Marathon-film (II de XIV) La huella del silencio o la Khabala en el candelero
Una familia judeo-americana feliz
La sinopsis argumental es como sigue: una familia de clase media –la madre investigadora genética y el padre profesor de khábala- con dos hijos es, inicialmente, feliz. Pero la niña tiene la rara habilidad de ser muy competitiva en los concursos de deletreo de palabras. Cuando se presenta al concurso estatal y nacional, el hermano, hasta entonces en perfecto contacto con el padre, se siente dejado de lado y, en la medida en que estaba interesado por la espiritualidad y por aquello de la coherencia, se hace… Hare Krishna (como lo oyen). La madre, hasta entonces responsable y abnegada, resulta que está hasta los mismísimos por las teorías del padre. En el fondo ella ni siquiera es judía de raza, pero se ha convertido al contraer matrimonio. Cuando el padre concentra sus cuidados en la niña para prepararla para la fase final de concurso de deletreo de palabras, la madre enloquece y resulta detenida dentro de un hogar. En ese momento se descubre que tenía un almacén de pequeños objetos de escaso valor que había ido robando en los domicilios. Es una cleptómana. De resultas del espanto, la niña prefiere perder aposta la fase final del concurso, si ello contribuye a recuperar la normalidad familiar. Hay que decir que la niña tiene 10 años, pero ya es capaz de leer a Abulafia y comprender las abstracciones metafísicas de la Khábala…
Con un argumento de tal jaez, pasada la primera media hora la película se vuelve lenta, las situaciones empiezan a ser difíciles de creer y el prometedor inicio en el que Gere da algunas lecciones básicas de Khábala, se disipa. En el mejor de los casos, la película ha sido tildada de “pretenciosa”. En el peor, simplemente de producto de mediocre factura, protagonizada por dos actores que se encuentran en la cuesta abajo de su carrera.
No esperen maravillas del casting. Los años no pasan en balde, y el rostro de la Binoche, que ya había hecho pinitos en las famosas “masas eróticas” que tanto gustaban a Dalí, registra los estragos del tiempo. El papel de madre cleptómana alelada le va. En cuanto a Gere, está muy en su línea: poco expresivo, con el encanto de galán otoñal, le cuesta dar el perfil de profesor de metafísica hebrea, francamente. Por su parte, la niña es completamente inexpresiva e incluso cuando anda por la calle se la ve excesivamente envarada; y su hermano, digno hijo de su padre, es incluso más inexpresivo que éste.
El “contexto” de la película
La película resulta altamente infumable en España. Aquí los concursos de deletreo de palabras jamás se han celebrado, cuando en EEUU es una especie de atracción nacional e, incluso hoy, gozan de gran prestigio y se benefician de la parte del león de las audiencias. Además, aquí la khábala es solamente estudiada por exiguas minorías, e incluso dentro de estas minorías se dan grandes diferencias: no todo lo que llaman “khábala” es, verdaderamente, “khábala”. Los sucedáneos de escaso valor abundan en el supermercado espiritual. En EEUU, por el contrario, la khábala es uno de los movimientos pseudomísticos de moda en estos momentos.
Se sabe que Madonna participa de las actividades de esta secta, y ella misma introdujo a Britney Speers y a otras. En Hollywood la khábala está tan de moda como hace un lustro estuvo la Iglesia de la Cienciología. E incluso los neoconservadores norteamericanos son llamados habitualmente por la prensa tanto “logia straussiana” (de Leo Strauss), como la “khábala” en función de que la inmensa mayoría de ellos son de etnia judía. Además, la magia está también de moda y el tipo de magia que se difunde en estos momentos en EEUU es la “magia khabalística”. En España nada de todo esto tiene la más mínima repercusión, pero en EEUU es el pan de cada día, la última moda del mercadillo espiritual que ha sustituido a la alicaída New Age que se ausentó sin dejar señas desde principios del milenio. Castaneda ha muerto, la escuela de Esalem difunde la cuarta parte de cursos que en el 99. Las terapias regresivas han caída en un descrédito absoluto y, en cuanto a los sistemas terapéuticos alternativos, no han podido soportar el choque con la realidad: los placebos que deparaban curan solamente enfermedades de base psicosomática, pero en absoluto enfermedades destructivas de tejidos o degenerativas. La astrología sufre un bache, e incluso los movimientos luciferinos pasan por horas bajas. La Khábala –o el sucedáneo de tal- goza, sin embargo, de buena salud.
Esta película forma parte del momento cultural norteamericano y de la última moda de los salones de Hollywood, pero resulta incomprensible en Europa. Era evidente que una película de este tipo, con trasfondo pseudomístico, solamente podía ser interpretada por el campeón del budismo, el actor de deleznables -aunque taquilleras- películas, frecuente acompañante del Dalai Lama en su exilio y defensor de las causas tibetanas más o menos perdidas. El místico hollywoodiense por excelencia, a la sazón Richard Gere.
El poder de las letras
La khábala enseña que cada palabra posee una vibración característica y que una palabra, agrupación de letras, implica un determinado poder. No es algo que sea privativo del khabalismo hebreo. De hecho, a partir de Arnau de Vilanova apareció el khabalismo cristiano que tanto influyó en los humanistas del Renacimiento y que gozó de gran reputación hasta principios del siglo XVIII. También el hinduísmo reconoce este poder de las letras y de las palabras aunque, lógicamente, utiliza caracteres sánscritos en lugar del alfabeto hebreo. Por su parte, el lenguaje rúnico, lengua sagrada de los antiguos nórdico-germánicos, sostenía idénticos principios.
Lo importante de la khábala no es lo que todos sabemos (a saber que cada letra equivale a un número y que la suma de los valores de las letras de una palabra da otro número con un simbolismo determinado), sino el hecho de que incluso los Hare Krishna sostienen idénticas teorías. De hecho, la práctica khabalística consiste en meditar sobre las letras hebreas permutándolas en función de tres leyes (la gébura, la témura y el notarikon) hasta fijar la mente en un solo punto. Es entonces cuando tiene lugar la iluminación mística y aparece el Aleph (la primera letra del alfabeto hebreo), iluminando la naturaleza del sujeto y dándole una brusca comprensión de los misterios de la naturaleza. Jorge Luis Borges ya realizó una extraordinaria aproximación a este tema en su relato “El Aleph”. Así mismo, el hinduísmo –y su hijo bastardo, la secta de los Hare-Krishna- sostiene la misma doctrina. El hinduísmo conoce esta teoría con el nombre de “Shâmadi”, literalmente, la “concentración en un solo punto”. Se trata de detener el flujo de pensamientos conscientes mediante este tipo de concentración para permitir que salgan a la superficie estratos más profundos de la personalidad.
Ahora bien, en tanto que metafísica, la khábala hebrea realiza una interpretación del ser humano (microcosmos) y del mundo (macrocosmos). Las teorías a este respecto son múltiples. Explica la khábala que el mundo fue creado en un espacio vacío abierto por Dios al replegarse sobre sí mismo. Alude también a la correspondencia entre macrocosmos y microcosmos. Teorías como esta permiten, sin grandes dificultades, atribuir al khabalismo hebreo el rango de “doctrina tradicional”, al mismo nivel que el hinduísmo, el cristianismo, el islamismo, el confucianismo, el budismo, etc.
En la película se alude repetidamente a una de las teorías khabalísticas. Aquella que afirma que la verdad originaria estaba contenida en una vasija que se rompió. Desde entonces, la misión de la humanidad consiste en reagrupar los trozos de esa vasija y reconstruir la luz originaria. Esta idea recorre transversalmente “La Huella del silencio”.
La teoría y la práctica
Hoy, cuando se alude a metafísica se alude a un conjunto de teorías sobre la naturaleza humana y sus relaciones con el cosmos y con Dios. Se trata de un saber absolutamente “filosófico”, esto es, teórico. Hubo un tiempo en el que la metafísica era sinónimo de conquista de lo que está más allá de lo físico. Implicaba no sólo una teoría, sino también una práctica. Es más, implicaba, fundamentalmente, una práctica. La metafísica moderna de la que hablaron Nietzsche y Heidegger, entre otros muchos, era, como máximo, una actitud ante la vida, no un tipo de práctica espiritual.
En la película esta distinción es palpable. De hecho, la esposa de Gere, la Binoche, enloquece harta precisamente de que su marido le suelte, tanto a ella como a sus hijos, largas parrafadas sobre espiritualidad hebrea, pero toda su práctica apenas consista en realizar guisados, más o menos, elaborados. Porque, en la intimidad, nuestro sofisticado profesor de filosofía hebrea es un excelente cocinero, un consumado violinista… pero en absoluto un cabalista practicante, ni mucho menos un discípulo aventajado de Abulafia.
Desde luego, esto tampoco es como para volverse loca, pero la cleptomanía de la Binoche es una exigencia del guión que redondea la imagen con que se aureola la familia: unos hechos polvo de la vida, tanto el marido (profesor pelmazo de una doctrina abstrusa, confusa y difusa), la esposa (cleptómana neurótica que alterna períodos de frigidez con recalentones esporádicos), el adolescente díscolo (que pasa bruscamente de tocar el violonchelo junto al padre y discutir con él de khabalismo, a sentirse desgraciado y terminar en ese sumidero de hechos polvo que es la secta de los Hare Krishna) y la niña, finalmente, a causa de la cual y de su habilidad para deletrear palabras, estalla la crisis familiar. La típica familia americana, vamos.
Con un aprobado modestito…
Hay algo de falsa pretenciosidad en esta película. No es, sin embargo, una “mala película”, ni siquiera una cinta aburrida. Es una película más bien mediocre, con algunos fallos de guión y una estructura narrativa endeble, que es donde radica la pretenciosidad que otros le han atribuido.
La película tuvo una modestísima recaudación en EEUU –si bien su presupuesto tampoco fue excesivamente elevado- y pasó pronto al circuito de DVD. No podemos decir que ni la fotografía ni la banda sonora ni la interpretación ni el montaje ni la dirección, sean dignos de mención.
El mayor valor de la película es el de ser un indicativo de por dónde van las corrientes neoespiritualistas en este período post-New Age. Un aprobado modestito y casi de rasqui, es la puntuación que le corresponde. No es que sea gran cosa, pero ya es algo. En el fondo, este producto llegado de EEUU nos ha permitido realizar algunas alusiones a doctrinas tradicionales que están muy por encima de sectas que hoy las han usurpado. Si tenemos en cuenta que el 60% de las películas americanas que llegan a España son historias de chicos jóvenes de institutos y universidades, subproductos de sal gruesa, rubias tetonas y muchachotes cutres y vacuos, esta película está por encima de la media del cine americano. Pero no mucho.
© Ernesto Milá – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 13.08.06
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