(Este artículo corresponde a la parte final del análisis del mundo globalizado al que le hemos dedicado varias entregas. La idea, recordamos brevemente, era un modelo de interpretación de la globalización en forma de cubo con caras, aristas y vértices, elementos que se interrelaciones y generan las distintas tendencias de la globalización. Sobre este cubo, sobre la cara que representa a los "beneficiarios de la globalización" se sitúa un tronco de pirámide en el que están organizados jerárquicamente. En la cúspide de ese tronco de pirámide se sitúan unos principios que rigen todo el conjunto. En este artículo los enunciamos)
Antes hemos dicho que la pirámide situada sobre la cara del cubo que representa a los beneficiarios de la globalización no es tal porque en la cúspide no se sitúan personas, sino una doctrina muy concreta. Esa doctrina es la inspira a todo el conjunto. En el Egipto antiguo, la cúspide de la pirámide estaba radicalmente diferenciada del resto de la misma hasta convertir lo que estaba bajo ella en un tronco de pirámide, tal como el que hemos enunciado. A la pirámide real situada en la cúspide se le llamaba “piramidión” o “piramidón” y era una pieza homogénea, tallada en un solo bloque que frecuentemente se recubría de oro o de algún otro metal noble o aleación de ellos. Se decía que éste era el lugar donde se posaba Amón-Ra en tanto que punto de encuentro entre el cielo y la tierra.
En nuestro modelo representativo de la globalización el “piramidión” se sitúa en la parte superior. Es completamente inmaterial: se sitúa no tanto en el mundo de las ideas platónico como en el mundo de la psicología. Representa un conjunto de ideas que se hipostatizan en las distintas élites beneficiarias de la globalización que hemos analizado ya en el capítulo anterior. Les imbuyen valores, objetivos y mecanismos mentales hasta el punto de que podemos afirmar que los beneficiarios de la globalización han sido esculpidos por tales valores, son estos los que les han dado forma y quienes están presentes en cada uno de sus actos, como si se tratara de valores religiosos. De hecho, constituyen una nueva religión, con sus dogmas, sus mandamientos, sus sumos sacerdotes, si jerarquía, sus letanías (o mantras) y todo aquello que se encuentra en cualquier construcción religiosa. Esta es otra. Sólo que invertida (luego, en la conclusión, volveremos a este orden de ideas).
Por eso, antes hemos dicho, que aquella casta a la que convencionalmente hemos dado en llamar “beneficiarios de la globalización” no es dueña de sus propios destinos. Como el buen islamista o el católico ferviente confían en el “Inch Alah” (Dios lo quiere) o en el“Deus vult” católico. Hacer otra cosa sería traicionar a su credo y ese credo es el que inspira a toda esta jerarquía de favorecidos por la globalización que creen, están obligados a creer y no pueden creer en otra cosa más que en este credo compuesto por veinte versículos en los que se encierra el misterio de iniquidad de la globalización.
Tales principios son:
1) El primero y más importante: NO EXISTEN LÍMITES PARA LA ACUMULACIÓN DE CAPITAL. Así pues, la ley interna de todo beneficiario de la globalización y lo que le arrastra incluso a niveles incomprensibles para naturalezas humanas “normales” es la búsqueda de una acumulación de capital tal en sus propias manos que deje en minoría a cualquier otra que se haya dado en tiempos pasados o incluso en el presente. No se trata de detenerse en determinado punto y gozar de la vida disfrutando de los beneficios obtenidos, sino de perseguir hasta un límite situado más allá de cualquier entendimiento profano con la búsqueda de beneficios y acumulaciones crecientes de capital. Hay algo en esto que remite a la serie “Los Inmortales”: en efecto, sólo uno puede sobrevivir y, a medida que se pasa, de estrato en estrato, hasta los situados en la cima del tronco de pirámide constituida por los beneficiarios de la globalización, se advierte que cuanto más alto se está menos son los individuos allí presentes y más grande es la acumulación de capital que se encuentra en sus manos hasta el punto de resultar imposible –incluso para ellos mismos- discernir la masa y los límites de su fortuna. Aun así, todo les lleva a levantarse cada día para poner en práctica la nueva operación especulativa, el nuevo negocio que les hará apropiarse de más y más títulos de propiedad y la última rapacidad que llevarán a cabo, incluso enfrentándose a cualquier otro de sus hermanos.
2) TODO CAPITAL QUIETO DEJA DE PRODUCIR. El dinero quieto, como el espermatozoide inmóvil no puede producir “vida”, esto es, más capital. Así pues, se trata de lograr que nunca esté quiero, que siempre esté presente en algún teatro especulativo mundial. Si el capital propiedad del agente X queda quieto unos días, corre el riesgo de que su competidor, el agente Z, salga beneficiado. Si esto es así, X se considerará un derrotado y Z un triunfador que para la partida siguiente estará un poco mejor situado que en la anterior, mientras que X se verá peor situado. De ahí que, quien se introduce en ese mecanismo, tenga una particular estructura mental que le lleva siempre a no desfallecer, a encontrar un impulso vital en este código de comportamiento que está inciso en el “piramidión”. ¿Quien querría que su cabaña lanar dejara de producir nuevos corderos? Quien lo hiciera estaría loco de remate: correría el riesgo de no poder comer mañana si sucediera un imprevisto y, además, podría favorecer el que los lobos, a la vista de su debilidad, acecharan el rebaño. Por eso, el capital parado es capital muerto aquejado por procesos de inflación y que renuncia a la cosecha de beneficios.
3) LA ACUMULACIÓN DE CAPITAL Y SU RENDIMIENTO SON LAS MÁS ALTAS TAREAS QUE PUEDEN DESARROLLARSE EN EL SENO DE LA MODERNIDAD. Quienes se sitúan en la plataforma superior del tronco de pirámide, es decir, los más directamente influidos por la doctrina que estamos enunciando, se consideran “benefactores de la humanidad”, suelen ceder importante fondos para ONGs que actúan en zonas deprimidas o incluso para proyectos educativos, para grupos religiosos determinados, etc. Con esto creen que “los elegidos” dan testimonio de su agradecimiento a la “providencia”. En realidad, la arquitectura mito-religiosa del sistema mundial globalizado enlaza con las particulares convicciones calvinistas de la sociedad americana: “dios” marca a los elegidos con la impronta del triunfo económico. El triunfador es, al mismo tiempo, el “justo”, el cual demuestra su probidad entregando una parte deducible de impuestos a obras pías… Eso le permite seguir especulando con la miseria, arruinando a pueblos enteros, deteriorando irreversiblemente el medio ambiente, organizando guerras de las que él, inevitablemente, saldrá beneficiado. Si entrega dádivas es para mejorar imagen y beneficiarse de la fiscalidad, en realidad él está convencido de que, por encima de las artes, por encima de las ciencia, por encima de la humanidad misma, la gran actividad, la única que merece tenerse en cuenta, es la acumulación de capital: todo lo demás es fruslería propia de seres inferiores. De la misma forma que el brujo de la tribu primitiva realizaba pases mágicos para ejercer influencia sutil y desafiar las leyes de la materia, el nuevo mago, el brujo de las finanzas y de la especulación tiende cada día a realizar operaciones y pases mágicos, pronunciar invocaciones y manejar objetos cultuales (los índices de la bolsa, pulsar la tecla “enter” que mueve inmediatamente a miles de millones de cualquier divisa hacia el escenario más prometedor esa mañana) para alcanzar el fin de acumular el capital, única práctica para que el dios de la economía lance una mirada beatífica sobre su siervo más fiel.
4) LA ESPECULACIÓN ES LA MEJOR FORMA DE RENDIMIENTO DEL CAPITAL. Hubo un tiempo en el que la economía generaba bienes tangibles: las bolsas contribuían a aportar una financiación a las empresas que así se veían liberadas de la esclavitud de tener que acudir al interés bancario para ampliar su capital y sus actividades. Ese tiempo queda lejos. Fue en los años 80 cuando se demostró que las grandes acumulaciones de capital se lograban de manera inmediata eludiendo el complicado mecanismo de la producción y de la venta de bienes, bastaba simplemente con comprar empresas a bajo precio y venderlas a precios caros tras un saneamiento más o menos formal. Se especulaba con empresas y fue esa actividad la que ocupó a las empresas multinacionales desde finales de los años 60 hasta finales de los años 70. Primero, esas multinacionales, invirtieron en el área que conocían, la de la propia actividad, luego se fueron diversificando y hoy es normal que una empresa dedicada a la informática invierta en el sector agrícola o, lo que ha sido mucho más normal, que los beneficios que general para los accionistas no se reinviertan ya en el terreno industrial, sino en el especulativo. Tras la caída del Muro de Berlín, la ideología del fin de la historia hizo creer que el mundo entraba en una era de paz perpetua. La globalización actual no es más que un derivado de la abolición de las barreras para que el capital fuera invertido en cualquier lugar que le apeteciera. Las fronteras cayeron mucho antes para el capital que para los seres humanos. Hoy, desde cualquier punto del planeta, se puede invertir en la bolsa de no importa qué país, comprando acciones de empresas que ni se sabe a qué se dedican, ni siquiera si tienen existencia y patrimonio reales, solamente por el hecho de que esa mañana y durante unas horas las acciones de la misma subirán. Esa empresa importa sólo en la medida en que sus acciones suban. Nada más. Cuando se considera que han llegado hasta su límite, la habilidad del especulador consiste en venderlas, importándole muy poco lo que ocurrirá después.
5) LA HUMANIDAD ENTERA ES UN MERCADO. Cuando un miembro de la élite mundial de la globalización mira al género humano, tiene una percepción distinta del mismo: no lo ve como un agregado de seres que pugnan por una vida más agradable y por realizarla en felicidad, sino como un mercado. En esa percepción del mercado la persona, reducida a su mera dimensión de objeto de económico, vale solamente en tanto que se puede extraer de ella un beneficio. Porque el objetivo del mercado mundial, contrariamente al que se tiene tendencia a pensar, no es proporcionar una mejor oferta a las poblaciones, sino generar un escenario global cuyas dimensiones solamente haga posible que compitan en él aquellas acumulaciones de capital que han superado determinados grados de concentración. La humanidad como tal no ocupa el papel de sujeto económico en el marco de la economía globalizada, sino como un factor más, seguramente el que menos se tiene en cuenta a la hora de planificar beneficios y que puede mermar sin que tal desaparición de sujetos, mediante guerras, epidemias o procesos de pauperización, suponga un factor que pueda ser tomado como negativo por los “señores del dinero”.
6) EL INDIVIDUO SÓLO VALE EN TANTO QUE ACUMULA CAPITAL. Frente al discurso oficial del “libertad, igualdad y fraternidad” que avala la corrección política desde 1789, el discurso real de los beneficiarios de la globalización es mucho más prosaico: tanto tienes, tanto vales y la pertenencia a alguna de las “dinastías” capitalistas que desde esa misma época han ido creando con sus genes un tipo humano especializado solamente en acumular capital, tiene solamente un valor añadido, como la demostración histórico que indica a esa dinastía como depositaria de una habilidad que se remonta a generaciones y que tiene el valor que se otorga a los precursores. Fuera de su dimensión estrictamente económica (es decir desprovista de cualquier valor que se pueda atribuir al género humano) la persona no interesa absolutamente nada a los beneficiarios de la globalización. Existe un error en la concepción liberal que emergió durante el siglo XVIII: persona no es aquel individuo que nace en el interior de la especie humana sino aquel otro que mediante la educación, la cultura y un esfuerzo de la voluntad se destaca de la masa y adquiere un rostro propio. Dicho de otra manera: el mero hecho de nacer, que hasta ese momento suponía solo una posibilidad de desarrollar una serie de potencialidades y el hacerlo o no implicaba el conquistar el estadio de “persona” (o bien el permanecer en la animalidad). En la actualidad, los “señores del dinero” y los grandes beneficiarios de la globalización han desarrollado una concepción similar: “sólo puede considerarse ser humano y ser tratado como tal, aquel que ha logrado desarrollar de entre todas sus potencialidades la de amasar ingentes volúmenes de capital. Sólo él es quien tiene derechos, solo él quien detenta la máxima dignidad. Aquellos otros que no han sabido, podido o querido, desarrollar las cualidades de depredador económico, permanecen todavía en un estado infrahumano del que jamás saldrán y que nunca podrá ser tenido en cuenta”.
7) ENTRE LOS SEÑORES DEL DINERO NO HAY SOLIDARIDAD SINO COMPETENCIA. El postulado anterior implica que los altos beneficiarios de la globalización están unidos como los miembros de una orden, por su adhesión a un principio de agregación que se desprende de su comportamiento y de sus reacciones ante los hechos económicos. Pero esto no debe de inducir a error. Como la serie “los Inmortales”, sólo uno puede sobrevivir, punto al que lleva fatalmente la tendencia a la acumulación de capital cada vez en menos manos. Así pues, los “señores del dinero” están enfrentados entre sí como lo está enfrentado cualquier otro que participa en un proceso de concurrencia. Es posible que ante determinadas coyunturas se dividan en distintos bandos e intenten por todos los medios actuar conjuntamente agrupados en “pooles”, pero, desaparecida la situación ante la que se generaba el interés en una colaboración común, luego se vuelve a una competencia despiadada. Una vez devorada la manada de ovejas, los lobos hambrientos y guiados por un instinto depredador superior a cualquier otra tendencia de su alma, terminan devorándose unos a otros. Cada uno es consciente que, antes o después, terminará precisando devorar las entrañas de los otros, está preparado mentalmente para ello y sabe que, si da muestras de debilidad, él será devorado a su vez. Como el “rey de los bosques de Nemi” de la leyenda arcaica itálica, para sobrevivir hace falta estar permanentemente despierto, para defender su corona debe mantenerse siempre en vela. Si duerme es liquidado por otro competidor. No existe “solidaridad de clase” entre los altos beneficiarios de la globalización, sino competencia salvaje.
8) LOS DERECHOS HUMANOS ESTÁN POR DEBAJO DE LOS DERECHOS DEL CAPITAL. Es fácil deducir que la retórica sobre los “derechos humanos”, esa cantinela que viene repitiéndose con distintas músicas desde 1945 (tras la finalización de la guerra que abrió el camino hacia la globalización después de aquella larga fase intermedia que fue la Guerra Fría) no es mas que la parte del doble discurso defendido por los beneficiarios de la globalización ofrecido para el consumo de las masas pero de realización inviable, porque el primer derecho humano no enunciado en ninguna “declaración universal” es el derecho a la seguridad, personal, comunitaria, familiar, social, nacional, sin el cual ningún otro derecho puede ejercerse. Los derechos humanos y toda la retórica articulada en torno suyo son una cortina de humo que oculta el aspecto verdaderamente siniestro de la cuestión: que se trata de derechos individuales, pero que sobre ellos, se encuentran, sobre las nubes, invisibles desde el punto de vista del individuo de a pie, los derechos del capital (a generar interés y crecer, a adquirir e incorporar, sin trabas ni límites) que modelan como el cincel del escultor una realidad social.
9) LA POLITICA ESTÁ POR DEBAJO DE LA ECONOMIA. Durante siglos, la economía de los particulares estaba sometida al interés general de la Nación. La política estaba por encima de la economía en tanto que la política era el diseño para la supervivencia y expansión de un conjunto humano organizado en reino. Pero tras 1789, abolido el reino, en una primera etapa la política y la economía se situaron en el mismo plano. Era frecuente que altos dirigentes de la industria participaran con nombres y apellidos en las tareas políticas. Desde entonces, los grandes negocios se han realizado a la sombra del Estado. Pero esto no bastaba, porque quien dice “Estado”, dice mundo no globalizado. Así pues, era preciso que para que se produjera un dominio absoluto de los “señores del dinero”, el Estado quedara minusvalorado, empequeñecido e indefenso ante las grandes acumulaciones de capital. Los caminos para alcanzar ese fin se fueron concretando teóricamente en los años 50 y 60, pero no se pusieron en práctica hasta los años 70 de manera tímida (en Chile) y a partir de los años 80 con la llegada al poder del tándem Reagan-Tatcher: a partir de entonces ya no hubo muro de contención al proceso de globalización que se inició con la sentencia de la escuela de economía austríaca: el Estado debe de ser reducido al máximo para que la economía pueda generar todas sus benéficas potencialidades. Pero el Estado es la encarnación jurídica de la Nación y su forma actual es la democracia (mando del pueblo…); sin embargo, en el mundo del dinero la forma de organización es oligárquica, no existen rastros de democracia y es la acumulación de capital la que da el volumen de la fuerza y el poder, no el número de votos que obtenga tal o cual función. De ahí que situar la política por debajo de la economía suponga establecer, de hecho, un sistema oligárquico superpuesto a un sistema tan democrático como inútil. Sin olvidar, por supuesto, que en el plano “democrático” actúan y son hegemónicas fuerzas que son, en altísima medida, la voz de su amo, esto es, la voz de los detentadores del capital que actúan en este plano a través de partidos políticos y medios de comunicación de masas.
10) EL AUGE ECONÓMICO REQUIERE DESREGULACIÓN. El estribillo que abrió la vía definitiva a la globalización se urdió en 1989 al caer el Muro de Berlín y elaborarse la teoría del “fin de la historia” sobre un trasfondo de anticomunismo ferviente. Si el Estado Soviético había sido derrotado por “las democracias” se debía a su carácter omnipotente e invasivo de cualquier actividad social, especialmente de la economía. La Tatcher ironizaba con Gorbachov que su trabajo era mucho más fácil porque no se tenía que preocupar de la economía, mientras que en la URSS todas las actividades estaban acogidas a la tutela del Estado. Así, el jefe del Estado soviético debía preocuparse de “política” y de “economía”, mientras le jefe de una democracia tan solo debía de preocuparse de “política”. Cuando la Tatcher decía esto, en realidad, el proceso de “desregulación” de la economía era solo incipiente y abarcaba dos frentes: en el frente interno, el Estado inglés estaba poniendo en venta el sector público que estaba en su poder y en el frente exterior, el estaba proponiendo normas para que los Estados intervinieran cada vez menos en los intercambios económicos entre naciones, y especialmente que no molestaran la libre circulación de capitales. Los modelos puestos en marcha en el Reino Unido y en los EEUU, avalados por el Fondo Monetario Internacional y por el Banco Mundial, rápidamente fueron imitados en todo el mundo generando oleadas alternativas de progreso y de pauperización y restando cualquier posibilidad de una economía mundial estable. Hoy este principio es aceptado universalmente por los economistas liberales con una salvedad: la independencia del sector económico se ansía en todas las situaciones salvo en una, cuando la economía entra en crisis. Los liberales y neoliberales que hasta el inicio de la crisis de 2007 clamaban para que el Estado se abstuviera de participación en la vida económica de los pueblos, a partir de entonces elevaron sus preces y sus exigencias histéricas para que los Estados salvaran a los grandes bancos en crisis y aportaran dinero público para el enderezamiento del panorama económico, una actitud que, en la práctica supone socializar las pérdidas y privatizar los beneficios.
11) LAS PRIVATIZACIONES SON GARANTÍA DE MAYORES BENEFICIOS PARA EL CAPITAL. Es un dogma establecido que en la modernidad no puede existir un “sector público” (aun cuando pueden existir legiones de asesores y de oficinas ministeriales y escalones administrativos completamente improductivos cuya gestión se concede a las clases políticas como compensación a su situación de subordinación ante el poder económico. Ese dogma parte de una constatación: los sectores en los que el Estado estaba presente eran sectores de gran vitalidad económica, e incluso de un peso creciente como es la sanidad. Estos sectores tienen siempre un gran peso económico, requieren de complicadas infraestructuras que ya han sido elaboradas por el Estado y se trata solamente de mantenerlas y convertirlas en un negocio de primera magnitud. Los ferrocarriles y las comunicaciones, las líneas aéreas y las autopistas en un primer momento, las infraestructuras de telecomunicaciones, para desembocar, finalmente, en la privatización de la sanidad, el verdadero gran negocio del siglo XXI. El argumento que se esgrime es que estos sectores están así “mejor gestionados”. La experiencia demuestra que no, que es todo lo contrario: el servicio ofrecido es de mucha menor calidad. La razón real es la dada en el enunciado de este punto: privatizar es tener la seguridad de que un servicio hasta ese momento en manos del Estado tiene una clientela de masas y, por tanto, representa un volumen seguro de negocio que multiplica los rendimientos del capital.
12) EL MERCADO SE CORRIJE A SÍ MISMO. Otro de los dogmas enunciados por los liberales de todos los tiempos y corregidos por los neoliberales actuales es este de que el mercado es el único instrumento capaz de corregirse a sí mismo. Se da el ejemplo del sector español de la construcción en el que el mercado tras un crecimiento hipertrófico, finalmente reventó y en la actualidad está en vías de recuperar precios relativamente normales para los productos en venta. En realidad, este enunciado debería de plantearse de otra manera: “el mercado es el único mecanismo que se corrige a sí mismo entre la generación de dos aberraciones extremas”. En efecto, está claro que los sectores sometidos a “burbujas” inflacionistas, antes o después terminan estallando, pero el problema es que tales estallidos tienen unas dimensiones cada vez más amplias y que sus efectos duran más tiempo. El problema es que una economía global es extremadamente sensible a cualquier pequeño problema regional y que los fuegos despertados en un momento pueden, ciertamente, apagarse ocho o diez o quince años después, pero los destrozos que generan durante ese tiempo, la deuda que se genera, tardan generaciones en extinguirse. Así pues, la capacidad de autocorrección del mercado es relativa e insignificante en relación a su capacidad innata para generar burbujas periódicos y en una fase de economía global, a diferencia de en fases anteriores de capitalismo industrial circunscrito a una nación, cualquier pequeño desajuste en un mercado se amplifica hasta alcanzar una dimensión incontrolable y mundial.
13) EL DOBLE LENGUAJE ES LA FORMA DE COMUNICACIÓN DE LA CÚSPIDE CON LA MASA. Habitualmente a una persona “normal” le resulta muy difícil que su cabeza piense una cosa y que su boca pronuncie palabras completamente opuestas: el pensamiento guía a la palabra, salvo en los casos de mentes con perturbaciones psicológicas profundas, como los psicópatas. Sin embargo, la característica con la que nos obsequia tanto las élites económicas como las clases políticas que comen de la mano de las primeras, es precisamente el doble lenguaje, un proceso mental en el que lo que se dice no tiene nada que ver con lo que se cree. El doble lenguaje se ha convertido no solamente en una exigencia política (adular al ciudadano al que se desprecia y del que solo interesa su voto), sino económica (cualquier golpe asestado contra las poblaciones se justifica paternalmente alegando que es “bueno para ellas y bueno para la democracia”). La distorsión del lenguaje y la utilización de eufemismos, o de la mentira pura y simple, se han convertido en el estribillo inseparable de cualquier cantinela política. Cuando los oligarcas proponen “democracia” lo que están proponiendo realmente es el sistema en el cual pueden depredar más y mejor, controlar más a la opinión pública, defraudar las promesas hechas a los electores, aumentar la presión fiscal sobre ellos, y explotarlos más y mejor. Cuando los “señores del dinero” (directamente o a través de los medios de comunicación amamantados en sus ubres) gritan a coro a favor de “restablecer las libertades” en tal o cual zona del planeta, que no quepa la menor duda que eso significa solamente que en esa zona del planeta se va a derribar a gobiernos –cuestionables o no, pero en cualquier caso, no más cuestionables ni corruptos que cualquier otro- que suponían un muro de contención contra el impulso globalizador y que, a partir de ahí, las hienas del dinero van a clavar sus garras. Lo hemos visto en Yugoslavia, descuartizada sin piedad para que Alemania pudiera ampliar sus mercados, y más tarde bombardeada a instigación de la administración norteamericana para favorecer el afianzamiento del “corredor turco” de los Balcanes. Para entender lo que se quiere decir desde las altas esferas del poder mundial globalizado es preciso tener un traductor simultáneo que reduzca las frases a su verdad esencial: no hay palabra que pronuncie un “señor del dinero” (o sus validos políticos) que no tienda a reforzar su poder, nublar la percepción de sus verdaderas intenciones o aumentar la concentración de capital en sus manos. Oírles, sin traducirles, es engañarse.
14) LA VIDA DEL PLANETA, LA SALUD DEL PLANETA, SE SUBORDINAN A LAS EXIGENCIAS DEL CAPITAL. Si los derechos del capital se sitúan por encima de los derechos de las personas, resultará evidente que se sitúen también por debajo todo lo relativo a la salud y al medio ambiente. No existen grandes proyectos en los horizontes de la globalización, sino tan solo una batalla acometida día a día en busca de mayores beneficios y de la forma más inmediata. Lo que cuenta para el capital es el beneficio aquí y ahora. En plazos tan cortos de tiempo es imposible medir las consecuencias que implican determinadas actividades. En el momento de escribir estas líneas resulta evidente que los países en vías de desarrollo que aspiran a estar presentes en el pelotón de cabeza del desarrollo son los que más contaminación generan. Para evitar detener ese proceso acelerado, desde las esferas más altas de la globalización y de sus estados mayores, se elaboró la consigna del “desarrollo sostenible”, última trinchera en la que se refugiaban los defensores a ultranza del “progreso indefinido”. En el estado actual de la ciencia y de las tecnologías, lo cierto es que no hay lugar para un “desarrollo sostenible” ad infinitum, a la vista de que las posibilidades del planeta son limitadas. La consigna ha logrado mantener ocupados y tranquilos a los bienpensantes, esperanzados por lo que parecía una “toma de conciencia de los gobiernos ante los problemas del medio ambiente”. En realidad, poco importa lo que digan los gobiernos, sus leyes y los acuerdos internacionales que firman encierran ellos mismos trampas y cláusulas leoninas que resuelven pocos problemas y que contribuyen solamente a aplazar unos años más la percepción real de la situación. Y no habrá rectificación, simplemente, porque los gobierno terminarían enfrentándose a los “señores del dinero” y estos han establecido que, finalmente, precisan que las amplias extensiones de tierras de cultivo que han adquirido rindan más allá de lo razonable en pocos años sometidas a superexplotación hasta quedar yermas para siempre; que los negocios energéticos que han adquirido deben de continuar contaminando y agotando los recursos energéticos a velocidad creciente mientras vayan rindiendo beneficios; que no importa que algunas grandes ciudades del planeta se hayan convertido en completamente inhabitables y algunas zonas se convierten en vertederos tóxicos, importa poco si en esas zonas los beneficios del capital siguen siendo aceptables. La depredación del planeta proseguirá, si es preciso, hasta que el último “señor del dinero” estrangule con el tubo de su botella de oxígeno a su último competidor, poco antes de apagarse las luces de la humanidad.
15) LA VERDAD NO EXISTE Y LA LIBERTAD ES RELATIVA, LA PRIMERA SE DICTA, LA SEGUNDA SE DA. Fuera de lo tangible del dinero (aunque en realidad, la mayor parte del dinero es hoy virtual generado por la absurda doctrina de la “reserva fraccional” y no pase de ser mera notición contable electrónica), todo lo demás es relativo, banal, sin apenas interés para los “señores del dinero” que han comprobado que la relatividad es aplicable a todas las actividades humanas en un momento en el que los valores absolutos han quebrado o simplemente se han olvidado o, lo que es peor, existiendo todavía, nadie sabe exactamente como vivirlos. Los dueños de la globalización saben que los individuos son celosos de su libertad, que están incluso en determinadas circunstancias, dispuestos a defenderla… aun cuando no saben exactamente qué es ser libres y en qué consiste la verdadera libertad. Ellos, los “señores del dinero” saben que las “libertades políticas” son importantes aunque la inmensa mayoría no tenga nada por lo que manifestarse, expresarse o reunirse, saben por eso, que pueden acceder a que los gobiernos concedan tales libertades porque a ellos solamente les interesa una: la económica, estando todas las demás subordinadas a ella. Pero aquella libertad que consiste en la capacidad de dominio del ser humano sobre sí mismo, que le impide ser controlado y dominado por sus miedos y sus pasiones, por su psicología interior, sus filias y sus fobias, incluso por sus instintos, de esa libertad ni se habla ni se la puede tomar en serio, simplemente porque ejercerla no reportaría ningún beneficio económico. De ahí que el mejor régimen político que se adapta como un guante a la globalización sea el régimen parlamentario: controlando a medios de comunicación, controlando el dinero, se controla a la clase política, pieza intermedia entre los “señores del dinero” y la masa. Pero es preciso, siempre que la masa no crea en nada más que en aquello que se le presenta como “valioso”, es bueno no enseñarle a pensar por sí mismo, ni que desarrolle un espíritu crítico; la mejor forma de vida para la masa es la narcosis, ese estado de sonámbulo despreocupado por lo esencial y atraído por formas de fantasía y por una sensación beatífica bienestar que procede del olvido de uno mismo.
16) EL MESTIZAJE ES EL MEJOR ESTADIO PARA LA HUMANIDAD PUES NO EN VANO SE ATOMIZA A LAS POBLACIONES EN CONJUNTOS INDIVIDUALES Y SE LES RESTA CUALQUIER RASGO DE IDENTIDAD. El gran problema que ha encontrado el proceso globalizador es cualquier sistema identidades en las que se puedan reconocer los seres humanos y las sociedades. Así pues, si de lo que se trata es de implantarlo en todo el mundo se trata, en primer lugar, de homogeneizarlo. Los sistemas de identidad son el adversario más peligroso porque indican a alguien lo que es, cuál su origen, qué afinidades y diferencias tiene con otros pueblos. Un pueblo se reconoce en los rasgos distintivos de su comunidad, si carece de ellos, ya no se reconoce en nadie, salvo en su entorno familiar o vecinal. Así pues, los instigadores de la globalización abominan de cualquier identidad y para lograr su desaparición proponen la idea recurrente de la “fusión cultural” y el “mestizaje” operado a todos los niveles. Los efectos de este proceso actualmente en marcha son desoladores y apuntan en la dirección que hemos definido: las comunidades dejan de tener fuerza y cohesión, se convierten en agregados de individuos que se reconocen únicamente por los rasgos más banales: el color de un equipo de fútbol y poco más. Obviamente no surgirán entre ellos conflictos “nacionales” y, ni siquiera tendrán “conciencia de clase”. Simplemente serán entes autónomos, igualados, homogeneizados y sometidos al denominador común del mestizaje. Allí donde ha existido “mestizaje” allí se han generado sociedad inestables y, en cuanto a los productos culturales que hoy, aquí y ahora, se nos proponen como muestras del mestizaje, no pueden evitar tener una dudosa calidad. El “mestizaje” solamente puede ser viable entre entidades contiguas entre las que no existen abismos culturales, antropológicos o cualitativos.
17) CUALQUIER ESTRUCTURA SOCIAL O NACIONAL QUE SUPONGA ARRAIGO E IDENTIDAD DEBE SER ABOLIDA. Los Estados Nacionales son en la actualidad uno de los pocos valladares que encuentra la globalización. Los Estados Nacionales suponen un conjunto de instituciones, leyes y organismos que defienden a esa comunidad ante los eventuales ataques de otras e incluso ante procesos de inestabilidad interiores. Desaparecidos los Estados Nacionales, la vía queda libre para la globalización. Soluciones como la Union Europea serían válidas si supusieran un “espacio libre” de globalización, pero en la medida en que se insertan dentro de ese contexto económico, renunciar a la soberanía nacional en beneficio de la UE es problemático que, tal como ha mostrado la crisis de las vallas de Melilla que estalló a finales de febrero y principios de marzo de 2014, paraliza la reacción del Estado supeditándola a la lentitud administrativa y las orientaciones incomprensibles de la UE. Por otra parte, es importante recordar que no es por casualidad que la tendencia actual de presionar fiscalmente y de manera inusitada sobre las clases medias prosigue de manera salvaje. Abolir a la clase media no es tan importante como diluir sus concepciones y su preparación. De las clases medias han partido siempre los movimientos de renovación política y social. En ellas se encuentra la mayor acumulación de cultura e intelectualidad y, al mismo tiempo, su situación económica, le permite dedicar tiempo a la elaboración intelectual y al análisis de la realidad: son, por tanto, peligrosos, especialmente desde el momento en el que cristaliza en ellos una conciencia de grupo. Así pues, romper los Estados Nacionales en fragmentos más pequeños y, por tanto, más manejables, romper las clases sociales, especialmente aquellas que pueden ser potencialmente peligrosas son obsesiones para la globalización cuyo punto de partida, es bueno no olvidarlo, tuvo lugar en 1945 con la creación de las Naciones Unidas, primer paso para un “gobierno mundial”. Desde entonces, todas las consignas de carácter humanista y universalista han sido propagadas desde ese foro y desde la UNESCO y tienden inviablemente a abolir los sistemas de identidades nacionales sustituyéndolos por folklorismos altisonantes y “patrimonios de la humanidad” aislados y dispersos, sin posibilidad de adscribirse a denominadores culturales comunes.
18) ES INTOLERABLE QUE ALGUIEN SE ALCE CONTRA ESTOS PRINCIPIOS QUE, COMO CUALQUIER DOGMA, ES INTOCABLE E INDISCUTIBLE. La globalización es, por principio, incuestionable. Quien la cuestione sea arrojado al inframundo. Quien se atreva a dudar de su eficiencia o a advertir de sus presuntos riesgos, ese debe ser quemado en la hoguera. Ejercer incluso el papel de Casandra y recordar lo problemático de todos los procesos que acompañan a la globalización, supone un desafío que muy pocos están en condición de asumir. En ello les va el futuro, su buen nombre y su prestigio: nadie puede poner en duda que la globalización es la etapa superior de la humanidad, porque esa misma letanía se repite con el mismo estribillo pero con ritmos diversos: los habrá que declarándose “antiglobalizadores” pedirán, al mismo tiempo, “otra globalización”. Los habrá, los newagers, que condenando los procesos del capitalismo globalizado, aluden a “una sola raza, la humanidad; a un solo gobierno; a una sola religión; una sola cultura”… esto es, a un mundo completamente homogeneizado, sin matices ni contrastes, sin identidades, anónimo y “único”. Las críticas radicales al principio mismo de la globalización no pueden ser admitidas, quien las realiza debe ser tachado de ignorante o de visionario, en cualquier caso, de persona de credibilidad dudosa. Solamente puede tener voz autorizada en la globalización aquel que participa de ella. Sólo puede ser incorporado al pelotón de los bienpensantes y de los intelectuales con marchamo quien está dispuesta a aceptar estos mandamientos y el primero de todos es “no hay más dios que el dinero y la economía globalizada es la única liturgia para llegar a él”. Fuera, la Inquisición aguarda al disidente.
19) CUALQUIER ACTIVIDAD HUMANA ES SUSCENTIBLE DE ADAPTARSE AL PARADIGMA GLOBALIZADOR. La globalización es nuestro destino y es muy difícil escapar a sus procesos viviendo en comunidad. El gran logro de la globalización ha consistido en adaptar cualquier actividad social a su configuración hasta el punto de que fuera de la globalización solamente puede existir una especie de exilio interior en el mejor de los casos y una marginalización en el más habitual. Cuando Guy Debord teorizó sobre la “sociedad del espectáculo” en los años 60, olvidó decir que en el límite extremo de tal sociedad se encuentra la “sociedad global”. En este modelo social las características propias y los signos de identidad de los individuos, los pueblos y las naciones, tienden a difuminarse y a desaparecer subsumidos por una marejada de “mestizaje” que, en realidad, no es sino la ausencia de toda identidad y la atomización extrema de la sociedad en fragmentos individuales que, como los grados de arena de una playa, tienen todos la misma composición, idéntica función, intercambiables unos con otros, variando apenas su forma. Lo esencial del momento actual es la reducción a lo económico de cualquier tipo de actividad social: desde la literatura y las artes hasta cualquier estilo de vida, todas, absolutamente tienen como denominador común el ser reducidas a la dimensión de mercancías comprables y vendibles. Incluso el ocio tiene esa dimensión única. Y en tanto que reducidas a actividad económica sufren de las mismas tensiones que cualquier otro producto que se mueve en “el mercado”: oscilaciones en los precios, tendencia a la concentración de capital, inseguridad, dependencia del capital financiero, deuda, etc. Finalmente, el mismo ser humano termina siendo consciente de que, él mismo, su vida, su salud, su alimentación, su educación, todo, absolutamente todo, son objetos económicos y él mismo ha pasado a ser uno más. Al final del camino lo que se encuentra es una despersonalización absoluta y un empobrecimiento radical de la naturaleza humana reducida a su dimensión económica.
20) Todos estos mandamientos se resumen en uno sólo: SÓLO HAY UN DIOS AL QUE RENDIR CULTO, EL DINERO. Cualquier otro valor, cualquier principio, cualquier idea, palidece ante este último dogma que tiene al dinero como único dios. En períodos anteriores de la historia ya ha habido minorías que han erigido al dinero como dios, la diferencia con el período actual es que tales minorías nunca han dispuesto de tal acumulación de riqueza y de capital como en la actualidad y nunca ese dios ha sido tan poderoso e independiente de las voluntades de quienes lo invocan.
Porque llegamos ahora a la conclusión final de esta parte de nuestro estudio. El actual momento de la economía mundial no está dirigido, ni gobernado por nadie, quienes “mueven los hilos” y actúan de manera decisiva en los procesos que se desarrollan bajo el nombre genérico de “globalización”, no lo hacen siguiendo principios de prudencia, intuición, racionalidad o inteligencia, sino que, como el fiel que asiste piadosamente a la iglesia, es porque tiene un fe inconmovible por su único dios y señor: el dinero. Quiere poseerlo como el católico ferviente quiere experimentar la santidad y la beatitud. Ansía impregnarse en sus esencias y en su olor como el hombre religioso quiere ser uno con su Señor inmaterial y omnipotente. No hay forma de controlar al dios de la economía, ni encarrilar sus pasos como no hay forma de dirigir las acciones de Dios; el fiel de a pie que rinde culto al dinero tiene la misma posibilidad de modificar las acciones de su dios que el católico que reza una oración en el templo de la fe. El dios es soberano y absoluto, dueño de las acciones de los hombres, no al revés. Y ese dios, el dios de la economía, no tiene otra finalidad que llegar a las últimas consecuencias de su lógica interna.
Al igual que el Dios del Antiguo Testamento, hay en él mucho de hostilidad hacia su pueblo. O cumple su voluntad o lo castiga, justo como el dios de la economía. Para éste nunca es suficiente: siempre es preciso obtener más rendimiento del capital, multiplicarlo, engrandecerlo, tenerlo siempre presente y sin descanso. Eso, o el castigo. El castigo viene en forma de crisis económicas y de estallido de burbujas. Pero, tras el castigo, siempre llega la reconciliación del dios con su “pueblo” y la reanudación de la “alianza” con él para proseguir la acumulación de capital hasta su destino tal fatal como improbable: la concentración extrema del capital que como un agujero negro cósmico atraiga y absorba cualquier otro capital que pueda existir sobre la faz de la tierra. Se trata, por supuesto, de un límite teórico y extremo, improbable por lo demás, al que seguiría un período de serenidad que duraría el tiempo en el que ese diosecillo del dinero se diera cuenta de que ya no crece más y estallara como el agujero negro iniciándose un nuevo ciclo que, partiendo de la economía de supervivencia, pasaría luego a la del trueque y más adelante a la artesanal, y así sucesivamente.
Si algún “señor del dinero” se cree que controla a la economía, se equivoca: es la economía la que lo controla a él. Y el dios de la economía es un dios enloquecido provisto de una dinámica y de una lógica interior que le lleva, inevitablemente, a la autodestrucción. Hoy, la maquinaria económica ha alcanzado tal envergadura que nadie es capaz de controlarla, ni siquiera los que están en la parte superior del tronco de la pirámide y más próximos a este “piramidión” metafísico. Por eso la economía no puede ser controlada por nadie. Por eso, las crisis cíclicas, los estallidos de las burbujas, los trastornos periódicos en otro tiempo y hoy constantes, no pueden ser ni previstos, y aunque lo sean, resulta imposible evitarlos. La lógica interna del sistema económico lleva a la búsqueda ineluctable del beneficio como única tendencia dominante, cualquier otra que apareciera estaría fuera de lugar y sería completamente anulada: el dinero que no produce es dinero que se pierde, el dinero que pierde uno lo recupera otro, por tanto hay que seguir haciendo que el dinero se reproduzca a sí mismo, a pesar de que, como aquellas palabras que se repiten una y otra vez, termine perdiendo sentido y significado. Se trata de una apisonadora que lo arrasa todo: por supuesto, los últimos en salir afectados son los “señores del dinero”, los propietarios de las grandes acumulaciones de capital, pero ni siquiera estos –como los “inmortales” de la serie- sobrevivirán. Solo el último de estos “magnates”, podrá encontrarse cara a cara con el dios de la economía, allá arriba, en el ara de sacrificios que se sitúa en toda superficie superior de las pirámides mayas y aztecas, y en donde se ha sacrificado la felicidad, la tranquilidad, la estabilidad de la especie humana y a la misma especie e incluso al mismo planeta. En esa privilegiada posición, verá cara a cara al dios de la economía convertido hoy en una serie de notaciones electrónicas contables, meros impulsos almacenados en discos duros que jamás resolverán los problemas fundamentales de la especie. Una vez alcanzado ese punto, lo hemos visto, solamente queda la autodestrucción del conjunto, el reseteado del sistema y un nuevo comienzo.
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