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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

El Caso Faisán o el vértigo del abismo

Infokrisis.- ¿Qué puede pensarse cuando un policía ayuda a un etarra? Que lo hace en beneficio propio… Distintas series de TV han aludido frecuentemente a la colusión entre policías y delincuentes (en los pasados Emmy la serie The Shields basada en este tema recibió uno de los premios). Así mismo, en Juego de Patriotas, basado en la novela de Tom Clancy,  Harrison Ford encarna a un alto funcionario de la CIA, Jack Ryan que se mueve en esta y en las dos secuelas en medio de un mar de traiciones interior y dobles juegos en el que otros miembros de la seguridad norteamericana e inglesa y terroristas actúan de común acuerdo. También la película Los tres días del cóndor va sobre un tema similar. La acción común de policías degenerados que practican el doble juego con terroristas ha sido tratado en múltiples ocasiones por la literatura de género negro que ha cogido sus casos de la realidad. Así pues no se trata de algo que pueda sorprendernos, lo que verdaderamente sorprende es que, aquí y ahora, todo esto ocurra ante nuestros ojos y no merezca una investigación exhaustiva ni un castigo ejemplar. Normalmente la realidad no termina tan felizmente como las películas y las novelas.

Un viejo tema: ¿por qué sigue existiendo ETA?


Uno de los misterios políticos más extraños de Europa Occidental es por qué sigue existiendo ETA y actuando en una comunidad de poco más de 2.000.000 de habitantes, reclutando y actuando por espacio de 50 años a pesar de ser objeto aquella comunidad de la mayor acumulación de fuerzas de seguridad de todo el Estado. ¿Cómo es posible que durante 50 años ETA se haya reconstruido una y otra vez?

Hay argumentos para todos los gustos. Para los abertzales esa persistencia es garantía de que una parte importante de la población apoya la causa de ETA, para otros el hecho de que ETA no termine de desaparecer jamás indica que estamos ante un problema político y no policial. Los hay que atribuyen la subsistencia de ETA a los errores cometidos por los gobiernos de turno y particularmente al Caso GAL. No hay nadie en estos momentos que subraye la “calidad” de los militantes de ETA para la lucha clandestina, no hay absolutamente nadie que les atribuya una preparación política y técnica superior a la de la policía.

Los militantes de ETA que, periódicamente son detenidos en Francia y España no dejan de ser unos chiquilicuatres que llevan escrita en la cara el estigma de su inmadurez y frecuentemente de su falta de talla política: a estas alturas deberían saber que todo militantes de ETA que ingresa en la organización tiene una vida activa media de poco menos de un año, tras lo cual le esperan 20-30 de estancia en prisión. Y ninguno de ellos tiene el aspecto de idealista convencido, sino más bien de porreros, colgados y marginales sociales; muchos de los militantes de ETA que hemos visto ante los tribunales se han revelado como auténticos psicópatas, chalados de la peor especie, asesinos en seria sin nada en la cabeza, sin proyecto político y sin dos dedos de frente. Entonces ¿cómo es que las fuerzas de seguridad del Estado no logran liquidar a un banda de anormales dirigidos por aventureros políticos? Ese es el gran misterio.

Planteémoslo de otra manera. En los años 70, Uruguay no tenía más población que la Comunidad Autónoma Vasca. Existía allí un movimiento terrorista, el Frente de Liberación Nacional “Tupamaros”, compuesto por militantes buena parte de los cuales habían sido formados en Cuba y cuyo nivel intelectual era alto, sino altísimo. Entre 1968 y 1973, los “Tupamaros” estuvieron en condiciones de realizar importantes acciones terroristas y secuestros incluso de funcionarios de la CIA, lo que indicaba un alto grado de preparación y de información.

Sin embargo, en pocos meses resultaron completamente diezmados. La reducida población de Uruguay hizo que un trabajo policial sistemático fuera capaz de desmantelar a los “tupamaros” en apenas dos años. Hoy, las fuerzas de seguridad españolas cuentan con sistemas mucho más sofisticados que la policial uruguaya para acabar con un movimiento que no llega a la altura de la suela del zapato a los “tupamaros”, compuesto, apenas, por… chiquilicuatres, dirigidos por aventureros de pocos vuelos todos ellos en el exilio. ¿Dónde está el misterio?

Los “tupamaros” tenían el seguimiento y la complicidad de buena parte de la población. Mucho más de lo que ha tenido jamás Herri Batasuna. El Frente Amplio, fundado inicialmente por los “tupamaros” en los años 70, ha gestionado el poder en Uruguay venciendo en las elecciones de 1999 y 2004. Así pues, los “tupamaros” contaron siempre con un fuerte apoyo popular, lo que no fue obstáculo para que una policía escasa de medios los liquidara en apenas dos años. ¿Por qué en el País Vasco esto no es posible?

Resulta en cualquier caso extraño que ETA haya podido celebrar su cincuenta aniversario manteniendo el mismo nivel operativo que en estos últimos 10 años. Nunca es definitivamente desarticulada, pero las desarticulaciones siempre tienden a cortarle las uñas y a impedir que realice actos de terrorismo similares a los que tuvieron lugar entre 1976 y 1997. Da la sensación de que la seguridad del Estado se limita a hacer la manicura a ETA, cortarle las garras y nunca jamás remata la jugada con una desarticulación total. ¿Puede creerse en una hipótesis así?

Es cierto que la Ertzaina, mientras estuvo dirigida por el PNV se preocupó de que la presión policial sobre ETA nunca fuera excesiva. La teoría del PNV es muy conocida como para que valga la pena recordarla: “unos golpean el árbol y otros recogen los frutos”… Todo esto es comprensible –e inmoral- si tenemos en cuenta que el principal beneficiario de los crímenes de ETA ha sido el PNV sin cuya presión jamás hubiera podido elaborar un estatuto de autonomía cuyo techo se sitúa por encima de cualquier otro… Bien, pero ¿y la policía nacional? ¿y la inteligencia? No, decididamente hay algo extraño en todo esto. ¿Una hipótesis de trabajo? Determinados sectores de la seguridad del Estado podrían haber entendido que sus sueldos y sus primas depende de que ETA siga existiendo y haber pactado con un sector de la banda el mantenimiento de unos umbrales mínimos de terrorismo. A eso es a lo que llamamos “hacer la manicura a ETA”. ¿Tiene visos de verosimilitud esta hipótesis de trabajo?

¿Precedentes en Europa?

Italia, Brigadas Rojas, 1968. Renato Curcio, Maga Cagol y sus compañeros organizan los Comités Unitarios de Base. Están influidos por el castrismo, las guerrillas tercermundistas auspiciadas por los monteros, los tupamaros y la experiencia brasileña de Carlos Margihela y su guerrilla urbana. En 1969, la pareja Curcio-Cagol, formará el Colectivo Político Metropolitano, núcleo inicial de las Brigadas Rojas. En 1974 el SID (Servicio de Información de la Defensa) logra introducir a un colaborador en el núcleo operativo de las BR, Silvano Girott (a) “Frate Mitra” que provoca la detención de Curcio. Inexplicablemente, de la redada sale indemene Walter Moretti. Poco después, Mara Cagol logra liberar a Curcio en una operación terrorista inexplicablemente fácil, pero menos de un año después Curcio es detenido de nuevo y su compañera muere en el tiroteo. A partir de la llamada “Resolución Estratética” de 1975, las BR llaman a “atacar al corazón del Esado”. Walter Moretti es el hombre fuerte de la organización. Ni es un gran teórico, ni es un gran estratega, ni siquiera es un líderes reconocido por todos, simplemente ha ocupado el espacio vacío dejado por los dirigentes detenidos o muertos. En 1976 todos los fundadores de las Brigadas Rojas están muertos o en la cárcel. Todos, salvo Walter Moretti. Un año después, tras la muerte de Walter Alasia y diversas redadas en Sesto San Giovanni, Moretti se convierte en el líder indiscutible de la organización. Seguía siendo un tipo mediocre y un activista de segunda fila.

Sin embargo es en esa época cuando las BR logran su mayor nivel de actividad terrorista hasta lograr secuestrar a Aldo Moro, jefe de gobierno y líder de la Democracia Cristiana. Nunca en Europa se había producido una acción de presión al Estado de tal envergadura. A partir de ese momento se produjo el fin de las Brigadas Rojas. En 1980, están prácticamente desarticuladas y su terrorismo empieza a ser residual. La historia no termina tan fácilmente. En los años 90 se supo que Walter Moretti colaboraba desde mucho antes del secuestro de Moro con la seguridad del Estado. Incluso durante el secuestro de Moro, Moretti permaneció en un piso franco situado en… unas viviendas militares. Se le avisó previamente de que no volviera a ese piso vigilado por la policía. Sí: las detenciones selectivas de la policía italiana permitieron que Moretti escalara sobre los vacíos dejados por los presos o por los muertos. Luego las BR sirvieron simplemente para efectuar operaciones terroristas que tendrían como fin eliminar a personajes políticos de relevancia (Aldo Moro) en beneficio de otros (Giulio Andreotti).

En España, durante la transición se aludió mucho al “extraño GRAPO”, un grupo maoísta vinculado al PCE(R), compuesto por no más de 200 militantes en su mejor momento, cuyo nivel teórico era ínfimo, tosco y primitivo y que, sin embargo, estuvo en condiciones de secuestrar al General Villaescusa y Antonio María de Oriol, Presidente del Consejo de Estado. La infiltración de un guardia civil en el seno del GRAPO provocó la liberación de ambos secuestrados. Ese guardia civil se había infiltrado previamente en el MPAIAC, movimiento independentista canario del que hoy sabemos que los EEUU utilizaron como presión para que España acelerara su entrada en la OTAN [ver recuadro].

Estos casos muestran que, efectivamente, no todo en el terrorismo está tan claro como parece a primera vista. El extraordinario impacto emotivo de cualquier acción terrorista hace que con demasiada frecuencia los terroristas sean manejados por poderes y designios que ellos ni siquiera están en condiciones de intuir. Un estudioso de las BR dijo en 2002: “Hay gente que cree que es el responsable de un atentado simplemente porque ha enviado la nota reivindicativa…”.

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