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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

NACIONAL

¿La economía va bien?

¿La economía va bien?

Info|krisis. - La única carta que el PP va a poder esgrimir en este año plurielectoral es la “buena marcha de la economía”. El hecho mismo de que lo hayamos colocado entre comillas ya indica que podemos en duda tal estado de beatitud de nuestro rumbo económico. En realidad, lo que está ocurriendo es que la bajada de los precios del combustible ha enmascarado temporalmente la situación real. Por lo demás, el “crecimiento económico español” sirve solamente para cubrir –y a duras penas– los intereses de la deuda. En absoluto para disminuirla. Y mucho menos para generar “riqueza” a disposición de la sociedad. Esta es la situación real. Y, no nos engañemos, dista mucho de ser halagüeña.

Cuando el crecimiento económico no hace posible el pago de la deuda y la disminución de la misma es que la economía “no va bien”. Y las cifras son particularmente duras y decepcionantes para el gobierno: el Estado adeuda ligeramente algo más de un billón de Euros. Lo que no está mal y supone una de las deudas más elevadas del planeta. Pero nos equivocaríamos si pensáramos que este es el único problema que tenemos: la deuda de las empresas es incluso mayor y asciende en estos momentos y después de siete años de restricción del crédito, a 1,3 billones de Euros. Aunque la banca abriera de par en par las espitas del crédito parece difícil que esta cifra se lograra cubrir en las próximas décadas.

Y luego, finalmente, está la deuda de las familias que se va aliviando en la medida en la que las “familias” han ido restringiendo el consumo (entre otras cosas porque los bancos les han cerrado las puertas del crédito): hoy adeudan 650.000 millones a pagar. En total, nuestro país y todos nosotros debemos la estremecedora –e impagable– cifra de TRES BILLONES de Euros.

Incluso considerando las cifras y las previsiones más favorables dadas por el gobierno, a lo largo de 2015 no permitirán pagar ni siquiera los intereses de la deuda. Las cifras no las doy yo sino Niño Becerra: España este año crecerá unos 25.000 millones de euros… y tendrá que pagar 36.000 millones de euros de intereses.

No se trata de que situaciones similares se den en otros países desarrollados (solamente la deuda pública en EEUU supera los 12 billones de Euros), sino de que toda esta deuda es impagable incluso a larguísimo plazo.

Por lo demás, es sabido que la economía solamente va bien para los “grupos de caza” y los “tiburones” de los fondos de inversión, los bancos y, en general, el gran capital especulativo. No para la sociedad. Y es importante retener esta idea: nuestros gobiernos, ya no trabajan para nosotros los ciudadanos, trabajan, fundamentalmente, para mantenerse en el poder (a la vista de que los grandes negocios solamente se hacen a la sombra del poder) y son los grandes grupos económicos los que les permiten mantenerse en el poder.

La sensación que dan los gobiernos en la actualidad es el deber su posición a los resultados electorales pero no gobernar para sus electores sino para mayor gloria de los intereses de los señores del dinero. Soros lo ha dicho y lo ha repetido: “los mercados gobiernan cada día; los ciudadanos una vez cada cuatro años” no es rigurosamente cierta: los mercados gobiernan cada día, no solo porque condicionan las decisiones de los gobiernos, sino porque utilizando a los consorcios mediáticos, conforman la opinión pública de los votantes.

El problema económico no se ha iniciado ahora. Las tendencias actuales tienen su origen a finales de los años 70, cuando se iniciaron en el Reino Unido con Margaret Thatcher la oleada de privatizaciones que consagró al neoliberalismo como única doctrina asumible para las élites económicas. Desde entonces el poder adquisitivo de los salarios no ha hecho nada más que disminuir y los gobiernos, con la excusa de “incentivar la economía” han ido aumentan la presión fiscal sobre las rentas procedentes del trabajo y disminuyéndola a las rentas procedentes del capital.

Hay “democracia” para elegir los gobiernos, pero no para aplicar políticas que redunden en beneficio de los electores. Se gobierno para los “señores del dinero” con los votos de una sociedad cada vez más contraída en sí misma, que siente sobre sus cabezas el miedo a la espada de Damocles del empobrecimiento y con mayores riesgo de pauperización.

Una economía sólo puede “ir bien” cuando la sociedad –es decir, cada una de las personas que la componen– va bien. Cualquier otra cosa es “vanidad de vanidades y mecerse en el viento”. La economía española no va bien, precisamente porque los nuevos empleos que se crean (y que se destruyen casi a la misma velocidad) no garantizan lo esencial para el mantenimiento de una sociedad y para su prolongación en el tiempo: salarios dignos para formar nuevas unidades familiares, para llevar una digna con posibilidades de progreso, para no vivir con miedo a la finalización del contrato o a los años de paro que siguen al corto período como becario y al largo período de estudios, con unos servicios sociales básicos y de calidad (no simplemente para cubrir el expediente a mínimos).

Por todo esto, no vale la pena discutir: la economía no va bien, tal como queda demostrado, por la sencilla razón de que la sociedad no lo percibe. Lo que va bien es algo muy diferente: lo que va bien es la economía especulativa y el destino de los “señores del dinero”, un concepto que tiene poco que ver con la economía real, la productiva, la que absorbe y paga mano de obra y la que se traduce en unos niveles salariales aceptables y la producción de bienes tangibles. Una economía no “va bien” cuando los informes más optimistas asumen que en la mejor de las hipótesis el paro en España se enquistará ad infinitum en un 18%.

Si esta es la previsión de instituciones económicas dignas de toda confianza, los gobiernos deberían empezar a pensar en aprobar un salario social o de lo contrario se van a encontrar con una quinta parte de la ciudadanía completamente desasistida especialmente en un tiempo en el que las perspectivas para una economía como la española que depende en buena medida de la marcha de la economía en Iberoamérica (que no es en estos momentos buena y que cada día está evolucionando de manera más negativa especialmente en Argentina y en Brasil).

El dinero para este salario social está ahí, solo que mal distribuido: es el que se emplea en mantener el costoso e inviable “Estado de las Autonomías” (que se va comiendo cada día que pasa, más y más, al Estado del Bienestar) y del mantenimiento de una bolsa de inmigración subvencionada que desde que llegó ha servido solamente para desestabilizar el mercado de trabajo, mantener los salarios a la baja y descoyuntar un poco más a nuestra sociedad mediante el ingreso de ocho millones de recién llegados, n su mayoría sin formación laboral que, lejos de proporcionar un valor añadido a nuestra economía se han configurado siempre como un lastre.

La concesión de un salario social no es una medida que pueda adoptarse aisladamente, sino que solamente podría implantarse dentro de un marco de reforma del Estado y de la Sociedad. Se sabe los excesos a los que se ha llegó en Andalucía con el PER y, por otra parte, una legión de toxicómanos no puede beneficiarse permanentemente de un subsidio simplemente porque su adicción no les permite trabajar; sin olvidar la legión de vagos o defraudadores que, desde Rinconete y Cortadillo siempre han estado presentes en la historia de España: nadie da algo a cambio de nada. Trabajos sociales, formación efectiva, deberían de ser las contrapartidas para la percepción de un salario social.

En cualquier caso, teniendo en cuenta que en estos momentos los algo más de 5.000.000 de parados podrían reducirse en algo menos de la mitad mediante la repatriación de los casi tres millones de inmigrantes en paro de larga duración, la implantación de un salario social sí sería viable. A condición, naturalmente, de una reforma global de la sociedad.

Es evidente que dentro de esta reforma, uno de los aspectos fundamentales es el “modelo económico”. España, que podría ser el “granero de Europa”, gracias a un mal acuerdo suscrito con la Unión Europea en tiempos de Felipe González, va viendo cómo se extingue su capacidad agrícola. El desarrollo del sector primario de la economía, sobre bases nuevas, parece una buena opción. Si lo fiamos todo a la capacidad industrial advertiremos que en la actualidad, en el mundo, existe una sobreproducción que hace inútil cualquier intento de competencia en este terreno.

No podemos olvidar, finalmente, que el destino de España está íntimamente ligado –nos guste o no– a los de los países de nuestro entorno político (UE) y de nuestro ámbito cultural (Iberoamérica). La interrelación entre las economías es tal que obliga a “pensar juntos” con otros países. Ese “pensar justos” se debe basar en tres hechos reales (el agotamiento creciente de materias primas, lo impagable de la deuda mundial y una elevadísima capacidad industrial que lleva directamente a la sobreproducción en cualquier rama de la economía) que deben ser relacionados con los problemas específicos de nuestra economía y de nuestro Estado (inviabilidad del Estado de las Autonomías, exceso de inmigración, paro estructural de 1/5 parte de la población laboral). Solamente interrelacionando todos estos factores puede encontrarse la fórmula final correcta que aplicar a una sociedad sedienta de progreso, distribución de la riqueza, trabajo y seguridad.

Y para ninguno de estos elementos, el PP tiene respuesta, salvo el mantra de que “la economía va bien”.

 

© Ernesto Milá – Info|krisis – ernestomila@yahoo.es – Prohibida la reproducción de este artículo sin indicar origen.

 

Anticipación resultados

Anticipación resultados

Info|krisis.- En los últimos días previos a una consulta electoral, es bueno dejar de creer en los sondeos: todos, sin excepción, están “cocinados” para que salgan los resultados que quienes los han encargado pretenden que se difundan. Dado que en España no existe ley alguna que castigue este tipo de fraudes, se siguen repitiendo inevitablemente. Por tanto no vale la pena consultar a unos u otros sondeos para prever lo que va a ocurrir, pero sí pulsar la actualidad, sentir el pálpito de la calle y prever tendencias. Y eso nos permite establecer algunas previsiones.

La erosión de los viejos partidos

No parece, de ninguna manera, que vaya a haber un ganador claro en estas próximas elecciones. Ni el PP mantendrá las cuotas de poder que ha tenido en los últimos cuatro años, ni el PSOE recuperará lo que perdió entonces. No se trata del “desgaste del poder”, sino del “cansancio del elector” al tener que afrontar las mismas siglas (la “vieja banda de los cuatro”) con los mismos estribillos. El “cansancio del elector” es un síntoma inequívoco de la “crisis de régimen”. No es tal o cual sigla la que ve peligrar su posición política, sino que todas las siglas que hasta ahora han sido hegemónicas en el panorama político y se han convertido en responsables únicas de todo lo sucedido en las últimas décadas, empiezan a ser consideradas como “responsables solidarias”.

Es innegable que una parte del electorado –una parte creciente– busca, cada vez más, opciones nuevas. Para los electores que se sitúan en edades intermedias (la mayoría), el recuerdo de la sigla PSOE está ligada a pesadillas de juventud: el inicio de la corrupción en cadena, el GAL, el saqueo de los fondos reservados, la entrada en la UE, la reconversión industrial… Por su parte, la sigla PP, evoca el inicio de la inmigración masiva, la guerra de Irak con todo lo que implicó, el frenesí de la construcción, las subidas en los precios de la vivienda. Finalmente el zapaterismo evoca el inicio de la crisis económica, las medidas erróneas de apoyo a la banca, la centrifugación autonómica, el vacío de poder y la estupidez progresista. Por no hablar de Rajoy, maestro en silencios, del que se recordará su eterna proclama del término de la crisis que ningún español de clase media para abajo experimenta como real. Un ciclo de empobrecimiento general, pérdida global de poder adquisitivo y crisis política y económico-social avanzada.

En tales circunstancias, es evidente que un número creciente de electores que han sufrido, en cada consulta, decepción tras decepción, no van a repetir, nunca más, su voto ni a PP, ni a PSOE. Lo que hasta ahora ha sido un “bipartidismo imperfecto”, a partir de ahora se va a convertir en “otra cosa”.

Podemos: el “poco” al “algo” pasando por el “infinito”

Pero las opciones que “suben” en los últimos tres meses previos a las elecciones municipales han experimentado variaciones notables en sus posiciones y, consecuentemente, en su intención de voto. Inicialmente, la marea Podemos parecía que lo iba a arrasar todo. La extraordinaria campaña electoral que realizó en las pasadas elecciones europeas, la indicaba como una opción en la que podían caber todos los decepcionados por la gestión de los partidos hasta entonces mayoritarios.

Sometido a una campaña constante de hostigamiento por parte de la derecha y ante la que el PSOE optó por callar, primero se apuntó contra la financiación del partido. Era algo que convenía al PP, para el que el gobierno bolivariano de Venezuela siempre ha sido una especie de “bestia negra”, y contra el que Aznar ya apoyó directamente medidas golpistas ideadas en los laboratorios de la CIA. Con esos precedentes, no podía extrañar que los venezolanos apoyaran al diablo en persona si se trataba de erosionar a sus enemigos más directos. Así pues, en un primer momento, se insistió en la cuestión de la financiación de Podemos… olvidando que si hubo transición en España fue porque el PSOE recibió ingentes cantidades de la socialdemocracia alemana, a través de la Fundación Ebert, que le permitieron estar presente en un país del que se había ausentado durante cuarenta años. Sin olvidar, por supuesto, que el PP, entonces Alianza Popular, recibió cantidades menores, pero, en cualquier caso significativas, de la Fundación Adenauer, ligada a la democracia cristiana alemana. Del PCE no vale la pena hablar, sino es para recodar que esta formación estuvo desde el principio apoyada por la URSS y que siguió estándolo hasta el mes anterior al fusilamiento de Ceaucescu…

Pero la campaña contra Podemos por esa vía no dio excesivo resultado. Muchos electores se planteaban que era mejor que los apoyaran “desde fuera” de España antes que robaran de las arcas públicas “dentro” de España. Luego empezaron los ataques contra los dirigentes de Podemos. Íñigo Errejón fue el primero en ver su nombre vinculado a una miserable corruptela de unos pocos miles de euros. Imposible compararlo con los grandes casos de corrupción protagonizados por la “banda de los cuatro” que alcanzaban cientos de millones de euros, miles de millones en su conjunto. Más graves fueron las sospechas de corrupción y oportunismo que empezaron a afectar a la dirección de Podemos.

Los nombres de Carolina Bescansa y de Juan Carlos Monedero, empezaron a estar ligados, no sólo a presuntos casos de financiación ilegal, sino a sospechas de enriquecimientos personales. No era solamente que el dinero parecía llegar de Venezuela, sino que no todo era empleado en financiar al partido; una parte se perdía en los intermediarios y eludía los compromisos con Hacienda. Y esto empezó a disgustar a una opinión pública harta de casos similares a éste. Pero hubo algo más que sembró la decepción y rebajó las expectativas de Podemos.

La falta de dominio de los “tonos” y los “tempos”

En política, los “tempos” y los “tonos” son esenciales; de su dominio depende que una opción salga perjudicada o dispare su intención de voto. Pablo Iglesias creyó, después de las elecciones europeas y hasta hace apenas mes y medio, que unas elecciones le bastarían para configurarse como partido mayoritario sentado en las poltronas del poder. De ahí sus reticencias a presentarse a las elecciones municipales. Sabía que, en un partido de escasa solidez y que había experimentado un rápido crecimiento, podían haberse filtrado oportunistas de todos los pelajes que en apenas unas semanas, en cuanto se sentaran en algunos ayuntamientos, empezarían a generar los mismos casos de corrupción y a hacer gala de ineptitud en la gestión, perjudicarían la imagen de marca de Podemos de cara a un éxito definitivo en las elecciones generales. No se le ocurrió plantear la abstención para las municipales y autonómicas, lo que hubiera dado la medida de su fuerza y hubiera situado a la democracia española ante una grave crisis, al haberse superado (sin duda muy ampliamente) la barrera psicológica de un 50% de abstenciones, votos en blanco y votos nulos. Podemos evidenció que quería “tocar moqueta” y quería hacerlo lo antes posible. Y no solamente la cúpula sino incluso el último responsable del círculo más olvidado del grupo.

Durante casi un año, Pablo Iglesias ha estado convencido de que quedaría por delante del PP y del PSOE en la siguiente consulta electoral. Ha seguido con aires de predicador anunciando la buena nueva de la “autoredención” (“Sí que podemos”) y ha querido seguir presentándose como el moralizador de la política española… cuando su organización entraba –injustamente, pero ahí estaba asimilada al PP y al PSOE– en el cuadro de honor de la corrupción con las pequeñas trapacerías de Errejón, la sospecha de desvío de fondos por parte de Bescansa y Monedero, y la certidumbre de que habían defraudado a Hacienda. Iglesias no supo variar el “tono”. El hecho de que se proclamara vencedor de unas elecciones que no se habían convocado, sólo porque las encuestas de enero-febrero le daban como opción mayoritaria indica que tampoco dominaba el “tempo”.

Por lo demás, el moderarse le ha hecho perder perfil propio. Una cosa es ser una opción de protesta de izquierdas y otra muy diferente presentarse como socialdemócrata moderados… opción para la que ya está el PSOE y todo lo que representa. Hubiera sido mucho más realista, asumir el voto de protesta en una primera fase, y una vez consolidado el partido, lanzarse a la conquista del electorado de centro-izquierda. Para lo cual –entonces y sólo entonces–hubieran debido variar el “tono” del discurso. Sin embargo, lo han hecho antes de tiempo, cuando ni siquiera tenían consolidado el “voto de protesta”. Podemos ha perdido el perfil propio antes de que pudiera ser confirmado por un sector del electorado. Y es que, en política, “tono” y “tempo” son esenciales.

El resultado ha sido que Podemos llega debilitado a las elecciones municipales. En Andalucía se ha demostrado que sus propuestas no van más allá de cuatro tópicos sobre los desahucios, la corrupción y la demagogia de repartir subsidios como remedio a la pobreza. Poco, nada en realidad.

Finalmente, el partido se ha demostrado como una federación inestable en la que ni siquiera existe unidad en las siglas, sino una multiplicidad de nombres y taifas que hacen imposible que el partido adopte un perfil único, que no pueda ser considerado como “partido” e, incluso, subsistan dudas sobre si es una “federación”, un “movimiento”, o más bien la sospecha de que se trata de una galaxia inconexa.

Ciudadanos: falta de respuestas y balbuceos

Es significativo que muchos de los que se afiliaron a los círculos de Podemos después de las elecciones europeas, estén ahora, menos de un año después, incluidos en las listas de Ciudadanos. Esta es la segunda “opción de reemplazo” que ha aparecido en menos de un año. Partido recluido desde su fundación en Cataluña, hasta hace menos de cuatro meses, era impensable que pudiera tener bases sólidas en cualquier otra zona del Estado. De hecho, sus propuestas eran tan similares a UPD y el espacio político que se disputaban tan absolutamente idéntico que solamente la torpeza de Rosa Díez, negándose desde hace cuatro años a cualquier tipo de pacto con C’s, ha estado en el origen del desplome de esta formación y, consiguientemente, del ensalzamiento de la otra.

En el fondo, Rosa Díez no era más que la representante de la vieja casta política, travestida en múltiples ocasiones y cuyas posiciones políticas no podían entenderse si no era por sus fracasos personales: Rosa Díez prefirió ser cabeza de ratón (líder de UPD) antes que cola de león (secundaria en el PSOE) y volvió a preferir este mismo juego cuando tuvo la oportunidad de pactar con C’s. A partir de ahí, cuando C’s alcanzó un nivel de voto similar al suyo, era evidente que la aproximación debía de operarse a marchas forzadas (así lo vieron Sosa Wagner y los diputados europeos de UPD) contra lo que hasta ese momento había sido la opinión de “Rosita la pastelera”. Al seguir negándose a renunciar al liderazgo absoluto y aceptar el ser una más en el grupo dirigente de un partido mayor determinó su muerte política definitiva. Luego, lo que ha ocurrido en el interior de su partido ha evidenciado que estaba compuesto por oportunistas de pocos vuelos.

Por lo que respecta a Albert Rivera ha tenido dos fases: como líder del anti-soberanismo en Cataluña y como líder de una formación de alcance nacional. Para lo primero estaba perfectamente cualificado. Lo que ha propuesto en materia de estructuración del Estado parece razonable y, tanto él como sus diputados en el parlamento de Cataluña se han mantenido en sus promesas electorales: antisoberanismo, antisoberanismo y sólo antisoberanismo.

Harina de otro costal es cuando Rivera ha querido ocupar un terreno en la política nacional (lo que le ha venido dado por la cerrazón de Rosa Díaz). Como en el caso de Pablo Iglesias han sido las televisiones privadas las que han apostado por él. Tampoco aquí, Rivera ha sabido controlar ni el “tempo”, ni el “tono”. Una vez más, las encuestas han fascinado a un dirigente político. El resultado en Andalucía obtenido por su candidatura ha sido muy bueno, especialmente si tenemos en cuenta que su candidato y su programa son de un gris desvaído verdaderamente inencontrable en la política española desde UCD. Pero el problema ha venido justo después: cuando se trataba de persistir en el mismo “tono”: la formación en Andalucía empezó a coquetear con Susana Díaz en un intento de tocar poder lo antes posible. El resultado de esa primer movimiento táctico fue hacer sonar las alarmas en C’s: si Marín aceptaba pactar con el PSOE andaluz, conseguía lo que seguramente había estado buscando desde que se presentó a las elecciones autonómicas, apenas satisfacer una pequeña ambición… pero con ello hacía increíble el programa renovador de C’s en el resto del Estado.

Llamado al orden, rectificó y hoy resulta claro que no habrá gobierno en Andalucía sino después de las elecciones municipales en el resto de España. Lo que ocurrirá luego allí (y en los ayuntamientos de toda España), determinará claramente las correlaciones de fuerzas y por dónde circulan las preferencias para pactar.

El “tempo” también ha ido mal para Rivera: proliferarse en los medios de comunicación tiene como aspecto positivo el que su rostro es cada vez más conocido y aparece como un opción a considerar por parte de los votantes… pero, con la contrapartida, de que cada vez resulta más evidente que, aparte de sus tomas de posición en política autonómica, poco o nada puede aportar a la política nacional y que su adscripción inicial al “centro-izquierda” era un subterfugio para amagar un eclecticismo forzado, no tanto por su “centrismo” como por su falta de ideas y sus temores a meter la pata en cuestiones fundamentales. Y es que hoy no se vota tanto “a favor de”, como “en contra de”. No hace falta presentar muchos méritos para recibir el voto, sólo hace falta que el adversario lo haya hecho muy mal.

No están en el inicio de un ciclo nuevo sino en la etapa terminal del antiguo

Las viejas formaciones políticas están gastadas, realizan campañas mastodónticas ante una indiferencia creciente de la población y ni siquiera consiguen atenuar la mala impresión que el electorado tiene de las gestiones pasadas de estas siglas. Pero las nuevas formaciones políticas no terminan de convencer. Son, hoy por hoy, refugio para decepcionados que creen que no están ya dispuestos a repetir el error de entregar su voto a “los de siempre”, pero no son nada más. Distarán mucho de tener mayorías absolutas, y bastante tendrán con igualar sus resultados a los de las viejas formaciones.

Les queda mucho por aprender y, sobre todo, les falta valor: valor para ofrecer soluciones radicales (esto es, que apunten a las raíces de los problemas), valor para reconocer el fracaso del régimen político nacido en 1978, valor para decir bien alto y bien claro que se oponen, no solamente a la globalización, sino a todo lo que ella representa, valor para defender al Estado y a la Nación, valor para ir más allá de la conquista de unas cuantas poltronas y de unos espacios de poder que serán suficientes solamente para satisfacer las ambiciones personales de la corte de pobres aprovechados que se está sumando a sus filas y que cambiarán de opción con la facilidad como se cambia de traje.

Lo sorprendente del sistema político español es que, su ineficiencia contrasta con la incapacidad del mismo sistema para reformarse a sí mismo. Se ha dicho, con razón, que la deriva que ha seguido tanto Ciudadanos como Podemos (y la cosa podría extenderse a ERC y a Sortu en relación a CiU y al PNV) son “marcas blancas” del régimen. De momento, la debilidad de sus discursos, las limitaciones e impreparación de sus grupos dirigentes, su falta de una práctica radical y su sometimiento a las reglas del juego impuestas por la “vieja banda de los cuatro”, indican que no van a ser ellos quienes lideres un cambio real, sino los que garanticen la continuidad del régimen en su actual configuración. Algo que, sin duda, decepcionará a muchos de sus partidarios.

La pregunta a formular en este momento es ¿qué aportarán a la política española? Y la respuesta es solamente una: inestabilidad. No es lo mismo gestionar un mapa político con cuatro opciones (dos mayoritarias y dos regionales), diseñada como “bipartidismo imperfecto”, que hacerlo con ocho opciones sólidamente asentadas en el parlamento (formadas por la “vieja banda de los cuatro” y por la “nueva banda de los cuatro”).

¿Por qué inestabilidad? Porque cada partido temerá perder su cuota electoral si desciende a pactar con tal o cual formación que, habitualmente, será aquella de la que han recogido su voto de descontentos y de protesta. Cada pacto se deshará como un azucarillo cuando las encuestas anuncien el rechazo de los electores.

Pero hay algo peor: el régimen se configurará, cada vez más, como irreformable. En la actualidad, bastan dos tercios de la cámara para poder modificar la constitución. La suma de votos de PP y PSOE basta para alcanzar sobradamente esta cantidad. A partir de las próximas elecciones generales ya no llegarán a esa cifra. Así pues, hará falta poder de acuerdo a más partidos para realizar la más minúscula reforma constitucional… a mayor número de intereses menos posibilidades de acuerdo.

No parece que en las próximas elecciones municipales vaya a haber “grandes ganadores”. Tanto los viejos partidos, como las siglas nuevas, van a aparecer como derrotados. Los primeros por haber perdido votos, los segundos por no haber conquistado los votos a los que aspiraban hace sólo unas semanas. La inestabilidad empezará, pues, por los ayuntamientos y por las comunidades autónomas. Luego vendrá el misterio andaluz (¡gobierno PSOE-Podemos, gobierno PSOE-Ciudadanos, nuevas elecciones?) y más tarde las autonómicas catalanas (¡victoria soberanista, victoria estatalista, tablas?)…

Cuando lleguen las generales a principios de año, un electorado desorientado y apático se enfrentará una vez más a su destino. Ni los grandes perderán tanto, ni los pequeños crecerán lo esperado; unos y otros llegarán desgastados y apoyados por un electorado cada vez más escéptico. No estamos ante la fase iniciar un nuevo ciclo político, estamos en la fase final del viejo ciclo. 

© Ernesto Milá - Info|krisis – ernestomila@yahoo.es – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

Alternativas desdibujadas

Alternativas desdibujadas

Info|krisis.- La semana que empieza ha dejado atrás dos noticias que influirán decisivamente en el futuro de los nuevos partidos que aspiraban a luchar contra “la casta”. Por una parte, Podemos está viviendo su primera gran crisis con la dimisión de Juan Carlos Monedero y la brecha cada vez mayor abierta entre la cúpula y las bases. De otra, Ciudadanos ha perdido la virginidad definitivamente, al haber establecido un pacto de gobierno con el PSOE en Andalucía. Estos dos elementos van a jugar decisivamente en el papel de estas dos formaciones en las semanas que van a seguir contribuyendo a diluir su papel de “alternativa a la casta” y a afirmarlas más bien como “prolongación de lo que existe”.

La “nueva banda de los cuatro” en apoyo a la “vieja banda de los cuatro”

Hace apenas tres meses, Podemos era el “primer partido” del país; hoy ya no lo es. Hace un mes, Ciudadanos ocupaba el mismo papel. Mañana, seguramente, no lo será. Apenas quince días atrás, las encuestas anunciaban un “empate” entre las intenciones de voto de estos dos partidos y las del PP y el PSOE. En las próximas semanas, no albergamos la menor duda de que Ciudadanos iniciará un declive que reducirá sus expectativas de voto en las elecciones municipales y autonómicas. ¿El culpable? Juan Marín y los pactos que a los que ha llegado en Andalucía para apoyar la elección de Susana Díaz como presidenta autonómica.

Era evidente que, antes o después, la “nueva banda de los cuatro” (formada por ERC, Bildu, Podemos y Ciudadanos), como cualquier otro que aspire a “nadar” en política, iba a “mojarse” y a tener que demostrar ante la opinión pública la pasta de la que estaban hechos sus dirigentes. Sabemos, por ejemplo que las preferencias de Bildu, como las de ERC, consisten en formar un “frente soberanista” con los nacionalistas moderados. Era algo que estaba implícito en su condición de “nacionalistas radicales” y que, por tanto, no ha sorprendido.

Mucha más sorpresa ha causado la problemática interna que se ha desarrollado en el interior de Podemos entre los “posibilistas” y los “radicales” y que tiene también su reflejo en Ciudadanos, partido dirigido en Andalucía por un pequeño aventurero de la política que tiene prisa por “tocar moqueta” y congraciarse con el que, sin duda, es –a corta distancia del gobierno autonómico catalán– la vanguardia de la corrupción del “Estado de las Autonomías”. Si esto hubiera ocurrido en Aragón o en Cantabria, nadie su hubiera sorprendido del puente tendido de Ciudadanos hacia el PSOE, pero en Andalucía la cosa ha sido doblemente sorprendente por dos razones:

-          En primer lugar porque los votos de Ciudadanos proceden del PP… y nunca lo hubieran entregado a esta formación de saber que iban a ser destinados a apuntalar a Susana Díaz en el poder y al “régimen” socialista andaluz muy tocado tras el procesamiento de Cháves y Griñán por el escándalo de los EREs.

-          En segundo lugar porque supone un toque de atención para millones de electores de toda España decepcionados con la derecha liberal y que habían visto en Ciudadanos, un nuevo experimento “centrista”, incontaminado y virginal.

Las prisas de Marín en trenzar un acuerdo con el PSOE que le garantizara que el tiempo que vaya a permanecer en política le aportará suficientes beneficios para desaparecer sin problemas (en cuatro años veremos lo que queda de Ciudadanos en Andalucía), perjudican gravemente la credibilidad de Albert Rivera (salvo en Cataluña en donde el partido sigue creciendo gracias a que el PSC se mantiene instalado en una improbable “tierra de nadie” entre soberanismo y estatalismo, y la actitud de Ciudadanos allí se basa, no tanto en el centrismo, como en ventear el antinacionalismo como reclamo electoral). Pero en el resto del Estado, la actitud de Ciudadanos va a repercutir muy negativamente en la bolsa de votos que hasta ahora se prometía Rivera.

Podemos: de la gloria al fraccionamiento

Peor van las cosas en Podemos. De la fascinación que ejercía sobre el electorado se ha pasado a verlo como un partido dividido interiormente, con una cúpula fracturada y con un rumbo inestable. No es que los ataques del PP y del PSOE hayan erosionado a Podemos. De hecho, se trataba de ataques destinados a interrumpir el flujo de adhesiones a este partido procedentes de las propias filas de la socialdemocracia o de los decepcionados del PP. El hecho de que estos partidos alardearan de que Podemos había recibido subvenciones procedentes del gobierno venezolano apenas le ha causado problemas: la mayor parte de la ciudadanía han pensado que, mejor que reciban dinero de fuera, antes que nutrirse como la “vieja banda de los cuatro” de las arcas públicas del Estado Español, es decir de los impuestos pagados por todos nosotros.

Lo que verdaderamente ha generado la pérdida de fuerza de Podemos ha sido:

-          De un lado el que los medios de comunicación de izquierdas han optado por promocionar a Ciudadanos, un partido destinado a nutrirse de votos procedentes de  la derecha, sin pensar que parte de esos votos, antes, se habían orientado a la bolsa de Podemos.

-          Las distintas orientaciones estratégicas entre las fracciones que componen la dirección de Podemos y que oscilan entre insertarse como un “partido reformista” más (Iglesias, Bescansa, Errejón) y los que optan por una estrategia “alternativa” (Monedero y la Izquierda Anticapitalista que recientemente visto expulsados a 60 de los suyos en Andalucía).

En muchas poblaciones, los candidatos que Ciudadanos va a presentar en las próximas elecciones municipales, hace solamente un año, tras las elecciones europeas, figuraban entre los afiliados a Podemos. Querían integrarse en un “partido de protesta” fuera el que fuera, sin importarles mucho su orientación. Simplemente no querían nada que ver con “la casta”, ni con sus siglas. Parte de los votos que llegaban a esta formación procedían de los votantes de centro-derecha hartos de verse decepcionados una y otra vez por el PP.

Era paradójico, pero no por ello menos real: un partido de extrema-izquierda recibía votos “centristas” procedentes del PP. Ahora, con la elevación de Ciudadanos a “gran partido nacional”, esos votos han cambiado de orientación y, de manera mucho más natural, van a parar a esta formación que, después de años de autoconsiderarse como de “centro-izquierda”, finalmente han asumido una ubicación “centrista” mucho más oportunista, pero también más adecuada a los contingentes de votos que les van a parar. Esto ha supuesto una primera merma para Podemos.

La segunda ha sido todavía mayor: Monedero no era uno más entre los fundadores de Podemos, era el ideólogo, el estratega, el hombre de los contactos. Y ha dado el portazo. Partidario de forzar la situación y de no transigir con la “vieja banda de los cuatro” (PP, PSOE, PNV, CiU), la derecha apuntó bien sus baterías contra él: con Monedero fuera del partido, Podemos pierde su carácter “alternativo” para convertirse en un partido más o menos reformista, moderado y cuyos miembros no tienen muy claro hacia dónde aplicarán las reformar en caso de participar en alguna coalición de gobierno.

Syriza como [mal] ejemplo para Podemos

Ahí está el caso de Syriza, otro elemento que también ha contribuido a sembrar las dudas sobre la viabilidad de proyectos similares. Después de meses de amenazar con romper con la UE y con el euro si no se condonaba parte de la deuda, de tantear a Rusia como alternativa de reemplazo, de proclamarse una y otra vez anticapitalistas, finalmente, el gobierno griego ha terminado por destituir a Varufakis, su propio ministro de economía como negociador con la “troika” de Bruselas. Syriza ha elegido su camino: aplicar, poco a poco, las reformas que exige la UE, procurar no causar sobresaltos al Euro; y, finalmente, no alterar el panorama internacional. Bienvenido Syriza a la socialdemocracia…

El ejemplo Syriza es, por el momento, bastante decepcionante para los que en España reivindicaban un espacio y una orientación similares. De hecho, Syriza y Podemos son cada vez más parecidos (salvo por el pequeño detalle de que Syriza tiene como socio de gobierno a un partido antiglobalización de derecha y en España una combinación de este tipo sería altamente improbable a la vista de que Podemos sigue preso con el viejo esquema de las “dos Españas”) y el camino emprendido por Syriza en Grecia es, justamente, el que aspiran a adoptar los moderados de Podemos en España. Pero Syriza “no ha podido” en Grecia, nada hace pensar, por tanto, que Podemos “sí pueda” en España.

Monedero no estaba dispuesto a ser domesticado por el sistema y por eso ha optado, finalmente, por irse. Su salida no ha generado inquietudes en la dirección, pero si ha ampliado la distancia entre ésta y una parte importante de sus bases. Los buenos resultados obtenidos en Andalucía por Podemos y por Ciudadanos para lo único que han servido es para ver claramente de qué manera iban a gestionarlos. Ahora sabemos que Ciudadanos se ha vendido rápidamente y seguramente por poco. Por su parte, Podemos en Andalucía se ha ido desdibujando en las semanas posteriores.

La “nueva banda de los cuatro”: los mismos problemas y alguno más…

La impresión que dan los dos partidos nacionales de la “nueva banda de los cuatro” es que sus dirigentes son excesivamente bisoños, meros aficionados sin mucho conocimiento de la política y de sus mecanismos, carecen de proyecto, de preparación, de experiencia, no solamente de gestión, sino incluso de capacidad para elaborar programas políticos viables que cambien algo. Veremos, incluso, cómo reaccionan cuando tengan la oportunidad de percibir comisiones y de aceptar corruptelas.

No somos muy optimistas al respecto: cuando un proyecto político está desdibujado, las ambiciones personales son demasiado concretas como para que existan argumentos éticos y morales suficientes para no contaminarse con el universo político corrupto de la “vieja banda de los cuatro”. Simplemente esas ambiciones pasan a primer plano por encima de cualquier otra consideración.

La historia, Marx dixit, se repite primero como tragedia y luego como comedia. ¿Vamos a olvidar que el PSOE de 1979 estaba formado por antiguos idealistas procedentes de toda la extrema-izquierda española, curtida en la clandestinidad durante los últimos años del franquismo (maoístas del Partido del Trabajo, de la Organización Revolucionaria de Trabajadores y de la Organización Comunista de España (Bandera Roja), trotskistas de la Liga Comunista, marxistas-revolucionarios de la OICE, Organización de Izquierda Revolucionaria de España)? De hecho, vale la pena recordar que el primer caso de corrupción que apareció en el PSOE fue el de Didac Fábregas, el antiguo secretario general de la OICE que debió emigrar a Cuba en 1984 por haber desviado a espuertas fondos públicos a su bolsillo.

Los jefes de la “nueva banda de los cuatro” son de “bajo perfil”: Rivera solamente se mueve bien en el tema antisoberanista, en todos los demás da una pobre impresión; Pavel Iglesias, agotada la temática “anticasta” tampoco aporta precisamente “ideas geniales” y, en ocasiones, ejerce un peripatetismo acaramelado.

Podemos y Ciudadanos, al insertarse de manera creciente en la política real, están perdiendo buena parte de los apoyos con los que inicialmente partieron. Su trayectoria este último año delata un fenómeno demasiado evidente: el de la volatilidad de estas opciones capaces en pocas semanas de pasar de las cimas de la gloria o los umbrales de la inanición política. A esto se une el “bajo perfil” de sus direcciones, incapaces de suscitar entusiasmo más allá del impulso inicial (una estrategia basada no tanto en los aciertos propios como en los errores de la “vieja banda de los cuatro”), gente que en medio de una crisis económica generalizada, ven en la política una salida personal para evitar acabar sus días como aburridos profesores no numerarios o como tristes reponedores de super. Sería incluso aceptable de no ser porque no es eso lo que proclaman al electorado...

En realidad, la “vieja banda de los cuatro” y la “nueva banda de los cuatro” no parecen muy diferentes una de otra: como máximo, una es el recambio generacional de la otra, pero sus valores, sus actitudes, sus duplicidades, no son muy diferentes… por tanto, hay que pensar que sus respuestas ante la corrupción, su oportunismo sin principios y su falta de escrúpulos, serán seguramente similares en ambos casos. El hecho de que a Ciudadanos haya ido a parar lo que de más oportunista hay en este país (con Juan Marín al frente) y que, como en Podemos, se hayan reunido allí los segundas filas de los grandes partidos, apartados por los ajustes de cuentas internos, o simplemente marginados de la política a la vista de su falta de solvencia intelectual y moral, no deja mucho lugar al optimismo.

El problema no es hoy que la “vieja banda de los cuatro” haya sumido a este país en la crisis más profunda y prolongada de su historia, sino que la “nueva banda de los cuatro” en los próximos dos años demostrará que no está de ninguna manera capacitada para sacarnos de la sima. De la “gran decepción” a la “nueva decepción”, tal es lo que va de los “viejos” partidos a las “nuevas” opciones. Y, eso sí, en un clima de inestabilidad política creciente.

(c) Ernesto Milá - info|krisis - ernestomila@yahoo.es - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

España, un país diferente

España, un país diferente

Info|krisis.- Lo peor de un viaje fuera de España… es que hay que volver a España. No es que en el extranjero los procesos de disolución y desintegración de los sistemas políticos, sociales y económicos no existan, es que, simplemente, están más atenuados que en España o, al menos, encuentran más resistencias. En todas partes existe crisis económica, corrupción, inmigración masiva y creciente ineficiencia de los sistemas de gestión política. Lo he podido constatar directamente en los últimos años en Canadá, en Francia, en Malta, en Chequia, en Centroamérica, en Portugal y creo que se me olvida algún país. En todos estos horizontes geográficos están presentes estos cuatro problemas, pero en ninguno, y pueden creerme, en ninguno están tan avanzados como en España. Y esto induce a algunas meditaciones.

España, se mire como se mire, es diferente a cualquier otro país, pero no solamente por las distintas circunstancias antropológicas y culturales, históricas y económicas, que obviamente generan que seamos como somos, sino porque, a diferencia de otras sociedades en las que se perciben claros síntomas de reacción y de respuesta a la decadencia, en España, en cambio, no existe absolutamente ningún síntoma que pueda considerarse como una revuelta positiva contra los procesos de disolución ya iniciados. Es más, se diría, que cada día los españoles somos más condescendientes con la clase política, perdemos un poco más de educación y estilo (algo que ya no representa nada para la inmensa mayoría), estamos completamente anestesiados o, simplemente, somos los primeros en proponer nuevos pasos hacia el abismo.

En educación, a alguien se le ha ocurrido que había que eliminar las asignaturas, las evaluaciones y los programas de estudio. Cambiarlo todo por “comunicación entre alumnos con la participación de profesores” y estudiar aquello que el alumno considera que puede servirle en su vida futura. Poco importa que las innovaciones pedagógicas que se han ido aplicando en los últimos cuarenta años, siempre, inevitablemente, hayan profundizado una crisis cada vez más aguda en la educación. Poco importa que todas esas reformas, siempre en la línea del progresismo más suicida,  hayan situado a España en la cola de la educación en Europa. Lo que importa es que hay que dar un nuevo paso al frente: marchar hacia la disolución definitiva de la escuela, de la enseñanza y de la educación, sustituyendo la voluntad y la misión de educar, enseñar e instruir, por un sistema de almacenamiento de los alumnos en horarios lectivos, sin más aspiración que el que hagan lo que les dé la gana en el interior de los centros. Total, a la mayoría de padres, ni les preocupa y en cuanto a los alumnos bastante tienen con el porro, el móvil y la cogorza de fin de semana. ¿Para qué darles más enseñanza y educación si su horizonte mental termina ahí?

A un país que el pasado mes de diciembre tuvo al último disco de Kiko Rivera, 500 Millas, como el más vendido; cuando, desde hace cuatro o cinco meses, Gran Hermano Vip viene acaparando la atención de las audiencias; justo después de que las elecciones andaluzas hayan demostrado que 35 años de corrupción no son suficientes como desbancar al PSOE del poder; cuando los partidos que “suben” (la “nueva banda de los cuatro”, Podemos, Ciudadanos, Sortu, ERC), no ofrecen más confianza que los que “bajan” (la “vieja banda de los cuatro”, PP, PSOE, CiU, PNV); cuando el nivel de debate político que se percibe en la mayoría de tertulias mediáticas, no es muy superior al de las conversaciones de taberna; y cuando la clase política se obstina en mentir, maquillar cifras, bloquear cualquier avance en la lucha contra la corrupción, ralentizar los procesos ya iniciados y eludir la promulgación de medidas eficientes y radicales, mientras la sociedad calla, mira a otra parte o está simplemente preocupada por su supervivencia para el mes que viene… cuando ocurre todo esto y no hay reacciones apreciables, es que ese país –el nuestro– está al borde de la desintegración.

Tres escenarios electorales posibles

Los próximos meses van a ser, sin embargo, decisivos: la acumulación de procesos electorales indicará la velocidad en la que el sistema camina hacia su autodestrucción. Los escenarios son tres:

-          Si las siglas hasta ahora mayoritarias pasan a ser minoritarias y la “vieja banda de los cuatro” es sustituida por la “nueva banda de los cuatro” habrá que convenir que el sistema, tal como fue concebido en 1978, ha llegado a su fin. Lo que no implica que lo que venga sea “mejor” que lo que ha muerto. Así como en 1978 existió “consenso”, en 2015, los cuatro partidos que podrían sustituir a los antiguos, tienen muy pocos puntos comunes. Y otro tanto cabe decir de los medios económicos y mediáticos que en 1978 apoyaron la transición (sino la propulsaron): simplemente, hoy están fragmentados y atomizados. En cuanto a las influencias internacionales que existen en 2015 son radicalmente diferentes de las que se daban en 1978. ¿El resultado? Inestabilidad política, empobrecimiento económico.

-          Si las siglas hasta ahora mayoritarias siguen siéndolo y la “nueva banda de los cuatro” no logra sustituir netamente a la “vieja banda de los cuatro”, seguiremos como estamos, con las mismas siglas y los mismos rostros, con los mismos temas y la misma inercia hacia el abismo, sin prisa pero sin pausa. Con una población cada vez más apática e indiferente hacia su propio destino. Con unos procesos centrífugos que se reproducirán cada cierto tiempo, ante la indiferencia general, y, sobre todo, con un empobrecimiento generalizado de las clases medias, un paro estructural que nunca bajará del 20–25% y un tercio de la población situada en las proximidades del umbral de la pobreza. A pesar de depender la política de las mismas siglas, ningún partido volverá a tener jamás mayoría absoluta. ¿Es resultado? Inestabilidad política, empobrecimiento económico.

-          Si las siglas hasta ahora mayoritarias descienden en intención de voto pero lo hacen tan moderadamente como crece la “nueva banda de los cuatro”, tendremos un “nuevo desorden” gestionado, no ya por cuatro siglas, sino por ocho. Solamente se podrá gobernar mediante pactos y estos, por definición, en un país en el que no existe la cultura del pacto, solamente puede dar como resultado la inestabilidad política. En un momento en el que después de ocho años de fracaso del modelo económico de José María Aznar, nadie ha sido capaz de diseñar un nuevo modelo económico de sustitución y el país tira económicamente por inercia, la inestabilidad política prolongará ad infinitum la crisis económica.

La economía va mal, a pesar de las cifras oficiales

Porque la economía sigue en crisis. En un momento en el que la mayoría de los contratos de trabajo son a tiempo parcial y por ciclos muy cortos (incluso de día en día), con salarios que ni siquiera garantizan la subsistencia, alardear de que se han creado 160.000 puestos de trabajo solamente en el mes de marzo, es realizar un brindis al sol. La “reactivación del empleo” no es tal: lo que se ha reactivado es el empleo basura, allí donde antes existía un contrato de trabajo por  seis meses, ahora, cada día, se firma un nuevo contrato. Donde antes figuraba un empleo nuevo, ahora aparecen ciento ochenta. El “ejército de reserva del capital”, la inmigración, sigue pasando factura: mientras no se recupere la situación de normalidad de nuestro mercado laboral –lo cual solamente ocurrirá con la repatriación de 4.000.000 de inmigrantes a sus países de origen–, los salarios no repuntarán y el gobierno seguirá presionando fiscalmente a las clases medias para que paguen la factura social generada por el peso muerto de esos 4.000.000 de inmigrantes a los que se dejó pasar para “ganar competitividad”, esto es, para disminuir los sueltos…

Ningún partido, ni de la “vieja banda de los cuatro”, ni de la “nueva banda de los cuatro”, tiene el valor de hablar claramente y explicar

1) qué es lo que piensan hacer ante la globalización que afecta muy negativamente a nuestro paisaje industrial y agrícola,

2) cómo renegociar el acuerdo de adhesión con la Unión Europea, origen de la mayoría de nuestros males a partir del acuerdo mal negociado por el felipismo.

3) cómo repatriar a esos 4.000.000 de inmigrantes a sus países de origen, cuya presencia comprime a la baja a los salarios y genera empobrecimiento de las clases medias y de los trabajadores.

4) cómo disminuir drásticamente el gasto público, para lo que solamente hay dos caminos: o liquidar el Estado de las Autonomías o liquidar el Estado del Bienestar.

5) cómo terminar con la corrupción de una vez por todas, sin amnistía general, con mano dura, sino durísima.

6) cómo afrontar el problema de la educación y la enseñanza, cortar los procesos de primitivización de la sociedad, disolución de la cultura, ausencia completa de ideales e incluso de madurez en la sociedad.

Si en Francia, el Front National ha pasado en las última elecciones de 1 a 51 consejeros comunales ha sido precisamente porque en la sociedad francesa se plantean estos problemas y porque el FN tiene respuestas. En España no ocurre nada parecido. La “nueva banda de los cuatro” parece anclada entre la revancha social de Podemos, el constitucionalismo timorato de Ciudadanos y las obsesiones nacionalistas de Sortu y de ERC.

España, vale la pena que nos lo entendamos todos los españoles, está a la cabeza de Europa en los procesos de disolución del Estado, de la sociedad y de la educación, comparte puestos de cabeza con Grecia en inviabilidad económica del régimen. Esta no es una crisis política coyuntural que pasará y será sustituida por un período de “orden”. Estamos en una fase terminal de un país, de un Estado y de una sociedad. Y lo peor es que no hay reacciones significativas en contra. No basta con decir que antes o después la sociedad reaccionará: existen líneas de no retorno más allá de las cuales la desintegración de una sociedad es irreversible. Nosotros, la sociedad española, está llegando a ese límite. O en las próximas elecciones municipales se evidencia un movimiento de “salud pública” en apoyo a las candidaturas identitarias que se traduzca en un efectivo avance electoral, o cuando este llegue puede ser demasiado tarde.

© Ernesto Milá – infokrisis – ernestomila@yahoo.es – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

 

Escenarios andaluces

Escenarios andaluces

Info|krisis.- Hemos sentido vergüenza ajena al escuchar fragmentos de los mítines de los grandes partidos retransmitidos por TV. Nadie puede creer ninguna de las promesas de los grandes partidos, ni siquiera sonreír con las maldades que suelen decirse unos candidatos contra otros. En temporada de campaña el buen gusto, la sensibilidad, el rigor y la inteligencia son aparcados por todos los partidos. Lo que queda ahora es ver cuáles son los porcentajes electorales, el número de diputados por cada sigla, y cómo puede articularse un gobierno estable para un PSOE que se verá obligado a pactar. Sobre las distintas posibilidades que se abrirán dentro de siete días tratan estas líneas.

Lamento, denuncia y grito contra la “democracia formal”

Ningún partido en período electoral quiere definirse sobre con quién se entenderá tras conocerse los resultados. Todos apuestas por obtener la “mayoría absoluta”, a pesar de que todos saben, igualmente, que el período de las mayorías absolutas en la historia de España ya ha quedado atrás y lo que tenemos por delante es una creciente atomización del mapa político que hace inevitable la formación de bloques, coaliciones y entendimientos más o menos espurios. Excluyamos, de partida, una posibilidad: la formación de coaliciones por “motivos ideológicos”, “afinidades de programa” o “proximidades políticas”. Ya no existe partido alguno que defienda una doctrina irrenunciable y permanente; de hecho, cualquier cosa que suponga un “principio” queda fuera de las intenciones de la clase política, lo que existe, en cambio, son “tendencias” y, sobre todo, “look”. El “look” de un partido no es más que la proyección sobre la opinión pública de la imagen que éste quiere dar. Tiende a generar estímulos positivos (como si el elector fue un “perro de Paulov”) en un sector del electorado, obtener su confianza por métodos subliminales (esto es, apelando al inconsciente y a lo irracional). Para ello, basta un rostro, un color, una frase entresacada de un discurso, una línea de un programa, diez segundos de retransmisión de un discurso. Poco más. Cada grupo social vota en función de que tales estímulos sean lo suficientemente fuertes como para merecer su atención.

Únase  esto al ritual casi animista de la jornada electoral con su altar –la mesa electoral– con su sacerdote –el presidente de mesa–, con sus monaguillos –los vocales–, con su sagrario –la urna electoral–, con su “sagrada forma” y su “misterio” –el sobre con la papeleta electoral que transmiten la “voluntad personal”–, con su liturgia –entregar el carné al presidente, esperar que un vocal encuentre el nombre, oír el “ha votado”–, con la apoteosis mística –el recuento de votos en el que participan todos los oficiantes más los apoderados e interventores–, con la proclamación de los resultados mediante la transmutación de la “voluntad personal” en “voluntad popular” y, finalmente, con la “buena nueva de la gran revelación” que implica hipostatizar en el candidato más votado con el místico poder de la “voluntad popular”… si esto no es un ritual animista que venga un antropólogo especializado en pensamiento mágico y diga lo contrario. Esto es lo que se ha dado en llamar “democracia formal”. Una mera superstición moderna que sirve en tanto que nace del “consenso” de las élites dirigentes y de la “resignación” de la población, pero que, en cualquier caso, no resiste a la crítica.

Nadie en Andalucía tendrá mayoría. Hoy nadie duda de eso. Nadie, tampoco, dice con quién pactará. Pactar es algo normal en democracia; no así en España. En los últimos 78 años en la historia de España, solamente se han producido dos grandes pactos y siempre en el arranque de cada régimen (el Pacto de Unificación forzado por necesidades de vencer en la guerra civil y el Pacto de la Transición impuesto por fuerzas políticas y económicas internacionales). Poco más. Ambos regímenes, el de 1937 y el de 1978, generaron sistemas políticos cerrados a todos salvo a quienes los habían constituido. El de 1937 nació a la derecha. El de 1978 lo hizo en el centro. Pero ambos regímenes nacieron con vocación de eternizarse y ambos generaron en su interior fuerzas políticas que se encargaron de transformarlo. Ahora hemos llegado hasta al punto en el que el régimen de 1978 inicia su fase de descomposición. Ésta empezó en las elecciones europeas de 2014 (cuando los partidos mayoritarios entraron en pérdida), se confirmará en las andaluzas, alcanzará nivel nacional en las elecciones municipales y autonómicas de mayo y, finalmente, quedará confirmado entre las elecciones catalanas de septiembre y las generales siguientes. Luego, ya nada será igual en la política española. La inestabilidad se habrá instalado en la política española.

Veamos pues, los escenarios que pueden darse en Andalucía.

1. Gobierno del PSOE con la abstención del PP

El PSOE, siendo mayoritario, en todos los escenarios, quedará en la mejor de las hipótesis con 45 diputados, a 10 de la mayoría absoluta. Así pues, necesitará apoyos para gobernar. Pero, si hemos de creer las declaraciones realizadas por todos los partidos, nadie pactará con nadie… Así pues, una primera posibilidad sería que Susana Díaz presentara su programa en el Parlamento Andaluz y este no salga adelante en tres votaciones sucesivas con lo que deberían de convocarse nuevas elecciones… algo que ni el sistema autonómico, ni los partidos, ni la ciudadanía, podrían soportar. Así pues, excluyendo esta posibilidad, y teniendo en cuenta la cerrazón a formar gobiernos de coalición y pactos, la única salida sería que el PSOE pactara con el PP su abstención para que Susana Díaz pudiera gobernar. Esta salida tendría costes para los dos grandes partidos, especialmente para el PP cuyo electorado no entendería el silencio que sus siglas mantendrían en cuestiones esenciales. El hecho de que el parlamento andaluz que salga de estas elecciones esté más fraccionado que el anterior, facilitaría que en esa hipótesis, partidos como Podemos y Ciudadanos jugaran continuamente a la contra y mantuvieran su “virginidad”.

2. Gran Koalición PP y PSOE

Sería el acuerdo que hasta hace poco auspiciaba Felipe González y la vieja generación del PSOE, los restos de quienes hicieron la transición. Al percibir que el régimen que construyeron experimenta los primeros estertores agónicos, sus mentores son partidarios de reagrupar las fuerzas políticas y mediáticas que dieron origen a la transición para garantizar la supervivencia del régimen cuya amenaza consideran que no viene por desintegración interior, sino por efecto de la crisis económica y de las nuevas fuerzas políticas que emergen del desencanto. Una coalición de este tipo garantizaría la estabilidad en Andalucía pero tendría efectos deletéreos sobre los electorados de los dos partidos en toda España. Por lo demás, los odios y las rivalidades de ambos, así como su dimensión, los intereses y los niveles clientelares que arrastran, son excesivamente densos como para que pudieran “armonizarse”, especialmente con un PP que tocaría poder en Andalucía después de haberse visto excluido desde el nacimiento de aquella autonomía.

3. Coalición PSOE más Ciudadanos

Hará falta saber cuál va a ser el resultado que obtenga Ciudadanos para saber si puede estar en condiciones de aportar el tramo de diputados que precisaría el PSOE para poder gobernar. Es el pacto que más le gustaría suscribir a Susana Díaz. Por un lado, Ciudadanos tiene una imagen “constitucionalista”, moderada, moderna, agradable, dialogante y civilizada que cualquier otro. En tanto que cultiva una imagen centrista (de centro–izquierda si hay que creer a Rivera), Ciudadanos “encaja” en cualquier fórmula de coalición. Ahora bien… Ciudadanos solamente existe, realmente, en Cataluña. Fuera de Albert Rivera y de su equipo catalán, el resto del partido en otras regiones, está formado por oportunistas, nulidades, y, lo que es todavía peor, gentes que han llegado al partido por motivaciones muy diversas y que tienen respuestas divergentes entre sí a los mismos problemas. Nadie sabe lo que propone Ciudadanos, aparte de luchar contra la corrupción y estar contra la independencia catalana. Para Ciudadanos, una coalición de este tipo implicaría acostarse con el PSOE, esto es, perder definitivamente la “virginidad”, lo cual tendría un impacto extremadamente negativo en todo el resto del Estado. Por otra parte, el bajo perfil de Ciudadanos en Andalucía, convertiría a Ciudadanos en rehén de Susana Díaz y no solamente en Andalucía. Por otra parte: Rivera ya ha expuesto su exigencia (que el parlamento andaluz dé vistos buenos a los suplicatorios para levantar el aforamiento a Chávez y Griñán que es como enviarlos directamente a prisión), inaceptable para el PSOE andaluz.

4. Coalición PSOE + Podemos

Una coalición de este tipo sí que superaría con toda seguridad la barrera de los 55 diputados, pero supondría levantar una hipoteca muy gravosa para Susana Díaz y unas repercusiones negativas para Podemos en el resto de España. Coalición “de izquierdas”, pero no por ello, menos imposible. Podemos pretendería que se aplicaran unas medidas sociales que el PSOE ni puede, ni quiere, ni está en condiciones de aplicar, y lo que es peor para el PSOE, Podemos exigiría unas medidas anticorrupción que aumentarían la población penal andaluza provista con carnés con el puño y con la rosa. Por otra parte, sería absolutamente incomprensible para el electorado de Podemos, no solamente en Andalucía sino en toda España, el que el partido que ha hecho de la lucha contra la casta una bandera, terminara pactando con la fracción de la casta más corrupta de todo el Estado: el PSOE andaluz (que solamente encuentra rival en CiU en liderazgo en corrupción autonómica).

5. Resucitar la coalición PSOE + IU

La tendencia actual en todo el Estado va hacia la extinción de IU. La fuga por goteo que experimentó el PCE hacia el PSOE durante la transición, es la misma que en estos momentos está experimentando IU hacia Podemos. Los “segundas filas” de IU, en el fondo, constituyen el grupo más coherente que ha llegado a la formación de Pablo Iglesias. Los que se han visto excluidos del reparto de poder en la cúpula de IU (y, por tanto, de los cargos públicos y asesorías municipales, remuneradas) o han abandonado la coalición en dirección a Podemos, situándose en primera fila, o bien están en vías de abandonarlo mediante subterfugios temporales, como ha optado por hacer Tania Sánchez para salvar la “honestidad”. No parece que lo que resulte de las próximas elecciones andaluzas, IU obtenga el número de escaños suficientes como para compensar los que le falten a Susana Díaz. En cualquier caso, la experiencia de la anterior coalición de gobierno han sido lamentables para IU: no solamente quedaron contaminados con la corrupción que rodea a la sigla socialista andaluza, sino que, además, se vieron eliminados de un plumazo y sin explicación de la coalición. Con todo, en la situación de indigencia política en la que se encuentra IU, sus dirigentes podrían tragar sapos, serían capaces incluso de arrastrar carros y carretas para volver a suscribir una coalición que, no podría implicaría nada negativo para una sigla que ya está prácticamente liquidada en todo el territorio nacional.

*     *     *

Estas son las cinco posibilidades. No hay ninguna más. Las hemos colocado en orden a las posibilidades que consideramos de que puedan convertirse en realidad. Queda algo, sin embargo, por decir: lo que salga de Andalucía va a indicar una línea de tendencia para el resto del Estado, nos dirá mucho sobre las preferencias de unos o de otros, y lo que ocurra en los meses siguientes –meses de endiabladas dinámicas electorales– y cómo reaccione la opinión pública, nos lo dirá todo sobre el futuro.

Ahora bien, ninguna de estas posibilidades aportará estabilidad y renovación a la política andaluza ni española. Todas ellas son coaliciones o fórmulas para impedir que lo existente termine por desplomarse. Ninguna, absolutamente ninguna de estas fórmulas es algo más que un “mal menor”. Ninguna implica resolución definitiva a los grandes problemas, ni de Andalucía ni del resto del Estado.

Vale la pena estar pendientes de lo que ocurre en Andalucía, no tanto durante la campaña que aburre hasta a quienes participan en ella, como en la noche electoral y en los tres días siguientes. Esperad cualquier cosa de lo que resulte. Esperadlo todo, menos soluciones drásticas y reales.

© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.

 

¿Visceralidad o racionalidad?

¿Visceralidad o racionalidad?

Info|krisis.- Que el PSOE será el partido más votado en Andalucía es algo de lo que nadie duda. Que las cosas no pintan bien para el PP es otra convicción generalizada. Y lo mismo cabría decir de IU. Así mismo, nadie duda de que en el próximo parlamento andaluz estarán presentes Podemos y, seguramente, Ciudadanos. Mucho más difícil es que obtengan escaño el Partido Andalucista y UPD. La pregunta que se va a negar contestar Susana Díaz es con quién iniciará contactos en la misma noche electoral para poder formar gobierno. Porque los pactos serán necesarios, pero pesarán en el futuro de todos los que participen.

No ha sido una buena idea la que tuvo Susana Díaz con adelantar las elecciones autonómicas despachando sin miramientos a los que hasta hacía poco habían sido sus socios de gobierno. Izquierda Unida ha sido la víctima del oportunismo de la Díaz que no ha dudado en sacrificarlos sin otra explicación más que la de que ambos proyectos “diferían”, ni molestarse en explicar los extremos de tal divergencia. Lo cierto es que, a partir de este momento y durante varias semanas, Susana Díaz va a estar en el candelero de la actualidad, un protagonismo que no puede desvincularse de sus aspiraciones, reales o supuestas, a encabezar una futura candidatura socialista para el gobierno de la nación.

IU o el lastre que queda tras gobernar con los corruptos

Lo que parece claro es que IU se verá extraordinariamente mermada en las urnas, en primer lugar por el desgaste de colaborar con los socialistas andaluces desde 2012. Querían su cuota de poder. Llevaban “hambre atrasada”. Dos años de presencia en el gobierno andaluz les han quitado la virginidad y hecho cómplices de un gobierno socialista que se prolonga desde el estreno mismo del Estatuto de Andalucía y que todos, tanto en Andalucía como en el resto del Estado, tienen como corrupto en grado extremo, tanto como puede tenerlo la juez Alaya.

En 1984, un parado que se manifestaba a favor de Juan Guerra durante los primeros escándalos de corrupción que estallaban en Andalucía, preguntado por un periodista por los motivos que le hacían estar allí, resumió la situación: “Es que estoy contra la derecha que le quiere quitar el cortijo al señorito Guerra”. Para un sector de la sociedad andaluza (mayoritario entre los votantes), los socialistas son corruptos, pero son “sus corruptos”… Así lo han sido desde aquella ya lejana época. El aroma de corruptelas ha ido acompañando a los distintos gobiernos andaluces. Hasta llegar a 2015.

Pero en los últimos meses han tenido lugar algunas modificaciones en este terreno: cada semana que pasa son más los imputados en el escándalo de los EREs y en el de las subvenciones a los cursos de parados. Una cosa es la existencia de corrupción y que esta sea generalizada, otra muy diferente encontrar a un juez que quiera jugarse el puesto y algo más que el puesto procesando a alguien más que a roba-gallinas. De ahí que hoy, resulte absolutamente imposible cerrar todas las fugas de votos que se han ido abriendo en los caladeros del PSOE: las clases medias ciudadanas, salvo las que se benefician directamente de la presencia de los socialistas en el poder, grupos funcionariales, asesores de todo tipo, amigos de amigos, familiares, han empezado a abandonar la lista socialista demasiado “sucia” como para seguir apoyándola, incluso con la nariz tapada. Por otra parte, los jóvenes, unos por moda y otros por repugnancia hacia el socialismo y la derecha, han descubierto la marca Podemos.

Ahí, a Podemos, se han sumado también –como en toda España– los “segundas filas” de IU, cansados de no tocar poder y de subordinarse a una dirección de su partido que, a partir de ahora, y tras dos años de gobierno con los socialistas, ha perdido su aire de virginidad.

Luego está el pintoresco alcalde de Marinaleda, Gordillo, y sus mariachis, residuos de otro tiempo, de otro siglo, verdaderas espantajos tercermundistas que solamente en la Andalucía profunda pueden tener algo de “tirón” y que, acaso por percibir en su tosca rusticidad más futuro en Podemos que en IU, o acaso por creer que Podemos aumentaría la cuantía de los subsidios, han chaqueteado sin excesivos refinamientos.

El caso es que, sea como fuere, IU está –tanto en Andalucía como en el resto de España– tocada y hundida y, en cualquier caso, lo más posible es que ni siquiera obtenga los diputados suficientes como para compensar los que le faltan al PSOE para alcanzar la mayoría absoluta.

Susana ¿hará perder la virginidad a Podemos y Ciudadanos?

Los medios de la derecha, previendo un “frente popular” de baratillo, han alardeado de que Podemos podría ser el socio privilegiado del socialismo andaluz. Difícilmente. Quizás si esa situación se hubiera dado en Cataluña en donde el socialismo se ha visto implicado en menos casos de corrupción, una combinación Podemos-Socialistas, podría ser viable. Pero no en Andalucía en donde los niveles de caracterización del PSOE-A como “partido de los corruptos” exceden lo que podría soportar Podemos a nivel de Estado. En efecto, si después de un año de predicar contra “la casta”, Podemos en Andalucía se alía con el sector regional más maloliente y zafio de esa misma casta, ni que decir tiene que su credibilidad en el resto del Estado quedaría comprometida.

Lo mismo cabría decir de una posible combinación del PSOE-A con Ciudadanos, formación que puede alardear de una virginidad en materia de corrupción que otros hace décadas han perdido. Las “franquicias” de Podemos y de Ciudadanos en Andalucía no están en condiciones de firmar un pacto con los socialistas, que repercutiría de manera extremadamente negativa para ambos en los resultados que obtendrían sus formaciones en todo el Estado y que podrían comprometer incluso los que se auguran para el mes de mayo en las municipales y autonómicas.

Así pues, subsiste la pregunta de ¿con quién pactarán los socialistas? Aunque quizás valdría más formular la pregunta en otros términos ¿Cuál sería la opción menos gravosa para Susana Díaz? ¿Cuál le podría propulsar a la política nacional?

La gran disyuntiva no es “derecha-izquierda” sino “visceralidad-racionalidad”

La falta de imaginación y la deshonestidad de la clase política, así como la falta de exigencia del electorado, hace que desde las primeras elecciones democráticas, la respuesta habitual de todos los partidos –la indicada en el Manual del Político Convencional– sea siempre la misma: “Esperamos obtener mayoría absoluta”, “Queda mucha campaña por delante”, “Veremos los resultados”, etc, todo ello para eludir una respuesta clara y diáfana. Así pues, no va a haber en el curso de la campaña electoral ningún dato sobre los pactos que se van a ver obligados a abordar. Lo único que se puede hacer es especular y hacer un ejercicio de racionalidad (aun cuando la racionalidad no sea el adorno habitual de la casta de los corruptos).

La racionalidad (y los sondeos que emanan de ella) dice que el electorado va a castigar especialmente a dos opciones: PSOE y PP. La historia recuerda que ambos partidos han sido durante estos años los “constructores” del Estado en cuyo frontispicio figura la constitución de 1978. Esa constitución se basaba en un sistema electoral que conducía hacia el bipartidismo imperfecto y que aseguraba, mediante la ley d’Hont, que ambos partidos de centro-derecha y de centro-izquierda se irían alternando en el gobierno de la nación. La racionalidad dice que la incapacidad de ambos partidos para superar los efectos de la crisis económica iniciada en 2007-8, ha puesto fin a esta situación. La ley d’Hont (como el sistema electoral francés a dos vueltas) deja de funcionar eficazmente para la función que lo justifica (mantener la alternancia entre PP y PSOE) cuando sectores cada vez mayores del electorado se muestran descontentos con la política de estos partidos, cuando han aparecido generaciones nuevas de electores poco comprometidos con esas siglas, y cuando otras formaciones de nuevo cuño han aparecido en el horizonte.

El régimen político español se encuentra ya en ese punto de no retorno en el que las viejas opciones nunca más volverán a obtener mayoría absoluta para seguir gobernando. Nada será cómo antes. Los “buenos viejos tiempos” en los que PP o PSOE obtenían mayoría absoluta pertenecen al pasado. Es posible que, durante algún tiempo, sigan siendo partidos mayoritarios (ya hemos dicho que la erosión entre ambos es asimétrica: el centro-izquierda se está descomponiendo a mayor velocidad que el centro-derecha), pero ya nunca gobernarán en solitario. Así pues, tanto en Andalucía como en el resto de España, entramos en un nuevo ciclo político marcado por la formación de coaliciones multipartidistas que garanticen la gobernabilidad de los distintos niveles administrativos.

Llegados a este punto es cuando la racionalidad interfiere con la visceralidad. Es evidente que si el PP y el PSOE quieren salvar los muebles, si no quieren ver en pocos años, sentados en el banquillo de los acusados a la inmensa mayoría de sus cuadros, si quieren contener lo que se les viene encima (la “virginidad” de los Podemos y de los Ciudadanos) van a tener que aproximarse uno al otro: sus intereses son los mismos (sobrevivir y seguir ocupando el poder ya que, sin poder, se evaporan), sus mentalidades no difieren (el poder concebido como medio de enriquecimiento de una élite dirigente y de sus entornos), sus proyectos políticos están sometidos al “pensamiento único” y a lo “políticamente correcto”, ambos aceptan sin rechistar la globalización, la inmigración masiva, la deslocalización empresarial, las reducciones salariales para ganar competitividad, el silencio subvencionado de los sindicatos, las ayudas a la banca, la lentitud de la justicia ante los casos de corrupción y los indultos a sus corruptos encarcelados. Sus diferencias de programa salen a la luz solamente en períodos electorales, pero nunca, óigase bien, nunca, en la gestión de gobierno. Son los socios ideales.

En su contra está el hecho de que no es fácil salvar 38 años de rivalidades, rencores, odios sarracenos, y golpes bajos. Esto es lo que llamamos “visceralidad”, todo lo demás que hemos enumerado es “racionalidad”.

Así pues, ante la imposibilidad de otros pactos en Andalucía que alterarían profundamente el panorama electoral en todo el Estado (dada la proximidad de un ciclo electoral trepidante a lo largo de todo el año), la racionalidad indica que la única carta a disposición de Susana Díaz (y que optará si desea hacer el tránsito a la política nacional) es de la pactar con lo que quede del PP andaluz, formar un gobierno de coalición en la esperanza de tener una legislatura “tranquila” mientras pasan las tormentas primaverales que suponen Podemos y Ciudadanos. Y, entre tanto, utilizar ese éxito para saltar a la política nacional.

El “sistema”, el “régimen de 1978”, hará todo lo posible por sobrevivir y la supervivencia para sus dos columnas mayoritarias solamente puede venir de una aproximación entre ambas. A Susana Díaz solamente le queda ahora decidir si optar por el camino de la “racionalidad” (pacto PP-PSOE) o de la visceralidad (gobernar en minoría con pactos ocasionales en materias de importancia con la izquierda). Lo primero daría cuatro años de estabilidad a la política andaluza. Es la posibilidad que Arriola intenta transmitir a la dirección del PP (y por la que se ha firmado un pacto antiterrorista con el PSOE como socio único), meditada en esas noches en las que su mujer, Celia Villalobos, acaricia solamente la superficie de su tablet en la enésima partida de Candy Crush.

La Gross Koalición ¿empezará en Andalucía con una coalición azí de enorme?

© E. Milà – infokrisis – ernestomila@yahoo.es – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

 

Fin de ciclo

Fin de ciclo

Info|krisis.- El debate ya no está en el parlamento.- El pasado debate sobre el Estado de la Nación fue, sin duda, el último en el que el “líder de la oposición” es un socialista. Tan cierto como que éste ha sido el último debate de la legislatura. Una vez más, la discusión no interesó mucho al ciudadano de a pie. Los medios que quisieron convertirlo en un espectáculo bajaron en las audiencias y el resultado mismo de la encuesta sobre quién resultó vencedor no dejó lugar a dudas: para los medios próximos al PP ganó Rajoy, para los medios próximos al PSOE, ganó Sánchez. Ambos por la mínima… Pero en este debate se ha producido algo mucho más importante que todo eso: por primera vez el debate no estaba en el Parlamento, sino fuera.

Era la vigésimo quinta edición del debate sobre el Estado de la Nación. Como si se estuviera cerrando un ciclo, y a pesar de que el parlamento se vistió con sus mejores galas y los señores diputados intentaron mostrar la parte más constructiva de sí mismos, el debate interesó a muy pocos. Es significativo que de este debate lo que la mayoría de ciudadanos recuerdan pasado una semana, es que, mientras Rajoy desgranaba monótonamente sus propuestas (un anticipo del programa electoral del PP), Celia Villalobos era pillada in fraganti jugando al Candy Crush con ese tablet tan bonito que tiene todo diputado pagado con cargo al presupuesto nacional.

Porque de este debate sobre el estado de la Nación no quedará nada, salvo la zafiedad de la presidenta accidental del Congreso (Jesús Posada hubo de ausentarse unas horas). La Villalobos siempre ha alardeado de que, en su juventud, fue de izquierdas y que estuvo cerca del PCE. Nadie lo ha confirmado, así que es posible que sea pura invención destinada a preparar puentes cuando haya que cambiar nuevamente de chaqueta. La Villalobos lo ha hecho en varias ocasiones (fue funcionaria de la Organización Sindical franquista) y, por aquello de la coherencia, se presenta hoy como “representante del ala social-demócrata” del PP. De tanto en tanto logra llamar la atención, no por lo que dice, ni por lo que hace en función de su cargo, sino por alguna polémica (aparecer en El Club de Flo como monologuista, enzarzarse a insultos con la Rahola en 2011, llamar a los discapacitados “tontitos” ese mismo año y tratar a un diputado de “machista” por haber recordado la incompetencia inventariada de Ana Mato). Ella es así.

Obviamente, el asunto del Candy Crusch no es ni siquiera significativo de la haraganería que se ha instalado desde hace décadas en congreso de los diputados. Las “señorías” que asisten a las sesiones, o están durmiendo, o leen la prensa, o utilizan los móviles y tablets para llenar su tiempo de ocio en los asientos del congreso. Y para votar lo que el jefe de grupo parlamentario indica. Poco más. Lo sabemos todos y sería filisteo cebarnos sobre la Villalobos sólo por una fruslería de este tipo. Ahora bien, si la mencionamos es porque Celia Villalobos está casada con Pero Arriola Ríos, eminencia gris del PP y diseñador de la estrategia de este partido. Y este personaje es mucho más interesante que su cónyuge.

A Arriola no se le escapa que el ascenso vertiginoso de Podemos es fruto del desencanto acumulado en la izquierda española desde los tiempos de Felipe González y que solamente ahora ha cristalizado en algo tangible. Arriola es perfectamente consciente de la crisis de la socialdemocracia (de la “de verdad”, no de la que dice su mujer) y de que al PSOE le quedan pocos meses para evidenciar su hundimiento irreversible. Las ambigüedades del PSC catalán, los conflictos internos en la Federación Socialista Madrileña, el tufo a corrupción generalizada que emana el Partido Socialista en Andalucía desde los tiempos de Juan Guerra, pero sobre todo, el celo que puso Zapatero en salvar a la banca y a la patronal de la construcción, destruyeron las bases del ideario socialdemócrata que defendía la cohabitación entre el capitalismo y las medidas sociales avanzadas. A la hora de la verdad, ante la primera gran crisis, el socialismo, decidió apoyar a los “señores del dinero”. Y eso significó la liberación de un amplio espacio de izquierda que ahora están ocupando a marchas forzadas los “indignados” de 2010 con la sigla Podemos.

A Arriola no se le escapa la novedad del último debate sobre el estado de la nación: el parlamento representa ya muy poco. Es el altavoz del gobierno para anunciar medidas propias de años electorales. Pero nada más. No es que no sirva para nada, es que sirve sólo como cualquier polideportivo de arrabal, para iniciar campañas electorales y lanzar mensajes que pocos oirán en directo, pero que al día siguiente transmitirán los medios.

La novedad en esta edición no ha sido que los debates interesaran menos de otros años, sino que, incluso los medios, estuvieron más pendientes esos días de las declaraciones de Albert Rivera, líder de Ciudadanos y valor en alza en el nuevo centro político, y del acto de Podemos en el Círculo de Bellas Artes, que de lo que se decía en el Congreso. Ni Pablo Iglesias, ni Ribera, son diputados del Congreso. Y, sin embargo, son las opciones ascendentes en la política española.

Lo que ocurrió esos días en el debate es que se enfrentaron “pasado” (los señores diputados, con sus bostezos, su sopor, sus tablets, sus diarios, su Candy Crush) frente al “futuro” (un Ribera que todavía no se mueve bien fuera de la temática anti-independentista pero que parece el niño que toda mamá de derechas quisiera tener o un Pablo Iglesias que ejerce de último vástago arquetípico de una familia de izquierdas), el parlamento frente a la calle, lo que está muriendo frente a lo que está dando sus primeros pasos. La mayoría de edad política de Ciudadanos y Podemos la alcanzarán en las próximas elecciones.

Se está acabando un “mundo”. Es cierto que Rivera se aferra a “la constitución”, pero él será el primero en advertir que la constitución de 1978 estaba hecha a medida de los dos grandes partidos que han gobernado en los últimos 38 años y de los nacionalistas que les acompañaban. No a su medida. Antes o después, Rivera tendrá que asumir aquello que en la nueva izquierda de Podemos ya está claro: que el actual marco constitucional está más que agotado y que se trata de abordar una profunda reforma. Cómo se haga esa reforma, sobre qué bases y con qué mayoría social, es otra historia. Precisamente, el drama español en esta segunda década del milenio consiste en que nunca como hoy fue tan necesario un nuevo marco legal, nunca una constitución dio tantas muestras de estar muerta y enterrada, pero nunca como hoy existieron tan pocas fuerzas políticas, mediáticas y económicas, capaces de esponsorizar un nuevo proyecto comunitario.

Hay solamente dos opciones (la de que “las cosas seguirán como hasta ahora por siempre jamás” no es opción, sino fantasía producto de las inercias de los últimos 38 años; las elecciones andaluzas se encargarán de demostrarlo en breve) para los próximos meses:

1. Las distintas consultas electorales demostrarán la pérdida de vigor del PP y el hundimiento del PSOE. El PP seguirá siendo mayoritario pero precisará un socio. El PP entenderá que la “limpieza” que propone Ciudadanos es muy arriesgada para un partido que lleva décadas ejercitando “malas prácticas”. Además, una eventual alianza con Ciudadanos arruinaría la política del PP en relación a Cataluña: dejar que CiU se reconstruya en tanto que es más “tratable” que ERC  o que una coalición CiU-ERC. Por tanto, la mejor opción para el PP no es otra que la de pactar una “gran coalición” con lo que quede del PSOE, en la esperanza de que entre ambos tengan mayoría absoluta. Una coalición de este tipo sería bien acogida por la mayor parte de medios de comunicación y por la patronal, pero desorientaría a las bases de ambos partidos.

2. Podemos, una vez confirmado su papel hegemónico en la izquierda tendería una mano al resto de fuerzas de ese sector político (restos de IU, fragmentos del PSOE, grupos de izquierda en las autonomías) para formar una “mayoría social de izquierdas” que reformara profundamente el sistema. Esta segunda opción sería un “frente popular” que inmediatamente –como ha ocurrido en todos los frentes populares que ha visto la historia- evidenciaría contradicciones, tensiones y conflictos internos. La izquierda tiene fuerza social suficiente como para poner en jaque a la derecha, pero no la necesaria para realizar una reforma constitucional “de izquierdas”… de la misma forma que parece dudoso (y Arriola fue de los primeros en advertirlo) que ni siquiera una “gran coalición” daría mayoría parlamentaria para aplicar reformas constitucionales que fueran algo más que cosméticas.

El caso de Syriza ha demostrado que la “nueva izquierda populista” tiene un “arranque de caballo y una parada de burro”. Situados ante el abismo de la salida de la UE y de la zona Europa, Syriza ha rebajado sus exigencias a la troika de Bruselas, ha detenido su programa de reformas y… en menos de un mes se ha “socialdemocratizado”. En los próximos días veremos el coste que tiene en la calle esta actitud contradictoria con sus propuestas electorales. No es una buena noticia porque indica hasta qué punto “Europa” está gobernada por el Bundesbank.

Cuando la derecha se reafirma en sus ataques a Podemos presentando a esta formación como la quinta columna del bolivarismo en España, se equivocan en el enfoque. En este país, el que un partido reciba contribuciones desde el extranjero se considera casi mejor a que viva defraudando y desviando dinero de la Hacienda del Estado Español. El escaso interés que suscitó la reciente manifestación anti-Maduro y anti-Podemos evidencia que la derecha sigue equivocándose en su enfoque del caso Podemos. Es hacia Grecia hacia donde deberían fijar la vista. Allí, un partido similar a Podemos, alcanza el poder y en menos de un mes decepciona a buena parte de su electorado, zambulléndose en la realpolitik demostrando que las promesas electorales no valen absolutamente nada. En España, país mucho más complejo que Grecia, pasará exactamente lo mismo. El utopismo de Podemos suscita escepticismo en cuanto a sus posibilidades de aplicación. Claro está que fijar la mirada en Grecia tiene la contrapartida de que tenemos a tres horas de vuelo en Ryan Air un país que ha sido literalmente machacado por políticas neoliberales: primero se le conceden créditos, a sabiendas que los datos que da sobre sí mismo son falsos, luego se le exige el pago de la deuda obligándole a privatizar todo lo privatizable. Nada que no se hubiera visto en Iberoamérica desde los años 80. No es raro que la derecha prefiera fijar la vista en Venezuela, más lejano, más oscuro y con un gobierno “bolivariano” enquistado desde hace casi veinte años.

¿Qué nos espera? Inestabilidad. Lo hemos dicho varias veces. Ya sea mediante las dos únicas fórmulas posibles que tenemos ante la vista después de las próximas elecciones (o “gran coalición” PP+PSOE o “coalición de izquierdas” en torno a Podemos) se abre ante nosotros un largo período de inestabilidad política. Lo sabe el PP, lo sabe el PSOE, lo saben todos los actores de primera fila, lo sabe especialmente Arriola. Quizás, la que todavía cree que va a poder seguir años y años  con el Candy Crush es su esposa.

© Ernesto Milá – Info|krisis – ernestomila@yahoo.es – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.

¿La economía va bien?

¿La economía va bien?

Info|Krisis.- La única carta que el PP va a poder esgrimir en este año plurielectoral es la “buena marcha de la economía”. El hecho mismo de que lo hayamos colocado entre comillas ya indica que podemos en duda tal estado de beatitud de nuestro rumbo económico. En realidad, lo que está ocurriendo es que la bajada de los precios del combustible ha enmascarado temporalmente la situación real. Por lo demás, el “crecimiento económico español” sirve solamente para cubrir –y a duras penas– los intereses de la deuda. En absoluto para disminuirla. Y mucho menos para generar “riqueza” a disposición de la sociedad. Esta es la situación real. Y, no nos engañemos, dista mucho de ser halagüeña.

Cuando el crecimiento económico no hace posible el pago de la deuda y la disminución de la misma es que la economía “no va bien”. Y las cifras son particularmente duras y decepcionantes para el gobierno: el Estado adeuda ligeramente algo más de un billón de Euros. Lo que no está mal y supone una de las deudas más elevadas del planeta. Pero nos equivocaríamos si pensáramos que este es el único problema que tenemos: la deuda de las empresas es incluso mayor y asciende en estos momentos y después de siete años de restricción del crédito, a 1,3 billones de Euros. Aunque la banca abriera de par en par las espitas del crédito parece difícil que esta cifra se lograra cubrir en las próximas décadas.

Y luego, finalmente, está la deuda de las familias que se va aliviando en la medida en la que las “familias” han ido restringiendo el consumo (entre otras cosas porque los bancos les han cerrado las puertas del crédito): hoy adeudan 650.000 millones a pagar. En total, nuestro país y todos nosotros debemos la estremecedora –e impagable– cifra de TRES BILLONES de Euros.

Incluso considerando las cifras y las previsiones más favorables dadas por el gobierno, a lo largo de 2015 no permitirán pagar ni siquiera los intereses de la deuda. Las cifras no las doy yo sino Niño Becerra: España este año crecerá unos 25.000 millones de euros… y tendrá que pagar 36.000 millones de euros de intereses.

No se trata de que situaciones similares se den en otros países desarrollados (solamente la deuda pública en EEUU supera los 12 billones de Euros), sino de que toda esta deuda es impagable incluso a larguísimo plazo.

Por lo demás, es sabido que la economía solamente va bien para los “grupos de caza” y los “tiburones” de los fondos de inversión, los bancos y, en general, el gran capital especulativo. No para la sociedad. Y es importante retener esta idea: nuestros gobiernos, ya no trabajan para nosotros los ciudadanos, trabajan, fundamentalmente, para mantenerse en el poder (a la vista de que los grandes negocios solamente se hacen a la sombra del poder) y son los grandes grupos económicos los que les permiten mantenerse en el poder.

La sensación que dan los gobiernos en la actualidad es el deber su posición a los resultados electorales pero no gobernar para sus electores sino para mayor gloria de los intereses de los señores del dinero. Soros lo ha dicho y lo ha repetido: “los mercados gobiernan cada día; los ciudadanos una vez cada cuatro años” no es rigurosamente cierta: los mercados gobiernan cada día, no solo porque condicionan las decisiones de los gobiernos, sino porque utilizando a los consorcios mediáticos, conforman la opinión pública de los votantes.

El problema económico no se ha iniciado ahora. Las tendencias actuales tienen su origen a finales de los años 70, cuando se iniciaron en el Reino Unido con Margaret Thatcher la oleada de privatizaciones que consagró al neoliberalismo como única doctrina asumible para las élites económicas. Desde entonces el poder adquisitivo de los salarios no ha hecho nada más que disminuir y los gobiernos, con la excusa de “incentivar la economía” han ido aumentan la presión fiscal sobre las rentas procedentes del trabajo y disminuyéndola a las rentas procedentes del capital.

Hay “democracia” para elegir los gobiernos, pero no para aplicar políticas que redunden en beneficio de los electores. Se gobierno para los “señores del dinero” con los votos de una sociedad cada vez más contraída en sí misma, que siente sobre sus cabezas el miedo a la espada de Damocles del empobrecimiento y con mayores riesgo de pauperización.

Una economía sólo puede “ir bien” cuando la sociedad –es decir, cada una de las personas que la componen– va bien. Cualquier otra cosa es “vanidad de vanidades y mecerse en el viento”. La economía española no va bien, precisamente porque los nuevos empleos que se crean (y que se destruyen casi a la misma velocidad) no garantizan lo esencial para el mantenimiento de una sociedad y para su prolongación en el tiempo: salarios dignos para formar nuevas unidades familiares, para llevar una digna con posibilidades de progreso, para no vivir con miedo a la finalización del contrato o a los años de paro que siguen al corto período como becario y al largo período de estudios, con unos servicios sociales básicos y de calidad (no simplemente para cubrir el expediente a mínimos).

Por todo esto, no vale la pena discutir: la economía no va bien, tal como queda demostrado, por la sencilla razón de que la sociedad no lo percibe. Lo que va bien es algo muy diferente: lo que va bien es la economía especulativa y el destino de los “señores del dinero”, un concepto que tiene poco que ver con la economía real, la productiva, la que absorbe y paga mano de obra y la que se traduce en unos niveles salariales aceptables y la producción de bienes tangibles. Una economía no “va bien” cuando los informes más optimistas asumen que en la mejor de las hipótesis el paro en España se enquistará ad infinitum en un 18%.

Si esta es la previsión de instituciones económicas dignas de toda confianza, los gobiernos deberían empezar a pensar en aprobar un salario social o de lo contrario se van a encontrar con una quinta parte de la ciudadanía completamente desasistida especialmente en un tiempo en el que las perspectivas para una economía como la española que depende en buena medida de la marcha de la economía en Iberoamérica (que no es en estos momentos buena y que cada día está evolucionando de manera más negativa especialmente en Argentina y en Brasil).

El dinero para este salario social está ahí, solo que mal distribuido: es el que se emplea en mantener el costoso e inviable “Estado de las Autonomías” (que se va comiendo cada día que pasa, más y más, al Estado del Bienestar) y del mantenimiento de una bolsa de inmigración subvencionada que desde que llegó ha servido solamente para desestabilizar el mercado de trabajo, mantener los salarios a la baja y descoyuntar un poco más a nuestra sociedad mediante el ingreso de ocho millones de recién llegados, n su mayoría sin formación laboral que, lejos de proporcionar un valor añadido a nuestra economía se han configurado siempre como un lastre.

La concesión de un salario social no es una medida que pueda adoptarse aisladamente, sino que solamente podría implantarse dentro de un marco de reforma del Estado y de la Sociedad. Se sabe los excesos a los que se ha llegó en Andalucía con el PER y, por otra parte, una legión de toxicómanos no puede beneficiarse permanentemente de un subsidio simplemente porque su adicción no les permite trabajar; sin olvidar la legión de vagos o defraudadores que, desde Rinconete y Cortadillo siempre han estado presentes en la historia de España: nadie da algo a cambio de nada. Trabajos sociales, formación efectiva, deberían de ser las contrapartidas para la percepción de un salario social.

En cualquier caso, teniendo en cuenta que en estos momentos los algo más de 5.000.000 de parados podrían reducirse en algo menos de la mitad mediante la repatriación de los casi tres millones de inmigrantes en paro de larga duración, la implantación de un salario social sí sería viable. A condición, naturalmente, de una reforma global de la sociedad.

Es evidente que dentro de esta reforma, uno de los aspectos fundamentales es el “modelo económico”. España, que podría ser el “granero de Europa”, gracias a un mal acuerdo suscrito con la Unión Europea en tiempos de Felipe González, va viendo cómo se extingue su capacidad agrícola. El desarrollo del sector primario de la economía, sobre bases nuevas, parece una buena opción. Si lo fiamos todo a la capacidad industrial advertiremos que en la actualidad, en el mundo, existe una sobreproducción que hace inútil cualquier intento de competencia en este terreno.

No podemos olvidar, finalmente, que el destino de España está íntimamente ligado –nos guste o no– a los de los países de nuestro entorno político (UE) y de nuestro ámbito cultural (Iberoamérica). La interrelación entre las economías es tal que obliga a “pensar juntos” con otros países. Ese “pensar justos” se debe basar en tres hechos reales (el agotamiento creciente de materias primas, lo impagable de la deuda mundial y una elevadísima capacidad industrial que lleva directamente a la sobreproducción en cualquier rama de la economía) que deben ser relacionados con los problemas específicos de nuestra economía y de nuestro Estado (inviabilidad del Estado de las Autonomías, exceso de inmigración, paro estructural de 1/5 parte de la población laboral). Solamente interrelacionando todos estos factores puede encontrarse la fórmula final correcta que aplicar a una sociedad sedienta de progreso, distribución de la riqueza, trabajo y seguridad.

Y para ninguno de estos elementos, el PP tiene respuesta, salvo el mantra de que “la economía va bien”.

© Ernesto Milá – Info|krisis – ernestomila@yahoo.es – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.