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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

ORIENTACIONES

365 QUEJIOS (28) negritud

365 QUEJIOS (28) negritud

365 QUEJÍOS (28) DEL “NEGRO DE LA PELÍCULA” A “PELÍCULA CON ESPECIMEN BLANCO”

(en la foto, el presidente Zuma de la república sudafricana en campaña electoral) Desde hace unos meses vengo observando la invasión masiva de series de televisión (distribuidas estratégicamente en distintos canales generalistas y plataformas en streamming) y de largometrajes, en los que se revaloriza, más allá de cualquier límite y mesura, lo que podemos llamar “la negritud”. No me voy a quejar de eso, porque lo entiendo perfectamente (el trasvase de poblaciones operado desde mediados de los 90 de África a Europa ha generado sociedades llamadas “multiculturales” y, de alguna manera, el cine debe responder a esta situación y presentar la nueva realidad étnica del viejo continente). No, de lo que me quejo es de que el elogio a “la negritud” se está realizando, no en función de la misma negritud, sino de tratar de insertarla con calzador en la cultura europea:

- hemos visto a africanos dentro de las legiones romanas que ocuparon Bretaña en la serie Britannia.

- hemos visto convertidos a Zeus y a Aquiles en “africanos de color” (de color negro) en la última revisión de Troya: la caída de una ciudad.

- esta misma semana, hemos visto como el protagonista de una pieza teatral de Jules Romains cambiaba el aspecto de su personaje central y transformaba a Omar Sy (francés de origen africano) en increíble protagonista de la obra de teatro escrita por un conservador: El doctor de la felicidad.

- hemos visto series norteamericanas protagonizadas por negros de carácter descaradamente racista (Queridos Blancos) hasta el punto de formalizarse un boicot a Néflix por atreverse a exhibir un panfleto racista negro.

Podríamos seguir indefinidamente. Pero tampoco me quejo de esto: a fin de cuentas, cada cual ve lo que quiere y “de tó tié qu’haber”  (que decía aquel). DE LO QUE ME QUEJO ES DE QUE ESTA REVALORIZACIÓN DE LA NEGRITUD DA LUGAR, A PRODUCTOR DE MALÍSIMA CALIDAD QUE SOLAMENTE PUEDEN ASUMIRSE A CONDICIÓN DE TENER CARENCIAS CULTURALES EVIDENTES Y UNA IGNORANCIA TOTAL DE LA REALIDAD EUROPEA. En ninguna de estas series, por ejemplo, se dice que el 80% de los musulmanes presentes en Europa viven de subsidios públicos, no del producto de su trabajo. Se dice y se repite que las razas son iguales y así lo ha establecido la UNESCO, así que hay que aceptarlo como dogma incontrovertible. El problema es que, por mucho que se repita el dogma, la contribución de las distintas razas al progreso de la humanidad ha sido muy diferente: que no sea de “buen tono” recordarlo es una cosa, que no sea real es otra. Quedamos, pues, a la espera de la explicación que dará la UNESCO al respecto y, mientras, nos abstendremos de decir algo que vulnere la corrección política.

Dicho de otra manera: estas series y películas pueden “venderse” en Europa a costa de que los europeos PIERDAN SU IDENTIDAD.

Claro está que detrás de todo esto existe un drama. ¿Podéis imaginar lo que supone para un niño negro que siga clases en un colegio público en Europa el conocer que todos los matemáticos, que todos los filósofos, que todos los científicos, que casi todos los literatos que va a estudiar ¡NINGUNO DE ELLOS ES CÓMO ÉL! 

¿Cuánto tiempo tardará él mismo niño negro en descubrir, por sí mismo y sin que nadie se lo recuerde, que la contribución de la raza negra a la historia de la humanidad, ha sido reducida? ¿Y cómo reaccionará entonces? Reconozco y lamento que dicha toma de conciencia para un chaval de raza negra en cualquier país de Europa Occidental, puede ser devastadora. Se trata de una de los “efectos colaterales” de la movilidad étnica.

Así pues, si Europa quiere no ofender la dignidad de estas minorías, si quiere que se sientan aquí como en Ghana o en Sudán, en Nigeria o en Camerín, Europa está obligada a renunciar a su identidad, a su pasado, a sus tradiciones, a recordar su historia y sus logrosnegros en europa. De eso si es de lo que me quejo

 

365 QUEJIOS (27) borregueros

365 QUEJIOS (27) borregueros

365 QUEJÍOS (27) ¿CERCANÍAS O BORREGUEROS?

Cuando estoy en España, evito al máximo bajar a Barcelona. Lo que ocurre es que algunas veces resulta inevitable. Suelo ir en tren… la R1, línea de cercanías. Acaso la peor línea de cercanías que alguien pueda concebir. A determinadas horas, creo que más del 50% de viajeros va si billete. Pero no me quejo de eso –aunque también- sino de los niveles de salvajismo que he llegado a ver en esa línea y que creo es único en España. Esa línea ha dejado de ser un tren de cercanías y se ha degradado en un borreguero de hace más de medio siglo: en efecto, en sus vagones circula mucho ganao de la peor especie.

No me extraña que cada año suban los billetes de RENFE: si cada vez pagan menos, alguien tiene que pagar más. Por supuesto, desde 2006 ó 2007, RENFE ha renunciado a que vayan revisores en el interior de los vagones. En aquellos años, ya intentaron linchar a alguno que se obstinaba en ser riguroso en su trabajo. A esto siguió la incorporación de seguridad, mucha seguridad en el interior de los trenes y en las estaciones. Por supuesto no sirve para nada: en las estaciones, los vigilantes tienden a ubicarse en los sitios menos expuestos y, deliberadamente, se alejan de los lugares por los que se cuelan los que quieren ir sin billete. Y los que iban en el interior de los trenes acompañando a los revisores hace tiempo que han desaparecido. Si en alguna ocasión hay una pareja, se limita a recorrer el tren de un extremo al otro, bajar en la siguiente estación y hacer otro tanto con el siguiente. Así que, primera queja: LA “SEGURDAD” EN LOS TRENES NO SIRVE ABSOLUTAMENTE PARA NADA. EN LAS ESTACIONES SIRVE AUN PARA MENOS.

En Canadá cuando vas a subir a un tren, hay un cartel que dice: Tickets pour l’honeur (Billetes, por el honor). Ni hay revisor, ni tienes que marcar el billete a la entrada, sino que simplemente, se te dice que puedes subir al tren dado que “por tu honor”, se da por supuesto, que tienes billete. En un país como España en donde el honor es algo que desde los años 80 no cuenta y que se ha retirado de la vida pública, un cartel así haría reír a los desaprensivos.

Pero lo peor no es que un cada vez más elevado porcentaje de viajeros vaya sin billete, lo peor es el ganao que corre por esa línea. Existen varios modelos:

1) aquel que sube al tren hablando por teléfono y 20 estaciones después sigue hablando a voz en grito (esto es particularmente grave entre andinos, africanos, chinos y magrebíes).

2) Luego está el colgao, empanao de los pies a la cabeza, con olor a porro ya impregnado hasta en el tuétano; hay que decir que es el que da menos problemas, simplemente se queda frito destilando ese olor característico que en la R1 ya es habitual y forma parte de la explosión de olores que el viajero experimenta al subir a uno de estos trenes (orines, sudores, porros).

3) También está el extranjero maleducado que ha salido de uno de los 750 clubs de cannabis existentes en Barcelona y antes de subir ha aprovechado para comprarse unas birras. Borrachuzos y colgados que no ahorran gestos para molestar a los viajeros y que les importa un pito lo que se pueda pensar de ellos o la sensación que puedan dar. Simplemente, no se enteran de nada.

4) Luego está el payaso que se cree que todos tenemos la obligación de escuchar su música. Música de mierda, claro está. Con móviles de mala calidad, atronando en el vagón.

5) No pueden faltar el gitano rumano con su música infumable, luego el rumano que pone pañuelos de papel con un mensaje escrito (que nunca me he molestado en leer) y que al cabo de un rato vuelve para recoger los beneficios (un día uno se olvidó un paquete cerca de mí, lo abrí y aquellos pañuelos parecían papel de lija del nº 3). Y así sucesivamente.

En fin de semana es todavía peor y si es a altas horas de la noche, peor todavía. Uno tiene la sensación de tener una experiencia similar a la descrita por Joseph Conrad en El Corazón de las Tinieblas (llevado al cine por Coppola en Apocalypse Now): a medida que la línea avanza (el río Congo en la novela y el Mekong en la película), el entorno se va haciendo cada vez más hostil y sombrío. Al final, el viajero tiene la sensación de que ha conocido “el horror”. Eso es la R1. Una de las líneas que merecen figurar como una de las más insoportables de los ferrocarriles mundiales.

DE ESO ME QUEJO Y SOBRE TODO DE QUE ESTO NO SEA UNA SITUACIÓN ANÓMALA Y RECIENTE, SINO QUE LA LLEVO EXPERIMENTANDO CADA VEZ QUE COJO ESTA LÍNEA, COMO MÍNIMO DESDE EL AÑO 2009… Porque lo peor de toda esta historia es que los poderes públicos ya se han resignado a que estas situaciones sean irreversibles. RENFE, por supuesto, aplaza la incorporación de nuevos convoys más cómodos y modernos. ¿Para qué si dentro de unos días van a estar destrozados, pintados y repintados por fuera y poblados por frekys y monstruitos llegados de los cuatro rincones del planeta y los ciudadanos que cada día acuden a su trabajo, pagan su billete, no dicen nada, protestan, ni se rebelan? DE ESO SI QUE ME QUEJO.

365 QUEJIOS (26) precios turismo

365 QUEJIOS (26) precios turismo

376 QUEJÍOS (26) PRECIOS TURÍSTICOS PARA “NATIVOS”

Me quejo de que España es un paraíso turístico, tierra de balconing y de birra a 26 céntimos lata, país en donde emporrarse y entromparse sale barato. En esta tierra de promisión para el turismo, lo más complicado y molesto es ser hijo de esta tierra y tener que pagar por ello. Un país turístico –y el nuestro empezó a serlo desde finales de los años 50- es un país en el que todos los habitantes que no vivan del turismo se sienten como desplazados y relegados a la categoría de ciudadanos de segunda. DE ESO ME QUEJO: NO SOY TURISTA NI VIVO DEL TURISMO, POR TANTO SOY CIUDADANO DE TERCERA.

A decir verdad, fuera de la lata de cerveza DIA a 26 céntimos y de los porros, todo lo demás que se ofrece en España al turista es caro. Especialmente en las grandes ciudades y en los principales centros turísticos. El precio de la caña si uno se sienta en algún bar del centro de Barcelona está alto, otro tanto pasa con los alimentos o los transportes. Y lo que es peor: eso se nota, sobre todo, al iniciarse la temporada turística. El ron con cola es, para mí algo sagrado que habitualmente degusto en casa (ron caribeño, proporción adecuada, hielo pilé, cuchara larga para remover, copa enfriada con el propio hielo: todo un ritual). El otro día se me ocurrió pedir un cubatilla en un chiringuito recién abierto en la costa. Ron de garrafón (si se molestaron en ponerlo delante de mí, además escaso sino misérrimo), proporción incorrecta de hielo, vaso de abrevadero, todo ello a 6 euros… Dos euros más que el año pasado, por algo que no vale ni 3 euros beneficio incluido y cuyo coste real no llega a 1. ME QUEJO DE QUE EN TEMPORADA TURÍSTICA UNO TIENE QUE REFUGIARSE EN CASA PARA BEBER BIEN.

Peor es el tema de la comida: para un turista, una “paella” es arroz amarillento con algún mejillón perdido. Usted y yo sabemos que la paella es otra cosa. Pero el turista está predispuesto a pagar lo que sea por una paella tomada en las Ramblas, cinco segundos antes de que un choro llegado de cualquier lugar de la galaxia le robe la cartera o que pase un afiliado a la yihad con una camioneta por el centro o le presenten la cuenta igualmente apisonante y masacradora. Vienen de Francia, vienen de Inglaterra, vienen de Alemania, en donde comer en locales públicos es un 10-15% más caro y beber una cerveza en local público entre un 50% y un 100% más. Esto les parece barato. Yo, en tanto que, español y barcelonés, hace ya mucho tiempo que dejé de ir a las Ramblas (solía hacerlo en mi juventud) con otros amigos, para tomar unas cervezas (jarras de a litro, no cañitas) y ver al paisanaje sorprendente que siempre corría por allí. Aquella es zona de carteristas, turistas, yihadistas airados y vendedores de gadgets. Olvídente de la Rambla de las Flores, de los puestos de animales domésticos o de los kioscos con libros y revistas. Todo eso es historia. ¿Pagaría usted un precio abusivo por recorrer un campo minado? Eso son las Ramblas hoy. De todas formas, no es de eso de lo que me quejo, sino de quienes han permitido que las cosas llegaran hasta donde están.

SOY CIUDADANO ESPAÑOL, NO SOY UN TURISTA: NO MEREZCO SER TRATADO COMO TURISTA, NO MEREZCO PRECIOS ABUSIVOS PARA TODOS PERO QUE NO SORPRENDAN A TURISTAS PROCEDENTES DE PAÍSES CON SALARIOS MÁS ALTOS Y PRECIOS MÁS CAROS. MEREZCO PRECIOS QUE SE CORRESPONDAN A LOS SALARIOS DE AQUÍ.

Acabaré añadiendo algo: soy turista vocacional. Sé que los precios en París, Berlín y en Londres son lo que son. También sé que hay otros países mucho más baratos y más asequibles a los bolsillos españoles. Me adapto y me gusta adaptarme, PERO EN NINGÚN PAÍS HE VISTO ESA PRÁCTICA DE QUE LOS PRECIOS SE ELEVEN ASINDÓTICAMENTE CUANDO SE INICIA LA TEMPORADA TURÍSTICA, AL TIEMPO QUE DESCIENDE LA CALIDAD DE LO VENDIDO. De eso si que me quejo.

 

 

365 QUEJIOS (25) palomiteros

365 QUEJIOS (25) palomiteros

365 QUEJÍOS (25) ¿VAIS AL CINE A COMER PALOMITAS O A VER UNA PELÍCULA?

Hará 10 años que dejé de ir al cine… Veo películas (quizás más que nunca) pero no en locales público. Últimamente –por lo que recuerdo y por lo que otros me confirman- las salas de cine se han convertido en verdaderos manicomios: de entre todas las especies que me dicen que hoy invaden las salas, figuran los que ni siquiera se preocupan de apagar el móvil (e incluso los hay que ¡contestan cuando les llaman!), luego están los que se pasan la proyección hablando entre sí, no olvidemos tampoco a los que entran en la sala oliendo a sobaquina o a porro y expanden ese olor como las tropas del Kaiser hicieron con el gas mostaza en la llanura de Yprés en 1916. Y, finalmente, los más habituales, pero no por ellos, los más digeribles, aquellos que han transformado el cine en un comedero de palomitas y en un abrevadero de refrescos azucarados. ME QUEJO DE QUE, ENTRE TODOS, RESULTA IMPOSIBLE VER Y APRECIAR UNA PELÍCULA.

Se dice que el vídeo mató a las salas de cine, pero, en realidad, a las que asesinó a conciencia fue a las salas de re-estreno de nuestra infancia. Cuando hacíamos campana y nos refugiábamos en salas donde emitían “extraordinarios programas dobles” (los más veteranos nos decían que incluso hubo un tiempo con “programas triples”). Así que las salas que sobrevivieron, para compensar bajadas de espectadores, instalaron puestos expendedores de palomitas y refrescos, cada vez más amplios. A fin de cuentas, en EEUU se hacía desde el principio de la industria cinematográfica, así que por qué no, en esto también, realizar una imitación.

El problema es que esto es Europa: aquí, incluso censurábamos al espectador que no era suficientemente hábil para comerse un caramelo sin que sonara el celofán. La caída en picado siguió. Luego apareció el “busca” y sus pitidos y más tarde el “móvil”. Hubo un tiempo, incluso en que era de buen tono y signo snob el demostrar que se tenía un teléfono móvil (se decía entonces “¿En qué se parecen un teléfono móvil y un preservativo? En que los dos dan cobertura a un capullo”). Creo que opté por no volver a las salas de proyección el día en que a un tipo le sonó el teléfono e incluso se cabreó cuando le reprocharon el que contestase en medio de la muy infame película Balada triste de trompeta. No sé que era peor: la película en sí, el sonido de las palomitas trituradas por molares cuyas caries creían por los refrescos azucarados, el “festival” de olores y aromas que se respirada o el giliflautas que contestó al teléfono.  Me dije que esa sería la última vez y no he vuelto.

ME QUEJO DE HABER TENIDO QUE DEJAR DE IR A UNO DE MIS ENTRETENIMIENTOS FAVORITOS A CAUSA DE LA CAÍDA EN PICA DE LA EDUCACIÓN, EL SENTIDO COMUN Y EL BUEN GUSTO DE UNA SOCIEDAD. Y, además, estoy seguro de que no volveré porque los problemas de ese tipo, lejos de arreglarse, se agravan de día en día.

¿Para qué ir al cine? ¿Para sufrir el asalto de la mala educación? Odio salir de una sala de cine e ir pisoteando restos de bebidas, de envases de palomitas, de todo lo que se ha caído o se ha arrojado al suelo. Me parece increíble que se lleguen a los extremos que he visto. Me temo que hay gente habituada a vivir en estercoleros y que, allí por donde pasa, tiene tendencia a convertir cualquier lugar en un campo de inmundicias. Estoy harto y me quejo de una sociedad que ha perdido cualquier norma de ESTILO y que evoluciona, no hacia algo superior, sino a la más pura y simple animalidad. De eso me quejo, fundamentalmente.

 

365 QUEJIOS (23) autoayuda

365 QUEJIOS (23) autoayuda

365 QUEJÍOS (23) – ESOS INFAMES LIBROS DE AUTOAYUDA

Hay gente que necesita muletas para caminar por la vida. Al parecer les da miedo hacerlo erguidos y solos. Hubo un tiempo en el que la religión era la muleta preferida por las masas. Y, desde este punto de vista, la religión era una forma de “autoayuda”. No es por casualidad, sin duda, que los mejores textos de este género de los dos primeros tercios del siglo XX fueran escritos por jesuitas o sacerdotes católicos. En cierto sentido, el famoso libro La imitación de Cristo, puede ser considerado como un verdadero manual de autoayuda (que, incluso, me atrevería a recomendar para quienes necesitaran algún texto de este tipo).

ME QUEJO DE QUE LOS LIBROS DE AUTOAYUDA FIGURAN HOY ENTRE LOS MÁS VENDIDOS POR MUCHO QUE EN SU INMENSA MAYORÍA SEAN PURA BASURA, MÁS PERJUDICIAL QUE OTRA COSA.

En los años 90 me dio por aparecer en distintos programas de radio en los que, frecuentemente, se aludía a esta temática. Era la época de Louise Hay, una rubia bote norteamericana que vendía autoayuda a cascoporro. El planteamiento era el siguiente: si te pasa algo malo, es porque tú, pedazo de capullo, tienes el mal en tu interior. A las personas buenas solamente les ocurren cosas buenas. Si las desgracias se abaten sobre ti, míratelo, porque debes ser un cabronazo que ni te cuento. Así pues, ¿quieres que te toque la lotería? ¿quieres llegar a donde te propones? Lo tienes a tu alcance: tienes que tener un comporamiento moral irreprochable. Y se quedaba tan ancha…

El resultado era todavía peor: la suerte no depende de que seamos moralmente rectos o unos absolutos capullos integrales; el amor depende de muchos factores e incluso es más probable que a las chicas les gusten los chicos malos que el monaguillo de la parroquia y en cuanto a la suerte en el trabajo, no depende de nuestra virtud, sino de que nos hayamos dotado de los conocimientos específicos para obtener las mejores vacante. Inteligencia - Suerte – Preparación – Experiencias serían los cuatro factores que deben estar presentes en quienes quieran tener un éxito moderado en la vida. Las tesis de Louise Hay tenían su lado oscuro.

Es evidente que nadie por el simple hecho de ser “buena persona”, justo, honesto, moralmente recto, va a mejorar su posición. Quizás se sienta mejor consigo mismo, pero ahí empieza y termina todo. Los lectores de Louise Hay trataban de mejorar, hacían esfuerzos por ser altruistas, por estar pendientes de su moral… pero su suerte no cambiaba, por lo que seguían pensando que hacían algo mal, que algo en ellos seguía siendo bajo y miserable. Unos meses después llegaba la depresión: “no consigo ser buena persona”. ¿Y cómo es eso? Les preguntaba el psicólogo. “Es que veo que no tengo suerte en la vida”. Que es como mezclar las churras con las merinas, la velocidad con el tocino, la gimnasia con la magnesia y la establecer nexos entre causas y efectos que no tienen absolutamente ninguna relación.

He conocido personalmente a muchos autores de autoayuda: unos escribían libros por encargo (alguno de esos textos escritos de manera desganada tengo en mi haber), otros vendían cursos de dudosa eficacia. Me hizo gracia que firmando libros junto a Pablo Coelho durante un fin de semana, la gente acudía a él como un gurú de la autoayuda cuando él era el primero en reconocer que lo único que había hecho era escribir novelas agradables. Sobre alquimia (su primer gran éxito fue El Alquimista) me reconoció que no tenía ni idea e incluso me preguntó algunos detalles sobre el particular por el que me interesaba en aquellos tiempos. El público que consume autoayuda es excesivamente ingenuo. De esos me quejo.

Los años 90 y la primera década del milenio fueron el período dorado de la autoayuda. Cuando trabajaba en redacciones de revistas, recibía todos los que se publicaban. Debí reunir en torno a 200-300 títulos. Impresionante. Hoy, están donados a la Bibliteca de Villena y algunos quemados en el Panadero nº 5, una estufa de las antes que calienta como las de antes. Hoy cuesta más de encontrar los libros de autoayuda y su espacio en las librerías se ha reducido: nadie puede seguir leyendo autoayuda década tras década sin mejorar su posición. Y cuando alguien mejora es consciente de que ha sido por su esfuerzo, por suerte o por preparación: NUNCA POR QUE HAYA LEÍDO UN LIBRO DE AUTOAYUDA.

Muchos editores y muchos autores pillastres, lo que hacen, a fin de cuentas, es AYUDARSE A SÍ MISMOS. Ni siquiera me quejo de eso: ME QUEJO DE QUE LAS MASAS TIENEN TRAGADERAS INCREÍBLES, QUE ASUMEN CUALQUIER BASURA DE AUTOAYUDA IMPROVISADO EN UNAS SEMANAS, CON LA FE Y LA DEVOCIÓN QUE OBRAS COMO “EL KEMPIS” MERECEN.

 

365 QUEJIOS (23) antivirus

365 QUEJIOS (23) antivirus

365 QUEJÍOS (23) ANTIVIRUS QUE CREAN MÁS PROBLEMAS DE LOS QUE RESUELVEN

En la juventud de la informática existía una revista especializada en PC con sistema operativo MS-DOS que regalaba “floppys” (aquellos discos en soporte magnético envueltos en una especie de cartón negro) de 5” pulgadas con programillas gratuitos. En uno de estos floppys alguien aprovechó para colocar un “virus”. En aquella época, los virus eran simpáticos: estabas trabajando y te aparecía una pelotita juguetona por la pantalla. Otro, el más terrible, hacía sonar por los altavoces tres disparos que tenían correspondencia con tres agujeros de bala que parecían romper lo que tenías en el monitor (¡oh, aquellos primigenios monitores de fósforo verde! ¡y, qué me decís, de aquellos otros de “ámbar” que precedieron al color!) y que luego veían caer como un cristal hecho añicos: el ordenador dejaba de funcionar. Habías  sido infectado.

Si hoy todo esto parece un ejercicio de añoranza, a mediados de los 80, cuando había concluido el “período heroico” de la informática y se iniciaba la “era MS-DOS”, tenía la virtud de romper los nervios a los usuarios. Los floppys fallaban más que una escopeta de feria y los primeros programas antivirus ralentizaban el ordenador y, con demasiada frecuencia, resultaban más letales para la memoria de los ordenadores que el propio virus que decían combatir. En los ordenadores que tenía en la época, tuve que prohibir a amigos y conocidos que instalaran antivirus e, e incluso, que metieran discos suyos. Pero no me voy a quejar de esto que pertenece a un paso que, en el fondo, se resiste a pasar.

De lo que me quejo es que treinta años después, las cosas sigan como entonces. Lo que ha cambiado es la intencionalidad de los diseñadores de virus. La mayoría de los que existen hoy no tienen efectos “graciosillos” sobre nuestro equipo: simplemente nos roban datos que luego son vendidos a empresas de publicidad a precio de oro. Solamente algunos son destructivos. De ahí que se tenga tendencia a distinguir entre “malware” y “spyware”. Pero hay algo peor que todo eso: los antivirus. ME QUEJO DE QUE ALGUNOS ANTIVIRUS SON DUDOSOS EN SU EFICACIA Y, LO QUE ES PEOR, VENGATIVOS.

No está muy claro si algunas de las empresas que comercializan antivirus, antes no se han dedicado a sembrar virus para justificar su existencia. No es algo nuevo en la historia: en muchas ocasiones, funcionarios de policía encargados de luchar contra el terrorismo, han generado y estimulado un terrorismo que, por sí mismo, justificaba y ensalzaba su función como defensores de la sociedad. En la “transición” se hizo todo un arte de esa práctica. La cosa no era nueva, Fouché, en los tiempos de la “máquina infernal” y de los autoatentados contra Napoleón ya había inventado la técnica. Incluso en España se puso en práctica en el atentado de la procesión del Corpus en Barcelona (en 1896). Así que la técnica no es nueva: se genera un problema y uno se hecha en brazos de quién garantiza que nos resolverá el problema.

ESTOY HARTO DE ANTIVIRUS GRATUITOS QUE TE RESUELVEN UN PROBLEMA, PERO ESTÁN MAL DISEÑADOS: TE RALENTIZAN EL ORDENADOR, TE CREAN DEFENSAS INÚTILES QUE TE IMPIDEN ENTRAR EN WEBS INOFENSIVAS PERO NO ESTÁN EN CONDICIONES DE SER DEFENSAS EFICIENTES CONTRA COOKIES AGRESIVAS Y CONTRA SPYWARE.

ESTOY HARTO DE ANTIVIRUS QUE, AL INTENTAR BORRARLOS, SE RESISTEN A DESAPARECER Y SI, FINALMENTE, LOGRAS DESHACERTE DE ELLOS, SE “VENGAN” INTRODUCIENDO PROBLEMAS EN LA CONFIGURACIÓN DE TU ORDENADOR. Ayer me ocurrió desinstalando el Avira, uno de esos antivirus que lo prometen todo y que convierten a tu ordenador en una tortuga paralítica. Algo que debería ser tan simple como borrar un programa se convirtió en una fuente de complicaciones. Y, yo me pregunto, si a estas alturas, cuando entramos casi en el 40 aniversario de la informática de consumo, uno tiene que estar tenso y en guardia como en aquellos tiempos heroicos de los floppys de 8” pulgadas… De eso es de lo que me quejo.

 

 

365 QUEJIOS (21) BLISTERS

365 QUEJIOS (21)  BLISTERS

365 QUEJIOS (21) CUIDADO CON LOS BLISTERS

Al parecer, la palabra blíster ha quedado incorporada a la lengua castellana. Se trata de esos envases de plástico que dejan ver lo que hay en su interior. El objeto en venta está expuesto en el interior de una cavidad transparente, así que no parece tener secretos para el comprador. Se ha presentado como una muestra de “fair play” comercial. Pero no lo es: es un simple enganche, una forma de vender look, imagen: DE ESO ME QUEJO.

Antes, ibas a comprar una bombilla y te la vendían en un tosco envase de cartón ondulado. No se veía el contenido. Te fiabas de que era un bombilla porque te lo indicaban. Lo conocías. Además, en una de sus extreños se veía el borne que permitía que el lampista te la probara antes de llevártela. Estabas tranquilo porque el objeto que te llevabas, se encendía, se comportaba como una bombilla y, aunque no lo vieras en su totalidad, era una bombilla. Ahora ocurre lo contrario: te llevas algo que ves, efectivamente, que es una bombilla. Está presentada en el interior de un plástico transparente –el blíster- no hay dudas: parece una bombilla. Pero lo será, si cuando llegues a casa responde como tal. De lo contrario, será una simple imitación a bombilla.

La diferencia entre el ayer y el hoy consistía en que ayer tenías la seguridad, aunque no la vieras, de la efectividad de lo que comprabas y de que se adaptaba a tus necesidades; hoy, en cambio, sabes lo que te llevas, pero no si sirve para lo que lo necesitas: dar luz. Es incluso más que probable que la “obsolescencia programada” y llevada al límite por los fabricantes chinos, haga que la bombilla dure en activo unas pocas horas. Parece una bombilla, creemos que es una bombilla, pero no se comporta como una bombilla.

El blíster es el culpable: gracias a él hemos sido engañados. Item más: en las navidades de hace dos años vi unas cajas de anchoas Masó, marca archiconocida, de un tamaño superior al normal. Algo así como un tercio más largas que las habituales. Antes de comprarlas, recelé: o eran anchos que alguna manipulación genética había conseguido alargar, o bien me la estaban dando con queso. Efectivamente: si la caja de cartón era 1/3 más alargada, la lata metálica que guardaba las anchoas era del mismo tamaño que siempre.

A veces, uno, por rapidez en la compra no tiene tiempo de examinar lo que compra con detenimiento. Me pasó el otro día. Las barritas de surimi Krissia suelen venderse en los supers. Se me ocurrió comprar un paquete, fijándome en la marca. Reparé, eso sí, en que el blíster era diferente. Deliberadamente no se veía muy bien lo que contenido en su interior. Al llegar a casa era como si un anoréxico estuviera vestido con una hechura XXL. La diferencia entre lo que “sugería” el tamaño del blíster y lo que había en su interior era tal que podía considerarme estafado.

QUE MEJO DE LA EXISTENCIA DE UNA ORDENACIÓN EN LA QUE HAYA QUE ESTAR EN GUARDIA INCLUSO A LA HORA DE COMPRAR UN JODIDO BLISTER DE SURIMI. Estoy harto de volver a casa sin tener la seguridad de si lo que he comprado se corresponde con lo que he pretendido comprar. Estoy harto de una civilización en la que la estafa institucionalizada va desde la cúspide hasta lo más banal: reyes que parecen reyes pero que no son reyes por mucha corona que lleven, bombillas que tienen de bombilla la forma, blisters engañosos cuya opalescencia exterior oculta lo miserable de su triste realidad. ESTOY CADA VEZ MÁS HARTO DE TENER QUE ESTAR EN GUARDIA PARA EVITAR QUE ME LA METAN DOBLADA.

 

365 QUEJIOS (20) impermanencia

365 QUEJIOS (20) impermanencia

365 QUEJÍOS (20) LA REPÚBLICA IMPERMANENTE DE MI CASA

Es terrible. Usted compra muebles a precio aceptable. Para abaratar costes, acepta que sea  usted mismo el que deberá montarlos. Lo hace y, pocas semanas después, empieza a notar una rápida degradación en lo que acaba de adquirir. Tal es la ley de IKEA para armar la “república independiente de mi casa”. Barata, pero con aglomerados de mala calidad, chapas más que podrían servir para liar un porro de finas que son y que se abomban en cuanto se derrama sobre ellas una gota de agua. Y, sin embargo, lo más sorprendente es que los muebles de Ikea en algunos países, como en los EEUU, son considerados la quintaesencia de lo snob. En España, cuando alguien te dice “A mí me gusta la decoración minimalista”, no lo dudéis, es que acaba de amueblarla con material comprado en Ikea.

NO ME QUEJO NI DEL ESTILO IKEA, NI DE TENER QUE MONTARME LOS MUEBLES, DE LO QUE ME QUEJO ES DE SU IMPERMANENCIA, DE SU BREVEDAD. Está claro que un domicilio amueblado con este tipo de productos sale barato, pero la mala noticia es que cada cinco años hay que renovarlo. DE ESO ES LO QUE ME QUEJO: DE UNA CIVILIZACIÓN QUE VIVE EN LA IMPERMANENCIA.

Lo bueno del caso es que se trata de una gran idea: muebles asequibles, algunos de ellos extremadamente funcionales. Muebles para todos, accesibles a todos… una idea de alto calado social como ésta, no es raro que hubiera nacido del cerebro de Ingvar Kamprad, un antiguo militante del Partido Nacional Socialista de los Trabajadores sueco dirigido por Per Engdahl quien siempre instruyó a sus miembros sobre el carácter social que debía tener una justa línea política.

Y yo me pregunto si no sería posible que la misma idea se realizara con unas calidades que garantizaran una mayor prolongación de la vida útil de estos muebles. La culpa no es del kamarada Kamprad que, en el fondo, ha ocupado con habilidad un hueco que otros han generado. Está claro que, por ejemplo, un piso de estudiantes, gentes que viven de alquiler y que gracias a la Ley Boyer (esa ley que indicaba perfectamente el espíritu socialdemócrata de favorecer a los grandes propietarios en detrimento de la estabilidad de la vivienda y que tendía a expandir el ladrillo como remedio a todos los males de nuestra economía) pocas veces están más de cinco años en el mismo inmueble, no necesitan mobiliario que tenga una duración mayor… ME QUEJO DE QUE LA INESTABILIDAD Y LA PROVISIONALIDAD SE HAN CONVERTIDO EN ALGO NORMAL EN NUESTRAS SOCIEDADES. Ikea es la muestra y el paradigma.

No hace mucho ayudé a uno de mis hijos a montar una estantería. Dos semanas después era evidente que el peso de los libros había combado las baldas. Estoy trabajando sobre una mesa de oficina de la misma empresa. Funcional y excelente… si no fuera porque la chapa que imita madera –dudo que lo sea- apenas tiene unas micras y la caída de una gota de cerveza hace que aparezca un verdugón de dimensiones notables. Muy buenas las cajas metálicas para guardar objetos… salvo por el hecho de que en un par de años empiezan a oxidarse. Y todo así.

CALIDAD. ¿Es que ya no hay calidad a precios aceptables? Estoy tentado de decir que la crisis de España deriva de los años 60 cuando la empresa Muebles La Fábrica se convirtió en líder del sector con mobiliarios estandarizados y trajo el aglomerado chapado… a partir de ahí, la degradación del mobiliario se aceleró. Hoy un carpintero digno de tal nombre es un bien escaso. Los relojeros y los miembros de cualquier otro gremio van desapareciendo rápidamente. Los artesanos son una especie en vías de extinción. A FIN DE CUENTAS, DE ESO ES DE LO QUE ME QUEJO: que el hueco que han dejado lo hayan ocupado los reyes de la estandarización.