Pros y contras de Facebook
Infokrisis.- Las nuevas tecnologías constituyen un bloque: se aceptan o se rechazan. Si bien hoy casi nadie –y desde luego nadie con un mínimo de lucidez– critica la irrupción de las nuevas tecnologías de la información, si en cambio surgen críticas a algunos aspectos de lo que se ha dado en llamar Web 2.0. En general estas críticas sugieren que estamos facilitando voluntariamente datos sobre nuestra privacidad que serán aprovechados torticeramente por grandes consorcios o incluso por la seguridad del Estado. Facebook en concreto –sin duda la “red social” con más seguimiento– no sería otra cosa que un instrumento desde el cual se controla nuestras vidas, es decir, Facebook sería la cristalización de la vieja idea orwelliana del “Gran Hermano”… ¿Es así o se trata de una exageración?
Probablemente el problema de fondo es que la era digital avanza a una endiablada velocidad y cuesta seguir el ritmo de las innovaciones y el alcance y utilidad de los nuevos dispositivos tecnológicos que van apareciendo de manera incesante. Esto hace que subsistan dudas sobre dónde encuadrar cada herramienta tanto de hardware como de software. Para poder encuadrar a Facebook y a las redes sociales es preciso antes situarlas en el contexto que le es propio, la Web 2.0.
¿Qué es la Web 2.0?
En un período que podemos situar entre el 2003 y el 2004 empezó a cristalizar lo que se ha dado en llamar “Web 2.0”. Nuevos sistemas de programación, nuevas herramientas de trabajo, mayor velocidad en la transmisión de datos, permitieron pasar de una concepción de Internet estática y pasiva (alguien colocaba contenidos en la red, fundamentalmente en HTML, que otros leían) a una concepción dinámica y participativa en la que el concepto esencial era el “intercambio” y la llamada “arquitectura de participación”. En este sentido la Web 2.0 no sería una tecnología –o en realidad, no sería sólo una tecnología– sino más bien la actitud a adoptar para trabajar en Internet.
Las herramientas que se integran en el concepto de Web 2.0 son suficientemente conocidas por todos los que se han aproximado mínimamente a Internet: de un lado blogs creados mayoritariamente a través de plataformas y servidores gratuitos que ofrecen todos los recursos que antes solamente eran accesibles para quienes dominaba el lenguaje HTML y contrataba bajo su coste un espacio de almacenamiento; entornos para compartir recursos que permiten su almacenado y visualización en cualquier momento y ser difundidos mundialmente, siendo extraordinariamente diversificados, desde compartir clips de vídeo en youTube y una docena larga de plataformas similares, hasta Flickr la conocida base de datos fotográfica, pasando por los programas de intercambio de archivos P2P y, por supuesto, por las llamadas “redes sociales”; también entrarían en la Web 2.0 las “Wikis”, en donde voluntarios, más o menos bien intencionados y preparados, introducen contenidos que otros usuarios pueden modificar; los impulsores de este proyecto facilitan el software y el espacio para que cualquiera pueda elaborar su propia “Wiki” dándole la orientación que desee.
También forman parte de la Web 2.0 las llamas “plataformas educativas” que, como Moodle o Webquest, ofrecen unidades didácticas extremadamente fáciles de crear y de consultar. Y por supuesto los nuevos motores de búsqueda que, como Google, ofrecen muchas más posibilidades que las de los antiguos “buscadores”: posibilidad de almacenamiento de datos, posibilidad de selección y recepción de noticias, posibilidad de estructurar una agenda y una biblioteca virtuales que no dependen de ningún disco duro sino que pueden ser consultadas en cualquier lugar, etc.
Facebook –y por extensión todas las redes sociales– no son más que una parte –y ni siquiera la más importante– de esta formidable segunda oleada de Internet cuyo principio rector es que la información debe poder introducirse y se debe acceder a ella fácilmente, adaptándose a los propios intereses del usuario de manera más simple aún.
Si todo es gratuito en la Web 2.0 ¿quién paga?
Los usuarios aportan buena parte de los contenidos y, dejando aparte, unas cuantos sites especializados y diarios digitales, la inmensa mayoría de material que puede hallarse en la Web 2.0 es “subido” sin interés económico. Sin embargo, los soportes en donde reside todo este material son relativamente caros y consumen una energía cada vez más cara, requieren cuidados por parte de personal especializado y su mejora solamente puede hacerse con el concurso de técnicos informáticos contratados; estamos hablando, pues, de cientos de miles de terabytes situados en miles de servidores esparcidos por todo el mundo mantenidos por miles de técnicos superiores. ¿Quién financia todo este entramado tecnológico que no es particularmente barato?
Además, se da la circunstancia de que las grandes empresas vinculadas a la Web 2.0 están valoradas en decenas de millones (sino cientos) de dólares, muy por encima de su patrimonio mobiliario y detrás de ellas se encuentran poderosas empresas inversoras de capital-riesgo que no apostarían por ellas (bastante tuvieron con el estallido de la burbuja de las puntocom a finales del siglo XX…) sino estuvieran muy seguros de su rentabilidad y viabilidad futura.
Es cierto que algunas de estas herramientas (las Wiki, por ejemplo) están concebidas como “fundaciones” que estimulan a los grandes consorcios a realizar donaciones a fin de reducir la cuenta de beneficios, pero lo esencial de la Web 2.0 se mantiene a través de la publicidad y de la venta de bases de datos. No hay que sorprenderse, ni mucho menos escandalizarse: en realidad lo que pretenden las redes sociales, los servicios de correo electrónico gratuito y cualquier otro instrumento es que aportemos datos sobre nosotros mismos y sobre nuestros gustos es tener nuestro perfil que permita orientar una publicidad más directa, personalizada y eficaz.
Si al abrir una cuenta de correo en yahoo.es se nos pregunta sobre nuestros intereses y respondemos que “los viajes” y damos luego el visto bueno a recibir publicidad, a partir de ese momento, recibiremos en ese mismo buzón que acabamos de abrir ofertas de turismo… que a fin de cuentas es lo que hemos dicho que nos interesaba. No hay en ello nada criticable: me dan un servicio, me envían publicidad orientada. De hecho lo criticable sería que nos enviarán constantemente anuncios de publicidad sobre temas y materias que no nos interesan en absoluto como se hizo en los primeros años de Internet.
Las actuales grandes rotativas basadas en el offset están ya hoy obsoletas y están siendo sustituidas por nuevos equipos que utilizan sistemas de impresión parecidos a las actuales impresoras caseras de chorro de tinta. Mientras que las antiguas rotativas solamente podían producir un modelo de catálogo, las nuevas permiten personalizar los catálogos según el perfil de cada consumidor. Esto ha sido considerado por algunos, con cierto dramatismo, como una “intromisión en la privacidad”…
¿El Gran Hermano conoce todos nuestros gustos?
Quienes achacan a la Web 2.0 la vulneración de la privacidad, olvidan que la optimización de los servicios gratuitos en la red debe financiarse de alguna manera y que la publicidad selectiva es más cómoda para el emisor y más útil para el receptor, respondiendo a las necesidades de venta de los productos del primero y a los gustos e intereses del segundo. Y, por lo demás, ¿forma parte de la “privacidad” el que nos guste determinada marca de café o de películas? ¿se le puede atribuir tanta importancia a algo que, de por sí, es completamente banal?
Los detractores de la Web 2.0 alegan que, a base de cruzar datos sobre nuestros gustos se obtiene un perfil muy completo de cómo somos y de cuál es nuestra intimidad. Pero esto es, igualmente irrelevante: en nuestra dimensión de consumidores (y en una sociedad capitalista todos somos, queramos o no, consumidores) importa muy poco lo que nos guste o deje de gustar. Por lo demás, los sistemas de correo electrónico más avanzados permiten desviar hacia la carpeta de Spam o hacia cualquier carpeta creada al efecto cualquier correo. En Gmail, por ejemplo, es particularmente sencillo hacerlo y seremos dueños de consultar correos de ofertas publicitarias cuando lo deseemos… o nunca, desviándolos simplemente hacia la papelera electrónica.
Los sectores críticos olvidan que vivimos en un mundo capitalista construido a base de oferta, demanda y mercado. Es ahí y no en otro lugar en donde hay que incluir el fenómeno de las nuevas tecnologías y particularmente el de la Web 2.0. La ventaja respecto a otras herramientas en las que se ha basado históricamente el capitalismo –la publicidad convencional en radio, prensa y TV, por ejemplo– es que, mientras que aquellas nos llegaban indiscriminadamente, éstas las podemos filtrar, seleccionar, elegir o desechar.
Está claro que ambas tienen de excitar artificialmente necesidades para lograr el consumo, pero tal es la ley interna del capitalismo y sería absurdo que a estas alturas nos sorprendiéramos. La TV convencional no pretende otra cosa que vender publicidad y para que la gente se fije en ella, entre bloque y bloque de anuncios, las televisiones deben aportar contenidos.
La novedad de la Web 2.0 estriba en que, si bien se soporta económicamente mediante la publicidad, somos nosotros mismos los que podemos aportar contenidos y no estamos obligados a “sufrir” los que nos ofrezcan los grandes consorcios mediáticos. Los anuncios de Google, por ejemplo, dan incluso la posibilidad de ganar pequeñas cantidades de dinero en nuestros blogs (en determinadas plataformas, no en todas) insertando automáticamente anuncios seleccionados por los “tags” que correspondan más exactamente con los contenidos. No hay en ello nada de criticable, sino que, a fin de cuentas se trata solamente de una optimización de la inversión publicitario que algunas plataformas aceptan compartir con quien introduce los contenidos.
¿Streep-tease público en las redes sociales?
En las redes sociales el problema se complica algo más: el usuario acepta dar su perfil y que éste sea conocido por otros usuarios de la red. Se han producido abusos especialmente con gente muy joven que ha aportado datos y fotos de manera imprudente, ofreciendo demasiados datos sobre sí mismos (a principios de septiembre una usuaria de Facebook mostró la foto de sus plantas de marihuana… siendo detenida poco después). Igualmente se ha dicho que en los EEUU algunas aseguradoras sanitarias se han negado a suscribir pólizas de seguros médicos con gente que, a partir de su perfil en Facebook, demuestra pertenecer a “grupos de riesgo”. También se ha dicho que algunas empresas a la hora de contratar personal miran el perfil del sujeto, sus amistades, sus filias y sus fobias… e que incluso algunos pedófilos han utilizado las redes sociales para ubicar y entablar relación con sus víctimas.
Todo esto -a pesar de cierta vaguedad y de que entre los 35 millones de usuarios de Facebook, era inevitable que, antes o después se produjeran abusos (como en Wikipedia o en youTube y, por supuesto en blogs)- ni parece que se trate de algo generalizado, ni siquiera significativo, sino existente a título de excepciones y que no suscita ningún tipo de alarma social.
En cuanto a la exigencia de las redes sociales de que los datos aportados sean “veraces” como condición para el mantenimiento en línea del perfil… es evidentemente algo ingenuo y casi infantil. Cualquier puede crearse un nickname que sea fácilmente reconocible y compartido sólo por sus amistades e incluso utilizando su nombre real, no está obligado a aportar más datos de los que quiera sobre aficiones y gustos. En esto como en todo debe imperar el “principio de prudencia”, no aportar más datos sobre uno mismo que favorezcan la acción de grupos de delincuentes o la utilización impropia de las referencias aportadas. El problema es precisamente que algunas redes sociales –Twenty, por ejemplo– cuentan con un público mayoritariamente joven o incluso infantil proclive a revelar datos sobre su ubicación que siempre pueden ser utilizados por pedófilos y delincuentes.
Nadie obliga a realizar un streep-tease público de gustos, aficiones y tendencias sobre nosotros mismos para participar en redes sociales, pero incluso aunque se haga, la inmensa mayoría de datos son irrelevantes y el impacto de la delincuencia en estas redes es, por el momento, mínimo. Si actuamos de manera irresponsable en estas redes, es nuestra responsabilidad, no de la herramienta en sí misma. No es algo nuevo…
Parte de los adelantos tecnológicos que surgieron en los últimos quince años del siglo XX están siendo utilizados de manera impropia: los teléfonos móviles son instrumentos útiles aunque la mala educación o la falta de educación de algunos nos obliguen a oír en los transportes públicos sus conversaciones; los sistemas de reproducción de mp3, estilo iPor y similares, son un avance en todos los sentidos… a pesar de que haya gente que moleste a quienes tiene cerca colocándose el volumen a la máxima potencia hasta desbordar los auriculares y ser oído por otros a los que esa música no les interesa en absoluto; el problema de las nuevas herramientas digitales reside en que son accesibles a todos… incluso a aquellos que carecen de educación, sensibilidad y respeto por los demás, pero también a los irresponsables, a los inmaduros y a los imprudentes. Ese y no otro es el verdadero riesgo de las “redes sociales”.
¿Y los servicios de seguridad del Estado?
En los últimos dos años se han publicado algunas noticias –muy vagas, hay que decirlo, casi “conspiranoicas”– en las que se afirmaba que las redes sociales estaban controladas por la CIA y otros servicios de inteligencia y que suponían la culminación de su sueño en la medida en que el usuario da información sobre sí mismo lo que hace innecesaria una observación y seguimiento del sujeto por parte de esos servicios de inteligencia… Se trata también de una exageración.
En realidad, lo que puede obtenerse en los perfiles de Facebook es bastante irrelevante para la seguridad del Estado. Ningún terrorista anunciará jamás en su Facebook en la sección de “eventos” una convocatoria para el próximo atentado, ni felicitará por su aniversario a los otros miembros de su comando… En cuanto al seguimiento de “disidentes políticos” no terroristas, cabe decir que ya se realizaba antes mediante el control de las listas de correo electrónico o de los accesos a determinadas webs vincularas a grupos extremistas. Lo importante es tener en cuenta que la abundancia de datos que pueden desprenderse de un perfil de Facebook y del listado de sus “amigos”, es muy relativa: al igual que el contenido de una conversación en un teléfono intervenido supone para la seguridad del Estado una mera pieza de un puzle que no se sabe muy dónde colocar, los datos que pueden desprenderse de Facebook son un aluvión de material e informaciones irrelevantes en donde nadie verdaderamente peligroso ni que se haya propuesta atacar al Estado colocará nada verdaderamente importante y decisivo.
Un crítico de Facebook ha dicho recientemente: “Lo blogsfera no sirve para el control social, pero las mal llamadas redes sociales no sirven para otra cosa”… ¡claro que sirven para otras cosas! Por ejemplo, para difundir ideas disidentes. Son decenas de miles los perfiles de Facebook que difunden noticias, links informativos, intercambian opiniones contra la globalización y contra el sistema socio-político… y no ocurre nada, salvo que la “disidencia” crece. La posibilidad de un control social existe pero es mucho más grave (y está más confirmada) a través de otros sistemas, como la red ECHELON, ideados precisamente para eso. Cualquiera que haya analizado datos de inteligencia sabe que el aluvión de informaciones irrelevantes que se encuentran en las “redes sociales” sirve para poco o muy poco y casi siempre para nada, apenas para estar informado de una convocatoria de grupos radicales antiglobalización o sobre las actividades de algún grupo de skins ultrarradicales… que ya tienen en su interior suficiente número de infiltrados de todos los servicios de seguridad del Estado como para tener que recurrir a Facebook…
¿Para qué pueden utilizarse políticamente las “redes sociales”?
La respuesta es “para mucho”. La lectura del libro de Juan Faerman Faceboom es suficientemente ilustrativa. La facilidad para dar de alta a “amigos” permite en pocos meses conectar con varios cientos de personas con los que se pueden compartir informaciones, enlaces, vídeos, música, opiniones, etc y también, por supuesto, programas políticos, consignas electorales, materiales de campaña y todo aquello que ayer era difícilmente accesible para las opciones marginales o nuevas que no tenían acceso a los grandes medios de comunicación. En las “redes sociales” uno puede contentarse con ser espectador pasivo o bien ser actor introduciendo el propio material que sostenga a determinada opción política. Habrá algunas que interesarán más que otras y eso mismo será la prueba del dinamismo de cada opción y de su capacidad de enlace con los intereses de grupos sociales concretos. En el momento en que el DNI electrónico esté más extendido y el voto electrónico se haya generalizado, posiblemente la respuesta del electorado esté mucho más influida que ahora por las “redes sociales” y, desde luego, será muy diferente a la que existía mientras solamente hubo publicidad convencional.
La irrupción de las redes sociales ha hecho que algunos productos de Internet ya estén anticuados. A nadie con dos dedos de frente se le ocurriría hoy lanzar un nuevo “diario digital” (los últimos intentos se han saldado con estrepitosos fracasos y, no digamos, quienes han pretendido cobrar por los contenidos, caso de Factual que duró menos de un mes en activo): las noticias circulan por la red, cualquiera puede darse de alta en Alertas Google y disponer en tiempo real de informaciones sobre los temas que le interesen; le bastará luego, simplemente, colocar en su Facebook links con esas noticias y añadirles un pequeño comentario.
El hecho de que, de momento Facebook solamente admita 400 caracteres es un elemento extremadamente positivo obligando a sintetizar el mensaje y la idea que se pretende transmitir: lo que en otro tiempo se llamó “lengua espartano” o “lenguaje lacónico” en donde lo esencial era comprimir las palabras, lograr brevedad, austeridad en los adjetivos, esencialidad en las ideas y transmitir un mensaje inequívoco y que no pueda interpretarse erróneamente…
Si alguien lo desea también podrá entretener a sus amistades incorporando fotos o montajes fotográficos, podrá mostrar vídeos de youTube o música de Goear y, finalmente, en apenas media hora mostrará en su “perfil” noticias con su correspondiente comentario (lo que equivaldrá a un diario digital), links a artículos que le interese promocionar (con lo cual logrará potenciar los blogs que desee) y conseguirá entretener audiovisualmente a unos “amigos”, con los que podrá discutir, intercambiar ideas, chatear y conocer sus sugerencias.
Conclusión: el “Gran Instrumento”
Parece difícil rechazar todo esto con la excusa de que nuestra privacidad puede verse vulnerada. Las nuevas tecnologías han hecho que algunos instrumentos que hasta hace poco parecían innovaciones espectaculares (los grupos de “news”, las listas de intercambio de correos electrónicos, soportes como Geocities, etc.) hayan quedado laminados cuando apenas habían cumplido 12-14 años de existencia, siendo sustituidos por otros mucho más eficaces e interactivos. Lo que hoy está en la cresta de la ola, no tardará mucho en ser sustituido por otras herramientas y otras tecnologías cuyo único riesgo es que el Estado, con la excusa de la “propiedad intelectual”, intente limitar su uso o, incluso, prohibirlos…
Las “redes sociales” son hoy una herramienta de síntesis de otras existentes previamente, la culminación en 2010 de los avances tecnológicos ocurridos en Internet en los 10 años anteriores. Como todo, estas redes sociales también son susceptibles de críticas (ya hemos resaltado que no tienen en cuenta la ponderación y prudencia de sus usuarios) pero nos equivocaríamos si pensáramos que la herramienta en sí misma es malvada, obtusa o perjudicial: quien es malvado y obtuso es su usuario irresponsable, nada más.
La Web 2.0 es un pack en el que entran distintos productos y herramientas: o se acepta en bloque o se rechaza en bloque. De la misma manera que hoy resulta imposible viajar en avión y fumar y si uno siente la necesidad irreprimible de encender un cigarrillo siempre tiene la opción de no subir al avión, así mismo cuando uno accede a la Web 2.0 le va a resultar difícil rechazar una herramienta y aceptar el resto.
Las excusas para rechazar las “redes sociales” carecen de fuerza convicción suficiente como para ser asumibles, parten de presupuestos conspiranoicos poco o nada demostrados. Los vínculos siniestros entre servicios ignotos de inteligencia y la empresa gestora de Facebook, son demasiado tenues y la lógica dice que su utilización a afectos de la seguridad del Estado acarrearía más problemas (especialmente de saturación de información en su inmensa mayoría completamente inútil) que ventajas a la hora de desarticular grupos problemáticos. En cuanto a descubrir nuestros gustos y nuestras afinidades no es ciertamente negativo en la medida en que permite que recibamos publicidad orientada según nuestros intereses, publicidad que, por lo demás, podemos leer o rechazar con un simple golpe de tecla. Si nuestra “privacidad” consiste en saber si utilizamos brandy, bourbon o vinacho, es que tenemos una pobre privacidad...
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – http://info-krisis.blogspot.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.
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