Catalunya hace 100 años
Infokrisis.- Repasando algunas notas que tomamos para la elaboración de nuestro libro Gaudí y la Masonería, hemos encontrado algunos paralelismos entre la situación de Catalunya a principios del siglo XX y la que se da en estos momentos. Se trata, por supuesto, de generalidades pero que a principios del siglo XX frustraron el proyecto nacionalista moderado y lo volverán a frustrar en el siglo XXI… e incluso es posible que la cosa termine todavía peor, a la vista de que hace 100 años existían cabezas preclaras en el nacionalismo y en el regionalismo catalán y en la actualidad brillan por su ausencia.
Incluso determinados historiadores catalanes (Antoni Jutglar, Vicens Vives) y extranjeros (Pierre Vilar) sostienen una tesis contraria a la línea habitual de interpretación de la Guerra de Sucesión; para ellos, el Decreto de Nueva Planta y la abolición de los fueros de Catalunya y la derrota del bando austriacista, lejos de ser una tragedia, suponer una tragedia “representó paradójicamente, una etapa positiva para Catalunya” (Antoni Jutglar, “Els Burguesos catalans”. Barcelona 1966). Si no fuera por el origen catalán de Jutglar y por su prestigio como historiador, es posible que la frase fuera tomada como simplemente provocadora, pero la explica un poco más adelante: “insospechadamente de la nueva orientación borbónica, que no solamente obligaba a los catalanes a mirar hacia el futuro y les liberaba de las trabas paralizadoras de un mecanismo legislativo inactual, sino que ofrecía a Catalunya las mismas posibilidades que a Castilla en la monarquía común. Pacificado el país definitivamente, por la requisa general e armas (fue esta la medida más sentida de la época) pudo dedicar íntegramente sus energías al trabajo. De este período arranca el tópico ritual para referirse a los catalanes”… ese tópico es, sin duda “Los catalanes, de las piedras sacan panes”.
Jutglar, por lo demás, no fue un “historiador franquista”, sino más bien alineado con la oposición democrática, amigo íntimo de algunos personajes de la gauche divine de la época, ex militante del Frente de Liberación Popular y fundador del Sindicato Democrático de Estudiantes de Barcelona. Se le ha definido como marxista antidogmático, pero también como nietzscheano. Herético se preocupó de señalar que la burguesía catalana siguió el concejo dado por Cambó desde Buenos Aires en plena guerra civil: “Cuideu en Franco” (cuidad a Franco)… Esa burguesía, a partir del 20-N del 75 pareció como si jamás se hubiera entendido con Franco y hubiera militado en la oposición democrática, cuando en realidad fue todo lo contrario. Hasta mediados de los años 50, la burguesía catalana entregó a sus hijos al Frente de Juventudes para que hiciera de ellos funcionarios del régimen. Luego, las cosas cambiaron, pero lo que no cambió fue la opinión de gente como Jutglar, observador impenitente de los rasgos de esa burguesía que construyó Catalunya. Por todo ello la opinión de Jutglar (y también la de Vicens Vives que opinaba exactamente lo mismo) no es sospechosa de “españolismo”, ni mucho menos de “franquismo”.
A decir verdad, cuesta poco demostrar esta tesis: fue a partir del Decreto de Nueva Planta cuando Catalunya, es cierto, ve disueltos sus órganos de autogobierno. Pero también es cierto que en ese momento se abre el comercio catalán hacia América y como resultado se producen las primeras acumulaciones de capital que generan el nacimiento de la industria catalana, algo completamente inexistente antes de 1714. La relación catalana con el textil se inicia en 1741 con las primeras hilaturas de algodón, entre 1745 y 1760 se botan naves de cabotaje y se inicia un moderno comercio marítimo. Barcelona en 1760 tiene ya un puerto que puede rivalizar con otros europeos. El calzado se implanta en Barcelona ciudad y en Sitges y es famoso que hacia finales del siglo de esas factorías se exportaban 700.000 pares de calzados cada año, cuando 80.000 catalanes (¡muchos más que ahora!) participaban ya en la industria textil.
Esto es hasta tal punto así que Marcelo Capdeferro en su “Otra historia de Catalunya” (ediciones Acervo, 1985) afirma sin dudar: “Puede decirse que cuando Catalunya dejó de hacer política y fue privada de sus anacrónicas instituciones, se operó un renacimiento económico”. A partir de ahí nació una generación de industriales, educados en buena medida en Inglaterra, que operaron el milagro económico catalán del siglo XIX. Ese milagro tuvo reveses: la “guerra del francés” (en la que Catalunya rechazó la tentación napoleónica de integrarse en Francia a cambio de oficializar el uso del catalán y de reconocer las instituciones tradicionales), la pérdida de las colonias y el desbarajuste político del “estúpido siglo XIX”. Pero en 1827 volvió a aparecer un reverdecimiento industrial y en 1832 supuso una revolución la introducción del primer telar mecánico en la Ciudad Condal.
En ese tiempo aparece una contradicción entre la burguesía catalana y la del resto del Estado. Mientras la catalana es “proteccionista”, la otra es profundamente liberal. El capitalismo catalán en la época es proteccionista, paternalista y, como el vasco, profundamente católico. En ese período, en el resto de España –salvo en Euskalherria- embarranca la industrialización y, acaso, por eso, la burguesía tiene otro aroma completamente diferente generando una clase funcionarial, militar y política, mientras que en Catalunya el modelo para la educación de los hijos de los burgueses es convertirse en “industrial”.
Los inicios del maquinismo hicieron que el mercado laboral sufriera un ajuste brutal a finales del primer tercio del siglo. Un telar mecánico dejaba sin empleo a 19 trabajadores. Como ya había ocurrido en Inglaterra, se produjo una reacción violenta contra el maquinismo: la fábrica “El Vapor” de Sans, fue incendiada por los trabajadores que percibían en la máquina un elemento “antisocial”. Esto generó una polarización de la sociedad catalana: burguesía conservadora y proletariado progresista. Entre 1835 hasta 1845, se sucede un largo período de agitación social en el que el fenómeno característico son las “bullangas”, revueltas populares instigadas por elementos difícilmente identificables pero que parecían vinculados a grupos masónicos, o carbonarios y comuneros reorganizados dentro de ligas socialistas utópicas.
La ausencia casi total de carbón y hierro, hizo que Catalunya no pudiera tener una industria variada. De haber existido minas de estos minerales, sin duda, Catalunya hubiera alcanzado un desarrollo industrial como los grandes centros europeos, en lugar de especializarse en el textil. También floreció la industria química, se dieron los primeros pasos para la construcción de una red ferroviaria pionera en España y, sobre todo, emergió la importantísima figura del “viajante de comercio”, especie de embajador de la industria catalana en el resto de España y responsable de la conquista de la conquista de esos mercados peninsulares.
Al término del período de las “bullangas” sociales ya se han gestado las primeras grandes acumulaciones de capital y formado los primeros bancos específicamente catalanes y las empresas de promoción industrial. En 1879 se funda el Fomento del Trabajo Nacional y poco después, antes de la Exposición Internacional de Barcelona, la Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación. La industria catalana iba viento en popa... y el movimiento obrero también.
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La llegada de los borbones y la nueva legislación había hecho que los gremios tradicionales gestados en la Edad Media y que detentaban la exclusiva para el ejercicio de sus profesiones vieran inicialmente como se obstaculizaba su trabajo y, finalmente, resultaran abolidos por las Cortes de Cádiz y, tras un breve período de reverdecimiento, el “trienio liberal” (1820-1823) los terminó suprimiendo por completo, tal como habían hecho la Revolución Francesa en 1791 mediante la Ley Chapellier o Inglaterra en la misma época. Incluso en la Confederación Germánica se suprimieron las Guildas aunque bastante más tarde y el mismo Pio VII hizo otro tanto en los Estados Pontificios. A partir de entonces no existió una organización de defensa, cooperación y solidaridad que encarnara a los menestrales y a los trabajadores.
A mediados del siglo aparecen los primeros precedentes de los actuales sindicatos en Barcelona antes que en cualquier otro lugar de España. Se trata de la Asociación Mutua de Obreros de la Industria Algodonera fundada en 1840 por Josep Muns. Cuando esto ocurría ya estaba claro que la cooperación que habían tenido burgueses y proletarios en el desencadenamiento de las revoluciones liberales se había roto: los burgueses buscaban la “libertad” (especialmente en materia económica y para acceder a los mecanismos de poder en tanto que clase hegemónica) y los trabajadores buscaban la “igualdad”. Ya en la revolución francesa aparecen algunas tendencias “comunistizantes” (la de Graco Babeuf, especialmente), pero es más tarde cuando aparece toda una corte de teóricos disidentes del modelo democrático-burgués: son los socialistas utópicos, Saint-Simon, Owen, Fourier, Pierre Leroux, Blanquí, Compté (véase a este respecto el maravilloso libro de Saranne Alexandrian El socialismo romántico, Laia, Barcelona 1982). En 1841 aparece de la mano de Owen el término “socialismo” y siete años después el Manifiesto Comunista y la Primera Internacional.
El socialismo utópico en España había penetrado a través de Catalunya por dos vetas: determinadas corrientes de la masonería y por la secta fundada por Etienne Cabet, autor de Viaje a Icaria, que influyó decisivamente en el núcleo de Narciso Monturiol, Abdón Terradas, Anselmo Clavé (que por lo demás, eran también masones). La Avenida Icaria de Barcelona queda como recuerdo y tributo a este grupo que influyó extraordinariamente en el segundo tercio del siglo XIX catalán. Sin embargo, este grupo no identificaba muy bien la esfera de lo social de la esfera política. Creados inicialmente para responder a las reivindicaciones sociales de los trabajadores, estos grupos se enzarzaron pronto en discusiones políticas que alarmaron a las autoridades. Estas respondieron con la represión y, pronto, la clase obrera catalana se declaro, primero republicana y luego anarquista.
En 1854 se crea la “Unión de Clases” en Barcelona, como primer intento de unir distintas sociedades obreras, pero las convulsiones políticas posteriores hicieron que todos estos intentos se situaran al margen de la legalidad de la época. En ese período y hasta el final del segundo tercio del siglo XIX, lo esencial de la organización obrera en Catalunya se plasmó en sociedades cooperativas que florecieron en todos los centros industriales. En 1868 un obrero catalán, Antoni Marsal, participó al lado de Bakunin en el III Congreso de la Internacional Obrera. El líder anarquista ruso, percibiendo que en España había un buen campo para la difusión de sus doctrinas envió a los franceses Eliseo Reclus (masón), Aristides Rey y al italiano Giuseppe Fanelli (antiguo carbonario). De sus gestiones en España surgió la Federación Obrera Regional de España. En mayo de 1869 se constituyó oficialmente en Barcelona la sección de la AIT. Desde el principio, los delegados que esta organización envía a los distintos congresos de la internacional forman parte de la tendencia bakuninista. Cuando los miembros de la tendencia marxista organizada en España por Paul Lafargue pretenden implantarse en España, son expulsados de la organización fundando en Madrid (dato importante) la Nueva Federación Madrileña que, desde el principio contó con el apoyo de Marx.
Esta génesis hace que el movimiento obrero catalán, mucho más numeroso, estuviera desde su origen controlado por bakunistas, cooperativistas y, finalmente por anarco-sindicalistas, mientras que el madrileño, más débil, estuvo más cerca del marxismo y del socialismo científico. Este rasgo duró hasta el final de la guerra civil.
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Si esta es la evolución de la clase obrera catalana, la evolución de la burguesía es, así mismo diferente a la del resto del Estado. La historiografía catalana establece un período arbitrario y muy discutible que se inicia con la publicación de Oda a la Patria del carbonario Bonaventura Carles Aribau y termina con los Juegos Florales de 1877 en los que L’Atlántida de Verdaguer obtiene la “flor natural” para definir lo que se conoce como la “ranaixença catalana” (renacimiento catalán). Esta Renaixença se realiza en torno a la lengua, habida cuenta de que en Catalunya no existe ni un Rh específicamente catalán, ni un cráneo catalán, ni siquiera unos límites geopolíticos para el “espacio catalán”. Es la lengua lo que define, para la Renaixança, lo catalán.
A principios del siglo XIX, la Universitat de Cervera, a donde Carlos II trasladó los Estudios Centrales de Barcelona como castigo a la ciudad, contaban con una buena corte de intelectuales catalanes que se expresaban habitualmente en castellano y que, en rigor, pueden ser considerados como precursores de la Renaixença: Campany, Bofarrul, Cabanyes, Torres Amat y el mismo Jaume Balmes. La propia Universitat de Cervera se convirtió en centro de estudio de la historia y el derecho catalán.
Seguramente, todo esto hubiera tenido una importancia limitada de no haber sido por la irrupción de un verdadero signo de los tiempos que marcó buena parte de la primera del siglo XIX: el romanticismo. Impulso confuso, desordenado, a menudo caótico, siempre irracional, absolutamente emotivo y sentimental, el romanticismo suponía una mirada hacia atrás, un idealismo exaltado, una melancolía triste y una tendencia indudable por lo pasional y lo fantástico. Inicialmente, esas teorías son asumidas, entre otros, por Aribau, quien funda, con sus amigos carbonarios italianos exiliados, la revista luego aparecerán El Europeo,El Vapor en la que se publicará la Oda a la Patria. Inicialmente, esas ideas románticas se expresan en castellano, pero en 1843 aparece la primera revista en catalán: “Lo verdader catalá” y en 1859, Milá i Fontanals restaura los Juegos Florales… tal como había hecho mistral en la Occitania francesa. Es en ese momento en el que se inicia verdaderamente la “renaixença”. La primera organización político-cultural que asume sus tesis es “Jove Catalunya” que, no en vano, lleva el mismo nombre que las asociaciones carbonarias fundadas veinte años antes por Giusepe Mazzini: Joven Italia, Joven Polonia, Joven Alemania, Joven Inglaterra (a la que perteneció D’Israeli), Joven España (a finales de los años 20 del siglo XVIII) y, federándolas, Joven Europa. Ya en Jove Catalunya encontramos a los personajes que luego, en su madurez, se dedicarán “hacer país”, en especial a Eusebio Güell, hijo de indianos, multimillonario y Vizconde de Güell.
Eusebio Güell dedicará toda su vida y una parte de su fortuna a impulsar el renacimiento cultural catalán. Financiará los Juegos Florales, subvencionará incluso la creación de una “ópera catalana” para cerrar el paso a la influencia wagneriana que había calado según él demasiado profundamente en la burguesía catalana y en su “templo” del Liceo. Impulsará una “arquitectura nacional de Catalunya” con Domenech i Montaner (que en realidad no dejó de ser una copia servil de Viollet le Duc), Gaudí (con sus desmadrados y/o personalísimos conceptos estéticos) y su maestro Elías Rogent. Subvencionará los trabajos de Maragall y Verdaguer para crear a partir de leyendas olvidadas una verdadera mitología catalana.
En nuestra obra “Gaudí y la masonería” seguimos con mucho detalle todo este proceso de “construcción nacional de Catalunya” abordado por el Conde de Güell y a ella remitimos. Baste decir que la impronta “romántica” estuvo presente con todo lo que ello implicaba. En el acto de apertura de los Juegos Florales de 1901, el Conde de Güell –que a fin de cuentas era quien pagaba el sarao- tomó la palabra en el discurso inaugural sosteniendo que el catalán no desciende del latín, sino del retho-romanche (dialecto hablado en los Alpes Rhéticos que tiene una musicalidad que recuerda a la entonación catalana, si bien aquí empieza y terminan todas las similitudes), sostenía Güell en aquella ocasión –tenemos el texto original de la conferencia- que el catalán era anterior al latín y negaba su condición de lengua romance. La enormidad lingüística, ni se sostenía entonces, ni mucho menos ahora, cuando los estudios filológicos ya han demostrado hasta la saciedad que el catalán es una lengua hispano-romance (y no franco-romance como todavía hoy sostienen algunos catalanistas radicales a fin de evitar al máximo el enganche con “lo español”). La enormidad de Güell no fue obstáculo como para que la crema de la intelectualidad catalana de la época aplaudiera a rabiar… pues no en vano estaba, en gran medida, subvencionada por Güell (y ya se sabe el dicho catalán de “qui paga, mana”, el que paga, manda).
Teorías como esta, o como los poemas de Verdaguer y buena parte de la obra de Maragall, entran dentro de los parámetros románticos. Güell, finalmente, aprovechó el hecho de que el clero catalán (de origen integrista, tradicionalista y carlista) apoyaba la renaixença para situar a la iglesia catalana de su parte. De hecho, la construcción misma de la Sagrada Familia obedeció a este principio político-cultural: Güell intentaba remodelar Barcelona, creando un nuevo centro de la ciudad en ruptura con el centro histórico. La Sagrada Familia debía ser el centro del centro de la nueva ciudad y para ello, a partir de 1890, multiplicó sus colectas y donaciones consiguiendo transformar el proyecto de templo expiatorio que, inicialmente, había salido de los sectores católicos integristas y tradicionalistas, hacia los sectores católicos comprometidos con la ranaixença.
A pesar de los orígenes carbonarios del conde de Güell, sus puntos de vista cambiaron extraordinariamente cuando dejó atrás su juventud y se convirtió en la desmesurada herencia de su padre (Antoni Güell i Ferrer) que aumento exponencialmente. Tras la experiencia de Jove Catalunya, Güell –y, por tanto, el movimiento que encabezaba- derivó hacia el conservadurismo regionalista. Eso hizo que se sumaran a él los “provincialistas” que habían aparecido en el tradicionalismo español en la década de 1820-1830. Entre los “provincialistas” y la Iglesia existía un estrecho nexo de unión. Al advertir durante el período de las “bullangas” que los “progresistas” la emprendían contra los templos y conventos, la Iglesia empezó a utilizar en sus sermones y en sus documentos el catalán. La violencia de las “bullangas” hizo que la inmensa mayoría del clero catalán asumiera el tradicionalismo y el integrismo. Así pues, a medida que fue avanzando el siglo, la renaixença tendió a identificarse con el conservadurismo, mientras que los liberales catalanes (ahora es Jutglar quien lo afirma) “trabajaban en un sentido contrario, emperrándose en la realización de un unitarismo centralista y jacobino que representaba para Catalunya, ente otras cosas, la división en tres o cuatro provincias”.
La aparición en la segunda mitad del siglo XIX de dos fenómenos políticos, el federalismo y el particularismo terminó por definir el cuadro sobre el que podría afirmarse la doctrina de la burguesía catalana: el regionalismo. Los “cabetianos” de Monturiol y Abdón Terradas habían evolucionado hacia el federalismo socialista. Sin embargo el gran impulso al federalismo vino de Pi i Maragall, Figueras, Salmerón, Valenti Almirall, etc, y personalidades culturales como Anselm Clavé y Serafí Pitarra. Los federalistas catalanes mantuvieron durante un tiempo la esperanza en que el general Prim, reusense y partidario del proteccionismo, asumiría sus tesis, pero la constitución de 1869 decepciono sus esperanzas y, a partir de entonces, las filas federalistas catalanas se orientaron hacia el regionalismo. Almirall fue de los que buscaron nuevos horizontes en lo que él mismo llamó “paricularismo” sentando directamente las bases para el alumbramiento del catalanismo político. Almirall era federalista… asimétrico, sostenía que el “particularismo” solamente se dirigía a regiones con características propias muy acusadas. Sostenía además que su particularismo era más amplio que el federalismo porque en aquel cabía el independentismo. Almirall durante su juventud fue amigo del Vizconde de Güell, pero su evolución no fue paralela a la de este, acaso porque Güell tenía muchos más negocios que defender y los sabía vinculados… a España. De ahí que mientras que de Güell partió un regionalismo de derechas (que luego encarnó Cambó y hasta no hace mucho, Pujol), siempre existió otra concepción más próxima a la izquierda y más radical en sus planteamientos (que encarnó primero Almirall, luego Maciá y, casi como caricatura, actualmente Carod).
Sin embargo, frente a estos dos bloques de la burguesía catalana, en frente formaba una clase obrera encuadrada progresivamente por el anarcosindicalismo. Ambas fracciones, casi como en una traslación de manual de la lucha de clases, terminaron chocando y el desenlace de este choque tiene mucha importancia para los paralelismos que podemos establecer con nuestro tiempo.
© Ernest Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.
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