Maratón-film (XII de XIV): Apuntarse a un bombardeo, buenas intenciones aparte
Resumamos el contexto: poco antes del estallido de la guerra de Irak, un grupo de “brigadistas” españoles fue llegando en vuelos de 100 en 100 a este país y sumándose a otros contingentes venidos de otros países. Con su presencia trataban de disuadir a los norteamericanos de lanzarse al ataque. Los brigadistas españoles estaban movilizados con la Asociación de Amistad y Solidaridad con la Causa Árabe. La mayoría de brigadistas se fueron de Irak cuando los EEUU lanzaron su ultimátum, pero un grupo de seis asturianos y dos vascos se negaron a abandonar el país y quisieron compartir la suerte del pueblo iraquí. Los seis protagonistas asturianos relatan su experiencia en este docudrama. Tal es lo que puede decirse del contenido de este documental. Pero, claro, siempre es posible añadir algún comentario más.
Cuando el cine español recordó su antiamericanismo de izquierdas…
El documental, según nos comentó su director, se realizó artesanalmente utilizando cámaras Betacam alquiladas, se realizó en tres días y, además de las entrevistas con los brigadistas, se utilizó solamente el material que ellos mismos habían filmado en Irak durante los días del conflicto. El millón y medio de pesetas que costaron los desplazamientos, hoteles y gastos de montaje y edición, fue cubierto por el actor Guillermo del Toro, “Willy”, al que sin duda recordarán por su presencia en la serie televisiva “Siete Vidas” y en varias películas españolas de los últimos tiempos.
Por algún motivo que resulta difícil de explicar, la inmensa mayoría de miembros de la Academia del Cine (y las excepciones pueden contarse con los dedos de una mano y es posible, incluso, que sobren) tienen opiniones de izquierda. Es la resaca de la transición, cuando Santiago Carrillo (el eximio verdugo de Paracuellos, ya que estamos con esto de la “memoria histórica” y el “guerracivilismo” resucitado por ZP) repetía por activa y por pasiva lo de la “unión de las fuerzas del trabajo y de la cultura” y se consideraba que alguien “inteligente y con cultura” solamente podía ser de izquierdas y, si se nos apura, de izquierda comunista. De todo aquello, hoy ya no queda nada o casi nada.
De hecho, la Academia del Cine es el último baluarte de las buenas gentes de izquierdas. Lo que no está tan claro es si la Academia del Cine pertenece al mundo de la cultura o de la agitación política demodé, con contenidos arqueológicos, verdaderos atavismos de los tiempos en los que Marx, Lenin y Mao eran tan intocables como Freud, Nikos Poulanzas o Sartre… ídolos, todos ellos, tan caídos como el Muro de Berlín. Por algún motivo, los miembros de la Academia del Cine experimentan una especie de satisfacción insana cada vez que tienen la posibilidad de hacer una profesión de su fe política… como si no percibieran el ridículo que están haciendo, manteniendo posiciones y posturas superadas por la historia, desacreditadas por su crueldad y dogmatismo, y olvidadas para las nuevas generaciones.
Aquella ceremonia de los Premios Goya de 2004 en la que absolutamente TODOS los que subían al escenario se creían obligados a llevar la pegata del “no a la guerra” y a balbucear torpemente una soflama antiamericana, dejó como “daño colateral” este docudrama del bueno de Maqua, del que, por lo demás, podemos incluso reconocerle su sinceridad y el servir, sin duda bastante mejor que otros miembros de la Academia del Cine, a lo que él considera “su causa”.
Movimiento por la paz y el no a la guerra ¿movimiento espontáneo?
Es posible que Maqua no se haya enterado muy bien de lo que ocurrió en Irak y de por qué aparecieron los “brigadistas”. Cuando los EEUU utilizaron la guerra como estrategia para aproximarse a los campos petrolíferos iraquíes, Saddam Hussein era perfectamente consciente de que el inicio de las hostilidades implicaba su derrota militar. Nadie puede vencer a la maquinaria militar norteamericana, salvo su propia pesadez e ineficacia bélica. Los estrategas de Saddam Hussein percibieron que el esfuerzo debían situarlo especialmente en Europa, estimulando un fuerte movimiento por la paz, creyendo que estaría en condiciones de frenar la embestida de los EEUU, restarle sus aliados europeos y, en definitiva, disuadir al coloso yanqui de la aventura militar. Tal era la estrategia de Saddam Hussein.
Luego existía una segunda opción estratégica: si la guerra era inevitable y los EEUU se lanzaban al asalto, resultaría absolutamente imposible contenerlos, así que lo mejor era que las unidades de élite del ejército iraquí no entraran en combate, sino que, situadas en torno a Bagdad, se disolvieran en el último momento, guardando grandes depósitos clandestinos de armas para, tras la ocupación, articular una resistencia (la llamada “insurgencia”) que en unos años conseguiría desanimar a los EEUU de seguir en Irak, aún a costa de sufrir muchas bajas.
De todo esto, naturalmente, los Brigadistas no sabían absolutamente nada. A lo largo de la película demuestran que su capacidad de análisis político es cero absoluto. Demuestran incluso no saber que el movimiento por la paz al que pertenecieron, no solamente no era una manifestación espontánea de un loable sentimiento humanista… sino apenas un elemento táctico lanzado por Saddam Hussein. Maqua y los brigadistas parecen no saber que el movimiento por la paz se lanzó con dinero iraquí, que este dinero llegó a España por diferentes caminos: uno de ellos la representación diplomática cubana, otro “socialistas árabes” como el argelino Ben Bella que llegaron a España con maletas cargadas con el dinero de Saddam. Es posible –aunque no tenemos la prueba- que también recibieran dinero de la República Popular China, si bien es cierto que, en esas fechas, los servicios secretos chinos trabajaban codo a codo con los cubanos y, de hecho, habían “subcontratado” parte de sus misiones a la inteligencia cubana enclaustrada en las embajadas, especialmente en la española.
No hubo nada espontáneo en aquel movimiento, como tampoco lo hubo en la anterior oleada pacifista, allá por los años 80, cuando una Unión Soviética cada vez más debilitada por la sangría de Afganistán, el esfuerzo militar armamentístico y la disidencia de “Solidarnosc”, veía horrorizada como los EEUU se disponían a distribuir en Europa mísiles nucleares de corto alcance que imposibilitaban de una vez para siempre una eventual ofensiva por la frontera del Telón de Acero. También en aquella ocasión se puso en marcha un formidable movimiento pacifista… teledirigido, por supuesto, por el principal beneficiario de ese pacifismo: la URSS. En 2003 ocurrió exactamente lo mismo, sólo que el impulsor del movimiento por la paz y su máximo beneficiario era Saddam Hussein.
Vale la pena hacer aquí una precisión: si hablamos de esto es, no sólo porque conocemos el tema, sino porque en su momento nos mostramos contrarios a la invasión norteamericana y, aún hoy, no tenemos el más mínimo inconveniente en reconocer que Aznar no solamente se equivocó, sino que ni siquiera supo explicar su opción con argumentos convincentes. Ya en su momento dijimos y escribimos que el “pacifismo” que expandía el movimiento “no a la guerra” no era nuestro “pacifismo”, que los motivos por los que se oponían ellos a la guerra eran completamente diferentes a los nuestros. Hoy lo seguimos manteniendo y el visionado de este docudrama nos ha confirmado en este orden de ideas.
¿Brigadistas? ¿Qué fueron las Brigadas de la Paz a hacer en Irak?
El fondo de la cuestión es que los personajes que Maqua nos muestra como “heroicos y virtuosos”, en realidad son unos pobres diablos que ni siquiera tenían claro lo que estaban haciendo allí; sus motivos eran muy diferentes unos de otros y, para colmo, algunos de ellos ni siquiera eran pacifistas sino, pura y simplemente, unos analfabetos políticos en los que el pasado comunista de la mayoría era evidente. Seres sumidos en las más profundas contradicciones. Vamos a enumerarlas.
En un momento dado, los seis brigadistas se han encontrado en casa de una de ellas, en un pueblecito asturiano (el mismo en el que nació Maqua). Están reunidos y hablando; uno de ellos, enfocado por la cámara, se adelanta y deja ver tras él… un busto de Lenin. Maqua nos contó que había querido realizar una cinta sin interés partidista; nos dijo que en la casa había banderas republicanas, vascas y parafernalia del estilo “izquierdista retro”. Al filmar las escenas y montar la película, “limpió” esos “signos externos”, pero se le escapó el busto de Lenin.
Tener el busto de un “santo laico” como Lenin es suficientemente significativo de por dónde van los tiros. No estamos ante pacifistas consecuentes, sino antes ex miembros del PCE, que AUN siguen convencidos de que la mejor opción por la paz era la URSS, el Vietcong, la guerrilla del Ché, los RPG-7 sandinistas o… el propio Lenin. Pero Lenin era cualquier cosa menos un pacifista. Que se lo pregunten a la familia del Zar, a los muertos en la guerra civil contra los blancos, a los marineros de Kronsdat, a los cientos de miles de zaristas fusilados y a los millones de muertos por hambruna en aplicación de los principios del “socialismo”. Lenin no fue un santo, ni siquiera laico. Tener su imagen dice mucho sobre las convicciones y, especialmente, sobre las contradicciones de la dueña de la casa: una pacifista de 65 años de la que sería muy interesante conocer su pasada militancia política.
Y ahora verán ustedes lo que eran las “Brigadas por la Paz”. ¿Brigadas? ¿Por qué Brigadas? Brigadas en honor de las Brigadas Internacionales que combatieron en España. No es que especulemos, es que el propio Maqua nos explicó que, precisamente en recuerdo de las brigadas estalinistas que lucharon en España, la Asociación de Solidaridad con la Causa Árabe adoptó este nombre. Item más: para mayor INRI la “Brigada” llevaba el nombre… de un brigadista iraquí muerto en la guerra de España.
Solamente unos merluzos redomados o unos cínicos impenitentes pueden ignorar la historia y desconsiderar el hecho de que las Brigadas Internacionales, no solamente no tuvieron nada que ver con la paz, sino que fueron la punta de lanza del estalinismo en España. Y, por lo demás, no solamente no eran pacifistas, sino que militaron siempre en la izquierda comunista y, los menos, en el trotskysmo… no solamente los primeros se comieron, en sangrienta purga, a los segundos, sino que luego siguieron comiendo de la mano de “papá Stalin”. Y, aparte del juicio político que pueda hacerse sobre los motivos del estalinismo para cometer sus atroces purgas, lo cierto es que de Stalin, como de Lenin, decir que fueron pacifistas es algo grotesco y que evidencia, solamente, la pobreza de ideas con la que se movían los “pacifistas” españoles que fueron a Irak.
¿Cuál era su tarea en Irak? “Dar testimonio de lo que allí pasaba”. En realidad, no era exactamente ésta. Saddam jugaba la carta de la propaganda. Su objetivo era desacreditar el papel de los EEUU mostrando los destrozos causados por el uranio empobrecido y el bloqueo económico de 1990 a 2003. Y en este sentido hay que decir que, aparte del hecho de que fuera pura propaganda lo que vieron los brigadistas en los hospitales iraquíes,… las atrocidades no eran menos ciertas. Como seguramente también eran ciertas las atrocidades cometidas con los kurdos en 1990 que a los brigadistas parecieron no importarles mucho. Es triste ser un instrumento de propaganda de un régimen, cumplir con fidelidad perruna este cometido y ni siquiera enterarse. Pues bien, eso fue lo que le ocurrió a nuestros brigadistas.
Las motivaciones para ir a Irak
Maqua nos comentó –y no tenemos por qué no creer en su palabra- que algunos de los brigadistas ni siquiera sabían quién era Julio Anguita. Esto introduce otro elemento en la ecuación: carecían de la más mínima capacidad de análisis político o, si lo queremos decir con más rudeza, eran unos humanistas ingenuos, políticamente analfabetos a pesar de que alguno perdió los mejores años de su vida en el PCE.
A partir de mayo de 2002 era evidente para los analistas políticos que los EEUU iban a invadir Irak. En los días posteriores al 11-S ya se valoró esa posibilidad, sólo que entonces Ronald Rumsfeld sentenció: “Saddam Hussein es un hijo de puta, pero no es el hijo de puta de esta historia”. El hijoputa, para entendernos, era Bin Laden y el régimen talibán. Dos años después, el propio Runsfeld sentenciaba de nuevo que Saddam había alcanzado el dudoso honor de ser considerado como hijoputa por parte del Departamento de Defensa…
Si a partir de mayo de 2002 nadie podía llamarse a engaño, a partir de febrero de 2003, cuando el ejército norteamericano estaba concentrando ingentes cantidades de material bélico en Kuwait y Arabia Saudí y multiplicando sus esfuerzos diplomáticos por ampliar la base de la “coalición” (aquí es donde entran los bigotes de Aznar), era evidente que la guerra era imparable, se hiciera lo que se hiciera. ¿Valía la pena protestar en la calle? Pfff, quizás sí, pero sólo como forma de manifestar la desvinculación de Europa de los proyectos agresivos y expansionistas del neoconservadurismo americano. Y la mayor parte de los que se manifestaron lo hicieron sin unas motivaciones claras, “por la paz, no a la guerra”, que equivalía a decir: “no me calienten la cabeza con argumentos, soy solamente pacifista, del resto no entiendo nada”. Y de hecho, los brigadistas no entendían nada.
Julius Evola expresaba en “Cabalgar el Tigre” que, cuando estamos subiendo una montaña y nos viene un alud encima, lo más razonable es apartarse. Lo más probable es que si intentamos parar el alud, termine arrastrándonos consigo. Eso fue lo que les pasó a los brigadistas. No fueron conscientes de que NADA NI NADIE iba a parar a la maquinaria de guerra norteamericana y decidieron que con la infantil e ingenuo-felizota iniciativa de irse a Irak, Bush dudaría sobre si bombardear aquel país e iniciar el conflicto… Santa candidez de gentes, no por cándidas menos cortitas.
Nos cuesta, sinceramente, creer que los brigadistas fueron a Irak porque amaban la paz. Este tipo de gestos, normalmente, suele tener raíces más profundas y personales. Durante el docudrama, nos dio la impresión de que aquellos brigadistas no habían hecho nada más bueno en su vida que irse a Irak. Nos recordaban aquellos amigos que apenas han vivido otra aventura grande y diferente en su vida que la de irse al servicio militar. De regreso se pasan años contando sus “aventuras”, inevitablemente intrascendentes y farragosas, frecuentemente deformadas y amplificadas con el prisma del tiempo.
Los brigadistas quisieron vivir –por encima de su deseo de manifestar su oposición a la guerra- “su aventura”. En un momento dado, una de las brigadistas manifiesta que hubiera querido quedarse en Irak y… apuntarse a la insurgencia. Cuando su compañero le explica que siempre ha habido causas similares (y lo peor es que las enumera: Vietnam, Nicaragua… pero no oímos nada sobre la ocupación soviética de Afganistán o sobre la destrucción de Budapest por el Ejército Rojo o la invasión de Checoslovaquia) ella dice “pero esta es MI guerra”.
Se quiere vivir una “aventura” cuando se ha experimentado un fracaso o una incapacidad: fracaso emotivo, fracaso en una relación, fracaso profesional, fracaso en los estudios, fracaso laboral. Estamos íntimamente convencidos de que todos los brigadistas que aparecen en la película experimentaron, antes de su marcha a Irak, cualquiera de estos fracasos. En realidad, lo llevan escrito en el rostro.
Sirva como ejemplo el personaje más entrañable de la historia. Teresa, que ha invitado a los brigadistas a su domicilio en Asturias. No se habían visto desde que regresaron de Irak, hasta que Maqua los animó a reunirse y los filmó. Teresa es un caso patético. Su hijo murió cuando ella se encontraba en Irak. El dolor que experimenta toda madre al perder a su hijo solamente puede ser mayor por la ausencia y, en este caso, por las circunstancias de la pérdida (el hijo se suicidó después de haber matado a su mujer en un caso de violencia doméstica). Probablemente, si Teresa hubiera educado a su hijo de otra manera, si hubiera estado encima suyo durante los años formativos y si, en lugar de practicar cultos idolátricos a la estatua de Lenin, hubiera estado cerca de su hijo, esta tragedia asturiana no se hubiera producido. En ocasiones, los progresistas se empeñan en participar en campañas por la paz y la humanidad en el quinto pino y se olvidan de que en su entorno precisan mucho más de ellos que el “pueblo iraquí”.
Hay que añadir que en el docudrama aparece el embajador cubano tratando con los brigadistas españoles (¿recuerdan lo que les decíamos sobre el espinoso papel de los servicios cubanos en el movimiento por la paz y el no a la guerra de Irak?) y que el propio gobierno iraquí, cuando la guerra fue inevitable, les instó a repatriarse. Era evidente que, en el momento en que hablaran las armas, la presencia de esos brigadistas iba a ser especialmente cargante para el régimen iraquí.
La última contradicción: el petróleo
El fondo de la cuestión de este conflicto era el petróleo y la alianza de EEUU e Israel. Sobre las causas de la guerra ninguno de los brigadistas está en condiciones de explicar nada. No entienden lo que han visto, ni son capaces de interpretarlo más allá de algunas ideas generales y básicas. Uno de los brigadistas alude al “petróleo”, pero tiene gracia que la película se inicie con la llegada de este brigadista a la casa de su compañera Teresa,… en coche.
La pregunta demagógica a realizar por nuestra parte es: estos brigadistas tan bienintencionados y cándidos, ¿hubieran sido capaces de renunciar a llegar todos ellos en coche privado al domicilio de Teresa? Si les hubieran dado a elegir entre asegurarles la paz o el suministro de petróleo ¿qué hubieran elegido? La cuestión era ésa: asegurar el suministro petrolífero y, por tanto, el crecimiento industrial, y eso implicaba una guerra por el petróleo, o bien –como la España de ZP ha elegido, en contraposición con la opción de Aznar- tener unas lóbregas perspectivas en el suministro petrolero y ver cada día cómo se encarece un poco más el carburante. Los brigadistas, con sus coches, parecían querer el “oro” y el “moro”, el oro de la encomiable obra humanitaria que aforraron yendo a Irak pagados por Saddam, y el petróleo para el utilitario que, eso sí, no se lo toquen.
Hay que decir unas palabras finales: solamente los que están predispuestos a elevar a los altares a estos brigadistas pueden considerar su acción como digna de encomio. Para los críticos como nosotros, esa gente fue a Irak en un dramático intento de huir de su realidad y de sus frustraciones. No hace falta conocerlos al dedillo para advertirlo. La película, como nos decía Maqua, es “dura y se dirige a los sentimientos”… pero los sentimientos son irracionales, y lo irracional es siempre subjetivo y engañoso. Los brigadistas fueron a Irak a tener la aventura de su vida. Si lo hubieran pensado racionalmente jamás se habrían apuntado a ese bombardeo.
Por lo demás, justo es reconocer que “Willy” Toledo fue el pagano de este documental. No hubo subvención pública. Millón y medio (de pesetas…). Se podía haber estirado más. Pero la "solidaridad" y el "no a la guerra" dan de sí lo que dan de sí. No hay más cera que la que arde. Y, fuera de pose y el gesto dramáticamente rebelde, hay poca cera, mucho cerumen y mucha más caspa progre
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 25.08.06
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