Marathon-film (XIII de XIV): Azul oscuro, casi negro, reconciliándonos con el cine español
De la “comedia madrileña” a la “tragicomedia española”
Sería difícil encuadrar esta película en un género concreto. Algunos la han considerado una tragedia, sin embargo es frecuente que durante la proyección se nos escape alguna sonrisa e incluso algo más que una sonrisa. No es, desde luego, una película cómica, así que podemos encuadrarla dentro del género de tragicomedia.
En algunos momentos esta película nos recordó los primeros films de la llamada “comedia madrileña” urdida en torno a la “movida” y cuyos productos más evolucionados (y, frecuentemente, impresentables) son los “últimos Almodóvar”. De todas formas, reconocemos que es difícil encuadrar esta película que entretiene. Esto es lo mínimo que se puede pedir a una película, y mucho más si está subvencionada con el 33% por el ICO. No podemos decir que se haya tirado el dinero en esta ocasión.
La película va de un joven cuyo padre, portero de inmueble, sufre un infarto cerebral y él tiene que sustituirlo, mientras conjuga este trabajo (que le resulta insoportable) con el de estudiante de económicas. Al acabar la carrera, naturalmente, el título universitario no le sirve absolutamente para nada, a tenor de que sus limitaciones económicas y el cuidado de su padre le han impedido realizar los consabidos masters en el extranjero, los únicos que garantizan que un título español sirva para algo más que para tapar una mancha de humedad en la pared.
Para colmo, su hermano está en la cárcel. Allí, conoce a otra reclusa en el Taller de Teatro y ambos mantienen vis-a-vis hasta que él es puesto en libertad. Ella quiere tener un hijo (lo que le facilitaría su estancia en la cárcel), pero él, tiene una variz en un testículo que lo hace inhábil para la paternidad, así que, una vez en libertad, le comenta a su hermano –el economista-portero- que vaya a la cárcel a dejarla embarazada. El chico tiene una novia en el inmueble que sí se ha podido permitir hacer el consabido master en Londres y que, por las trazas, pertenece a la tribu de las “pijas” o poco le falta.
A partir de estos datos, la historia es previsible: el economista-portero y la presa terminarán enamorándose y aquel cortará con la “pija”. No hay gran cosa de original en esta historia. Pero, paralelamente a ella, se desarrolla otra, sin punto de contacto con ésta. El portero tiene un amigo habituado a espiar a los vecinos desde el terrado del inmueble. En una ocasión localiza un piso de masajes gays y divisa a su propio padre requiriendo un “servicio”. Luego lo vuelve a ver una y otra vez. Hasta que él mismo siente la tentación de acudir al masajista y “probar”. Hay aquí una sexualidad poco experimentada y propia de adolescentes en la que aparecen problemas de identificación sexual. Finalmente, padre e hijo mejoran la relación, e incluso la madre está al cabo de la calle de las aficiones del padre.
En realidad, lo que el director nos ha vendido son dos historias en una.
Cuando los actores secundarios salvan la película
Ninguno de los dos actores principales, ni Quin Gutierrez, ni Marta Etura, consideramos que sean los adecuados para desempeñar sus respectivos papeles. Se les ve excesivamente encorsetados y, a menudo, inexpresivos. Y esto es lo sorprendente: que todo el resto del casting está mucho mejor elegido. Desde el padre en silla de ruedas aquejado del infarto cerebral, hasta el otro padre saltarín y mariquita, pero, especialmente el hermano taleguero –Antonio de la Torre- y el amigo a la búsqueda de sus señas de identidad sexual –Raúl Arévalo-. De hecho, son estos secundarios los que salvan la película.
El hermano taleguero parece haber salido de un casting carcelario. Certificamos –y puede creerse en nuestra experiencia- que el tipo representado es habitual en todas las prisiones de la geografía carcelaria española. Y, en cuanto al amigo bisex o poco menos, el actor –que ya había aparecido en algunas series de televisión, la olvidable “Al Salir de Clase”, entre otras- consigue que, a la postre, el triángulo entre él, su padre y el masajista gay, gane en interés y polarice la atención del espectador. Si vais a ver la película, fijaos en estos papeles secundarios, cómicos, tiernos y, a la vez, buscavidas y mangantones.
¿Qué le pasa al cine español que cuando una película sale más o menos bien, los méritos no corresponden a los mejor pagados? Pasa que manos negras imponen a unos actores (amigos de los amigos), en detrimento de otros cuyas carreras parecen bloqueadas y encasilladas en papeles secundarios. Pasa que al cine español le queda mucho tramo por recorrer y, de no elevarse el listón de la profesionalidad, no le auguramos mucho futuro (a la espera de que “Alatriste” pueda salvar la temporada, y lo dudamos porque a Vigo Mortenssen nos da la sensación que le falta un hervor).
El director, Daniel Sánchez Arévalo, acaba de irrumpir en estos pagos y de él se espera mucho. La película está bien dirigida, no se hace pesada ni aburrida en momento alguno, ni mucho menos cargante. El director se mueve cómodo a través de un guión que él mismo ha escrito y abundan las pinceladas de ingenio y los toques de ironía. Creo que es su primera película y que antes se había curtido en la dirección de media de docena de cortos.
¿Vale la pena verla? Si, para tener la conciencia tranquila de que no todo el cine español es un bodrio impresentable a lo “Eisi Disi” o a lo “Torrente Tres” o a lo “Pocholo y Borjamari” o a los últimos Almodóvar en los que los topicazos, las neurosis de su autor (que terminan siendo pesadas, reiterativas y soplagaitas) malogran cualquier intento y aburren hasta a los incondicionales del manchego.
Esta película, no siendo perfecta, merece un notable y demuestra que en nuestro país las subvenciones no tienen porque ser dinero tirado para que unos directores desaprensivos se busquen la vida con el mínimo esfuerzo. Aquí donde dijimos hace una semana que “La educación de las hadas” era un bodrio infumable, sosote, aburrido; ahora, con “Azul oscuro, casi negro” y con “Un franco, catorce pesetas”, hemos recuperado la confianza en nuestro cine.
De todas formas, falta que este cine artesanal y bienintencionado se transforme de una vez por todas en industria-espectáculo. Eso, o Hollywood seguirá teniendo la bota apretando al cuello de nuestro cine, a la espera de que aparezcan por aquí, masivamente, películas facturadas desde Hollywood, o comedietas chinas. Sí, porque los chinos, antes o después, aprenderán a hacer un cine que resulte aceptable en Europa. La nueva China no va a ser sino una ampliación del Hong-Kong de hace veinte años. Así que ese va a ser nuestro [triste] destino.
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es
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