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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Ante el 11-S-2013

Infokrisis.- En Cataluña el curso político se inicia el 11-S, fecha de la caída de Barcelona en manos de las tropas austriacistas. Es ocioso repetir a estas alturas que los catalanes que lucharon y murieron en aquel combate lo hacían para que en las Españas (en rigor, solamente un jacobino habría de una sola España) reinara un Habsburgo. Repetir esto en Cataluña, después de casi 40 años de bombardeo ideológico y falsificación histórica es completamente inútil. La Generalitat ha decretado que ese es el “Día Nacional de Cataluña” y eso es lo que se celebra al margen del verdadero sentido histórico de esa fecha.

Por lo demás, no es a una fecha concreta a lo que nos queremos referir, sino a la celebración en sí misma. Recordaremos lo que ha pasado en los dos últimos años en Cataluña, que no ha sido poco. Y lo resumimos punto a punto:

1.- La voracidad presupuestaria de la Generalitat se encontró a un paso de la bancarrota.

2.- Artur Mas actuó como lo había hecho Pujol durante todo un ciclo: con una mano puso el cazo y con la otra atizó el fantasma independentista.

3.- El 11-S del 2012 y la manifestación que reunió a 150-200.000 personas fue el punto álgido de esa campaña y la tarjeta de visita de Mas para su negociación con Rajoy.

4.- La negociación fracasó: simplemente no había dinero en la caja.

5.- Ante al fracaso, Mas siguió atizando el fantasma independentista para que Rajoy diera su brazo a torcer.

6.- Rajoy respondió sacando de los cajones los dossiers sobre corrupción en Cataluña y apuntando directamente al corazón de la familia Pujol.

7.- Mas entendió el mensaje y rebajó las exigencias independentistas enfangándose en una polémica interior con ERC que benefició sobre todo a esta.

8.- CiU (como el PSC) están en franca pérdida de electorado, manteniéndose el PP en sus mismos niveles, subiendo ERC y C’s como la espuma.

Hoy, el problema económico de la Generalitat sigue siendo acuciante. La caída en la calidad de los servicios públicos es tal que nos retrae a los años 60, trenes de cercanías que no llegan a la hora, sanidad pública empantanada, policía autonómica ineficiente, exceso de burocratización, obsesión lingüística, inmigración masiva inintegrable, tasas de paro similares solamente a Andalucía, desertización industrial, Generalitat paralizada en su tarea de gobierno y una corrupción mucho más extendida de lo que los medios que maman de las ubres de la Generalitat reflejan… Eso es Cataluña. Y esta es la situación.

Así llegamos al 11-S de 2013. La Generalitat ya sabe que el camino hacia la UE le está vedado si se independiza. Sin embargo, lo que transmite no es eso, sino que Cataluña será “un futuro Estado más de la UE”. En cuanto a la población se divide en 1/5 parte ganada por el independentismo, 1/5 españolista, 3/5 partes completamente indiferentes, apáticas, apolíticas y preocupadas solamente por el día a día y por cómo sobrevivir en una situación completamente hostil. Ahora bien, es rigurosamente cierto que ahora hay más independentistas que hace dos años. ¿Motivo? “Madrid gobierna mal”. Es inevitable que se identifique al “gobierno central” con “Madrid” y que si las cosas van mal en Cataluña (¡y de qué manera van mal!) se culpabilice a “Madrid”, ese ente abstracto y perverso que gobierna contra Cataluña…

En realidad, las cosas no son así. Es decir, si son así, pero no en el sentido en el que la Generalitat y el independentismo lo difunden: “Madrid” gobierna mal, entendiendo por “Madrdi2 el sistema de fuerzas políticas, económicas y mediáticas que cristalizó en la constitución de 1978… pero la Generalitat de Cataluña es una derivada de ese sistema, y como él, sufre exactamente la misma crisis a escala regional. Una Cataluña independiente no variaría mucho la situación: existiría una frontera más en el Ebro y un pasaporte catalán que muchos catalanes, simplemente, rechazaríamos.

Es evidente que el independentismo es un “tigre de papel” y que le quedan exactamente dos 11-S para alcanzar sus fines o retirarse para siempre: el 11-S de 2013 y el 11-S de 2014, cuando se cumplirá el 400 aniversario de la caída de Barcelona en las manos borbónicas. Todo lo que el independentismo pueda hacer tiene fecha de caducidad: o lo hace antes del 11-S de 2015, o se convertirá en una dolorosa irrisión para Cataluña, un nuevo fracaso histórico para una región que desde la Batalla de Muret vive en un permanente fracaso histórico. Eso implica que los dos próximos 11-S van a ser “de traca” y el independentismo quemará sus últimos cartuchos.

Tiene a favor la corriente de simpatía creciente a la causa independentista, no tanto por convicción (los argumentos que manejan los independentistas son peripatéticos y mero ejercicio de infantilismo político que causan la más irreprimible tristeza y alguna que otra sonrisa de conmiseración) como por lo que se está prolongando la crisis económica, devenida crisis social y desembocada finamente como crisis política del sistema nacido en 1978. Tiene a favor, igualmente, que el independentismo es un mito inédito y de eficacia incomprobable. Lo puede prometer todo, porque nunca ha sido nada, a pesar de que si nos atenemos a la eficacia en la gestión del nacionalismo, su hermano mayor, legítimamente se puede sospechar de sus capacidades para gobernar.

Tiene en contra el que Cataluña actualmente está dividida en tres grupos sociales: el catalanoparlante, el castellanoparlante y la inmigración, en cifras: 2.250.000-2.500.000, 2.250.000-2.500.000, 2.000.000-2.50.000, respectivamente… Hay tres identidades habitando sobre la tierra catalana y no una como difunde la Generalitat. Estas tres identidades sobreviven en un marco general de a-culturización. La propia Generalitat parece incapaz de recordar que Cataluña es algo más que sardanas y castellers: Cataluña no vive un momento particularmente bueno de creación artística, cultural o literaria y las tres identidades que coexisten viven un paralelo proceso de empobrecimiento cultural.

Paree difícil que Cataluña alcance la independencia en 2014, a la vista de que no hay una mayoría social holgada y suficiente como para que el nuevo Estado disponga de un “suelo” sociológico suficiente como para poder imponerse. Lo más probable sería que en caso de decretarse la independencia, un 20% de castellanoparlantes abandonarían la comunidad y se irían a sus lugares de origen. Cataluña sería, por esto mismo, más “inmigrantes” y menos “española” y la Generalitat se engaña respecto a las posibilidades de “integración” de la inmigración por mucho que TV3 entreviste a antxenetes africanos o marroquíes… Dejando aparte que la inmigración puede apoyar la independencia, siempre y cuando reciba garantías de que será el grupo social más protegido.

Este es un problema importante porque la ausencia de fuerzas armadas catalanas y la ineficacia de los Mossos d’Esquadra en la represión de la delincuencia, dejan a una Cataluña independiente prácticamente indefensa ante motines, insurrecciones e intifadas que podrían estallar si la inmigración se ve abocada permanentemente a la pobreza y se le retiran subsidios, subvenciones y ayudas. Y no se ve de qué manera una Cataluña independiente podría remontar la pendiente de la desertización industrial, cuando en realidad, lo que ocurriría sería todo lo contrario: ésta se aceleraría con el tránsito de muchas empresas hasta ahora radicadas en Cataluña, al otro lado de la frontera del Ebro.

Sea como fuere, los dirigentes nacionalistas e independentistas tienen todo el derecho a engañarse y a engañar a su parroquia sobre el futuro de una Cataluña independiente. Lo que nos interesa ahora es que el problema actual tiene solamente dos soluciones que se perfilarán entre hoy y el 11-S de 2014:

- O Cataluña alcanza la independencia

- O Cataluña sigue vinculada a España tal como lo ha estado hasta ahora.

En el primer caso el problema no terminaría el día en que La Vanguardia multiplicara por 10 sin ningún pudor el número de catalanes que apoyaría la independencia. A decir verdad, los problemas empezarían en ese momento: un 20% de catalanes acelerarían su marcha del “nuevo Estado”, firmas comerciales de relieve harían otro tanto, como siempre ocurre en estos casos, la voz cantante la llevaría en los primeros momentos el independentismo radical y éste no está desde luego preparado para asumir el gobierno ni de una Cataluña independiente ni de una Cataluña autonómica. Luego se agudizaría la crisis económica: los productos catalanes serían rechazados por su actual primer comprador, la población situada en el Estado Español. La campaña contra el cava de hace unos años se convertiría en una campaña contra cualquier producto etiquetado en Cataluña. Buscar otros mercados y ser competitivo, costaría lustros y ni siquiera está claro si se tendría éxito. Sin olvidar que el nuevo Estado para sobrevivir necesitaría dinero y aumentar la presión fiscal no sería el mejor estreno de la “hacienda catalana”. Así pues, las vías para sobrevivir serían dos: o bien privatizar todos los servicios, es decir, entrar en una dinámica ultraliberal que, aunque fuera pan para hoy y hambre para mañana diera a la Generalitat un respiro económico, o bien entregarse en plancha a la inversión extranjera generando unos incentivos que en la práctica generarían el que una Cataluña políticamente independiente fuera una Cataluña colonizada económicamente, tal como lo puede estar Senegal, Uganda o Madagascar.

En el segundo caso, se engaña quien piense que las cosas quedarían como están ahora. Nos gustaría saber cómo, fracaso el proceso independentista, Cataluña o lo que quede de ella, recuperaría la confianza del Estado. Tres años de tensiones independentistas y treinta y cinco años de chantajes nacionalistas, no se olvidan así como así. Quedarían secuelas y sobre todo resquemores que ya hoy existen: en los años 80, “Madrid” priorizó el eje Lisboa-Madrid-Valencia y en el nuevo milenio cuando se habla de enlazar a “España” con “Europa” se piensa en rutas que discurran por los Pirineos Centrales, no por el Pirineo Catalán. Es comprensible. El Eje Mediterráneo, por ejemplo, hoy no es una prioridad de los gobiernos españoles. Cataluña corre, pues, el riesgo de quedar como una región periférica de España en la que “España” no tiene absolutamente ninguna confianza y sobre cuya lealtad existen serias dudas… Si esto ocurre con el Estado, podemos imaginar cómo se vería a Cataluña a nivel popular desde el resto del Estado Español: “traidores”, “enemigos de España”, “malas gentes que merecen un escarmiento”, etc, lo abriría heridas que tardarían generaciones en restañarse.

Cataluña, a decir verdad, tiene las de perder. A diferencia del Estado Español, no posee una comunidad lingüística, más allá de Andorra, capaz de apoyar un proceso independentista. Parece difícil que incluso dentro de la UE pueda contar con algún apoyo para su causa.

¿Tiene solución la actual coyuntura en Cataluña? Difícilmente. La reforma de la constitución española es complicada y cualquier solución pasa por la reforma constitucional y la promulgación de nuevas reglas del juego, algo así como “resetear” una situación que está estancada y que no tiene salida dentro del actual marco constitucional.

Pero lo más grave es que nada en España es mejorable, y en especial la crisis económica, mientras España no se emancipe de la globalización. Rajoy no lo hará. El PSOE tampoco. A los independentistas no les importa nada más que no sea la independencia y lo que pase luego pertenece a otro mundo. La globalización es algo que escapa a sus análisis y en lo que no entran. Pero es el problema central del que depende la solución de todos los demás. Lo que el independentismo hace es aplicar una solución del siglo XIX para un problema del siglo XXI. No es raro que mientras se empeñe en la cuestión independentista sufrirá Cataluña y sufrirá España. Estamos ante un problema que no es catalán, ni siquiera español: es un problema europeo: Europa no tiene cabida dentro de la globalización lo que implica que plantear la cuestión de la independencia es plantear una falsa solución regional a un problema muy real pero de alcanza europeo.

Nadie va a salir bien parado de lo que se avecina en los dos próximos años…

© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com

 

 

 

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