El traspartido de la postcrisis
Info|krisis.- El siguiente artículo fue publicado en la revista Identidad hacia el año 2009 con el seudónimo de "Rafael Pí". Básicamente sigo de acuerdo con el contenido del artículo. Creo que el problema no es crear un partido más, sino que ese partido tenga el valor de decir alto y claro que la formula-partido está muerta y enterrada y que la era de las redes no puede gestionarse como el pleistoceno de la democracia. Sigo pensando que es preciso plantear fórmlas alternativas y sigo pensando que la representación corporativa es el remedio a la brecha que han creado los partidos políticos con el "país real".
En la era de las redes, los partidos políticos han muerto
El trans-partido e la post-crisis.
Más sociedad civil, menos partidocracia.
Desde su nacimiento la revista IdentidaD ha evitado definirse como favorable a tal o cual partido. No solamente el deber de informar está por encima del de encarrilar, sino que esta redacción considera que el “modelo partido” está superado. Nuestro país precisa más sociedad civil y menos partidocracia. No vamos a ser nosotros quienes alimentemos el mercadillo de los partidos proponiendo alguna nueva opción. Es hora de pensar en el futuro, en lo que podemos llamar la pos-crisis, proponiendo un modelo alternativo a la fórmula partido, el tras-partido.
Que nadie se llame a engaño. La crisis económico-financiera, la crisis de la globalización, está resultando la más dura que hayan parecido jamás las sociedades modernas. Siendo, de momento, una crisis económico-financiera se está transformando en una crisis social y en pocos años se transformará en una crisis política. Todavía hoy las fuerzas que han gestado el actual “orden político-social” esperan que una corta duración de la crisis pueda evitar este proceso y que una remontada económica logre evitar el tránsito de crisis social a crisis política. Vanas ilusiones que se disiparán con discurrir del tiempo.
El fin de las ideologías
Los partidos políticos son estructuras inorgánicas que han intentado superponerse a la estructura orgánica de la sociedad. Si han podido triunfar es gracias a que ofrecían una “ideología”, conjunto de ideas críticas sobre un sistema existente y que proponen otros valores para gobernar el mundo. Lo esencial de una “ideología” era la elaboración de un sistema de valores y la definición de un modelo de sociedad. Durante 150 años, los partidos políticos tuvieron su razón de ser en las propuestas conservadoras, reformistas o revolucionarias que sostenían.
Todo esto funcionó bien durante un ciclo histórico, sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX, los cambios en el mundo se sucedieron a una velocidad mucho mayor de lo que las ideologías estaban en condiciones de soportar. Entre 1965 (cuando empieza a gestarse la “nueva izquierda” y la caída del Muro de Berlín (1989), en apenas un cuarto de siglo, las ideologías se muestran como esquemas rígidos, de imposible evolución, que pronto pierden su preeminencia respecto al momento histórico.
En 1989, esta realidad se transforma en un deseo de crear un esquema ideológico nuevo: aparece, entonces, la doctrina del “fin de la historia” que se configurará como el nudo del pensamiento globalizador. Varios acontecimientos rebasan y arruinan pronto este esquema ideológico: el ascenso de nuevas potencias político-económicas (China, India, Brasil), la aparición de grandes tensiones geopolíticas (cenit y ocaso del poder americano, la tendencia a la constitución de bloques continentales, la UE, el mundo islámico, el bloque bolivariano, la reconstrucción de Rusia), la aparición de problemas energéticos y medioambientales irresolubles (fin de la era del petróleo barato y agotamiento del oro negro, cambio climático, agotamiento de fuentes alimentarias, escasez de agua) y, finalmente, la crisis económica iniciada en el verano 2007 (énfasis en la economía especulativa y arrinconamiento de la economía productiva). Que nadie se llame, pues, a engaño: la doctrina del “fin de la historia”, soporte ideológico de la globalización, no resistirá la primera crisis de la globalización que, acaso, se convierta también en la última.
No hay absolutamente ninguna “ideología” que haya estado en condiciones de reconstruir un esquema de interpretación sobre el origen de la crisis global actual, ni mucho menos un sistema de propuestas coherentes capaces de diseñar el mundo del futuro. Por ello, los partidos políticos han perdido completamente su razón de ser: ya no disponen de ideologías en condiciones de constituir su razón de ser, su elemento diferencial y la matriz de sus propuestas de futuro. De ahí que se hayan convertido en meros grupos de intereses personales.
Mientras las ideologías eran conjuntos “orgánicos” (estructuras coherentes y jerarquizadas de valores y propuestas) que se aplicaban sobre una sociedad, así mismo, “orgánica” (compuesta por grupos sociales articulados en torno a valores propios de cada uno e integrados en una pirámide jerárquica), los partidos tenían su razón de ser. Pero el “fin de las ideologías” y la imposibilidad de constituir nuevas síntesis dada la velocidad de los cambios, ha hecho que los partidos pierdan su razón de ser. Es cierto que también la sociedad se ha ido transformando en progresivamente inorgánica (desestructurada) y que en realidad hoy no existe más jerarquía que la del dinero (plutocracia). Sin embargo, en la base social siguen existiendo restos del antiguo sistema orgánico social (estructura familiar, comunidades nacionales, regionales, locales) imposibles de separar completamente de la naturaleza humana (caracterizada por instintos en base a los cuales se fundamenta el sistema orgánico “humano”: instinto territorial, instinto de agresividad, instinto de supervivencia de la especie) y, al mismo tiempo, van apareciendo estructuras orgánicas nuevas que responden a las características nuevas de nuestra época (especialmente en el terreno de las relaciones interpersonales). A estas últimas las llamamos “redes”.
La concepción del mundo como alternativa a la ideología
Vivimos una época de elaboración de nuevas síntesis que nadie puede prever cuánto tiempo va a durar. Los períodos de crisis y el tiempo que les sucede inmediatamente abren siempre ciclos de renovación y preparan el camino para nuevas formas de organización y pensamiento. Esto afectará decisivamente a las formas de representación democrática y, por supuesto, a la estructura misma del poder. El mundo del siglo XXI se está gobernando con principios nacidos a mediados del siglo XVIII, generando una contradicción flagrante entre unos principios que ya no responden a las necesidades actualmente planteadas.
No se trata de que las ideologías existentes hasta finales del siglo XX estén en crisis, sino que las ideologías en sí mismas, han muerto. La ideología se restringe al ámbito de lo individual: es el individuo el que optaba por asumir tal o cual ideología, según una reflexión propia e individualizada. Luego, la ley del número, las urnas, legitimaban a esa ideología para modelar a una sociedad, en la medida en que cada partido era el portavoz de un sistema ideológico. El individualismo propio de este esquema era superado, mediante el “partido”, y estaba en condiciones de dirigir la nación. Hoy, hundidas las ideologías, es solamente la ambición de unos “dirigentes” políticos y los mecanismos técnicos de promoción, marketing y publicidad los que, a través de una psicología pavloviana, basada en estímulos, otorgan mayorías, en absoluto proyectos políticos.
No podemos pensar hoy en generar, asumir, rescatar o adaptar ideologías del pasado. En tanto que esquemas antihistóricos, la vigencia de las ideologías pasa pronto y, a partir de ese momento, siempre se intenta encajar a martillazos la realidad con el esquema ideológico que se ha asumido. No es tiempo, pues, de ideologías, sino de “concepciones del mundo”.
A diferencia de la ideología, la “concepción del mundo” es un sistema de valores que arraigan en la mentalidad de una comunidad. Son los valores que caracterizan a un pueblo. Si éste mantiene su originalidad, ha evitado liberarse de contaminaciones y procesos de alienación, si ha mantenido una fidelidad mínima a los valores de sus antepasados, podremos decir que esa comunidad ha sido fiel a sus orígenes y ha restablecido el contacto con su “autenticidad” originaria. Un pueblo puede afrontar mejor su destino histórico si existe una continuidad entre sus valores originarios y los que desee aplicar en el futuro.
¿Cómo es posible que en plena postmodernidad nos atrevamos a hablar de los valores “originarios”? Es simple: hoy no existe más alternativa que la elección de valores “originarios” o valores “globalizados”. Afortunadamente, el mundo es demasiado grande, rico y complejo para poder reducir todos los valores a una imposible síntesis globalizada. El fracaso de la doctrina del fin de la historia que pretendía precisamente eso, exime de aportar más argumentos. Los pueblos no contaminados por ideologías exteriores, ni por visiones del mundo injertadas por otros, no sufren tensiones internas entre lo que “son” y su “ser originario”. La fidelidad al propio origen es lo que da principio de razón suficiente a un pueblo, mientras que asumir los valores injertados por otro es lo que garantiza su estado de postración. Un pueblo vencido es un pueblo que ha perdido sus valores originarios.
Así pues, mientras la ideología es cosa del individuo y el partido de agrupaciones de individuos, la concepción del mundo es patrimonio de todo un pueblo, le da unidad y le restituye la idea de una tarea común: la forja de un “destino” y el cumplimiento de una “misión” histórica, los dos elementos que definen a la “comunidad del pueblo”.
El modelo socio-político del futuro
La “concepción del mundo” es irreductible a un partido político. Por lo demás, la realidad indica que hoy, las “concepciones del mundo” están asfixiadas por la resaca mundialista, globalizadora y universalista. Asfixiadas, ni muertas, ni superadas. Los valores de esfuerzo, capacidad de sacrificio, fidelidad a la palabra dada, lealtad, abnegación, familia, ética del honor, estilo de vida conforme a la naturaleza, etc., se encuentran asfixiados por los valores extrapolados en la modernidad. Asfixiados, no muertos.
Mientras los valores de la modernidad constituían una novedad era posible concederles un “margen de confianza”: nada puede ser rechazado, a priori. Los valores también muestran su eficacia en la práctica y, es precisamente por eso, que hoy puede hablarse de fracaso de los valores “progresistas”, fracaso del humanismo-universalista, fracaso de los valores transmitidos por la globalización, fracaso de los valores economicistas… Ante esta gigantesca pirámide de fracasos no quedan sino dos opciones: volver la mirada atrás intentando rescatar valores originarios para el mundo del siglo XXI, o improvisar valores nuevos. Excluimos esta segunda opción: los valores no nacen por encargo, ni mucho menos, la irrupción de personalidades excepcionales que alumbran valores, puede disipar la sensación de que es difícil e incomprensible que en 5.000 años de historia, haya que esperar a 2009 para que aparezca un individuo excepcional que cientos de generaciones y miles de millones de individuos no han percibido antes que él. No, definitivamente, solamente existe una opción: restaurar valores tradicionales para nuestro tiempo.
Si lo propio de un partido político en otro tiempo fue la “ideología”, y en la actualidad los intereses de su camarilla dirigente a realizar con el visto bueno de los poderes económicos, la concepción del mundo no puede cristalizar en un partido político concreto, en la medida en que corresponde a todo un pueblo. El mismo concepto de “partido” indica fracción, parte, ideas contradictorias con la de “concepción del mundo” que supone totalidad, integridad, unidad. Puestas así las cosas: ¿cuál es la expresión organizativa para intervenir en la acción política en el futuro a fin de restaurar una concepción del mundo y hacerla acompañar de un proyecto político?
La respuesta está en las “redes” a las que antes hemos aludido. Una red es una estructura social compuesta por individuos relacionados entre ellos en función de determinadas actividades, intereses o proyectos. Las redes son tan antiguas como la humanidad. El clan era una red de familias pertenecientes al mismo linaje. La tribu, por su parte, era una red de distintos clanes. La red formada por distintas tribus formaba un pueblo. La “nación” nace dela red formada por distintos “pueblos”. Una familia, en sí misma, ya es una red funcional de ayuda mutua, organización y optimización, la básica de la sociedad. Desde siempre, los pueblos y las naciones han estado organizados en redes. En los últimos 200 años, el liberalismo político ha hecho que las redes fueran sustituidas progresivamente por los partidos constituidos en función de ideologías. Si las redes constituyeron una sociedad orgánica, los partidos solamente podían progresar en espacios inorgánicos, esto es, en una sociedad cada vez más desarticulada y con mayores dosis de individualismo. Las redes implican necesariamente la existencia de una sociedad personalizada, jerárquica y orgánica, mientras que el individualismo lleva a una sociedad horizontal, anti-jerárquica, masificada, inorgánica e impersonal.
La crisis de las ideologías hace que queden libres de nuevo espacios a través de los que pueden expresarse necesidades sociales más elementales: las redes. Seguramente, las redes del futuro no serán como las del pasado, pero su concepto es idéntico y es en función de ellas como puede abordarse un proceso de reconstrucción orgánica de la sociedad. Sólo la articulación de la sociedad en redes contribuirá a recomponer “organicidad” a la sociedad.
El modelo organizativo del futuro
En una población, el ayuntamiento pacta con la comunidad islámica la instalación de una mezquita en ese barrio que alterará profundamente su fisonomía. No hace falta que la población de ese barrio tenga la misma “ideología”, baste con que sean conscientes de lo que quieren defender para articularse en una red local. Esta red local puede contactar –medios técnicos hoy no faltan para hacerlo con suma facilidad– con otras iniciativas locales que afrontan el mismo problema. Estamos hablando ahora de “redes”.
Otra red hace de la lucha contra el aborto libre el eje de su actividad, pero, en sí mismo, este problema tiene que ver con la demografía, con las facilidades para formar una familia, con las políticas sociales habilitadas en defensa de la familia. La existencia de una red solitaria, solamente tiene sentido para realizar un trabajo especializado sobre un problema concreto, pero esa red para ser eficaz debe de vincular algunas aristas de sus nodos a las de otras redes. No existe una red digna de tal nombre que pueda trabajar en el vacío, sin vínculos con otras.
De lo que se trata es de contraponer la noción orgánica de redes a la noción inorgánica de partidos y de conseguir que, progresivamente, los sistemas de representación democrática pasen a través de los primeros en detrimento de los segundos. En el actual momento histórico el concepto de democracia “real” está vinculado a las redes, mientras que el concepto de plutocracia y partidocracia está vinculado a la democracia “formal”.
Y esto tiene implicaciones directas respecto al modelo organizativo en el que pueden articularse quienes asumen la voluntad de caminar hacia un nuevo ordenamiento socio-político.
El tras-partido está en gestación
El concepto de “transversalita” hizo fortuna en los años 90 como la “gran innovación” de esa época. Se daba por cierto que el “modelo partido” estaba obsoleto y que, para afrontar problemas concretos, era necesario tender a la cooperación entre distintos partidos. Era una forma de “salvar” la noción de partido: cambiar algo, en definitiva, para que todo siguiera igual.
Este concepto debe ser superado en beneficio de otra noción que podemos definir de distintas maneras: el tras-partido, el post-partido, si queremos utilizar neologismos, o el “movimiento”, la “plataforma”, si queremos recurrir a fórmulas conocidas que, sin embargo, será preciso redefinir. Cualquiera de estos términos es aceptable: tras-partido porque se trata de trascender la fórmula partido, post-partido porque lo que se propone es una fórmula que sustituya la opción partido, movimiento porque un conjunto de redes y movimientos sociales articulados en redes forman en sentido propio una “estructura en marcha” y plataforma porque supone la cristalización de una opción en una fórmula que aspira a operar sobre la sociedad.
Así pues, en nuestra óptica, lo que sucederá al “modelo partido” tendrá como características:
- Ser un conjunto de redes interrelacionadas cada una de las cuales “trabaja” temas especializados en torno a los que, cada una, realiza movilizaciones y mantiene propuestas e iniciativas concretas.
- Estas redes pueden tener una estructura “horizontal” (extendida sobre un territorio) o “vertical” (en torno a un tema concreto). En el primer caso: una “plataforma cívica” para la mejora en las condiciones de vida de una comunidad local o regional. En el segundo: una coordinadora de ciudadanos contra la islamización.
- Cada red debe tener la iniciativa en el campo en el que actúa y debe obtener la mayor audiencia en torno suyo. Al frente de estas redes locales irán surgiendo líderes.
- En el momento de aproximarse elecciones locales, generales, autonómicas, europeas, estas redes cristalizarán en Plataformas Cívicas que no serán sino una “red de redes”.
- Cada red aportará a la plataforma su programa y sus efectivos.
- Cada Plataforma estará dirigida por una “mesa” o “junta” en la que participarán los representantes de cada red con una estructura democrática.
- El programa político-social de las redes y de su cristalización operativa, las Plataformas Cívicas, tendrá unos mínimos elementos que supongan el polo de agregación unánimemente aceptado.
¿Y qué hacemos con las opciones mayoritarias?
Uno de los elementos centrales del programa asumido por un conjunto de redes articuladas en Plataformas Cívicas, debe ser la reforma del sistema político y económico. Esta reforma debe adecuar la realidad institucional a la realidad socio-política. Si ésta indica que los partidos ya no responden a las necesidades de nuestro tiempo, se trata simplemente de ir restando espacio a los partidos políticos y devolviéndoselo a la sociedad.
No existe absolutamente ninguna razón por la que los partidos deban controlar las cajas de ahorro, estén presentes en los medios de comunicación públicos, o se arroguen cualquier forma de representación democrática. Existe democracia más allá de los partidos. Es evidente que si los partidos han dejado de ser la expresión de ideologías, para ser solo de intereses de su clase política dirigente y de los grupos económicos que los financian, hay que presentarlos como tales y no exclusivizar en ellos el ejercicio de la democracia.
Esto implica que también en las instancias representativas debe disminuir la presencia de los partidos e irrumpir las redes. Los partidos políticos tienen hoy mínima militancia, ninguna ideología y máximo poder: se trata, simplemente, de redimensionarlos al papel que en la actualidad desempeñan en la sociedad y abrir paso a otras formas de representatividad en las instituciones. El siglo XXI ha abierto la época del tras-partido. El “modelo partido” está superado, ahora se trata solo de enterrarlo en la fosa común de los que han quedado en la cuneta de la historia. Es la hora de las redes, tanto como modelo organizativo para participar políticamente, y como expresión más directa de la democracia.
La crisis económica, de prolongarse –y nada impide pensar que va a ser larga y dura- terminará transformándose en crisis política: quienes han provocado la crisis no han sido poderes económicos fácticos sino también partidos políticos que han mirado a otro lado ante los abusos de la economía financiera. Si hay algo que no puede sobrevivir a esta crisis debe ser la partidocracia.
[recuadro fuera de texto]
Las taras del actual Nuevo Orden Mundial
Las características del “nuevo orden mundial” surgido de la caída del muro de Berlín y de la Segunda Guerra del Golfo (la de Kuwait en 1989) son:
1) La economía dirige a la política: los señores de la economía dan de comer de la mano a los dirigentes políticos, los cuales son, a fin de cuentas, solamente sus servidores. No es raro que la clase política se haya lanzado como un solo hombre para apoyar precisamente a quienes han sido los responsables del desencadenamiento de la crisis (banca, finanza internacional, sector inmobiliario, etc.). No es que estemos ante una economía “desregulada”, sino que estamos ante una política regulada por la economía.
2) Financiarización de la economía: esto es, transformación de la economía productiva en economía especulativa, con el agravante de que los capitales que buscan maximizar beneficios en el mínimo tiempo, se retiran de la economía productiva, generando una burbuja que, inevitablemente, siempre, antes o después, termina estallando.
3) El mito de la economía planetaria: consiste en presentar la globalización como la panacea universal (sólo lo es para el capital financiero) y como nuestro destino ineluctable, algo irreversible. Y es justamente todo lo contrario: la globalización tiende a desarticular pueblos, sociales y a generar un caos universal y una economía ingobernable.
4) Aparición de economías de distintas velocidades: hasta 1989 solamente existían dos tipos de estructuras económicas, la desarrollada y la subdesarrollada. Las llamadas “economías en vías de desarrollo” eran solamente economías subdesarrolladas capaces de manifestar solo su voluntad de dejar de serlo. Hoy existen distintas velocidades y ritmos de crecimiento económico (y de contracción) que impiden cada vez más la existencia de un modelo único planetario.
5) Desequilibrios entre poder económico, poder militar y poder político: Durante décadas, desde 1945 hasta 2005, los EEUU se configuraron como el gran poder político hegemónico, que era, a la vez, el principal poder militar y económico mundial. Hoy EEUU sigue siendo un gran poder militar, pero está quedando muy atrás como poder económico y corre un riesgo creciente de desintegración política.
6) La partidocracia ya no es nuestro destino: Los EEUU se manifestaron como los más decididos partidarios de extender la “democracia” a todo el globo. Para ellos, democracia es sinónimo de partidocracia (poder de los partidos) y plutocracia (poder del dinero), es decir, las formas políticas más fáciles de manipular. Pero la crisis económica, que se manifiesta sobre todo en EEUU, va a abrir nuevas perspectivas: desciendo su capacidad económica, se irá diluyendo su capacidad militar, a medida que ésta se diluya, disminuirá también su posibilidad de intervenir en cualquier teatro del globo, se abrirán nuevas brechas en el interior de la sociedad norteamericana y, finalmente, se producirá una merma en la estabilidad del propio sistema americano. En esas circunstancias, con unos EEUU replegados en sí mismos y en sus problemas, será muy difícil que puedan seguir apuntalando en todo el mundo el carcomido sistema partidocrático-plutocrático, dejan espacio para la aparición de nuevas formulaciones.
7) Desfase entre principios del demoliberalismo y necesidades del siglo XXI: el gran problema de nuestro tiempo es que el mundo del siglo XXI se está gestionando con fórmulas políticas que aparecieron a mediados del siglo XVIII y que, inevitablemente, están desfasadas en relación al actual momento histórico: la globalización nos ha llevado a los límites lógicos de la Ilustración, del liberalismo económico y ha universalizado los ideales que dieron vida a la “revolución americana”. Todo esto ocurrió hace casi 250 años en un mundo completamente diferente al actual y, sin embargo, sigue constituyendo la médula ideológica del “sistema político económico”.
Todo esto implica:
- Que el sistema democrático ha quedado desnaturalizado y si hace 50 años era preeminente respecto a su momento histórico, hoy ya no está en condiciones de resolver los problemas que las sociedades tienen planteadas.
- Que el sistema político es un mero instrumento en manos de los “señores del dinero” y el sistema de recaudación fiscal ha pasado a ser, en gran medida, un racket de protección utilizado contra las clases medias y la economía real.
- Que el sistema financiero tiene su centro en EEUU y en el Reino Unido, cunas de la democracia y en EEUU ese sistema ha sufrido un proceso más rápido de degeneración, contaminando a todas las economías mundiales y convirtiendo la seudo-democracia en un instrumento a su servicio.
En conclusión, solamente se superará la crisis económica actual de manera definitiva cuando se den estas circunstancias:
1) Los países europeos y Rusia se emancipen completamente del sistema financiero anglo-sajón y creen un cinturón de protección ante él.
2) Se produzca una reforma política en profundidad y una regeneración democrática que restituya la primacía de la política sobre la economía.
3) Se rechaza un mundo globalizado y se creen áreas de economía integrada dentro de las cuales las condiciones sean lo más homogéneas posibles.
4) La reforma del sistema político debe tender a evitar el divorcio entre “país real” y “país oficial”.
Para recordar estos elementos utilizaremos una serie de neologismos: el mundo futuro será ex-globalizado, tras-partidocrático, post-financiero-especulativo y socio-políticamente integrado. Ahora de lo que se trata es de definir cuáles pueden ser las estructuras participativas del futuro y cómo pueden aparecer en nuestra época instrumentos políticos que no reproduzcan las perversiones partidocráticas y que contengan en germen la fisonomía del orden del futuro.
© Ernesto Mlilá – info|krisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com – Se prohibe la reproducción de este artículo sin indicar origen
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