Análisis geopolítico de España (IV)
Redacción.- El estudio sobre los núcleos originarios de la Reconquista, sobre las cuencas fluviales, sobre los núcleos geo-históricos y sobre el ecumene estatal, nos han aportado elementos para entender el por qué existe hoy una tendencia a la disgregación que anteriormente, en otros momentos de nuestra historia, también se había manifestado. La tendencia hacia la convergencia de los pueblos peninsulares también se ha evidenciado en otros momentos de la historia y es posible encontrar en tiempos pasados momentos y elementos geopolíticos que justifican precisamente, la tendencia hacia la unidad. En esta aportación vamos a intentar fijar un poco más estas tendencias, sus motivaciones y sus desembocaduras posibles.
España está incluida en una península de tamaño medio y que, como tal, ha favorecido la formación de una sola nación-Estado. La situación de España, rodeada de mar por todas partes, de la misma forma que ha generado dos cuencas fluviales, dos horizontes marítimos distintos, es también, precisamente por eso, el elemento central del proceso de convergencia de sus pueblos. La frontera francesa, perfectamente definida por los Pirineos y las fronteras marítimas, hacen de España un país perfectamente definido.
ESPAÑA Y PORTUGAL. LA CUESTION DEL FEDERALISMO
Las fronteras con Portugal en rigor, podría decirse que son fronteras atenuadas y que la historia de ambos países ha sido paralela en los últimos siglos y caracterizada a partir del último tercio del siglo XX casi por una superposición, incluso temporal, de episodios históricos (pérdida de las posesiones ultramarinas, caída del salazarismo y del franquismo con dos años de diferencia, implantación de un sistema democrático que en sus primeros años demostró una increíble inestabilidad, alternancia posterior sin grandes traumas de distintas opciones políticas, ingreso en la Unión Europea), con un desarrollo económico similar y una sociología muy próxima.
Por otra parte, las tradicionales relaciones de buena vecindad, la proximidad lingüística y cultural, los lazos que unen a ambos países con Iberoamérica, hacen que, la frontera entre ambos países haya sido preservada por la historia y el carácter atlántico de Portugal, por obvias razones, no tenga la contrapartida que tiene España, de la salida a otro mar.
En este sentido lo único que queda lamentar en este análisis es que hayamos recibido como legado una separación histórica entre ambos países en lugar de una sola nación. De haber existido ésta, muy probablemente, el destino histórico del conjunto hubiera sido muy diferente y la Península Ibérica hubiera jugado un papel superior en la historia.
Por otra parte, no hay que olvidar que una unidad de este tipo habría necesariamente dado lugar a una estructura federal que se hubiera adaptado históricamente más a una configuración geopolítica como la española. En efecto, todos los tratadistas de geopolítica (en especial la escuela alemana) insisten en este hecho: cuando la configuración hidrográfica de un país es una red centrífuga, genera un núcleo central a partir del cual irradia el poder estatal (Francia, como hemos dicho, dispone de esta configuración), pero cuando se trata de una red paralela, se establecen intereses económicos semejantes, que facilitan el tránsito a un Estado Federal (Alemania es el caso típico de un país de estas características).
Ahora bien, la formación de los Estados federales se fraguó a lo largo del siglo XIX, probablemente el siglo más desgraciado en la historia de España, un siglo completamente perdido en la que no se abordaron las reformas y procesos de actualización necesarios. Desgraciadamente, el siglo XIX español no fue otra cosa que la copia servil de modelos nacionales ajenos, la aplicación de un jacobinismo llegado de Francia y que no se adaptaba a la configuración geopolítica de España. La actualización de los fueros tradicionales de todas las regiones y nacionalidades peninsulares, hubiera debido llegar en el siglo XIX, automáticamente, a una estructura federal que sustituyera al régimen centralizador y nivelador, contrario a las autonomía regionales, impuesto por los primeros borbones y extremizado por los intentos republicanos y liberales posteriores, así como por el absolutismo que le fue opuesto.
En la actualidad, el tránsito de un Estado Unitario atenuado por la legislación autonómica y por una constitución en reelaboración, a un Estado Federal, es problemático. Habitualmente, los Estados Federales se generan como resultado de un proceso de modernización y actualización de un legado histórico (la República Federal Alemana) o bien como resultado de un proceso unitario en el cual se van incorporando progresivamente nuevas piezas a un núcleo (el proceso de formación de los Estados Unidos). Sin embargo, la historia todavía no ha registrado hasta ahora el caso de un Estado Unitario que se fragmente para luego, acto seguido, reconstruir la unidad originaria mediante una estructura federal. En este sentido, todos los intentos relativamente parecidos a los que hemos asistido (el desmembramiento de la URSS y la posterior constitución de la CEI) no pueden ser considerados como satisfactorios, sino que, más bien alertan, sobre los riesgos de una aventura similar.
Por otra parte, cualquier modelo de convivencia nacional precisa tener muy claro la misión y el destino para el que ha sido creado. En este sentido, la existencia de partidos nacionalistas e independentistas, vuelve la situación completamente inestable. La miopía de los partidos independentistas es tal que no pueden ver nada más allá del hecho mismo de culminación del proceso independentistas sin preocuparse en absoluto de la viabilidad de la nueva nación recién formada. Esto sin recordar las interpretaciones históricas torticeras o el simple falseamiento y adulteración, la selección interesada de los hechos históricos y las posibilidades de limpieza étnico-lingüística inherentes a cualquier intento nacionalista.
El tránsito de España de Estado Unitario a Estado Autonómico, ha sido relativamente agitado (tensiones terroristas en el País Vasco, un régimen de erradicación de la lengua española en las administraciones locales y en la enseñanza y un perpetuo forcejeo con el Estado aumentando las pretensiones autonómicas) y el paso que se percibe en el horizonte hacia un Estado Federal con la reforma constitucional en ciernes, hace que se proyecten sobre el futuro de España oscuros nubarrones.
LA EURO-REGION DE MARAGALL
Es en este contexto en el que hay que insertar el intento del presidente de la Generalitat de Catalunya Pascual Maragall de crear una región transpirenaica o euroregión que agrupara a las autonomías de Valencia, Catalunya, Aragón, Baleares en España y al suroeste francés. Sobre el papel, la propuesta no es completamente absurda y Maragall, a principios de diciembre de 2004 ha intentado activarla creando un Centro Tecnológico Aeroespacial en Viladecans. La aspiración de este centro es la creación de un eje tecnológico Barcelona-Toulouse que contribuya a dar un impulso a la cooperación entre ambas capitales regionales.
Pero Maragall se equivoca pensando que este proyecto tiene una lúcida proyección geopolítica. De hecho, el principal argumento para justificar su existencia, es que buena parte de los intercambios comerciales de Catalunya tienen lugar con esa región francesa como es normal y como ocurre entre dos ámbitos de cualquier espacio fronterizo. En las relaciones económicas internacionales rige el principio de la contigüidad (los intercambios comerciales son más intensos entre espacios geográficamente contiguas incluso en estos tiempos de globalización) y esa contigüidad se realiza sin esfuerzo, por la misma dinámica de los hechos.
Maragall, en el fondo, lo que intenta es otra cosa: disminuir el peso del Estado Francés y del Estado Español en sus ámbitos políticos actuales, mediante la creación de una tercera pieza intermedia, el famoso Estado encabalgado que ya fracasó con Pedro El Grande en la batalla de Muret precisamente por imperativos geopolíticos y no sólo por la fuerza de las armas.
Las posibilidades de la euro-región de llegar a algo tangible son mínimas: el desinterés del País Valenciá, la debilidad política Baleares, la sensación de que la Comunidad Autónoma de Aragón va a remolque sin considerar el proyecto como algo propio sino sólo como una posibilidad de superar su regresión demográfica y la apatía con la que se ha tomado en Francia en donde las regiones tienen muchas menos atribuciones que en España, hacen que este proyecto no pase de ser una maragallada que se disolverá por la misma fuerza de las cosas.
Tres elementos objetivos de carácter geopolítico juegan en contra del proyecto de Maragall:
1) La existencia de dos núcleos neohistóricos sin relación desde el siglo XIII: Barcelona y Toulouse, con dos lenguas diferentes, con dos vinculaciones políticas a diferentes Estados.
2) La existencia de dos cuencas fluviales opuestas (la del Garona hacia el Atlántico y la del Ebro hacia el Mediterráneo) que fuerzan flujos comerciales y humanos diversos y centrifugan intereses mutuos.
3) La existencia de lo que para el Estado Francés y el Español es una frontera estable, mientras que para Maragall se trata de una frontera de regresión a causa de la formación de la Unión Europea.
Para Maragall y, para cualquier nacionalismo regional, la creación de la Unión Europa ha sido tomada como una posibilidad de disminuir la importancia de las fronteras nacionales (estables que pasan a ser fronteras en regresión) en beneficio de nuevas fronteras (en formación). Pero en todo esto hay algo de subjetivo: la Unión Europea parece tener voluntad a ser una unión de Estados Nacionales, no una confederación de euro-regiones autónomas.
LA EURO-REGION ALTERNATIVA
Por lo demás, es evidente que Maragall no va a poder contar para su proyecto con lo que constituiría el apéndice sur, el antiguo reino de Valencia. Es más, el proyecto de Maragall no es sino una constatación de la progresiva disminución de influencia de Barcelona en el seno de España, incluso en el terreno económico, en beneficio de la ciudad de Valencia. La polémica sobre el transvase del Ebro ha contribuido a envenenar las relaciones entre Catalunya y Valencia y, dentro de este esquema de rivalidad regional hay que enmarcar la polémica lingüística.
La ausencia del nacionalismo catalán en la gobernabilidad del Estado durante 25 años ha generado en el Estado una desconfianza hacia las verdaderas pretensiones de la autonomía catalana y esto ha hecho que, automáticamente, aumentaran las inversiones y el interés de los distintos gobiernos (socialistas, populares, centristas) hacia la ciudad de Valencia. Desde este punto de vista, es evidente que el gobierno del Estado ha promocionado un eje estratégico distinto pero de mayor calado: Lisboa Madrid Valencia. Las tres ciudades, situadas prácticamente en el mismo paralelo, en la práctica constituyen otra euro-región con mucha mayor entidad en la medida en que cuentan con el apoyo de los dos gobiernos centrales protagonistas (español y portugués), con la linealidad de las vías comerciales, y con desembocadura en dos mares apoyado por dos grandes puertos en sus extremos. Esto sin olvidar que Valencia se ha configurado como el gran puerto del Oeste del Mediterráneo, sustituyendo al de Marsella y sin que Barcelona haya podido preverlo.
¿TRANSFORMAR LO CENTRIFUGO EN CENTRIPETO?
La pregunta en este momento es ¿es posible, desde el punto de vista geopolítico, transformar la corriente centrífuga que se ha manifestado en este momento en la historia de España, en una corriente de signo opuesto?
Parece difícil. Desde el punto de vista geopolítico, existen razones para justificar una y otra actitud, si bien, el carácter peninsular de España no particularmente dotado de riquezas minerales y con una industrialización tardía, hacen que la lógica de los hechos implique concentrar mucho más que dispersar.
Pero en política la lógica cuenta poco, lo que cuenta más bien son los elementos subjetivos e incluso subpersonales especialmente en estos momentos en los que la democracia se basa en la ley del número. Son los elementos emotivos y sentimentales los que cuentan y son sobre ellos en los que se apoya el elemento nacionalista e independentista artífice de la tendencia centrífuga hoy en boga.
Pues bien, a la hora de establecer líneas para una recuperación de la idea nacional española habrá que apelar a argumentaciones que tienen su base en la geopolítica. De hecho, una Nación existe como tal cuando tiene una misión y un destino. Justo en el momento en el que esa misión y ese destino se han ido diluyendo, han emergido las tendencias centrífugas. Hoy no parecen manifestarse fuerzas espirituales suficientes como para justificar la unidad nacional en la medida en que se ha perdido la idea de cuál puede ser la misión y el destino de España.
Así pues, en el fondo, el problema es espiritual, o por utilizar un concepto caro a Haushoffer, se trata de estimular las fuerzas vitales particulares de la Nación. En nuestro ensayo sobre Identidad, Nación, Nacionalidad, ya explicábamos la necesidad que tiene España de abrirse hacia arriba en dirección hacia una unidad federal superior, la Unión Europea, y de abrirse hacia abajo hacia las unidades regionales y las nacionalidades (ambas, partes constitutivas de un todo). Pero eso es, ante todo, una orientación política, no la introducción de elementos que contribuyan a establecer la misión y el destino de España que, en este sentido, no serían diferentes a los que pudieran darse en cualquier otro país europeo.
Gracias a las orientaciones geopolíticas que hemos manejado hasta ahora, hemos podido advertir que España tiene tres elementos sobre los que se puede asentar la recuperación de misión y destino:
1) Su situación geográfica como apéndice y punta avanzada de Eurasia.
2) Su lengua hablada en estos momentos por más de cuatrocientos millones de personas.
3) El carácter mediterráneo de su costa Este.
Podría hablarse de un cuarto elemento, la cultura española vehiculizada sobre el idioma español que se exportó a América. Ahora bien, es preciso ser realistas en este terreno. Esta operación de exportación cultural se produjo en los siglos XVI-XVIII, y se identificaba con la cultura y la religión católicas. Pero lo que entonces mantenía la iniciativa respecto a su momento histórico, se encuentra hoy en crisis y a la espera de una reforma tan necesaria como urgente que se mostrará inaplazable tras el nombramiento de nuevo Papa. Ni en la España del siglo XXI, ni en la Iberoamérica actual, el catolicismo tiene fuerza suficiente e iniciativa social y cultural como para poder ser considerada como un elemento clave en la cuestión.
Es a partir de los tres elementos que hemos enumerado como puede configurarse la misión y el destino de España en las próximas décadas.
1. Contención ante el Sur
El eje Baleares Costa Mediterránea del Sur Canarias configura una necesidad: contención y defensa ante un Sur que experimenta tres procesos deletéreos:
- Explosión demográfica en el Magreb y en África Subsahariana
- Aumento de la inestabilidad interior en todos los países de esa área y en todos los terrenos (incluida la sanitaria).
- Ascenso del fundamentalismo islámico.
Estos tres elementos generan un movimiento cuya importancia no debe descuidarse: el flujo de migraciones de Sur a Norte que corre el riesgo de alterar el sustrato étnico-cultural en Europa y particularmente en España, frontera Sur de la Unión Europea. En el momento en el que este sustrato cultural quede modificado, en ese momento, se perderá la noción de pasado ancestral, y será imposible reconstruir una misión y un destino para España. En este sentido, es evidente que, con independencia de su orientación política, los gobiernos del futuro en España deben preocuparse, particularmente, de:
- estimular la demografía y favorecer la creación de familias numerosas
- limitar al máximo la inmigración procedente de Africa magrebí o subsahariana, y
- limitar al máximo la difusión de ideas, conceptos, sistemas de pensamiento o creencias, que no sean tradicionales en España.
2. Penetración en los EEUU
En los tiempos en los que EEUU ha sido considerado como un país hegemónico, pensar en una penetración cultural española en los EEUU parecía una utopía absolutamente irracional, pero en estos momentos en los que la hegemonía norteamericana se está quebrando por momentos y en donde la inevitable derrota americana en Irak llevará a una crisis de autoestima mucho peor que la de que sobrevino tras la retirada de Vietnam, estamos ante una vía abierta.
La tosquedad de la cultura americana es la garantía de su máxima difusión, pero al mismo tiempo de su debilidad. Durante tres siglos, los EEUU se han visto libres de la presencia de ideas que entraran en contradicción con el núcleo ideológico de su pensamiento (el puritanismo calvinista). Pero desde los años 70 se viene registrando una afluencia masiva y creciente de inmigrantes mexicanos en los EEUU. En pocos años, esta penetración se ha vuelto absolutamente incontrolable. Lo que está entrando son núcleos de población con una cultura propia, una escala de valores en flagrante contradicción con el calvinismo y, finalmente, una lengua vehicular propia.
En este sentido se trata de favorecer, acentuar y apoyar la penetración hispana en los EEUU: convertir a España en el núcleo emisor de unos productos culturales capaces de competir con los específicamente norteamericanos: productos cinematográficos, hábitos alimenticios, literatura, valores.
Las bases norteamericanas en Europa son el residuo de un tiempo pasado que ya no volverá, restos de una aspiración a la grandeza que fue tan fugaz como intensa. Ahora se trata de lo contrario, de tomar la iniciativa, pasar a la ofensiva y ver en los EEUU un gran mercado en el que dentro de cincuenta años la mayoría de sus habitantes tendrán al español como primera lengua o bien la conocerán.
3. Cooperación Iberoamericana
La penetración en la sociedad americana es secundaria en relación a otro frente importante de rehabilitación de la idea de España: Iberoamérica. Es allí en donde se encuentran mercados suficientes, reservas naturales y potencial cultural como para no aprovechar la privilegiada situación de España como punta avanzada sobre Iberoamérica.
Estimular la cooperación con Iberoamérica, favorecer la integración de los países del subcontinente en un solo bloque económico y apoyar el desarrollo regional, se presentan como tareas urgentes, no sólo del Estado Español, sino de toda la población española. Pero especialmente importante es permanecer próximos a Cuba en los momentos en los que se abran las puertas de la transición política de aquel país caribeño. Y esto es doblemente importante, por el pasado cubano en el que se fundieron emigrantes de todas las zonas de España, especialmente catalanes.
Por otra parte, cuando EEUU acepte su derrota en Irak, se replegará en su tradicional aislacionismo histórico y buscará en sus inmediaciones continentales, el área preferente de expansión: Iberoamérica y, en particular, los países de la cuenca del Pacífico. Ese intervencionismo de EEUU en la zona implicará una satelización definitiva y un cierre del paso al ascenso de potencias regionales (Brasil, la mejor situada).
Desde España debemos de asumir el compromiso de defensa y de la independencia de Iberoamérica, frente al gigante del Norte, favorecer la cooperación para el desarrollo y la recuperación de Iberoamérica, así como la transición pacífica de sus pueblos hacia formas de gobierno democráticas.
4. Unión con la Unión
La Unión Europea es el futuro de España y la garantía de un mundo multipolar. Resulta absolutamente impensable la segregación de España de la Unión Europea y la misma regresión en el proceso de solidificación de esa instancia. Ahora bien, la Unión Europea logrará mantenerse en la medida en qué:
- Sea capaz de promover unos valores y una cultura propias que solamente pueden salir de la tradición europea en sus distintas componentes originarias.
- Sea capaz de asegurar una política exterior unitaria y una defensa compacta y en condiciones de asegurar la integridad territorial de la Unión.
- Sea capaz de asumir una política económica suficientemente agresiva y profunda para asegurar un puesto preferencial en los mercados mundiales.
- Sea capaz de asumir una política científica capaz de mantenernos en la vanguardia del desarrollo tecnológico de la modernidad.
En este sentido, sería necesario sustituir la línea europeista que hemos recibido como herencia del Mercado Común, es decir, la Europa de los mercaderes y de los negocios, por la mística europea teorizada por Jean Thiriart en los inicios del proceso de convergencia europea en los años 60. Si nos despojamos de los prejuicios emanados de lo políticamente correcto, seremos capaces de asumir el hecho de que la Europa del futuro debe ser ese Imperio del que hablaba Thiriart en los años 60. Un Imperio, entendido no como una voluntad de dominio territorial, sino como un foco de irradiación de fuerza vital, energía, creatividad y cultura.
Es evidente que como ya hemos dicho desde la primera parte de este estudio- un Imperio de estas características está llamado a ser una de las tres piezas claves en el mantenimiento de la estabilidad euroasiática, junto a Rusia y China.
* * *
Con estos elementos debería de crearse un núcleo de energía interior en condiciones de contrarrestar las iniciativas nacionalistas e independentistas o las brillantes ideas a lo Maragall. Mientras estos elementos no estén presentes en la sociedad española, el micronacionalismo conservará la iniciativa.
© Ernesto Milá infokrisis infokrisis@yahoo.es
España está incluida en una península de tamaño medio y que, como tal, ha favorecido la formación de una sola nación-Estado. La situación de España, rodeada de mar por todas partes, de la misma forma que ha generado dos cuencas fluviales, dos horizontes marítimos distintos, es también, precisamente por eso, el elemento central del proceso de convergencia de sus pueblos. La frontera francesa, perfectamente definida por los Pirineos y las fronteras marítimas, hacen de España un país perfectamente definido.
ESPAÑA Y PORTUGAL. LA CUESTION DEL FEDERALISMO
Las fronteras con Portugal en rigor, podría decirse que son fronteras atenuadas y que la historia de ambos países ha sido paralela en los últimos siglos y caracterizada a partir del último tercio del siglo XX casi por una superposición, incluso temporal, de episodios históricos (pérdida de las posesiones ultramarinas, caída del salazarismo y del franquismo con dos años de diferencia, implantación de un sistema democrático que en sus primeros años demostró una increíble inestabilidad, alternancia posterior sin grandes traumas de distintas opciones políticas, ingreso en la Unión Europea), con un desarrollo económico similar y una sociología muy próxima.
Por otra parte, las tradicionales relaciones de buena vecindad, la proximidad lingüística y cultural, los lazos que unen a ambos países con Iberoamérica, hacen que, la frontera entre ambos países haya sido preservada por la historia y el carácter atlántico de Portugal, por obvias razones, no tenga la contrapartida que tiene España, de la salida a otro mar.
En este sentido lo único que queda lamentar en este análisis es que hayamos recibido como legado una separación histórica entre ambos países en lugar de una sola nación. De haber existido ésta, muy probablemente, el destino histórico del conjunto hubiera sido muy diferente y la Península Ibérica hubiera jugado un papel superior en la historia.
Por otra parte, no hay que olvidar que una unidad de este tipo habría necesariamente dado lugar a una estructura federal que se hubiera adaptado históricamente más a una configuración geopolítica como la española. En efecto, todos los tratadistas de geopolítica (en especial la escuela alemana) insisten en este hecho: cuando la configuración hidrográfica de un país es una red centrífuga, genera un núcleo central a partir del cual irradia el poder estatal (Francia, como hemos dicho, dispone de esta configuración), pero cuando se trata de una red paralela, se establecen intereses económicos semejantes, que facilitan el tránsito a un Estado Federal (Alemania es el caso típico de un país de estas características).
Ahora bien, la formación de los Estados federales se fraguó a lo largo del siglo XIX, probablemente el siglo más desgraciado en la historia de España, un siglo completamente perdido en la que no se abordaron las reformas y procesos de actualización necesarios. Desgraciadamente, el siglo XIX español no fue otra cosa que la copia servil de modelos nacionales ajenos, la aplicación de un jacobinismo llegado de Francia y que no se adaptaba a la configuración geopolítica de España. La actualización de los fueros tradicionales de todas las regiones y nacionalidades peninsulares, hubiera debido llegar en el siglo XIX, automáticamente, a una estructura federal que sustituyera al régimen centralizador y nivelador, contrario a las autonomía regionales, impuesto por los primeros borbones y extremizado por los intentos republicanos y liberales posteriores, así como por el absolutismo que le fue opuesto.
En la actualidad, el tránsito de un Estado Unitario atenuado por la legislación autonómica y por una constitución en reelaboración, a un Estado Federal, es problemático. Habitualmente, los Estados Federales se generan como resultado de un proceso de modernización y actualización de un legado histórico (la República Federal Alemana) o bien como resultado de un proceso unitario en el cual se van incorporando progresivamente nuevas piezas a un núcleo (el proceso de formación de los Estados Unidos). Sin embargo, la historia todavía no ha registrado hasta ahora el caso de un Estado Unitario que se fragmente para luego, acto seguido, reconstruir la unidad originaria mediante una estructura federal. En este sentido, todos los intentos relativamente parecidos a los que hemos asistido (el desmembramiento de la URSS y la posterior constitución de la CEI) no pueden ser considerados como satisfactorios, sino que, más bien alertan, sobre los riesgos de una aventura similar.
Por otra parte, cualquier modelo de convivencia nacional precisa tener muy claro la misión y el destino para el que ha sido creado. En este sentido, la existencia de partidos nacionalistas e independentistas, vuelve la situación completamente inestable. La miopía de los partidos independentistas es tal que no pueden ver nada más allá del hecho mismo de culminación del proceso independentistas sin preocuparse en absoluto de la viabilidad de la nueva nación recién formada. Esto sin recordar las interpretaciones históricas torticeras o el simple falseamiento y adulteración, la selección interesada de los hechos históricos y las posibilidades de limpieza étnico-lingüística inherentes a cualquier intento nacionalista.
El tránsito de España de Estado Unitario a Estado Autonómico, ha sido relativamente agitado (tensiones terroristas en el País Vasco, un régimen de erradicación de la lengua española en las administraciones locales y en la enseñanza y un perpetuo forcejeo con el Estado aumentando las pretensiones autonómicas) y el paso que se percibe en el horizonte hacia un Estado Federal con la reforma constitucional en ciernes, hace que se proyecten sobre el futuro de España oscuros nubarrones.
LA EURO-REGION DE MARAGALL
Es en este contexto en el que hay que insertar el intento del presidente de la Generalitat de Catalunya Pascual Maragall de crear una región transpirenaica o euroregión que agrupara a las autonomías de Valencia, Catalunya, Aragón, Baleares en España y al suroeste francés. Sobre el papel, la propuesta no es completamente absurda y Maragall, a principios de diciembre de 2004 ha intentado activarla creando un Centro Tecnológico Aeroespacial en Viladecans. La aspiración de este centro es la creación de un eje tecnológico Barcelona-Toulouse que contribuya a dar un impulso a la cooperación entre ambas capitales regionales.
Pero Maragall se equivoca pensando que este proyecto tiene una lúcida proyección geopolítica. De hecho, el principal argumento para justificar su existencia, es que buena parte de los intercambios comerciales de Catalunya tienen lugar con esa región francesa como es normal y como ocurre entre dos ámbitos de cualquier espacio fronterizo. En las relaciones económicas internacionales rige el principio de la contigüidad (los intercambios comerciales son más intensos entre espacios geográficamente contiguas incluso en estos tiempos de globalización) y esa contigüidad se realiza sin esfuerzo, por la misma dinámica de los hechos.
Maragall, en el fondo, lo que intenta es otra cosa: disminuir el peso del Estado Francés y del Estado Español en sus ámbitos políticos actuales, mediante la creación de una tercera pieza intermedia, el famoso Estado encabalgado que ya fracasó con Pedro El Grande en la batalla de Muret precisamente por imperativos geopolíticos y no sólo por la fuerza de las armas.
Las posibilidades de la euro-región de llegar a algo tangible son mínimas: el desinterés del País Valenciá, la debilidad política Baleares, la sensación de que la Comunidad Autónoma de Aragón va a remolque sin considerar el proyecto como algo propio sino sólo como una posibilidad de superar su regresión demográfica y la apatía con la que se ha tomado en Francia en donde las regiones tienen muchas menos atribuciones que en España, hacen que este proyecto no pase de ser una maragallada que se disolverá por la misma fuerza de las cosas.
Tres elementos objetivos de carácter geopolítico juegan en contra del proyecto de Maragall:
1) La existencia de dos núcleos neohistóricos sin relación desde el siglo XIII: Barcelona y Toulouse, con dos lenguas diferentes, con dos vinculaciones políticas a diferentes Estados.
2) La existencia de dos cuencas fluviales opuestas (la del Garona hacia el Atlántico y la del Ebro hacia el Mediterráneo) que fuerzan flujos comerciales y humanos diversos y centrifugan intereses mutuos.
3) La existencia de lo que para el Estado Francés y el Español es una frontera estable, mientras que para Maragall se trata de una frontera de regresión a causa de la formación de la Unión Europea.
Para Maragall y, para cualquier nacionalismo regional, la creación de la Unión Europa ha sido tomada como una posibilidad de disminuir la importancia de las fronteras nacionales (estables que pasan a ser fronteras en regresión) en beneficio de nuevas fronteras (en formación). Pero en todo esto hay algo de subjetivo: la Unión Europea parece tener voluntad a ser una unión de Estados Nacionales, no una confederación de euro-regiones autónomas.
LA EURO-REGION ALTERNATIVA
Por lo demás, es evidente que Maragall no va a poder contar para su proyecto con lo que constituiría el apéndice sur, el antiguo reino de Valencia. Es más, el proyecto de Maragall no es sino una constatación de la progresiva disminución de influencia de Barcelona en el seno de España, incluso en el terreno económico, en beneficio de la ciudad de Valencia. La polémica sobre el transvase del Ebro ha contribuido a envenenar las relaciones entre Catalunya y Valencia y, dentro de este esquema de rivalidad regional hay que enmarcar la polémica lingüística.
La ausencia del nacionalismo catalán en la gobernabilidad del Estado durante 25 años ha generado en el Estado una desconfianza hacia las verdaderas pretensiones de la autonomía catalana y esto ha hecho que, automáticamente, aumentaran las inversiones y el interés de los distintos gobiernos (socialistas, populares, centristas) hacia la ciudad de Valencia. Desde este punto de vista, es evidente que el gobierno del Estado ha promocionado un eje estratégico distinto pero de mayor calado: Lisboa Madrid Valencia. Las tres ciudades, situadas prácticamente en el mismo paralelo, en la práctica constituyen otra euro-región con mucha mayor entidad en la medida en que cuentan con el apoyo de los dos gobiernos centrales protagonistas (español y portugués), con la linealidad de las vías comerciales, y con desembocadura en dos mares apoyado por dos grandes puertos en sus extremos. Esto sin olvidar que Valencia se ha configurado como el gran puerto del Oeste del Mediterráneo, sustituyendo al de Marsella y sin que Barcelona haya podido preverlo.
¿TRANSFORMAR LO CENTRIFUGO EN CENTRIPETO?
La pregunta en este momento es ¿es posible, desde el punto de vista geopolítico, transformar la corriente centrífuga que se ha manifestado en este momento en la historia de España, en una corriente de signo opuesto?
Parece difícil. Desde el punto de vista geopolítico, existen razones para justificar una y otra actitud, si bien, el carácter peninsular de España no particularmente dotado de riquezas minerales y con una industrialización tardía, hacen que la lógica de los hechos implique concentrar mucho más que dispersar.
Pero en política la lógica cuenta poco, lo que cuenta más bien son los elementos subjetivos e incluso subpersonales especialmente en estos momentos en los que la democracia se basa en la ley del número. Son los elementos emotivos y sentimentales los que cuentan y son sobre ellos en los que se apoya el elemento nacionalista e independentista artífice de la tendencia centrífuga hoy en boga.
Pues bien, a la hora de establecer líneas para una recuperación de la idea nacional española habrá que apelar a argumentaciones que tienen su base en la geopolítica. De hecho, una Nación existe como tal cuando tiene una misión y un destino. Justo en el momento en el que esa misión y ese destino se han ido diluyendo, han emergido las tendencias centrífugas. Hoy no parecen manifestarse fuerzas espirituales suficientes como para justificar la unidad nacional en la medida en que se ha perdido la idea de cuál puede ser la misión y el destino de España.
Así pues, en el fondo, el problema es espiritual, o por utilizar un concepto caro a Haushoffer, se trata de estimular las fuerzas vitales particulares de la Nación. En nuestro ensayo sobre Identidad, Nación, Nacionalidad, ya explicábamos la necesidad que tiene España de abrirse hacia arriba en dirección hacia una unidad federal superior, la Unión Europea, y de abrirse hacia abajo hacia las unidades regionales y las nacionalidades (ambas, partes constitutivas de un todo). Pero eso es, ante todo, una orientación política, no la introducción de elementos que contribuyan a establecer la misión y el destino de España que, en este sentido, no serían diferentes a los que pudieran darse en cualquier otro país europeo.
Gracias a las orientaciones geopolíticas que hemos manejado hasta ahora, hemos podido advertir que España tiene tres elementos sobre los que se puede asentar la recuperación de misión y destino:
1) Su situación geográfica como apéndice y punta avanzada de Eurasia.
2) Su lengua hablada en estos momentos por más de cuatrocientos millones de personas.
3) El carácter mediterráneo de su costa Este.
Podría hablarse de un cuarto elemento, la cultura española vehiculizada sobre el idioma español que se exportó a América. Ahora bien, es preciso ser realistas en este terreno. Esta operación de exportación cultural se produjo en los siglos XVI-XVIII, y se identificaba con la cultura y la religión católicas. Pero lo que entonces mantenía la iniciativa respecto a su momento histórico, se encuentra hoy en crisis y a la espera de una reforma tan necesaria como urgente que se mostrará inaplazable tras el nombramiento de nuevo Papa. Ni en la España del siglo XXI, ni en la Iberoamérica actual, el catolicismo tiene fuerza suficiente e iniciativa social y cultural como para poder ser considerada como un elemento clave en la cuestión.
Es a partir de los tres elementos que hemos enumerado como puede configurarse la misión y el destino de España en las próximas décadas.
1. Contención ante el Sur
El eje Baleares Costa Mediterránea del Sur Canarias configura una necesidad: contención y defensa ante un Sur que experimenta tres procesos deletéreos:
- Explosión demográfica en el Magreb y en África Subsahariana
- Aumento de la inestabilidad interior en todos los países de esa área y en todos los terrenos (incluida la sanitaria).
- Ascenso del fundamentalismo islámico.
Estos tres elementos generan un movimiento cuya importancia no debe descuidarse: el flujo de migraciones de Sur a Norte que corre el riesgo de alterar el sustrato étnico-cultural en Europa y particularmente en España, frontera Sur de la Unión Europea. En el momento en el que este sustrato cultural quede modificado, en ese momento, se perderá la noción de pasado ancestral, y será imposible reconstruir una misión y un destino para España. En este sentido, es evidente que, con independencia de su orientación política, los gobiernos del futuro en España deben preocuparse, particularmente, de:
- estimular la demografía y favorecer la creación de familias numerosas
- limitar al máximo la inmigración procedente de Africa magrebí o subsahariana, y
- limitar al máximo la difusión de ideas, conceptos, sistemas de pensamiento o creencias, que no sean tradicionales en España.
2. Penetración en los EEUU
En los tiempos en los que EEUU ha sido considerado como un país hegemónico, pensar en una penetración cultural española en los EEUU parecía una utopía absolutamente irracional, pero en estos momentos en los que la hegemonía norteamericana se está quebrando por momentos y en donde la inevitable derrota americana en Irak llevará a una crisis de autoestima mucho peor que la de que sobrevino tras la retirada de Vietnam, estamos ante una vía abierta.
La tosquedad de la cultura americana es la garantía de su máxima difusión, pero al mismo tiempo de su debilidad. Durante tres siglos, los EEUU se han visto libres de la presencia de ideas que entraran en contradicción con el núcleo ideológico de su pensamiento (el puritanismo calvinista). Pero desde los años 70 se viene registrando una afluencia masiva y creciente de inmigrantes mexicanos en los EEUU. En pocos años, esta penetración se ha vuelto absolutamente incontrolable. Lo que está entrando son núcleos de población con una cultura propia, una escala de valores en flagrante contradicción con el calvinismo y, finalmente, una lengua vehicular propia.
En este sentido se trata de favorecer, acentuar y apoyar la penetración hispana en los EEUU: convertir a España en el núcleo emisor de unos productos culturales capaces de competir con los específicamente norteamericanos: productos cinematográficos, hábitos alimenticios, literatura, valores.
Las bases norteamericanas en Europa son el residuo de un tiempo pasado que ya no volverá, restos de una aspiración a la grandeza que fue tan fugaz como intensa. Ahora se trata de lo contrario, de tomar la iniciativa, pasar a la ofensiva y ver en los EEUU un gran mercado en el que dentro de cincuenta años la mayoría de sus habitantes tendrán al español como primera lengua o bien la conocerán.
3. Cooperación Iberoamericana
La penetración en la sociedad americana es secundaria en relación a otro frente importante de rehabilitación de la idea de España: Iberoamérica. Es allí en donde se encuentran mercados suficientes, reservas naturales y potencial cultural como para no aprovechar la privilegiada situación de España como punta avanzada sobre Iberoamérica.
Estimular la cooperación con Iberoamérica, favorecer la integración de los países del subcontinente en un solo bloque económico y apoyar el desarrollo regional, se presentan como tareas urgentes, no sólo del Estado Español, sino de toda la población española. Pero especialmente importante es permanecer próximos a Cuba en los momentos en los que se abran las puertas de la transición política de aquel país caribeño. Y esto es doblemente importante, por el pasado cubano en el que se fundieron emigrantes de todas las zonas de España, especialmente catalanes.
Por otra parte, cuando EEUU acepte su derrota en Irak, se replegará en su tradicional aislacionismo histórico y buscará en sus inmediaciones continentales, el área preferente de expansión: Iberoamérica y, en particular, los países de la cuenca del Pacífico. Ese intervencionismo de EEUU en la zona implicará una satelización definitiva y un cierre del paso al ascenso de potencias regionales (Brasil, la mejor situada).
Desde España debemos de asumir el compromiso de defensa y de la independencia de Iberoamérica, frente al gigante del Norte, favorecer la cooperación para el desarrollo y la recuperación de Iberoamérica, así como la transición pacífica de sus pueblos hacia formas de gobierno democráticas.
4. Unión con la Unión
La Unión Europea es el futuro de España y la garantía de un mundo multipolar. Resulta absolutamente impensable la segregación de España de la Unión Europea y la misma regresión en el proceso de solidificación de esa instancia. Ahora bien, la Unión Europea logrará mantenerse en la medida en qué:
- Sea capaz de promover unos valores y una cultura propias que solamente pueden salir de la tradición europea en sus distintas componentes originarias.
- Sea capaz de asegurar una política exterior unitaria y una defensa compacta y en condiciones de asegurar la integridad territorial de la Unión.
- Sea capaz de asumir una política económica suficientemente agresiva y profunda para asegurar un puesto preferencial en los mercados mundiales.
- Sea capaz de asumir una política científica capaz de mantenernos en la vanguardia del desarrollo tecnológico de la modernidad.
En este sentido, sería necesario sustituir la línea europeista que hemos recibido como herencia del Mercado Común, es decir, la Europa de los mercaderes y de los negocios, por la mística europea teorizada por Jean Thiriart en los inicios del proceso de convergencia europea en los años 60. Si nos despojamos de los prejuicios emanados de lo políticamente correcto, seremos capaces de asumir el hecho de que la Europa del futuro debe ser ese Imperio del que hablaba Thiriart en los años 60. Un Imperio, entendido no como una voluntad de dominio territorial, sino como un foco de irradiación de fuerza vital, energía, creatividad y cultura.
Es evidente que como ya hemos dicho desde la primera parte de este estudio- un Imperio de estas características está llamado a ser una de las tres piezas claves en el mantenimiento de la estabilidad euroasiática, junto a Rusia y China.
* * *
Con estos elementos debería de crearse un núcleo de energía interior en condiciones de contrarrestar las iniciativas nacionalistas e independentistas o las brillantes ideas a lo Maragall. Mientras estos elementos no estén presentes en la sociedad española, el micronacionalismo conservará la iniciativa.
© Ernesto Milá infokrisis infokrisis@yahoo.es
0 comentarios