Origen de Dan Brown
Acabo de echarle un rápido vistazo al último libro de Dan Brown, publicado ayer en inglés y hoy en castellano… Así como El símbolo perdido se desarrollaba en el Washington masónico, El Código Da Vinci en la Roma de los Papas, Angeles y Demonios circula entre París y las afueras de Edimburgo, en esta nueva obra parece especularse sobre la existencia de una conspiración para ocultar el origen de la humanidad y todo, mira por dónde, ocurre en España. Un libro de Dan Brown sin una conspiración de por medio es como un jardín sin flores o como un independentista sin independencia (ya que estamos en eso). El primer vistazo es altamente decepcionante. Realmente no tenía mucho interés en leerlo, pero un amigo se ha empeñado en enviármelo en tanto que “especialista en Gaudí” y “en la Barcelona mágica”. Y en tanto que tal, a primera vista, insisto, el libro me parece muy en la línea del autor: un peñazo insufrible.
Por lo que veo hay amplias referencias a Gaudí… todas extraídas de guías turísticas vulgares y de lo más anodinas. Brown con el arquitecto tenía material para sus devaneos conspiranoico-esotéricos-ingenuo-felizotes. No ha aprovechado ni uno.
Como suele ocurrir, incluso los nombres de los personajes son poco elaborados: uno de los personajes es “Bishop Valdespino”, como el Jerez; el otro se llama “Garza”, por no recordar al inolvidable camarlengo papal al que Brown apellidó “Ventresca”. Apellidos todos ellos de lo más usuales… Otro de los personajes tiene por nombre “Ambra” (que es como el femenino de “hambre”, pero mal escrito; fijarse que todo gira en torno a lo gourmet). El bautizar a sus personajes se le da tan mal a Brown como su vocación conspiranoica.
Si Brown ha realizado un tour por España (dice que estudió en la “universidad de Sevilla un año”, pero en ningún registro del centro ha aparecido su nombre) los paisajes que describe están pésimamente descritos. Se menciona “the Valley of the Fallen” (o lo que es lo mismo, el Valle de los Caídos) del que dice que fue algo así como “un campo de concentración nazi” (pág. 310). Es algo ecléctico, se ve que no quiere muchos problemas políticos y sostiene la misma versión que la que se explica en los folletos del Valle de los Caídos (que si se concibió en 1940, que si fue un “intento de reconciliar vencedores y vencidos”, que si “suscitó controversia”, que si fue un “colosal santuario construido por Franco para honrarse a sí mismo”, etc).
El Escorial (que no anda muy lejos del Valle de los Caídos) aparece también descrito como se describe en los folletos turísticos gratuitos que te sirven al entrar en el monumento: “Sagrado lugar de sepultura de la realeza española” (pág. 375). Allí es donde uno de los protagonistas, “el príncipe Julián”, “frente a su inminente ascenso al trono de España, fue asaltado por un pensamiento asombroso”… El pensamiento en cuestión, tiene que ver con la misión de la monarquía. Sí, porque el padre del “príncipe Julián” acaba de morir y él era el heredero de la Corona. Así que por las cámaras de televisión “Con emoción sincera y equilibrio regio, el príncipe había hablado del legado del rey y de sus propias aspiraciones para el destino del país. Julián llamó a la tolerancia en un mundo dividido. Prometió aprender de la historia y abrir su corazón y cambiar. Aclamó la cultura y la belleza de España, y proclamó su profundo amor eterno por el pueblo”. La gracia es que, justo ayer, el Rey Felipe V-1, se dirigió al país, dejando aparte las referencias a las deslealtades, en términos muy parecidos, propios de los últimos Borbones. De todas formas no es precisamente el donde la profecía lo que adorna a Dan Brown.
De hecho, sus lectores habituales deben tener una empanadilla mental generada por este autor que oye campanas, ignora de donde llegan y se obstina en escribir una y otra vez argumentos sin pies ni cabeza, tras los cuales ya resulta imposible saber quiénes diablos eran los “Iluminati”, si el Priorato de Sión es un pastelazo o una entidad conspirativa real, si los masones son buenos, malos o mediopensionistas, si los nombres de los personajes, llevan a “pistas” para elegir un menú turístico o son indicaciones de sociedades secretas que nunca termina de entenderse porqué siendo tan secretas, permiten a su protagonista, Robert Langdon, seguirlas y desvelar lo que hay al final del camino. Hay que decir que algunas de estas pistas son extraordinariamente retorcidas. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que Valladolid está en Castilla, la presencia de una remolacha en el escudo de un club de fútbol, le permite inferir la existencia de otra conspiración oculta gracias a su portentoso dominio de la “simbología”… Junto a estas deducciones tan alambicadas, se encuentran otras de baratillo: Langdon habría llegado a una de las “bases” de los Iluminati, siguiendo ¡el dedo que le indica una estatua de Bernini! En esta obra, Origen, por lo que vemos, las deducciones no mejoran y Langdon sigue siendo un canelo, vestido de Tweed, y que demuestra no tener ni repalojera idea del “simbolismo” que enseña en la Universidad. Por desconocer, da la sensación de que ni siquiera tiene claro lo que es un símbolo.
En esta obra la capacidad de Langdon para inferir el significado de los símbolos no mejora. Cuando Brown se aleja de los datos contenidos en los folletos turísticos, simplemente, patina. En esta novela, por ejemplo, dice que “Gaudí es el arquitecto de la naturaleza”, pero resulta incapaz de explicar ni uno de los símbolos utilizados habitualmente por el arquitecto. Su nombre es citado, aproximadamente las mismas veces que la palabra “misterio” (entre 60 y 70), pero siempre dedica interminables párrafos a símbolos que no lo son tanto o que carecen de contenido esotérico y/o conspiranoico. En la pág 284, por ejemplo, divaga sobre el signo “&” y de la extendida Font Trebuchet extrae conclusiones de “alto calado simbólico”, vinculándolo a un poema de William Blake (por lo mismo que, como hemos visto antes, el Pisuerga pasa por Valladolid). Sostiene que Gaudí era “muy admirador” de Blake (pág. 268), un dato que no habíamos encontrado jamás en biografía alguna del arquitecto y de cuya veracidad dudamos.
No es que un novelista no pueda colocar en sus obras datos imaginarios, es que lo que se puede reprochar a Dan Bron, como antes se le ha reprochado a autores menores como Juanjo Benítez y su interminable “Caballo de Troya”, es esa manía de presentar lo que es una simple y sencilla novelita, que gustará más o menos, como el resultado de un “amplio trabajo de investigación históricacuyas conclusiones son extremadamente sólidas”… cuando lo que se percibe es una ignorancia completa de la historia, de la ciencia de los símbolos, del esoterismo e incluso del universo de las conspiraciones. El resultado es un insulto a los lectores y la elaboración de bestsellers que solamente pueden ser aceptados por un público que desconoce lo que es el “pensamiento crítico” y en medio de un ambiente de aculturización creciente.
Otro de los lugares por los que discurre la novela de Brown es la “Cripta Güell” a la que califica de “juguetona” (pág. 271) . El lugar fue una excentricidad más de Gaudí a la que el propio “pagano” (Eusebio Güell) debió de darle el alto y lo que debía ser una iglesia de su Colonia Industrial se quedó en una cripta de poco simbolismo y mucho retorcimiento naturalista. Otro lugar citado es la Casa Milá en donde lo más esotérico que puede extraerse es que su “alma” (esto es, su infraestructura) es de vigas metálicas, siendo la primera vez que se utilizaba esta técnica en Barcelona. Al final, Gaudí terminó peleándose con el bueno de Perico Milá, llevándolo a los tribunales y ganándole el pleito. Gaudí recibió un millón de pesetas de aquella época que invirtió en las obras de la Sagrada Familia, pero aquello tuvo una contrapartida: “el abuelo Milá” era un tipo influyente, nadie le tosía en el Liceo cuando iba acompañado de su curvilínea amante, así que Gaudí al enfrentarse a Milá, se puso en contra a la alta burguesía catalana. Por lo demás, su protector, el conde de Güell ya había muerto y Eugenio D’Ors con La Ben Plantada, enterró los excesos modernistas y llamó al orden a los arquitectos y a los paganinis de turno: si no querían convertir a Barcelona en una ciudad de pesadilla (porque las formas de Gaudí, más que “arquitectura de la naturaleza” son fenómenos kitsch de pesadilla), había que recuperar la forma pura y clásica, en lo que fue el novecentismo. Gaudí, sin pedidos, cada vez más considerado como un alucinado, intratable y con un carácter endiablado, optó por encerrarse en las obras de la Sagrada Familia, practicando sus extraños ritos higiénicos hasta ser atropellado por un tranvía en 1926. Y, por cierto, fue un Guardia Civil que pasaba por allí el que lo llevó al Hospital de la Santa Creu. Gaudí, a todo esto, hay que decirlo, había evolucionado hacia el nacionalismo catalanista.
Otra de las sorpresas que nos depara Brown es que por las páginas de su libro aparece también la secta del Palmar de Troya. Meterse con el Opus Dei en El código Da Vinci, tuvo un alto coste para él, así que ahora ha optado por apuntar contra los palmarianos que, por otra parte, son bastante conocidos en EEUU y casi inofensivos. De todas formas, del Palmar cuenta lo mismo sobre la secta que lo que se lee en cualquier web. Bilbao y Sevilla también aparecen irreconocibles y decepcionantes.
Después de no contestar a ninguna de las grandes preguntas del pensamiento occidental en sus novelas y de dejar a sus lectores con dos palmos de narices sin enterarse de quiénes son, ni a dónde van, ahora en esta, aquellos que creían que el nombre de la novela tenía algo que ver con la pregunta clave de “¿cuál es nuestro origen?” quedarán también decepcionados. La trama, sin prejuicio de que una lectura completa del texto nos aporte más datos, parece una mezcla de Expediente X (que si ADN extraterrestre) y de conspiranoia galopante. El conflicto entre ciencia y fe que ya ha tratado en otros textos, vuelve aquí a aparecer.
Primera valoración: es de esas obras que muchos leerán por puro morbo. Servidor incluido. Es evidente que coleccionaremos lo que promete ser una larga lista de gazapos (el primero de los cuales es considerar a la Sagrada Familia, “basílica” en lugar de “templo expiatorio”) por el puro placer freaky de decir: “Brown nuevamente ha metido la pata”. Si es usted lector habitual de Brown no termine sus libros creyendo que sabe algo más de lo que sabía al principio sobre un tema. Siempre ocurre justamente lo contrario: el lector termina teniendo nociones todavía más estrafalarias sobre temas históricos sencillos y que podrían resolverse la mayoría de las veces aplicando el principio de la “navaja de Ockham” o simplemente si el novelista fuera más riguroso con los datos históricos y trabajara más sus argumentos y la ubicación de los mismos.
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