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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

No al Estatut (II de X). La cuestión nacional.

No al Estatut (II de X). La cuestión nacional.

Infokrisis.- En esta segunda entrega aludimos al punto capital del Estatut, la inclusión del término "nación". Con esta inclusión concluye un largo proceso de confusiones y despropósitos que ha llevado desde la idea de "nacionalidad" a la de "nación", gracias a las circunstancias políticas del momento presente. Además, es a partir de este texto en donde empieza a entenderse el verdadero problema de este texto: su ambigüedad y falta de concreción.

 

II. Las naciones no se crean ni desaparecen en virtud de una votación

Una misma realidad no puede ser, a la vez, dos cosas completamente diferentes. Catalunya no puede ser a la vez “nación” y “nacionalidad”, de la misma forma que España no puede ser “nación” compuesta por “naciones”. Si Catalunya es Estado y España también lo es, el Estado Español está diferenciado del Estado Catalán.

Además, se añade otro término para que la confusión provocada por el Estatuto sea completa: la Unión Europea. Dice el texto estatutario: “Cataluña, a través del Estado, participa en la construcción del proyecto político de la Unión Europea, cuyos valores y objetivos comparte”. Llama la atención ese interés estatutario en vincularse de alguna manera con la UE. Además, el texto miente. No hay que olvidar que estamos todavía en el preámbulo, más adelante veremos que “Cataluña” no solamente participa en la UE “a través del Estado”, sino que exige tener representantes propios en las negociaciones con la UE. Pero ésta es otra historia que veremos más adelante.

En el último párrafo del “maravilloso” preámbulo elaborado por el inextricable legislador se dice textualmente: “El Parlamento de Cataluña, recogiendo el sentimiento y la voluntad de la ciudadanía de Cataluña, ha definido de forma ampliamente mayoritaria a Cataluña como nación”. Tal era la magna aspiración de los diputados de ERC y de CiU, con la pusilanimidad y la apatía de los diputados del PSC. Desde nuestro punto de vista, es completamente irrelevante que la referencia a la “nación catalana” vaya incluida en el preámbulo o en el articulado. El término ya se ha deslizado y con él la confusión.

Porque todo este embrollo tiene mucho que ver con las confusiones derivadas del “espíritu de la transición”. En efecto, al considerar a España como “nación compuesta por nacionalidades y regiones”, se deslizaba el término “nacionalidad”, sin la consiguiente definición. Ha faltado que llegara a la Moncloa un ignorante absoluto en materia política (o bien un cínico redomado) para que la confusión entre “nación” y “nacionalidad” fuera explotada hábilmente por nacionalistas e independentistas. Tiene razón el preámbulo del Estatuto cuando dice que: “La Constitución Española, en su artículo segundo, reconoce la realidad nacional de Cataluña como nacionalidad”. Pues bien, “realidad nacional” es una cosa, “nación” es otra y “nacionalidad” otra distinta.

Quizás no sea éste el lugar más oportuno para aludir a las diferencias, pero vale la pena recordarlas mínimamente para poder establecer dónde reside la gran falacia de este aborto estatutario.

Una “nación” es una unidad histórica provista de una “misión” y un “destino”. La definición es de Ortega y Gasset, pero se acepta unánimemente. España no puede ser ignorada como “nación” en tanto que todos los pueblos peninsulares han sido contemplados como una unidad desde el exterior y se han comportado en la mayor parte de su Historia como un mecanismo político único. Roma llamó a este rincón del Mediterráneo ”Hispaniae” y, solo a efectos administrativos, la dividió en dos (Citerior y Ulterior) y luego en tres (Bética, Lusitana y Tarraconense). Más tarde los visigodos instauraron aquí su reino y, finalmente, liquidaron el reino suevo de Galicia, acto que evidenciaba el concepto unitario. Después se formaron los reinos de la Reconquista, contemplando todos y sin excepción la posibilidad de reconstruir la unidad del reino visigodo. El propio Carlomagno llamó a la marca del sur, “marca Hispánica”. Posteriormente, la convergencia dinástica facilitó la consolidación de una “nación” que, poco a poco, terminó siendo unitaria. España no precisa demostrar que es una “nación”.

A lo largo de la Historia de todas las naciones, la idea de “misión” y “destino” ha estado muy presente o bien se ha diluido. Ha estado presente en la medida en que han existido patriotas y hombres de Estado, capaces de redefinirlo. Hoy esta raza de políticos está ausente.

La “nacionalidad” es otra cosa. Es, sobre todo, una unidad geográfica y cultural con relativa homogeneidad que forma parte de una entidad política mayor. Desde la más remota antigüedad, los “imperios” han estado formados por “nacionalidades”. Catalunya tiene especificidades suficientes como para ser consideradas una “nacionalidad”, pero en absoluto una “nación”. La lengua (dejando aparte las distintas variedades dialectales), la cultura (dejando aparte que la Cataluña actual es un agregado de distintas identidades), cierta unidad étnica y antropológica, mucho más que la historia (muy diversa, por otra parte…, por ejemplo, “Catalunya” no apoyó unánimemente al archiduque austriaco en la Guerra de Sucesión, ni toda Catalunya se opuso a los borbones en el mismo conflicto) y el continuum geográfico definen a Catalunya como “nacionalidad”. Lo mismo podría aplicarse a Galicia y otro tanto al País Vasco. Pero es rigurosamente falso que se trate de “naciones” en el sentido moderno de la palabra.

La Historia es importante para definir la diferencia entre “naciones” y “nacionalidades”. El mundo antiguo conoció “nacionalidades” e “imperios”. Los imperios estaban formados por nacionalidades a partir de un pueblo que se imponía por su potencia militar y su superior cultura y modelo de civilización. El concepto de nación, por el contrario, es relativamente reciente. Aparece con las revoluciones burguesas de finales del siglo XVIII, como cristalización última de un proceso que se había iniciado en los últimos siglos de la Edad Media, cuando se destruye el ecumene medieval. A decir verdad, el gran problema del nacionalismo y del independentismo es demostrar que Cataluña en alguna ocasión haya sido “nación”. No lo ha sido más que en los cerebros calenturientos de los nacionalistas e independentistas actuales. Sus precedentes, los fundadores del regionalismo romántico catalán aludían solo a “nacionalidad” (el título de la obra de Prat de la Riba es significativo al respecto: “La nacionalidad catalana”).

Cataluña nunca ha sido nación y no lo será por decisión de unos tristes parlamentarios procedentes de una legislatura que ha defraudado en gran medida al electorado catalán, ni por el resultado de un referéndum. Hay algo que define a las naciones reales y es la continuidad generacional. España sigue existiendo porque sigue habiendo hombres y mujeres que creen en su destino nacional. La continuidad generacional es la persistencia tácita de la idea de nación a lo largo de las generaciones. Una votación o un referéndum pueden tener consecuencias políticas, pero no desde luego históricas. Indica solamente la cristalización de una determinada coyuntura política, nada más. Para que exista una nación es preciso algo más. La clase política catalana, aquejada de un irreprimible complejo de tiranismo, se ha creído capaz de “crear naciones” mediante un mero debate parlamentario, argumentando que representan al “90% de los parlamentarios catalanes”. Si, pero en un momento concreto. Ni antes ha existido una voluntad de considerar a Cataluña como “nación”, ni probablemente mañana tampoco se dará esa misma circunstancia. Ni siquiera, si no hubiera estado presente un político irresponsable, carente de idea del Estado y de cualquier cosa digna de llamarse patriotismo, como Zapatero, esa idea hubiera logrado ser llevada a referéndum.

El Estatuto pretende variar la continuidad generacional necesaria para definir el término nación, por un providencialismo inmediatista del que se han aureolado los diputados que lo han aprobado. Por eso lo rechazamos.

Pero lo más sorprendente es que en el Artículo 1 del Estatuto se dice: “Cataluña, como nacionalidad, ejerce su autogobierno constituida en Comunidad Autónoma de acuerdo con la Constitución y con el presente Estatuto, que es su norma institucional básica”. Lo que era nación en el preámbulo, ahora, por arte de las conveniencias parlamentarias y del equilibrio de la confusión, se convierte nuevamente en nacionalidad. La clase política catalana del 3% ha pretendido hacer de Cataluña una “nación” y también una “nacionalidad” y de seguir los consejos de Prat de la Riba en su libro antes citado, seguramente también un “imperio”, pues no en vano uno de los capítulos de esta obrita se titula significativamente “El imperialismo catalán”.

Estas consideraciones son las que permiten a los “legisladores” poner “patas arriba” todo lo que ha sido Catalunya hasta este momento. Se trata, simplemente, de dar marcha atrás a la rueda de la historia y restablecer las instituciones que habían existido antes. Sustituir las provincias por “veguerías”, especialmente, creando un sistema administrativo excepcionalmente denso y tupido en el que la intención inicial con la que se aprobaron los estatutos de autonomía en la transición (la descentralización del Estado y la disminución de la burocracia) dé nacimiento a un fenómeno completamente nuevo presente en este Estatuto desde el Artículo 2.2.: la creación de una burocracia catalana omnipresente y la burocratización de la vida catalana, tal como veremos más adelante. Se dice: “Los municipios, las veguerías, las comarcas y los demás entes locales que las leyes determinen, también integran el sistema institucional de la Generalitat, como entes en los que ésta se organiza territorialmente, sin perjuicio de su autonomía". “Municipios”, “veguerías”, “comarcas” e incluso “demás entes locales”… generan unos mecanismos tan complejos de decisión que constrastan con la realidad de Cataluña cuya primera característica es el desequilibrio territorial entre un “Área Metropolitana” de Barcelona en la que se agrupan dos terceras partes de la población catalana, y el resto de comarcas catalanas, algunas de las cuales particularmente deprimidas. El Estatuto no reconoce esta realidad, sino que la traviste en una innecesaria multiplicación de niveles administrativos y burocráticos capaces de absorber todo el clientelismo derivado de la clase política nacionalista y socialista.

En el Artículo 3 se vuelve a aludir a la política de equilibrios en la que se mueve el nacionalismo, el independentismo y el socialismo pusilánime catalán. Se trata de establecer distancias que permitan aparecer a Cataluña como “realidad nacional” (término vago que no se sabrá jamás si se refiere a “nación” o “nacionalidad”. Se dice, por ejemplo en el parágrafo 2 de dicho artículo: “Cataluña tiene en el Estado español y en la Unión Europea su espacio político y geográfico de referencia e incorpora los valores, los principios y las obligaciones que derivan del hecho de formar parte de los mismos”. Si se aludiera solamente al “Estado español” quedaría muy clara la vinculación de la Generalitat con “España”, pero si se introduce la innecesaria referencia a la Unión Europea, esta vinculación queda diluida. Y decimos innecesaria porque es evidente que, con mención o sin ella, Cataluña está vinculada a través de España a la UE. Dicho sea de paso: es significativo que se escriba con minúsculas “Estado español” pero con mayúsculas “Unión Europea”. Hasta en los pequeños detalles este estatuto evidencia la mezquindad y estupidez de quienes lo han redactado.

Asimismo, parece increíble que el parágrafo 1 de dicho Artículo 3 haya sido aprobado por los diputados de partidos “estatales” como el socialista en el parlamento español. Se dice en este artículo: “Las relaciones de la Generalitat con el Estado se fundamentan en el principio de la lealtad institucional mutua y se rigen por el principio general según el cual la Generalitat es Estado, por el principio de autonomía, por el de bilateralidad y también por el de multilateralidad”. Depende de quien lea esto y de la voluntad con la que se lea, este artículo puede aludir al mismo Estado o a dos Estados diferentes. ¿Qué se quiere decir con la expresión “la Generalitat es Estado”? ¿No hubiera sido mucho más claro explicar que la Generalitat es un organismo incluido en el Estado Español? ¿O era precisamente esa idea la que se intentaba esquivar? ¿Y qué se quiere decir afirmando que las relaciones entre la Generalitat y el Estado se “fundamentan en el principio de la lealtad institucional mutua”? Lo que se está queriendo decir es que entre la Generalitat y el Estado existe una igualdad intrínseca, en lugar de un principio de jerarquía: el Estado es el “todo” y la Generalitat una “parte”. Las partes son siempre inferiores al todo.

Por otra parte, y ya que estamos en esto, ¿qué “lealtad” puede ofrecer una Generalitat que hace de la colocación de una bandera “estatal” en el Castillo de Montjuich una cuestión de principios? ¿De qué lealtad puede hablar un Carod-Rovira que se ha declarado independentista o un nacionalismo cuya lealtad solamente queda asegurada por la contrapartida económica en la que se tasa? ¿De qué lealtad puede hablar una Generalitat que intenta erradicar completamente las tradiciones “españolas” del ámbito catalán? ¿O que afirma con una seriedad pasmosa la “co-oficialidad” del catalán, entendiendo que es la única lengua oficial en Cataluña y que es en el resto del Estado en donde el catalán debe ser cooficial? El recurso a la patraña de la “lealtad” viene obligada para dar una salida honorable a los diputados socialistas que, después de meses y meses de abominar del Estatuto, a la hora de la verdad, votaron SI en el parlamento español.

Por todo ello VOTAR NO, no es solamente una obligación política, sino una alta tarea moral.

Próxima entrega:

¿Estatuto o constitución frustrada por las circunstancias?


© Ernesto Milà Rodríguez – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 25.05.06

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