Cuando los intelectuales disentían: los no conformistas de los años 30 (I de II)
Infokrisis.- En el lejano 1973, leyendo la Historia de las Ideas Políticas de Jean Touchard supe de la existencia (pág. 603 y sigs.) de una corriente política realmente sorprendente que apareció en Francia en lso años 30 y que Loubet del Bayle había llamado “los no conformistas de los años 30”. Debía llegar todavia el año 1983 para que apareciera la edición italiana de Né Destra ne Sinista de Zeev Sertnhell para comprender la totalidad del fenómeno. Si en el siglo XX hibo un movimiento revolucionario y alternativo en estado puro ese fue el formado por gente tan diversa como Henri de Man, Thierry Maulnier, Andaud Dandieu y tantos otros.
Francia, laboratorio de ideas
La tesis del profesor Sternhell es que en Francia el fascismo no ejerció nunca el poder, por tanto, es ahí en donde no se vió adulterado por los compromisos contraídos para poder ejercer la tarea de gobierno y donde existió un mayor poso teórico que permite analizar el fenómeno mejor que en cualquier otro luigar. Porque la tesis de Sternhell, en el fondo, es que los llamados “no conformistas de los años 30” fueron fascistas.
El libro de Sternhell es extremadamente lúcido y provisto de una abundante documentación que no hace sencilla la tarea de quien aspire a refutarlo. Sterhnhell realiza algunas precisiones: cuando se refiere a “los años 30” alude sobre todo al período 1930-1934. A partir de los incidentes de la Plaza de la Concordia el 6 de febrero de ese año y de la nueva situación internacional que se va precipitando sucesivamente, se producen correcciones en todo ese movimiento que determinan su pérdida de vigor en los años siguientes. Estos sucesos son, fundamentalmente, tres: la subida de Hitler al poder y las primeras reivindicaciones territoriales que no cesarán hasta el 1º de septiembre de 1939 y el estallido de la guerra civil español.
Ambos fenómenos muestran aspectos poco agradables –especialmente para un francés- del fascismo alemán y del fascismo español. De un lado, el rearme inmediato de Alemania y el inicio de sus reivindicaciones territoriales –hacia 1935- alarman a los franceses –incluidos a la mayoría de intelectuales- que tienen fresco el recuerdo de la Primer Guerra Mundial e incluso, los más mayores, de la Guerra Franco-Prusiana. Como veremos, no son nacionalistas, pero temen que el expansionismo alemán pueda afectar a su nación.
En cuanto a la Guerra Civil Españala, les demuestra que no hay “guerras limpias” y que en un conflicto bélico todas las partes cometen excesos. Los “no conformistas de los años 30” habían nacido en la Francia racionalista y admitían mal los excesos, aun cuando los cometieran los miembros de su “propio bando”.
¿Por qué el período áureo fue entre 1930 y 1934?
Desde 1880, Francia había sido un hervidero de nuevas ideas. La Revolución Francesa que en toda Europa se percibía como la “victoria de las libertades” había dejado un recuerdo de sangre, excesos siniestros, radicalismo absurdo y revueltas criminales, asociadas al sonido de la guillotina. Sectores, incluso liberales, consideraban que la Revolución Francesa había sido simplemente una orgía innecesaria de sangre que precipitó la irrupción de la República, pero que hubiera podido ser posible sin las desgracias que acarreó.
La irrupción de un grupo de intelectuales de derechas en la escena política, de la mano de Charles Maurras, la aparición del “nacionalismo integral”, las obras de Drumont, Daudet, Bainville y, naturalmente, Maurras, habían contribuido a generar un ambiente cultivado en el que fermentaron ideas nacionalistas, atenuadas en el radicalismo propio a cualquier nacionalismo, por el carácter culto y erudito de sus mentores.
En el primer tercio del siglo XX, el semanario L’Action Française y la asociación del mismo nombre, alcanzaron una influencia entre capas intelectuales y entre sectores de la pequeña burguesía que lo configuraron como un fuerte movimiento de masas. En aquella época, los universitarios o eran miembros de las Juventudes de Acción Francesa o eran simpatizantes, o carecían de fuerza y de argumentos para competir con ellos.
Solamente cuando acabó la Primera Guerra Mundial e irrumpió el fascismo italiano, algunos miembros de Acción Française percibieron que determinadas ideas de Maurras deberían ser rectificadas y que otras ya no tendrían la importancia en el escenario futuro que se adivinaba para Europa, como la que habían tenido hasta entonces. Estaba naciendo un mundo nuevo: Maurras no lo percibía porque formaba parte del “viejo mundo” a pesar de que sus Camelots du Roi dominaran el Barrio Latino y sus 70.000 afiliados compitieran con cifras parecidas del PCF
En los años 20 y en los primeros años 30 nacen distintas formaciones de extrema-derecha que intentan imitar al fascismo y, luego, al nacionalsocialismo alemán. Se trata de copias, la mayor parte constituidas por antiguos miembros de Action Française que habían descubierto la necesidad de un “pensamiento social” que acompañara al “pensamiento nacional” del que Maurras había sido tan diestro difusor. Bucard, Valois, Lamour, etc., se parecían demasiado al modelo italiano el cual, por lo demás, estaba sufriendo una mutación en tanto que su presencia en el poder pasó de temporal a permanente. Mientras Mussolini moderó sus posiciones extremistas en lo social, Bucard y Valois mantuvieron su radicalismo social que trasmitieron a las sucesivas formaciones fascistas francesas y, en especial, al Parti Populaire Française de Jacques Doriot que nació más tarde.
Los primeros fascistas franceses estaban persuadidos de que podían imitar a Mussolini y hacerse con el poder mediante un golpe de fuerza. Se organizaron en milicias y fueron, mucho más, una “primera línea” combativa que un partido convencional. Rozaron la insurrección en la noche del 6 de febrero de 1934, pero la falta de valor de los líderes más moderados –el coronel La Rocque jefe de los Croix du Feu y el propio Maurras- limitaron los incidentes a unos disturbios localizados en una fecha concreta. El impacto que estos sucesos tuvieron en la extrema-derecha francesa fue extraordinario. Unos terminaron por configurarse más tarde, como partido político convencional –el PPF- mientras que otros se organizaron clandestinamente –La Cagoule-. En 1935 el panorama había cambiado extraordinariamente.
El anticomunismo como elementos distorsionador
La fermentación previa que se había generado tras la Guerra Franco-Prusiana, la proliferación de disidentes de Action Française, los primeros pasos del fascismo francés, habían hecho que buena parte de la juventud francesa pensase en términos de “fascismo francés”. Pero, al mismo tiempo, el hecho de que los grupos que se declaraban de esa tendencia no ocuparan el poder, hizo que pudieran ofrecer un aspecto “auténtico” que contrastaba con la burocratización creciente del fascismo mussoliniano, su coexistencia pacífica con la monarquía de los Savoia.
Por otra parte, el comunismo francés fue siempre fuerte. Esto generó que algunos industriales seducidos por el fascismo italiano apoyaran a grupos fascistas franceses -e incluso los crearon ellos mismos- dotándolos de una única característica que se fue haciendo patente a medida que avanzó la década de los 30: el anticomunismo. Los propietarios de Renault y, especialmente, de L’Oreal, creían que, de un momento a otro, la izquierda marxista podía operar un proceso como el leninista y hacerse con el poder. Sus sustanciales ayudas contribuían a que, en caso de una hipótesis de este tipo, existiera una fuerza militante de dureza extrema que impidiera la aventura. En este sentido, si es rigurosamente cierto, que una parte sustancial del “fascismo francés” fue el “brazo armado de la burguesía contra el comunismo”…
Reducir todo el fascismo francés a éste parámetro es abusivo y erróneo. Es cierto, igualmente que en España, la Falange de Primo de Rivera y las distintas experiencias y revistas de Ramiro recibieron fondos de industriales vascos y de la nobleza terrateniente, pero reducir el “fascismo español” a esto es, evidentemente, un error, porque contenía también elementos intelectuales de cierta envergadura. En Francia se dio una situación parecida a la de España, pero multiplicada por cien en la medida en que los intelectuales comprometidos con la extrema-derecha eran muchos más, surgidos al calor, especialmente de Maurras.
Realmente, los fascismos solo son aleatoriamente anticomunistas y en la medida en que en el curso de su lucha por el poder disputan con los partidos comunistas efectivos de la clase obrera. Así como los partidos burgueses apenas tenían obreros entre sus filas, desde su origen, los fascismos se configuran como partidos interclasistas, incluso en los que la clase obrera está sobrerrepresentada y tiene formaciones específicas (las SA hitlerianas, por ejemplo estaban formadas esencialmente por excombatientes surgidos de la clase obrera). Esto mismo ocurre en el Reino Unido con la Union Mouvement de Mosley, otra forma de fascismo interclasista con una fuerte componente obrera. En el fondo, el fascismo español adoleció de esta falta y fue, a la postre, un partido de derechas radicales, esencialmente juveniles, cuyos miembros pertenecían mayoritariamente a la burguesía media.
En tanto los partidos comunistas obedecían consignas emanadas de un solo centro internacional, el Komintern, se beneficiaban de las experiencias obtenidas en otros países. La experiencia italiana y la alemana fueron traumáticas para el movimiento comunista internacional y, a partir de entonces, allí donde alguién enarbolara ideas similares a los fascismos, el Komintern declaró su voluntad de combatirlos, o en su jerga: “Aplastar al fascismo en el huevo”.
La subida de Hitler al poder exaspera esta tendencia del Komintern y hace que a partir de 1934, allí donde nace un pequeño grupo fascista, todos los esfuerzos del partido comunista más próximo, se dediquen a combatirlo. Mucho más en el caso francés en donde, el fascismo tenía cierta importancia numérica y la sombra protectora de L’Oreal, Renault y varias firmas más, era palpable.
La gestación de los no-conformistas de los años 30
Los “felices veinte”, los “años locos”, no pudieron evitar que algunos jóvenes intelectuales, habitualmente próximos a Action Française, realizaran una reflexión intelectual. Dado que eran tiempos de militantismo, todos ellos se “comprometieron” con ideas situadas voluntariamente al margen del orden establecido. No puede hablarse de una tendencia homogénea. Loubet del Bayle y Zeev Sternhell han distinguido tres corrientes similares y hasta cierto punto convergentes, pero todas ellas con rasgos propios:
- El Grupo Ordre Nouveau, formado por Alexandre Marc con la cooperación intelectual de Robert Aron y Armand Dandieu.
- La Joven Derecha, con Jean Pierre Maxence y especialmente, Thierry Maulnier, expresada a través de revistas como Cahiers, Réaction pour l’ordre, La Revue Française y La Revue du Siècle.
- El Grupo Esprit, formado en torno a la revista del mismo nombre y Emmanuel Mounier.
A estos grupos podría sumarse otro que influyó extraordinariamente en la Joven Derecha: el formado en torno a Henri de Man y que agrupaba a disidentes de la izquierda marxista y del que hablaremos más adelante.
La proliferación de estos grupos se produjo entre 1930 y 1934, y partían de ideas comunes:
1.- Rechazo al individualismo característico de las sociedades liberales y, por tanto, rechazo de la ideología liberal y especialmente a sus instituciones que consideraban “frágiles e inhumanas”. Por eso, cuando se vean obligados a forjar una doctrina que aspire a rivalizar con el individualismo, la llamarán “personalismo”.
2.- En tanto que antiliberales eran antiparlamentaristas y, por tanto, no tuvieron inconveniente en fijar su atención hacia los dos movimientos del mismo cariz: fascismo y comunismo. En tanto que intelectuales realizaron una mirada crítica hacia estos fenómenos.
3. – Rechazaban el materialismo marxista y el nihilismo del que hacían gala algunas corrientes del fascismo. No podían evitar ser franceses, esto es, racionalistas hasta cierto punto; pero también asumían toda la tradición europea de considerar a la realidad como algo situado más allá de lo tangible. Los había católicos y agnósticos, pero todos ellos consideraban que existía un poso en la naturaleza humana que no podía reducirse a la materia.
4.- Creen que es preciso restablecer la autoridad del Estado, pero no un “estado autoritario”. Rechazan el indivualismo liberal y el colectivismo marxista, aluden a una organización “federalista”, “personalista” y “comunitaria”, que no era propiamente fascismo, pero que si acercaba a algo, era precisamente al fascismo. Maurras había impregnado a su nacionalismo integral de antijacobinismo y, por tanto, su doctrina encajaba bien con las ideas regionalistas. No se consideraban “totalitarios”, pero defendían a un Estado fuerte, encarnacion jurídica de la Nación, pero también a una sociedad fuerte que el Estado debía estar en condiciones de organizar y satisfacer en sus necesidades.
Todos estos grupos fueron debatiendo estas ideas, ampliándolas y rectificándolas a medida que fue pasando el tiempo. Como hemos dicho, entre 1934 y 1936 se evidencian las consecuencias de tres hechos traumáticos (subida de Hitler al poder, sucesos del 6 de febrero de 1934 y estallido de la Guerra Civil Española) que contribuyen a romper la identidad doctrinal común de estos tres grupos y los dispersan.
Cuando Alemania invada Francia, se cree la Zona Libre de Vichy, algunos no-conformistas observarán y participarán en las experiencias corporativas impulsadas por el Mariscal Petain, otros figurarán en la Resistencia, otros preferirán abandonar toda actividad y otros, simplemente, pasarán a la izquierda. La evolución de los “no conformistas” fue problemática y marcada por un alto grado de dispersión. En 196 el fenómeno había concluido y sólo quedaba como ejemplo de una reflexión intelectual frustrada que no pudo tener traducción política.
La inmensa mayoría de intelectuales de aquella época, posteriormente asumieron sus escritos y, como máximo intentaron justiicarlos, pero no renunciaron a ellos. Solamente, la revista Esprit tomó posiciones contrarias a lo que había sido el pensamiento difundido por ella en los años 30. Los herederos de Mourier serán los primeros en llamarse “nueva izquierda” y tendrán siempre influencia en los entornos del partido socialista y en los grupos de “cristianos comprometidos”. A partir de 1968, Rougemont y Jacques Ellul (ambos con varias obras traducidas al castellano en los años 70) se alinearán los el ecologismo. Muchos de ellos, especialmente los católicos, se alinearán con la democracia cristiana.
Ordre Nouveau : Dandieu y Maulnier.
El grupo Ordre Nouveau encontró en el joven Alexandre Marc a su impulsor, al que se sumaron en 1930, Robert Aron y Arnaud Dandieu. Marc había creado previamente un club muy impregnado de catolicismo ecuménico, cuyas principales discusiones eran en torno a cuestiones políticas. Dandieu lanzó tres obras fundamentales para comprender esta corriente: Décadence de la Nation Française, Le Cancer américain y La Révolution nécessaire, sin embargo, su muerte prematura en 1934, supuso una pérdida irreparable, aun a pesar de que, el año antes, en 1933, cuando empezó a publicarse la revista que dio nombre albrupo, se habían sumado Daniel-Rops y Denis de Rougemont.
Marc, Dandieu y Aron tenían como idea central la sensación de que se estaba produciendo una “crisis de civilización” que debía superarse mediante una “revolución espiritual” cuyas orientaciones fundamentales las resumen en esta consigna: “Contra el desorden capitalista y la opresión comunicas, contra el nacionalismo homicida y el internacionalismo impotente, contra el parlamentarismo y el fascismo, el Orden Nuevo pone las instituciones al servicio de la personalidad y subordina el Estado al hombre”. Había nacido el “personalismo” como ideología política. Sin embargo, esta ideología pasaría a estar vinculada, como veremos, a la personalidad de Emmanuel Mounier.
Dandieu se declaró antiparlamentarista. Había escrito: “No somos ni de derechas, ni de izquierdas, pero si es rigurosamente necesario situarnos en términos parlamentarios, repetimos que nos encontramos a medio camino entre la extrema-derecha y la extrema-izquierda, por detrás del presidente y dando la espalda a la asamblea” (La révolution necessaie, 1934, pag. 28). Creían en la “vía revolucionaria”: “Cuando el orden no está en el orden, está en la revolución y la única revolución en la que pensamos, es la revolución del orden” (pág. 34).
Junto a Maulnier, Dandieu y el grupo aspiraban a conciliar nacionalismo y socialismo, o más precisamente “cierta forma” de nacionalismo y “cierta forma” de socialismo. No es raro que, Maulnier escribiera su mejor obra titulándola de manera simétrica la que Henri de Man había hecho con la suya. Como veremos de Man, procedente del marxismo, escribió Más allá del socialismo, mientras que Maulnier tituló a su mejor obra: Más allá del nacionalismo.
Precisamente, una de las pocas obras que hay publicadas ne lengua castellana de los no conformistas de los años 30, es Más allá del nacionalismo”, editado por Editorial Nuevo Orden de Buenos Aires en 1963. En el epílogo de la obra, Maulnier resume la idea que ha querido transmitir en las 200 páginas anteriores: “La conciencia nacional y la conciencia revoluciomnaria, separadas, erigidas frente a frente, no constituyen una con mejor título que la otra, las fuerzas dialécticas de la creación del futuro, son tan solo estériles productor de una sociedad que muere. La conciencia nacional se hace conservadora, es decir asocia estúpidamente al esfuerzo para perpetuar la realidad nacional el esfuerzo para conservar en ella el poder de las fuerzas que la destruyen; la conciencia revolucionaria se hace antihistórica y antinacional, es decir trabaja para aniquila lo que quiere liberar. Las mismas palabras “nacional” y “revolucionario” han sido a tal punto deshonradas por la demagogia, la mediocridad y el verbalismo, que son ya recibidas en Francia con una diferencia bastante parecida al disgusto. El problema consiste hoy en superar esos mitos políticos fundados sobre los antagonismos económicos de una sociedad dividida; en liberar al nacionalismo de su carácter “burgués” y a la revolución de su carácter “proletario”; en interesar de una manera orgáncia y total a la nación en la revolución, ya que sólo la nación es capaz de llevarla a cabo; en interesar igualmente a la revolución en la nación que sólo la revolución puede salvarla”.
Así termina la obra de Maulnier y, en buena medida, así termina también la historia de este grupo, preocupado especialmente por mantener posiciones de equivalencia y simetría. La primera dispersión de sus animadores se produjo en 1934, no sólo por la muerte prematura de Dandieu, sino por los sucesos de febrero. Con todo, el grupo prosiguió editando sus publicaciones hasta 1938. Luego vino la guerra mundial en donde Francia no estaba para estudiar simetrías. Solamente cabían dos campos: o con la colaboración o con la resistencia. Era ilusorio pensar en la posibilidad de levantar terceras vías. Cuando terminó el conflicto, algunos exponentes de Ordre Nouveau, el propio Maulnier y, por supuesto, Raymond Aron, adecuaron sus ideas al federalismo europeo tan en boga en los años 48-58 y que, en el fondo, constituyó el núcleo originario de la idea europea tal como hoy se la concibe.
Maulnier: del no conformismo al federalismo de derechas
Maulnier, no se llamaba Maulnier, sino Jacques Talagrand. Tenía 21 años cundo se integró en Ordre Nouveau. Tuvo como compañeros de clase en la Escuela Normal a Robert Brasillach y a aurice Bardèche. Muy joven había ingresado en Action Française colaborando en la redaccion de la revista; la agilidad de su pluma hizo que Henri Massis –el autor de La Defénse de l’Occident- y próximo a los “no conformistas” lo integrara en la redacción de su Revue Universelle. De hecho, colaboró con todas las revistas no conformistas de la época.
Massis se publicó su primer ligro de título significativo: La crise est dans l’homme (La crisis está en el hombre). En 1934, junto a Pierre Maxence escribió Demain la France, contribuyendo dos años después a la fundación del semanario L’Insurgé de corta vida, en el que defendió posiciones nacionalistas fuertemente teñidas por políticas sociales anticapitalistas. Los escritos publicados en esa revista pasaron a constituir el núcleo central de su libro Au-delà del nationalisme (Más allá del nacionalismo) aparecido en 1938. A pesar del título de esta obra, Maulnier no cortó los puentes que le unían a Maurras y siempre hasta el desembarco norteamericano en África del Norte, siguió colaborando con L’Action Française. A partir de 1945 y hasta su muerto, seguiría haciéndolo desde la columnas del diario conservador Le Figaro.
La nueva situación creada en Europa en 1945 le induce prudentemente a alejarse de la política y de escritos doctrinales. Se centra en su carrera periodística y como dramaturgo y crítico de teatro. El éxito le acompaña. Como máximo escribe algunos ensayos de contenido ético moral: de los que La Face de méduse du communisme, aparecido en 1952 y L’Europe a fait le monde (1966), constituyen, sin duda, sus mejores obras. Ambas han sido traducidas al castellano. Se convierte en un “federalista europeo” y colabora en revistas como Le XX siègle fédéraliste, buena parte de cuyos colaboradores son antiguos “no conformistas” (Aron, Rougenmont, Rops, Febrègues). Desde 1964, se sentó en la Academia Franesa.
Jean Pierre Maxence y los que creyeon en la « Revolución Nacional”
Maulnier es el ejemplo del “no confrmista”, prudente durante la ocupación alemana y que, tras la “liberación” logra mantener e incluso aumentar su prestigio intelectual, sin que su paso por los “no conformistas” le hiciera daño. El caso contrario es el de Jean Pierre Maxence, con el que firmó vario ensayos y con quien recorrió parte del camino.
Jean Pierre Maxence, discípulo de Maritain, creó en 1928 la revista Les Cahiers (que aparecería hasta 1931) inspirada por el pensamiento de Péguy, en la que ya encontramos la idea de una “revolución espiritual”. Posteriormente, participará con Maulnier en la creación de La Revue Française. En 1932, es evidente que este pensamiento es excesivamente nebuloso y ambiguo, incluso vago, así que Maxence experimenta la necesidad de ser más concreto. Poco a poco, especialmente tras os incidentes del 6 de febrero e 1934, se v politizando y asume un pensamiento cada ve más antiparlamentario y anticapitlista, próximo al fascismo de los primeros tiempos de Musolini. En el libro, escrito junto a Maulnier, Demain la France, esta tendencia se hace muy evidente. No menos significativa es su alta en el partido Solidarité Française, unas de las muchas organizacines financiadas por François Coty, propietario de L’Oreal.
En 1941 se declara partidario de la Revolución Nacional propuesta por el Mariscal Petain. El hecho de participar en una red de protección a niños judíos durante la ocupación alemana, no le eximirá de ser perseguido posteriomrnete como “colaboracionista”. Huirá de Francia y se establecerá en Suiza en donde morirá en 1956. Maxence es el ejemplo de los “no conformistas” que creerán en el petainismo y en la colaboración.
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