Entender la crisis catalana
Las reflexiones que se agolpan estos últimos días, superan con mucho, el tiempo que uno puede dedicar a teclearlas, especialmente cuando se había hecho firme promesa de escribir lo menos posible sobre política. Ahora bien, el contraste entre la proliferación de informaciones y lo mal que se interpretan, casi obligan a plasmar unas notas, especialmente para que dentro de unos años, podamos recordar lo que ocurrió en aquellas tensas jornadas catalanas.
1. ¿Se van sólo los bancos?
Ayer el Banco de Sabadell manifestó que mudaba su sede social a Alicante (provincia en crisis a la que no le vendrá mal lo que supone este traslado) y hoy Caixa Bank se pronunciará sobre si trasladarse a Mallorca. De Guindos ha declarado, igualmente, que facilitará estos cambios de sede social. El vice de la gencat, Oriol Junqueras, dijo en directo y en la Sexta que esto era “irrelevante” porque hoy la gente hace todas las gestiones bancarias “por internet”… No aludió a lo que suponía el que cientos, miles de millones de euros que hasta ahora se quedaban en Cataluña, pasen ahora a pagarse en otras zonas del Estado. Sin olvidar los puestos de trabajo perdidos, la pérdida de prestigio de la gencat que no había advertido a los ciudadanos de que su aventurerismo podía conducir a estas posiciones, y dejando aparte que lo peor está por llegar cuando cientos de empresas cuyas sedes sociales están en BCN, pasen, con una simple visita al notario y un cambio en sus estatutos, a domiciliarse fuera de Cataluña.
En realidad, la opinión de lo que queda de la “alta burguesía catalana” se ha expresado con esta decisión de los dos principales bancos catalanes. Era de esperar: el dinero es cobarde, no tiene nacionalidad y la debacle independentista se augura cada vez más dramática. Era, por lo demás, previsible que todo este entramado de empresas que tienen sus mayores clientes en “España”, se desvinculen de la aventura indepe. Esto ha servido también para demostrar el nivel de argumentación de uno de los máximos responsables de la crisis: Oriol Junqueras, vicepresidente, repito, VICEPRESIDENTE de la gencat y antiguo conseller de economía que demostró ante todo el mundo IGNORARLO TODO sobre economía.
Durante toda esta crisis independentista se ha evitado recordar que el “bono de la gencat” está calificado como “BONO BASURA” y que los inversores desconfían –y no poco, precisamente- de la capacidad de la gencat por establecer, dirigir y llevar a buen puerto una “república catalana”. No son, desde luego, ni santos, ni visionarios: pero no se puede despachar, como hizo Junqueras, reiterando una y otra vez que la independencia es económicamente viable. Lo es, claro está, si el contador de la deuda se pone a CERO (la gencat no tendría arte ni parte en la deuda del Estado Español), si las pensiones de los catalanes las seguiría pagando el Estado, si siguieran existiendo los mismos vínculos comerciales con lo que quede de España, si Cataluña seguiría estando en la UE (“¿Cómo no iba a ser europea Cataluña?” se preguntaba Junqueras una vez más…), si no se mudaran las sedes sociales de las empresas a otras partes del Estado, si todos estos condicionales se dieran, en efecto, la república catalana podría sobrevivir… hasta que se la comieran, claro está, los islamistas. El problema es que, en la realidad, no se va a dar NI UNA SOLA de estas posibilidades. Lo que se mantuviera en pie fiscalmente después de la independencia se debería dedicar, FORZOSAMENTE, a seguir pagando la PAZ ÉTNICA-RELIGIOSA-SOCIAL, subvencionando de manera, no sólo preferencial sino única, a los casi dos millones de inmigrantes que residen en Cataluña.
Pero el problema es todavía más profundo: no solamente se están yendo –y no de ahora, sino desde principios del milenio cuando empezó la coña del “nou estatut”– empresas y más empresas, sino que lo que nadie habla todavía es de cuántos ciudadanos residentes en Cataluña se NEGARÁN A SER CIUDADANOS DE LA REPÚBLICA CATALANA. Servidor, incluido. Es lo que tienen las aventuras de crear nuevas naciones sin consensos suficientes: varios miles, pienso incluso en cientos de miles de catalanes, abandonarían Cataluña y se establecerían en otras zonas del Estado o bien no aceptarían la nacionalidad catalana y siguiendo considerándose y siendo CIUDADANOS ESPAÑOLES. ¿O es que la gencat pensaba que incluso los que nos trae al fresco el “proceso soberanista”, un buen día, mansos, vamos a ir por el mundo con un pasaporte de la “república catalana” y que lo vamos a aceptar cambiar de nacionalidad como quién cambia de calzoncillos? “No, colegas: no me metan en problemas que yo no he creado, no me hagan partícipe de sus delirios y de sus paranoias conspirativas: su problema no me interesa, no lo he desencadenado yo, así que déjenme como estoy”.
Por lo demás, y a la vista de cómo se están desarrollando los hechos, convendrán el que en caso de “declaración de independencia unilateral”, la entidad que resultase no puede exigir respeto, ni obediencia a la vista de que ha nacido de un proceso, que, más que ilegal, ha sido, como mínimo “poco serio” y en donde, desde el momento en que se convocó el primer referéndum ya se daba por hecho que la independencia era algo que estaba implícito, que la consulta era un mero trámite y que, por eso, las instituciones catalanas no ofrecían espacios públicos en sus medios de comunicación para hacer, ni siquiera, campaña por el NO… A una broma se responde con otra: ¿pasaporte de la “república catalana”? ¡por favor…! No me pidan que me tome en serio aquello que no ha sido serio desde su nacimiento.
Así que lo esencial, no es cuántas empresas se irían de Cataluña, sino cuántos ciudadanos catalanes se negarán a serlo de una “república catalana”. Apostaría que muchos.
2. Mentiras, mentirijillas y pensamiento panfletario
Toda aventura irresponsable, antes o después, sufre un choque con la realidad. Leo en el folleto titulado “Democràcia” distribuido por la “Crida per la Democracia” (otra de esas entidades que sólo existen como canales para el desvío de fondos públicos hacia aventuras privadas) a finales de septiembre “noticies” tituladas: “La patronal Cecot defensa el dret dels ciutadans a ser consultats”, “RyanAir continuarà apostant per Catalunya si hi ha independencia”, “El EUA diuen públicament que treballaran amb l’entitat o govern que surti del reféndum català” y “Jean Claude Juncker, presidente de la Comissió Europea: ‘Si Catalunya esdevingués independent, respectariem la decisió”… Hay que decir que el folleto presentaba solo estos titulares y una foto, pero no había texto que los acompañara. Si lo hemos traído aquí es para retratar la forma de hacer las cosas del independentismo.
En primer lugar la CECOT, no es la “patronal catalana”, es una pequeña y marginal asociacioncilla de pequeña empresa y autónomos, enfrentada al Fomento del Trabajo, que agrupa al grueso de la patronal, precisamente a causa del “procés”. Sobre RYANAIR no vale la pena añadir nada: empresa de vuelos low-cost, seguramente la más criticada de todo el sector. En cuanto a la posición de los EEUU (EUA en el folleto) no es, ni de lejos esa, de la misma forma que, descontextualizando las declaraciones de Juncker, podría entenderse que ambas “apoyan” al independentismo… cuando es todo lo contrario.
No es la primera vez que los independentistas tratan de alterar la realidad, retorcerla y volverla a su favor. La triste realidad es que Romeva, cuando estuvo hace tres meses en EEUU (o EUA) no fue recibido por nadie ¡salvo por Jimmy Carter!, el anciano presidente que cobró la foto y saludo. Eso fue todo.
Sobre la UE, no vale la pena seguir argumentando cuál es su posición: “Si Cataluña se convirtiera en independiente respetaríamos la decisión”… ¿Es eso un apoyo? En realidad, como los propios independentistas saben, pero no dicen, que la segregación de la “república catalana” de España implicaría algo tan lógico y natural como el inicio de una negociación del nuevo Estado con la UE… a la que, por cierto, después de una declaración unilateral de independencia, lo más probable es que el Estado Español la vetase desde el principio.
En el mismo folleto se dice “el referéndum cumple con la legalidad internacional”… ¿Dónde queda la legalidad del Estado Español que es, a fin de cuentas, en el que se ampara la legalidad de la gencat? No vamos a salir en defensa de algo en lo que no creemos y que damos por amortizado (la constitución española), pero sí percibimos en toda las argumentaciones nacionalistas (y no solamente sobre el referéndum del que ya nadie se acuerda, sino como característica consuetudinaria del sector) una carga de mentirijillas ingenuas, algunas inocentes (como meter a RyanAir por medio), otras deliberadas (presentar a una “patronal” pequeñita y redondita como expresión de los “patronos catalanes”) y en su conjunto peripatéticas para defender lo que no es más que una visión conspiranoica del actual momento político y proponer una salida simple (y simplista), la independencia, a unos problemas mucho más complejos: la crisis política, económica y social de España y de Europa, la inviable globalización, la inmigración masiva, la deslocalización de empresas, la transformación de España (y, especialmente, de Cataluña) en reserva turística, etc, etc.
3. “Catalanoia”: pensamiento independentista = pensamiento conspiranoico
Cualquier nacionalismo es una forma de irracionalidad. El fundador de Falange ya había distinguido entre lo que es “expontáneo” (el sentimiento de arraigo a la tierra natal) y lo que es “difícil” (dotar al patriotismo de una misión y de un destino). El nacionalismo es el individualismo llevado a un territorio. Y el independentismo, el destino final de todo nacionalismo regionalista. El problema es que la ideología actual en la que se sustenta el independentismo catalán ha atravesado por distintas fases y hoy ya no tiene absolutamente nada que ver con lo que era en un principio. Hubo un tiempo en el que el nacionalismo y el independentismo utilizaban argumentos lógicos para defender sus posiciones. Ese tiempo ha quedado atrás.
Hoy, lo que se percibe al leer sus panfletos es una simplificación abusiva de la temática “Espanya ens roba”, a partir del cual se estructura todo el discurso “expontáneo” de la gencat que ha llevado a la crisis actual. Esa creencia delirante (delirante en tanto que indemostrable) se ha transformado en central. El ex conseller Mas-Colell explica seriamente (en el folleto antes citado) que el Estado “intenta domesticar a Cataluña para incluirla en el modelo unitario” y que se está asistiendo a una “recentralización y liquidación de facto del Estado de las Autonomías”, o que se está “laminando la autonomía vasca”, o que el “PP quiere recuperar la España unitaria de siempre”… Para el lector habitual de la prensa, parece claro que ninguno de estos elementos tiene base real. Lo que Mas-Colell describe es la visión propia de un paranoico que asume y sostiene ideas delirantes. Pero lo peor no es sólo eso sino que lo atribuye todo a un “plan prestablecido”, una conspiración deliberada para reconstruir el “Estado franquista”… Tal es, por lo demás, la visión que da TV3.
¿Qué base tiene este delirio paranoico? Es simple: durante 40 años, nadie ha recordado a la gencat que es una entidad “auxiliar del Estado” para la gobernabilidad de Cataluña y, por tanto, subordinada a él. La gencat nacionalista siempre se ha tenido como el embrión del “Estado catalán” y que, por tanto, entre ella y el “Estado español” existía “paridad”. Carod Rovira, por ejemplo, creí que la co-oficialidad a la que alude el Estatuto de Autonomía no se refería a Cataluña ¡sino a la obligación del Estado a poder disponer de documentación en catalán en cualquier parte del territorio español! La gencat en estos 40 años ha querido ser una especie de Estado en miniatura. Dado que nadie en el Estado Español le recordaba la realidad, han seguido alimentando esa fantasía hasta ver una conspiración en cualquier iniciativa o declaración que, directa o indirectamente, la negara. El nacionalismo se convirtió, primero en independentismo y luego, a fuerza de irse reforzando en sus convicciones y realizando una interpretación cada vez más delirante de la realidad, se volvió “conspiranoico”.
Hoy, en el fondo, no es más que una “enfermedad psicológica” de sectores que sostienen su creencia delirante con un énfasis desmesurado. El hecho de que en las últimas semanas se hayan disuelto muchos grupos de amigos, roto grupos de whatsapps, generado discusiones en el ámbito familiar, implica que, efectivamente, el pensamiento independentista (como suele ocurrir con cualquier corriente conspiranoica) termina afectando a la vida de los sujetos.
Los independentistas atribuyen a los que no lo son actitudes conspirativas contra Cataluña: basta no estar de acuerdo con ellos para ser acusado de “hacer el juego al PP”, de “estar pagado por Rajoy”, su agresividad va en aumento, se acentúa cada vez más su hipersensibilidad y el desgaste nervioso. Cuando se les lleva la contraria (“Cataluña no es una nación”, “el 11 de septiembre de 1714 Barcelona luchaba para colocar a un rey Habsburgo en la Corona de España, no por su independencia”, “la historia nacionalista es una piadosa recopilación de medias verdades y mentirijillas”, “el proceso independentista es irresponsable”, etc) reaccionan hostilmente. Al igual que los conspiranoicos empeñados en ver una conspiración judeo-masónica-bolchevique en donde no hay más que datos aislados e inconexos, los conspiranoicos independentistas dejan de preocuparse por cualquier otro matiz de la realidad: sólo les interesa la independencia y el denunciar lo que para ellos es la única verdad que lo explica teleológicamente todo: “Espanya ens roba”. Su propia forma de ver las cosas les empobrece y, lo que es todavía peor: empobrece a Cataluña con un sistema educativo basado en una historia de ficción.
La conspiranoia independentista es, a la vez IMPOSITIVA en el sentido de que quienes la sufren se creen obligados a comunicar a otros sus posturas por encima de cualquier otro tema y, a la vez DEFEFNSIVA, porque, verdaderamente han terminado creyendo que están agredidos y amenazados por el Estado Español. ¿Lo están? Sí, para los medios de comunicación de la Gencat. No, para un observador imparcial que la primera constatación que puede hacer es que el régimen autonómico catalán es el más avanzado, junto con el vasco, de toda Europa.
Como todos los conspiranoicos, los independentistas son COMPULSIVOS: cualquier dato lo reducirán a su particular interpretación y lo harán automáticamente, sin que medie reflexión previa, sin contextualizar los datos. Son, al mismo tiempo, AUTODIDACTAS, incapaces de distinguir entre rumores falsos, macutazos, realidades posible, realidades probables y realidades objetivas. Su formación intelectual es limitada: tienen dificultades de comprensión de los procesos de la modernidad y de la complejidad de un mundo que gira a velocidad excesiva y que se ven incapaces de seguir e interpretar, entender y asimilar. Resumen su incapacidad para procesar los datos en el inclusivo “Espanya ens roba”…
Cualquier conspiranoia resulta atractiva para algunos porque tiende a dar una explicación sencilla a un problema complejo, contribuye a dar un sentido a lo que otros análisis no revelan, lo hace de manera lineal y proporciona a quien comparte el pensamiento independentista la satisfacción de disponer de un conocimiento secreto o ignorado en otras partes del Estado.
Como hemos visto antes, los conspiranoicos independentistas suelen atribuir a otros lo que ellos no han dicho. Más-Colell, por ejemplo, atribuye al gobierno del Estado unas intenciones que nunca ha explicitado, ni sobre las que existe el más mínimo dato sobre su realidad. Lo que está haciendo es “decodificar mensajes”, tarea propia del conspiranoico (tal como realiza el protagonista de las novelas de Dan Brown: ve en los “símbolos” algo que a otros se les oculta, el mensaje secreto, la intencionalidad escondida…). Para todos los Mas-Colell de hoy, cuando un “no independentista” dice algo, en realidad, lo que está expresando es otra cosa: si un madrileño se manifiesta contrario a la independencia de Cataluña, en realidad, lo que está expresando es un afán por someter a Cataluña, de la misma forma que a los opositores a la “inmersión lingüística” se les trató de “genocidas de la lengua catalana”…
Tampoco se puede discutir con un conspiranoico independentista porque siempre, sean cuales sean los términos de la discusión, termina reforzándose en sus posiciones: cualquier argumento aportado les servirá para reforzarse en sus opiniones delirantres. “¿Me está diciendo que la independencia es inviable? ¡Esto lo dice para que Cataluña siga oprimida!”, argumento típico… “Si usted se considera defensor del Estado Español, usted se delata a sí mismo como enemigo de Cataluña”… “Si niega que existe una conspiración contra Cataluña es que usted es cómplica de ella”…
El conspiranoico justifica cualquier exceso, incluso la divulgación de noticias falsas, para desvelar la conspiración y “liberar al pueblo”. La perversidad de la “conspiración españolista” que percibe de manera enfermiza, justifica el empleo de cualquier arma para detenerla y “liberar al pueblo”.
En el fondo, el independentista lo que termina haciendo es realizar una selección maniquea de datos (unos reales, otros inventados, medias verdades, mentirijillas, engaños descarados) para avalar su argumentación apriorística y, a partir de ahí, interpretarlos mal, ordenarlos peor y llegar a conclusiones delirantes como las que estamos viendo estos días.
4. El Rey, Rajoy, las instituciones ¿lo están haciendo bien?
La “crisis gencat” ha evidenciado algo que era evidente: la crisis política del Estado Español, lo que implica reconocer que el actual ordenamiento constitucional se ha convertido en inestable. Hay muchas explicaciones para justificar cómo ha ocurrido esto: mala calidad democrática, corrupción generalizada, Estado de las Autonomías que devora al Estado del Bienestar, crisis económica transformada en crisis social y ésta, finalmente, en crisis política, cambio en el mapa político español que ha llevado del “bipartidismo imperfecto” a la atomización política, etc, etc, etc. Se puede discutir mucho sobre todo esto, pero no sobre la consecuencia final: la crisis política del Estado Español que nos parece incuestionable.
Las dos figuras del Estado son su presidente del gobierno, Mariano Rajoy, y la figura del Rey, Felipe VI. Los silencios del Rey son los normales en un marco en el que apenas tiene atribuciones políticas. Y lo que dijo hace tres días pereció bastante razonable, por mucho que no fuera lo que querían oír los indepes y los republicanos: último aviso, calificación de la “obra de la getcat” como “deslealtad” y “fautores de la división de la sociedad catalana”… Así que aparquemos ahí la crítica a la monarquía. Harina de otro costal es lo que puede reprocharse al presidente del gobierno.
Rajoy ha cometido varios errores:
1) no percibir que el proyecto independentista, en su locura absoluta, iba “en serio”: querían llegar hasta el final, no era la habitual jugada de ajedrez tantas veces realizada durante el pujolato que se cerraba con unos miles de euracos más para la Gencat,
2) tardar en reaccionar, esperando que la misma locura del proyecto lo desactivara y que dentro de Cataluña surgirían fuerzas más razonables que lo bloquearían,
3) pensar que bastarían las acusaciones de corrupción contra altos cargos de la Gencat para desprestigiar el proceso (como si el PP no tuviera en este terreno vergüenzas propias) y
4) reaccionar finalmente de manera entre tímida y desmesurada tratando de evitar “manu militari” un seudo-referendum que, en sí mismo, no iba a tener absolutamente ninguna consecuencia jurídica, que carecía, incluso en el mejor de los casos, de garantías democráticas, que era una grotesca aventura infantil e ingenua, más que perversa y malévola (pensar que con un 50’1% de votos a favor del SI, con unas votaciones que nunca hubieran superado el 35% del electorado, podría bastar para alcanzar la independencia ¡cuando lo que se demostraba es que se estaba muy lejos de tener CONSESO SOCIAL para ello!).
El problema no era impedir el referéndum el 1-O, sino desactivarlo, no en 2017, sino hace dos años. Y permaneció mudo. De nada iba a servir que, a última hora, controlara el gasto de la gencat, cuando desde hace siete años se viene desviando más y más y muchos más fondos para las entidades independentistas y los medios de comunicación públicos de la gencat dan una cancha obsesiva a sus temas.
Estaba claro que Rajoy quería concentrar la intensidad del problema en un período corto de tiempo (el otoño de 2017) para evitar que la crisis pesara sobre la calificación de la deuda, sobre las inversiones y sobre el turismo. Pero estaba también claro que este planteamiento implicaba pensar que el adversario, antes o después, se daría cuenta de que la independencia era “posible” pero “inviable” y terminaría rectificando. Ignoraba –quizás porque disponía de malos informes de inteligencia y valoraciones erróneas de su propio partido- que no era el “gobierno catalán” el que guiaba y encarrilaba al independentismo ¡sino que éste era arrastrado por él! Ignoraba, incluso, que el independentismo ya no tenía nada que ver con el nacionalismo del pujolato con el que cualquier negociación se saldaba con alguna transferencia más, el archivo de alguna corruptela y el giro de unos euracos de nada a las cuentas de la gencat…
No, Rajoy no se ha ganado el sueldo en esta crisis. En su descargo cabría añadir: “¿podría haber hecho otra cosa?” ¿Se solucionaba el problema enviando los tanques a la Diagonal o la Legión a la plaza de Sant Jaume? No, evidentemente: pero sí que DEBÍA de haber aumentado la iniciativa política del Estado en Cataluña, en lugar de pensar que difuminándose más y más, la gencat se “aplacaría”. Las entidades sociales anti-independentistas, hay que decir que NO HAN RECIBIDO NI UN EURO del Estado, ni directa, ni indirectamente, mientras que la gencat untaba con sus fondos a TODOS los medios de comunicación catalanes, desviaba cantidades monstruosas de fondos hacia las entidades independentistas.
¡Claro que Rajoy podía haber hecho otra cosa y no necesariamente era enviar a los tanques o enrocarse, como ha hecho, en argumentos leguleyos para impedir el referéndum!
5. La salida de la gencat ¿negociación?
En las últimas horas van aumentando –incluso en las filas de la Generalitat- los partidarios de “negociar” con el gobierno. La idea general es que Estado y gencat están enrocados en posiciones extremas, y hace falta negociar para evitar el temido “choque de trenes” (que todavía no se ha producido por mucho que los trenes se hayan rozado). Además, el impacto que ofrecieron las imágenes de gente apaleada por la policía parecen haber revuelto la sensibilidad y el corazón de muchos (que no vivieron la transición o que no viajan a Francia en períodos de crisis e ignoran las “golpisas” de otro tiempo en España y las que se siguen produciendo en países de innegable tradición democrática, cuando la policía o la magistratura ordenan algo y una masa se niega a obedecer…) reforzando la idea de la “negociación”.
Bien… a negociar se ha dicho. ¿Negociar, el qué? Si tenemos en cuenta que todos los observadores, más o menos objetivos, reconocen que el régimen autonómico en Cataluña figura, junto con el vasco, entre los más descentralizados de Europa y que el nexo que une esta región al resto del Estado es más débil que el de cualquier otra región europeo en relación a su respectivo Estado, se verá que hay poco que negociar. ¿Transferir aeropuertos? ¿dar más autonomía fiscal a Cataluña? ¿qué queda le queda al Estado por transferir? ¿la broma de convertir las cuatro provincias en siete “veguerías”? A estas alturas, esto supondría muy poco para el Estado… pero ¿y la gencat? ¿Qué daría a cambio? Respuesta: ¿renunciar al independentismo? Imposible: está en el ADN de ERC desde su fundación y de los borrokillas de la CUP. Y a eso no van a estar dispuestos a renunciar. Si el Estado da más transferencias ¿qué da la Generalitat aparte de frenar un proceso independentista mal encauzado y que cada vez es más evidente que fracasará por sí mismo? ¿Puede el Estado negociar no perseguir judicialmente los delitos cometidos durante estos últimos meses por los altos cargos de la Generalitat lanzando por la borda el principio, por lo demás, muy tocado, de la “división de poderes”? ¿Qué es, en definitiva, lo que se puede negociar?
Y, la pregunta del millón, el problema es que no estamos en 1979, cuando se empezó a negociar el Estatuto de Autonomía, ni siquiera en los años 80 cuando tuvieron lugar los grandes traspasos de competencias, tampoco estamos cuando Aznar “hablaba catalán en familia”, ni siquiera cuando se negoció con un bobalicón ZP sentado de chiripa en La Moncloa, el “nou estatut”… estamos en un momento en el que la gencat ya ha evidenciado –no lo digo yo que lo dice Felipe V1– “deslealtad”. Dado que el refranero español asume que “quien hace un cesto hace ciento” ¿quién garantiza que una negociación hoy no será, simplemente, un nuevo corte de rodaja del salchichón realizado por la Generalitat para convertir el vínculo con el Estado en aún más débil y tenue de lo que es hoy?
De esta situación, las dos partes podían salir airosas hace cinco o seis años. No ahora: los aventureros que se sientan en las poltronas de la gencat y los irresponsables que les jalean, tomarán cualquier otra cosa que no sea el establecimiento de una “República Catalana” como una derrota inasumible: simplemente, han ido muy lejos. Les faltaban tablas para negociar desde el momento en el que Mas empezó apoyando económicamente al independentismo al sustituir a Montilla y luego se vio arrastrado por el monstruito que él mismo había creado. A partir de ese momento, no le quedó más remedio que dejarse llevar hasta el punto en el que nos encontramos hoy.
El error de ERC ha sido el elevar excesivamente las expectativas y presentar la independencia como “posible”: posible sí, probable no. ERC quedó intoxicada desde los tiempos en los que Carod-Rovida (a) “El Maño”, empezó a repetir la idea-fuerza de “independencia en el 2014” y, al final, segó la hierba bajo sus propios pies: ERC no puede seguir existiendo sin proclamar esta meta… irrealizable. Su margen de maniobra es, prácticamente, igual a cero. ¡Diles ahora a dos generaciones de independentistas fanatizadas que no, que ni jurídicamente, ni económicamente, no socialmente, ni políticamente, la independencia es posible! ¡Díselo y sobrevive si puedes!
El margen de maniobra de Rajoy no es mucho mayor: desde hace un lustro viene diciendo que el referéndum es “ilegal”, que la soberanía corresponde al “pueblo español” y que se guiará por el “imperio de la ley”, recomendando a Puchi que “regrese a la vía de la legalidad”. Si negocia ofreciendo contrapartidas económicas corre el riesgo de alimentar a los grupos que están a la derecha del PP e incluso de desestabilizar su liderazgo dentro del partido. Si negocia ofreciendo olvidarse de las medidas judiciales va a tener que bregar con el poder judicial. Rajoy necesita también una victoria que revalide le permita gobernar después de las próximas generales o garantice que en un gobierno con Cs (lo más probable) el PP seguirá siendo hegemónico.
El drama del “problema catalán” es que la gencat ha colocado las cosas de tal manera que ya no hay marcha atrás. Claro está que la sabiduría estratégica dicta a Rajoy aquello de “a enemigo que huye puente de plata”, lo que traducido a los términos en los que está planteado el problema implica: “siéntate a negociar, dales cuatro chuches y desactiva el problema unos años”…
6. Venga, hombre, acabar con este embrollo y a otra cosa…
La gencat no tiene la más mínima posibilidad de llevar a cabo su proyecto. Bastante tendrán algunos de sus prohombres de no terminar ante los tribunales de justicia. No han medido bien los tiempos (una aventura de este tipo se negocia con un gobierno de izquierdas en Madrid, debían haber esperado a tener a un Pablo Iglesias al frente del ministerio del interior y a un Peter Sanchez como ZP redivivo… para intentarlo), ni siquiera el tiempo en el que desarrollaban la aventura: la época de la descolonización fueron los años 60 y 70 y, por lo demás, Cataluña no es una colonia, sino una región del Estado con un régimen autonómico propio. El “otoño de las nacionalidades” tuvo lugar en 1990 cuando Lituania, Letonia, Estonia y Moldavia se independizaron de la URSS en referéndums en los que el listón para la independencia no era el 50’01% de los votos emitidos, sino los 2/3 del electorado, lo que indicaba un amplio consenso y no una sociedad partida en dos.
La globalización es nuestro sino de nuestro tiempo. Si se acepta que la globalización es el gran riesgo y que los problemas económicos que hemos atravesado desde 2007 tienen que ver con ella, habrá que aceptar, necesariamente, que los Estados Nacionales hoy existentes, con su armadura jurídica, sus medios de defensa, sus arsenales legislativos, son las únicas barricadas que pueden detener, el proceso globalizador y que no se trata de debilitarlos aun más creando mosaicos de pequeñas nacionalidades que podrían ser compradas por los Soros de la vida o por cualquier príncipe del golfo Pérsico con solo tirar de chequera… La historia se desarrolla por fases: lo que hubiera sido posible en el siglo XIX e incluso hasta los años 80, ya no lo es. Nunca habrá una “república catalana”, como no habrá una “república riojana” o una “república bretona”: ese tiempo ya ha quedado irremisiblemente atrás. Hoy una “nación” no se forma en torno a sus “burguesías nacionales” entre otras cosas, porque estas van desapareciendo y sus intereses ya no están ligadas a la prosperidad económica de “su” territorio.
El problema es cómo la gencat desactiva lo que ella misma ha propulsado en los últimos siete años y cómo se lo cuenta a los fanáticos que ha generado. Y para el Estado, lo difícil va a ser restablecer la confianza en Cataluña y seguir actuando como si aquí no hubiera pasado nada.
Personalmente, no albergo ninguna esperanza en el futuro. Lo he escrito ya: “el patriotismo constitucional es poco – el independentismo no es nada”. A esto añado: “no voy a cambiar de pasaporte, ni aceptar una nacionalidad en la que nunca ha creído”. Manifiesto, finalmente, un estado de hartazgo y cabreo: estoy harto de grupos de amigos que se rompen por discutir sobre esta coña que dura ya demasiado, vecinos que no se saludan según la bandera que uno y otro han colgado, parientes peleados por defender distintas actitudes, y mensajes estúpidos en redes sociales de unos o de otros.
No me declaro “equidistante”: creo que la ensoñación nacionalista, su conspiranoia galopante, ha generado esta crisis, y está claro quién ha “disparado” antes. Me hace gracia la propaganda de la gencat uniendo la “libertad” al “voto” que es como mezclar la velocidad con el tocino. Hasta la constitución del a URSS de 1937 (o era 1938?) se votó. La libertad es un estado interior del alma. No existe “libertad”, en sentido contingente, que sea absoluta. La libertad para matar al vecino pelmazo no existe, lo que implica que todo ordenamiento jurídico debe reconocer ciertas limitaciones a la “libertad”. No me he sentido particularmente oprimido por un Estado Español que en Cataluña prácticamente no existe (debo decir también que si me he sentido ofendido cuando la Generalitat se negó a educar a mis hijos en la lengua habitualmente utilizada por sus padres o cuando concedió más y más derechos sociales a inmigrantes recién llegados en detrimento de los ciudadanos autóctonos).
Lo único que exijo es que acabe de una vez esta tragicomedia lamentable, me importa un hijo los rostros de los políticos que resultarán churruscados por la aventura y no tengo dudas en que la vía de la negociación es inviable como antes he dicho. ¿La solución? Eso que se lo pregunten a un cocinero: yo no doy recetas.
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