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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

GEOPOLITICA

Doce años que cambiaron la geopolítica. (III de VII) 2. El aspecto metafísico

Doce años que cambiaron la geopolítica. (III de VII) 2. El aspecto metafísico

Infokrisis.- La geopolítica es al espacio lo que la historia es al tiempo. Espacio y tiempo están vinculados inevitablemente. El espacio tiende a devorar el tiempo, tanto como el tiempo devora al espacio. Todas estas cuestiones fueron tratadas en su momento por René Guénon en "El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos" y ahora las traemos a colacion para enmarcar con más precisión nuestro objeto de estudio.

2. El aspecto metafísico de la cuestión

Existe una relación matemática entre el espacio, el tiempo y la velocidad. A medida que aumenta la velocidad, disminuye el tiempo que se tarda en recorrer un espacio concreto. Por eso se puede decir que el espacio se ve “desgastado” por el tiempo. El tiempo “contrae”, mientras que el espacio “expande”. Ambos son antagonistas. El ser humano, por algún motivo, tiene una tendencia innata a romper records de velocidad; para ello el tiempo debe contraerse para que así esté en condiciones de “devorar” más espacio. Pero hay algo muy extraño en todo este proceso.

Da la sensación de que el tiempo no es algo homogéneo ni objetivo. Eso lo saben aquellos que han cumplido más de cuarenta años: vuelven la vista atrás y se dan cuenta de que los primeros veinte años de su vida se eternizaron, parecía como si el tiempo no pasara; sin embargo, a partir de los treinta años, perciben que los años parecen pasar cada vez más rápidos. Si esa persona de cuarenta años llega hasta los ochenta, siempre dirá lo mismo: “de joven el tiempo transcurría lentamente, pero ahora parece que, a medida que mi tiempo se agota, discurre a mayor velocidad”. Es una sensación universal. La hemos percibido, o la percibiremos todos, antes o después. Esta experiencia personal puede resumirse de dos formas: a medida que el tiempo va pasando, tiende a acelerarse; o también, a medida que nos acercamos a la decadencia de nuestra vida, el tiempo se acelera, pero cuando estábamos más cerca de nuestro origen, el tiempo parecía dilatarse.

Las civilizaciones antiguas trasladaron esta sensación a su cosmovisión. Si todos tendemos a mitificar nuestra juventud y recordarla como algo mucho más ideal y brillante de lo que realmente fue, esto es indicativo de que, tal como recuerda el antiguo refrán: “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Y estas civilizaciones antiguas o tradicionales terminaron por trasladar esa sensación a la misma Historia. De ahí surgió una doctrina “regresiva” de interpretación de la misma. El presente, lejos de ser el producto de una “evolución”, que iba de estados inferiores e imperfectos a estados superiores y progresivamente más perfeccionados, es todo lo contrario. Es la crónica de una decadencia que nos conduce de estados “originarios”, próximos a la perfección, a estados “modernos”, cada vez más problemáticos y conflictivos. Así nació una interpretación de la Historia, no como “progreso”, sino como “decadencia”. La conclusión de esta visión es que, a medida que nos aproximamos hacia el final del ciclo de nuestra vida, el tiempo discurre más rápidamente. Y lo mismo pasa con la Historia del mundo. Las doctrinas upanishadicas, las mitologías célticas y nórdicas, el mismo Antiguo Testamento, las creencias de los pieles rojas, el pitagorismo griego, el paganismo romano, los antiguos iranios, los confucionistas y taoístas…, todos ellos sostenían la misma visión de la Historia como decadencia. El tiempo no se consideraba, pues, de manera homogénea: los días duran 24 horas, cada hora 60 minutos y cada minuto 60 segundos… pero el tiempo cuantitativo no es el que interesaba a las civilizaciones antiguas, sino el tiempo cualitativo y cualificado. Una antigua tradición hindú dice que el “toro del Dharma” se sostiene inicialmente sobre cuatro patas (luego es extremadamente estable) en la “primera edad”, pero en cada una de las tres siguientes va perdiendo una pata (lo que indica que cada vez se vuelve más inestable y, por tanto, su estabilidad dura cada vez menos tiempo). Así pues, cuanto más lejos se esté del origen, el tiempo tenderá a contraerse a una velocidad cada vez mayor.

René Guénon, en su análisis sobre “El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”, acertaba en escribir: “En su grado más extremo, la contracción del tiempo desembocaría en reducirlo finalmente a un instante único, y entonces la duración habría dejado de existir verdaderamente, ya que es evidente que, en el instante, ya no puede haber ninguna sucesión”. En otras palabras: “el tiempo devorador acaba por devorarse a sí mismo”. Por eso, puede afirmarse sin temor a equivocarse que antes del estallido del big-bang no hubo tiempo, y que cuando culmine la reabsorción del cosmos y su repliegue sobre sí mismo en un gigantesco y único agujero negro, el tiempo habrá desaparecido. El “fin del mundo” no es más que la contracción final del tiempo: “la rueda ha cesado de girar”. En ese momento preciso el tiempo se trasmuta en espacio; sólo queda un infinito espacio vacío, sin tiempo, ni luz: el “negro más negro que el negro”.

En el límite de la decadencia del tiempo resucita, bruscamente, el espacio: ya no hay nada más que espacio, sólo espacio, eterno, sin límite y sin medida. Es entonces cuando tiene sentido la frase de Parsifal cuando llega a Montsalvat, el castillo del Grial: “Aquí el tiempo se cambia en espacio”. En el “último momento”, cuando el tiempo parecía devorarlo todo, bruscamente triunfa el espacio, queda como único dueño del terreno y es, finalmente el espacio el que ha devorado al tiempo.

Este esquema teórico permite explicaciones de una precisión insultante, que ya hubieran querido para sí las “ideologías”, que no hace tanto tiempo quisieron explicarlo todo mediante esquemas rígidos que jamás soportaron el paso del… tiempo. En el proceso negación del espacio que, según las tradiciones antiguas, se vive en la actualidad, la irrupción del ciberespacio supone asestar un golpe importantísimo al espacio real. El espacio real queda inutilizado, absorbido y negado por el espacio virtual. La RAND Corporation, a finales del segundo milenio, ya estableció que “las batallas del futuro se librarán en el ciberespacio”; y contemplaba nuevas formas de guerra: la ciberwar (la guerra tecnológica) y la netwar (la guerra en red). El Pentágono aspira desde Vietnam a reducir el número de bajas propias a cero, lo cual resulta imposible sin transformar el campo de batalla en un espacio virtual a través del cual se pueden dirigir las unidades de combate y las máquinas teleguiadas para destruir al adversario.

Mientras que la geopolítica es la ciencia del espacio, la Historia es la ciencia del tiempo. Cuando Fukuyama decretó en 1990 el “fin de la Historia”, se trataba más de una intención que de una constatación. Para Fukuyama, el desmantelamiento de la URSS era la señal de que la democracia era nuestro destino y el libre mercado nuestro fatum. En esas condiciones sería cierto que “los pueblos felices no tienen historia”; el libre mercado y la democracia eran las dos únicas vías para la felicidad, ya no habría lucha ideológica sino una sola doctrina posible: el “pensamiento único”. Pero Fukuyama se equivocó. El “fin de la Historia” solamente podía suceder en un momento de contracción total del tiempo… y todavía faltaba mucho (tiempo) para ello. Hubiera sido mucho menos comercial pero, sin duda, mucho más acertado decir que, a partir del 9 de noviembre de 1989, lo que se estaba produciendo no era el “fin de la Historia”, sino la “aceleración de la Historia”.

 © Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

 

Doce años que cambiaron la geopolítica. (II de VII). 1. Cuando sentenciaron el final de la geopolítica

Doce años que cambiaron la geopolítica. (II de VII). 1. Cuando sentenciaron el final de la geopolítica

Infokrisis.- En esta segunda parte de nuestro estudio, abordamos los argumentos esgrimidos por aquellos que se dejaron seducir por la doctrina del "Fin de la Historia" y supusieron que tras la Guerra Fría desaparecerían las tensiones geopolíticas entre el Este y el Oeste en beneficio de un Nuevo Orden Mundial unipolar. Los argumentos eran excesivamente optimistas y voluntaristas y en pocos años se han disipado. Hoy, vale la pena recordarlos, como testimonio de una época en la que surgieron doctrinas inconsistentes y fatuas.


1. Cuando sentenciaron el final de la geopolítica

Si la guerra fría fue una clásica “guerra geopolítica”, parecía claro que concluida ésta la geopolítica entraría en crisis. No había lugar para los teóricos de lo que se ha llamado la “gran guerra de los continentes” en un mundo globalizado, sin Historia, y en el que la democracia y el capitalismo eran nuestro destino. Así que en esa época proliferaron las obras y los artículos sentenciando el ocaso de la geopolítica. Los argumentos de toda esta patulea de enterradores eran, básicamente, tres:

1) La geopolítica sostiene que el destino de los Estados está íntimamente relacionado con el territorio y los recursos geográficos. Pero esto parecía tener poco sentido en un mundo globalizado en el que la economía era nuestro destino. ¿A quién podía interesarle, a partir de entonces, una ciencia cuyo sujeto ya no era preeminente respecto a su momento histórico? La economía, y no la geografía, era lo que importaba a partir de ahora. En la era de la globalización, el territorio –objeto de estudio de la geopolítica- se devalúa y sólo importa la economía.

2) Desde las guerras del Peloponeso y las Guerras Púnicas, hasta las dos Guerras Mundiales e, incluso, durante la Guerra Fría, se enfrentaron dos modelos de Estado (el que daba prioridad a la política y el que lo daba a la economía), dos tipos de potencias (la terrestre y la marítima), dos concepciones del mundo. Pero las ideologías ya no tenían lugar en el mundo globalizado. La única ”lucha” será la comercial y, hablando con propiedad, no se trata de “lucha”, sino de “libre concurrencia”. La “competencia” ha sustituido a la guerra. Ya no hay geopolítica sino economía. Como máximo geoeconomía.

3) El espacio es el elemento sobre el que giran todas las reflexiones y los análisis geopolíticos. La geografía, en el fondo, es la ciencia de los espacios. La economía lo es de los beneficios. Pero a partir de 1997, el espacio físico fue desvalorizándose progresivamente para aparecer una nueva dimensión del “espacio”: el “ciberespacio”, forma virtual del espacio. La globalización sería incomprensible sin la aparición de este nuevo concepto. El “mercado” ya no es el centro de la vida de las ciudades donde se resuelven las compras-ventas, sino un espacio virtual en el que se resuelven todos los procesos de la economía. No existe, ni puede existir, una geopolítica del ciberespacio. Para que haya algo remotamente similar a la geopolítica debe existir espacio, sólo espacio y nada más que espacio.

Así pues, de la unión de estos tres factores emana el acta de defunción de la geopolítica. Y hay que reconocer que cada uno de estos factores es, en sí mismo, real y objetivo. Si Nietzsche había decretado hace cien años la muerte de Dios, ahora lo que se decretaba era la muerte del Espacio. Estas especulaciones se pusieron de moda en los últimos años del milenio. Por algún motivo siempre se ha tendido a pensar que el cambio de milenio supone una “renovación” y en 1999 se creía que en la noche del 31 de diciembre todo iba a cambiar. Pero cuando el 1 de enero de 2000 se disipó la resaca, todo seguía igual. Fue entonces cuando algunos empezamos a creer que, efectivamente, todas las especulaciones del nuevo milenio se estaban equivocando. Timothy Lukés, en el paroxismo de toda esta tendencia especulativa, decretó que las fronteras habían muerto, sólo había un nuevo tipo de frontera posible: "los lindes o las fronteras actuales son electrónicas y especialmente digitales en las comunicaciones del ciberespacio”. Era algo, como mínimo, exagerado, dado que los había permanentemente empeñados en trazar fronteras especialmente en esta nuestra España menguante, o en la docena de repúblicas que surgieron del estallido de la URSS, o incluso en la obstinación con que países absolutamente inviables y peripatéticos seguían defendiendo sus presuntas o reales “identidades nacionales”.

En el terreno de las revoluciones y los movimientos sociales, las cosas tampoco estaban tan claras. Los teóricos de la eliminación del espacio solían citar en esos años al Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que de ser un cero absoluto, pasó a protagonizar unas pocas acciones simbólicas y a saltar al primer plano de la actualidad mundial gracias a la utilización de las nuevas redes informáticas que emergían en 1994. Incluso la RAND Corporation elaboró una teoría sobre la “netwar” y la “ciberwar” que aún no ha sido completamente desacreditada, según la cual, las grandes batallas serían batallas informáticas y los ejércitos en combate serían sustituidos por legiones de internautas que lucharían en red contra su adversario, intentando romper sus defensas digitales, destruyeron sus almacenes de información e imposibilitando la respuesta. Y no era necesario siquiera que se tratara de actores estatales: podrían chocar redes de cualquier tipo, delincuentes contra el Estado, extremistas contra el Estado o entre ellos mismos; cualquier posibilidad podía, en teoría, darse. Uno de los jefes de los paramilitares serbios, el comandante Arkan, al iniciarse los bombardeos de la OTAN, armó una red de cuarenta superordenadores de la época con los que aspiraba a destruir los sistemas informáticos de la Alianza Atlántica.

Mientras que los movimientos de liberación nacional o las guerrillas tercermundistas aspiraban a conquistar espacios, mientras que las guerras revolucionarias pretendían conquistar el corazón de las poblaciones, los movimientos de nuevo cuño nacidos en el “período de transición” se contentaban con hacerse con el control de “espacios virtuales”. La nueva “ruta Ho Chi Min” eran los miles de kilómetros de fibra óptica tendidos a lo largo de todo el mundo.

No había geopolítica posible en estos nuevos campos de operaciones virtuales. Así pues, la ciencia de Ratzel y McKinder, la de Kjellen y Haushoffer, no era más que una antigualla cuyos últimos mohicanos eran el Almirante Gorskhov y el Departamento de Estado Norteamericano. La geopolítica ha muerto. Que Plutarco la tenga en su seno.

Pero había en todo esto algo más profundo, casi esotérico, porque nada de todo esto se ha demostrado cierto, ni real. Lo que estaba en juego no era el fin de la geopolítica, sino otro problema: el conflicto entre civilizaciones del “espacio” y civilizaciones del “tiempo”. Y, por lo demás, la geopolítica iba a retornar.

 © Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

Doce años que cambiaron la geopolítica. (I de VII) Del mundo esférico al cúbido

Doce años que cambiaron la geopolítica. (I de VII) Del mundo esférico al cúbido

Infokrisis.- Iniciamos la publicación de un amplio estudio que estamos elaborando en estos momentos en torno a la geopolítica. Nos centramos particularmente en el mundo surgido entre el 9 de noviembre de 1989 (caída del Muro de Berlín) y el 11 de septiembre de 2001 (ataque a las Torres Gemelas de Manhattan). En estos 12 años se produjeron convulsiones -a menudo casi imperceptibles- que dieron al mundo moderno su actual configuración y fisonomía. Hemos dividido este ensayo en siete partes, ofrecemos ahora la introdución.

 

Doce años que cambiaron la geopolítica

Del mundo esférico al cúbico

«Aquí, el tiempo se cambia en espacio»

Richard Wagner. “Parsifal”

Por un extraño azar cabalístico que algunos conspiranoicos tacharán de deliberado, del 9.11.89 al 11.9.01, mediaron 12 años, un número sagrado en todas las tradiciones ancestrales. Doce es el número que indica un ciclo completo y por aquellas sorprendentes casualidades el tiempo que va de la Caída del Muro de Berlín (9.11 de 1989) a los atentados de Nueva York y Washington (11.9 de 2001) encierra en sí mismo un período completo en la historia de la modernidad. Fueron estos doce años que cambiaron al mundo.

El 9 de noviembre de 1989, el mundo se forjaba esperanzas. Finalmente, se había disipado de una vez y para siempre el riesgo de conflicto armado entre el Este y el Oeste. Con la apertura de la frontera entre Berlín Este y Berlín Oeste concluía oficialmente la Guerra Fría, el largo tira y afloja de cuarenta años cuyo teatro principal de operaciones –Europa- siempre permaneció en paz, pero en el que los frentes periféricos (las “3A”: Asia, África y América Latina) se vieron sacudidos por los peores enfrentamientos “calientes”. Pero cuando los Boeing se estrellaron contra las torres Norte y Sur del WTC, de aquellas esperanzas de paz universal, fin de la historia y período de progreso sin fin, quedaba ya muy poco, apenas nada.

El período que va de la “Guerra Fría” a lo que –de manera discutible- se ha dado en llamar “Era del Terrorismo Internacional” puede ser llamado de “transición”. En él se forjó la globalización -lo que no es poco-, emergieron nuevos actores geopolíticos, se abrieron nuevas crisis (la escasez de petróleo y de agua, el ascenso de lo que podemos llamar “neodelincuencia”, los primeros despuntes de la “bomba demográfica”, la aparición de nuevos focos de tensión geopolítica y la implantación de un mundo nuevo basado en las tecnologías de la información). Todo esto ocurrió en 12 años. Y con la misma velocidad que vino, entró en crisis a poco de disiparse el polvo surgido de la caída de las dos torres de Manhattan.

Pero estos doce años supusieron el proceso que algunos han llamado de “aplanamiento del mundo” y que nosotros consideramos como diferente: un proceso en el que el mundo ha pasado de un modelo “esférico” a un modelo “cúbico”. El resultado de esta transformación ha sido el retorno de la geopolítica: tras un período en el que el espacio ha sido devorado por el tiempo, finalmente, la aceleración de la historia a partir del 11-S ha generado el triunfo del espacio y, consiguientemente, el retorno de la geopolítica.

Este proceso es el objeto de estudio de este ensayo.


(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es

Rusia y el destino de Europa (II de III) El último tramo de la Era del Petróleo

Rusia y el destino de Europa (II de III) El último tramo de la Era del Petróleo

Infokrisis.- En esta segunda entrega insistimos en el fin de la era del petróleo barato y en la crisis energética que se inició hace dos años. A diferencia de las anteriores crisis, esta no es coyuntural, sino mucho más profunda. En este contexto, el eje eurosiberiano se presenta como una urgencia y una garantía para el destino de Europa.

 

I. Las cifras del consumo petrolero y las reservas

Hoy nos enfrentamos a un doble problema en materia energética: las cifras del consumo han subido mucho más de lo esperado, especialmente a partir de la incorporación de China el pelotón de países desarrollados y, por otra parte, desde hace décadas algunos estados productores de petróleo nos han ido mintiendo sobre la verdadera cuantía de sus reservas. Desde el año 2000 los precios del petróleo han experimentado un constante aumento.

Si hasta el año 2000 se tenía la seguridad de que por cada barril de petróleo consumido se encontraban nuevos yacimientos, a partir de esa fecha la desaparición del petróleo por el consumo ya no se ha repuesto a través de nuevas prospecciones. En los próximos 20 años, la demanda mundial de energía aumentará un 50%, 60% la de petróleo y 67% la de gas natural. No hay ninguna duda: en la actualidad, las necesidades energéticas del planeta están por encima del umbral de explotación de los recursos naturales.

Los países productores de petróleo, en buena medida, son “unidimensionales”: sus economías dependen, sobre todo, de la extracción de crudo. El crudo es un recurso finito: la prosperidad les durará tanto como puedan seguir bombeando petróleo. Así pues, el precio del crudo, hoy, no es tanto el producto del “mercado” sino del chantaje de los países productores.

El paradigma de estos países es Arabia Saudí y, por extensión, los países árabes. Gracias al petróleo, no ha sido tan evidente para los países árabes su fracaso absoluto al penetrar en la modernidad y su incapacidad para adaptarse a los nuevos ritmos culturales y sociales. El crudo ha hecho entrar en esos países riadas de petrodólares y les ha permitido actuar con un aire de suficiencia y superioridad ante el mundo. Pero, ni aún así, es posible negar el fracaso del mundo árabe. Arabia Saudí, como la mayoría de países árabes, tiene una media de edad de 25 años pero, en 1995, la renta per cápita era de 17.000 dólares… hoy es de 7.000. Es imposible olvidar el hecho, sociológicamente cierto, de que cuando existe una población mayoritariamente joven y sin recursos se está a las puertas de un levantamiento social. En los países árabes el motor ideológico de ese levantamiento es el fundamentalismo religioso.

Ni las reservas del Cáucaso (que durante un tiempo se creyeron superiores), ni las de Arabia Saudí (extremadamente exageradas), ni las de Alaska (que apenas satisfarán la demanda norteamericana), ni las de África Occidental (en buena medida situadas bajo plataformas petroleras y a gran profundidad), pueden paliar el choque con la realidad: nos enfrentamos a la escasez de petróleo, la era del petróleo barato ha concluido; a partir de ahora, el petróleo no estará al alcance de todos, sino solamente de los que tengan dinero suficiente para pagarlo.

II. El fin de la era del “petróleo barato”

En marzo de 2001, el presidente Bush anunció: “EEUU padece una crisis energética”. A partir de esa constatación, la política mundial pareció acelerarse: se produjeron los extraños ataques del 11-S, los no menos extraños atentados de Casablanca, la irrupción de Al Qaeda en Arabia Saudí, etc. Lo que está claro es que los EEUU han hecho en solitario lo que otros países no están dispuestos a hacer o se niegan a hacer: estar allí, presentes, donde haya un solo pozo de petróleo bombeando crudo.

Podemos establecer, sin lugar a dudas, que las grandes crisis políticas del momento presente son CRISIS DEL PETRÓLEO y están promovidas por la estrategia norteamericana de considerar el suministro energético como materia de seguridad nacional, tal como estableció la “doctrina Carter”. Las guerras actuales, incluidas la de Irak y Afganistán, son guerras del petróleo. Cualquiera que diga otra cosa miente y pretende engañar.

III. El petróleo y el gas ruso. ¿Joint-venture o alianza estratégica?

Europa es deficitaria en petróleo y en gas natural. Es precisamente en el ámbito europeo (junto al japonés), en el que más énfasis se ha puesto en la búsqueda de energías alternativas. Pero la energía solar y la energía eólica no pueden ser utilizadas en automoción, y las esperanzas puestas en que así fuera, están hoy completamente disipadas. La producción de etanol y de biodiesel, que tan buenos resultados ha dado en Brasil, está hoy muy retrasada en Europa y apenas alcanza el 1%. Los esfuerzos para que se sitúe en el 5% en los próximos años parecen débiles y, por lo demás, con esto ni siquiera bastaría para abastecer al mercado europeo, ni mucho menos haría que el precio del combustible descendiese, sino solamente tendería a asegurar el suministro, pero a alto coste.

Así pues, Europa no solamente no es autosuficiente en materia de energía, sino que el suministro en los próximos años parece problemático. El gas natural que se bombea de Argelia hacia la Europa Mediterránea es apenas un hilo débil y quebradizo que cualquier grupo terrorista puede interrumpir. El petróleo del mar del Norte está disminuyendo. Solamente la explotación de pizarras bituminosas en algunas zonas de Polonia puede compensar el descenso de reservas, a condición, naturalmente, de deshacerse de los prejuicios ecologistas y asumir que su obtención es altamente contaminante. Y si Europa logra liberarse de este prejuicio, por supuesto, no habrá obstáculo para resolver parte del problema mediante la energía nuclear.

El calentamiento global del planeta, asumido en las cumbres de Río (1992) y de Kyoto (1997), parece haber sido el resultado de 150 años de industrialización y desarrollo. Existen pocas dudas sobre la responsabilidad de las emisiones de dióxido de carbono en el cambio climático. Pero el drama actual de la Humanidad estriba en que, en las actuales circunstancias, desde todo punto de vista, no puede producirse un “parón energético” a riesgo de generar un caos mundial. Si los ecologistas tienen razón, las emisiones de CO2 a la atmósfera están generando un efecto invernadero del que derivará, casi inevitablemente, un calentamiento global del planeta que, finalmente, precipitará una nueva era glaciar en algunas zonas. Parece lógico “hacer alto”. Pero el problema radica en que, con el nivel de conocimientos actuales, las soluciones son pocas y limitadas: las energías no contaminantes no pueden aplicarse en todos los casos, y tienen tendencia a ser caras. Ciertamente, la energía solar es “gratis”, pero no su obtención. Y lo mismo cabe decir de la eólica. En cuanto a la de fisión, es relativamente peligrosa; y la de fusión todavía está lejos. Llamar a evitar el despilfarro energético es una posibilidad, pero no excesivamente segura. Y en cuanto al parón, puede suponer el fin de la Humanidad o poco menos. Así pues, hay pocas salidas.

La triste realidad es que la actual crisis energética es “la de verdad”. Comparada con las anteriores, éstas han sido un juego de niños. Es ahora cuando tiene verdadera importancia, en tanto que es irreversible.

Pero vale la pena plantearse algunas medidas de carácter político. La primera de todas tiene que ver con la toma de conciencia del problema: estamos hablando de crisis energética, no de una bagatela; y vale la pena que Europa Occidental se la tome en serio porque de ello depende el futuro de los europeos. Hasta ahora, este problema ha estado ausente como elemento central del programa de los grandes partidos políticos europeos, sin duda para no alarmar a la opinión pública, pero también porque la clase política europea cuida más su imagen que de su preparación intelectual y técnica.

Si hemos tomado conciencia del problema, la segunda medida es buscar alianzas. Las alianzas preferenciales son mucho más aconsejables que las guerras abiertas de conquista, algo que en Washington no han terminado de asumir, quizás por el infantilismo y el primitivismo de la sociedad norteamericana. Las alianzas internacionales no son gratuitas, son, inevitablemente, un “do ut des” (yo te doy, tú me das). No puede ser de otra forma. Las alianzas internacionales no pueden estar soportadas en el vacío o en principios “ideológicos”, sino en realidades operativas.

En este sentido, existe una complementariedad de intereses entre Rusia y la UE. Rusia tiene el petróleo que a la UE le falta y, por el contrario, la UE tiene el capital para modernizar las explotaciones. En la anterior entrega de este estudio aludíamos a conceptos geopolíticos, ahora estamos aludiendo a algo mucho más prosaico: una “joint-venture” entre Rusia y Europa.

Ahora bien, esa “joint-venture” puede basarse en un mero pragmatismo comercial, o bien en una línea estratégica de mucho mayor calado. Por eso iniciábamos este estudio definiendo el “espacio euroasiático” y la necesidad de un “eje eurosiberiano”. Si se tratara sólo de un mero pragmatismo comercial habría que reconocer que el gas natural argelino está más próximo que el siberiano y que, probablemente, las economías europeas estén a medio plazo en mejor disposición que los EEUU para pujar por el petróleo, incluso venezolano o africano. Pero ésta no es la cuestión: la cuestión es que dada la interrelación entre petróleo y política internacional, solamente el establecimiento de alianzas políticas duraderas y de gran calado puede evitar la esporádica aparición de fricciones y conflictos en amplias zonas del planeta.

El eje eurosiberiano puede ser autosuficiente en materia energética, tecnológica, cultural y militar. Es, por tanto, un centro de poder internacional de primera magnitud.

Próxima entrega: IV. De Europa a Rusia. El eje eurosiberiano.

(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - 14.08.06 

 

Rusia y el destino de Europa (III de III). Eurasia y Eurosiberia. Los retos del eje geopolítico

Rusia y el destino de Europa (III de III). Eurasia y Eurosiberia. Los retos del eje geopolítico

Infokrisis.- Publicamos la III entrega de la serie "Rusia y el destino de Europa". En esta tercera parte abordamos una proyección geopolítica para el futuro. Las relaciones entre los principales actores geopolíticos euroasiáticos, la emergencia de potencias regionales nuevas en el ámbito euroasiático, los factores de desestabilización y, finalmente, el destino de los EEUU. En breves días publicaremos la II Entrega.

 

I. Los factores de la estabilidad en Eurasia.

Si nuestro espacio geopolítico “ampliado” es Eurasia, es evidente que todas las políticas exteriores de nuestros gobiernos deben tender a asegurar la estabilidad en ese marco geográfico. Falta saber ahora en qué deben basarse esas políticas y de qué manera pueden interactuar. Tales son los objetivos de esta III Parte de nuestro estudio.

Los factores de estabilidad euroasiática deben basarse en las relaciones de amistad y cooperación entre los tres actores principales que operan en ese marco geopolítico, a saber: la Unión Europea, Rusia y China. Estos tres países disponen de tecnología, élites científicas, peso militar y recursos energéticos (desigualmente distribuidos, pero en su conjunto suficientes).

Si bien es cierto que el consumo de petróleo aumenta anualmente en China a razón de un 15%, ése es un aliciente más para planificar a corto plazo nuevas políticas energéticas que, por una parte, atenúen el impacto de la escasez de petróleo y por otra, abran el camino a energías de sustitución. En el primer punto, Eurasia debe tender a reorganizar su agricultura, repoblar las zonas abandonadas y dedicarse lo antes posible a cultivos reconvertibles en etanol y biodiesel capaces de asegurar una parte sustancial del suministro energético y alcanzar niveles de autosuficiencia en esta materia. En el segundo punto, China, Rusia y la UE deben realizar inversiones e investigaciones conjuntas en materia de nuevas tecnologías energéticas, redoblando especialmente los trabajos en el campo de la energía de fusión nuclear.

El objetivo central de las políticas económicas debe ser el reconocimiento del fracaso de la globalización, de la economía globalizada y la planificación económica en el ámbito euroasiático. Se trata, no solamente de garantizar el abastecimiento de los mercados, sino dignas condiciones de vida a la población. No se trata solamente de producir en los lugares más baratos, ni donde existan menos derechos y coberturas sociales, sino de extender los derechos del Estado del Bienestar a todo el espacio euroasiático. Los principios del liberalismo a ultranza ya no sirven en esta nueva fase de la economía mundial. Se trata de orientar inversiones, planificar zonas de producción, lograr un desarrollo sostenible que evite zonas y clases sociales depauperadas, que asegure políticas demográficas y educativas, calidad de vida para espacios cada vez mayores de nuestro ámbito geopolítico máximo (Eurasia) y, finalmente, logre los tres objetivos de todo buen gobierno: distribución de la riqueza, prosperidad y seguridad.

II. Los actores emergentes

En el escenario euroasiático han ido apareciendo actores nuevos. Hay dos fundamentalmente: India e Irán.

La amplitud de la península indostánica, su población y sus recursos hacen de esta zona una superpotencia regional en ciernes. A ello contribuye también la pervivencia de viejas tradiciones y sistemas de meditación que convierten a las élites intelectuales hindúes en particularmente aptas para asumir las nuevas tecnologías y, en especial, lo abstracto de los lenguajes de programación. Todo esto juega a favor de la India, pero también quedan tres lastres a considerar que retrasarán la incorporación de éste país al pelotón de potencias regionales. El primero es el contencioso con Pakistán siempre abierto y siempre susceptible de reavivarse. El segundo es el mantenimiento de amplias bolsas de miseria (con todo lo que ello implica: arcaísmos y tradiciones imposibles de incorporar a la modernidad, supersticiones, analfabetismo) en el interior del país que no pueden ser eliminadas sino después de décadas de paciente labor social. El tercero es la desconfianza hindú hacia la República Popular China que, periódicamente, reaparece de la mano de distintos argumentos (apoyo indio a la disidencia tibetana, apoyo chino al enemigo secular: Pakistán…).

En lo que a Irán se refiere, vale la pena realizar algunas consideraciones. Étnicamente, Irán es radicalmente diferente a otros países islámicos, e incluso el islam iraní incorpora algunos elementos de la antigua religiosidad persa. La destrucción de Irak a raíz de las tres guerras del Golfo, la incapacidad de Afganistán (su otro vecino) para salir de la eterna guerra civil y el subdesarrollo, y sus recursos humanos, energéticos y militares, hacen de Irán otra futura potencia regional. De hecho, ya en los años 70 la administración norteamericana contemplaba ese papel para el Irán del Sha. Sin embargo, algunos factores han jugado en su contra: en primer lugar, a pesar de que el elemento étnico y antropológico, los recursos energéticos y la existencia de una élite científica e intelectual, jueguen a favor de la conversión de Irán en gran potencia regional, la omnipresencia del Islam Chiita impide que esa modernización se realice a la velocidad que sería posible. Por otra parte, mientras los dirigentes iraníes estén condicionados por la perspectiva religiosa en lugar de por un punto de vista geopolítico, pragmático y realista, serán “peligrosos” y en buena medida imprevisibles.

Por otra parte, no es de descartar convulsiones regionales que retrasen el ascenso de estos países a la “primera división” euroasiática. El contencioso entre Pakistán e India tiene una doble vertiente de rivalidad regional y antítesis religiosa. En cuanto a Irán no hay que descartar, en los próximos años, el ascenso de un movimiento de resistencia contra la omnipresencia de los ayatolahs, o bien un desplome social en el interior del que en la actualidad ya se perciben los primeros signos (aumento espectacular de la presencia de heroinómanos, brecha creciente entre el “país oficial” y el “país real”…).

La conclusión a la que llegamos es que, si bien es cierto que existen actores nuevos en la perspectiva euroasiática, estos tardarán aún, como mínimo, entre una y dos décadas en hacer notar su peso y eso dando por supuesto que serán capaces de superar sus problemas interiores, evitar guerras de destrucción con sus vecinos y concentrar esfuerzos en la modernización de sus estructuras. Todo lo cual no parece evidente que vaya a ser así. De ahí que en un escenario futuro los actores euroasiáticos seguirán siendo, durante al menos los próximos 20 años, los tres actuales: Rusia, China y la UE.

III. La dorsal islámica.           

Mucho más preocupante es la existencia de una franja islámica que recorre Eurasia y sus proximidades desde Siria (y por extensión, desde Marruecos), hasta Filipinas. Esta franja es conocida como la “dorsal islámica”. Se trata de una franja, por lo demás, extraordinariamente dotada de reservas estratégicas de combustible para  30 o 40 años. Pero este aspecto positivo viene unido a un aspecto catastrófico inseparable: la presencia del islamismo hace que cualquier esfuerzo por incorporar estos países a la modernidad sea absolutamente inviable y haya fracasado sistemáticamente.

Cuando en los años 60 se creía que el panarabismo o el “socialismo árabe” tenían un futuro, podía pensarse que el papel del islam dejaría de ser político para pasar a ser exclusivamente religioso y personal. Pero la reciente realidad ha demostrado que esto es imposible: la estructura teológica del Islam tiene una proyección sociológica: la umma, comunidad de los creyentes organizada según determinados principios políticos emanados del Corán. Esto es, inamovibles desde el siglo VII.

En la práctica, la “dorsal islámica” oscila entre el fundamentalismo enloquecido y el alineamiento proamericano (esto es, anti-euroasiático) y, en ocasiones, entre ambos al mismo tiempo (Arabia Saudí). Y lo peor es que, históricamente, esta “dorsal” ha sido utilizada por el mundo anglosajón para contener a Rusia e impedirle una salida a los mares cálidos del Sur. Es más, esta estrategia parece haberse ampliado incluso al Magreb,  donde la presencia de EEUU es cada vez más asfixiante y el acceso al Mediterráneo ya no depende solo de potencias europeas (Francia y España), sino cada vez más de Marruecos y Argelia. En otras palabras: el “Mare Nostrum” es cada vez menos Europeo, tanto en el Oeste (Alborán-Gibraltar), como en el Este (República Turca de Chipre-Turquía).

El entendimiento con el mundo árabe es extremadamente difícil y, a pesar de que los servicios de inteligencia de estos países hayan trabajado estrechamente con los norteamericanos en la creación de un “terrorismo bajo control” (Al Qaeda), que atrae a todos los incautos descontentos con esos regímenes y dispuestos a hacer algo, no hay que descartar que, en los próximos años, aparezcan movimientos terroristas autónomos y, sobre todo, movimientos políticos capaces de desestabilizar a la mayoría de estos regímenes y, en buena medida, teñidos por el islamismo radical como ya ha ocurrido en Marruecos, Argelia y Turquía.

Por otra parte, no hay que perder de vista el aumento de la presencia islamista en la UE. En el año 2050, de mantenerse los ritmos de crecimiento de la población de origen islámico en Europa, el Islam será la religión con mayor nivel de seguimiento en el Viejo Continente. Esto implica, no solamente que Europa se alejará de sus raíces clásicas, sino también una regresión social, científica y cultural. Tal situación es intolerable, insostenible y explosiva a corto y medio plazo. Se ha llegado a ella gracias a la mezcla de desidia, improvisación e ingenuidad, unido al oportunismo, con que los gobiernos europeos han tratado la cuestión de la inmigración. Y prevemos un estallido traumático del conflicto étnico, social y religioso en suelo europeo antes de 10 años. Los primeros chispazos ya se han visto en la insurrección de noviembre de 2005 en los arrabales franceses y en las exigencias puestas por los islamistas radicados en España para conservar su especificidad.

La “dorsal islámica” es un riesgo para Eurasia. Los intereses geopolíticos de Eurasia no tienen nada que ver con los de la “dorsal islámica”. Es más, son un riesgo para Eurasia.

IV. El espacio turcófono

El espacio turcófono está formado por el territorio de la actual Turquía (la península Anatolia, la Tracia europea y el Kurdistán), las ex-repúblicas soviéticas de Turkmenistán, Uzbekistán, Kirguizistán, Kazajistán y Azerbaiján, y el oeste chino fronterizo con Mongolia, Kirguizistán y Kazajastán. Este formidable espacio sólo puede concretarse en base a los siguientes supuestos:

- Que el factor religioso sea determinante. Turquía nunca conseguirá realizar una política pan-turca si no es exportando el factor identitario que supone la religión. Eso le permitiría desplazar el eje del Islam del mundo árabe al mundo turcomano y disponer, como éste, de grandes riquezas petrolíferas. Si bien la pertenencia a una misma étnia y al uso de una misma lengua y de un pasado común suponen un cimiento necesario, no es suficiente: falta el factor emotivo, sentimental, galvanizador y fanatizante propio de una religión.

- Que la penetración cultural turca se adelante a la recuperación cultural rusa. Entre 1990 y 1999 Rusia vivió, posiblemente, la peor década de su historia. El período de Boris Eltsin supuso el mayor proceso de desvertebración acelerada que ha vivido un estado moderno. Sin embargo, con la llegada de Putin al Kremlin, la caída en picado se detiene y la recuperación permite considerar hoy a Rusia como la segunda superpotencia mundial; y no parece aventurado pensar en una futura reconstrucción de una entidad similar a la antigua Unión Soviética. Esta posibilidad bloquearía el ascenso de la pan-turquización de la zona.

- Que Turquía logre superar sus dificultades internas aún no resueltas: la estabilidad política interior, la cuestión kurda y asegurar su unidad nacional. Porque si la Unión Europea terminara considerando a Turquía como adversario geopolítico y se sintiera amenazada por la penetración turca en los Balcanes estaría tentada de favorecer el desmembramiento de Turquía en tres entidades completamente diferentes: la Tracia Europea que muy bien podría formar parte de la Unión, la Anatolia específicamente otomana, y la naciente república kurda, nacida de la crisis iraquí y que irradiaría a partir de ésta.

Si Turquía se decide por la exportación cultural a las repúblicas asiáticas (e incluso penetrar en el ámbito balcánico, forjando una alianza de intereses con el núcleo islámico de la Gran Albania con el cual ya está en relación, aunque solamente sea a nivel de las mafias que conducen heroína a través de la antigua ruta de la seda desde Afganistán hasta Turquía y, a partir de ahí, por el corredor de los Balcanes hasta Europa Occidental), el enfrentamiento histórico con Europa será un hecho irremediable y, así mismo, el choque con Rusia y China no se hará esperar.

Pero si Turquía decide actuar mediante un doble lenguaje y tener la tentación de beneficiarse de las mieles en forma de ayudas de la Unión Europea y de su mercado y, de otro lado, intentar colonizar culturalmente a las ex-repúblicas soviéticas y al oeste de China, esto supondría el riesgo de un enfrentamiento entre la Unión Europea y estos países, con la consiguiente desestabilización del espacio eurasiático. Una posibilidad que, por todos los medios, es preciso evitar: tanto la posibilidad de que aparezcan tensiones históricas entre la Unión Europea y la nueva Rusia o entre Rusia y China. No hay que perder de vista este axioma de la geopolítica del siglo XXI: cualquier desestabilización del espacio eurasiático es perjudicial para cualquiera de los tres principales actores: la Unión Europea, Rusia y China. Lo que implica que atenuar los riesgos de tensiones entre estas tres potencias euroasiáticas debe suponer el principal y fundamental empeño de cualquier gobierno. Y cualquier otra consideración pasa a segundo plano. Incluida la integración de Turquía en la UE, excesivamente peligrosa y comprometida, que puede enemistarnos con Rusia y con China y, al mismo tiempo, constituir un factor de desestabilización en Asia Central. E incluso si un eje panturco pudiera concretarse, a pesar de la común matriz religiosa este bloque terminaría por chocar con el mundo árabe en su búsqueda de una salida a los mares cálidos del Sur.

Desde el punto de vista geopolítico la Unión Europea debería realizar un análisis global de la situación. Turquía es importante geopolíticamente por tres factores:

- Con el Bósforo y los Dardanelos cierra el Mar Negro, que supone la salida del mundo ruso al mar Mediterráneo.

- La alianza con Turquía supone para cualquier potencia tener acceso a las fronteras con los países que disponen de las más importantes reservas petrolíferas: tanto con Irak como con la cuenca del Caspio.

- Turquía supone una cuña en el mundo árabe y permite, a través suyo, tutelar la situación en Oriente Medio, especialmente en los asuntos relativos al Estado de Israel y a su contencioso con Palestina.

Ahora bien, estos elementos son igualmente peligrosos: el primero porque se trata de abrir el Mediterráneo a Rusia; Rusia no debe tener la impresión de que la Unión Europea intentar obstaculizar su salida marítima por el sur, sino todo lo contrario. Puestos a elegir la amistad de Rusia o la de Turquía, es inevitable optar por la primera, especialmente por su vocación de convertirse en un factor de estabilidad mundial, una de las cuatro patas sobre las que deberá sostenerse el mundo multipolar del futuro.

V. ¿Y el mundo “Oceánico”?

Llamamos “mundo oceánico” a aquel cuyas costas están bañadas por las aguas de dos océanos. El “mundo atlántico” es, por excelencia, el continente americano. Este continente afronta dos contradicciones principales: por una parte, la contradicción a la que ya hemos aludido en la I Entrega de nuestro estudio, esto es, la antítesis entre Eurasia y América, entre “tierra” y “mar” y, por otra parte, la contradicción interior entre América del Norte y América del Sur. Esta segunda contradicción puede reducirse igualmente a términos antropológicos: América Anglosajona frente a América Hispana. En estas dos contradicciones se concentran todos los problemas que pueden aparecer en el continente americano.

El espacio es un elemento determinante de la geopolítica. Incluso en política internacional el espacio es una barrera insalvable. España e Inglaterra lo experimentaron cuando el Atlántico constituyó una barrera para el mantenimiento de sus imperios ultramarinos. El hecho de que ambas potencias europeas no pudieran mantener sus colonias más allá de 300 años (en realidad, la colonización solamente fue efectiva y tuvo importancia socio-económica en los últimos 200) se debió a una multiplicidad de causas, pero a ello contribuyeron también –y no en pequeña medida- causas geopolíticas.

Desde Alejandro Magno se sabe que un imperio es inviable cuando dilata excesivamente sus líneas de aprovisionamiento y sale de su “espacio geopolítico”. Entendemos por “espacio geopolítico” el marco territorial contiguo o del que depende. Las puertas de la India quedaban “demasiado alejadas” de los intereses de Macedonia y de las pequeñas ciudades griegas, no así Asia Menor o el Mediterráneo. Por tanto, las conquistas de Alejandro no podían ser sino efímeras. Otro tanto ocurrió con las conquistas españolas e inglesas en América.

El motor de la conquista fue, inicialmente, místico. Tanto en el norte como en el sur, ingleses y españoles buscaban nuevas “tierras de promisión” donde fuera posible reconstruir un “mundo nuevo”. Sobre este tema ya hemos aportado datos suficientes en nuestro estudio “Lo que está detrás de Bush” (en Zona de Descargas). En ese momento, ese impulso místico, especialmente compartido por disidentes religiosos (el Cardenal Cisneros encargó el grueso de la cristianización de las colonias a franciscanos disidentes en la misma línea que los “espirituales” y “fraticelli” medievales, y los navegantes del “May Flower” eran, asimismo, disidentes religiosos), se unió al afán de conquista de unos, al aventurerismo de otros y a la inadaptación de muchos a la vida en la Europa del siglo XVI y XVII. Todos estos elementos convergieron en el Norte en un pragmatismo extremo y en el Sur en una colonización mucho más humana en relación a los nativos y, por tanto, menos radical, enfatizando solamente el aspecto religioso e intentando que las colonias suplieran la pobreza de nuestro territorio en minerales estratégicos de la época.

Hacia mediados del siglo XVIII ya se había formado una burguesía local, es decir, el elemento sociológico que precipitó la “descolonización”. Era cuestión de tiempo que los condicionamientos geopolíticos (condición objetiva) se evidenciaran gracias a la acción de esa burguesía (condición subjetiva).

Después de la independencia destacó la multiplicidad del Sur frente a la unicidad del Norte. Era, asimismo, cuestión de tiempo que el Norte impusiera su poder sobre el Sur. Fue la “Doctrina Monroe”: “América para los americanos”, con su corolario “América para los americanos… del Norte”. Esta tosca doctrina, poco después, se sofisticó y ganó en esoterismo con la doctrina del “Destino Manifiesto” (América está llamada a “guiar” el mundo gracias a su sistema político superior a cualquier otro y bendecido por Dios). Estas dos doctrinas tienen elementos comunes y, en algún punto, contradictorios. En momentos de crisis de los EEUU, estas dos doctrinas siempre han reaparecido. Cuando EEUU tiene tendencia al aislacionismo acentúa su poder e influencia sobre el Sur del Río Grande y el Caribe. Es la “Doctrina Monroe” la que se impone. Por el contrario, en momentos de expansionismo, EEUU aspira a no limitarse solamente a intervenir en el Sur, sino en todo el mundo. En esos momentos, la clase dirigente norteamericana tiene en mente la doctrina del “Destino Manifiesto”.

Desde la Segunda Guerra del Golfo, ésta es la doctrina que fue asumida oficialmente por la administración norteamericana y que los “neocons” ilustraron, completaron y llevaron a la práctica en el primer mandato de George W. Bush. Pero las dificultades encontradas en Irak han hecho que esta corriente pierda terreno. Los EEUU han demostrado no estar en condiciones, ni de pacificar Afganistán, ni mucho menos de derrotar a la insurgencia iraquí. Eso ha restado credibilidad a los neocons cuando pedían más aventuras en Irán, Siria, Corea del Norte, etc., y ha hecho que los partidarios del realismo en política exterior ganaran puntos. Eso, en la práctica, implica una nueva oleada aislacionista para EEUU en los próximos años. O lo que va del “Destino Manifiesto” a la “Doctrina Monroe”.

América va a ser el teatro principal de operaciones de la política de EEUU a partir de 2008. Pero las circunstancias no van a ser las mismas que en el último tercio del siglo XIX. Hay circunstancias nuevas e inesperadas. De un lado, los EEUU son altamente tributarios del suministro de petróleo, especialmente del petróleo venezolano. De otro, los EEUU están dejando de ser una nación WASP (anglosajona, blanca y protestante) para incorporar a amplias comunidades hispanas.

Así como la comunidad afroamericana carecía de rasgos de identidad propios de valor, la comunidad hispana tiene lengua propia (el castellano), valores propios (opuestos a los anglosajones) y no se recluye en miserables guetos, sino que ha hecho suyas amplias zonas del sur de los EEUU. La diferencial demográfica hace que en las dos próximas décadas se reduzca la distancia entre ambas comunidades y la base de sustentación de los EEUU –la población y los valores WASP- quede a partir de entonces en entredicho.

En otras palabras: América del Sur mira hacia el Norte y se desplaza hacia el Norte. Por su parte, los EEUU dependen cada vez más del Sur en cuestión energética (en los años en los que Hugo Chávez ocupa el poder en Venezuela, las exportaciones de petróleo a EEUU se han multiplicado por cuatro). El escenario que va a generarse en los próximos años no puede ser contemplado sin tener en cuenta la situación económica de los EEUU y el aumento constante y asindótico de su deuda externa. El flujo de capitales exteriores a los EEUU (2.000 millones de dólares diarios) procedentes de la UE, Japón y mundo árabe, asegura el consumo interior norteamericano, pero ha provocado la mayor deuda exterior del planeta, sin ninguna posibilidad de disminuir. En otras palabras, a la debilidad neoeconómica, al debilitamiento del sustrato WASP, sigue la debilidad económica. Solamente en el terreno militar se sigue manteniendo una superioridad relativa que las dificultades en Afganistán e Irak están cuestionando en estos momentos.

Además existe otro factor a tener en cuenta. La lejanía geográfica hace que la UE no pueda aspirar a una situación hegemónica en el continente americano, ni siquiera que un eje eurosiberiano pueda asegurar una alianza estable y duradera con la América situada al Sur de Río Grande. Pero sí es cierto que los vínculos lingüísticos y antropológicos de España con ese bloque geográfico pueden hacer que nuestro país ocupe un papel de “puente” entre ambas orillas del océano, a partir de hoy. Y ese papel será tanto más importante en la medida en que vaya atenuándose progresivamente la influencia WASP en EEUU.

En otras palabras: la inevitable “hispanización” de los EEUU tendrá como consecuencia un cambio radical en los valores, las estrategias, los objetivos y las aspiraciones de este país. La lógica hace que el impulso hegemónico que los EEUU han vivido desde el final de la Guerra Fría quede liquidado, y los EEUU, inevitablemente, sean una “pata” -una “pata” más-, de un mundo multipolar que volverá a tener a Eurasia como eje central. Dependerá entonces de los actores euroasiáticos la posibilidad de imponer una coexistencia pacífica entre los pueblos y las naciones. Y, en ese contexto, el eje eurosiberiano será la garantía de un orden multipolar, estabilizado gracias al concurso del República China, por un lado, y de la América hispana por otro. Dentro de ese contexto, los EEUU, llevados por el realismo de su nueva situación interior, deberían reconocer que, como máximo, pueden aspirar a ser la cuarta “pata” del Nuevo Orden Multipolar (tras Rusia, la UE y China).

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 12.08.06

 

 


Rusia y el destino de Europa (I de III)

Rusia y el destino de Europa (I de III)
Infokrisis.- Después de un corto viaje a la "capital del reino" y de haber mantenido distintos encuentros con amigos y compañeros de siempre, nos hemos visto gratamente sorprendidos por la tendencia común a incorporar a Rusia a los debates y conversaciones mas habituales. Todas las personas con las que hemos hablado han coincidido en que el mejor escenario para el futuro será aquel en el que Rusia y Europa aproximen sus destinos y sean capaces de establecer ejes de cooperación y políticas comunes en Eurasia. Así pues, hemos decidido reunir notas dispersas y elaborar este estudio en tres entregas sobre el tema "Rusia y el destino de Europa".



Rusia y el destino de Europa

I Parte:

De la Europa Atlántica a la Europa Eurasiática

Introducción

Entre la caída del Muro de Berlín (1989) y el extraño atentado al WTC (2001) se produjo una aceleración de la Historia, tras lo cual es preciso revisar nuevamente las posiciones geopolíticas y las alianzas. Este trabajo es todavía mucho más necesario en la medida en que, a partir de 2004, se pone de manifiesto que la era del “petróleo barato” ha concluido y que estamos ante una crisis energética sin precedentes. En el momento actual Europa vive todavía un momento de transición caracterizado por:

1) La inercia del período 1948 (inicio de la Guerra Fría) y la Tercera Guerra del Golfo (2003). A lo largo de ese lapso de tiempo Europa ha ido a remolque de la política norteamericana y de su brazo ejecutor, la OTAN.

2) El impasse generado en la construcción europea a partir del NO francés, al que ha seguido la ampliación de mayo de 2004, la mayor en la historia de la UE. Desde entonces subsisten las dudas sobre el futuro de Europa y sobre los plazos de su construcción.

Esta situación crea ciertas dudas y ambigüedades, pero resulta evidente que en las actuales circunstancias, y a la vista de los cambios producidos (y de los que se avecinan), es lícito, desde Europa Occidental, plantearse la posibilidad de nuevas alianzas y ejes que respondan más eficazmente a los retos del futuro.

Desde nuestro punto de vista, estas alianzas solamente pueden establecerse, no en función de contenidos emotivos y sentimentales, sino merced a sólidos puntos de apoyo geopolíticos. Los gobiernos cambian, las tendencias de las poblaciones también, las orientaciones de las políticas pueden alterarse pero, a la postre, lo único que permanece estable es la configuración de los continentes y la naturaleza de sus recursos. Así pues, nuestro estudio será fundamentalmente geopolítico, si bien realizaremos breves incursiones en el terreno de la geohistoria y de la geoeconomía.

Entendemos que los factores geopolíticos, aunque no determinan, condicionan; y que existen una serie de leyes de la geopolítica que han demostrado su perennidad a lo largo de la Historia y, por tanto, el establecimiento de políticas de futuro no puede hacerse ignorando estas líneas de tendencia. La geopolítica es una de las cinco ciencias auxiliares de la política (siendo las demás la biopolítica, la sociología, la sociopsicología y la economía) y debe tenerse rigurosamente en cuenta, especialmente para comprender las grandes contradicciones mundiales del momento presente y los contenidos críticos de la escasez de petróleo.

I. La Guerra Fría como anomalía en la Historia de Europa.

El período que abarca de 1948 hasta 1989 constituye una anomalía en la historia de Europa Occidental. Por primera vez, el destino de Europa deja de estar en manos de los propios europeos y pasa a depender de una potencia exterior a Europa. Así, el continente pasa a ser el escenario preferencial del gran choque geopolítico entre los EE.UU. y la URSS. Es en ese momento cuando se crean dos alianzas en las que la casi totalidad de los países europeos encuentran acomodo: la OTAN y el Pacto de Varsovia.

Cuando se producen los primeros movimientos que inician el “proceso de construcción europea”, esa “Europa” es, inicialmente, Europa Occidental y, además, no es una “Europea europea”, sino una “Europa Atlántica”. Esa Europa no mira  restablecer un eje de cooperación con sus vecinos del Este, sino que está convencida de que se encuentra amenazada y mira a los EEUU como paraguas protector.

Pero esta actitud la sitúa en la “línea del frente”. A lo largo de 40 años siempre planeó la posibilidad de que, si el conflicto entre Este y Oeste pasaba de “frío” a “caliente”, Europa se transformase en teatro de batalla y, por tanto, se produjera una nueva destrucción del continente.

Por otra parte, el impacto que supuso la Guerra del Vietnam en la mentalidad americana hacía planear sombras sobre la determinación norteamericana de defender Europa en caso de conflicto. Vietnam demostró que la política interior pesaba mucho en la política exterior norteamericana. Un presidente de los EEUU, a partir de Vietnam, jamás emprendería un conflicto en el exterior que hiciera peligrar su reelección en el interior. Y en la opinión pública norteamericana, una eventual “defensa de Europa” era algo que carecía de interés. De lo único que se trataba es de que, en caso de conflicto, el frente de combate quedara alejado del territorio norteamericano, esto es, se quedara en Europa.

II. Los EEUU, ajenos a la historia de Europa. El mundo anglosajón.

Cuando en el siglo IV las legiones romanas se retiraron de las Islas Británicas después de haber contenido durante dos siglos a las tribus pictas del Norte, la decisión se tomó por realismo geopolítico. El Imperio Romano era, fundamentalmente, un imperio mediterráneo y todo lo que estaba más allá del Rhin y del Danubio, y más allá de las costas de la Bretaña gala, suponía abandonar el propio espacio geopolítico. Alejandro Magno ya lo había intentado en otra dirección y, de victoria en victoria, llegó hasta las puertas de la India, construyendo un imperio efímero al no comprender cuál era el espacio geopolítico propio de la Hélade.

A partir de la retirada romana de las Islas Británicas, el carácter marítimo de los pueblos que allí se fueron estableciendo en los seiscientos años siguientes fue acentuándose, y el mundo anglosajón terminó siendo algo completamente distinto al resto de Europa. Hasta el siglo XV, la mirada inglesa estuvo puesta en Europa y particularmente en Francia pero, en el momento en el que se descubrió el Nuevo Mundo, allí fueron a parar los excedentes de población, los disidentes religiosos y los aventureros. Cincuenta años después de la independencia de las colonias, las rencillas ocasionadas por la guerra habían desaparecido y el mundo anglosajón inició un colaboración ininterrumpida a ambos lados del Océano que llega hasta nuestros días y que ningún político británico ha osado cuestionar.

Constatar que, a pesar de las afinidades culturales y étnicas, a pesar de una historia en muchos momentos común, Inglaterra sigue mirando al otro lado del Atlántico antes que a la UE, produce perplejidad. El euroescepticismo inglés es la justificación para seguir manteniendo la brecha y, de hecho, ocurre lo contrario: el deseo de mantener la brecha genera el euroescepticismo y no a la inversa.

El problema de EEUU es que quiere seguir manteniendo una pata en el viejo continente y lo hace a través de Inglaterra. Por su parte, Inglaterra está empeñada en no olvidar sus viejos laureles imperiales y aspira a seguir teniendo cierto protagonismo en la política internacional. De ahí el mantenimiento de su vínculo atlántico con EEUU.

Este vínculo es comprensible (de hecho, los EEUU son una derivación de la cultura inglesa), aunque no realista ni oportuno. Está basado en realidades históricas pasadas y que jamás volverán (el peso de lo hispano en EEUU promete asestar un duro golpe a la hegemonía WASP en las próximas décadas y deteriorar el eje anglosajón). El problema de Inglaterra en este momento es que, o bien se integra en la UE sin ningún tipo de reservas mentales, o bien corre el riesgo de quedar aislada por dos fenómenos que ya hemos mencionado y mencionaremos más adelante: la irrupción de lo hispano en EEUU y el desplazamiento del eje central de la política norteamericana del Atlántico al Pacífico.

III. La gran contradicción que emerge con la Guerra Fría.

La Guerra Fría no fue solamente un conflicto “ideológico” sino, sobre todo y por encima de todo, un conflicto geopolítico. Ese mismo conflicto hubiera aparecido si ambos actores hubieran sido “capitalistas”, “demócratas” o “socialistas”. La ideología “democrática” o “comunista” fue solamente el acompañamiento emotivo del conflicto, pero no su desencadenante.

El conflicto tuvo un innegable trasfondo geopolítico y reprodujo el modelo histórico de otros conflictos anteriores en la historia de la civilización. Era el eterno conflicto entre “tierra” y “mar”, la contradicción esencial entre una potencia naval –los EEUU- y una potencia continental –la URSS–. Desde el conflicto entre Atenas y Esparta o entre Roma y Cartago, la Historia ha visto en demasiadas ocasiones cómo una potencia comercial que domina los mares, dotada de un gobierno oligárquico, choca contra una potencia continental dueña de las rutas terrestres y con un gobierno autoritario. La Guerra Fría no fue sino la reproducción del mismo cliché.

Ahora bien, el problema radicaba en que, dentro de una geopolítica global, Europa pasaba a formar parte de la red defensiva de la “potencia oceánica” o dicho en otras palabras: en apenas 40 años, Europa pasó a ser una colonia política, económica y cultural de los EEUU. La “globalización” del conflicto hizo que Europa dejara de tener peso propio, careciera de política internacional autónoma (el último intento fue durante el ataque franco-británico a Suez en 1956) y pasara a ser, en la práctica, la punta de lanza de la “potencia naval” en Eurasia.

IV. La “Europa Atlántica” satelizada por los EEUU.

La satelización de Europa por los EEUU tiene distintas dimensiones: política, económica, cultural y militar. A lo largo de los años de la Guerra Fría Europa no fue dueña de su destino, ni estuvo en condiciones de crear políticas propias. De hecho, mientras duró la Guerra Fría, incluso la Comunidad Económica Europea se limitó a barrer aranceles y crear solamente una política agrícola común.

Desde el punto de vista político a nadie pareció extrañarle que las democracias europeas fueran en realidad partitocracias (poder omnímodo de los partidos) y plutocracias (poder de los grupos económicos oligárquicos), según el modelo de la “democracia americana”.

Desde el punto de vista militar, el proceso de reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial hizo que disminuyera el peso de los gastos de defensa en los presupuestos militares de la posguerra. A esto siguió el proceso de la descolonización, en el que Europa no estuvo en condiciones de defender sus colonias en el Tercer Mundo, viéndose forzada a conceder independencias bajo presión de grupos terroristas. Luego, estas ex-colonias pasaron al ámbito de influencia de uno u otro bloque.

Militarmente, Europa dejó prácticamente de producir tecnología y armamento propios y se limitó a adquirir las armas ofrecidas por los EEUU; relajó su tensión en materia de defensa y, finalmente, a partir de la segunda parte de los años sesenta, tras las derrotas francesas en Vietnam y Argelia, tras la retirada inglesa de todas las bases situadas al Este de Suez, tras las desastrosas independencias del Congo, Guinea, Uganda, Marruecos… Europa se retiró, prácticamente, de todos los focos de producción de materias primas.

Culturalmente, Europa fue recibiendo cada vez más productos elaborados en Norteamérica que no eran meros objetos de divertimento, sino que difundían el estilo de vida americano y los valores del otro lado del Océano.

A mediados de los años 80 Europa Occidental no es más que una colonia norteamericana, país “tutor” que ejerce su dominio a través de la OTAN y del mantenimiento de la tensión con la URSS y, especialmente, a través de una clase política incapaz de pensar por sí misma y de establecer políticas propias.

V. La crisis del bloque soviético y la emergencia del mundo unipolar.

Pero, cuatro elementos distintos: la elección de un Papa polaco, las huelgas en los astilleros de Danzig que supondrán el inicio del desmantelamiento del cinturón defensivo de la URSS, el empantanamiento de la guerra en Afganistán y el esfuerzo armamentístico norteamericano conocido como Guerra de las Galaxias que había situado el listón a una altura que hacía imposible la respuesta de la URSS, especialmente a causa de la precariedad económica) hacen entrar en crisis al sistema soviético. Esta crisis se manifiesta finalmente con la caída del Muro de Berlín y la reunificación alemana.

Paradójicamente, cuando lo normal hubiera sido el desmantelamiento de la OTAN, se produjo su crecimiento incorporando a buena parte de los países que hasta ese momento habían formado parte del Pacto de Varsovia. Importaba muy poco que ya no hubiera “enemigo”, ni posibilidades de conflicto. Para justificar la persistencia de la OTAN, los EEUU crearon falsos conflictos (las crisis yugoslavas, especialmente la crisis de Kosovo), participaron en conflictos locales (Segunda Guerra del Golfo en 1990), y finalmente generaron un enemigo incierto y difícil de determinar su realidad: el llamado “terrorismo internacional”.

Entre la caída del Muro de Berlín y la Tercera Guerra del Golfo (2003), el mundo fue inequívocamente unipolar. Los EEUU fueron la única potencia mundial. Sus think-thanks ideológicos intentaron crear una nueva doctrina (“el fin de la Historia”) y un nuevo sistema mundial (la “globalización”).

Pero la doctrina del “fin de la Historia” no resistió ni siquiera diez años. No solamente la “democracia” no era el destino de un mundo sin historia sino que, además, la democracia liberal estaba sufriendo un proceso de degeneración bien visible allí donde se encontraba implantada con más tradición.

Por otra parte, la globalización tendía a favorecer no tanto a países como a grandes consorcios industriales y, desde luego, nunca al grueso de las poblaciones. La gran mentira de la globalización consistió en afirmar que se había creado un “mercado mundial” en el que todos los países podían competir para lanzar productos en mejores condiciones, y que esto redundaría en beneficio del crecimiento económico mundial. Pero era falso: para que un mercado de este tipo pudiera existir era preciso que existiera “igualdad” de oportunidades. Resulta evidente que los derechos de los trabajadores asiáticos son completamente inexistentes en relación a los de los trabajadores occidentales y por lo tanto, toda la producción mundial se orientaba hacia las zonas con salarios más bajos y menos derechos sociales…

Paradójicamente, los EEUU han sido la primera víctima del proceso globalizador. La pérdida de puestos de trabajo, el depender completamente, no solo de las importaciones de bienes, sino también de capitales, ha hecho a los EEUU el país más endeudado del mundo y necesitado de la inyección diaria de miles de millones de dinero extranjero en las bolsas norteamericanas para impedir la quiebra de su sistema económico. Según los teóricos de EEUU este endeudamiento “es bueno” para la estabilidad del sistema económico mundial…

VI. La falsa era del “terrorismo internacional” y la política de los EEUU.

El ataque a las Torres Gemelas inauguró un nuevo período: el del llamado “terrorismo internacional”. Nadie duda de la existencia de cierto terrorismo residual, localizado en determinadas zonas geográficas (Palestina, el Cáucaso, Afganistán, Colombia, varios países africanos, etc.), de carácter “nacional”. Lo que se duda es de la existencia de un “terrorismo internacional” digno de tal nombre y que presupone la existencia de una organización internacional que mueva los hilos.

Las pruebas sobre la existencia de tal organización son excesivamente tenues y difusas como para que pueda tomarse en serio. Sin embargo, las acciones norteamericanas en política exterior en los últimos cinco años han tomado como justificación ese presunto “terrorismo internacional”.

No existe hasta la fecha ni un solo atentado atribuido al “terrorismo internacional” que pueda ser considerado sin ningún tipo de reserva mental. Desde el extraño atentado al Pentágono (en el que no se encontraron restos del Boeing presuntamente secuestrado y estrellado), hasta la grotesca historia de los musulmanes que, sin conocimientos de ningún tipo, estarían en condiciones de pilotar complejos polirreactores hasta lograr estrellarlos contra las delgadas torres del WTC, pasando por el increíble atentado del 11-M, los atentados puestos a la espalda del “islamismo” desencadenados en Marruecos, Argentina, Turquía, Bâli, por no mencionar el anómalo atentado del 6 de junio en Londres del que hoy se duda todo… todos estos atentados evidencian “anomalías” que permiten sospechar si no son, en buena medida, “casus belli” fabricados “ad hoc”.

Sea como fuere, la retórica de la “lucha contra el terrorismo internacional” ha sido diestramente utilizada por los EEUU para invadir Afganistán e Irak y para fraguar pactos de cooperación económico-militar con gobiernos locales a raíz de alguno de estos atentados. Por ejemplo, en el Proyecto Pan-Sahel se empezó a trabajar tras los atentados de Casablanca y sirvió para establecer la penetración de EEUU en toda la “franja del Sahel”.

Si bien en el estado actual de conocimientos e información no puede asegurarse quién está promoviendo el terrorismo internacional, lo que sí puede establecerse sin ningún género de dudas es que ha sido aprovechado diestramente por los EEUU para acercarse a cualquier teatro de operaciones que le interese. Y –como por azar– estos teatros están íntimamente ligados a los recursos energéticos.

Hoy, la política exterior norteamericana tiene como objetivo preferencial el control de las fuentes de energía, y marcha al paso con los atentados del “terrorismo internacional”.

VII. El decoupling EEUU-UN y los nuevos intereses norteamericanos.

En las relaciones entre la UE y EEUU ha habido un antes y un después del 11-S. Antes del 11-S, muy pocos políticos europeos cuestionaban el eje atlántico. Después del 11-S, tras unos meses de estupor y vacilación en que Europa apoyó el ataque a Afganistán, se evidenció el sentido de la “política antiterrorista” norteamericana. Cuando en junio de 2002 EEUU deja clara su voluntad de atacar a Irak, el grueso de la UE ya ha cambiado su orientación. El eje franco-alemán se opone a las nuevas aventuras energético-colonialistas de EEUU y así lo manifiesta en reiteradas ocasiones.

EEUU intenta seguir influyendo en Europa a través de dos peones: la Inglaterra de Blair que aspira a seguir siendo el socio preferencial de los EEUU en el contexto del “eje atlántico” y José María Aznar que aspira a liderar a los países de tamaño medio de la UE. Está resabiado por la actitud francesa ante la crisis hispano-marroquí de Isla Perejil y, finalmente, cree que estamos ante una crisis energética generalizada y opta por ponerse bajo la cobertura de quien le ha garantizado recursos petroleros procedentes del Golfo Pérsico para España. Por ende, la presencia de Aznar en la Cumbre de las Azores es importante porque rompe la idea de que existe un “bloque europeo” y además la postura española es tenida como ejemplo por el grupo de países hispanoamericanos, e incluso por la población hispana de EEUU.

Pero, salvo estos dos datos, lo esencial es considerar que los ideólogos neoconservadores norteamericanos han determinado dos orientaciones esenciales para la política de los EEUU en los próximos años:

- De un lado EEUU, aprovechando su carácter “transoceánico” (sus costas están bañadas por el Atlántico, pero también por el Pacífico e incluso los grandes centros de producción industrial e investigación tecnológica tienden a situarse en el área del Pacífico), aspira a ocupar un papel destacado en el Arco del Pacífico, zona geográfica en la que prevén que va a concentrarse la producción mundial y el tráfico de mercancías. Para los estrategas neoconservadores, el área del Pacífico va a sustituir al área del Atlántico como eje de la economía mundial.

- De otro lado, dentro del área del Pacífico, el gran competidor con el que los EEUU se van a enfrentar es China. Así pues, desde el inicio de la “era Bush”, los EEUU han practicado una política de presión sobre China que irá aumentando inevitablemente en los próximos años y puede llegar desde a favorecer la revuelta de las comunidades musulmanas del Oeste de China, hasta reiterar las acusaciones por la cuestión de los derechos humanos o, simplemente, a revitalizar sectas de oposición como el Falung-Kong o a aumentar el protagonismo internacional del Dalai-Lama. De la misma forma que la política atlántica solamente era válida con una Europa dividida y debilitada, la política norteamericana en el Pacífico solamente es válida con una China debilitada, nunca con una China capaz de ejercer un papel entre los actores internacionales de primera fila.

El resultado de estos dos factores es el “decoupling”: literalmente el “desacoplamiento” o “desenganche” entre EEUU y la UE. Desde los años 80 la tendencia al alejamiento de Europa está presente en los EEUU. Durante los últimos años de la Guerra Fría porque se consideraba que “Europa” no hacía lo suficiente para asegurar su “defensa”, y después de la invasión de Irak, porque se acusa a Europa de no hacer lo suficiente contra el “terrorismo internacional”.

EEUU aspira a mantener el vínculo atlántico a través de Inglaterra y, a través de este país, hacer todo lo posible por retrasar la construcción europea. La fisonomía del “decoupling” en este momento es la de unos EEUU separados de una Europa dividida, con inestabilidad económica permanente en el interior e incapaz de jugar papel alguno en el terreno internacional.

Los intereses estratégicos norteamericanos se han desplazado en este momento del Este hacia el Oeste, del Atlántico al Pacífico. Los GI y los marines, la Flota y la USAF, estarán allí donde haya pozos de petróleo bombeando, o cerca de las reservas más importantes.

VIII. La respuesta: el espacio euroasiático y el eje eurosiberiano.

Esta nueva situación crea las condiciones objetivas ideales para establecer políticas euroasiáticas. Entendemos por “políticas euroasiáticas” aquellas que afectan a los distintos países de este bloque geopolítico, a sus interrelaciones y a su papel dentro del Nuevo Orden Mundial post-globalizador.

Es preciso pensar a dos niveles: a nivel geopolítico y a nivel de alianzas. En el primer nivel, los países euroasiáticos forman un bloque excesivamente amplio como para que pueda hablarse de “una” sola política. En la amplitud, complejidad y diversidad de los distintos actores euroasiáticos reside la imposibilidad de pasar de la geopolítica a una política común. Como máximo, a lo que puede aspirarse es a unos objetivos comunes (la estabilidad, la paz y la cooperación económica entre las distintas zonas del continente euroasiático). Lo cual no es poco si tenemos en cuenta las contradicciones y los conflictos existentes en distintas zonas y el cuadro de evolución extremadamente confuso que puede aparecer en el futuro.

El conflicto entre India y Pakistán, el papel de aliados de EEUU de buena parte de los países árabes, la situación movediza en algunas ex-repúblicas soviéticas, pero también las diferencias étnicas, culturales, económicas, históricas y las distintas tradiciones, hacen imposible hablar de “eurasia” como bloque político. Eurasia es un edificio con varios pisos y, como en todo edificio, se trata de que sus vecinos cooperen entre sí, que no surjan fricciones entre ellos y que tengan conciencia de que el logro de sus objetivos depende, en gran medida, de que sean capaces de trazar políticas de acercamiento y cooperación. Es fundamental que cada uno de los actores euroasiáticos entienda que sus intereses están mejor resguardados cooperando con los otros, que siendo cuña de la potencia oceánica norteamericana. Las políticas “atlánticas” de ayer y las “pacíficas” de mañana, deben ser completamente rechazadas. Parafraseando a la “doctrina Monroe” podemos establecer este axioma: “eurasia para los euroasiáticos”. O dicho de otra forma: “nunca más intervenciones exteriores ajenas al tablero euroasiático”. Los intereses comerciales de la potencia oceánica ya han causado demasiadas tragedias en el bloque euroasiático como para que puedan reproducirse nuevamente.

En este sentido, valdrá la pena crear organismos nuevos de seguridad, diálogo y cooperación en Eurasia. En tanto que mayor bloque geopolítico del planeta, asegurar la integridad, estabilidad y prosperidad de Eurasia equivale a asegurar la paz mundial.

Ahora bien, dentro de Eurasia es evidente que existen dos actores que, por su historia, por su situación geográfica y por sus afinidades, están llamados a ser la columna vertebral de este Nuevo Orden Euroasiático. En efecto, la Unión Europea y la Rusia en vías de reconstrucción tras la crisis de los años 90 (crisis desencadenada en buena medida por la irrupción de los “oligarcas” y por el intervencionismo norteamericano en el desmantelamiento de la URSS) están demasiado cerca geográfica, cultural y étnicamente como para que no puedan aspirar a ser la columna vertebral de Eurasia.

Aquí es preciso introducir otro concepto nuevo: Eurosiberia en tanto que área geopolítica más coherente dentro de Eurasia.

Desde el siglo XIX los estrategas anglosajones han tenido pánico a la formación del eje Moscú-Berlín-París. Y no sólo eso: lo han boicoteado por todos los medios. Ese boicot se mantiene todavía en estado de latencia. Periódicamente se agita (la última ocasión durante la “revolución naranja” de Ucrania) porque la posibilidad de que en algún momento pudiera reconstruirse ese eje (Rusia-UE) aún sigue aterrorizando al mundo anglosajón.

Eurasia precisa una columna vertebral. Lo semejante se une a lo semejante. El destino de Rusia y el de Europa no pueden sino encontrarse. Si así hubiera ocurrido desde el siglo XIX seguramente nos hubiéramos evitados dos guerras mundiales y una guerra fría de cuarenta años. Y aquí, los niveles de homogeneidad de ambos actores son suficientes como para pensar en políticas de integración que fueran más allá de la mera cooperación euroasiática.

 

(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - 01.08.06

 

Evo Morales o la fugaz fascinación del “populismo indígena”

Evo Morales o la fugaz fascinación del “populismo indígena”

Infokrisis.- Evo Morales inició su carrera política como representante de los cultivadores de coca del Chaparé boliviano. En enero de 2006 fue elegido presidente por mayoría absoluta con el eslogan: "Somos Pueblo. Somos MAS". ¿Estamos ante un nuevo estilo de hacer política o bien ante alguien que seduce a las masas con la misma facilidad con que luego las decepciona? ¿Es sólida la alternativa de Evo Morales?


En 1997, Evo Morales fue elegido diputado por el Chaparé con el 70% de los votos, lo que corresponde exactamente al porcentaje de indios y mestizos en esa zona. En el 2002, estuvo a punto de obtener la presidencia del país pero fue derrotado por escaso margen. A lo largo del gobierno de Sánchez Lozada se convirtió en el líder de la oposición y nadie dudaba que iba a ser el futuro presidente del país, aunque jamás hubiera tenido responsabilidad alguna de gobierno. Su “populismo indígena” merece ser estudiado. Sus primeros cien días al frente del gobierno boliviano también.

Del “socialismo militar” al “populismo indígena”

A mediados de los años 30, la embajada alemana en La Paz mantuvo relaciones con el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) de Víctor Paz Estensoro, mientras que la italiana lo hacía con la Falange Socialista Boliviana (FSB) de Oscar Únzaga de la Vega. Además, la presencia de Ernst Rohem y de algunos “soldados perdidos” alemanes que combatieron en la Guerra del Chaco, habían influido en un grupo de militares que unían a su patriotismo una alta conciencia social.

Los años comprendidos entre 1933 y el final de la Segunda Guerra Mundial se conocen en la historia de Bolivia como el período del “socialismo militar”. En aquellos momentos el país era propiedad de un grupo oligárquico conocido como “La Rosca”, o los “barones del estaño” (las familias Aramayo, Patiño, Hostchild). Este período estuvo protagonizado por tres dictadores militares (Toro, Busch y Villarroel) fracasaron en su enfrentamiento con “La Rosca”, acabando trágicamente. Gualberto Villarroel fue colgado de una farola frente al palacio presidencial de La Paz; antes, David Toro se había suicidado ante la imposibilidad de realizar su programa de nacionalización de los bienes de la oligarquía; su figura inspiró a Pierre Drieu la Rochelle al protagonista de su novela “El Hombre a Caballo”.

El “socialismo militar” había muerto; llegaba el período del “populismo”. En 1956, llegó al poder el MNR de Víctor Paz, realizando una reforma agraria limitada y mal planteada. La FSB se situó en la oposición e intentó varios golpes de Estado, hasta que su fundador Óscar Únzala resultó muerto. El populismo el MNR fue sustituido por la dictadura de René Barrientos, un militar que hablaba quechua y bajo cuyo mando se capturó al Ché Guevara. El gobierno Barrientos protagonizó un populismo de derechas vinculado a la embajada americana. Estaba todavía por llegar el “populismo de izquierdas” vinculado a las embajadas chilena y cubana. El general Torres lo encarnó durante unos meses. Luego vino la breve experiencia guerrillera marxista de Teoponte, en donde encontramos a los que diez años después serían dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (Jaime Paz Zamora), los cuales, una vez en el poder en 1985, estarían escindidos entre su fidelidad a los narcotraficantes y a la embajada americana.

El interregno militar del General Banzer (1972-1978) en el que lel MNR y la FSB volvieron a encontrarse, no aportó nada a la historia de Bolivia y el gobierno del General García Meza, apoyado por la dictadura argentina, apenas supuso una nueva muestra de populismo, frustrado a causa del bloqueo económico impuesto por el gobierno Reagan y por el lanzamiento al mercado de grandes reservas de cobre y estaño almacenados en EEUU desde la II Guerra Mundial, que hundieron el precio de estos minerales y, en consecuencia, la economía boliviana y, en menor medida, la chilena.

En este largo período (1935-1983) se había pasado del “socialismo militar”, a un “populismo” protagonizado por las clases medias de origen europeo. Pero el elemento dominante en la sociedad boliviana eran las comunidades indígenas que, por lo demás, crecían a mucha más velocidad que las europeas. Cuando se evidenció el fracaso de los distintos gobiernos democráticos entre 1983 y 2005 y se fueron agotando todas las opciones posibles. Finalmente, solamente quedó por experimentar el “populismo indígena” que, por lo demás, tenía a su favor la diferencial demográfica. Tal es el contexto histórico en el que hay que situar el “populismo” de Evo Morales.

Mientras que en el período de “socialismo militar” sus protagonistas estaban movidos por un afán sincero de reforma social y de patriotismo, durante el período “populista” la sinceridad se transformó en demagogia social y el patriotismo en chauvinismo. Es evidente que se había producido una caída de nivel; pero no iba a ser la última. Finalmente, el fracaso de los partidos democráticos tradicionales (MNR de Víctor Paz, ADN de Banzer, MRIN de Siles Suazo, MIR de Paz Zamora, etc.), debía de hacer emerger una opción populista protagonizada por indígenas y apoyada sobre el electorado indígena, numéricamente mayoritario.

Its the demography, stupid

Bolivia es un “país multiétnico” en el que los grupos étnicos europeos suponen apenas un 20%, los amerindios un 50%, los mestizos un 27’5%, existiendo, ademàs, pequeñas comunidades japonesas, libanesa, turca y chinas. A partir de 1980, el país pasó de seis a diez millones de habitantes. La tasa de natalidad es de 3’8 hijos por mujer, 4’6 si se tiene en cuenta solamente a las etnias indígenas y mestizas. Así pues, basta levantar la bandera del indigenismo para obtener una cómoda mayoría.

Lingüísticamente, Bolivia es un mosaico; el español es hablado por tres cuartas partes de la población (aunque algunos lo emplean como segunda lengua), el quechua (evolución de la lengua inca) se habla en Cochabamba y Potosí, el aimara (lengua pre-incaica) en Oruro y La Paz y el guaraní (en Santa Cruz y el Beni), a lo que hay que añadir 37 lenguas nativas y 127 dialectos tribales.

Lo sorprendente es que, el “indigenismo” creciente de la política boliviana no ha logrado evitar la extensión del español. Esto se explica por la creciente concentración de la población –hasta los años 70, eminentemente rural– en las ciudades. Hoy, sólo una cuarta parte de la población vive en el campo. Desde 1995, ciudades como Cochabamba o La Paz han crecido a un ritmo de un 8% anual. Las tres grandes ciudades (La Paz, Santa Cruz de la Sierra y Cochabamba) ocupan a 4 de cada 5 individuos económicamente activos. En 15 años, estas ciudades han duplicado su población.

Mientras que el Oriente Boliviano (Santa Cruz) tiene una mayor densidad de ciudadanos de origen europeo, el Altiplano andino (con La Paz como capital) registra una mayor abundancia étnica de indígenas. Esto, unido a las climatologías diferentes y a la configuración distinta de sus recursos económicos, ha creado dos “países” diversos. No es raro que en los próximos años –y especialmente si se produce el desplome de la política indigenista de Evo Morales– se registren movimientos secesionistas en Santa Cruz de la Sierra.

Geopolítica de Bolivia

La historia de Bolivia está presidida por un drama: carecer de salida al mar. Las guerras del siglo XIX contra Perú y Chile cortaron la posibilidad de contar con una salida al Pacífico. Tan sólo a través del Madeira (un afluente del Amazonas, llamado Madre de Dios en Bolivia) es posible tener una complicada salida fluvial al Atlántico. Para colmo, la guerra del Chaco, contra Paraguay, y antes la guerra con Brasil, comprimieron el territorio boliviano a su dimensión actual. El ferrocarril La Paz-Arica (en el norte de Chile) es hoy su única posibilidad de salida al Pacífico. En el siglo XX, Bolivia ha mantenido relaciones de alianza y amistad con Brasil y Argentina (es decir, hacia el Atlántico) y de hostilidad con Perú y Chile (los países que impiden su salida al Pacífico). Por su parte, mientras la frontera de contacto entre Chile y Perú es pequeña, la que mantiene Brasil con Argentina es extremadamente amplia. Brasil. Además, Brasil siempre ha intentado ejercer su influencia sobre Uruguay. Y, finalmente, Argentina y Chile mantienen frecuentes polémicas fronterizas. Todas estas relaciones crean una situación extremadamente conflictiva en el área geopolítica boliviana.

América del Sur es un subcontinente mucho más heterogéneo de lo que a primera vista de podría pensar: las diferencias climáticas, étnicas, el relieve, la orografía han modelado los distintos rasgos específicos de las naciones sudamericanas. A las clásicas contradicciones geopolíticas entre “valle” y “montaña”, entre “naciones oceánicas” y “naciones continentales”, se unen los rasgos culturales y antropológicos de las distintas etnias y las fricciones históricas que en menos de dos siglos de independencia han generado barreras de hostilidad entre casi todas las naciones sudamericanas (entre Venezuela y Colombia, entre Perú y Ecuador, entre Argentina y Chile, entre Brasil y Argentina, entre Bolivia y Paraguay, etc.

Brasil aspira a convertirse en “potencia regional”. A ello contribuyen su demografía, sus recursos económico-energéticos y su tecnología. Para ello precisa realizar una marcha geopolítica hacia el Pacífico. De ahí el interés que Brasil ha demostrado por Bolivia desde los años sesenta. De hecho, todo induce a pensar que en los próximos años Brasil estimulará el secesionismo “cruzeño” (de Santa Cruz de la Sierra) según evolucione la situación interior boliviana. La frontera entre la región de Santa Cruz y Brasil es extremadamente permeable y ambas zonas tienen relaciones económicas fluidas desde principios del siglo XX. Selvática y con gran riqueza forestal (madera y caucho), la región de Santa Cruz tiene poco que ver con la otra parte de Bolivia, el Altiplano.

La cuestión étnica en los países andinos

Brasil tiene un solo problema para realizar su aspiración de convertirse en “potencia regional”: el sustrato étnico extremadamente inestable compuesto por un alto porcentaje mestizo para el que la idea de “proyecto histórico”, “destino nacional”, son absolutamente incomprensibles. En Bolivia ocurre otro tanto. Por su riqueza minera, Bolivia estaría llamada a ser un país con una envidiable prosperidad. Sin embargo, la mala gestión de recursos, la corrupción y la mentalidad indígena, impiden que algún día pueda alcanzarse algo parecido a un “estado del bienestar”.

Ahora bien, el estudio de la mentalidad indígena es indispensable para comprender la naturaleza del “populismo” encarnado por Evo Morales y su gobierno. La impresión general de los indígenas que han votado en masa a Evo Morales es que, ahora, “ellos” están en el poder. Para cualquier indígena boliviano, Evo es “de los suyos”. Su aspecto físico es el característico del indígena boliviano sin que falte ni un solo rasgo. Evo Morales es, pues, el arquetipo étnico del amerindio boliviano.

Pero esto grupo étnico tiene unos rasgos problemáticos. El indio realiza sus procesos mentales a una velocidad distinta de la europea. En buena medida, carece –dato importante– de visión proyectiva y de capacidad de planificación en su vida propia. Concibe la unidad familiar, concibe a la tribu, concibe la aldea o el barrio, pero le es imposible concebir algo que sea superior a lo que puede ver en su proximidad. Su productividad, salvo excepciones, se limita a lo estrictamente necesario para lograr la supervivencia.

En las naciones andinas y centroamericanas, la estratificación étnica está directamente relacionada con la estatificación social y económica. Es frecuente, por ejemplo, que en las Fuerzas Armadas, la tropa sea india, la suboficialidad mestiza y la oficialidad, europeoide. En Bolivia, la clase favorecida es blanca, los mestizos ocupan un escalón intermedio (pequeño comercio, vendedores ambulantes, transportistas), mientras que el indio realiza trabajos agrícolas y forma el grueso del subproletariado urbano.

El drama de países como Bolivia radica en que la población india es, a la vez, la más numerosa y la que dispone de menor formación media y superior. En otras palabras, países como Bolivia sufren una contradicción insalvable: después de haber pasado por todas las opciones políticas, solamente quedaba una, la que disponía del electorado objetivo más numeroso, la opción indigenista, pero, al mismo tiempo, esta es la más inadecuada para ejercer el poder político. En cualquier consulta democrática, la mayoría siempre vence: pero la mayoría en estos países es india o mestiza y el drama estriba en que ni indios ni mestizos, ni mulatos, tienen en estos momentos la capacitación técnica y la experiencia para gobernar.

La esencia del “populismo indígena”

Inicialmente, las reivindicaciones del MAS y de Evo Morales, parecen justas: el pueblo boliviano es el legítimo propietario de las riquezas que alberga el subsuelo de su país. Pero las cosas no son tan sencillas. Hasta que terminaron las dictaduras militares en 1983, el sector minero estaba prácticamente nacionalizado en Bolivia. La COMIBOL regentaba el grueso de la industria minera. Y el sector se mostraba improductivo. El descubrimiento y la explotación de las grandes bolsas petroleras y gasísticas, así como la liberalización del sector minero, permitieron la entrada de compañías extranjeras. Estas compañías –en especial Petrobras (Brasileña) y Repsol (hispano-argentina)– realizaron grandes inversiones en el establecimiento de modernos sistema de bombeo y canalización. Contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, la industria petrolera no da beneficios inmediatos y las inversiones a medio plazo requieren un gran esfuerzo económico.

Los acuerdos firmados entre anteriores gobiernos bolivianos y las petroleras, seguramente, otorgaban a estas grandes ventajas a cambio de corruptelas. La historia del petróleo, a partir de la segunda mitad del siglo XX, es la historia de la corrupción. Y en Bolivia la cosa no iba a ser diferente. Pero el problema estriba en que la ruptura de los contratos firmados por anteriores gobiernos bolivianos solamente puede realizarse demostrando que han existido corruptelas y cláusulas abusivas ante un Tribunal Internacional y tras un fallo favorable. Y Evo Morales ha optado por el desprecio a la legalidad internacional. Su declaración de que las petroleras no serán indemnizadas hace que otras empresas extranjeras que se planteaban inversiones en Bolivia hayan paralizado sus proyectos.

El indígena boliviano suele tener una visión conspirativa de la historia y atribuye sus desgracias, siempre a elementos no derivados de su propia actitud. Para Evo Morales, la postración de Bolivia es el fruto de “quinientos años de colonización”. Poco importa que Bolivia haya sido independiente desde 1825 y que, a partir de esa fecha, los conflictos más graves de su historia los haya tenido con los países vecinos y no con la “potencia colonizadora”. Poco importa si los “barones del Estaño” eran de nacionalidad boliviana (aunque de etnia semita). Poco importa que la civilización inca estuviera prácticamente desintegrada a la llegada de los españoles y que hoy no quede de ella más que el recuerdo, unas cuantas ruinas y la lengua quechua. Poco importa que la mentalidad india no conciba en términos de “nación” o de “futuro” y que, por tanto se inhiba de los complejos problemas que entraña la administración de un Estado moderno. Lo único que le importa a Morales es un régimen de coartadas tranquilizadoras que inhiben a Bolivia –y, en particular, a la etnia indígena– de cualquier responsabilidad en la marcha del país.

De ahí, que la falsificación de la historia y la exoneración del indio de cualquier responsabilidad, sea el primer rasgo sorprendente del “populismo indígenista”. A continuación viene la contrapartida: “si tú eres responsable de mi situación, tú debes pagar”. Esta frase, miles de veces repetida, ha hecho mella en las mentes bienpensantes del progresismo europeo, en cuyo subconsciente late un profundo complejo de culpabilidad: “Europa es culpable de su prosperidad, por tanto, debemos ayudar al Tercer Mundo al que explotamos”, cuando el razonamiento correcto sería: “Si yo me siento culpable, probablemente sea porque mi vida mundana y opulenta, no está de acuerdo con mis ideales”. Evo Morales y todas las ideologías de la “liberación nacional” tercermundistas han entendido que explotando el complejo de culpabilidad de la izquierda europea, pueden obtener toda la ayuda que desean.

Lo más sorprendente es que las dos principales compañías petroleras afectadas por las medidas nacionalizadotas de Evo Morales, tienen su capital mayoritario en los dos países que, inicialmente, demostraron una mayor predisposición a apoyar al nuevo gobierno boliviano: Brasil y España. En el momento de escribir estas líneas, Petrobras ya ha advertido que se retirará de Bolivia si las condiciones del nuevo contrato propuesto por Evo Morales no le convienen, y el gobierno de la izquierda brasileña ha comunicado su insatisfacción a Bolivia, enfriando las relaciones con ese país. Rodríguez Zapatero, por el contrario, ha optado por la vía de la ambigüedad: se limitó a comunicar que enviaría un negociador para tratar de resolver la crisis y que la “ayuda al desarrollo” no se interrumpiría.

Cuando Evo Morales resultó elegido presidente, una de las primeras llamadas fue del Presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, el cual le prometió doblar la ayuda española al desarrollo de Bolivia. Además, Evo Morales obtuvo la condonación de un tercio de la deuda externa con España. No era suficiente. El 11 de mayo de 2006, en la Conferencia de Viena, cuando todavía estaba en la mente de todos, la irrupción de las Fuerzas Armadas Bolivianas en los campos petroleros y en las oficinas de la compañía española Repsol, Evo Morales, se permitía echar en cara a Zapatero, el que todavía no había hecho efectiva esa promesa.

Porque si la primera idea del “populismo andino” es culpabilizar a otro de sus propias desgracias, la segunda consiste en introducir en el cerebro de los indígenas la idea de que “el culpable debe pagar”, pero la tercera idea esencia es aún más deletérea: practicar el doble lenguaje, tanto ante su propio electorado, como en los foros internacionales o en las entrevistas con dirigentes de otros países. Véase un ejemplo.

La empresa española de comunicaciones, PRISA, propietaria del mayor diario español “El País”, de la mayor plataforma de TV por cable y de la emisora de radio de más audiencias (la SER), tiene también intereses en los principales medios de comunicación bolivianos. Rodríguez Zapatero y Evo Morales, deben a PRISA el haber sido elegidos presidentes de gobierno de sus respectivos países. Cuando “España” envía “ayuda al desarrollo”, esa ayuda va destinada a adquirir libros de texto escolares editados por PRISA en Bolivia. Si Zapatero mantiene la ayuda al desarrollo no es por amistad ni por idealismo, sino para beneficiar a quienes lo promocionaron. Toda deuda se paga y, tanto Zapatero como Morales son hijos del mismo consorcio empresarial.

La cuestión petrolera; dimensiones y riesgos.

Morales indicó en Viena que las compañías extranjeras "recuperarán la inversión y tendrán ganancias". Además, aclaró que "no estamos expulsando a nadie, sólo ejerciendo el derecho de propiedad sobre nuestros recursos", prosiguió. Pero las cosas no están tan claras. El 1 de mayo de 2006, Evo Morales decretó la nacionalización de los recursos petroleros y gasísticos del país, tal como había prometido durante la campaña electoral. El “decreto supremo 28701” contribuiría a eliminar la pobreza del país. Esta normativa exige que las empresas que exploten los yacimientos sean empresas mixtas y deberán estar participadas por el 51% de capital boliviano. La producción deberá entregarse a ese ente estatal que se encargará de la comercialización, definiendo condiciones, volúmenes y precios, tanto para el mercado interno como para la exportación y la industrialización. El estado Boliviano se quedará con el 82% de los ingresos y las petroleras un 18%, para cubrir los gastos de explotación. Evo Morales declaró: "se acabó el saqueo de nuestros recursos naturales por empresas extranjeras". En 1937 y en 1969 se habían adoptado medidas de este tipo que constituyeron rotundos fracasos.

Ahora bien, estas medidas solamente serían acertadas si se dieran dos supuestos: la existencia de un gobierno libre de corrupción y si ese gobierno tuviera capacitación técnico-económica para gestionar el sector petrolero y gasístico. Pero en Bolivia, los distintos gobiernos de derechas y de izquierdas de los últimos 25 años, han llegado al poder prometiendo honestidad y eficacia, para terminar demostrando solo eficacia en el saqueo de las arcas públicas. No hay ningún dato objetivo que permita pensar que con el gobierno de Evo Morales va a suceder algo diferente. Por otra parte, ni el presidente, ni sus cuadros administrativos tienen experiencia en el gobierno, ni en la gestión de los asuntos públicos.

Lo que parece extremadamente difícil es que Bolivia pueda obtener los 6.000 millones de dólares que le permitirían explotar correctamente y con sistemas avanzados, sus recursos naturales. Como máximo, el Fondo Monetario Internacional –bestia negra de Evo Morales– está dispuesto a prestar 500, una cantidad a todas luces insuficiente.

Si Evo Morales no rebaja sus exigencias a las petroleras, estas se retirarán de Bolivia, con lo cual se corre el riesgo de parálisis energética del país y de que el gesto contribuya a aumentar el precio del petróleo en el mercado mundial. Un desastre que, en mayor o menor medida, pagaremos todos, pero especialmente el mercado argentino y los accionistas de Repsol y Petrobras. Si, por el contrario, el presidente boliviano rebaja sus exigencias y permite que las petroleras sigan operando sin obstáculos, entonces la propia población se sentirá defraudada y engañada. En ese caso, el “populismo indígena” de Evo Morales se diluirá como un azucarillo; el contacto con la “realpolitik” convertirá al MAS en un partido de izquierda pragmática, con leves toques folklóricos indigenistas y poco más. Su apoyo popular disminuirá rápidamente e, incluso, parece complicado que pueda terminar su mandato sin que asistamos a nuevos estallidos sociales.

A decir verdad, de los firmantes de la Albernativa Bolivariana para las Américas (ALBA) , Bolivia es el “eslabón más débil”. Y no por su producción petrolera (Bolivia tiene las segundas reservas de petróleo de Suramérica, después de Venezuela), sino por su inestabilidad congénita y por la debilidad de su tejido político. En los otros dos firmantes, se dan condiciones muy diferentes. Fidel Castro está apoyado en una fuerte estructura político-policial y Hugo Chávez es el principal exportador de petróleo a EEUU, a pesar de todas sus soflamas antiamericanas, habiendo triplicado las exportaciones durante los dos últimos años de su mantado. De hecho, Chavez contempla la posibilidad de sustituir a las petroleras en Bolivia, con capital venezolano. Hoy Venezuela, regala prácticamente 90.000 barriles diarios de petróleo a Castro. La propuesta de Chavez consiste en apoyar a Bolivia en la explotación de su petróleo a cambio de productos bolivianos. O dicho de otra manera: cambiar a las petroleras extranjeras, por capital venezolano.

¿Qué representa esto para Europa? Cuando se está hablando de petróleo se está hablando de nuestro presente y de nuestro futuro. Ni el “populismo indígena”, ni las declaraciones antinorteamericanas de Evo Morales pueden separarse del hecho de que, por el momento, su gestión como presidente de Bolivia ha generado alarma en los mercados mundiales del petróleo, junto con la guerra de Irak, las declaraciones belicosas del presidente iraní o los frecuentes sabotajes en los oleoductos africanos. Y todo esto tiene mucha importancia para nosotros: hace que se incremente el precio del petróleo. La era del petróleo barato ha terminado, a partir de ahora la demanda de petróleo será siempre superior a la oferta y, en apenas tres décadas, el petróleo mundial se habrá agotado. Desde ahora y hasta que eso ocurra, el precio no hará más que subir. Todo aquel que contribuya –desde gobiernos tercermundistas hasta multinacionales del petróleo– al encarecimiento del producto y al desabastecimiento de los mercados, será, simplemente culpable de la fragilización de la economía mundial. Esto repercutirá en los bolsillos de cada uno de nosotros y, muy especialmente, de las clases trabajadoras europeas. Y Evo Morales, en esto también tendrá su parte de responsabilidad.

¿Tiene futuro Evo Morales?

Evo Morales no es una excepción en Bolivia: hay muchos Evos Morales solamente en su población, El Alto, todos de la misma estatura y complexión, todos con el mismo pelo negro azabache, todos con la misma edad, todos, absolutamente todos, con unas nociones políticas extremadamente toscas y con una capacidad exasperante para la demagogia y la culpabilización de EEUU y de la UE, todos disponiendo de una fórmula magistral, sencilla, para resolverlo todo: “la estatización del petróleo y el gas”...

Evo Morales, lejos de tener en ellos a aliados, va a tener a competidores celosos de su protagonismo. Es significativo que, nada más conocerse los resultados electorales, accedieran a darle “100 días de gracia” para resolver los problemas del país... problemas que, probablemente no se resolvieran en medio siglo.

Pero hay algo que diferencia a Evo Morales de otros indios como él: detrás de Morales ha estado PRISA haciéndole la campaña electoral, modelando su imagen y prestigiándolo más allá de sus cualidades personales, de su liderazgo real y del paso político de su partido, formado por apenas unas decenas de indios y unos pocos estudiantes. Mientras que en España el Partido Socialista es un anexo de PRISA y Rodríguez Zapatero puede considerarse como un funcionario de esta multinacional de la comunicación, Evo Morales es el nuevo “chico de los recados” de PRISA en Bolivia. No es otra cosa, es nada más que eso, y, posiblemente, nunca será algo más.

Es previsible que Evo Morales ocupe el poder durante poco tiempo. Y en ese poco tiempo va a decepcionar, ante todo, a sus electores: les ha prometido progreso y prosperidad a cambio de estatizar el gas y el petróleo. Hoy, sabemos, que las fórmulas nacionalizadotas no garantizan la correcta explotación de recursos ni hacen aumentar los ingresos para el Estado. La nacionalización es una “fórmula sencilla para un problema complejo”, pero no es, necesariamente, la solución.

Aceleración de la crisis boliviana, agotamiento de las opciones, período de la demagogia indigenista, separatismo cruceño, regreso de la agitación social, huida de empresas y capitales con el consiguiente empobrecimiento del país... dentro de poco Evo Morales será una anécdota en la historia de Bolivia. Y algún cineasta podrá filmar un documental sobre este período, que se titulará “Lo que queda de Bolivia”...


© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 12.05.06

El papel simbólico del petróleo en la crisis de la civilización

El papel simbólico del petróleo en la crisis de la civilización

Infokrisis.- Hay algo en el oro negro que lo hace particularmente inquietante. Pocas veces, la realidad ha estado tan próxima del símbolo y pocas veces el símbolo ha tenido una importante real en la vida de todo el planeta. En las líneas que siguen vamos a realizar una interpretación simbólica de la crisis del petróleo, pero no nos detendremos en el "mundo mágico" de los símbolos, sino que descenderemos, en apoyo de nuestra tesis, a la realidad cotidiana, objetiva y racional.


La primera “crisis del petróleo” digna de tal nombre, se produjo en 1859, tras la perforación del famoso pozo del coronel Drake Titusville en Pennsilvania. Poco después estalló la guerra civil americana y el precio del petróleo se elevó hasta 15 dólares el barril. Bastó con aumentar la producción a 3000 barriles por día para que el precio volviera a caer a siete dólares. Desde entonces, el mismo remedio se ha aplicado en cada nueva crisis petrolera. Pero ahora las cosas son sensiblemente más complejas. A partir de 1999, el precio del petróleo no deja de aumentar, como consecuencia de que la demanda de crudo ha ido aumentando, pero la oferta ya no puede crecer más.

Hemos alcanzado un punto de confluencia de distintos factores: después de treinta años de mejorarse los sistemas de extracción de petróleo y alcanzarse a perforar profundidades que antes parecían inalcanzables, tras veinte años de realizar constantes prospecciones en busca de nuevas cuencas petrolíferas y de aumentos constantes en la producción, se ha alcanzado el punto de inflexión en el que las necesidades petroleras mundiales (la demanda) siguen creciendo, mientras que la oferta empieza, inevitablemente, a disminuir.

Esta tendencia compromete el proceso de globalización mundial iniciado desde principios de los años noventa. La era del combustible barato ha concluido y el precio de los transportes encarece el traslado de las manufacturas de un lado a otro del planeta. Así pues, el petróleo ha apuntillado la era de la globalización. Nuestra civilización se alimenta de energía; si ésta falla, los pilares del desarrollo se desintegran. El fin de la era del petróleo es, en definitiva, va a tener, sin duda, mucho que ver con el fin del mundo moderno.

Cuando las realidades se convierten en símbolos

El universo simbólico no podía haber proporcionado un elemento tan característico del mundo moderno como es el petróleo. Se tiene a nuestra época por decadente y terminal, acaso la más alejada de la mítica Edad de Oro originaria, hasta el punto de que cabría llamar a nuestra era, la Edad del Petróleo, no en vano, este mineral se sitúa en las antípodas del oro.

Habitualmente, se asocia el oro, con su resplandor característico a la naturaleza solar, igualmente brillante, pura y resplandeciente, que luce en las alturas. A este respecto, es significativo que el petróleo se extraiga de las profundidades de la Tierra, allí en donde las viejas tradiciones clásicas consideraban al mundo telúrico y al subsuelo como algo siniestro, el reino de Vulcano, en donde el fuego que existe no es el procedente del sol, sino que se asocia a los infiernos.

La limpieza del oro tiene su contrapartida en el tizne oleaginoso y untoso del petróleo, que para acentuar estas características, además, al arder, produce una densa humareda negra. No en vano, el petróleo es el principal contaminante del planeta. Y, en cuanto a su color, difícilmente podríamos encontrar otro mineral que estuviera tan alejado del brillo solar, como éste mineral, denso, oscuro y opaco, casi como si se tratara de un plomo líquido.

Sin embargo, es frecuente que se llame al petróleo, “oro negro”, lo cual, hace más fácil su asociación y su inversión con el oro.

El petróleo fue llamado en la Edad Media, “aceite de piedra” (petrus-oleos), se le conocía pero, ni siquiera se le utilizaba para encender lámparas. Se le tenía como “acqua infernales” y, por tanto, se le alejaba de la sociedad. Hoy, sin embargo, es el centro de la civilización y nuestro bienestar depende de este mineral líquido, cuyos derivados están presentes, no sólo en carburantes, sino en plásticos, incluso en alimentos. Su valor central en nuestra civilización, sella, así mismo nuestro destino problemático en el momento en que se agote.

El petróleo procede de la descomposición de masas de materia orgánica, sometidas a presión durante milenios. Así pues, cuando consumimos petróleo, estamos agotando algo más que las reservas de este mineral: estamos consumiendo nuestro pasado.

Hay algo infernal en el petróleo. Si lo consideramos como la antítesis del Oro y su inversión, si valoramos su ubicación en el mundo subterráneo, nos sugerirá la misma condición que el “Ángel Caído”: lo contrario de la solidez y brillantez del oro. Además, se añade el hecho de que, así como el oro en su reflejo, encerraba para los antiguos, la naturaleza del Sol, el petróleo, en su opacidad, es simplemente, su negación. Ahora bien, en tanto que el oro se asocia al sol y el petróleo a la combustión, resulta evidente que ambos tienen, en su esencia, una relación con el elemento fuego. El oro es el fuego solar y el petróleo, el fuego destructor. El oro es el material con el que, simbólicamente, están hechos los dioses, el petróleo, por el contrario, es el material de los infiernos.

No puede extrañar, pues, que la crisis que tenemos ante la vista en las dos próximas décadas, tenga que ver con el “oro negro”. Sin el petróleo sería incomprensible el mundo moderno, el maquinismo y la misma globalización. En realidad, la ausencia de petróleo antes de que se haya logrado encontrarle un sustituto, generará el fin de la civilización moderna, del maquinismo y ya hoy está poniendo en aprietos la globalización del mercado de manufacturas.

Las viejas tradiciones ancestrales de Oriente y Occidente, sostenían que en la Edad de Oro (en nuestro ámbito religioso-cultural, en el mito del Paraíso edénico primordial), existía una comunicación directa entre los seres humanos y la trascendencia. Este tema está presente en el mito edénico cuando, antes de la Caída, la pareja originaria no experimentaban sensación de vergüenza y pudor por su desnudez. En la Edad de Oro, los seres humanos no eran trascendencia pura, pero se aproximaban a ella. Es la Caída (presente en todas las tradiciones) la que retrae esa trascendencia a su mínima expresión en un estado de latencia en el ser humano. La “luz” se ha retirado del Mundo. La “luz” ha abandonado a los seres humanos que ni siquiera son conscientes de que aún resta en ellos un reflejo de la trascendencia, aun en forma latente.

A esta primera “Caída”, se suceden otras que llevan hasta nuestro desgraciado siglo. El petróleo está constituido por restos muertos de materia orgánica, plurimilenariamente pútridos, su opacidad absoluta lo hace impenetrable a cualquier rastro de luz superior. Para colmo, el modelo de civilización que se ha creado sobre la base del consumo petrolífero, supone una etapa de despersonalización y masificación traída por las cadenas de producción y montaje, los ritmos de trabajo frenéticos que ya advirtió y denunció Fritz Lang en “Metrópolis”. Gracias al petróleo –aunque no solamente a causa del petróleo- el ser humano ha conquistado la condición, dudosamente honrosa y digna, de productor alienado y consumidor integrado.

Por todo ello, resulta evidente que, en el inicio de nuestro ciclo, el Oro era el símbolo que convenía a una naturaleza capaz de experimentar la atracción y la sintonía con la trascendencia, de la misma forma que, en este fin de ciclo, el petróleo protagoniza, no solamente la antítesis del oro en el terreno simbólico, sino que encarna en sí mismo, los procesos terminales de un ciclo de civilización.

Una reflexión sobre el fin del ciclo

Las guerras de Afganistán e Irak, los conflictos que están asolando África, la inestabilidad de algunos países iberoamericanos, tiene mucho que ver con el petróleo, de la misma forma que la creciente escasez de crudo generará tensiones geopolíticas y geoestratégicos insoportables que culminarán en nuevas y asoladoras “guerras del petróleo”.

Y, en este terreno, no cabe lugar para el optimismo. Cada vez la demanda energética es mayor. El petróleo existente en el planeta, es finito. Cada día se consumo, por tanto, las reservas disminuyen inexorablemente. A pesar de que muchos países tercermundistas, para lograr créditos fáciles del Banco Mundial y del FMI, falsearon sus cifras de reservas petrolíferas adulterándolas al alza, ahora se tiene la completa seguridad de que los hallazgos de nuevos pozos se están ralentizando cada vez más y los ya existentes, no están en condiciones de abastecer a una demanda creciente. Para colmo, las energías de sustitución todavía están en pañales (la fusión en frío no estará disponible antes de 30 años... si llega a estarlo) o bien, no responden a las necesidades globales (energía eólica, energía solar, etc. o bien resultan peligrosas y limitadas a algunos sectores (energía nuclear) o bien caras, sucias e, igualmente, limitadas (carbón o pizarras bituminosas).

Así pues, no debemos forjarnos vanas ilusiones, ni esperanzas carentes de base científica. La realidad es que nuestro modelo de civilización solamente es sostenible mediante altos consumos energéticos; si no están a nuestro alcance, la civilización se para; si se para, muere.

De ahí que los próximos años vayan a ser decisivos y recuerden en dramatismo el escenario pintado en la serie “Mad Max”. Entonces, el cuadro dantesco de una civilización quebrada por falta de carburante parecía una exageración. Eran todavía los tiempos del “combustible barato”. Esos tiempos ya han terminado. A medida que se vaya acercando el colapso de la civilización del petróleo, su precio se irá encareciendo. Resultará dramático, ver como algunos países pobres –e, incluso, productores de petróleo- no están en condiciones de hacerse con stoks situados en los mercados a un precio superior a sus posibilidades. Veremos como otros países en los que aparecen bolsas de petróleo significativas, se convierten en presas para otros países, ávidos de combustible.

Este futuro no es ciencia ficción. Está ya entre nosotros. Todos los grandes acontecimientos que ocurren en el mundo desde mediados de los años 90, están relacionados con el petróleo y con su control. No se dice en voz alta, no se reconoce, pero es así. La guerra de Irak (para controlar las primeras reservas mundiales de petróleo), la guerra de Afganistán (para disponer de una salida al mar para el petróleo del Caspio), la guerra de Chechenia (para obstaculizar el acceso del petróleo del Caspio a Europa Occidental), la presencia norteamericana en el Magreb y en toda la costa de África Occidental, en pugna con Francia, los intentos de desestabilización en Venezuela, el naciente conflicto en Bolivia, la próxima destrucción de amplios sectores naturales en Alaska, la guerra de Putin contra los “oligarcas”, por el control de Yukos la gran petrolera rusa, etc, son muestras de lo que decimos: las “las guerras del petróleo” ya han comenzado. El fin de nuestro ciclo de civilización, también.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es