irene Jacob…

La tragedia de la tragedia: la subvención

La película está financiada por el Instituto de Crédito Oficial y el Instituto de Finanzas de la Generalitat y avalada por el Ministerio de Cultura… Demasiados avales y subvenciones para un resultado tan mediocre y para un argumento de endeblez insultante. Pues bien, esa película la hemos pagado usted y yo.

Es imposible que el cine español levante cabeza. El hecho de que cada año se realicen un 25% de películas que no llegan a estrenarse en los circuitos comerciales, un 50% de películas mediocres y olvidables en grado sumo, un 20% de películas que llaman la atención por algún motivo y, apenas un 5% de películas que lograrán atraer a algo de público, indica a las claras cuál es la situación del cine español.

De hecho, cada año apenas se realizan dos o tres películas que llaman verdaderamente la atención. Y, casi siempre, se trata de ese cine intimista y casi neorrealista que responde malamente a los códigos del lenguaje cinematográfico de 2006. Luego, en “Los Goya” se reparten premios a directores que merecerían ser encerrados por el despropósito que han hecho y a unos actores cuyo mejor mérito es haber hecho alguna declaración políticamente correcta o tenida como tal. Si hay algo decepcionante en este país, además de su clase política, es el listín de miembros de la Academia del Cine, casi en su conjunto.

“La educación de las hadas”, dramón increíble, es la muestra más pristina de una película que jamás debió rodarse. Ésta es España y ése es “nuestro” cine y, nunca mejor dicho lo de nuestro, porque lo pagan incluso los que no van al cine. El drama de nuestro cine se llama subvención indiscriminada: el 30%. Basta con elevar los costes de producción para que esa subvención alcance hasta el 100% del coste real. Los beneficios los da la taquilla y, si no hay beneficios, que le quiten lo bailado al artífice del destrozo.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 20.08.06

 

Marathon-film (V/VI/VII de XIV): El drama americano, “blanco y pobre”.

Marathon-film (V/VI/VII de XIV): El drama americano, “blanco y pobre”.

Infokrisis.- Dos películas -"El asesinato de Richard Nixon" y "Factotum"- ponen el dedo en la llaga sobre el gran drama de la América moderna: ser blanco y pobre en la tierra de los yuppies y de las minorías subsidiadas. Dos películas depresivas para un período decadente en la historia de los EEUU. Ni siquiera "X-men 2" y su "legión de superhéroes" logra evitar que el cine americano sea un reflejo de su triste realidad.

 

No podemos afirmar que ni “El asesinato de Richard Nixon”, ni “Factotum”, sean dos grandes películas, pero sí entran dentro de lo que desde hace unas décadas en Francia se llama el “cine verita”, esto es, un tipo de películas que demuestran la realidad social de un momento concreto de civilización. Si queremos conocer algo de los EEUU debemos necesariamente ver con detenimiento estos dos filmes.

Ambos tienen como denominador común que su éxito se basa en dos actores famosos –Sean Penn y Matt Dillon- que actúan a modo de clave de bóveda de toda la película. Se trata en ambos casos de dos actores experimentados y brillantes, sin los cuales estas dos películas hubieran tenido un resultado mucho más modesto.

Los inevitables referentes

Tras las primeras escenas de “El asesinato de Richard Nixon”, resulta inevitable compararla con “Un día de furia” y, en menor medida, con “Taxi Driver”. Y en cuanto a “Factotum”, también podríamos encontrar referencias anteriores en el cine americano de los setenta. Ahora bien, los tiempos han cambiado y las situaciones ya no son las mismas.

El vendedor de neumáticos judío, travestido de vendedor de mobiliario de oficina, está muy lejos del diseñador de misiles balísticos que era el protagonista de “Un día de furia”. Similar es su situación familiar (ambos son divorciados y con hijos), similar su falta de autocontrol (ambos sienten una presión del entorno que no están en condiciones de digerir) y, finalmente, su destino es muy parecido (ambos, en el fondo, se ven con armas en las manos y emprenden una aventura destinada, inevitablemente, al fracaso.

“Un día de furia” se estrenaba en 1992 y reflejaba la situación de una parte de la clase media blanca norteamericana arrojada al paro a causa del fin de la Guerra Fría. Ya no había tensión internacional, Fukuyama había sentenciado que la historia estaba por concluir y nadie precisaba de un diseñador de mísiles intercontinentales. El protagonista de aquella memorable película solamente tenía por delante el seguro de paro y luego la asistencia social en una América cambiante que ya estaba en manos de bandas de delincuentes, inmigrantes que eran incapaces de pronunciar unas cuantas frases en inglés, o criminales recorriendo las calles armados hasta los dientes. El tránsito del protagonista por la ciudad evocaba, quizás deliberadamente, al ascenso del Mekong realizado por el protagonista de “Apocalipse Now”. En ambas películas el paisaje va cambiando, se va haciendo progresivamente más hostil hasta que, finalmente, ocurre, en el límite, la tragedia. En cambio, en “El asesinato de Richard Nixon”, el paisaje no cambia, es monocorde y gris: una tienda de mobiliario de oficina, un par de apartamentos modestos, el destartalado taller de un mecánico negro…, poco más.

El sentido de la justicia de Saul Vik le convierte en un hombre inaprovechable para el sistema. Mal asunto, porque cuando evidencia que no hay lugar en el sistema para él, inicia un viaje interior hacia la locura, similar al de los protagonistas de “Apocalipse” y “Un día de furia”.

En cuanto a Matt Dillon y a su personaje, “Richard Chinaski”, la situación no es muy diferente. Escritor bohemio y alcoholizado, su peripecia por distintos trabajos, cada vez más miserables y grotescos, termina acentuando su proceso de desintegración interior.

El vendedor de muebles de oficina (antes de neumáticos) y el escritor alcoholizado se ven implicados en un mundo que cada vez comprenden menos y que les hurta un lugar en el sueño americano. En un momento dado de “El asesinato de Richard Nixon”, el protagonista escribe a Leonard Bernstein y se lamenta: “Solamente quiero un pedazo del sueño americano”. Y al iniciar su loca peripecia de atentar contra Nixon había iniciado su reflexión con estas palabras: “Me llamo Saul Vik y soy un grano de arena”… El Richard Chinaski de “Factotum” repite frases de análogo dramatismo y simplicidad.

Saul Vik es, en el fondo, un remedo del protagonista de “Taxi Driver”: ambos, en su desesperación e inadaptación, están dispuestos a hacer algo traumático. Matar a unos macarras que explotan a una prostituta adolescente o bien asesinar al político que retienen como responsable de sus desgracias: Nixon.

La América de los perdedores

Los EEUU están en crisis. Solamente de tiempos de crisis pueden surgir dos películas como éstas. Hace solo veinte años, cuando los yuppies de Wallstreet compraban y vendían empresas, hacían y deshacían consorcios, realizaban operaciones de bolsa incomprensibles bajos los efectos de la cocaína, era posible filmar películas que giraran en torno a blancos anglosajones triunfadores. Pero esa euforia de los años 80 se disipó a lo largo de los 90. Los yuppies tuvieron que vender sus espectaculares lofts en Greenwich Village o en Manhattan, se encontraron bruscamente arrojados al paro y, finalmente, debieron vivir junto con miles y miles de sin techo. Luego volvieron a alzar la cabeza, pero nunca más fueron los de antes. Muchas de las películas de aquella época describían su vida: en el fondo “Pretty Woman” no era más que un cuento de hadas protagonizado por un yuppie y una zorrilla remilgada; quince años después irrumpieron películas mucho menos condescendientes con los yuppies, la última de las cuales, “American Psicho”, demuestra sin duda hasta qué punto la podredumbre y las psicopatías habitan en el interior de los rascacielos de oficinas. Los tiempos han cambiado.

El protagonista de “Un día de furia” era un técnico en paro, el de “Factotum” y “El asesinato de Richard Nixon” son dos blancos pobres. En América (y ya también en nuestro país) no hay nada peor que ser blanco y pobre. Sea usted negro pobre y encontrará decenas de asociaciones humanitarias capaces de ayudarle en sus necesidades. Los programas gubernamentales norteamericanos están elaborados para minorías sociales, no para blancos. La asistencia social se ha diseñado para prestar ayuda a afroamericanos, chicanos o nativos de las reservas, no para anglosajones ni, mucho menos, para descendientes de europeos. Es el drama de nuestros dos protagonistas.

Sean Penn, alias “Saul Vik”, no pide otra cosa que un pedazo del sueño americano y Matt Dillon, alias “Richard Chinasky”, solo quiere llegar a las últimas conclusiones de la “ideología americana”: soy libre para hacer lo que quiera, incluso para ahogarme en un vaso de whisky y, ni el Estado ni el patrón, pueden impedirme hacer lo que me dé la gana. La diferencia entre ambos personajes radica en que, mientras el alcohol ha desbaratado completamente el cerebro de Chinasky, ese mismo efecto ha sido causado por las frustraciones de Saul Vik: su divorcio y su miserable trabajo en una mezquina empresa de mobiliario de oficina. El primero cada vez ahoga más sus penas en el alcohol, mientras que el segundo metaboliza sus frustraciones en una loca lucha “contra el sistema”.

Ambos personajes –como el protagonista de “Taxi Driver” o el de “El día de furia”- son fracasados en una América excepcionalmente hostil hacia quienes no han logrado el reconocimiento social y el millón de dólares antes de cumplir los 30 años. La industria del cine no hace películas para minorías, ni muestra modelos minoritarios: el modelo del fracasado es el mayoritario en la América del siglo XXI, como lo fue el yuppie sofisticado en los años ochenta.

Las dos películas, “Factotum” y “El asesinato de Richard Nixon”, son, en definitiva, el reflejo de la América globalizada: unos pocos lo acaparan todo, los más no tienen nada. Un sistema así es absolutamente inviable y tiene como perspectiva final la guerra social. Esa guerra la desatan los dos protagonistas por su cuenta: Chinasky pasando completamente de los empresarios que le contratan y haciéndose despedir después de haber sido el peor empleado que, sin duda, han tenido; Saul Vik adopta una tosca “conciencia política”: el “mal” es el “sistema” y el “sistema” es Richard Nixon.

En su estupidez se le ocurre visitar el cuartel general de los “Black Panthers” para unirse a su lucha y proponerles un plan “genial”: dado que él es blanco, la opresión de los negros es solamente una parte del problema; también los blancos resultan oprimidos, por tanto, propone crear un nuevo movimiento “Los Cebras”: blancos y negros juntos defendiendo sus derechos civiles. Luego se le ocurre secuestrar un avión y estrellarlo contra la Casa Blanca, prefigurando los autoatentados del 11-S.

Por distintos motivos la película está desubicada de la actualidad y la acción se sitúa en 1974. No es por casualidad. En esa época los EEUU vivían su gran crisis nacional: la retirada de Vietnam estaba estancada y en su peor momento, había estallado el Caso Watergate, la tercera guerra árabe-israelí había provocado la primera gran crisis del petróleo y los EEUU vivían un momento de paro y desaceleración industrial. Pues bien, toda aquella situación es poco, comparada con la actual. Algunos, entonces, mantenían las esperanzas de poder encontrar trabajo en breve (la famosa movilidad laboral americana). Hoy eso ya no existe. La globalización es el elemento nuevo que se ha sumado a los otros (la redoblada crisis del petróleo, el empantanamiento en Irak, la deslocalización empresarial, las oleadas de chicanos, etc.).

El americano blanco pobre se siente como un grano de arena, un átomo invisible perdido entre otros doscientos millones de átomos similares. Solamente una acción espectacular –matar a Nixon, por ejemplo- puede contribuir a dar un brusco salto a la fama y, consiguientemente, reivindicarse ante el jefe, ante la ex-esposa o ante el banco que acaba de negarte un crédito.

Pero el perdedor siempre es perdedor. El hábil maquillador ha dado a Dillon las tonalidades de un alcoholizado, el atrezzo de la habitación en la que vive con su amante es de un desorden absoluto propio del alcoholizado; por su parte, un maduro Sean Penn con bigotillo asume el papel de pobre diablo al que ni los cursos de autoayuda de Dale Carnagie pueden ayudar a salir de su absoluta mediocridad. Dillon-Chinasky logra que, finalmente, la revista “Black Sparrow” publique uno de sus relatos… pero cuando esto ocurre, él ya ha cambiado de domicilio y jamás recibirá la carta en la que se lo comunican. Penn-Vik morirá en el curso de su loco e irracional atentado.

Esto es América…

Hubo un tiempo en el que América era la tierra de las oportunidades. Ya desde que se compuso “West Side Store” quedaba claro que para algunos inmigrantes, portorriqueños en aquel caso, América no era la tierra de las oportunidades sino del subempleo, la marginación y las peleas entre bandas étnicas. Esos portorriqueños tenían delante suyo a otras bandas que tenían los mismos problemas. Sólo que estos eran blancos, anglosajones y europeos. Desde entonces (años cincuenta) ha llovido mucho. La América que nos muestra el buen cine americano es una América en crisis.

Está claro que existe otro cine americano que nos muestra universidades y colegios en los que la única preocupación es como tirarse a la chata de turno o de qué manera huir de las novatadas o realizarlas sin piedad. Esa es la América fatua, inconsciente, infantiloide y analfabestia. La otra es la América en crisis que se evidencia, tanto con estas dos películas que hemos visionado ayer y anteayer, como en otras películas de tipo “X-men III”. A este respecto, es saludable que América se vea a sí misma como poblada por mutantes. Hay algo de cierto en todo ello. Lo que ocurre es que esos fabulosos mutantes –como Superman, por cierto- tienen unos poderes “sobrehumanos” que apenas son otra cosa que las fantasías onanistas de pobres diablos. Los “superhéroes” no son otra cosa que la sublimación de todas las impotencias; creación de modelos artificiosos y artificiales para gentes que sueñan con poder arrojar fuego con las manos, tener visión de rayos X o volar, cuando en realidad ni conocen el calor humano, ni ven más allá de sus narices, ni siquiera son capaces de dejar volar su espíritu, entre otras cosas, porque ni siquiera saben que tienen un espíritu.

Las tres últimas películas norteamericanas que hemos visto (“X-men III” el martes, “Factotum” el miércoles y “El asesinato de Richard Nixon” el jueves), son distintos productos elaborados por una civilización en crisis y sin esperanzas. Es significativo que los mutantes sean mayoritariamente anglosajones y sólo un par sean negros o amarillos. Tres productos orientados hacia el blanco pobre, nueva clase social desfavorecida en un mundo globalizado, clase para la que el sueño americano está cerrado a cal y canto.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 18.08.06