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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

CULTURA

Renovación Española y Acción Española, la derecha fascista (V de VI). c) Los monárquicos durante la II Republica. Doctrina y situación

Infokrisis.- El 3 de enero de 1978 se presentaba un nuevo partido político en Madrid que, sorprendentemente llevaba el nombre de Renovación Española y, por aquello de la “coherencia” era todo lo que el partido histórico que llevaba ese nombre había negado y renegado. A la cabeza de la formación se encontraba José Antonio Trillo, hombre de Fraga, quien declaró que el partido era “auténticamente liberal, renovador, progresista y profundamente democrático”. Los huecos de Calvo Sotelo, Maeztu y Goicoechea se habrían estremecido en sus tumbas de oír el paradigma. Sería irrelevante saber qué llevaban en la cabeza los fundadores de la organización de la que no volvió a hablar mucho en los meses siguientes. De lo que no cabe la menor duda era que, aun ostentando el mismo nombre, la sedicente Renovación Española fundado en 1879 no solamente no tenía nada que ver con el partido histórico que llevó este nombre, sino que era su inversión casi completa. Tan sólo les unía tenuemente el monarquismo. Nada más. El camino que se había abierto en 1931 para la formación de Renovación Española había sido largo y difícil, nada que ver con la recomposición de la derecha en la transición.

Víctima de sus propios errores y de los de la dictadura, la monarquía borbónica había caído el 14 de abril de 1931. Con el dictador exiliado en París y el monarca en Roma, el derrumbe cogió a la derecha con el paso cambiado y anegada entre las masas que clamaban por la República. La dictadura había intentado organizar un partido, la Unión Patriótico, que cuajó solamente el tiempo en el que Primo de Rivera estuvo en el poder, siendo sustituida luego por la Unión Monárquica Nacional y el Centro Constitucional en el que figuraban mauristas y regionalistas. Ambos partidos se declaraban monárquicos, aunque el segundo con cierta timidez. El resto del monarquismo estaba dividido entre opciones más o menos excéntricas sino exóticas (los monárquicos alfonsinos proletaristas del Partido Laborista de Eduardo Aunós que miraba con simpatía al fascismo italiano, el Partido Socialista Monárquico, Reacción Ciudadana, Acción Nobiliaría y así sucesivamente) que demuestran la falta de liderazgo y el confusionismo confuso que reinaba en la derecha monárquica de la época. El intento más serio de constituir un polo monárquico, fue sin duda la creación del Círculo Monárquico Independiente que intentó reunir a los diputados monárquicos presentes en distintas formaciones parlamentarias y darles unos objetivos únicos (en Europa existían organizaciones similares en aquel momento y extremadamente influyentes como el Deustche Herrenklub). Pero en aquel momento de inestabilidad política era muy difícil que alguien tuviera valor para asumir la opción del bando derrotado: la caída de la dictadura, las elecciones de abril de 1931 y la quema de conventos del mes siguiente evidenciaron cómo iba a ser el ciclo que se abría en la Historia de España y no dejaban dudas sobre la inestabilidad futura. Para colmo, las quemas de conventos dieron a la derecha, mayoritariamente católica y monárquica, la sensación de que iba a ser imposible convivir con los republicanos. La guerra civil estaba implícita desde el mismo momento de la proclamación de la República.

En aquel mamen despuntó la figura de Ángel Herrera Oria, un publicista católico que fundaría el diario El Debate y lo que fue más importante, la Asociación Católica Nacional de Propagandistas. Se trataba de una asociación cuya finalidad era formar doctrinal y técnicamente a personas cualificadas de la sociedad civil capaces de asumir la defensa de los intereses de la Iglesia. Herrera Oria –que luego se ordenaría sacerdote y terminaría su vida como cardenal- impulsó la formación de un partido moderado católico que incorporara especialmente a sectores moderados de las clases medias, entonces mayoritariamente católicas y ansiosas de orden y estabilidad. Ese partido fue Acción Nacional que pronto debió cambiar el nombre por Acción Popular por imposición gubernativa. La inmensa mayoría de sus miembros eran monárquicos pero situaron por encima de todo la defensa de la Iglesia y de los intereses de las clases medias asustadas por el avance del comunismo y la radicalización del socialismo español.

Pero el hecho de que Acción Popular no situara entre sus ideales la defensa de la monarquía, hizo que quienes situaban este principio por encima de otro, pasaran a constituir nuevas organizaciones o a reforzar las ya existentes. Y esto llevó a la reorganización de las dos ramas del monarquismo español: los monárquicos alfonsinos y los monárquicos carlistas. Estos últimos tenían una organización fuerte en algunas regiones que ya había demostrado su arraigo en tres guerras carlistas pero también manteniendo siempre diputados en Cortes. Sectores enteros alfonsinos pasaron al carlismo junto a integristas, partidarios de Primo de Rivera y e Vázquez de Mella, etc, formando la Comunión Tradicionalista que, además de reunir a los reductor tradicionales del carlismo incorporaba también a amplios sectores andaluces. Es en ese contexto en el que personaje como el Conde Rodezno, presidente del tradicionalismo carlista conciben la idea de fusionar a las dos ramas monárquicas dando pasos en esa dirección.

Los alfonsinos eran conscientes de que les faltaba una base doctrinal coherente y que, precisamente por eso, les había sido imposible garantizar la estabilidad de la monarquía y el régimen de Primo de rivera. Así pues de lo que se trataba era de crear esas bases doctrinales. De ahí surgió, como hemos visto, la revista Acción Española. Luego, la “sanjurjada” (sublevación militar del general Sanjurjo en Sevilla que no logró extenderse a otras capitanías) provocó la dispersión de la derecha radical ya mayoría de cuyos dirigentes fueron deportados al Sáhara. Esta sublevación demostró que todavía existían, no solamente dos ramas monárquicas, sino también dos actitudes: en efectos, mientras los alfonsinos apoyaron el golpe, los carlistas se mantuvieron al margen al no estar dispuestos a participar en un movimiento que supusiera la restauración de la monarquía Alfonsina. Es en ese momento, cuando Vegas Latapié inicia la difusión del pensamiento de Charles Maurras y del tradicionalismo español de Balmes, Donoso, Menéndez Pelayo y demás tradicionalistas del XIX, a través de Acción Española. Y es esta revista la que se convierte en el escenario de la ósmosis entre las dos corrientes. Si bien la mayoría de la redacción era alfonsina, también colaboraron asiduamente el Conde de Rodezno y Víctor Pradera.

Las ideas que daban solidez a este proyecto habían sido elaboradas especialmente por Ramiro de Maeztu y podían sintetizarse así:

1) El mejor momento de nuestra historia fue el Imperio constituido a partir de los Reyes Católicos, por tanto cualquier forma de Estado que se aplicara en España no podía ser sino la continuación y la herencia de aquel afirmado en 1492.

2) El liberalismo rompió la memoria de nuestro pasado y abrió el camino a la decadencia, se trataba, por tanto, de rechazar cualquier tentación y cualquier forma de liberalismo.

3) La monarquía tradicional era la forma de Estado que mejor convenía a nuestro pueblo en la medida en que rompía con el liberalismo y encarnaba mejor nuestro pasado.

4) El rey era moderador entre los distintos poderes y el más cualificado para alcanzar el bien común, siendo el elemento integrador de clases, regiones, opiniones e intereses.

5) Lo hereditario de la institución monárquica garantizaba siempre la estabilidad y la continuidad del régimen y se concebía a ésta como “monarquía tradicional” esto es, alejada de dos polos, el absolutismo y la monarquía constitucional: el rey no sería ni un autócrata ni una figura decorativa, sería el moderador y garante de la unidad del Estado y de la autonomía de las partes que lo componían.

6) Los organismos representativos de la población no serían constituidos en base a partidos políticos, sino a criterios corporativos y orgánicos.

Tal era la doctrina monárquica, unánimemente aceptada durante la II República y que difundían los redactores de Acción Española y que encontrarían su plasmación programática en Renovación Española y en su figura señera, José Calvo Sotelo.

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Renovación Española y Acción Española, la derecha fascista (V de VI). Calvo Sotelo, alma del fascismo de derechas

De entre todos los “fascistizados”, sin duda la figura de José Calvo Sotelo es la más interesante hasta el punto de que, algunos lo han considerado como el representante por excelencia del “fascismo español” por encima de José Antonio Primo de Rivera. En realidad, la gran manifestación propiamente fascista inmediatamente anterior a la Guerra se dio con ocasión del entierro de Calvo Sotelo cuatro días antes del 18 de Julio. Apenas tenía 47 años.

El mapa de la derecha española durante la II República situaba a Calvo Sotelo en una posición entre la Derecha, más o menos liberal de Gil Robles y el fascismo activista de la Falange de José Antonio. Los tres sectores, ni se llevaban excesivamente bien, ni tampoco se combatían con saña, estaban interpenetrados (especialmente en lo que se refiere a las Juventudes de Acción Popular, rama juvenil de la CEDA). No solamente Calvo Sotelo fue partidario poco después de la fundación de Falange Española de integrarse en el partido, sino que en los meses que mediaron entre las elecciones de febrero de 1936 y el 18 de Julio de ese año, miles de militantes de las JAP pasaron a Falange Española, y las fotos tomadas durante el entierro de Calvo Sotelo resulta evidente que estamos mucho más próximos de un acto de carácter fascista que de una concentración de duelo monárquica.

La muerte de Calvo Sotelo sacudió como ninguna a toda la sociedad española y, a partir de ese momento, nadie debía llamarse a engaño: era una cuestión de tiempo que se produjera un golpe de Estado para restaurar el orden. Sólo hubo que esperar tres días.

Todavía se sigue debatiendo sobre si fueron las palabras de la Pasionaria tras un discurso parlamentario de Calvo Sotelo el   XXX de Julio de 1936, lo que entrañó su asesinato e incluso si la Pasionaria pronunció esas palabras. También se ignora a ciencia cierta la identidad de los asesinos del teniente Castillo cuya muerte acarreó como represalia la de Calvo Sotelo. Demasiados enigmas concentrados en tan pocos y tan intensos días.

Castillo no era un tenientillo entre muchos otros de la Guardia de Asalto. Era de familia liberal y aristocrática, había participado como alférez en la Guerra del Rif y en el desembarco de Alhucemas que le puso fin. Durante la II República se comprometió con el socialismo y al ser destacado con su unidad en Asturias para reprimir la sublevación de febrero de 1934 se negó a actuar alegando “yo no tiro contra el pueblo”, lo que le costó un año de prisión militar. Al salir radicalice aun más sus posiciones políticas, afiliándose a la Unión Militar Republicana Antifascista y a partir de ahí pasó a instruir militarmente a las Juventudes Socialistas. El 14 de abril de 1936, uno de los hombres de la sección de Castillo asesinó a Andrés Sáez de Heredia primo de José Antonio y el propio Castillo dejó herido de gravedad a un estudiante carlista, en el curso de una manifestación contra el Frente Popular. En esa ocasión Castillo estuvo a punto de ser linchado por los manifestantes. Fue este episodio el que situó a Castillo en el punto de mira de las milicias de derechas. El 12 de Julio, finalmente, cae asesinado a las 22:00 horas, nunca se sabrá exactamente por quién (por carlistas según Gibson o por falangistas según Preston). En la noche del 14 al 15, le toca a Calvo Sotelo. El 17 se iniciaba la sublevación del Ejército de África.

Veamos cuál fue su carrera política hasta su dramática muerte. Hijo de un juez, licenciado en derecho. Opositor nato (abogado del Estado, número uno de su promoción), inicio una colaboración con los medios mauristas en el Ateneo de Madrid, comprometiéndose con ellos y siendo miembro de la secretaría personal del líder conservador cuando se constituyó el nuevo “gobierno nacional” en mayo de 1918, elaborando proyectos para la reforma de la administración que luego fueron aprovechados por la Dictadura de Primo de Rivera.

Contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, el conservadurismo de aquella época (no sólo en España, sino en toda Europa) tenía una fuerte intencionalidad social surgida de dos componentes: la doctrina social de la Iglesia y el corporativismo. Por eso, algunos pueden sorprenderse de que Calvo Sotelo cuando irrumpió en el Parlamento en 1919, como diputado por Orense, centrara sus críticas en el caciquismo y en la temática social. Esa preocupación social le acompañó siempre. En las elecciones de 1931, desde su exilio emitió un comunicado en el que podía leerse: “Soy avanzado en materia social y económica, mas no profeso el marxismo; [...] porque estimo esencial para el progreso humano el desenvolvimiento y difusión de la propiedad privada, y, en último término, porque hallo vital e insustituible el fervor religioso en la ordenación económica de la vida social. Pero frente a la propiedad hay que exaltar, como fuente suprema de derechos y prerrogativas, otro principio: el trabajo”.

Por eso tampoco puede extrañar que durante un tiempo colaborara con el sociólogo aragonés Severino Aznar, uno de los impulsores del sindicalismo católico y miembro de la Junta Central de Acción Social Agraria. Aznar sería también impulsor del primer núcleo democratacristiano español en 1921, del semanario Renovación Social y del fugar Partido Social Popular. Aznar colaboraría con la dictadura de Primo de Rivera, luego con la de Franco, diseñando la política sindical del nuevo Estado, como Consejero de Trabajo y primer director del Instituto de Previsión. La vida de Severino, como la de Calvo Sotelo son propias de hombres de derechas con inquietudes sociales. De hecho la trayectoria de Severino Aznar reproduce la de Calvo Sotelo y permite intuir cuál habría sido la actitud del líder fascista si hubiera sobrevivido a la guerra civil. Durante el nuevo período de gobierno de Maura iniciado en agosto de 1921, Calvo Sotelo ocupó el cargo de gobernador civil de Valencia y cuando se constituyó la dictadura fue nombrado Director General de Administración desde donde abordó distintas reformas de las que sin duda la de la administración municipal sería la que dejaría más huella. En el texto del Estatuto Municipal impulsado por Calvo Sotelo se perciben ecos del maurrasismo y del corporativismo. De un lado es democratizador y descentralizador en relación a la ley anterior en la medida en que trasladaba competencias a los ayuntamientos que hasta ese momento solamente pertenecían al Estado. Un tercio de los consistorios estarían formados por concejales elegidos por asociaciones profesionales y sindicatos obreros, una iniciativa muy parecida a la que en aquellos mismos momentos estaba teniendo lugar en Italia y que luego sería adoptada también por el franquismo.

En 1925, Calvo Sotelo lanzó otra reforma de gran calado, el Estatuto Provincial en donde redefinía -a la luz también de la doctrina maurrasiana que insistía particularmente en la reducción de la dimensión y de las atribuciones centralizadoras del Estado- el papel de las provincias (que no debían ser para Calvo Sotelo instancias al servicio del Estado), sino al servicio de los municipios que las componían, los cuales tenían la potestad de disolver las diputaciones provinciales. Así mismo las atribuciones de los gobernadores civiles quedaban limitadas y se seguían las mismas pautas corporativas del Estatuto Municipal. También en el Estatuto Provincial, Calvo Sotelo daba la posibilidad de que, mediante la aprobación de tres cuartas partes de la población de las provincias afectadas, se constituyeran “regiones”. Quizás sorprenda saber que el primer atisbo de “autonomización” del país fue propuesto en esta ley que abría la posibilidad de que las regiones tuvieran asambleas deliberantes y asumieran competencias. En 1931 proclamaría: “A esos preceptos me ciño: Nación, sólo una: España; Estado, sólo uno: el español. Y dentro de él las regiones que se quiera, con autonomía plena, intensa y profunda, pero sin romper jamás el cordón umbilical que debe unirlas a la madre patria”.

Efectuado este trabajo de reforma de la administración (que solamente en una mínima parte pudo ser llevado a la práctica por las circunstancias históricas que siguieron), fue promovido al importante cargo de ministro de Hacienda. Y en este terreno su proyecto de reforma contemplaba medidas de optimización del funcionamiento y de la recaudación. Algunas de las medidas propuestas eran drásticas (plazo de tres meses para declarar los bienes rústicos y urbanos con la advertencia de que si lo declarado era un 50% inferior al valor real se procedería a la expropiación de la finca, medida que le valió el mote de “ministro bolchevique”. Primo de Rivera dio marcha atrás a la medida a pesar que la gestión de Calvo Sotelo al frente de la Hacienda pública logró aumentar la recaudación en cinco apenas cinco un 25%, A él se le debe también la creación del actual IRPF. Así mismo impulsó una ambiciosa política de emisión de deuda pública para crear y mejorar infraestructuras, renovar el país y reducir el trecho que nos separaba del pelotón de cabeza e Europa. 

Otras dos medidas generaron expectación internacional. De un lado la creación CAMPSA, monopolio de petróleos (que costó el que el presidente de la Shell amenazara con el embargo a España… y que se eludió con acuerdos firmados entre Primo de Rivera y Stalin) que debía controlar todo lo relativo a carburantes, incluida la comercialización de los productos, la explotación de yacimientos, la gestión de la flota petrolera (que entonces no existía y que se trataba de construir) y el refinado del crudo (otra industria hasta entonces inexistente). A esta medida siguió otra no menos importante: la creación de una “banca pública” con dos instituciones, el Banco Exterior y el Banco de Crédito Local creadas al efecto y el reforzamiento del Banco Hipotecario y del Banco de Crédito Industrial.

Todas estas medidas indican el espíritu reformista y modernizador de Calvo Sotelo y, especialmente, dicen mucho sobre su experiencia en la gestión pública y en la administración del Estado. Lamentablemente, durante su mandato al frente de Hacienda, la peseta se devaluó un 60%, dimitiendo el 20 de enero de 1930 después de un encontronazo con el dictador, el cual dimitía una semana después.

En plena etapa de sustitución de Primo de Rivera por Berenguer, Calvo Sotelo fue nombrado presidente del Banco Central, en febrero de 1930, cargo del que dimitió apenas medio año después tras comprobar que los problemas de liquidez de la entidad se debían a créditos impagados concedidos a miembros del Consejo de Administración de la entidad.

En ese período, Calvo Sotelo junto a otros exministros de la dictadura contemplaba la posibilidad de formar un partido político que estuviera presenta en los siguientes comicios y que presentara como candidato a Primo de Rivera con el que llegó entrevistarse en París, el cual aceptó el proyecto que, sin embargo, jamás se llevaría a la práctica por fallecimiento del dictador a las pocas horas del encuentro. Sin embargo, Calvo Sotelo sacaría adelante el proyecto fundándose la Unión Monárquica Nacional el 5 de abril a la que se sumó el joven hijo del dictador José Antonio Primo de Rivera. Sin embargo, la tarea de esta formación se interrumpirá con la proclamación de la II República el 14 de abril. A las pocas horas Calvo Sotelo se exilió a Portugal. No volvería sino tres años más tarde.

Tras abandonar Portugal se instalará en París en donde casi inmediatamente conoce a Charles Maurras, que influyó extraordinariamente en sus concepciones que, en tanto que monárquico convencido encontraron un eco en él. Desde París, Calvo Sotelo pudo ver como Roosevelt afrontaba la crisis del 29 y reconoció en las medidas de aumento de la inversión pública las mismas medidas que él había intentado aplicar durante los años de la dictadura. París era también la atalaya más favorable para percibir otro fenómeno que estaba naciendo aquellos momentos en Europa: el fascismo. No sería hasta después de que Calvo Sotelo regresara a España cuando las “ligas fascistas” alcanzaron un fuerte impacto en Francia, pero ya entre 1930 y 1933 existían grupos fascistas y sobre todo revistas y doctrinarios, muchos de ellos católicos y procedentes de Action Française que habían abrazado el fascismo. Más tarde, en 1932, viajaría a Italia conociendo personalmente a Italo Baldo y a Mussolini.

A su regreso a España, Calvo Sotelo volvía con su convicción monárquica reforzada por los encuentros con Maurras y por su conocimiento del fascismo. Sin embargo, a partir de ese momento, ese ideal ha sufrido algunas matizaciones. Primeramente dejará de hablar de “restauración monárquica” e insistirá en la idea de que si España  vuelve a ser una monarquía se tratará de una “instauración”, evitando así la penosa obligación de realizar un análisis de la monarquía Alfonsina y de su fracaso; la nueva monarquía, la llegada por una “instauración”, deberá ser radicalmente diferente a la anterior, idea que Franco repitió  en varias ocasiones especialmente a partir de la aprobación de la Ley Orgánica del Estado de 1967. En su momento, Alfonso XIII profesó una absoluta desconfianza hacia Calvo Sotelo quien le había sugerido que abdicara en su hijo Don Juan.

Cuando en 1933, es elegido diputado por Orense en la lista de Renovación Española no pudo retornar a España inmediatamente sino que hubo de esperar hasta la amnistía de 30 de abril. Once días después, Calvo Sotelo empezaba a trabajar presentando propuestas parlamentarias. Tras los años de exilio su acomodamiento en las fuerzas políticas de la derecha fue complicada: a pesar de ser miembro de Renovación Española el presidente del partido era Antonio Goicoechea; de haber querido figurar entre los líderes de la derecha, hubiera debido competir con Gil Robles en la jefatura de la CEDA y si hubiera preferido orientarse hacia la Falange, aquel era el coto del hijo del dictador. Cabe decir que Calvo Sotelo ni antes ni después enarbolaría ninguna ambición personal y se conformaba con ser un diputado eficaz que sabía de lo que hablaba y que preparaba sus intervenciones minuciosamente.

Sobre los contactos entre Calvo Sotelo y Falange Española se han dado distintas versiones avaladas todas por unos u otros testimonios pero por ningún documento escrito. A poco de regresar a España, Juan Antonio Ansaldo lo visitó para proponerle que se integrara en el partido falangista del que él era el jefe de las milicias. Ramiro Ledesma dio otra versión según la cual habría sido Calvo Sotelo quien solicitó por iniciativa propia su ingreso en Falange. A pesar de que tenemos tendencia a reconocer como cierta la primera versión –Ledesma no participó en las negociaciones y en este terreno hablaba de oídas- ambas concluyen en el mismo punto. José Antonio Primo de Rivera se negó a admitirlo al albergar ciertas reservas en relación a la colaboración de Calvo Sotelo con su padre. El fundador de Falange en ese momento no se sentía monárquico y tenía cierto desprecio por los “señoritos” monárquicos, tal como señala Payne. Ansaldo atribuyó la negativa a un personalismo de José Antonio Primo de Rivera (poco después sería expulsado del partido).  

El 14 de junio de 1933, Calvo Sotelo, a través de una entrevista en ABC, planteó la necesidad de crear un “bloque” con todas las fuerzas que rechazaban la constitución de 1931. En los meses siguientes se publicaría un manifiesto firmado por personalidades de todos los sectores de la derecha monárquica. Fuera de los tradicionalistas y de Renovación Española, el resto de firmantes eran grupos de escasa entidad: el Doctor Albiñana, agrarios, restos de los antiguos Sindicatos Libres de Barcelona y de la Agrupación de Juventudes Antimarxistas vinculados a ellos, sectores desgajados de la CEDA, pero lo esencial de este partido y, por supuesto, los falangistas, no respondieron.

En el manifiesto el Bloque Nacional publicado el 8 de diciembre de 1934 se aludía a la “exaltación frenética de la unidad española que la Monarquía y el pueblo labraron juntos a lo largo de quince siglos (…) el hecho católico fue factor decisivo y determinante en la formación de nuestra nacionalidad”. Seguía luego un ataque al liberalismo y a la Revolución Francesa que “como Cánovas predijera, nos arrastra al comunismo”. Se llamaba a la constitución  un “Estado fuerte” del que más adelante se dice que será “integrador” y para todo ello se propone la constitución de un Bloque Nacional “que tenga como objetivo la conquista del Estado”.

Entre los firmantes del manifiesto figuraban Jacinto Benavente, Ramiro de Maeztu y José María Pemán. Sería en diciembre de 1934 cuando el llamamiento tomaría forma y daría lugar al Bloque Nacional. A pesar de que siempre fue una formación minoritaria, la personalidad de Calvo Sotelo hizo que, prácticamente, fue el portavoz parlamentario de toda la derecha.

Al aproximarse las elecciones de febrero de 1936, Calvo Sotelo no albergaba ninguna duda sobre el triunfo de la izquierda e intento que el ejército se sublevara antes de las elecciones llegando incluso a entrevistarse con Franco. Tras la segunda vuelta de las elecciones, el Frente Popular pretendía anular las dos actas obtenidas por Calvo Sotelo. Ya en ese momento se destacó la Pasionaria como principal instigadora de esta negativa a concederle el acta de diputado llegando a gritar en el momento de la votación “!Justicia para los asesinos del pueblo!”. Le fue restituida el acta, pero al presidente de Renovación Española, Antonio Goicoechea le fue denegada con lo que Calvo Sotelo quedó como jefe de su minoría parlamentaria.

En los meses de mayo y junio de 1936 siguió creciendo la tensión tanto en la sociedad como en el parlamento. El 15 de abril, Azaña al presentar su programa de gobierno fue replicado por Calvo Sotelo quien le recordó que solamente en dos meses se habían producido un centenar de muertos y quinientos heridos por la violencia política, exigiendo que el gobierno se preocupara de mantener el orden. Paralelamente siguió manteniendo sus llamamientos públicos y privados para que el ejército asumiera sus responsabilidades. Vulnerando la legislación de la época, Azaña, sin mandamiento judicial, ordenó que se intervinieran permanentemente los teléfonos de Calvo Sotelo. Y en medio de un clima tensión exasperada se produjo la sesión parlamentaria del 16 de junio de 1936.

El discurso parlamentario de Calvo Sotelo el 16 de junio fue una interpelación a Casares Quiroga, entonces Ministro de Gobernación, e particularmente interesante para ver que, en ese momento, ya había asumido todos los valores del fascismo, de hecho él mismo, tras definir lo que era el fascismo se declaro tal. En el discurso atacó especialmente las “fórmulas financieras de capitalismo abusivo”, uno de los temas favoritos del populismo fascista de la época, fue uno de los discursos más “sociales” de Calvo Sotelo y, desde luego, en donde el monarquismo estuvo completamente ausente. La búsqueda del orden, la oposición a los lock-outs patronales y a las huelgas salvajes, la denuncia del desorden que se estaba dando en las calles y en la economía, la necesidad de estimular la “producción nacional”, la concepción de un Estado situado más allá de la lucha de clases, todo ello resumían las ideas del fascismo. Sugirió la posibilidad de un golpe de Estado militar en caso de que todos estos problemas se prolongaran y atacó la pasividad del gobierno ante las milicias de izquierda. Se produjo un intercambio de insultos con Wenceslao Carrillo, padre de Santiago Carrillo y dirigente socialista, que no figuraron en el Diario de Sesiones. Casares le hizo responsable de una sublevación eventual de parte del ejército que, Calvo Sotelo consideró como una “amenaza”. Desde los escaños comunistas, Dolores Ibárruri consieró una “vergüenza” que Calvo Sotelo no hubiera sido juzgado como ministro de la dictadura y organizador de la represión contra el sindicalismo (algo en lo que Calvo Sotelo jamás participó).

Es en esa sesión, probablemente la más crispada que se ha producido jamás en un parlamento español, cuando se atribuye a Dolores Ibárruri pronunciar la “sentencia de muerte” contra Calvo Sotelo: “Este hombre ha hablado por última vez”. Sin embargo, es cierto que la frase no figura en el Diario de Sesiones y que La Pasionaria rechazó haberla dicho. Pero otros testimonios declararon que sí había pronunciado la frase y muy poco sospechosos de derechismo o de complicidad con Calvo Sotelo. Uno de estos testimonios es el de Josep Tarradellas, miembro de ERC que luego sería presidente de la Generalitat de Catalunya en el exilio y más tarde presidente de la Generalitat restaurada por Suarez (1) y el otro Salvador de Madariaga (2). Es normal que la Pasionaria, a la vista de que el asesinato de Calvo Sotelo se considera unánimemente como detonante de la guerra civil, evitara reconocer que había pronunciado aquellas palabras. En cuanto a que no figuren en el Diario de Sesiones, no es relevante a la vista de que en esa misma sesión el propio Martínez Barrio pidió que no aparecieran frases enteras del rifirrafe producido durante la intervención de Calvo Sotelo.

En la siguiente sesión parlamentaria del 1 de julio, Calvo Sotelo volvió a tomar la palabra para atacar la reforma agraria del gobierno explicando. A poco de iniciar su discurso y a mencionar el papel de la URSS en el auge del fascismo, los diputados comunistas iniciaron sonoras protestas. Calvo Sotelo para confirmar sus tesis aludió a la participación de los agricultores en la toma del poder por parte del fascismo italiano y terminó proclamando que solamente un Estado Corporativo aliviaría los males del campo en España. Esa alusión es, para nosotros suficiente, para asumir que Calvo Sotelo, había culminado ya su viraje hacia el fascismo. Las crónicas lo siguen llamando “diputado monárquico” pero, en realidad, se había operado en él un deslizamiento progresivo hacia el fascismo que le llevó en esa, su última sesión parlamentaria, a aludir al “Estado Corporativo”, no en la versión de Maurras, sino directamente ligado al movimiento de Mussolini. Toda la derecha, no solamente los diputados del Bloque Nacional-Renovación Española, sino también los de la CEDA, aplaudieron la intervención de Calvo Sotelo. Y estos sí podían considerarse “fascistizados” en la medida en que en su actitud no había una profunda reflexión doctrinal, sino apenas una actitud visceral dictada por la polarización de la cámara.

En esa sesión, resultó expulsado un diputado de la derecha que se solidarizó con Calvo Sotelo, la Pasionaria desde su escaño siguió gritando llamamiento a “arrasar” a la derecha (que tampoco figuraron en el Diario de Sesiones pero que oyeron perfectamente otros diputados), el socialista Galarza defendió el uso de la violencia contra el fascismo (palabras que fueron borradas del diario de sesiones), todo ello en medio de un clima de guerra civil que había llegado antes al parlamento que a la sociedad.

El asesinato del teniente Castillo el 12 de julio. Era evidente que se iba a producir una represalia. La duda estriba en si el asesinato de Calvo Sotelo se produjo como represalia a la muerte de Castillo o estaba preparada antes. Lo cierto es que a partir de la sesión parlamentaria del 6 de junio cuando se produjeron movimientos extraños dirigidos por el Director General de Seguridad que cambió la escolta de Calvo Sotelo juzgada como excesivamente solidaria con el político. Fueron nombrados dos masones para escoltar a Calvo Sotelo, Garriga Pato y Serrano de la Parte, izquierdistas notorios. La orden era que en caso de atentado simularan proteger al escoltado, pero no defenderlo y en caso de que se produjera un atentado y no resultara muerto, rematarlo. Una filtración permitió a Joaquín Bau Nolla enterarse de estas instrucciones y alertar a Calvo Sotelo, el cual obtuvo otra escolta que tampoco era de su confianza. El 10 de julio otro diputado de Renovación Española, Cortés Cabanillas, volvió a alertar a Calvo Sotelo de otro proyecto de asesinarlo surgido de las filas socialistas proponiéndole una guardia compuesta por militantes de su partido a lo que el interesado contestó que lo más probable es que fuera asesinado por el propio gobierno.

Al ser trasladado el cuerpo del teniente Castillo a la Dirección General de Seguridad se encontraron muchos militantes socialistas y de la UMRA y parece que allí se tomó la decisión de asesinar en ese momento a Calvo Sotelo. Gobernación ordenó la detención de los sospechosos de poder haber cometido el atentado contra Castillo y uno de los grupos que partió para esta tarea, dirigido por el capitán de la Guardia civil Fernando Condés (conocido socialista expulsado del cuerpo por haber participado en la revolución de Asturias, también francmasón), amigo de Castillo y destacado miembro de la UMRA, acompañado por una docena de milicianos socialistas habitualmente escoltas de Indalecio Prieto, varios miembros de la policía y un escolta de la diputada socialista Margarita Nelken. La camioneta fue directamente en busca de Calvo Sotelo, mientras que otra partió en busca de Gil Robles que se encontraba fuera de España en ese momento.

Tras detener a Calvo Sotelo y montarlo en la camioneta un tal Luis Cuenca Estevas, escolta de Prieto y conocido como “El pistolero”, lo asesinó a la altura de la calle Velázquez con Ayala, con un tiro en la nuca y un segundo tiro cuando ya estaba en el suelo de la camioneta rematándolo. Abandonaron el cadáver en el Cementerio del Este en una acera. Luego fueron al cuartel de Pontejos en donde “El Pistolero” se presentó al comandante Burillo (también francmasón) que lo abrazó. No es cierto, como durante años se sostuvo que fueran Guardias de Asalto quienes formaban parte de la dotación de la camioneta y que efectuaron su acción como represalia por la muerte de su compañero el teniente Castillo. La composición del comando asesino sugiere que se trató de un grupo bien relacionado en  las altas esferas socialistas y que contaba con un número extrañamente significativo de franc-masones socialistas. De hecho el propio Luis Cuenca, visitó a las 8:00 de la mañana a Julián Zugazagoitia, director de El Socialista comunicándole el crimen. No se trataba pues de Guardias de Asalto marginales o poco representativos, sino de militantes socialistas con fuerte presencia en las logias. En cuanto al capitán Condés, a las 8:30 llamó a la sede del PSOE comunicando al diputado Juan Simeón Vidarte que acababa de asesinar a Calvo Sotelo yendo a ocultarse a la casa de la diputada socialista Margarita Nelken. La mujer de Calvo Sotelo lo identificó inmediatamente, lo que no fue óbice para que se Condes se entrevistara con Indalecio Prieto. En resumidas cuentas, en los días que siguieron al crimen tres diputados socialistas –y no precisamente tres diputados de base- encubrieron y ocultaron a los asesinos. El 25 de julio, una vez desencadenada la guerra civil, las milicias socialistas robaron a punta de pistola el sumario instruido por el crimen. Se trató de un verdadero “crimen de Estado”.

Sin embargo, la violencia acompañó a Calvo Sotelo hasta su tumba. Tras una encendida oración fúnebre pronunciada en el cementerio por el presidente de Renovación Española y ante varios miles de partidarios que le despidieron brazo en alto al estilo fascista, se produjo una concentración en la calle Goya esquina Alcalá siendo brutalmente disuelta por la Guardia de Asalto causando cinco muerto y cuatro heridos. Dos oficiales que se negaron a disparar sobre la masa fueron detenidos. El gobierno, en lugar de optar por detener y procesar a los responsables del crimen de Calvo Sotelo, optaron por detenciones masivas de activistas de derecha para evitar represalias, ignorando que lo único que habían logrado era decantar bruscamente a militares que hasta ese momento habían dudado en pronunciarse contra la República y acelerar el pronunciamiento militar.

A nadie se le escapa que de haber sobrevivido a la guerra civil, Calvo Sotelo hubiera sido una de las eminencias grises del nuevo régimen y que hubiera ocupado hasta el final de su vida altos cargos en la administración franquista tal como la ocuparon algunos de sus amigos íntimos y colaboradores en Renovación Española, Bau Nolla o Corté Cabanillas que estuvieron presentes en las altas esferas del régimen hasta su fallecimiento. El régimen franquista profesó un culto casi idolátrico a Calvo Sotelo a quien le dio el título de “Protomártir de la Cruzada”, pero seguramente, de haber sobrevivido, la evolución del régimen hubiera sido muy diferente. Si Gil Robles optó por ausentarse de España y José Antonio Primo de Rivera no pudo evitar ser fusilado por la República, seguramente la presencia de Calvo Sotelo en la “Zona Nacional” hubiera contribuido a dar una mayor coherencia al régimen, habría disminuido el peso de la falange (que en el momento de producirse el 18 de julio era una fuerza juvenil demasiado pequeña) y seguramente el papel de Calvo Sotelo hubiera consistido en dar la fisonomía política al nuevo régimen que, no lo dudamos, hubiera sido fascista, quizás con menos exaltaciones imperiales pero seguramente con mayor profundidad doctrinal.

Como hemos visto a lo largo de esta breve biografía, había que descartar que hubieran podido surgir diferencias entre Franco y Calvo Sotelo. Este admitía perfectamente jugar un papel secundario y dedicarse a los debates parlamentarios o bien a la reforma de la administración. Nunca disputó a nadie el liderazgo, ni nunca rivalizó con nadie por ocupar puestos de poder. Su superioridad intelectual estaba fuera de duda y su capacidad para la gestión de la cosa pública que demostró durante la dictadura era incuestionable. Por eso su decantación hacia el fascismo era importante: porque no se trataba de un joven exaltado, ni de alguien obsesionado por la estética y la retórica fascista, sino de un gestor eficaz que racionalmente había llegado a asumir que en los años 30 el “orden” caminaba al paso con el “fascismo”.  

(1)  Josep Tarradellas: El único camino. Barcelona, Bruguera, 1979, p. 248.

(2)  Salvador de Madariaga: España: ensayo de historia contemporánea, 1979, pg. 384

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Mitopoética del nacional-socialismo. Un texto de Franco Cardini (revista Totalité,1981)

Infokrisis.- El texto que sigue a continuación es la traducción de un artículo publicado en 1981 por el medievalista italiano Franco Cardini en la revista Totalité en el año 1981. Esta revista era, en aquel momento, el boletín del círculo "Cultura y Tradición" que en aquella época y en los años siguientes realizó un extraordinario esfuerzo por difundir los textos de Julius Evola en lengua francesa, primero a través de las revistas Totalité, Rebis, Kalki, y posteriormente a través de la Editorial Pardés que  continúa en funcionamiento. El articulo que sigue es una interpretación "mitopoética" del naconal socialismo y, en realidad, aborda la cuestion de cómo un especialista en historia medieval analizaría el fenómeno del nacional-socialismo en función de los mitos y de las leyendas medievales. Particular fuerza adquiere el artículo cuando refiere la vieja leyenda germánica del Flautista de Hamelin en relación a la historia de Hitler y de su función entre 1933 y 1945. Debió ser hacia 1985 cuando realizamos la traducción de este artículo que casualmente hemos encontrado en el mes de agosto.

Mitopoética del nacional-socialismo

Cuando hace unos años se desencadenó una polémica contra la presunta rehabilitación de Mussolini y del fascismo por De Felice, hubo, además de críticas apoyadas sobre un examen científico serio, otras conducidas de manera histérica, o que no tuvieron reparos en descender al nivel del linchamiento. En este segundo terreno tan poco ejemplar, alguien sugirió la vergonzosa idea de que un día Hitler y el nacional‑socialismo podrían encontrar igualmente su De Felice.

George L. Mosse está muy lejos de ser “rehabilitar" al movimiento hitleriano; en la historia, por lo demás, las rehabilitaciones ‑lo mismo que en el de las exaltaciones, las condenas y las justificaciones‑ son un falso problema. El hecho de que en Italia algunas conclusiones de Mosse, aunque fundadas científicamente ‑o quizás por eso mismo‑ hayan levantado el escándalo, prueba una vez más que en este país la libertad de opinión, cuando se trata de ciertos temas, se convierte en una utopía, no sólo, sobre el plano histórico (lo que sería, más o menos, normal), sino también sobre el plano científico. Afrontar temas tales como Hitler y el nacional‑socialismo exige que primeramente se trace el círculo mágico ritual y se pronuncien los exorcismos pertinentes: es decir, que se repita ‑con algunas variantes si es necesario‑ la preliminar y “evidente" fórmula de condena. Esta no debe tampoco ser abandonada al dominio del pleonasmo y del sobreentendido: como toda fórmula mágica auténtica, exige ser pronunciada en voz alta y con precisión. Quien no lo haga corre el riesgo de pasar por cómplice, por simpatizante del enemigo del hombre.

Es preciso preguntarse si el recuerdo de aquella gran catástrofe que fue la Segunda Guerra Mundial, la memoria dolorosa del exterminio querido y programado de millones de seres humanos; el horror por los crímenes, las deportaciones, las devastaciones, los saqueos a gran escala que caracterizaron la fase final del hitlerismo pero que, en el fondo, estaban ya en germen en su espíritu, si toda esta lamentable tragedia ¿bastan para justificar el sentimiento de horror, extendido y arraigado, respecto el nacional‑socialismo? Entendámonos bien, puede que éste lo haya merecido plenamente: sin embargo, es inquietante constatar que la condena, entre las jóvenes generaciones sobre todo, se apoye siempre sobre un conocimiento causal extrañamente limitado, incierto e impreciso; es, en otros términos, una actitud conformista, una adhesión tibia y cómoda a una idea impuesta desde el exterior, antes que pensada desde el interior.

Aquí, no se trata ciertamente de depurar una vez más las responsabilidades en el proceso de Nuremberg, o de reavivar la polémica sobre los famosos seis millones de víctimas para establecer si han sido más o menos numerosas que la cifra indicada. No existe nada más innoble que esta macabra contabilidad. En el nacional‑socialismo, es la atrocidad del genocidio en tanto que tal y, más allá de él la atrocidad del desprecio del hombre y de la vida lo que asombran, sobre todo porque han tenido lugar tras siglos de humanismo, al menos teórico y verbal. Pero lo que termina por inspirar temor, es que su trono siniestro en el museo de los horrores históricos no acabe por servir como pantalla a otros hechos y hombres que tendrían el mismo derecho de figurar en él. Todos los grandes verdugos, todos los carniceros a gran escala del mundo contemporáneo ‑han existido y existen existiendo hoy, por no hablar de los que les precedieron‑ pueden agradecer a Hitler haberles permitido aparecer con ropas respetables y maquillar sus gestos con sonrisas cautivadoras.

En suma, es triste y miserable que no pueda organizarse Nurembergs serios (el Tribunal Rusell ha sido una farsa facciosa) para los responsables de las masacres de hugonotes, pieles rojas, católicos irlandeses, istrianos, kulaks, armenios, kurdos, palestinos o mongoles.

El mundo moderno no considera pues a Hitler como un enemigo cualquiera: lo ha elevado al rango de enemigo metafísico. Sin embargo, vista desde cerca, esta observación es incluso insuficiente. Su condena es una demnatio memoriae, absolutamente sui generis. Parece casi que, aunque se haya exorcizado al monstruo demoníaco y que se continúe teniéndole respeto por una especie de "caza de brujas" que tiene algo de grotesco, se sufra aún una terrible fascinación: la atracción del abismo. Pongamos incluso de lado la interpretación del nacional socialismo como una especie de fatum helénico, de némesis inevitablemente ligada el hybris de las clases dirigentes alemanas: es decir, la interpretación de Thomas Mann en la que se han inspirado Luchino Visconti y también Berthold Brecht está menos alejada de lo que parece, ya que el desarrollo de su Arturo Uí demuestra que, sobre todo, la ascensión del jefe de la banda de gansters es menos “resistible” que lo que afirma el título de la polémica obra de teatro. Asistimos desde hace algún tiempo a una nueva ola de hitlerismo, y lo que es peor: ni los historiadores ni los sociólogos parecen darse cuenta de que es mucho más grave o inquietante que cualquier rehabilitación político‑ideológica. Tenemos comics y films “nazi‑porno", "nazi‑sado‑masoquista", que se acompañan de fenómenos de signo análogo pero de valor diferente, como el music‑hall Das Reich con su Hitler superstar sucesor de los triunfos de Oh Calcutta y de Hair. Naturalmente, no se verá Das Reich en nuestro país, como tampoco el film Hitler, eine Karriere a pesar de su excepcional valor documental. A cambio, hemos visto Salon Kitty y toda la gama de sus subproductos incalificables

Por lo demás, a su manera incluso: estos fenómenos subculturales son muy significativos. A nivel de transfert la culpabilización del hitlerismo es la desembocadura cómoda de tendencias sado‑masoquistas que, fuera de casos límite, no le eran del todo específicas (podía tener otras tendencias: pero ‑precisamente‑ no éstas) mientras que son propias a los complejos engendrados por la sociedad de consumo, por la sociedad permisiva. Luego, porque, tras estos complejos se esconde la vulgarización de un procedimiento de represión ideológica que los historiadores conocen bien: la polémica de los defensores de un "sistema" cualquiera contra los no conformistas. Celso, ya, dirigía a los cristianos acusaciones de realizar ritos infames y de desórdenes sexuales; en la época medieval y protomoderna, los polemistas católicos hacían lo mismo respecto a los herejes y las brujas, mientras que en los EEUU los maccarthystas emplearon el mismo procedimiento contra los “rojos”, o supuestos tales y, más tarde, este debía ser el caso de los extraños representantes de las "mayorías silenciosas" contra los hippies. Es inútil añadir que, habitualmente, acusaciones de este tipo, son absolutamente falsas y gratuitas sobre el plano fenomenológico; es más bien la interpretación de los hechos a la que dan lugar lo que está profundamente falseada.

Ciertas formas histéricas e irracionales de demonización de un fenómeno histórico tan complejo y articulado como el nacional‑socialismo descubren un fondo colectivo que debería ser explorado con los elementos del psicoanálisis antes sin duda, que con los de la política y la sociología. Existe un lazo profundo entre nazifobia (una forma de psicosis extendida que nada tiene que ver con el antinazismo serio y coherente) y la actitud de desacralización de la vida que invade plenamente al way of life occidental. No son ciertamente objetivos político‑ideológicos del nacional‑socialismo cuyo renacimiento se teme: hoy, ninguna persona inteligente y de buena fe puede verdaderamente temer el renacimiento del racismo anti‑judío, del nacionalismo pangermanista o del militarismo neo-prusiano.

Lo que se quiere más bien es exorcizar aquello a lo que el nacional‑socialismo debió lo más profundo de su éxito: la proyección mítica, e incluso ‑es decir, sobre todo‑ la capacidad mitopoética. Solamente bajo este ángulo la histeria nazifoba adquiere una racionalidad paradójica: es la respuesta radical del hombre moderno, del homo rationi consentaneus, al hombre arcaico, al homo mythicus: es evidente que empleo aquí el adjetivo mythicus en al sentido que le da Macrobio, a saber, “autor de mitos". Y ya que estamos en la hora de las precisiones semánticas, añado que empleo el adjetivo "arcaico” en el sentido técnico que Jung le atribuye: es decir, el hombre arcaico como hombre del arca, del origen, de los comienzos; hombre del illud tempus, opuesto al hombre del progreso lineal.

En otros términos, el nacional‑socialismo ‑al margen de sus componentes progresistas y tecnocráticas, las cuales fueron por lo demás masivas y evidentes‑ fue un movimiento radicalmente antimoderno y anti‑historicista en su capacidad mito‑poética precisamente, mucho más profunda que el recurso exterior y a menudo vulgar a datos y elementos atávicos que hacían de él un movimiento "de derecha", según un análisis que, a decir verdad, parece excesivamente esquemático.

Puede ocurrir también, en el fondo, que el nacional‑socialismo haya sido sobre el plano fenomenológico ya que no sobre el plano del historicismo, un acontecimiento revolucionario pero ‑a pesar de sus componentes obreras y "de izquierda" que existían y que tenían cierta consistencia, guste o no guste recordarlo‑ si fue así, no tuvo gran cosa en común con la revolución francesa o soviética. Las precisiones formuladas por varios historiadores especializados en la influencia jacobina y luego nacional‑liberal recogidas más tarde por el hitlerismo tienen sin duda su valor, de la misma forma que buena parte, de los nacional‑socialistas sufrieron la fascinación de la Revolución de Octubre; sin embargo, la revolución a la cual el nacional se pareció más es la revolución japonesa de la época Meijí: en el sentido que, al igual que esta, tendió a afirmar un cuerpo tecnológicamente avanzado en el sentido occidental del término sobre un alma dirigida en sentido inverso, en una dirección programáticamente consciente hacia el retorno a las antiguas tradiciones heroicas. Con esta diferencia sustancial, naturalmente, a saber, que estas tradiciones estaban vivas y actuantes en la cultura japonesa, donde se trataba sólo de despertar y reconducir a una pureza consciente un mensaje religioso y nacional; mientras que en Alemania se trataba de reconstruir ‑y de una forma no exenta de arbitrariedades y exageraciones, y consecuentemente con resulta­dos sustancialmente falsos y artificiales‑ una cultura prácticamente destruida = desde la Alta Edad Media, admitiendo que haya existido jamás bajo formas que evocaran incluso de lejos lo que se imaginó. El "germano" salido del laboratorio hitleriano se parecía al del Edda y del Nibelungenlíed como la criatura monstruosa del doctor Frankenstein al modelo que había inspirado al sabio.

Si la sociedad actual vive de utopías ‑y lo que es peor, las estima racionales e incluso “científicas”‑ en cambio detesta los mitos. Y la obstinación en hacer representar al socialismo el papel de chivo expiatorio para las desgracias del segundo cuarto del siglo XX y más allá parece ser principalmente una técnica liberadora en relación al mito y al “peligro" de la mitopoética, es decir, de este extraña capacidad humana de escapar a lo materialmente “real”, a lo cotidiano, e incluso de apropiarse y dominarlo. Se acusa la adhesión al mito de representar una “fuga de la realidad”, una “evasión”: pero la prisión de lo que se califica habitualmente de real engendra a su vez la desesperanza.

En un sentido general la relación entre “emancipación” del mito y angustia es muy estrecha: “se ha sostenido incluso que las inquietudes y las crisis de las sociedades modernas se explican por la ausencia de un mito que les sea particular", escribe Mircea Eliade. Si Eliade tiene razón en percibir la relación de este illud tempus, de este tiempo sagrado “anterior a la caída” hacia la cual toda la humanidad se volvería, unida a pesar de la variedad de los mensajes religiosos- aunque la experiencia religiosa se plantearía  en tanto que tal, en último análisis, como una “nostalgia de los orígenes” y en el rito la restauración de este tipo sagrado, pues una técnica de anulación de la historia con su vis involutiva y de relación periódica con un estado de perfección  y de armonía entre el hombre y el cosmos: si todo esto es exacto, en parte al menos, entonces el proceso de desacralización del mundo contemporáneo, su rechazo del mito, la degradación del rito en la ceremonia pública, luego en “forma vacía”, en “manifestación exterior”, en “convención”, este proceso definitivamente ha cortado los puentes entre la humanidad y no importa qué tipo de realidad superior. Se puede ser o no religioso (por lo demás, el adjetivo “religioso” es en sí mismo ambiguo): pero debe constatarse que la religión representa de todas formas una defensa individual y colectiva contra la aparición de la angustia existencial; sea negada o criticada, el hombre –al cual, evidentemente la desesperante constatación sartriana de la nada no basta, quien, por el contrario, tiene naturalmente horror a ella- se vuelve hacia la investigación de sucedáneos, los cuales adquieren a su vez el carácter de nuevos mitos o seudo-mitos. A menos que no se reemplace el mito, el “retorno a los orígenes”, por la utopía, por la búsqueda de un porvenir jamás alcanzado y comprendido como definitivo: inmóvil meta al final de un dinámico iter.

Tal es la cuestión: lo que el mundo contemporáneo no perdona a Hitler, es me nos su inhumanidad como su antihumanismo. Ser enemigo de la historia y del historicismo mediante libros y escritos es ya grave, pero serlo con las divisiones acorazadas, resulta intolerable.

El nacional‑socialismo  no fue propiamente un movimiento político, sino que fue especialmente un movimiento religioso‑milenarista; y HitIer, más que un jefe político incluso excepcionalmente dotada desde el punto de vista carismático, fue sobre todo ‑y él tuvo conciencia‑ un soter, un “salvador”. Tanto los cristianos alemanes que saludaban en él a "nuestro dulce Cristo germánico” como sus oponentes católicos y protestantes que percibían en su persona los rasgos del anticristo, percibían todos con una misma exactitud ‑aunque divergiendo en la interpretación que facilitaban respectivamente‑ esta voluntad cristométrica que aparecía sin equívoco en tantas actitudes y discursos hitlerianos.

A este respecta, la insistencia en el carácter, neo‑pagano, del nacional‑socialismo ha podido constituir un factor de desorientación para más de un historiador. La rehabilitación del germanismo pagano durante el Tercer Reich es algo incontrovertible, al igual que la polémica contra el cristianismo, religión percibida como “no-heroica” y, en tanto que tal, inadaptada al pueblo alemán. Pero, por regla general, se trataba siempre de consignas de propaganda, ideológicamente superficiales y dispersas, aunque obsesivamente recuperadas a nivel de propaganda y que no llevaron jamás a un intento serio de reforma ética y cultural. Se trató en el fono de un nostalgismo wagneriano, revestido de sensibilidad romántica, y sobre el cual se apoyaba una no menos superficial glorificación nietzscheana de la voluntad de poder; el todo se resumía (ya que el racismo y el militarismo hitlerianos tenían otras raíces más concretas) en un neo‑germanismo estético y arqueológico que tenía poca incidencia sobre la vida y las costumbres, no digamos siquiera de los alemanes en general, sino de los cuadros mismos del NSDAP, anticlericales tanto como se quiera pero siempre ligados al "cristianismo positivo” de los 25 puntos del programa original. La mezcla de profesiones de fe en "Dios" y en la "Providencia", ardientes pero ambiguas, y de parrafadas anticlericales extraídas del más lóbrego bagaje librepensador o de los subproductos del Kulturkampf ‑mezcla desagradable, frecuentemente presente en los discursos de los jefes nacional‑socialistas y del mismo Hitler parece más bien inspirarse en un deísmo aproximativo post‑iluminista, extendido entre las capas burguesas euro peas medianamente cultivadas. De otra parte, personajes como Rosemberg y Hitler se inspiraban más que en alguna forma de religiosidad neo‑pagana, en un misticis­mo esotérico ligado al amplio mundo misteriosófico de finales del siglo XIX que había dado origen a la “Golden Dawn”, la “Thulegesellschaft", la Orden neorosacruciana, en suma el mundo de la reacción espiritualista al cientifismo del siglo XIX: un mundo de donde surgieron o iban a surgir hombres tan diferentes como un Aleister Crowley, Montague Summers, Gurdjieff, Rudolf Steiner, René Guénon.

Se objetará que en algunas ceremonias como la atribución del nombre al recién nacido, el matrimonio, los funerales, al menos en los ambientes SS, o en los medios nacionalsocialistas de más estricta observancia o bien del tipo, por así decir, “experimental”, como los Ordensburgen o los centros Lebensborn, las componentes neo-paganas aparecían con evidencia, al igual que en los ritos colectivos del Primero de Mayo, del Solsticio de Invierno, del Teatro Thing. Pero una vez más, es preciso prestar atención a no confundir lo simbolizante con lo simbolizado y a no generalizar los casos límites. Entre la utilización de cierto aparato repelente bajo formas simplificadas y aproximativas, un germanismo de superficie y el regreso a los mitos odínicos, existe una diferencia profunda. Además la estética artística y arquitectónica nacional‑socialista se refiere más a ejemplos clásicos que al viejo germanismo (el cual, aquí, no tendría gran cosa que aportar fuera de algunos elementos): y sobre esta permanencia de la vocación estética clásica de Alemania y sobre los valores ligados a ella, Mosse ha escrito páginas fundamentales. Más allá de los atavismos del "Renacimiento nórdico" que, en tanto que corriente literaria, era más bien un romanticismo provincial retardado, el esfuerzo ético-histórico de los mejores intelectuales del Tercer Reich, comprometidos hacia un plausible modelo cultural indo-europeo, estaba dirigido en un sentido que me atrevería a llamar “dorio”. Piénsese sino en los trabajos de Helmut Berve y, sobre todo, de Hans F. K. Günther: ética, estética y eugenésica nacional‑socialistas veían su modelo histórico en Esparta y Platón. Por lo demás, acentos homéricos y platónicos rellenen la cultura alemana de los siglos XVIII y XIX, e igualmente se había hecho referencia a Platón en el círculo poético de Stefan George. El ethos nórdico que se quería oponer el pathos “semítico-mediterráneo” se expresaba en términos más homérico‑platónicos que “nórdicos”. El Walhalla erigido por Leo von Klenze entre 1830 y 1842 cerca de Regensburg como templo de la unidad alemana y de sus glorias, absolutamente clásico en sus líneas aunque corregidas con motivos ornamentales germánicos, es una extraordinaria relectura ante litteram de la relectura nacional‑socialista de los mitos odínicos: una relectura en la cual está presente toda la Kultur aristocrática y académica de las clases dirigentes alemanas.

Algunos se dirán convencidos que al menos la mística del Blut und Boden tenía un carácter germano‑pagano atávico. En realidad, en las fuentes germánicas este carácter es notable hasta cierto punto, en las concepciones de Sippe y de Geschlecht, sin embargo, el lazo biológico de la sangre puede ser reemplazado ritualmente por ceremonias de fraternización en el interior de la Gefolgschaft: la idea de una unidad igualmente biológica era, para los viejos germanos, familiar, y tribal, no étnica, y corregida de todas formas por otros conceptos y por numerosas otras circunstancias; aquí, como en otras partes, los nacional‑socialistas cometieron una exageración arbitraria atribuyendo a sus pretendidos ancestros preocupaciones que dependían todas de la biología y del pensamiento del siglo XIX. La ética del Blut und Boden representaba en el Tercer Reich la base emotiva y solidarista de los principios racistas cuya aplicación sobre los planos jurídico, sanitario, institucional (en suma las leyes de Nuremberg de 1935) dependían de premisas claramente neo‑malthusianas y social‑darwinistas; por lo demás, la Weltanschaung hitleriana relativa a los tomas de la naturaleza, de la selección de los pueblos y de las razas, de la lucha por la supervivencia, era darwinista, mientras que el tema del Lebensraum era neo‑maltusiana. El racismo nacional‑socialista no había nacido de un laboratorio científico, sus antepasados se llamaban Lessing, Herder, Fichte, Gobineau, Chamberlain, Wagner…

Sin embargo, atención a los golpes de efecto... El racismo ‑o, mejor, el antisemitismo- era una de las llaves del éxito de la propaganda del nacional‑socialismo, al igual que el patriotismo y el antibolchevismo. Sin embargo, la Europa de la época estaba repleta de movimientos de carácter antisemita, patriótico y antibolchevique; pero ninguno de ellos se convirtió en nada comparable al nacional‑socialismo, aunque todos lo hubieran imitado tras 1933. La esencia del enigma del nacional‑socialismo, de su ascenso y de su dominación absoluta sobre Alemania no se encuentra en estas ideas elementales y en las jamás se profundizó. Igualmente, tampoco se encuentra en el wagnerianismo, ni en el neo‑clasicismo monumental. Sobre el plano social, su éxito no se explica, plenamente ni por el recurso al tema de la alianza entre la pequeña burguesía y la clase media frustrada, antiguos combatientes rechazados y gran capital industrial, ni por.la aspiración al orden cuya expresión habría sido el lúcido pensamiento conservador, por ejemplo de un Carl Schmitt. Cuando, a través de una maniobra cuyo mero esquematismo deja perplejo, se separa el movimiento del régimen poniendo como lógica discriminante sino cronológica la "noche de los cuchillos largos", no se facilita ninguna solución al enigma: el nacional‑socialismo no fue el hijo único de los Freikorps ‑que tuvieron numerosos hijos e incluso varios de ellos bastardos‑; en su seno la seria y consciente izquierda sindicalista de los hermanos Strasser, cuya buena fe y calidad como organizaciones de las fuerzas obreras han sido saludadas incluso por historiadores marxistas, no tiene tampoco un derecho real de paternidad y otro tanto ocurre con la izquierda violenta del Lumpemproletariat, con sus canciones groseras, su "Hitler será nuestro Lenin”, la actitud de lansquenetes y de jefes de Bauerkrieg de sus comandantes, el misticismo de cervecería de las “secciones bistec" (llamadas así porque estaban compuestas de antiguos comunistas y se decía, "rojas por dentro, pardas por fuera": precisamente como un bistec). La fuerza del nacional‑socialismo reposaba sobre la síntesis de estas fuerzas, pero su esencia, no era esta síntesis ni ninguna otra.

La esencia del nacional‑socialismo sigue siendo Adolf Hitler. Diciendo esto naturalmente no pretendo hacer ninguna concesión a las viejas tesis superadas sobre las personalidades excepcionales que harían la historia. Estoy convencido que las contribuciones personales a los acontecimientos históricos son decisivas, pero también que, en último análisis, son las fuerzas lato sensu sociales y espirituales (y su interdependencia recíproca) quienes determinan y califican dichos acontecimientos. Pero Hitler es un unicum en la historia contemporánea, al igual que el mito inextricablemente ligado a su persona, un mito que no era del todo sic et sempliciter el del renacimiento de la patria o de un misticismo pangermanista y racial, del antisemitismo, de la antigüedad germánico‑pagana aunque sus ideas-fuerza se refirieran a todo esto.

Su mito consistía en situarse como alter Christus: es decir a presentarse como profeta‑salvador en un país dividido y desorientado, empobrecido por la guerra civil, el hambre, el paro, el espectáculo cotidiano de las desigualdades sociales más dramáticas (nada mejor que los gravados del anti‑nazi Georg Grosz para ilustrar algunos temas de la propaganda hitleriana antes de la llegada al poder; en un país recorrido por el escalofrío de la humillación y del odio a causa de inicuos tratados de paz, cuya aquiescencia al revanchismo francés es la primera razón que ha lanzado al pueblo alemán en brazos del nacional‑socialismo incluso que ha inventado el nacional‑socialismo. Tras la crisis de 1919‑23, cuya culminación fue la ocupación abyecta del Ruhr, el hundimiento de 1930‑32, consecuencia de la crisis de Wall Street ‑y que habría podido ser evitada, o al menos, contenida, si las clases dirigentes de Weimar hubieran elegido otra política económica: cosa que los nacional‑socialistas y la izquierda habían comprendido desde hacía años y habían rápidamente reprochado a Strasemann‑ arrojaron al país a la sima de una depresión y de una destrucción menos grave quizás que las precedentes, pero espiritualmente mucho más dramática, en la medida en que dieron la impresión de un fracaso global de la experiencia de Weimar y del engaño realizado a costa de los trabajadores alemanes, a los cuales se les había hecho creer que la falsa prosperidad que gozó el país gracias al plan Dawes de 1924 (que apoyaba ciertamente la recuperación del marco y concedió créditos a la industria, pero ligaba también la economía alemana a la economía extranjera, americana en particular) había sido, por el contrario, un resultado obtenido de manera autónoma gracias a la política gubernamental.

En este derrumbe de esperanzas y de ilusiones, en este desbordamiento de rabia y desesperanza colectivos, el mensaje de Hitler‑ que parece a distancia amasado de rencor y de irracionalismo y que, en el fondo, era precisamente esto, apareció como una llamada calurosa e irresistible a la fraternidad nacional, a la superación armoniosa de las divisiones, al esfuerzo unitario por el renacimiento. Ciertamente, se repetía que este acto de amor patriótico podía ser indoloro, que los “parásitos” y sobre todo los judíos debían ser eliminados (so lamente sobre el plano político) si se quería vivir normalmente. Claramente, más que el terror ‑en un primer momento se puede decir a pesar de él‑ fue el consenso, un consenso de masas lo que llevó al pequeño cabo austríaco a la cancillería.

Pero dejemos ahora de lado las consideraciones socio‑históricas y ocupémonos ‑pues tal es el tema de nuestro texto‑ del elemento mitopoético del nacional‑socialismo. El mito del renacimiento a través de sufrimientos, el esfuerzo colectivo y la eliminación del enemigo metafísico, encarnado por el judío no es del todo un mito nuevo en la vida del pueblo alemán. Si el ascenso del nacional‑socialismo ha sido favorecido, en cierta forma, por las estructuras del inconsciente colectivo, estas estructuras reforzaban sus raíces en la Alemania Cristiana de la Edad Media y de la reforma, no en la Alemania del atavismo germánico-pagano, una Alemania que no ha existido jamás, ni sobre el plano antropológico, ni sobre el histórico. Puede decirse más bien que la Alemania medieval fue el producto de una aculturalización acelerada entre el cristianismo y antiguos valores germánicos, los cuales, de hecho, fueron absorbidos, pero no borrados y permanecieron vivos en el nivel volkisch. Pero el hecho de transformar esta cultura subalterna, a la cual el nacional‑socialismo ‑en esto heredero de la filosofía romántíca‑ consagró un verdadero culto, una herencia atávica, y toma la viviente presencia popular de esta por la supervivencia de aquella, es un desprecio grosero y vano. Que esto guste o no, da igual, las raíces del nacional‑socialismo son cristiano populares, no paganas.

La historia del niño solitario de Branau, del pobre pintor bávaro, se parece en realidad a una fábula. Si se hubiera detenido antes de la guerra de 1914‑18, su protagonista habría podido pasar por uno de los personajes de Andersen: pero nadie habría hablado de él y su sosias‑adversario, su "sombra” en el sentido junguiano del término, aquel que, detestándolo, lo comprendió más a fondo –Charlie Chaplin‑ no se habría ocupado de él. Todo esto podría facilitar material para un buen trabajo de psicoanálisis. A partir de esto la fábula de Adolf Hitler adquiere en realidad los rasgos de una de las fábulas más terribles del folklore popu­lar germánico: la del flautista de Hamelin.

En resumen, la leyenda es conocida. En una ciudad sacudida por una invasión de ratas (¿es quizás el recuerdo colectivo de la peste de 1347?), un pequeño hombrecillo se presenta ofreciéndose a liberarla a cambio de una pequeña recompen­sa: habiendo recibido la promesa de que se le concedería tal recompensa recorre las calles tocando su flauta mágica cuya música tiene un efecto irresistible so­bre los anímeles, los cuales salen de todas partes para seguirlo; entonces el  flautista los lleva hasta el arroyo donde se ahogan. Pero los comerciantes que gobiernan la ciudad, al verse libres del peligro, comienzan a olvidarse de sus promesas y a dar la espalda al flautista; en represalia, éste, habiendo atraído con su flauta a todos los niños del lugar, los conduce fuera de los muros de la ciudad hacia una montaña mágica que se los traga a todos.

En el curso del último siglo un erudito espiritual, alineándose con la moda en vigor en su época en los estudios de mitología comparada, demostró como se podía probar mediante estos métodos que Napoleón jamás existió, sino que se había tratado de un "mito solar”. En el caso de Hitler, si por una hipótesis fantástica las prue­bas históricas de su existencia faltaran algún día, podría pensarse en un sabio mágico‑chamánico como el que hemos aludido. Alemania es invadida por las ratas de la desesperanza, de la discordia civil, de la abyección; el pueblo alemán ‑o, si se prefiere, una parte de su clase dirigente‑ ofrece el poder al flautista mágico a condición de que sepa liberar a Alemania; pero éste va más allá de las tareas que le han sido indicadas inicialmente, domina incluso a las fuerzas que tenían la ilusión de controlarlo pactando con él y arrastra a su pueblo, sobre todo a los jóvenes, hacia el Gotterdammerung. ¿Qué alegoría más trágica de los últimos días del Tercer Reich que el Todtentanz de los niños de Hamelin marchando en bandadas tras el flautista en dirección a la montaña dispuesta para tragarlos?

Antropológicamente hablando, el flautista ‑es decir el músico-mágico que manda a los animales y guía a los espíritus hacia el Más Allá‑ es comparable al modelo de Orfeo; es un chamán, un músico‑danzarín‑taumaturgo en contacto con el mundo de los muertos. Y Hitler, que disponía por lo que parece de conocimientos superficiales muy pobres sobre la mitología germánica, demostró, por otra parte, que su función política fue extrañamente parecida al papel mítico del dios Wotan, cuyas connotaciones chamánicas –es sin duda el menos indo‑europeo de los Ases‑ han sido puestas de relieve en varias ocasiones.

Hay que añadir a este respecto que los caracteres de la experiencia dictatorial de Hitler fueron más los de un "rey mago" que los de un guerrero. Si quisiéramos adaptar al régimen nacional‑socialista los cánones de la tripartición funcional propuesta por Dumezil, veríamos con claridad los rasgos de la preponderancia del elemento "chamánico‑‑‑sacerdotal", centrado sobre el Führer y su misión, ‑sobre el elemento guerrero ‑la casta militar fue quizás menos todopoderosa bajo el Tercer Reich que bajo Weimar‑ y sobre el elemento productivo (representado menos por las élites de la industria o por la clase obrera, que por la esfera de la economía, constantemente sacrificada por el gobierno nacional‑socialista a la esfera de la política).

Por lo demás, a pesar de las prerrogativas institucionales y de sus dones notables, más que intuitivos, de estratega, Hitler no confirió jamás a su prestigio personal un aura particularmente belicosa. Entre los grandes dictadores de los años treinta, fue sin duda el más avaro en actitudes guerreras. Pero hay más. Por regla general y en la vida cotidiana, Hitler era un hombre tímido, reservado, no sólo por razones de oportunidad, sino también a causa de su carácter. Sus gustos igualmente, sus escritos privados, sus bocetos de cuadros, los objetos que amaba testimonian su naturaleza reservada: sus gustos eran “normales", pequeño‑burgueses, un poco groseros tal como nos lo muestran todos sus biógrafos poniendo de relieve su carácter esquizoide. Pero en las grandes liturgias de masa el hombrecillo se transfiguraba: era entonces un Gran Chamán, el regidor‑protagonista-sacerdote, el, catalizador de las tensiones de la masa, el microcosmos del alma colectiva; incluso, en las grandes ocasiones mundanas, se convertía en agradable y gentil, espiritual, elegante, afable, charming. Y sus exaltaciones improvisadas, su capacidad para sostener una tensión interior y exterior gigantesca, desembocaban luego en una sombría depresión de varias horas, durante las cuales parecía destruido, agitado, como vacío.

Pero atención: actitudes banales y solemnidad sacerdotal estaban en él cuidadosa­mente estudiadas. El hecho es que quería ser, habitualmente, cotidiano y banal; había comprendido perfectamente que, para presentarse verdaderamente como la hipóstasis del alma colectiva de su pueblo, como encarnación del Volkgeist, debía= prodigar menos los gestos grandilocuentes y el espíritu de camaradería un poco ridículo de condotiero que hacer de manera de todos los alemanes sobre todo los más modestos, pudieran reconocerse en él e identificarse con él, pudiendo decir: "Es uno de los nuestros, es como nosotros". Igualmente el cine nacional‑socialista asociaba las estrepitosas evocaciones históricas a las comedias de enredo y a los castos idilios campestres, igualmente Hitler vestía habitualmente trajes usados por el modesto del hombre de la calle, el honesto funcionario público con gustos simples. Pero sobre la escena de las grandes liturgias, cuando sabía que encarnaba a todos sus partidarios y sentía que cada uno de ellos se reconocía en él, cambiaba. No era por casualidad ni por retórica de propaganda que el nacional‑socialismo se expresó así sobre todo en reuniones como el parteitag de Nuremberg. Fue sobre todo “fiesta” en el sentido sociológico del término: celebración permanente de la unidad nacional reencontrada y de le potencia germánica renaciente, en apariencia al menos, de la "nada", de la crisis. Esto no era simple exterioridad: la liturgia política representaba verdaderamente, como en la Iglesia católica (la comparación puede parecer terrible, pero no debe parecer blasfema), el punto de encuentro entre clase dirigente y las clases subalternas, el momento de la fusión mística en la contemplación evidente, física, de la comunidad nacional en acuerdo con sus símbolos y sus jefes. Ceremonias como las grandes paradas nocturnas, la llamada de los muertos de la Feldherrnhalle las piras de libros prohibidos comprendidos como ceremonia lustral antes que como sombrío autodafe represivo, tenían verdaderamente ‑y los documentos filmados nos lo muestran‑ una potencia verdaderamente sacra. Reducir esto a la habilidad "publicitaria” del doctor Goebels sería dar muestras de superficialidad imbécil y extraña hasta el punto de que sorprende que algunos historiadores serios y documentados hayan cometido un error de este tipo.

Además del mesías‑juez‑libertador Hitler supo además encarnar los rasgos de una forma que recuerda de cerca y, si nos está permitido expresarnos así, al pie de la letra, a otras figuras de la historia alemana. Si la propaganda nacional‑socialista más común lo veía de forma wagneriana, como Siegfried en actitud de despertar a la Walkiria durmiente ("Deutschland Erwachel") su sorprendente carrera y su destino trágico de martillo de Israel recuerdan más bien al misterioso Emich de Neiningen, oscuro jefe de la "cruzada popular”, de 1006 que desapareció como por encanto tras haber provocado y guiado el exterminio de las comunidades judías en las riveras rheno‑danubianas y a propósito del cual reverdeció la leyenda ya consagrada a Theodorico: habría desaparecido (he aquí de nuevo al flautista mágico) en las laderas de una montaña ardiente. Pero esta leyenda es también la que concierne en Alemania ‑con una variante conocida como arturiana‑ igualmente a Carlomagno y, sobre todo, a Federico I, aunque también haya sido adaptada a Federico II de Suabia. Barbarroja, desaparecido durante la tercera cruzada, según la Saga no estaría muerto. Dormiría en una caverna situada en el corazón de la montaña Kyffhauser en Turingia, de donde un día despertará -"cuando suene la hora"‑ y volverá sobre la tierra para guiar a sus fieles hacia la última batalla como adversario del Anticristo. La Gotterdammerung de Hitler en el incendio de la cancillería y los rumores insistentes de que so­brevivió y sobrevive en un escondite secreto desde donde prepararía y coordina­ría la revancha ‑existe toda una literatura a este respecto‑ se relacionan con este patrimonio arqueológico alemán. Desde su bunker en llamas, el Gran Flautista permanece siempre fiel a su mito.

¿Por qué pues tanto interés y tanta expectación en torno a una figura que pa­rece sin embargo ser objeto de una condena unánime? La unanimidad del veredicto no debería ser, en sí misma, suficiente para agotar la discusión?

Evidentemente las cosas no son completamente lo que parecen ser. El Gran Flautista está muerto ahora, sin sombra posible de duda, sobre el plano político‑ ideológico no menos que sobre el plano físico. Pero la maniobra consistente en utilizarlo como chivo expiatorio de todas las faltas y como responsable de todas las desgracias de la humanidad no ha triunfado. Sus responsabilidades son ciertamente pesadas, inmensas; sin embargo, el mal que pesaba sobre la tierra en 1945 no ha desaparecido con él. Los hombres y las fuerzas que se le habían opuesto se han manchado con delitos análogos a los suyos. "La luz, que se creía tan pura, está lleno de hijos de la noche" podríamos repetir con el viejo Michelet. Hitler ha desaparecido pero los genocidas le han sobrevivido, así como los campos de concentración, las vejaciones de todo tipo, la intolerancia ideológica y religiosa, la calumnia y la intimidación como instrumentos sistemáticos de lucha política. Si ha fracasado como condotiero y como ideólogo, el Gran Flau­tista triunfa como maestro ‑eventualmente desconocido‑ en metodología: y esto no es ciertamente su falta.

Pero, felizmente, su camino no pudo ser recorrido. El consenso falaz, pero sincero y sorprendente que se había creado en torno a su persona y que fue tan fuerte que resistió ‑ciertamente apoyado, pero no provocado por la Gestapo y los tribunales especiales‑ incluso a la tragedia de la guerra perdida, es algo que ninguna ideología, ni ningún ídolo político conseguirá repetir. La Alemania de 1933 estaba aterrada y recorrida por un acceso de odio: el mundo de hoy se en­cuentra igualmente así, pero además, es presa de una desesperanza sombría y opresora. Lo que Hitler comprendió, es que la humanidad tiene necesidad del mi­to y que este ‑incluso cuando es llamado para servir a la causa más infame‑ no es nunca, por su naturaleza, negativo. Hitler creó pues el imperio de la violencia, del terror, pero fue también predicador de la fraternidad patriótica, del fin necesario de los egoísmos privados, de la belleza del trabajo y del sacrificio en el interés común, del carácter constructivo de las virtudes cívicas, de la dignidad de un modo de vida austero; y él supo incluso presentar la segrega­ción de los judíos como una necesidad dolorosa pero indispensable para la obtención de los fines que consistían precisamente en alcanzar un objetivo mítico: la regeneración colectiva, el regreso a la pureza de los orígenes. ¿Orígenes germánicos? Es precisamente la profundidad arquetípica del mensaje mítico lo que entra en juego aquí. ¿Orígenes metahistóricos? el illud tempus.

El mito de la regeneración es hoy imposible de proponer a cau­sa de la desacralización actualmente en curso. Esto nos pondrá quizás al abrigo de un nuevo nacional‑socialismo, pero nos pone también al abrigo de todo intento para remontar la pendiente de un movimiento que, a partir de ahora ‑el mito del pro­greso se ha anotado ya‑ parece conducir a la humanidad sobre una pendiente des­cendente hacia lo que podría ser el hundimiento, en plazos quizás muy alejados en el tiempo. La cupio dissolvi de las jóvenes generaciones en la violencia nihilista, cuyos pretextos políticos se convierten cada vez más en inconsisten­tes o en el nirvana desesperado de la droga, es una advertencia: se muere hoy para hundir y para hundirse, y se mata por el mismo motivo. Nadie o casi nadie muere o mata más para construir una sociedad nueva, aunque sea injusta. Sobre los labios de los jovenzuelos de ultra‑izquierda, adeptos de la P‑36, el comunismo recuerda el paraíso del Viejo de la Montaña: he pensado siempre que eran “assassins” pero sobre todo en el sentido etimológico del término. Para una utopía desesperada se puede dar aún y recibir la muerte: ciertamente no por la sociedad del bienestar y del consumo, como tampoco por la dictadura del proleta­riado cuyo tren de vida y las perspectivas son siempre pequeño‑burguesas, o por un comunismo convertido él mismo en rutina burocrática y policial. La violencia de los jóvenes que parece tan gratuita ‑¿por qué deberían rebelarse, es­tos muchachos que lo tienen todo y no han sufrido nada en apariencia, si no es precisamente por esto?‑ se opone desesperadamente a un mundus senescens que no terminará por explotar, sino por extinguirse. A esta sombría impresión de parálisis progresiva -que es en el fondo, creo, lo contrario de toda visión cíclicamente regeneradora o apocalíptica propuesta por algunas religiones‑ es contra quienes reaccionan hoy los jóvenes.

La fascinación, negativa o no, que Adolf Hitler ejerce aún sobre ellos no es extraña. La atroz primavera hitleriana, fue promesa de una esperanza de vida no realizada. La vieja intelligentsia racionalista, la que se obstina en calificar de irracional y criminal la revuelta actual de las jóvenes generaciones, odia sobre todo en Adolf Hitler la última ilusión mítica, la cruel juventud perdida.

Franco Cardini

© Franco Cardini

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© Por la traducción Ernest Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.eshttp://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.

 

La locura de los psiquiatras (para enterrar definitivamente el freudismo)

Infokrisis.- [artículo escrito en 1994] En otro tiempo incontestable, el psicoanálisis sufre hoy ataques  por todos los frentes. Se duda de su eficacia terapéutica, se  cuestionan sus bases e incluso se pone en entredicho la  estabilidad mental de su fundador y de muchos de sus exponentes.  Cuando se ha cumplido un centenario desde los primeros trabajos  de Freud, es lícito preguntarse que queda de la psiquiatría  freudiana y de sus continuadores... pero ello implica realizar  una excursión por un terreno resbaladizo en el que frecuentemente  se cae en lo paranormal.

EL PUNTO DE PARTIDA DEL PSICOANALISIS: UNA RAYA DE COCAINA

El 2 de junio de 1884 un hombre escribía a su novia: "...si te  atreves, veremos quién es el más fuerte, una dulce chiquilla que  no come lo necesario o un hombretón fogoso que lleva cocaína en  el cuerpo". El autor de la carta era Sigmund Freud que a  continuación añadía: "En mi última depresión seria tomé de nuevo  la cocaína y una pequeña dosis me llevó a las alturas de manera  prodigiosa"; la frase bien parece un slogan publicitario del  Cartel de Medellín...

Es importante subrayar que este párrafo no tiene nada que ver con  el interés médico-científico de Freud por la cocaína: refleja  solo una adicción viciosa. En 1886 el doctor Erlenmayer, definió  a la cocaína como "el tercer azote de la humanidad", después del  alcohol y la morfina. Cuando Freud experimentaba con cocaína, otros muchos científicos ya habían dictaminado lo  peligroso de esta droga y estudiado sus efectos nocivos sobre el  organismo.

La fijación de Freud por la cocaína y su afición a ingerirla es  significativa en más de un aspecto. Hace falta considerar el  poder afrodisíaco de esta droga para advertir que ya, desde su  juventud, el factor erótico tenía un peso anómalo en su ecuación  personal. La cocaína efectivamente, no es solo un tonificante  muscular, el sector que activa con más violencia y de manera más  compulsiva es la imaginación erótica.

El flujo de sugerencias e imágenes eróticas que invaden el  cerebro son el principal elemento creador de adicción. Y en Freud  esto no fue diferente. Sin embargo, Freud intentó durante unos  años edificar una teoría médica, acaso para justificar su  adicción, afirmando contra toda lógica que la cocaína curaba  distintos tipos de enfermedades, desde la morfinomanía, hasta el  dolor de estómago, pasando por las enfermedades cardíacas y las  manías depresivas.

Es innegable que Freud, a lo largo de toda su vida, fue un  paciente y minucioso observador de sí mismo: lo que valía para  él, aquello que le atraía, tendía a generalizarlo hasta alcanzar  valor para los demás. No es de extrañar que, sobre esta base tan  poco científica, estableciera la sexualidad como nudo de todos  los conflictos de la psique.

Probablemente si la cocaína no hubiera estimulado la mentalidad  erótica de Freud como solo esta droga puede hacerlo, el  psicoanálisis no hubiera colocado tanto énfasis en la sexualidad.  De ahí que el episodio de la cocaína no sea un mero accidente en el freudismo, sino la primera piedra sobre la que se edificó  luego todo el sistema.

La adicción a cualquier droga, después de ser abandonada, crea  siempre un vacío que ya nada puede colmar jamás. Freud intentó  olvidar este episodio volcándose en una nueva dirección -la  psiquiatría analítica- pero sus contenidos denotan que, efectivamente, nunca terminó de superar el recuerdo de sus  excesos cocaínicos.

FREUD EL HIPNOTIZADOR

El nacimiento de la terapia psicoanalítica debe también mucho al  fracaso de Freud como hipnotizador. En la última década del siglo  XIX, famosos psiquiatras como Charcot (de quien Freud se decía  discípulo y con quien trabajó en la siniestra clínica parisina de la Salpetriere para enfermos mentales), Bernheim, Liebeault o  Breuler, utilizaban la hipnosis para curar ciertas depresiones y  afecciones histéricas. Freud fue uno de ellos.

Aprendió la técnica del propio Charcot, pero hacia 1890 empezó a  convencerse de que jamás sobresaldría como hipnotizador. No es  que dudara en aquel momento de la eficacia de la hipnosis, era  que carecía de cualidades de hipnotizador. Se terminó convenciendo cuando, tras la preparación previa, con el consabido  péndulo moviéndose ante los ojos de una paciente, le ordenó que  se durmiera; por fin, sentenció imperioso: "Ya está dormida". La  muchacha, sin inmutarse abrió los ojos: "No, doctor; no me he dormido".

Este hecho es igualmente significativo en el nacimiento del  psicoanálisis. El hipnotizador consigue resultados solo con  individuos altamente sugestionables y cuando es capaz de imponer  su personalidad a la del hipnotizado. Freud carecía de esta  capacidad. Charcot, en cambio no. Casi nadie dudó en su tiempo  que, Charcot era capaz de hipnotizar con suma facilidad a todo  tipo de  pacientes y en ese estado les ordenaba que olvidaran  síntomas de sus enfermedades; una vez regresados del trance éstos  parecían haber mejorado su salud. Por el contrario, podía  infundir síntomas histéricos a pacientes que jamás habían estado  aquejados por esta enfermedad.

Todo esto no se situaba precisamente dentro de las coordenadas  positivistas y científicas que dominaron la evolución del saber  entre finales del siglo XIX y principios del XX. Más parecen  propias de un espectáculo de variedades.

FREUD Y FLIESS: LA KHABALA NUMERICA

El psicoanálisis tuvo mucho más contactos con lo irracional.  Wilhem Fliess, amigo íntimo de Freud, frenólogo, tenía ciertos  conocimientos de khábala hebrea, en particular, estaba obsesionado por la numerología y supo transmitir esta obsesión al  propio Freud, hasta bien entrada la madurez. Este, inducido por  Fliess, creyó hasta 1920  que la vida del hombre se gobernaba por  ciclos de 28 días en la mujer y de 23 días en el varón. Las relaciones hombre-mujer estarían marcadas por las cifras 5 (28 -  23) y 51 (28 + 23).

Fliess, como Freud, eran judíos. Como se sabe la khábala (=  tradición) es el compendio de esoterismo hebreo que atribuye gran  importancia a la numerología. Cada letra del alfabeto hebreo  tiene un valor numérico y la suma de las letras de una palabra da  una cifra concreta. Puede darse el caso de palabras con distinto  significado, cuyo valor numérico sea el mismo: se dice entonces  que ambas palabras contienen conceptos identificables. La khábala  floreció en el judaísmo medieval y lo que se encuentra en tándem  Fliess-Freud es un eco remoto y cortado de todo contacto con la  tradición hebrea.

Pero hay otro eco, igualmente lejano, del hebraísmo en la obra de  Freud. Nos referimos a los sueños. El hebraísmo, ya desde los  tiempos bíblicos, había hecho de la interpretación de los sueños  una especialidad sacerdotal. Existía toda una codificación de los  distintos tipos de sueños, que se suponía albergaban contenidos  premonitorios.

Todas las civilizaciones tradicionales insistieron en el análisis  de los sueños: era en el sueño, cuando el espíritu se liberaba  espontáneamente de la cárcel de la materia y  volaba solo. Esta  experiencia incondicionada, estaba más allá del espacio y del  tiempo, por tanto, podía ser utilizado con fines paranormales: adivinación, videncia, etc. siempre dentro de un contexto  sagrado: era el sacerdote, quien interpretaba el sueño, no un profano.

Freud, lo que hace, es abordar el estudio de los sueños desde una  perspectiva laica y pansexual. Los reflejos del sueño, no serán  otros que los que deriven de la líbido, condicionante universal,  no tendrán ningún poder premonitorio, sino que serán un reflejo  de los bajos fondos de la psique, que sacarían a la superficie y  permitían intuir lo que el paciente, inconscientemente, se negaba  a revelar a su psicoanalista.

CONSCIENTE Y SUBCONSCIENTE: LA ESPADA ROTA Y EL REINO DE NEPTUNO

El gran mérito de Freud consistió en enunciar, en un momento en  el que el materialismo y el positivismo inundaban todos los  aspectos del universo científico, la existencia de una región  inferior a la conciencia ordinaria pero que influye en ésta, el  "subconsciente" y lo condiciona.

La idea de esta región situada por debajo de la conciencia  ordinaria no era de Freud, si bien la popularizó él. En el remoto  pasado védico, los sabios hindúes ya habían teorizado sobre la  diferencia entre "samskara" y "vasana". El mundo clásico greco- latino aludió a las "oscuras profundidades del reino de Neptuno  en donde moran terribles monstruos", aludiendo al subconsciente o  inconsciente. En los relatos graélicos y en las sagas nórdicas se  aludía a la enigmática presencia de espadas rotas que el héroe  debe unir, haciendo referencia a las dos partes de la conciencia  que debe unificar y sacar a la superficie.

En un período más reciente, desde Gustav le Bon hasta von Hartman  aludieron a un mismo orden de ideas. El propio Franz Messmer que  hizo furor a principios del siglo XIX con su teoría sobre el  magnetismo animal y sus capacidades como hipnotizador, pueden ser  considerados como redescubridores de esta dicotomía entre  conciencia ordinaria y subconsciente.

Ahora bien, el concepto freudiano adolece en un aspecto  fundamental: Freud considera solo los aspectos negativos de una  componente "infernal" en la mentalidad humana, en absoluto de una  componente "divina". Freud solo se fija en lo que está "por  debajo" de la conciencia ordinaria, nunca en lo que puede estas  "por encima" de la misma.

De la misma forma que la personalidad humana puede sufrir dos  tipos de disolución -en el seno de la masa o disolverse en el  curso de una experiencia mística disolución "hacia abajo" una y  "disolución por arriba", la otra-, también la conciencia  ordinaria puede ser trascendida. El hombre así considerado, desde  el punto de vista freudiano, es un hombre roto, lejos de una  integridad totalizadora, amputado de toda aspiración hacia la trascendencia que es considerada como una neurosis.

EL SEXO COMO FUENTE DE NEUROSIS

El aspecto más extremista de la teoría psicoanalítica es  precisamente el percibir en la sexualidad el origen de toda  neurosis, y más específicamente en la sexualidad infantil.

"El  niño tiene un deseo innato de tener relación sexual con su madre,  pero se siente amenazado en la ejecución de estos deseos por el  padre, que parece tener derechos de prioridad sobre la madre. El  niño desarrolla ansiedades de castración al darse cuenta de que  su hermana no posee un pene, el maravilloso juguete que tanto  significa para él y su miedo agravado le hace rendirse y  "reprimir" todos esos deseos inconvenientes, que viven, como en  el famoso Complejo de Edipo, en el subconsciente, promocionando  toda suerte de terribles síntomas en la vida posterior". Tal es  el resumen que el profesor Eysenk hace de la médula de la teoría  freudiana.

Solamente la historia de la cultura occidental ha alcanzado un  grado tal de aberración, cuando Lutero definió el alma humana  como un burro que no importa si es montado por

Dios o por el  Diablo... Cualquier persona de espíritu sano que sienta por sus  padres y hermanos un normal y natural amor desinteresado y puro,  puede percibir en las teorías de Freud un aroma insano y  enfermizo y si escarba un poco más y comprueba la ausencia  absoluta de pruebas científicas que demuestren tales  perversiones, no dudará en atribuir a una mente enferma tales  enunciados: de la misma forma que el GULAG estaba en Marx, la  enfermedad mental anidaba en Freud.

LA EXTRAÑA SECTA DEL DOCTOR FREUD

Llama la atención, desde el primer momento, que el freudismo  buscó organizarse en la Asociación Psicoanalítica de Viena,  primero y luego en la Asociación Psicoanalítica Internacional. En  ambos casos, estuvo presente un aroma sectario.

La secta del doctor Freud, como cualquier otra secta 1) rendía  fidelidad acrítica al "gurú", 2) se creía detentadora absoluta de  la "verdad" ("Estamos en posesión de la verdad; tanto ahora como  hace 15 años". Freud), 3) toda desviación de la verdad oficial establecida por el "gurú" era castigada con la expulsión y el  ostracismo (casos de Adler, Rank, Jung), 4) la secta tiene sus  propias joyas y signos de reconocimiento: una entalladura griega  antigua, en un anillo de oro distribuidos por el propio Freud a  los más fieles, y 5) la secta tiene su "capítulo secreto":  compuesto por psiquiatras psicoanalizados por el propio Freud,  quien impuso el carácter secreto de este "comité".

¿Se trataba o  no de una secta?

Solamente ha existido una secta en este siglo que pudiera ser  similar en su actuar a la organizada por el doctor Freud: el  movimiento surrealista cuyo interés y puntos de contacto con el  psicoanálisis son evidentes. Constituido en torno a André Bretón,  Louis Aragon, Paul Eluard, etc. tuvo su papa -el propio Bretón-,  su libro sagrado (los distintos manifiestos surrealistas), sus  sacerdotes (los poetas, escritores, pintores y cineastas, sus  damas inspiradoras (Lou Salomé en el psicoanálisis y Gala en el  surrealismo), sus disidentes (el propio Dalí entre otros), sus  contactos con el universo paranormal (en el surrealismo abundaron  tarotistas, ocultistas, libros escritos en estado de trance,  etc.).

Si las similitudes entre freudismo y surrealismo son, al menos a  nivel formal, evidentes, hay que reconocer en beneficio de éste  último, que nunca pretendió aureolarse de aspiraciones  cientificistas, ni pretendió ser redentor de almas sufrientes.    

¿REALMENTE CURA EL PSICOANALISIS? EFECTO PLACEBO Y EFECTO DOLEBO

El profesor Eysenk en su libro "Decadencia y caída del Imperio  Freudiano" recuerda las características del paciente ideal: “Preferentemente debería ser joven, bien educado, no demasiado  seriamente enfermo y razonablemente rico...", aun así no se le  garantiza, ni el tiempo que va a durar el tratamiento, ni si va a  dar resultado. Si finalmente el paciente se cura es por obra del  psicoanálisis, si persiste en su patología es que no ha alcanzado  a saber explicar en qué consiste su problema. Ahora bien, cuando  en medicina un tratamiento fracasa es que la teoría sobre la que  se basa es incorrecta; Freud insiste en que un tratamiento puede  no funcionar -por motivos desconocidos- aunque la teoría sea  correcta. Por el contrario, no duda en descalificar tratamientos alternativos que tienen éxito en pacientes sobre los que el  psicoanálisis ha fracasado, en tanto que se basan en "teorías  erróneas".

Así por ejemplo el psiquiatra freudiano que trate un caso de  agorafobia se preocupará por conocer el origen del mal e  interminablemente obligará al paciente a que se explaye sobre los  más nimios recuerdos de su infancia con la esperanza de poder  encontrar una pista que le permita comprender las motivaciones  profundas. Aun en el caso -estadísticamente no muy alto- que  consiguiera conocer el origen infantil de la fobia, no se asegura  que la psiquiatría analítica pudiera curarlo. Un psicólogo no  freudiano, conductivista, se limitaría a acompañar al paciente al  campo y, por mucho que sea su inquietud inicial, le conminará a  que siga allí; hasta que el terror a los espacios abiertos se  disipe por sí mismo y el paciente comprueba -a la fuerza- que  nada debe temer. El adiestramiento basado en la educación, es  anatemizado por los freudianos. En efecto, es más simple, menos  costoso para el paciente y aporta menos beneficios al terapeuta...

Sin embargo, es cierto que algunos pacientes del psicoanálisis se  curan. Esto no demuestra en absoluto la bondad de la teoría.  Generalmente los pacientes acuden a un psiquiatra cuando ya están  muy destrozados por la enfermedad; en ese momento ya existen  pocas posibilidades de que puedan empeorar más. Por otra parte,  es cierto que un porcentaje alto de neurosis se curan por sí  mismas después de hacer crisis, sin ayuda de nadie. En el resto,  entra en juego el llamado efecto placebo: es decir, un tratamiento que no aporta nada, absolutamente inocuo pero que al  infundir confianza en el paciente, contribuye a sanarlo de sus  males, al menos temporalmente. El psiquiatra, como cualquier  persona aun carente de titulación académica, pero que sepa  escuchar pacientemente, ofrece un punto de apoyo sobre el que  propulsar el "efecto placebo".

Ahora bien, también se ha estudiado, el efecto contrario, lo que  podríamos llamar "efecto dolebo". Algunas terapias hacen más mal  que bien. Obsérvese sino el siguiente relato que tiene como  protagonistas al propio Freud y a una de sus pacientes más  famosas "Dora", entresacado del libro de Janet Malcom "El  psicoanálisis, profesión imposible": "Freud trató a Dora como un  adversario mortal. La acorraló a gritos, la puso trampas, la  empujó hasta los rincones del estudio, la bombardeó con sus  interpretaciones, no le dio cuartel, fue tan intratable, a su  manera, como cualquier miembro del siniestro círculo familiar de  la enferma, fue demasiado lejos y finalmente la echó" (...) "Dora  la dijo que había sufrido un ataque de apendicitis. El Freud lo  negó bruscamente y perentoriamente decidió que la apendicitis  había sido, en realidad, una preñez histérica que expresaba sus  inconscientes fantasías sexuales".

Dora era Ida Bauer, apenas tenía 18 años, era inteligente y  hermosa, sufría desmayos, catarros y pérdida ocasional de voz, y  otros trastornos. A Freud le importó poco el cuadro médico de la  joven, muy sensible por lo demás, ni siquiera se tomó la molestia de proceder a un reconocimiento médico clásico. Puede suponerse  el trauma que representó para la muchacha el encontrarse sola,  encerrada y sin posibilidad de abandonar la sala, con un sujeto  que la acosaba con obscenidades, gratuitas por lo demás. A las  pocas semanas Dora abandonó el tratamiento en el mismo estado en  que llegó.

No ha sido el único caso. Frecuentemente los psiquiatras inducen  en los pacientes el tipo de respuestas que quieren obtener: los  psiquiatras freudianos obtienen de sus pacientes "sueños  freudianos", los psiquiatras "junguianos", obtienen sueños  "junguianos"; los pacientes, poco a poco, a lo largo de los  extensos tratamientos, cotejan las preguntas y los comentarios  realizados por sus terapeutas y, en muchos casos, suelen dar aquellas respuestas que los psiquiatras esperan obtener de ellos.  Solo así logran evitar el acoso y eludir terrenos que les parecen  insoportables. A partir de aquí, a la dolencia específica del  paciente se añade una preocupación suplementaria: el evitar el  asedio del psiquiatra. No es raro que pacientes que han llegado  en momentos en los que se enfermedad remitía, hayan vuelto a  recaer en las más profundas depresiones.

El psiquiatra es humano y nada más que humano, los hay alegres y  que irradian bondad, los hay amargados y rasgos crispados; parece  demostrado que un psiquiatra abierto, afable y simpático ayuda  mucho más a la curación del paciente, que otro psiquiatra  distante, aburrido y frío. Esto debería bastar para dudar de la  oportunidad del método freudiano: no es la teoría lo que sana,  sino el contacto humano, es decir, no es el título académico,  sino la calidad humana, lo que puede curar (efecto placebo) o representar un mal mayor (efecto dolebo).

PSICOANALISIS Y JUDAISMO                                

A poco de iniciar su andadura, la Sociedad Psicoanalítica de  Viena cayó en la cuenta de que estaba formada casi exclusivamente  por judíos; hasta el punto de que el propio Freud en carta a uno  de sus primeros discípulos Karl Abraham, escribió: "Nuestros camaradas arios nos son indispensables para que el psicoanálisis  no sucumba al antisemitismo".

Pero en las décadas siguientes la presencia de judíos, siguió  siendo anómala en relación al porcentaje de población de esta  raza. Según Fulles Torrey en "La muerte de la psiquiatría", el  50% de los psiquiatras son judíos. Existen otras dos áreas en  donde la proporción de judíos es anómala, especialmente en el  mundo anglosajón: entre los humoristas y entre los  revolucionarios de izquierda. Buena parte de las huestes maoístas, trotskistas y anarquistas que impulsaron la revolución  de mayo del 68 en París, la nueva izquierda americana, son  nombres judíos; otro tanto puede decirse de la mayoría de líderes  de la hoy semidesmantelada, pero en otro tiempo, fuerte y activa  IV Internacional trotskista. En cuanto a los humoristas, desde  Woody Allen, hasta los hermanos Marx, pasando por Mel Brooks o  Louis de Funes, Jerry Lewis, son algunos entre las docenas los  judíos que nos han hecho sonreír o reír a carcajadas.

¿Tiene esto algún significado? contrariamente a lo que piensan  los antisemitas, el judío revolucionario, o el judío provisto de  un humor ácido y corrosivo, o el mismo psiquiatra freudiano, no  suelen ser individuos que frecuenten la sinagoga; es decir, no se  trata de judíos religiosos, sino laicos que han abandonado su  tradición secular. Carlos Marx fue uno de ellos, como también el  doctor Freud y una abrumadora mayoría de miembros de la  Asociación Psicoanalítica de Viena: Adler, Rank, Nelken,  Ferenczi, Stekel, Abraham, etc.

La segregación del judío se produjo a lo largo de la historia por  motivos religiosos; él mismo, para preservar su integridad e  identidad, se refugió en la sinagoga y en su tradición. Pero en  el caso del judaísmo, el factor religioso iba íntimamente ligado  al factor racial; de tal forma que el alejamiento de la tradición  secular, el abandono de la sinagoga, creaba al judío un problema  añadido: seguía siendo judío (al menos en sus caracteres  raciales), pero no gozaba de la protección, física y/o  psicológica de la sinagoga. Y esté problema estaba muy acentuado  en Europa Central durante el siglo pasado hasta la caída del  nazismo.

No es de extrañar pues que judíos, alejados de su tradición  figuren en las vanguardias más disolventes de la política, la  cultura, e incluso la medicina. Alejados de su tradición, no les  queda más remedio, para sobrevivir, que demoler los residuos que  pudieran quedar en la sociedad burguesa. Esto hace que hayan  figurado en las vanguardias más radicales y subversivas. Harina  de otro costal es intuir su tal actitud es un mecanismo psicológico inconsciente de autodefensa, o bien una toma de  postura deliberada. Existen escritos del propio Freud en defensa  de la primera posibilidad; los nazis, por el contrario, creyeron  en la segunda; se sabe el horror que siguió.

CARL GUSTAV JUNG: PSICOANALISIS "ARIO"

Freud consciente de que el psicoanálisis corría el riesgo de ser  identificado con el judaísmo, no dudó en ofrecer la presidencia  de la Asociación Psicoanalítica Internacioanal al "Sigfrido  suizo", alto, rubio, bien parecido, con rasgos germánicos e inteligencia aguzada: Carl Gustav Jung.

No pasó mucho tiempo sin que Jung y Freud terminarán por pelearse  con la misma virulencia con la que otros disidentes anteriores  habían abandonado la secta del doctor Freud: Rank y Adler, ambos,  por lo demás, judíos.

Si la figura de Jung viene al caso no es solo por que  representara el contrapunto "ario" que Freud deseaba encontrar  para parar los golpes antisemitas que podía recibir su  movimiento, sino porque Jung, manifestó siempre un particular  interés por las doctrinas esotéricas y ocultistas. Sus libros  sobre la alquimia o el taoísmo rescataron del olvido un precioso  material procedente de fuentes tradicionales, mucho más valioso  que las interpretaciones a que lo somete.

Pero, aparte de esto, Jung fue siempre ajeno al espíritu de las  tradiciones que examinaba. De hecho, estuvo más cerca del  ocultismo que de otra cosa: él mismo solía utilizar la oui-ja y  participar en sesiones espiritistas, pero, en lo esencial,  manifestó una incomprensión similar a la de Freud, por las  doctrinas esotéricas en las que tanto se interesó.

Jung atenuó la importancia de la sexualidad en los procesos  psicológicos, enunció la teoría de un inconsciente colectivo en  donde anidarían los arquetipos que se manifestaban en las distintas experiencias místicas y esotéricas, y a través de las  cuales explicaba la similitud de experiencias paranormales en  personas que no tenían nada que ver entre sí.

Dado que Jung representaba el contrapunto "ario" al psicoanálisis  judío, su obra fue apreciada en ciertos medios del régimen nazi,  e incluso, él mismo, parece que en algún momento albergó  simpatías hacia Hitler.

WILHEM REICH, DEL ANTIFASCISMO A LOS OVNIS PASANDO POR LA PSIQUIATRIA

Durante un tiempo fue frecuente que los psicoanalistas terminaran  ante el juzgado de guardia: Ernest Jones, introductor del  psicoanálisis en EEUU fue denunciado por intentarse sobrepasar  sexualmente con una paciente. También en los EE.UU., Wilhem Reich, psicoanalista de origen alemán emigrado, murió en 1956  de  un derrame cerebral en la cárcel, donde se encontraba después de  haber sido condenado por un tribunal.

En la Alemania previa al advenimiento del nazismo, Reich había  sido una personalidad excepcional su libro "Psicología de masas  del fascismo" dio una respuesta, desde la izquierda intelectual a  la explicación del triunfo del nazismo que trascendía con mucho los esquemas propios de la ideología marxista. Reich, fue el  primero en reconocer que muchos proletarios habían contribuido al  ascenso del nazismo, creyó ver en el nazismo, no tanto la  dominación de una clase sobre otra, sino de un tipo de represión  sexual sobre la libertad de la líbido.

La Asociación de Psicoanálisis Social creada por Reich llevó el  psicoanálisis a la clase obrera. Freud mismo había escrito que  "la terapia psicoanalítica no era alcanzable para los pobres"  debido a sus altos costos.

Sin embargo, la llegada de Reich a EE.UU. hizo que cambiara el objeto de sus investigaciones. Por de pronto se sintió atraído  por los OVNIS y por un espacio poco claro entre la mística y la  sexualidad. Algunos de los rasgos de su personalidad en los últimos años de su vida demuestran desequilibrios psíquicos  profundos.

Reich en los últimos 15 años de su vida desarrolló toda una  teoría sobre los OVNIS; sus herederos han preferido cubrir un  tupido velo sobre la última etapa de evolución de su pensamiento,  especialmente entre 1942 y 1957. De todas formas existen  artículos y rastros que permiten reconstruirlo.

Al llegar a EEUU Reich se radicó en Maine creando la comunidad  que llamó "Orgonon". Luego veremos el porqué del nombre. Todo se  inició en 1952 cuando algunos miembros de la comunidad afirmaron  haber visto "platillos volantes". Poco a poco fue obsesionándose  con la idea de la presencia de naves extraterrestres que  supuestamente observaban a la comunidad de "Orgonon". El las  llamaba "EA" iniciales de las palabras "Energía" y "Alpha"; sus  tripulantes eran llamados CORE, siglas de "Cosmic Orgone  Engineering".

Llegó a obsesionarse con la idea de que algunas estrellas eran,  en realidad, naves extraterrestres situadas sobre la comunidad de  "Orgonon" para vigilarla; construyo un "cloudbuster", más  adelante denominado "cañón espacial", que disiparía la energía orgónica negativa -DOR- liberada por las naves extraterrestres y  causante de las enfermedades del hombre. Estaba convencido que  gracias a este instrumento había logrado debilitar algunas "luces  azules" estacionadas sobre Orgonon.

Por lo demás la presencia de naves extraterrestres en nuestro  planeta estaría dictada por su necesidad de cargarse aquí de  energía orgónica positiva (OR) y desprenderse de la negativa  (DOR) en forma de polvo negro que provocaría una lluvia y la consiguiente nausea, cianosis y malestar general.

En 1956 es condenado a dos años de cárcel por tráfico ilegal de  "acumuladores de energía orgónica" que consideraba el único  remedio contra el cáncer... Murió en la penitenciaría de  Willisburg el 3 de noviembre de 1957. En la última fase de su  vida Reich había abandonado la práctica psiquiátrica y proyectaba  un nuevo culto basado en la eugenesia y denominado "Hijos del  Porvenir"; una parte de sus seguidores renunciaron a sus  extravagantes teorías enunciadas tras su llegada a EE.UU.,  mientras que otros asumieron todos los contenidos, incluidos los  ufológicos.

La "teoría orgónica" habla de que una parte del universo está  compuesto por "materia orgónica" que se manifiesta en nosotros en  el momento de las relaciones sexuales. Contra más acumulación de  "orgón" haya, más posibilidad tendremos de llevar una vida equilibrada. De aquí que Reich y discípulos vendieran -y vendan  todavía- "acumuladores" de energía orgónica, cuya  comercialización fue causa de las desgracias de Reich.

Woody Allen satirizó la imagen de Wilhem Reich en la figura del  científico loco de su película "Todo lo que usted quiere saber  sobre el sexo y no se atreve a preguntar".

LOU ANDREAS SALOME: LA DEVORADORA DE GENIOS

En la historia de la psiquiatría encontramos pocos personajes que  en su vida no estrictamente profesional resulten atractivos. Pero  si hay uno es curioso que se trate de una mujer. En efecto, Lou  Andreas Salomé, no solo fue una mujer tan inteligente como hermosa, puede ser considerada una verdadera "grouppie" en el  círculo psicoanalítico de Viena y, en cierta forma, su musa  inspiradora.

Se trataba de una mujer excepcional y no es raro que cautivara a  Freud. Antes Federico Nietzsche se había enamorado locamente de  ella, antes lo había hecho el filósofo positivista Paul Ree y  después sería el poeta alemán Reiner Maria Rilke el que se dejó seducir por esta mujer procedente de Rusia.

Su nombre era Lou Salomé, el apellido Andreas procedía de su  marido, con el que casó a los treinta  años, un médico de aspecto  "bajo y grotesco", nacido en la Batavia (Malasia), de madre  malaya, y  casada con un noble persa. Con estos antecedentes, a nadie le puede extrañar que, de regreso a Alemania, le  concedieran la titularidad de una cátedra de orientalismo en  Berlín.

"Herr" Andreas   jamás mantuvo relaciones sexuales con su mujer,  su declaración de amor consistió en clavarse un cuchillo en el  pecho... mantuvieron su extraña pareja durante 40 años. El doctor  Andreas estaba particularmente interesado en la medicina oriental  y los amigos de la pareja atribuyeron la extraña eterna juventud  de Lou a los conocimientos de su marido sobre esoterismo y  medicinas alternativas. Sus colegas siempre afirmaron que  realizaba en su casa "estudios ocultos". El vecindario de la  ciudad de Gottingen la llamaba "la bruja de Bamberg" (colina  próxima a su residencia).

Se aproximó a Nietzsche, con apenas 20 años, más interesada por  su pensamiento que por su persona en sí. Pero el filósofo  solitario se sintió irresistiblemente atraído por la joven, como  no podía ser de otra manera. El teórico de la voluntad de poder y  del superhombre, el iconoclasta misógino, no dudó sin embargo en  fotografiarse, junto a Paul Ree, tirando de un carro sobre el que  se encontraba, látigo en mano, Lou Salomé. Y sin embargo, este  hombre, sometido al eterno femenino fue el que escribió "¿Vas con  mujeres? no olvides el látigo".

Al ser rechazado por Lou, Nietzsche, se encerró durante un mes en  febrero de 1883, en pocos días sublimó su frustración escribiendo  "Así hablaba Zarathustra", poema más que filosofía y mística  mucho más que método. Sus biógrafos no dudan que Lou  Andreas Salomé constituyó la experiencia sentimental más intensa  de Nietzsche y tuvo importancia decisiva, tanto a la hora de  escribir el "Zarathustra", como en su descenso por los abismos de  la locura.

Lou Salome conoció a los más importantes sociólogos, poetas y  escritores de su tiempo. Participó en sus reuniones  frecuentemente como la única mujer. Muchos de ellos eran  atractivos y su inteligencia privilegiada. Nietzsche terminó  escribiendo que Lou sufría "atrofia sexual"; su fuero interno era  completamente inaccesible, se dijo que era "hermafrodita,  insensible y frígida" y sus biógrafos coinciden en que antes de  conocer a su marido -no precisamente el más atractivo de sus  pretendientes, solo el más misterioso- "le faltaba calor y vida  en el rostro". Durante sus 43 años de matrimonio su marido nunca  la poseyó, si bien es cierto que tampoco jamás la perdió.

Una personalidad así es lógico que se sintiera atraída por el  psicoanálisis ya desde sus albores: como otros muchos psiquiatras  de ayer y de hoy, como el propio Freud, la reflexión  psicoanalítica constituía un intento de conocerse a sí misma y de  dar respuestas a los porqués de su comportamiento.

CONCLUSION: EL PSIQUIATRA COMO INVERSION DEL SACERDOTE

Algunos datos elegidos al azar sobre la historia del  psicoanálisis son escalofriantes. Los primeros psiquiatras no  dudaban que una de las causas principales de la locura era la  masturbación. Rush, uno de los fundadores de la psiquiatría  norteamericana, utilizaba un sillón giratorio como instrumento  terapéutico para "descongestionar la sangre en el cerebro". Es  significativo que más del 50% de los pacientes que utilizan el  psicoanálisis, abandonen el tratamiento prematuramente: no solo  los altos costos de las sesiones les inducen a ello, sino también  el no experimentar mejoría alguna. El profesor Hans J. Eysenck,  después de examinar 10.000 expedientes de enfermos mentales que  pasaron por la consulta de algún psicoanalista, debió reconocer  que no había ¡absolutamente ninguna prueba de que mejorasen tras  el tratamiento! En efecto, la proporción de curaciones era la  misma que la que se daba entre los mismos enfermos que habían  sanado espontáneamente, sin ayuda de la terapia.

Para colmo, los principales usuarios de la terapia psicoanalítica  en Inglaterra  son, en un 50% personas relacionadas con el  ambiente psicoanalítico, tales como otros psiquiatras, sus  enfermeros, ayudantes y sus familiares, es decir gente que  "necesita creer" en el psicoanálisis porque de él dependen sus  ingresos y su vida cotidiana. En universidades españolas en donde  algunas cátedras vitalicias están ocupadas por psiquiatras  freudianos y se sigue enseñando freudismo cuándo las nuevas  corrientes psiquiátricas lo han sumergido de forma total y para  siempre.

El famoso psicoanalista Cesare Musatti, italiano de origen judío, en su libro "Todos somos neuróticos" -título, por lo demás,  abusivo- a la pregunta de "Pero usted ¿le promete al paciente que  lo curará?", responde "¿Yo? ¡Ni hablar! Sería un imperdonable error técnico..." y luego pasa a aceptar la similitud entre el  psiquiatra y el sacerdote. En otra parte del libro describe sus  propios ataques de paranoia y hacia el final nos cuenta el caso  de un psiquiatra milanés que había creado una asociación para  atender a los suicidas frustrados. Un buen día, sin motivo  aparente, se tiró por la ventana y murió en el acto...

Todo esto contribuye a reforzar la sensación, subjetiva, si se  quiere, pero no por ello menos sentida, de que el psiquiatra al  estar en contacto con la locura, más que cualquier otra  profesión, termina sucumbiendo a la locura, al igual que el  bombero tiene más posibilidades de resultar quemado que un  vendedor de barquillos.

Se suele considerar que el psiquiatra ha sustituido al confesor,  al sacerdote y director espiritual, en su tarea de "escuchar".  Existe cierta similitud entre una y otra actividad, pero solo a  costa de realizar algunas precisiones.

El sacerdote no deja ver su rostro en la penumbra del  confesionario; el paciente tampoco puede ver a su psicoanalista  situado tras el canapé; pero a partir de aquí todo
son  divergencias: el psiquiatra apenas habla, solo lo suficiente para  aclarar algún aspecto de la exposición del paciente, el  sacerdote, por el contrario, aconseja, reflexiona, indica el  camino a seguir, en absoluto permanece pasivo; no es solo confesor, es también "director espiritual"; no apela al  subconsciente, sino a un estadio más profundo de la personalidad, al Alma.

El sacerdote es un mediador -en la palabra "pontífice", pontifex,  hacedor de puentes se evidencia más todavía este carácter- entre  el sujeto y el dios: le enseña el camino a seguir para  transcender del mundo físico al metafísico; el psicoanalista  busca solo la salud mental del paciente, no le preocupa su alma  y, de hecho, ni siquiera cree que exista. Y así sucesivamente...

Entre el psiquiatra y el sacerdote, existe cierta relación: uno  es el reflejo especular del otro; y si bien, en toda imagen  reflejada podemos encontrar similitud, una será la inversión de  la otra. El psiquiatra es la inversión del sacerdote, como lo  sagrado lo es de lo profano. La simbología tradicional considera  a Satanás como "el mico de Dios", esto es, el imitador por  excelencia. Pues bien, algo de todo esto hay en el freudismo.

© Ernest Milà – infoKrisis – infoKrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

Cómo manipular a un pueblo y lograr que te lo agradezca

Infokrisis.- Somos lo que nos manipulan. El arte de la manipulación de masas es lo que permite a Zapatero no desplomarse en los sondeos. El ministro Solbes en el congreso puso su mejor cara de perplejidad y dijo aquello de que “Nosotros no hemos negado nunca la crisis”. Era mentira. El gobierno negó la crisis durante un año entero y contra todas las evidencias. Sin embargo, 12.000.000 de españoles, de espaldas a la realidad, votaron a la lista del PSOE que, en el mejor de los casos estaba compuesta por mentirosos y en el peor por ineptos. ¿Cómo es posible que se produzcan semejantes situaciones en democracia y que una masa demuestre su capacidad para apoyar a quien la perjudica? Lo van a entender enseguida…

En 1895 un psicólogo francés, Gustav Le Bon publicó una obra esencial que todavía no ha sido superada, Psicología de las Masas. Este libro inició el estudio de la psicología de grupos. A pesar de recibir críticas muy duras por parte de Freud, el sobrino de éste, Edward Bernays, aceptó las tesis de Le Bon y las reformuló en su libro Propaganda declarando que la democracia era “la manipulación de la mente por medio de los medios y la publicidad”. No se equivocaba ¿o de qué otra forma es posible atraer el voto del ciudadano medio?

Las cinco tesis de Le Bon

Le Bon estructuró su obra enunciando las cinco tesis centrales de las que deriva la “psicología de mas masas”:

- Sobre el “nivel intelectual medio de una masa”, explicaba que éste no se situaba en la media aritmética de sus miembros, sino en el nivel más bajo de todos ellos.

- Sobre el carácter emotivo y sentimental, esto es, irracional de las reacciones de las masas que priva siempre sobre las reacciones meditadas, racionales y lógicas.

- Sobre el carácter pasivo de las masas que buscan siempre un seductor y un conductor mucho más que alguien que las eduque.

- Sobre el carácter simple del cerebro de las masas,  incompatible con ideas muy elaboradas, y que precisa, para entenderlas, de pocas ideas extremadamente simples.

- Sobre los impulsos primarios que guían a las masas en su comportamiento (miedo, pasión, odio, etc) que generan en ella estímulos antes los que responde como el famoso “perro de Paulov” ante el sonido de la campanilla.

A partir de estas observaciones empíricas –cuya comprobación está al alcance de cualquiera- las doctrinas de Le Bon sirvieron para fundamentar los desarrollos que en el siglo XX tuvo la propaganda política de masas.

El arte de la manipulación y la guerra política

Más vale no engañarse: las técnicas de manipulación de masas han sido utilizadas desde todos los ámbitos políticos, desde el fascismo, desde el bolchevismo y, por supuesto, desde la democracia. A fin de cuentas, todos estos regímenes no aspiraban a otra cosa que a gobernar con el favor de las masas. Le Bon les enseñó como manipularlas.

Cualquier forma de psicología de masas se enuncia, no solamente para interpretar las reacciones de las masas y sus motivaciones, sino sobre todo para establecer los medios para llegar a ellas, para conquistar su corazón. Esto es, para manipularlas.

Pronto, los politólogos llegaron a la conclusión de que existían grandes diferencias entre la guerra convencional y la “guerra política”. Se trataba en ambos casos de conquistas un territorio. El paso por ese territorio era necesario para conquistar el objetivo final. Los aliados tuvieron que atravesar Francia, Bélgica y Alemania para conquistar Berlín. En la guerra política, el “territorio” es la población, y el objetivo a conquistar, el poder. Así pues para llegar al poder hace falta conquistar a la población y para ello es preciso emplear técnicas de manipulación de masas.

Los instrumentos de la manipulación

A partir de mediados del siglo XVIII cada todo gran líder político que ha aparecido ha dominado la técnica de la manipulación de masas. Napoleón lo sabía cuando conquistaba el corazón de sus granaderos departiendo con ellos la noche antes de la batalla. Alejandro Lerroux se expresaba en el lenguaje empleado por el público que tenía ante él de manera espontánea; su demagogia y populismo no eran más que puro instinto.

Sin embargo, a partir de principios de siglo, las técnicas de manipulación de masas experimentaron un gran avance gracias a los trabajos de Le Bon y a la densidad creciente de los medios de comunicación social.

Contrariamente a lo que suele creerse, el aumento de medios de comunicación no tiende a que el público reciba una información más veraz y objetiva, sino a acrecentar los medios de manipulación de masas. En la medida en que estos medios son expresión de grupos e intereses económicos, la información que difunden está fundamentalmente orientada a ganar la adhesión del público hacia esos intereses, esto es, a manipular.

El sistema educativo como manipulación de masas

Además de los medios de comunicación existen otros dos grandes canales de manipulación de masas: el sistema educativo y el arsenal de seguridad del Estado.

La creación de valores está a cargo del sistema educativo. La enseñanza obligatoria hace que ningún menor de 16 años se vea fuera de esta influencia. Hay que preguntarse si éste énfasis en la obligatoriedad se debe a un interés porque la cultura alcance a todos o más bien a que se trata de que todos los ciudadanos sean modelados según el mismo patrón. Es evidente que la segunda respuesta es la correcta: si se tratara de que la cultura alcanzase a todos no se entendería el por qué cada vez el nivel cultural de las masas y su capacidad crítica son menores.

A través de la enseñanza obligatoria se difunden “valores”, arquetipos y formas de comportamiento. Ningún gobierno acepta formar ciudadanos capaces de cuestionar la existencia de ese mismo gobierno. Es así de simple. Todo gobierno en el poder genera mecanismos de formación que tienden a perpetuar su influencia sobre las masas y, por tanto, su permanencia en el poder. La Educación para la Cudadanía, en este sentido, no es más que la Formación del Espíritu Nacional de Zapatero.

La seguridad del Estado y la coerción

El otro mecanismo es el arsenal de la seguridad del Estado. Se compone de leyes y funcionarios. Desde Lao-Tsé se sabe que “la justicia es como el timón, hacia donde se le da, gira”. Un mismo ordenamiento jurídico es susceptible de múltiples interpretaciones según los intereses políticos de quienes tengan en sus manos el “timón”. Lo hemos visto en el cambio de actitud del gobierno de Zapatero ante el entorno abertzale: de la mano tendida y de los “hombres de paz” se ha pasado al palo y tentetieso en apenas un año.

Cuando la ley se plantea en estos términos quizás más valga hablar de “coerción” mucho más que de “legislación”. La justicia deja de ser regida por la equidad y se ve dominada por la venganza y la represalia. La coerción es el sistema que disuade y castiga cualquier salida de la norma. La ley es el conjunto de normas por el que se rige una sociedad.

Los Estados modernos practican la peor forma de coerción: de un lado mantienen sistemas de represión que en cualquier momento pueden lanzar contra el disidente; tal es la característica que distingue a las dictaduras modernas. Países como Corea del Norte o determinados Estados Árabes son el paraíso de esta concepción policíaca de la política. En occidente, los métodos son diferentes y la sutilidad salva las formas.

En los Estados Occidentales el disidente es inicialmente silenciado. En torno suyo se crea un cinturón protector de silencio. Se evitaba hablar de él. Se elude toda referencia a él. La aparición de Internet ha desbaratado la estrategia de la “conspiración del silencio”, así pues, las técnicas de coerción sutil también han variado. No importa, hay otros muchos.

Siempre está el miedo a ser detenido y presentado ante los medios como “enemigo público”. Solamente lo evita quien se mantiene al margen de la disidencia. Es la habitual represión policial. El papel de la policía es necesario en las sociedades modernas: hay policía para contener al delincuente molesto para la sociedad. Pero, en ocasiones, los cuerpos de seguridad del Estado también se orientan contra la disidencia política y actúan en función de intereses políticos.

El llamado Comando Dixán, y varias decenas de “grupos terroristas” islámicos, más o menos ficticios, señalan por donde no debe circularse… El “chivo expiatorio”, además, es presentado como amenaza, lo que permite adoptar determinadas políticas (los extraños atentados del 11-S permitieron a la administración Bush embarcar a su país en las guerras de Irak y Afganistán, la misma detención del “Comando Dixán” hizo creíble la atribución de los atentados del 11-M a los islamistas).

Los servicios secretos de todo el mundo saben perfectamente que un peligro real se conjura creando un peligro imaginario y controlado, de la misma forma que una vacuna inmuniza al organismo ante determinados virus.

Así mismo, no hay que olvidar que la inspección de Hacienda es otro mecanismo coercitivo que puede ser lanzado, no solamente contra los defraudadores, sino contra los disidentes. Quien se sitúa en el campo de la disidencia no basta solamente con que actúe como la mujer del César, siendo honesta y pareciéndolo, sino que hoy debe contratar a los mejores asesores fiscales.

Los miedos: trabajo, terrorismo

Dentro del arsenal para la manipulación de las masas existen dos tácticas dramáticas que sitúan al ser humano ante dos riesgos indeseables: el paro y la muerte.

Se trabajaba para vivir, aunque era frecuente que a cuenta de ganarnos la vida la fuéramos perdiendo; hoy se trabaja para sobrevivir. Hace cuarenta años, el salario de un obrero bastaba para alimentar a una familia compuesta por pareja con varios hijos. Daba incluso para el vermú con almejas de los domingos. Hoy, los salarios de marido y mujer, apenas bastan para sobrevivir. Esta situación de precariedad por la que vive más de la mitad de la población se agrava con el miedo a perder el empleo.

No es raro que las empresas sean reacias a los contratos fijos. Las situaciones de provisionalidad favorecen la sumisión a la empresa y el silencio ante las situaciones de injusticia. Reivindicar hoy puede suponer la extinción del contrato mañana.

El miedo al paro nos afecta a todos individualmente, pero hay otro riesgo que afecta colectivamente: el terrorismo. En Europa Occidental no hay terrorismo desde principios de los años 80 (con la extinción de las Brigadas Rojas en Italia), salvo en España (con ETA y el GRAPO) y hasta 1997 en Irlanda (con el IRA). Pero ha aparecido un nuevo terrorismo: el islámico.

Este terrorismo es extraño. Nunca se sabe donde empieza y donde termina la manipulación. Hoy se sabe que los ataques del 11-S fueron cualquier cosa menos un ataque islámico protagonizado por Al Queda. Y en cuanto al 11-M seguimos sin saber quien lo organizó, quien lo ideó y quien lo ejecutó. Sabemos, eso sí, que hay terrorismo islámico en Palestina, en Irak, en Afganistán… esto es, en zonas de conflicto en donde hay situaciones de guerra abierta.

Entre el 11 de septiembre de 2001 y el 11 de marzo de 2003, los EEUU vivieron una treintena de situaciones de alarma antiterrorista, la más vistosa de las cuales fue con ocasión de la aparición de esporas de ántrax… elaboradas en un laboratorio militar de los EEUU. Todo esto da que pensar.

Desde los experimentos realizados con prisioneros alemanes tras la II Guerra Mundial se sabe que las situaciones de miedo, estrés, privaciones y hambre, dan como resultado personas sumisas que harían cualquier cosa que se les ordenara… incluso sumirse en la pasividad sin hacer nada.

El miedo es la mejor vacuna para impedir que las neuronas del cerebro puedan realizar sus conexiones normalmente encadenando razonamientos lógicos.

Los resultados: perplejidad

Gustav Le Bon escribió su Psicología de las Masas reagrupando sus observaciones empíricas con un espíritu positivo y de denuncia. Nunca se le ocurrió que habría gente que, conscientemente, utilizaría sus enseñanzas para elaborar, deliberada y conscientemente, mecanismos de manipulación de masas. Sin embargo, así ha sido. Una vez más la ciencia es neutral, pero sus aplicaciones no.

A lo largo del siglo XX hemos podido ver como esos mecanismos de manipulación de masas se iban sofisticando. En la primera década del siglo XXI estamos asistiendo a la orgía de la manipulación. Hemos empezado recordando la frase pronunciada por Solbes en el Parlamento: “Nunca hemos negado la crisis”. Si Solbes se creía en disposición de decir esa frase es porque sabía perfectamente que la memoria de las masas es débil, era consciente de que contaba con el apoyo de varios grupos mediáticos que harían que esta desafortunada frase llegara a la sociedad en estado puro, la alterarían, la cubrirían y la maquillarían, sabía que una mentira mil veces repetida se convierte en verdad (la frase es de Lenin y no de tantos otros a los que se les ha atribuido).

No es raro que buena parte de la población española experimente un progresivo rechazo visceral por la esfera de lo político convertida en el circo en el que actúan psicópatas, mentirosos compulsivos, gentes sin vergüenza y sin honor capaces de cualquier cosa por atraer un solo voto o por hacerse acreedores de un amago de aplauso. La política es hoy un estercolero en el que apenas hay espacio para gentes rectas, con sentido del honor, del deber y de la responsabilidad. Para ser un mediocre político es preciso ser un gran mentiroso y para ser un gran político es preciso ser un mentiroso compulsivo. No todos los españoles están dispuestos a caer tan bajo.

El rechazo creciente que experimenta la sociedad española por la clase política demuestra que todavía queda algo sano en nuestro país. Para que exista una renovación de la vida política, y en general una regeneración de nuestro país, es preciso, ante todo y sobre todo, sanear la política, abrir de par en par las puertas del parlamento hasta que desaparezca ese aroma fétido a corrupción, a bajas maniobras, a intereses de parte enfrentados y cubiertos con grandes declaraciones y frases tan rimbombantes como huecas, y entre aire nuevo.

Para ello es preciso que sectores cada vez más amplios de la sociedad se vayan agrupando, pierdan el miedo a denunciar los escandalosos métodos de manipulación de masas que utilizan todos los sectores políticos y tengan el valor de plantearse ideas nuevas: la crisis económica mundial del 2008 permite hoy pensar que el liberalismo salvaje no era la mejor fórmula económica, sólo ahora es posible pensar en fórmulas nuevas. Quizás en los próximos años sea posible empezar a pensar en nuevas formas de organización política, que podríamos llamar “post-partitocráticas” a raíz de la creciente percepción que va adquiriendo el ciudadano de que el régimen partitocrático sólo puede encumbrar a personalidades mediocres, ambiciosos sin escrúpulos, sino a obtusos redomados, cretinos sin ideas o, lo que es peor, con las ideas más excéntricas que puedan existir, gracias simplemente a que ellos o los intereses que tienen detrás son maestros en el arte de la manipulación de las masas.

Nuestra generación tiene una cita con el futuro: pensar la sociedad post-partitocrática en la que la manipulación de masas habrá desaparecido y los gobiernos se harán y desharán en función de que sean capaces de resistir o satisfacer la capacidad crítica de sus electores.

[recuadro fuera de texto]

Los incentivos: droga, botellón…

A partir de las edades medias, la ciudadanía está especialmente preocupada por el día a día, la supervivencia económica, el trabajo, los hijos, la familia, etc. Los jóvenes, al tener menos responsabilidades, podrían constituir un problema. Por eso los medios de manipulación de masas les ofrecen dos incentivos: las drogas y el botellón.

En España se persigue el tráfico de cocaína (una droga que genera movimiento y excitación), pero se dice muy poco ante la proliferación en los dos últimos años de heroína (cuyo precio hoy la hace accesible a muchos sin necesidad de delinquir como en los años 80) y son frecuentes las declaraciones a favor de la legalización de la marihuana. ¿Por qué esa permisividad en torno a la marihuana?

Los efectos de la marihuana son particularmente relajantes. Sumen a la personalidad en un nirvana onírico, frecuentemente comunitario que embotando los sentidos. No destruye –salvo a medio plazo donde sus efectos psicológicos tienden a la creación de personalidades esquizoides- pero si atonta. Es suficiente. De la marihuana no saldrán grandes contestatarios, ni movimientos capaces de ir más allá de una protesta callejera puntual. La marihuana sume en la pasividad, por eso no es de extrañar que incluso en los manuales escolares se desdramatice su impacto y se eluda enumerar sus efectos perjudiciales para la salud y para la psique

El botellón, por su parte, es una demostración colectiva de ocio. Se suele decir que es una protesta frente a los precios del ocio en pubs y discotecas. Es posible que sea así. Pero lo esencial del botellón es el consumo colectivo de alcohol como un fin en sí mismo. Quien ha pasado por una borrachera sabe perfectamente que en esa situación resulta difícil mantener relaciones sociales y que lo peor viene con la resaca. ¿Qué puede pensarse de una generación que semana tras semana acepta la resaca del día después? Simplemente que ha sido neutralizada y que jamás protestará por otra cosa que no sea el precio del tinto de garrafón.

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¿Droga? ¿Qué hacemos con la droga?

Infokrisis.- La respuesta no es complicada: machacar a los traficantes, poner en vereda a los colgaos, arrasar los campos de hachís del Rif, hacer otro tanto con los territorios cocaleros de Bolivia y Colombia y, finalmente, aislar el “corredor turco” de los Balcanes a través del que llega la heroína extraída de adormideras cultivadas en Afganistán con el beneplácito de los EEUU y que llega hasta la “Sublime Puerta” a través de la “ruta de la seda”. Sin embargo, lo más probable es que esta crisis económica termine con la legalización de la droga.

Conozco bien el problema y sé de lo que hablo: he recorrido en moto los campos de hachís del Rif he visto en los tejados de las casas rifeñas secarse toneladas de plantas de cannabis que luego cruzarán el Estrecho y serán consumidas en España, he trabajado para la Oficina de Lucha contra el Narcotráfico en Bolivia, he conocido en la cárcel los destrozos generados por la droga, he sido testigo de la guerra civil que tuvo lugar en el Líbano por el control de los puertos francos situados al Norte de Beirut desde los que se exporta el famoso “rojo libanés” a Europa. He visto ir y venir a decenas de DC-3 y de Fokkers Friendship cargados hasta la bandera de cocaína despegar de Centroamérica en dirección a los guetos negros de Los Ángeles. Como escritor me he ocupado del tema en mi libro “¿Fumas porros gilipollas?” y he leído y conocido los argumentos de Escohotado a favor de la legalización de la droga y también las razones de Sánchez Dragó. He participado en debates en radio sobre este tema y he conocido los argumentos de Aleister Crowley sobre la droga como “alimento de los fuertes”. Pero también he visto dentro de una celda a toxicómanos intentar encontrarse la vena, los he visto en el tercer día de mono, he conocido a madres angustiadas por sus hijas enganchadas a la heroína y a antiguos camaradas que habían conocido lo que era el honor y la lealtad, convertidos en piltrafas humanas mostrando los peores efectos de la droga. He leído el “Aullido” de Ginsberg y he comprendido que tanto en su generación como en la mía muchos de nuestros mejores compañeros cayeron víctimas de la droga y emprendieron el camino de la locura. Habré conocido a tres docenas de presos de la VIª Galería de la Modelo muertos en pocos meses destrozados por la heroína y todo lo que viaja con ella. He leído a Carlos Castaneda y yo mismo he conocido a chamanes andinos administrando alcaloides ante los que el LSD es un juego de niños. He visto a “patriotas” que después de su tránsito por la droga no eran más que mierdas secas bien aplanadas. Alguno de ellos incluso se suicidó por sobredosis al no poder soportar la contradicción entre lo que creían y en lo que se habían convertido. Y podría seguir mucho más para demostrar “credenciales” suficientes como para poder hablar sobre la droga con conocimiento de causa.

Poca broma con la droga: la droga mata y, lo que es peor, la que no mata, agilipolla que es casi como morir en vida o morir para la vida. De la droga solamente tienen derecho a hablar dos tipos de personas: los que han pasado por ella o los que la combaten. El resto jamás tendrá la más remota idea, nunca, de hasta donde pueden llegar sus efectos y hasta qué punto pueden demoler incluso personalidades sólidas y perfectamente formadas. Lo que escriban será ingenuo sino frívolo. Y con la droga, frivolizar es peligroso. No es este el lugar para escribir un tratado sobre las drogas –esto es, contra las drogas- pero quizás si sea interesante aportar algunas notas sobre el problema.

1. ¿QUÉ ES UNA DROGA? Todo estimulante que distorsiona la normal percepción de la realidad y altera nuestra actitud  frente a esa misma realidad generando en nuestro organismo una cadena de reacciones químicas que afectan a nuestros neurotransmisores y liberan sustancias que provocan una distorsión de la realidad.

2. ¿EL ALCOHOL ES UNA DROGA? Desde este punto de vista el alcohol es también una droga en el sentido de que a partir de cierto límite de concentración el cuerpo reacciona de manera anómala. La diferencia entre el alcohol y el resto de drogas consiste en que estas actúan incluso en pequeñas dosis con una capacidad adictiva muy superior al alcohol y consiguen disolver la personalidad en tiempos record.

3. ¿QUÉ TIENE DE MALO UNA DROGA? Legal o ilegal el efecto de la droga es siempre el mismo: distorsionar nuestra personalidad. Dejamos de ser nosotros mismos para convertirnos en el mero producto de unas reacciones químicas que actúan sobre nuestros neurotransmisores. Rompemos así el mandamiento que nació con nuestro pueblo en la vieja Grecia Clásica y que estaba escrito en una de las columnas del Templo de Delfos: “Sé tu mismo”. No sólo disolvemos nuestra personalidad sino que traicionamos el legado cultural de nuestra comunidad.

4. SIN EMBARGO, EN LA ANTIGÜEDAD SE CONSUMÍAN DROGAS… En las civilizaciones tradicionales la droga tenía un lugar: se administraba en determinados ritos, a determinadas personas previamente preparadas para ello, para comprobar la existencia de “otra realidad” y siempre se hacía bajo el control de un chamán o de un sacerdote la droga estaba sometida al control de lo religioso. Pero este precedente, que afectaba a muy pocos, no puede ser sostenido hoy cuando la droga se consume masivamente, sin control, constantemente y sin más objetivo que escapar de la realidad y vivir experiencias aparentemente hedonistas.

5. ¿QUÉ BUSCABAN LAS CIVILIZACIONES TRADICONALES CON LA DROGA? Se trataba de una pedagogía que enseñaba que existía una “realidad aparte” más allá de la realidad, una realidad que no tenía nada que ver con la materia; lo que las religiones conocen como “la experiencia espiritual”, literalmente, “experiencia metafísica”, esto es, que estaba “más allá de lo físico”. Una vez conocida la existencia de esos estados, se trataba de alcanzarlos mediante la práctica de técnicas tradicionales: ascesis, contemplación, meditación y acción. Nada que ver, pues, con las excusas utilizadas hoy para justificar el consumo de droga.

6. ¿QUE SE BUSCA HOY CON LA DROGA? Existen dos tipos de drogas: las psicodélicas (que implican un “estudio del alma” o una interiorización de los efectos, fundamentalmente el LSD y determinados tipos de hachís) estimulan experiencias interiores. Luego están las expansivas que dan la sensación de reforzar la personalidad y parecen ayudar a que el sujeto llegue a metas que de otra manera no llegaría: la cocaína, especialmente, pero también las metanfetaminas dan una sensación de energía y fuerza superior a la normal. El LSD permite ver –en determinadas circunstancias- paisajes interiores; la heroína genera una sensación de placidez y bienestar que nos instala en un gozo permanente (“pasar de todo”), con la contrapartida de que el cuerpo se habitúa pronto y se muestra incapaz de reproducir la experiencia llevando a aumentos en la dosis. “Me drogo porque me siento mejor”, “Me drogo para soportar la vida”, “Me drogo para relajarme”, “Me drogo para sentirme vivo y fuerte”, son las respuestas habituales a la pregunta de por qué consumes tal o cual droga. Nadie se droga para ser uno mismo.

7. ¿POR QUÉ ES NEGATIVA LA DROGA? Por pura que sea la droga, cualquier droga, incluido el hachís, va erosionando aspectos de nuestra salud: desde merma psicológica (hachís), hasta mermas físicas radicales (heroína), no hay ni una sola droga que se muestra inocua en el organismo. El bajo nivel de tolerancia genera adicción. La adicción hace que dependamos de la droga para mantenernos en pie. La baja tolerancia de las drogas hace que precisemos consumir cada vez más hasta que finalmente toda nuestra vida gira en torno a la droga y a su consumo. Siempre, desde el momento en que consumimos alguna droga dejamos de ser nosotros mismos y vemos progresivamente nuestra salud deteriorada.

8. ¿DEBERÍA LEGALIZARSE LA DROGA? La legalización de la droga no es ninguna “conquista democrática”, ni una libertad a alcanzar, es simplemente poner al alcance de la población una sustancia que distorsionará aún más su percepción de la realidad. Todo lo dicho hasta ahora es negativo y, poco importa si la droga es o no es legal. Aunque gozara de gran consideración por parte de los poderes públicos, eso no quitaría para que fuera negativa. Algo puede ser “legal” y, sin embargo, ser extremadamente peligroso.

9. ¿EN QUÉ SE BASAN LOS PARTIDARIOS DE LEGALIZAR LA DROGA? En la “libertad de opción”. Pero es una falacia: un heroinómano no es “libre”, es un enfermo cuyo mundo se reduce a la búsqueda de una dosis (legal o ilegal). Legalizar las drogas implicaría aumentar el número de consumidores y, por tanto, aumentar la masa de población absolutamente inútil para desarrollar una vida normal. Un heroinómano o un cocainómano no pueden trabajar normalmente, ni relacionarse con amigos o familiares de manera normal y estable. También los partidarios de la legalización sostienen que se evitaría la adulteración… olvidando que la droga sin adulterar también es negativa para la salud.

10. PERO, A FIN DE CUENTAS, EL HASCHÍS NO ES PELIGROSO...- Sí lo es, genera un tipo de cultura identificada con el “progresismo” que modela a un tipo humano débil, conformista, pasota, con una mentalidad ingenuo-felizota basada en el “paz y amor”, sin tensión existencial, sin vibración, sin fuerza interior ni capacidad para el esfuerzo, somnoliento, con una vida entre brumas y cada vez más perdido entre la realidad y las sensaciones que experimenta influido por el THC. Por lo demás, consumir continuamente hachís, a la larga genera problemas mentales y aumenta el riesgo de brotes esquizofrénicos. Si existe una única función para el hachís en la actualidad ese sería el de paliar el dolor en enfermedades terminales.

11. ¿HAY INTERÉS POLÍTICO EN LEGALIZAR LAS DROGAS? Por supuesto, especialmente en tiempos de crisis y no porque los ingresos del Estado aumenten por la recaudación fiscal con se ve vería grabada la vena de cualquier droga, sino porque el hachís especialmente es una forma de tener “calmada” a la población. En la cárcel, habitualmente, se permite la entrada de ciertas drogas (hachís, rohipnol) para mantener tranquila a la población reclusa en evitación de motines, peleas y disturbios. El economista Santiago Niño Becerra ha explicado en numerosos artículos que el Estado terminará legalizando el hachís para el 2012-14 a medida que la crisis se vaya haciendo insoportable para sectores cada vez más amplios de la población.

12. ¿ES IMPOSIBLE LUCHAR CONTRA LA DROGA? No, es perfectamente viable, sólo que ni los cuerpos de seguridad del Estado ni la judicatura, ni mucho menos ese foro de inútiles que es el parlamento, se emplean a fondo: el parlamento no legisla, los jueces solamente pueden aplicar leyes permisivas y la seguridad del Estado carece de órdenes precisas. Y el gobierno está contentísimo con que legiones de jóvenes solamente duden entre el porro y el botellón antes que piensen en lo precario de su situación laboral, en sus nulas posibilidades de encontrar trabajo y en su remotísima posibilidad de cobrar un salario digno. La lucha contra la droga es perfectamente posible desde el momento en que exista voluntad de acabar con el narcotráfico y con el consumo de drogas. Hoy esa voluntad no existe, por tanto, se trata de restaurar como objetivo la victoria sobre las drogas. Desde que Felipe González ganó las elecciones de 1982 obteniendo millón y medio de votos procedentes de su slogan de “despenalizar la droga”, en España se han producido distintas epidemias de toxicomanía: la epidemia de la heroína de los años 80 que terminó solamente cuando toda una generación de toxicómanos desapareció víctima del SIDA o del desgaste generado por el consumo; luego siguió la epidemia de las metanfetaminas, más tarde de la cocaína, mientras el consumo de hachís se generalizaba: todo gracias a la permisividad socialista y a la bajada de guardia de los poderes públicos. Se trata de que la sociedad recupere la confianza en que la victoria sobre la droga es posible. Nada más. No solamente es posible luchar contra la droga, sino vencer.

13. ¿PERSEGUIR EL TRÁFICO PERO NO EL CONSUMO ES VIABLE? No, la despenalización del consumo está en el origen de la epidemia de toxicómanos. El drogadicto es solamente “un enfermo” a partir del momento en que su adicción está muy avanzada, antes es un hombre libre que “ha caído”. El toxicómano es culpable de su toxicomanía y la sociedad no tiene porque tolerarlo. La sociedad no puede ignorar esta “caída” y considerar que el único responsable es el que le vende droga (frecuentemente el comercio y el consumo van unidos). El consumidor de droga debe ser rehabilitado, pero también debe pagar su cuota a la sociedad. Solamente persiguiendo el tráfico y el consumo, al mismo tiempo, se logrará vencer a las drogas.

14. ¿QUÉ EFECTOS SOCIALES TIENE EL CONSUMO DE DROGAS? Debilitar a una sociedad es fácil: basta con invadirla con drogas accesibles para todos. Es lo que está haciendo Marruecos en España. Es una de las formas de “guerra de baja cota”. En los campos del Rif marroquí, gracias a un “fuero” concedido por Mohammed V, se puede cultivar hachís libremente. Hoy en el Rif hay 40.000 hectáreas de hachís dispuestos cada año para ser procesadas y enviadas a España. Lo que se obtiene así es una juventud débil, quebradiza, sin fuerza, ni voluntad. Llama la atención que siendo Marruecos el primer productor mundial de hachís, su nombre no figure siquiera en la lista de países productores de drogas elaborada en los EEUU… Marruecos es aliado de los EEUU, algo que Aznar nunca entendió.

15. ¿INFLUYE EL TRÁFICO DE DROGAS EN LA POLÍTICA INTERNACIONAL?
Completamente. Contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, los talibanes estuvieron casi a punto de abolir el cultivo de adormideras; sin embargo, tras la invasión norteamericana se restableció el cultivo libre de adormideras y se reconstruyeron los laboratorios para su procesamiento. La droga sigue la antigua ruta de la seda hasta Turquía, sembrando los países por los que pasa con millones de heroinómanos (especialmente en Irán). Una vez a cargo de los narcotraficantes turcos la heroína entra en Europa a través del “corredor turco de los Balcanes” formado por las repúblicas islámicas de la antigua Yugoslavia, desparramándose por Europa Occidental. La droga es una de las muchas estrategias de los EEUU para debilitar a Europa: heroica llegada del Este, hachís llegado del Magreb y cocaína llegada del gran aliado de los EEUU en Iberoamérica, Colombia.

16. ¿LEGALIZACION DE LAS DROGAS? NO, LUCHA CONTRA LAS DROGAS.

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Implantes con tecnología RFID. ¡Soy un ser humano, no soy una cobaya!

Infokrisis.- En la conocida discoteca de Barcelona, Baja Beach, desde 2006 los clientes selectos tienen la posibilidad de implantarse un chip mediante el cual podrán pagar sus consumiciones. Cincuenta y cuatro clientes VIP aceptaron este sistema. A partir de ahora pueden dejar la billetera y el DNI en casa. Periódicamente reaparece la noticia de que tal o cual gobierno ha aceptado implantar chips en su población. Se ha dicho incluso que es la mejor arma para combatir el “terrorismo internacional”. ¿Hace falta que un etarra o un talibán tengan implantados un chip en salva sea la parte para identificarlos? Es hora de rechazar totalmente y para siempre la tentación de los implantes de “chips espía”.

Identidad se ha definido como partidaria de conjugar los avances más vanguardistas de la ciencia con la tradición ancestral de nuestros pueblos. En principio, la investigación genética, la criogenia, las biotecnologías, los avances en computación e inteligencia artificial, la carrera hacia el dominio de la energía de fusión, todo eso, es globalmente positivo y supone seguir en la ruta emprendida por nuestra civilización: sería absurdo tener al alcance de la mano respuestas científicas a nuestros problemas en muchos campos y no recurrir a ellas por miedo o por no vulnerar dogmas. Pero, claro, en todo hay límites.

Una cuestión de límites razonables

Si se cuestiona la difusión de semillas genéticamente modificadas [ver artículo en pag. 31-32], no es tanto porque hayan sido modificadas en sí mismas, sino porque esa modificación genera “derechos de propiedad intelectual” (que harían feliz a Tedy Bautista, el big boss de la SGAE). El principio en este terreno es que toda patente que suponga una mejora general para la humanidad no puede ser patrimonio de una corporación privada.

Existe otra limitación evidente. Cuando un avance científico se convierte en peligroso para algún derecho cívico, ese avance debe ser rechazado. Y no digamos si es peligroso para la salud. Pero hoy, un avance técnico se lanza al mercado en función de los dividendos que pueda dar a la corporación propietaria, estando el afán de lucro por encima del derecho a la salud.

Existen sospechas demasiado fundamentadas de que determinados productos utilizados en el forro interior de las latas de conserva generan la muerte de los espermatozoides masculinos y están en la base de los casos de esterilidad que han crecido desmesuradamente desde que se lanzaron al mercado, pero ¿para qué crear un problema a las corporaciones químicas, que figuran sin duda entre las más poderosas del planeta? Se sabe igualmente que determinadas forma de cáncer y de neumonías están causadas por metabolitos y residuos tóxicos generados por plaguicidas, funguicidas y vermicidas utilizados en agricultura, cuando no se respetan los márgenes de seguridad. Después de la utilización de estos productos, existe un plazo de seguridad para que la planta absorba los metabolitos. Si la cosecha se realiza antes, el fruto llega al mercado con esos metabolitos, generando intoxicaciones de diversos tipos en los consumidores. ¿Pondría usted la mano en el fuego por un campesino chino, vietnamita o marroquí que produce algo que se comerá a miles de kilómetros de distancia, en donde existe ni trazabilidad, ni control científico ni técnico sobre las explotaciones, ni tiene la garantía de que haya respetado los plazos de seguridad? No lo haga, antes o después se quemaría.

La informática y la miniaturización de sistemas constituyeron sin duda los mayores avances del último tercio del siglo XX. Desde entonces, el chip de silicio se ha ido incorporando cada vez más a nuestra vida cotidiana. Está presente es nuestro coche, en nuestros instrumentos de trabajo, en nuestros sistemas de comunicaciones, en nuestro ocio, incluso en nuestra salud. Y es bueno que así sea. Pero una cosa es que esté presente en nuestra vida cotidiana y otra muy distinta que esté dentro de nosotros mismos.

Si hay una perspectiva condenable en el actual panorama científico es precisamente el intento de implantar chips en el ser humano. Hay dos grandes razones para negarse a ello y las dos son de peso.

Dos razones para un rechazo tajante

En primer lugar, los chips no son seguros. Las experiencias que se han realizado en animales (desde principios de los años 90 se implantan chips en los animales domésticos con los datos personales de sus propietarios) inducen a la duda: es muy posible que los chips implantados generen cáncer en un porcentaje no desdeñable de estos animales.

En segundo lugar, aun en el supuesto de que los chips implantados fueran inocuos (lo cual, insistimos, dista mucho de estar certificado), el problema sería quién gestiona las bases datos y el extraordinario poder que tendría el saber dónde está cada persona en cada momento, cuál es su situación y la de sus cuentas bancarias. Es evidente que –salvo que el Estado aceptara externalizar y privatizar este servicio, lo que dadas las tendencias actuales no sería nada extraño- la gestión de esas gigantescas bases de datos correspondería a la propia administración. Y esto es lo grave.

La degeneración del sistema democrático en partidocracia (gobierno de los partidos que sitúan sus intereses de grupo sobre los intereses de la comunidad) y de la plutocracia (poder del dinero y de sus gestores en beneficio del cual gobierna la clase política), hace que estas bases de datos pudieran ser vendidas o estuvieran abiertas a terceros. Podría ocurrir que las compañías aseguradoras, simplemente, solicitaran datos genéticos contenidos en el chip para asegurar solamente a individuos con alta o altísima esperanza de vida; o que datos sobre nuestras cuentas corrientes fueran a parar a bandas internacionales de delincuentes; o, simplemente, que estuvieran en poder del Estado, como si el Estado, en las actuales circunstancias, ofreciera alguna garantía de honestidad.

Hay que excluir los argumentos conspiranoicos que se convierten en verdaderas caricaturas y argumentan el rechazo a los implantes de chips con peregrinas argumentaciones sobre la “marca de la bestia”. Todo es mucho más simple. Los llamados “chips espías” basados en tecnología RFID, son inseguros para la salud y nunca habrá garantías suficientes de que el control sobre sus datos estará siempre a buen recaudo.

Chips espías: una aplicación bastarda de los circuitos

El término “chip espía” fue acuñado por la Asociación de Consumidores contra la Enumeración y la Invasión de la Privacidad (CASPIAN en sus siglas inglesas). El término ha define la tecnología RFID, siglas de “identificación por radiofrecuencia”. Las dos mentoras de CASPIAN, Katrine Albretch y Liz McIntyre publicaron Chips Espías: cómo las grandes corporaciones y el gobierno planean monitorear cada de sus pasos con RFID. El libro alcanzó gran éxito y ha sido traducido al castellano. Describen la acción de chips del tamaño de un grano de arena que pueden ser rastreados a distancia. Se utilizan en técnicas modernas de espionaje, tanto para localizar a los propios agentes que mantienen estos chips implantados bajo su piel (recuérdese la película El Mensajero del Miedo de Denzel Washington) como situados en objetos cuya trayectoria se pretende seguir. El libro en cuestión aporta documentación sobre los planes de grandes corporaciones internacionales (citan específicamente a Wal-Mart y a Procter & Gamble, así como al Servicio Postal de los EEUU). Así mismo, se estos chips ya se utilizan para transacciones monetarias sin utilización de efectivo y evitando el uso de tarjetas de crédito.

Los chips RFID permiten almacenar y recuperar datos remotos almacenados en etiquetas y tags (etiquetas) RFID. Su propósito es transmitir la identidad del objeto que lo lleva incorporado, como si se tratara de un número de serie único, mediante ondas de radio. En algunos objetos comerciales de cierto valor se incorporan estas etiquetas RFID que tienen la apariencia de pegatina. Los chips “pasivos” no precisan alimentación eléctrica interna. Al transmitir información por radiofrecuencia no es preciso que exista una visión directa entre emisor y receptor.

Estos chips nacieron como alternativa a las limitaciones de los códigos de barras que pueden contener poca información y no pueden programados. Los chips RFID, en cambio, pueden transferir información adaptada a cualquier situación: basta programar el chip antes de su colocación.

Es un viejo sueño de las agencias de seguridad. La leyenda indica que fue el KGB soviético quien en 1945 ya había diseñado un dispositivo de escucha secreto. Otros remontan su origen a experimentos realizados en EEUU durante los años 20 y por los ingleses durante la guerra mundial. Parece mucho más cierto que a partir de 1960, cuando se dispuso de transistores, fue posible lograr circuitos relativamente miniaturizados que permitieran emitir una señal para localizar al portador.

Desde entonces ha llovido mucho. A pesar de que los transistores supusieron un avance notable en relación a las antiguas válvulas de vacío, no fue sino hasta la aparición de los chips de silicio cuando la tecnología RFID irrumpió tal como la conocemos hoy.

Los chips RFID que hemos visto en los comercios son “pasivos”, esto es, carecen de fuentes de alimentación. Sin embargo, existe otra variedad con una pequeña batería incorporada. Los pasivos son muy baratos, apenas 0’30 euros que son siempre cargados en el precio de venta al público de los productos. Es decir, el consumidor, paga la seguridad de la empresa.

Los “activos” tienen una señal mucho más potente, pueden trasmitir información a larga distancia y son más eficaces en entornos hostiles a las radiofrecuencias (agua, metal). Su vida útil puede llegar a 10 años.

Para leer la información contenida en un RFID hace falta un lector (reader). Sin embargo, hay dos tipos RFID: los seguros que requieren autentificación del receptor mediante claves criptográficas y los llamados “promiscuos” que pueden ser leídos por cualquier reader.

En la actualidad utilizamos muchos de estos RFID en nuestra vida cotidiana: en el telepago en los peajes de las autopistas, cualquier suministro tecnológico que nos llega desde el lugar más alejado del planeta suele tener un chip RFID incorporado que permite que el reader central tenga ubicado en todo momento la situación de ese envío, en algunas empresas estos productos han sustituido al código de barras y permiten realizar instantáneamente los inventarios e incluso en la lucha contra la falsificación de marcas, en sistemas antirrobo y en la propia llave del automóvil, en el seguimiento de barriles de cerveza, en las bibliotecas en el interior de libros, control de palés, seguimiento de equipajes en aeropuertos y, por supuesto, en mascotas. Y aquí es donde han aparecido los problemas.

Mi mascota muere de cáncer ¿por qué será?

Se convenció a los propietarios de mascotas para que implantaran un chip a sus animales explicándoles que en caso de pérdida serían rápidamente localizadas. Luego se generalizó el sistema y se convirtió en obligatorio en algunos países para evitar el abandono sistemático de mascotas. El estándar internacional emite a 134,5 kHz.

En enero de 2005 la Administración de Drogas y Alimentos de los EEUU (más conocida por sus siglas, FDA) aprobó por primera vez la implantación de chips en seres humanos. Se glosaron las ventajas: servirían para almacenar los datos médicos de cualquier persona, como si se llevara encima un historial médico de varios cientos de folios, evitarían las suplantaciones de personalidad, los actos de terrorismo, se evitaría llevar encima tarjetas de crédito y dinero en efectivo, los niños perdidos serían siempre encontrados, se evitaría el riesgo de ser secuestrado… y así sucesivamente. Hacía veinte años que la implantación de chips se estaba realizando en animales.

Lamentablemente, la FDA no tuvo en cuenta que un porcentaje de los animales de laboratorio, que oscila entre el 1 y el 10%, contraían tumores malignos después de que se les implantaran chips bajo la piel. Como siempre que aparecen estas informaciones las fuentes están viciadas: mientras algunos estudios alertan sobre su peligrosidad, otros sostienen que son inocuos. ¿Lo son? No se podrá estar seguro hasta que no existan estudios sistemáticos independientes. ¿Se realizarán alguna vez? Hace veinte años que se empezaron a comercializar los primeros teléfonos móviles y desde entonces no ha sido posible establecer si las microondas afectan a los usuarios: hay informaciones contradictorios y en todas direcciones. Una mínima norma de sensatez indica que mientras no esté claro el problema, lo mejor es usar lo menos posible el móvil… y no realizarse implantes de chips bajo la piel.

Hasta ahora unos 5.000 norteamericanos han pedido que se les implanten chips RFID. Si se reproduce la proporción de gatos y ratas de laboratorio muertos por tumores malignos, entre 50 y 500 de estos voluntarios deberían morir en los próximos años.

El llamado VeriChip que se les ha implantado tiene el tamaño de un grano de arroz, sus dimensiones son 12 mm de largo y 2,1 mm de diámetro. Se suele inyectar en la parte superior del brazo. Da acceso a un número de identificación que permite conocer automáticamente todo el historial clínico del portador. En mayo de 2002, una familia norteamericana, los Jacobs, implantaron a todos sus miembros microprocesadores VeriChip. A partir de ese momento se les conoció como “Los Chipsons”.

Queda algo por decir. Seguramente lo más importante.

La FDA es supervisada por el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) de los EEUU. En 2005, cuando se autorizó la implantación a humanos, el HHS estaba dirigido por Tommy Thompson que tras tomar esa decisión duró apenas quince días más en el cargo. No fue destituido, simplemente dimitió para pasar a formar parte de la dirección del mayor fabricante mundial de chips RFID: más sueldo, más promoción social, más stock-options… ¿y la salud de los usuarios? El negocio es el negocio ¿a quién diablos le importa la salud?

Tommy Thompson, por supuesto, no se ha implantado ningún chip de la empresa que dirige.

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En defensa de nuestra identidad: corridas de toros (II de II). Los toros en la historia de España

Infokrisis.- La tesis de esta segunda parte es muy simple: tiende a demostrar que el toreo ha acompañado los mejores momentos en la historia de España y ha encontrado eco en  el corazón de nuestros grandes conductores; mientras, los adversarios del toreo han surgido en los momentos de decadencia y en todo aquello de nuestra historia de lo que se puede prescindir. Podríamos traspasar también esta dicotomía al dominio de la pintura y concluir que nuestros grandes pintores del XIX y del XX (Goya, Picaso, Dalí, entre otros muhos), han representado en sus cuadros y de manera encomiástica al toreo. E incluso hoy, en el mundo de la cultura abundan los favorables a considerar a los toros como algo que “está en la modernidad, pero que no pertenece a la modernidad”. Ayer mismo, el urbanista e intelectual, Luis Racionero, sin duda uno de los más brillantes intelectuales de los últimos 40 años, defendía en las tardes de Onda Cero, esta fiesta con argumentos parecidos a los que utilizábamos en la primera parte de este ensayo. Tal es el recorrido que vamos a realizar.

En la Edad Media, cuando España volvió a ser.

Desde los tiempos en que los patricios romanos combatían contra uros en las arenas del circo, y los iniciados mitriacos se bañaban ritualmente en la sangre del toro, hasta la Alta Edad Media, hay pocas noticias sobre el toreo. Prácticamente desde que Odoacro, rey de los godos hérulos, asaltó Roma y envió las enseñas imperiales a Bizancio en el 476, hasta el siglo, se sabe poco como evolucionaron esos ritos pagamos. Pero, sin duda subsistieron.

De un lado, el mitraismo, especialmente tras la muerte de Juliano Emperador, fue desapareciendo asimilado por el cristianismo (desde el Edicto de Constantino, la Iglesia que había recomendado la deserción de las legiones mientras proclamaron la religión de la paz, al convertirse en nuevo poder, excomulgaron a los desertores y recuperaron la mejor tradición mitraica como religión de los combatientes). ¿Qué ocurrió luego?

Apenas 266 años después, en el 742, nacía Carlomagno reputado de ser un admirador de la fiesta de los toros (lances de toros). La cosa es importante porque se trata de un emperador de vocación europea que quiso reconstruir la unidad perdida de “Roma la Grande” (tal como se conocía al Imperio Romano en la Edad Media) y que demuestra que el toreo, aun conservándose en España, Portugal y en el Mediodía francés, fue europeo siglos atrás como ya habíamos sostenido en la primera parte de este ensayo. Es fácil pensar que en el tiempo que media entre la caída de Roma y la juventud de Carlomagno, los toros habían pasado de ser un rito iniciático, a ser una fiesta popular.

En esos mismos años cuando cobra carta de naturaleza la leyenda del Camino de Santiago y aparecen fragmentos legendarios que indican que el toro estaba incorporado al naciente imaginario colectivo del pueblo español ya durante la primera fase de la Reconquista. En Astorga aparece la leyenda de la “Reina Loba” (inevitable el tener a esta “reina” como avatar de la Loba Capitolina romana venerada en todo el ámbito imperial).  En las costas de Galicia llega una barca acompañada por cuatro marineros con el cadáver del Apóstol Santiago. Saltan a tierra y se dirigen al castillo de la Reina Loba, la cual los encarcela. Ayudados por la providencia los cuatro marineros logran escapar, pero la Reina Loba envía a sus soldados a capturarlos. Cuando ya los han divisado y sólo queda atravesar un puente, éste hunde arrastrando a los perseguidores al barranco. Es entonces cuando los cuatro marinos se presentan otra vez ante la Reina Loba pidiéndole una pareja de bueyes para trasladar al cadáver del Santo Apóstol Santiago. La Reina se burla de ellos y en lugar de bueyes les entrega dos toros bravos… pero estos, por intervención sobrenatural, se dejan uncir mansamente. La Reina Loba se convierte entonces al cristianismo.

Sería difícil encontrar una perífrasis simbólica más clara: los cuatro marineros son los cuatro evangelistas y el cadáver de Santiago (Sant-Yago, esto es, Santa Unión, pues el término sánscrito “Yug”, del que derivan Yago y Yugo tiene análogo sentido al de “religare” del que deriva “religión”, significando en ambos casos “unión”) el proyecto misional en el que se muestra la voluntad de arraigar el catolicismo español con la tradición originaria del catolicismo, asumiendo desde entonces y hasta principios del siglo XVIII, la construcción de un binomio inseparable: España-Catolicidad. La Reina “Loba” es, por supuesto, la alusión a la Roma imperial y patricia, todopoderosa que, finalmente se rinde ante el poder del cristianismo. En cuanto a la sustitución de los bueyes (castrados y mansos) por dos toros bravos, indica que el poder de Santiago es superior a la fuerza del toro apareciendo un tema habitual en la Edad Media, especialmente en el período gibelino: la lucha entre el poder sacerdotal y el poder de las aristocracias guerreras; la virilidad del toro, en esta versión, se amansa ante el poder sobrenatural de la fe, el sacerdocio se impone sobre la casta guerrera.
Esta leyenda muestra la “actualidad” del toro durante los “siglos oscuros” del Medievo y demuestra también que el toro seguía siendo un icono popular. Cuenta las crónicas que el Cid era –como no podía ser otra forma- un gran aficionado al lanceo de toros. Eso ocurría a principios del siglo XI. En aquella época el lanceo era un deporte de la aristocracia guerrera y, como tal, se realizaba solamente a caballo. El toreo a caballo duró hasta el siglo XVII y no fue sino entonces cuando empezó a torearse a pie por menestrales e  incluso por campesinos, subsistiendo solamente el arte del rojeo a caballo reservado para la aristocracia guerrera.

De Alfonso X el Sabio también quedó constancia de su afición a los toros y, para colmo, en un fragmento vinculado al Condado de Barcelona (esa ciudad declarada antitaurina…). Uno entre varios fragmentos  en los que se cita esta tendencia es en la crónica de 1128, año “en el que casó Alfonso VII en Saldaña con Doña Berenguela. Hija del Conde de Barcelona, y entre otras funciones hubo también fiestas de toros”.

Todo esto demuestra que en los siglos en los que se constituyó la esencial de las tradiciones antropológicas y culturales de nuestro país, la Edad Media, la fiesta de los toros ya ocupaba un lugar destacado.

Antes de los Reyes Católicos, el toro de lidia ya era un animal “diferente” que merecía otra consideración: ni estaba hecho para el arrastre, ni para la alimentación, ni por su piel, sino para ser lanceado y lidiado a la manera de la época. A partir de certificarse la unidad de las coronas de Castilla y de Aragón, empieza a realizarse una primera selección de toros bravos localizada en la provincia de Valladolid. Sin excesivos datos objetivos se atribuye a una ganadería que subsistió hasta el siglo XIX –Raso del Portillo- los primeros intentos de estabilizar un  tipo de toro bravo adaptado para estas fiesta entre los siglo XV y XVI. Pero también en Andalucía, Navarra, en el valle del Jarama y en Aragón, se criaron toros para estos festejos. En el siglo XVIII, cuando las “corridas de toros” ya se convirtieron en un espectáculo cotidiano, las ganaderías empezaron a parecerse a las actuales.

Entre el Siglo VIII y el XVII, la fiesta de los toros siguió siendo cosa de la aristocracia guerrera. Pruebas no faltan… se toreaba a caballo, se utilizaba espada y lanza: la montura y la espada eran solo autorizadas para caballeros. Los Grandes Austrias, fueron partidarios de la fiesta hasta el punto de que Carlos I Emperador festejó el nacimiento de Felipe II con un lance de varas y luego el que sería su sucesor hizo otro tanto. A Todo esto, Felipe II tuvo que interceder ante el Vaticano para que levantara la excomunión sobre quienes participaran en estos festejos. En efecto, la bula papal Salute Gregis (1567), emitida por Pio V, había prohibido los lances con toros y no fue sino su sucesor. Gregorio XIII, ocho años después, quien reconocimiento el papel de Felipe II como defensor la cristiandad, volvió a autorizarlos. Lo que, en ocasiones discuten los historiadores del toreo es si el papa levantó la excomunión siguiendo el ruego del Emperador, o si fue a la vista de que nadie hacía caso del interdicto y la Iglesia perdía fieles y veía mermada su autoridad… 

En esa época, España incluso exportó el noble arte de lanceo de reses bravas a… Inglaterra –increíble, pero certificado por los cronicones- en donde en el XVI llegaron a celebrarse este tipo de fiestas auspiciados por la aristocracia en el período en el que Carlos I de Inglaterra y Lord Buckingham, invitados durante su estancia en España a uno de estos eventos, quedaron prendados por él, reproduciéndolos en su tierra natal. Dado que los ingleses son muy suyos, estos espectáculos importados de España en el XVI terminaron desembocando en los bull-baitings, peleas entre perros y toros que resultaron prohibidas en 1824, a instancias de la Royal Society for the Prevention of Cruelty to Animals…

La fiesta todavía distaba de parecerse a la actual. Tenía con el rejoneo el común elemento del caballo, pero ni capote, ni banderillas, estaban presentes. Las plazas… eran cuadradas y solían ser plazas mayores a las que se les añadía una barrera y un entramado de asientos y gradas de madera, mientras que el resto del público, los menestrales especialmente, lo contemplaban desde las ventanas de sus viviendas.

En esos años empieza a formarse “la cuadrilla” cuyas funciones son de ayuda al caballero que torea con su montura. La nobleza reconstruye en ello la figura del “paje” (el aprendiz de escudero) y de “escudero” (aprendiz de caballero). Combatiente en su montura, queda del período medieval el privilegio de matar al toro a caballo con la espada. Es el paje el que le entrega la espada y es el “escudero” el que le ayuda en la proto-faena. La incipiente cuadrilla torea a pie. Para atraer al toro utilizan su capa y, con eso el toreo empieza a parecerse al actual. Todavía no se utiliza la muleta, ni el falso estoque que vendrán luego. En ocasiones, el caballero no logra matar al toro desde su montura (por falta de pericia, porque el toro está agotado y no persigue al caballo sino que lo rehúye), y es entonces cuando alguien de sus ayudantes recibe el encargo de acabar con él.

En el período de los Austrias Menores, la nobleza empieza a decaer. Así como en las generaciones anteriores, el noble había recibido su título por hechos de armas –nunca como prebenda por amistad o por su patrimonio amasado en negocios- y transmitía a sus descendientes la responsabilidad de su casta (marqueses o señores que defendías las marcas de las fronteras; duques o descendientes de los “dux bellorum”, literalmente “señores de las batallas” en los que los monarcas delegaban el arte de la guerra; y condes defensores de un territorio) que era, ni más ni menos, que el combate, en el nuevo período histórico que se inicia con la decadencia del Imperio, la nobleza empieza a ausentarse de los “lanceos”. Éstos siguen celebrándose, pero, cada vez protagonizados por hidalgos de menor relieve, hasta que, finalmente, desaparece casi completamente el caballo (relegado a partir de ahora a las corridas de rejones) y el toreo se hace cosa de a pie, propio de las castas bajas de la sociedad. Y, a partir de ese momento, se convierte en un espectáculo masas en su forma moderna.

La afición ya apuntaba maneras en los siglos XVI y XVII y rebasó con mucho el ámbito de las fiestas mayores y de determinados días del año. Pasó a celebrar victorias bélicas primero, luego se institucionalizó en determinados períodos del año y, finalmente al organizarse las ferias taurinas ya en un período reciente. En el siglo XVII esta tendencia ya se ha consolidado. Los toreros empiezan a ser, aun sin título de nobleza, extremadamente populares. Queda de la antigua tradición guerrera, el “paseillo” de las cuadrillas, verdadero remedo de un desfile militar en el que se lucen capotes y armas y donde todo está ordenado jerárquicamente, por rangos, como en cualquier ejército.

La sustitución de los Austrias por la dinastía borbónica, no aporta nada bueno a la fiesta. Los borbones vienen de Francia así como los Habsburgo venían de Austria. La diferencia reside en que mientras estos son respetuosos con las tradiciones populares, los primeros son hijos de la Ilustración y pretenden traer a España el período de “las Luces”. Desde Felipe V existe una desconfianza creciente de la monarquía hacía borbónica hacia el toreo. Afectos a una tradición racionalista (más que racional) y “dispuestos a modernizar el país”, los borbones desconfían de algo que ha nacido en la más remota antigüedad y que el pueblo sigue como si de un rito religioso se tratara. No es racional, luego no es ilustrado…

Aún así la fiesta de los toros, progresa y aparecen innovaciones impuestas por los grandes nombres de la época: un menestral, hijo de menestrales, “Costillares” (Joaquín Rodríguez), conocedor de la anatomía de los bóvidos a raíz de su trabajo en el matadero de Sevilla, crea la faena de capote y perfecciona el lance de verónica, vuelve a disciplinar a las cuadrillas que sólo reconocerán, a partir suyo, la orden del mataor. Inventa el volapié y la muerte por estoque humillando el hocico del toro. Cien años después, “Cúchares”, inventa la faena “al natural”. Antes que él, Pepe-Hillo, muerto en la plaza, había escrito un primer tratado de tauromaquia. A partir de ahí se suceden los grandes nombres: Lagartijo, Frascuelo, Paquiro en el XIX y ya en el XX, Belmonte, Joselito, antes de la guerra civil y después Manolete, Dominguín y su eterno rival Ordóñez. Y así hasta llegar a los hermanos Rivera Ordoñez, al francés Sebastián Castella, a El Juli o a César Rincón (favorito del que suscribe) seguido a corta distancia de Enrique Ponce.

El toreo goza de buena salud y sigue siendo un espectáculo que atrae el favor de un público que se va renovando, a despecho de los anti-taurinos. Los mejores años de la historia de España han sido años en los que la población y la autoridad política o la monarquía, se han identificado con el arte del toreo. Porque, a fin de cuentas, los detractores del toreo aparecen, no solo en la decadencia, sino que, por lo general, son los promotores de esa misma decadencia.

Con los borbones el anti-taurinismo se hizo rey. La aristocracia se afrancesó en pocos años como prueba de que ya habían perdido las raíces y la tensión existencial de los mejores años del Imperio. Para colmo Felipe V creó una nueva aristocracia que ya no era la de la sangre, sino la del blasón obtenida a costa de adular al monarca, entregarle preces o simplemente lamerle el culo. Y los borbones de ayer y de hoy lo tuvieren siempre requete-lamido. Desde Felipe V –cuyo nombre se maldice aún hoy en media España- que consideraba a las corridas como espectáculos propios “del populacho” y que las prohibió en 1723, hasta Fernando VI rodeado de Ilustrados –con Jovellanos en cabeza- que sólo las consintió a cambio de que los ingresos obtenidos se descargaran el erario público, los borbones, uno tras otro, intentaron apuntillar a la fiesta.

El Conde de Aranda, creador de una logia masónica independiente de las logias inglesas, durante el reinado de Carlos III, prohibió de nuevo las corridas en 1771. Nadie, por supuesto, le hizo caso y la orden sirvió solo para demostrar lo indómito de un pueblo que no desertaba de sus tradiciones seculares. Carlos IV quiso imponer su autoridad actualizando la prohibición en 1805. De esos años son los aguafuertes y grabados de Goya sobre la fiesta. Fernando VII a quien en su vida no quedó nadie al que no traicionara, gozó, curiosamente, de popularidad, sin duda por el hecho de que no se atrevió a una nueva prohibición que hubiera evidenciado aún más su debilidad.

A partir de los períodos liberales del siglo XIX (desde el trienio liberal 1820-1823), los distintos gobiernos de esa corriente atacaron una y otra vez a las corridas y las prohibieron con idéntica fortuna que los borbones. En 1877 cuando el Marqués de San Carlos y Montevirgen, José María de Quiñones de León y Vigil, lo intentó por última vez en 1877, ante un parlamento atemorizado y sabedor que de votar por la prohibición equivaldría a no revalidar nunca su acta de diputados, se negó a aprobarla. No era raro: en aquellos días, Lagartijo y Frascuelo eran más populares en España que el poncio de turno o el mismo papa de Roma.

Luego vino la crisis finisecular del XIX y las revisiones de la historia de España, país dramático este en el que el progresismo siempre ha mirado más al extranjero que al terruño y donde el conservadurismo ha sido habitualmente regresivo y tendido a lo atávico. En tanto que eco del pasado, no es raro que el progresismo de hoy (que corresponde exactamente a los liberales del XIX y a los borbones ilustrados y afrancesados del XVIII), intuyeran algo no reductible a sus esquemas en la fiesta de los toros.

Más lamentable es, por el contrario, que algunos españoles, a la hora de reflexionar sobre lo que significó la última página en la ruina del Imperio en 1898, terminaran opinando que había que desterrar los toros de nuestra cultura. Hay en la Generación del 98 una parte que, literalmente vuelve la espalda a la tradición española y cree que en ella está la fuente de todas nuestras desgracias. Unamuno optó por esta dirección. Otros, como Eugenio Muñoz Díaz, antitaurino de manual, ex sacerdote que mantuvo amoríos con la cantante María Noel, cuyo apellido adoptó como seudónimo, fueron casos de psiquiátrico. Dado que su complejo de culpabilidad latente al mantener amores cuando aún estaba bajo la promesa de la castidad, sublimó este complejo reforzándose en la idea de que quienes mataban a los toros y quienes los jaleaban, eran todavía más culpables que él… Casi típico de la psiquiatría aun non nata. Muñoz (o “Noel” por parte de amante), la emprendió contra los toros y el flamenco.

Confundía “Noel” la Andalucía creada por Isabel II y sus marquesonas a mediados del XIX, cuando por pura moda introdujeron en la jet-set de la época las batas de cola, los faralaes y los tejidos de lunares y estampado gitano, con los que Merimé había descrito “lo andaluz”, confundiéndolo con “lo gitano” (Andalucía hasta ese momento había podido ser llamada “Castilla Sur” dado que tras la expulsión de los moros y moriscos había sido repoblada con castellanos). Las pocas luces de Muñóz-“Noel” -que a todo esto se había hecho socialista y republicano, y cuyo complejo de culpabilidad no le dejaba razonar con la cabeza fría y las neuronas en forma- favorecieron que lo mezclara todo: toreo, gitaneo, andalucismo, pasodoble, cantejondo y, para colmo, en el popurrí incluyó al “género chico” (la zarzuela) y no pudo incluir al “género ínfimo” (el naciente  espectáculo de music hall arrevistada y sexy) porque en eso estuvo su primera amante… Leyendo a Muñoz-“Noel” se percibe que lo que más le fastidiaba de todo esto es que la gente se divirtiera. Era un tipo sombrío y amargado al que los desengaños políticos terminaron por avinagrarlo del todo. En la biblioteca Nacional pueden consultarse su obra, hoy olvidada y que ni siquiera los antitaurinos consideran por excesivamente enrevesada y visceral.

En cuanto a los antitaurinos de hoy, en buena parte su experiencia procede de asociaciones norteamericanas (PETA) o inglesas. Otros, tienen mas interés en borrar síntomas de lo que consideran “lo español” de sus autonomías, mucho más que de defender a los toros. Los hay de todo, pero se trata de actitudes irrelevantes, de gente no menos irrelevante.

Un resumen de la historia del toreo

Estamos llegando al final de lo que nos habíamos propuesto. A partir de Julius Evola sabemos que existen dos tipos de civilizaciones, casi como dos categorías ontológicas radicalmente separadas e irreconciliables: las civilizaciones tradicionales y las civilizaciones modernas. Esta clasificación no se refiere al tiempo de los siglos, sino a los valores: las civilizaciones tradicionales hablan en términos de “comunidad”, las modernas en términos de “clase”: las tradicionales se orientan por valores superiores, las modernas por valores materiales y de consumo; las tradicionales quieren seguir fieles a sus orígenes, quieren tener un vínculo con la “tierra de los padres” (por eso el patriotismo es propio de estas civilizaciones e incomprendido en la modernidad), las modernas niegan el pasado, lo perciben como regresivo, como cualquier otra estructura (como la familia, como la religiosidad, como la idea de orden, la de autoridad y la de jerarquía, que niegan pertinazmente). Son dos formas de entender la civilización que están frente a frente y de manera irreconciliable.

En la historia de España, algo trascendental ocurrió en 1717: la España tradicional de los Austrias (en realidad eran “las Españas”), fue derrotada por la Ilustración y la ideología de las Luces, entronizándose una dinastía afrancesada y “progresista”. Es a partir de ese momento en donde empiezan los problemas en la historia de España que se arrastran hasta ahora. Al centralismo francés traído por los borbones y destructor de fueros, sigue la revolución francesa traída a España por Napoleón y luego las revoluciones liberales. Negación de la tradición, afirmación del progreso. No es de extrañar que desde Felipe V las corridas de toros fueran denostadas primero por los ilustrados, luego por los afrancesados, finalmente por los liberales que mamaban de las fuentes de la revolución francesa de 1789 y actualmente por los “progres”.

Quizás fuera porque la dinastía de los Austrias no estuvo a la altura en sus últimos representantes que impidió que se operase un fenómeno de modernización similar al que experimentó Japón entre mediados del siglo XIX y hasta los años 60 del XX, cuando una sociedad inspirada por valores tradicionales, pudo aplicar modernas estructuras de producción basadas en los principios tradicionales (la fidelidad a la autoridad tradicional se trasladó a las empresas; el gusto por la obra bien hecha, presente en toda civilización tradicional, convirtió a Japón a partir de 1945 en gran potencia industrial… demostrando que Tradición no implica atavismo y atraso). La Alemania de Bismarck realizó un recorrido similar.

El punto de inflexión de nuestra historia (1717 con el desenlace de la Guerra de Sucesión) convulsionó a toda la sociedad española, incluso a la que había tomado partido por el Borbón. En ese momento, las ideas tradicionales fueron progresivamente arrinconadas en beneficio de las ideas ilustradas primero, liberales después y progresistas ahora. La idea de “las Españas” se arrinconó primero apareciendo un centralismo borbónico y luego el jacobinismo revolucionario que no era sino su adaptación y consecuencia extrema.

En el siglo XIX el foralismo carlista intentó mantener en pie la idea “de las Españas” y el vigor de los “cuerpos intermedios” de la sociedad a los que los liberales atacaron una y otra vez hasta prohibir el movimiento gremial. Luego, en el siglo XX, el debate no fue cerrado por la Generación del 98 y los regeneracionistas no consiguieron emitir un dictamen convincente sobre las causas de nuestra decadencia. En los años 30, los distintos movimientos que emulaban al fascismo, intuyeron cuál era el origen del problema de España. José Antonio Primo de Rivera condenó el liberalismo y aportó buenos motivos para ello. Al igual que otros fascismos de la época, consideró su pensamiento como una síntesis de tradición y revolución.

Si de algo podemos estar seguros es de que nuestra tradición política no deriva del liberalismo, como tampoco debe nada a las ideas de la Ilustración y a la ideología de Las Luces. Todo eso se concretó en las revoluciones liberales y masónicas y en la irrupción de otras familias políticas: liberalismo primero y socialismo después.

Las corridas de toros solamente se pueden enmarcar en la tradición española en tanto que cristalización de una parte de su identidad. Si se defienden principios identitarios y tradicionales, esto implica que, gustando o no gustando las corridas de toros, se las entiende y se las encaja en la historia de España.

A la inversa: quien dice pertenecer a una familia política que ha combatido (y ha sido combatida por…) al liberalismo y el socialismo (socialismo utópico y socialismo marxista), su actitud no puede ser sino automáticamente contraria a las corridas de toros, como, de hecho así lo demuestra este pequeño análisis histórico que hemos realizado, no solamente para recordar que los toros forman parte de la identidad española (y de “las Españas”) sino que existen dos familias políticas opuestas. Y la nuestra no tiene nada que ver con quienes sistemáticamente se han opuesto a los toros.

(c) Ernest Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen