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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Todo sobre Gibraltar

Todo sobre Gibraltar

Info-krisis.- Hacía falta que llegara el verano de 2013 para que el gobierno tratara de hacerse perdonar su malhadada política económica y desplazar de las primeas páginas la corrupción manifestada dentro de la formación gubernamental generada por el caso Bárcenas, recurriendo a la sempiterna reivindicación sobre la españolidad de Gibraltar. La habitual pobreza de noticias que se instala en los medios durante el mes de agosto parecía que iba a eternizar el caso Bárcenas (con la consiguiente erosión para el PP) en la primera página de los medios. La caída de la intención de voto del PP (y la del PSOE, y la de CiU…) indicaban que la crisis, la convicción de que la clase política es parasitaria y medra solamente para sí misma y que, además, la corrupción está instalada en todos los niveles de la administración, no iba bien para ninguno de los partidos surgidos de la constitución de 1978. Las mezquindades cometidas por los ingleses en Gibraltar han sido recibidas como agua de mayo por el gobierno Rajoy y nos hacen reflexionar.

¿Cuál es el fondo de la cuestión?

Si no se respeta la Ley Sálica, ¿por qué habría que respetar el Tratado de Utrecht? Es, al menos, lo que parecen decir los ingleses, dotados secularmente de una diplomacia hábil en interpretar en beneficio propio cualquier tratado firmado en un tiempo remoto. Pero las cosas son muchos más simples: sea como fuere el origen histórico de la presencia británica en Gibraltar, el hecho incontrovertible hoy es que aquella colonia es un forúnculo purulento en el sur-oeste de Europa, carece completamente de valor militar y el Reino Unido ni siquiera dispone de recursos militares para cerrar el Mare Nostrum.

Cueva de contrabandistas, refugio de miles y miles de empresas no declaradas, paraíso fiscal, pozo sin fondo al que acude el dinero obtenido por tráficos ilícitos en medio mundo, retaguardia de mafias y defraudadores… eso es Gibraltar hoy. La bandera inglesa debería avergonzarse de ondear sobre un peñón a cuya sombra se refugia tanta inmundicia.

El fondo de la cuestión no es que Gibraltar siga siendo la “vergüenza con la que España limita al sur”; el fondo de la cuestión no es que Gibraltar sea una colonia usurpada por la fuerza de las armas; ni siquiera que se trate de un territorio específicamente español. La cuestión es que hoy en el territorio de la Unión Europea no puede existir una zona de exclusión en la que sea posible realizar cualquier tropelía económica amparándose en el Tratado de Utrecht.

¿Cómo se ha llegado a esta situación?

Dos han sido los episodios históricos que han permitido al gobierno inglés llegar hasta la situación actual:

- En primer lugar el desinterés del gobierno de Felipe González en plantear la cuestión de Gibraltar justo en el momento en que se estaba negociando nuestra integración en lo que hoy es la Unión Europea. En aquel momento, España hubiera contado con el apoyo de los demás gobiernos europeos para negociar con el Reino Unido la retrocesión de Gibraltar a su legítima soberanía. Entonces no se hizo a pesar del interés que tenía el gobierno alemán en que España se integrara en el proyecto europeo… renunciando a su industria pesada y  a su minería.

- En segundo lugar la desidia del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero por todo lo que tuviera que ver con cuestiones de soberanía. Humanista-universalista, mucho más que socialista o socialdemócrata,  idealista hasta la estupidez, ZP estuvo siempre desinteresado por lo que ocurría en Gibraltar. Los ingleses aprovecharon para prolongar su plataforma territorial a sabiendas de que ZP callaría y si han seguido ampliando espacio territorial ha sido precisamente porque pensaban que en la situación actual de debilidad de España (sexto año consecutivo de crisis económica, niveles insoportables de paro y de corrupción, desprestigio absoluto de la clase política, el gobierno Rajoy mantendría la línea política del anterior gobierno.

En realidad, se equivocaron lamentablemente porque Rajoy tenía un problema mayor: desde hace dos meses las portadas de los diarios están ocupadas por un nombre: “Bárcenas” y la única forma que ha encontrado el PP de huir a la recurrente “canción del verano 2013” ha sido reabrir el debate sobre Gibraltar.

No es algo nuevo en el PP sino algo que ha aprendido observando los quehaceres de la diplomacia marroquí: “cuando te encuentras con un problema interior insoluble, inicia una aventura exterior”… Tal es la enseñanza que recorre transversalmente la política marroquí desde Hassan II. Aznar ya lo hizo: Perejil surgió cuando el gobierno del PP miraba a otro lado ante la riada de inmigración que se estaba precipitando por el estrecho, por Barajas y por los Pirineos. También fue una serpiente veraniega, cuando ya empezaba a cobrar forma la alianza de Aznar con el “primo de Zumosol” en la aventura iraquí iniciada por Bush y que recogió la oposición unánime de todo el país, salvo de la clac mediática a sueldo del PP.

La “energía” con la que ha actuado el gobierno Rajoy parece digna de mejor causa. Su voluntad deliberada de generar un conflicto internacional que aliviase la atención mediática sobre Bárcenas parece la única razón de esta crisis que hubiera podido estallar en cualquier momento, pero que al hacerlo ahora demuestra estar íntimamente vinculada al mayor escándalo que debe afrontar el PP en 35 años de partidocracia.

¿Qué es el Reino Unido, aquí y ahora?

Un viejo imperio que no se ha dado cuenta de que, a pesar de que su bandera figurase entre las vencedoras en 1945, había, en realidad, perdido la guerra y que, apenas cinco años después de su “victoria” debió renunciar al 50% de sus colonias y en los siguientes 15 años al otro 50%. Ante victorias como esta, en ocasiones, son preferibles las derrotas…

Hoy, el Reino Unido no es la sombra del imperio que fe en el último tercio del siglo XIX. A decir verdad, y aunque buena parte de los británicos no lo hayan advertido, no solamente no poseen colonias como para poder considerarse “potencia imperial”, sino que los, en otro tiempo, colonizados, ahora disponen de amplios espacios de poder en el propio Reino Unido. Es el resultado de la creación de la Commonwealth y de la admisión indiscriminada de inmigración procedente de la misma en las islas.

En cuanto a su poder militar, ya hemos visto su eficacia cuestionable en la ocupación de Basora y del sur del Irak, como la vimos durante la guerra de las Malvinas: con tropas mercenarias gurkas en vanguardia, el ejército inglés está allí para hacerse la foto y para derrotar solamente a fuerzas mucho menos dotadas en tecnologías bélicas modernas.

Para colmo, el “imperio británico”, las propias islas Británicas no son más que una prolongación “anglo-sajona” del territorio norteamericano. Si bien la “city” londinense sigue albergando a la mayor bolsa mundial por niveles de negocio, no es menos cierto que eso se debe a razones históricas y a las buenas relaciones entre el capital judío a ambos lados del Atlántico.

El “envío” de un portaviones y de algunos barcos menores a la rada de Gibraltar, en otro tiempo, maniobra previa al desencadenamiento de un conflicto (recuérdese la presencia del US Maine en el malecón de La Habana justo antes de estallar la guerra hispano-americana en 1998), es hoy apenas una irrisión que genera como máximo una tristeza inconmensurable: el Reino Unido, anquilosado en su pasado imperial que jamás volverá, cree que las mismas estrategias amedrentadoras de otro tiempo mantienen todavía su eficacia.

En la guerra de las Malvinas fue diferente porque la Tatcher necesitaba vencer en un conflicto lo que había perdido con un año de huelga de mineros británicos. Y, por lo demás, la Tatcher jugaba con las cartas marcada que le había facilitado su amigo Ronald Reagan, el cual había convencido a los militares argentinos para que se decidieran a dar el paso adelante, contra la promesa de que EEUU mediarían en el conflicto internacional a cambio de una base en las Georgias del Sur… Pero ahora esos tiempos, también quedan lejos.

El Reino Unido es hoy una potencia de segunda división, apenas una irrisión que en los últimos treinta años se ha limitado a ir a remolque de las intervenciones norteamericanas más enloquecidas. Carece de política exterior propia y la que aplica se fragua en los despachos de los estrategas anglosajones del otro lado del atlántico. Y, por lo demás, vive de un pasado imperial que ya ha quedado irremediablemente atrás y con un presente más bien inquietante en el que el Islam es ya la segunda religión del país, con unas tasas de alcoholismo que harían estremecer a quienes conocen las implicaciones de la enfermedad; con más inmigración agrupada en guetos que en cualquier otro país europeo y, finalmente, con unas operaciones de “prestigio” (como el envío de portaviones a Gibraltar) que causan más hilaridad que respeto.

¿Qué debería conseguir hoy España?

Es muy simple: en primer lugar plantar cara a la Unión Europea. Que ya va siendo hora. Denunciando la situación colonial de Gibraltar y su carácter de forúnculo en el ano de Europa. La Unión Europea tiene la obligación de mediar en las disputas entre sus miembros y esta es una disputa de gran calado. De lo contrario, España podría amenazar con suspender temporalmente su adhesión al tratado de la Unión o bien renegociar a partir de cero el tratado de adhesión. La solución al problema de Gibraltar (y la clarificación del papel del Reino Unido en el actual momento histórico de Europa: o bien el Reino Unido “es Europa” a todos los efectos, o bien el Reino Unido está contra Europa y a favor de un eje anglosajón del cual sería el garante en Europa. Y no se trata de una cuestión menor. Por supuesto, nadie en el PP tiene intención de plantear la cuestión en estos términos pues, no en vano, este partido es una sucursal de la política de la Casa Blanca en Europa.

No estaría de más, de todas formas, que algún gobierno, español o europeo, exigiera del Reino Unido una definición completa de su política exterior y de sus prioridades. Si ésta fuera sincera demostraría que este país, desde su ingreso en “Europa” no ha sido más que la quinta columna de los EEUU destinada a ralentizar y hacer fracasar el proyecto europeo en tanto que en su origen pareció estar destinado a minimizar el impacto de la presencia norteamericana en Europa.

Sin embargo, la solución más razonable al problema de Gibraltar es que España fuerce a la Unión Europea a tomar una posición y actúe como mediador en una disputa generada entre dos de sus miembros. Ese papel, por supuesto, le hubiera correspondido al Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, pero, a la vista de que la actividad de ese comité es hoy virtual y de que, en su momento, ya se pronunció precisamente contra la tesis de España, e incluso a la vista de que el Reino Unido sigue teniendo el derecho de veto en la ONU, la actividad de un organismo más neutral podría ser la salida más razonable.

¿Qué se trata de conseguir?

Cualquier negociación sobre Gibraltar no puede tener otra finalidad, y vale la pena plantearlo desde el inicio, el final de la situación colonial del Peñón y el retorno a la soberanía española. Por tanto, lo que conviene es una negociación BILATERAL entre España y el Reino Unido, en absoluto “trilateral” (España-Reino Unido-Gobierno gibraltareño) y mucho menos aún “a cuatro bandas” (España – Reino Unido – Gobierno Gibraltareño… Junta de Andalucía). Lo que se trata es que un territorio usurpado retorne a la soberanía nacional, en absoluto se está tratando un problema autonómico (sin olvidar que los proverbiales niveles de corrupción de la Junta de Andalucía, le inhabilitan –e incuso le harían sospechosa- para desarrollar un papel en el que está demasiado en juego).

Ahora bien, que la retrocesión de Gibraltar a la soberanía española, se realizara, íntegra e inmediatamente o que fuera después de una serie de etapas escalonadas en el curso de las cuales, el Reino Unido va cediendo soberanía en beneficio de España, o bien, tras un período en el que la administración del Peñón corre a cargo de un departamento de la Unión Europea, etc, todo ello es aceptable y entra dentro de los contenidos del término “negociación”.

El objetivo final es lo que cuenta: arriar la bandera británica de Gibraltar.

¿Cuál es la condición mínima para negociar?

El problema es que en España ni siquiera se da lo que podría ser considerada como condición mínima para que un gobierno nacional abordara la negociación: en efecto, no existe un GRAN ACUERDO NACIONAL entre los distintos partidos de centro-derecha y centro-izquierda para acudir a la negociación con una actitud común pactada. No digamos, pues, el interés que tiene el tema para los partidos nacionalistas y olvidemos la presencia de inconscientes de ERC en Londres en el inicio de la crisis.

Esta alta de un acuerdo nacional sobre Gibraltar tiene sus raíces en la desconfianza con la que el centro-izquierda ha visto esta reivindicación que vincula directamente con el “franquismo” o con la extrema-derecha. En cuanto al PP, aliado sistemático de las posiciones norteamericanas en Europa, no se trata de ofender al partener del “amigo americano” en Europa, el Reino Unido.

Así pues, es comprensible que ni un partido, ni otro hayan tenido en lo que va de democracia, el más mínimo interés en resolver el contencioso de Gibraltar. ¿Puede cambiar esto de alguna manera? Seamos realistas: mientras el sistema de fuerzas nacido en 1978 permanezca inalterable, absolutamente nada va a cambiar. El PP seguirá situándose en la retaguardia del americanismo y cada vez que pueda revalidará la “foto de las Azores” que lo situará como aliado seguro pero secundario de los EEUU en Europa. Y en cuanto al PSOE, manifestará siempre su más absoluto desinterés por algo que nunca ha interesado a la izquierda española, probablemente la menos patriótica de todas las izquierdas europeas.

En cuanto a los nacionalistas periféricos el problema es que precisan apoyos exteriores para hacer efectivos sus proyectos secesionistas. ¿Los encontrarán en Londres? Difícilmente, pues no en vano el Reino Unido tiene el problema escocés relativamente parecido al catalán o al vasco. Ahora bien, tienen razón los independentistas en pensar que el enemigo histórico de España, esto es el Reino Unido, en un momento dado podría adoptar una posición de apoyo a los independentistas, no tanto para debilitar a España como para generar un problema más en el interior de la Unión Europea.

¿Alguna conclusión?

Parece evidente que la “energía” con la que el gobierno Rajoy ha abordado la actual crisis gibraltareño no es más que una cortina de humo para desplazar el tema Bárcenas a un lugar secundario de la actualidad. Acabado el verano, acabará la crisis y Gibraltar seguirá siendo el refugio de piratas y el paraíso fiscal al que va a parar el dinero procedente de tráficos ilícitos.

Seamos claros: no hay solución dentro del actual estado de cosas. No hay solución mientras la Unión Europea siga siendo un apéndice de la política económica del Bundesbank. No hay solución mientras en España, un sistema fracasado, carcomido por la partidocracia, la crisis económica, la corrupción, la inmigración masiva y el paro, siga inamovible. No hay solución mientras algunas élites dirigentes del Reino Unido sigan pensando en términos de “imperio” y de colonialismo cuando ellos mismos son una colonia de sus ex colonias. No hay solución mientras entre la opinión pública española, la apatía y el desinterés por todos los problemas sean la tónica dominante de un pueblo transformado en masa amorfa e invertebrada. No hay solución ante la ausencia de organismo internacionales competentes en un mundo en el que la única regla unánimemente aceptada es la globalización económica.

Gibraltar no será en décadas, acaso en siglos, una parte del territorio nacional y muchas cosas deberán haber cambiado para que un día se arríe la Unión Jack del Peñón. Lo esencial es hoy relativizar la crisis de estos últimos días y no ver en ella nada más que el producto de un verano sin más noticia que la corrupción nuestra de cada día.

© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com

 

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