El espejismo humanitario, ¿sirven para algo las ONGs?
Infokrisis.- La lectura del libro de Jordi Raich, "El espejismo humanitario", subtitulado "La especie solidaria al descubierto", nos sitúa de forma "políticamente incorrecta" ante un tema de "moda", un tema sorprendente: las ONGs. No es habitual que un cooperante con 20 años de dedicación a la ayuda humanitaria se plentee en voz alta si ésta sirve para algo. La conclusión: señalar la casilla de ONG en las declaraciones de IRPF es tirar el dinero.
El libro y su autor
No es el primer libro de Jordi Raich. Este cooperante, habitualmente enrolado en Médicos Sin Fronteras, ha pasado los últimos veintitantos años recorriendo todos los escenarios de moda en materia humanitaria. Ha ido de decepción en decepción, hasta cuestionarse finalmente si la ayuda humanitaria tiene un mínimo de eficacia. Sus anteriores libros eran lo que se esperaba de un cooperante, es decir, destinado a promocionar su “producto”. Porque en esta sociedad del espectáculo y en pleno liberalismo extremo, la ayuda humanitaria es un “producto”.
Raich se ha movido por la antigua Yugoslavia en los peores momentos del cerco de Sarajevo. Ha pasado por los distintos escenarios de crisis del África occidental francesa. Vivió de cerca la “catástrofe humanitaria” de Ruanda y estuvo en Afganistán antes y después de la intervenció americana. En Uganda, Somalía y demás lugares olvidados de África, Raich estuvo allí organizando la ayuda humanitaria. Si hay algún español que conoce el tema es él, por eso su obra tiene mucho más valor que el que cualquier periodista crítico hubiera podido escribir.
Raich tiene “credibilidad”. Su pasado de cooperante y funcionario de distintas ONGs y su presencia en los principales teatros de operaciones humanitarias de los últimos 20 años, le atribuye una credibilidad superior a cualquier otro analista. Puede creerse a pie juntillas lo que nos cuenta.
Pero ¿Sirve para algo la ayuda humanitaria?
No es la primera vez que se plantea este tema. La London Economic School lo planteo hace años en un seminario. Raich cuenta que estaba presente en aquel evento y se estremeció cuando una muchacha ruandesa tomó la palabra en el turno de ruegos y preguntas:
“Divagamos en un laberinto sin salida. Si lo pienso con la cabeza les digo que su ayuda es inútil y que dejen de enviárnosla. Sus limosnas solo nos hacen más dependientes y no resuelven nuestros problemas. Si lo pienso con el corazón les pido que no nos abandones, que sin ustedes moriremos”.
Raich añade que a la frase siguió un silencio embarazoso. La muchacha había resumido el fondo de la cuestión. A decir verdad, Raich no piensa que la ayuda humanitaria sirva para gran cosa. Sirve para que las grandes empresas reduzcan su cuenta de beneficios y por tanto paguen menos impuesto; sirven también para que promocionen su marca y la unan a algo que está de moda en la sociedad: las campañas humanitarias. Sirve también para que unos cooperantes se sientan importantes y superiores a los receptores de la ayuda. Sirven para que los gobiernos ganen posiciones en los lugares en donde se concentra la ayuda. Salvan alguna vida, pero pocas en relación a la dimensión del problema. Y, lo que es peor, frecuentemente, crean más problemas de los que resuelven. Esto sin contar con que se han dado casos de tráfico de diamantes realizado por algunas ONGs, otras han visto como sus funcionarios utilizaban habitualmente a menores para cubrir su necesidades sexuales y, por supuesto, que mucha ayuda es completamente inútil.
Raich cuenta que una cofradía de pescadores del País Vasco le ofreció miles de latas de botino del norte para la población ruandesa famélica. Una buen propuesta y, sin duda, sincera, el problema era que las latas eran individuales y del tipo abrefácil; de aceptar esta ayuda, los campos de refugiados de habrían llenado de miles y miles de latas metálicas, menos peligrosas sin duda que las minas, pero, en cualquier caso desaconsejables para una población que no disponía de calzado. Y, por lo demás, el bonito del norte no figura entre los productos de la dieta ruandesa. En otras ocasiones, el propio Raich recibió a aviones Hércules C130 de la Fuerza Aérea Española cargados con toneladas de galletas Cuétara inapropiadas para una dieta tropical. También vió squís donados por el público norteamericano en el curso de campañas mediáticas, abandonados… en el Sahara. O biblias en Afganistán. Una propietaria de un manantial en el Pirineo ofrecía toda su producción para paliar la sed en África. El problema es que el agua envasada en botellas de plástico saciaría la sed –en caso de que fuera económicamente viable enviarla a África- sino fuera por que los millones de envases de plástico desechables generarían una catástrofe ecológica de similares proporciones. El donante suele ignorar que el hiposulfito cálcico utilizado para depurar el agua es la alternativa más realista y eficaz a las donaciones de agua mineral europea. Se ha llegado a enviar salami y morcón a Ávila a zonas musulmanas, helados Mico en aviones no frigoríficos a las zonas más calurosas del planeta y pescado a zonas que jamás lo han consumido y cuyo metabolismo no lo admite.
Y, en cuanto a las “apadrinamientos” de niños, suponen uno de los peores fraudes: el slogan hace creer que el donante “apadrina” a un niño concreto, cuando en realidad, su dinero, después de deducirse los gastos de la transferencia bancaria, los salarios de los funcionarios de la ONG y sus gastos en misión, lo poco que queda, se une a un fondo común con el que se construye alguna escuela o se financia alguna iniciativa en pro de la infancia. Alguno de los donantes, entusiasmado, pide mantener correspondencia con el niño apadrinado, y durante años recibe cartas… escritas por algún funcionario de la ONG. ¿Es posible un fraude mayor? Si, por supuesto… Las páginas de libro de Raich están recorridas por este tipo de fraudes realizados sin el menor recato y que, por lo demás, son del dominio público de los cooperantes veteranos.
Como una gota en el océano
Las zonas en crisis son muchas y la ayuda es siempre menor a la necesaria. Y además no dura siempre: dura solamente el tiempo en que la crisis humanitaria está en el candelero, luego disminuye y, finalmente, el cooperante desaparece y el programa se suspende. Dado que ese lugar no vuelve a aparecer en los noticiarios, nadie se entera de que la ayuda ha servido para poco. La persona salvada hoy gracias a un paquete de cereales, muere al cabo de poco tiempo cuando la ayuda cesa.
Además ni toda la ayuda llega a su destino, ni siquiera se distribuye adecuadamente. Raich cuenta decenas de trampas utilizadas por los receptores de la ayuda, para recibir más… parece lógico, en el fondo están hambrientos y necesitados. Pero se entiende mucho menos que en lugar de consumirla, simplemente, la vendan. En las inmediaciones de las zonas “target” de la ayuda humanitaria, pueden verse los productos con las etiquetas de las distintas ONGs en venta aun a pesar de la inscripción “producto no vendible”.
En toda África la existencia del Estado es una entelequia. Y otro tanto ocurre con las FFAA. La corrupción, el vacío de poder y las unidades militares que hace meses que no cobran su salario y solamente disponen del AK-47 para saquear y robar, son habituales de un extremo a otro de África. Soldados borrachos y drogados recorren las carreteras y se apostan en las fronteras siempre dispuestos a saquear al hombre blanco en primer lugar y luego a los ciudadanos desarmados. Inicialmente, los cooperantes jóvenes no entienden como es posible que si ellos van a ayudar a lo que genéricamente conocen como “africanos”, sean precisamente los mismos “africanos” los que les imposibilitan a diario el desarrollo de su trabajo.
Muchos de ellos esperan como el mejor día de su vida, aquel en el que concluirá su compromiso con la ONG. Otros desisten el primer día y regresan a su país de origen en el mismo avión que les llevó a África. Los hay que enloquecen, caen en el alcoholismo y se convierten en puteros empedernidos que no creen en nada ni en nadie y mucho menos en la misión que les ha llevado a allí. Raich cuenta que parafraseando al clásico “el cooperante es un loco para el cooperante”. Las casas en donde viven, disponen de un lujo que suele contrastar con la miseria circundante; pero en su interior, aprenden pronto la moraleja de la obra de teatro de Sarte: “el infierno son los otros”. Las peleas en el interior de las casas son habituales, las incomprensiones continuas, los tipos raros, intratables, aquejados de mil paranoias o neurosis abundan en estos hogares provisionales. Raich realiza una tipología de los cooperantes verdaderamente mordaz. Los ha conocido demasiado bien como para equivocarse.
En el mejor de los casos, el cooperante en lugar de ayudar, lo que busca es ayudarse a sí mismo, dar un sentido a su vida, participar en una misión humanitaria que, sin duda, será lo más importante que haya hecho en su existencia y que, a partir de ese momento, contará incluso a sus nietos. No, definitivamente, el cooperante no sale bien parado en el libro de Raich. Pero el beneficiario de la ayuda no sale mucho mejor.
No es Raich el único en pensar así. Personalmente he hablado con bomberos barceloneses que fueron a ayudar a ruandeses y volvieron traumatizados (en ocasiones, un europeo al salir de su oasis de relativa prosperidad, queda estupefacto de lo que ve) al ver que los padres robaban la comida a los hijos, una vez estos la recibían, sin importarles lo más mínimo que fueran a morir de hambre. Raich cuenta que en los campos de África es frecuente que las familias dejen de alimentar voluntariamente a uno o varios hijos para así entrar en programas para familias desnutridas. Simplemente los muestran para obtener las ayudas.
La ayuda humanitaria paraliza la iniciativa de quien la recibe. Éste tiende a pensar que durará siempre o al menos se aprovechará de ella mientras dure. El mañana no es algo que preocupe excesivamente en una África que vive al día. Frecuentemente, las zonas subsaharianas que han aportado más inmigrantes a Europa son las más empobrecidas. En efecto, cuando los inmigrantes envían algunos dólares a su familia, lo que están haciendo es desmotivarlos para trabajar y cultivar la tierra: si tienen lo que necesitan, ¿para que esforzarse?
Los cooperantes están permanentemente enfrentados a un dilema: si “enseñan a pescar” a los receptores de la ayuda, corren el riesgo de que mueran de hambre; pero si les dan de comer para paliar su situación, tienden a desentieresarse de cualquier otra cosa que les puedan dar.
Además en África la noción de “comunidad” no existe. Los cooperantes están permanentemente rodeados de una corte de los milagros que permanentemente “se curran la página de la pena” contando todas las desgracias inimaginables para concluir la conversación pidiéndoles dinero. La mayoría de estas historias son fraudulentas y lo único que se persigue es el resultado final: el sablazo humanitario. Raich cuenta un caso paradigmático: un negro se le acerca y le cuanta desgracias absolutamente ficticias, luego le pide el consabido sablazo. Él no se lo da, por supuesto (tiene experiencia) y el africano se enfada: “¿Pero no estáis aquí para ayudar? ¡No hacéis nada!”. Raich le explica que él ha venido a ayudar a una comunidad y le cuenta lo que hace por ella (vacunas contra la disentería, provisión de alimento, montar un generador diesel, etc.). Pero el africano no se da por satisfecho: a él qué le importa todo eso, lo que desea es que le dé lo que él quiere. Y se va refunfuñando: “decís que venís para ayudar y no hacéis nada por mí”. En África parece que el individualismo haya suplantado absolutamente a cualquier rastro de sentimiento comunitario.
El espectáculo humanitario ha comenzado
En España hay en torno a 10.000 ONGs, la mayoría de las cuales no sirve absolutamente para nada y sus programas o bien son un fraude o bien se limitan a enviar una parte de los fondos recaudados a ONGs de la zona aquejada de algún problema. Sólo unas pocas realizan una verdadera ayuda. Son las menos y ni siquiera en estos casos puede afirmarse taxativamente que la ayuda sirva para algo. Todas estas ONGs actúan en función de los noticiarios. Estos son los encargados de generar la información y describir las “catástrofes humanitarias”. A partir de ahí, las ONGs empiezan sus campañas de recogida de fondos. Estos son entregados por un pùblico extremadamente sensibilizado por las tragedias. Esas tragedias las ven en TV. Así pues, los mass-media están íntimamente relacionados con las campañas de las ONGs.
Al público le encantan las tragedias “fuertes”, “heavys”. Si la tragedia humanitaria no es extrema, el público no se moviliza. Y la ONG, consiguientemente, no recibe dinero… Los “parques temáticos” son extremadamente importantes para este fin: hace falta mostrar campos de refugiados, campos de antiguos niños soldados, campos de depauperados hambrientos, campos de afectados por malaria o SIDA, e incluso campos de minusválidos. Ls ONGs forman estos campos y cada ONG tiene el problema de encontrar población que los llene. Si dispone de ellos, la CNN o cualquier otra cadena filma esos campos, con los adhesivos de las ONG, ésta puede contar con recibir fondos. De lo contrario, estará a dos velas. No puede extrañar que alguno de estos campos sean completamente ficticios y existan solo en horas de oficina, luego los “refugiados” se van a sus casas, después de haber recibido el paquete de alimentos o cualquier otro premio. De entre todos, el campo temático más surrealista está en las inmediaciones de Freetown, los guerrilleros de la URM tenían la costumbre de cortar a la población civil algún miembro, un brazo, una pierna o más. Así pues, Gana es un país repleto de mutilados. A nadie se le había ocurrido reunirlos en un campo de refugiados solo para mutilados, pero alguna ONG se atrevió a ello con la perspectiva de que el impacto de las imágenes movilizase a los contribuyentes. Así ocurrió, en efecto.
Pero los medios de comunicación, frecuentemente, mienten, unas veces por desconocimiento y negligencia y otra por mala fe. El problema del “burka” en Afganistán es inexistente. Solamente lo utilizan las mujeres en las ciudades… y el 95% de la población afgana vive en el campo. Además, las propias mujeres afganas consideran que el burka es un signo de distinción y aspiran a tenerlo como en Europa las chicas aspiran al traje de novia. Sin embargo, una serie de medios de comunicación, ONGs y “líderes de opinión humanitarios” (Enma Bonino entre otros) empezaron a denunciar al régimen talibán y su ofensa a las mujeres afganas a las que obligaban a utilizar el burka so pena de graves castigos. Era falso. En Afganistán nadie obliga a utilizar el burka, ni antes de los talibanes, ni con los talibanes, ni con Hamid Karzai en el palacio presidencial de Kabul. Esas falsedades hicieron aceptable la versión de que Afganistán y el régimen talibán eran las criaturas predilectas del mullah Omar y de su régimen. Y esas falsedades hicieron más aceptable los bombardeos norteamericanos sobre Kabul… bombardeos en los que se alternaban misiles con ayuda humanitaria. ¿Estupidez? ¿cinismo?
¿Marcar la casilla de las ONG en la declaración de IRPF?
No, desde luego. Marcar la casilla de las ONGs en la declaración de renta es alimentar un fenómeno bienintenciado en algunos sectores, perverso en otros e inútil siempre. Al menos, marcar la casilla de la Iglesia es alimentar a algo que siempre ha estado en nuestro país. Por otra parte, hay que recordar que Cáritas Diocesana es una de las ONGs con más experiencia, prestigio, eficacia y tradición.
Las ONGs surgieron en los años 70, eclosionaron en los años 80 y se hicieron omnipresentes en los 90. Están formadas por gentes solidarias que quieren hacer algo por sus semejantes, especialmente por aquellos que se sitúan en los lugares más alejados y exóticos. Dado que en España también hay pobres y menesterosos, parecería lógico que concentraran su ayuda entre nuestros compatriotas más desfavorecidos, pero para eso ya está Cáritas Diocesana. Así pues, estas gentes humanitarias prefieren ir allí a donde los medios de comunicación han decidido que deben ir. Y van pensando que lo que esos mismos medios han proclamado, es siempre cierto. Lo cual no es en absoluto real. Además, casi por un reflejo involuntariamente racista, piensan que los receptores de la ayuda son una especie de seres inferiores y desvalidos.
Cuando concluyó la Guerra Fría se inició el período dorado de las ONGs. Podían llegar allí a donde los gobiernos no veían conveniente llegar. Además podían servir como informadores y espías. El Corps Peace está reputada de ser una antena “humanitaria” de la CIA y otras muchas sirven a sus respectivos gobiernos.
Es evidente que las dotaciones presupuestarias y las donaciones privadas que van a parar a las ONG, no resuelven ninguna de las graves crisis humanitarias desatadas periódicamente. Esta situación no se prolongará indefinidamente. Si bien los gobierno “progresistas” y de izquierdas, sienten una particular debilidad por las ONGs, especialmente por las dirigidas por sus amigos, es aventurado pensar que tanto despilfarro presupuestario proseguirá hasta el infinito. A casi 30 años de sus comienzos, las ONGs no han mostrado ser el canal más adecuado para dirigir fondos a las zonas en crisis. Así pues, en los próximos años va a ser cuestión de ir definiendo otros modelos de cooperación y desarrollo. El libro de Raich, interesante, bien escrito, ameno y, desde luego, muy claro, contribuirá sin duda a que este nuevo modelo sea definido.
Información sobre el autor y su obra: en http://www.jordi-raich.com/
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 14.08.06
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