EL ISLAM MODERADO: ¿UNA LITERATURA DE FICCIÓN?. Serafín Fanjul
Infokrisis.- Las opiniones de los expertos siempre son como para tenerlas en cuenta, aparezcan donde aparezcan. Nadie duda que Serafín Fanjul, catedrático de Literatura Árabe en la Universidad Autónoma de Madrid, es uno de los especialistas en la materia cuya opinión no puede tomarse a la ligera. En la revista de FAES, Cuadernos de Pensamiento Político nº 21, correspondiente al primer trimestre de 2009, hemos encontrado este artículo que introduce elementos irrebatibles sobre las posibilidades de convivencia con el tan cacareado "Islam moderado". Son pocas, nos sugiere Fanjul. Y lo explica abundantemente ofreciendo una panorámida de ese "Islam moderado"... justo en los días en los que nueve islamistas han sido detenidos en Reus después de juzgar, condenar a muerte y secuestrar a una mujer "adúltera"... justo como en el siglo XIII. El tiempo no pasa para el Islam. Animamos a leer las obras de Serafín Fanjul que en materia islámica es una autoridad universalmente reconocida.
EL ISLAM MODERADO: ¿UNA LITERATURA DE FICCIÓN?.
Serafín Fanjul
La propuesta de diálogo, aproximación, o al menos coexistencia, entre religiones es, quizás, tan vieja como la Humanidad. La precisión de armonizar unas y otras cosmogonías y sistemas de valores, también, aunque proceda de un interés concreto digno de aplauso -la superviven-cia en paz de las respectivas comunidades- una vez abandonado el intento, cuando lo hubo, de convertir y absorber al Otro. Los panteones de la Antigüedad se fueron ampliando a medida que surgían nuevos dioses, impulsados por nuevas ideas o necesidades, por contacto o choque con pueblos vencidos o recién llegados. En la América prehispánica sucedió algo similar.
Por lo que a nosotros respecta, en Europa occidental, debemos recor-dar que la irrupción del Islam provocó una conmoción de la que, muy lentamente, la sociedad europea neolatina se fue recuperando a lo largo de siglos, en paralelo al avance de la Reconquista hispana, el reequilibrio en el Mediterráneo, las Cruzadas y, finalmente, la penetración comercial en el norte de África de diversas potencias ibéricas o italianas, todavía en la Baja Edad Media.
Pero todo ese proceso de reasunción del poder económico, cultural e ideológico en el Mare Nostrum se vio truncado por la toma de Constantinopla por los turcos otomanos en 1453. El Islam, frenado y en fuga desde el siglo XI, volvía a ser el peligro anterior. Fruto de aquel estado de ánimo de la excitación consiguiente, es la obra de Juan de Segovia (De mittendo gla dio Divini Spiritus in corda Sarracenorum) en la que propone seguir una vía de acercamiento pacífico -y hasta pacifista- a los musulmanes (aprendizaje del árabe, estudio del Corán, cotejo y discusión de pasajes bíblicos y coránicos, etc.) con el objetivo manifiesto de terminar convirtiéndolos al Cristianismo, pero sin renunciar al intercambio de ideas, el respeto mutuo y la profundización en el conocimiento recíproco, entiéndase el diálogo y el talante, que dirían hoy algunos. El ejemplo de fray Anselmo de Turmeda. converso en Túnez al Islam siglos antes y transmutado en furibundo anticristiano -o de otros semejantes- no pareció arredrar a Segovia.
El clamoroso fracaso de la evangelización pacífica emprendida por fray Hernando de Talavera en la Granada recién reconquistada, unas décadas más tarde, sólo vino a abonar y dejar dramáticamente al aire la endeblez de esta clase de embelecos. Aunque, todo hay que decirlo, no se buscaba la convivencia (objetivo exótico en el tiempo) sino la conversión final de los infieles.
Desde entonces -desde aquellas fallidas aproximaciones buenistas- se han sucedido diversos intentos de diálogo, sobre todo en países o ciuda-des cuya historia constituye un permanente lugar común de "cruce de culturas", "mestizaje de civilizaciones", o "convivencia (por supuesto, gozosa y fructífera) de religiones". Roma, Tierra Santa o algunas capitales provinciales de España han sido los escenarios de tales gestos retóricos, invariablemente sin resultado alguno. El último, del 4 al 6 de noviembre de 2008, patrocinado por el Papa Benedicto XVI, que cumple de tal guisa con su obligación de procurar la paz y el entendimiento en el seno de la Humanidad, aunque tampoco haya avanzado un milímetro. No obstante, nuestro propósito en estas páginas no es tanto analizar y discutir la utilidad de tales esfuerzos -especialmente desarrollados por la Iglesia Católica- como abordar la actitud de los interlocutores que se buscan en el otro lado, de quienes -desde luego- podremos dudar en cuanto a su sinceridad e intenciones, pero no en lo referente a su representatividad: ellos sí son un fiel exponente de la mentalidad e ideología de base que, sin ser violentas, por ahora, o participar en las acciones terroristas, las hacen posibles, como caldo de cultivo y punto de partida de los asesinos.
Debemos resaltar que la iniciativa del Papa -como sucedía a Juan de Segovia- es consecuencia de la perplejidad y marasmo de la democracia y las sociedades occidentales, que no saben cómo reaccionar ante los sucesivos mazazos terroristas islámicos desde 2001, y ni siquiera interpretarlos. Con todo el trasfondo de confrontación y odio que destapan, arrumbando por ilusorias cuantas cogitaciones surgieron en paralelo al fin de la Guerra Fría y de la consiguiente Pax Americana. Pero los poderes públicos de Occidente quieren recetas mágicas, pacíficas, bondadosas y sin coste alguno en la política interior de las naciones, algo que permita soslayar los únicos métodos conocidos hasta la fecha para defenderse de enemigos exteriores. Decir que esa mercancía no existe tiene mala prensa, porque los altos responsables huyen de compromisos y complicaciones y de asumir la crudeza de la situación en su totalidad. Hoy como ayer, el enfrentamiento induce a buscar un acuerdo pacífico para la mera coexistencia, abandonada ya la idea de cristianizar a los musulmanes, al menos por parte de la Iglesia Católica. Y mientras unos musulmanes acuden a Roma con su habitual repertorio de declaraciones grandiosas o victimistas bajo el brazo, en el último año hemos asistido a la campaña contra Robert Redeker, a raíz del artículo en que ponía en guardia contra el islamismo y su nula intención de integrarse; una oleada de intoxicación con amenazas de muerte para el perseguido, bien resumida y dirigida por L'Humanité. "Robert Redeker, ex profesor de una Francia propia de la época de Luis Felipe y sin duda nostálgico de un Tercer Estado antirrepublicano (...) como en los mejores, momentos del catecismo petainista, los perros de la reacción andan sueltos", condena insultante bien acompañada por una catarata de llamamientos a asesinarle en las páginas web islamistas, un camino ya conocido, por el que -a la fuerza- han hecho transitar a Magdi Ayaan Hirsi o, antaño, a Salman Rushdie.
La agresividad mostrada por los musulmanes en los últimos diez años es consecuencia directa de los amplísimos vacíos dejados por el fin de la expansión occidental, lo que Huntington, recientemente fallecido, sinte-tiza bien: "...el Islam, una civilización diferente cuya gente está conven-cida de la superioridad de su cultura y está obsesionada con la inferioridad de su poder". Occidente creía en la universalidad de su cultura, pero el fortalecimiento de los otros les induce a pregonar cada vez más sus valores, instituciones y formas de vida, olvidados ya de los tiempos en que, por su propia debilidad, se acogían y servían de conceptos occidentales como liberalismo, democracia, autodeterminación... A medida que se fortalecen, los niegan y niegan la universalidad de los valores occidentales, bien auxiliados -eso sí- por europeos y norteamericanos gozosos en la autoflagelación, por complejos o por cálculo, que de todo hay.
En estos instantes, uno de los tópicos más repetidos entre periodistas, políticos, juristas e intelectuales en general bascula sobre las "grandes diferencias" existentes entre unos y otros musulmanes, ya sea en la simple proyección de la Geografía (Indonesia y Marruecos deben ser países muy distintos) o en la valoración de los diferentes grados de agresividad, proselitismo militante y hasta violencia de los activistas islámicos que operan en nuestros países. Suena lógico. No obstante -experiencia realizada por este autor en numerosas ocasiones-, muy pocas personas saben aclarar en qué consisten las diferencias entre unos y otros musulmanes, ni grosso modo. El señuelo de formas más suaves sirve eficazmente para descuidar la absoluta coincidencia de objetivos de unos y otros: la islamización total del Planeta y la venganza histórica por los agravios recibidos de nuestra parte, según ellos, mediante el arrasamiento de todas las culturas preexistentes, tal como han hecho en los países donde el Islam se convirtió en confesión hegemónica.
Con todo, es innegable la existencia en Europa y EE.UU. de musul-manes de origen que no han roto amarras con el Islam y que intentan ar-ticular unas normas prácticas de convivencia con las sociedades de acogida, teorizando en algunos casos y tratando siempre de armonizar el agua y el aceite. Es dificil medir cuál es el grado de compromiso y sincera creencia islámica que mantienen estas personas, o su lealtad para con sus nuevos países. También hay otros -escasísimos- abiertamente críticos con su religión y sociedad de origen y cuya efectividad es muy reducida, primero por vivir en el extranjero y, segundo, porque sus opiniones están condenadas de antemano al haberse salido, más por las malas que por las buenas, de la umma. Tal vez el tipo más frecuente es el del musulmán moderado -del cual hay nutrida nómina en toda Europa, pero de manera especial en Francia y el Reino Unido- que vivaquea a cuerpo de rey por universidades, Gobiernos locales, editoriales e instituciones varias recitando letanías victi-mistas entreveradas con llamadas retóricas a la paz, la hermandad y la to-lerancia.
Sin duda, Bassa Tibi es el mejor representante y teorizador de la línea integracionista de los inmigrantes, como él mismo la denomina, para dis-tinguirla de la asimilación total. Obviamente, rechaza tanto los intentos xenófobos de aislar a los recién venidos mediante la "acentuación de las diferencias para mantener a los extraños lejos de Europa", como el relati-vismo tragasables de los multiculturalistas, dispuestos a aceptar cualquier diferencia por mucho que rechinen el Estado de derecho, la igualdad bá-sica de los seres humanos y la imprescindible libertad de una sociedad ci-vilizada, facilitando en la práctica la constitución de guetos y la separación, bien que voluntaria, de los musulmanes. Por caminos opuestos se alcanza un mismo resultado. A Tibi no se le escapa que "aunque en absoluto multiculturalistas, los islamistas que viven entre los inmigrantes de Europa muestran una simpatía mayor por esas posiciones que por la integración democrática. La razón es bien sencilla, han comprendido perfectamente que pueden instrumentalizarlas para sus fines fundamentalistas. Así, confunden deliberadamente la asimilación y la integración política, con el objetivo de impedir esta última".
Es decir, el fundamentalismo islámico hará cuanto pueda para ahondar el abismo e impedir la integración, pues en ese aislamiento no tendrán rival en el control y manejo de las comunidades inmigradas, aunque esas actitudes generen un rechazo progresivamente más fuerte entre la población mayoritaria, en especial si los Gobiernos europeos conceden privilegios inadmisibles de cara a nuestros ordenamientos jurídicos y hábitos culturales, tal la autorización legal o encubierta de la poligamia, la permisividad con la ablación o diversas formas de discriminación positiva en terrenos económicos escabrosísimos para las capas bajas de la sociedad europea (bonificaciones, exenciones, adjudicaciones de viviendas, becas, atención sanitaria, etc.). Los islamistas buscan y aprovechan la acentuación de las contradicciones tratando de provocar el mayor desagrado posible en la población europea -aunque, por supuesto, aseguran querer lo contrario-, por ejemplo en la exhibición de símbolos y signos externos que choquen a los hábitos corrientes, a fin de agrandar el abismo entre unos y otros. Más abajo veremos algún caso notable.
Tibi, consciente del doble rasero que utilizan los musulmanes al enta-blar el famoso diálogo con los occidentales, recuerda cómo el imán de Jericó, en uno de tantos encuentros islamo-cristianos en Córdoba (1998) definía a la perfección el panorama: "Me hallo en conflicto conmigo mismo. Cuando ustedes hablan de diálogo quieren decir intercambio in-telectual; para mí hiwar (diálogo) es sinónimo de da `wa (exhorto a la is-lamización)". En definitiva, Tibi pretende un diálogo sincero en que se busquen los puntos comunes positivos para fundamentar una cultura cívica, pero sin pasar por alto los puntos de desacuerdo y sin incurrir en forma alguna de proselitismo al estilo del susodicho imán.
Muy otro es el caso de la también siria Wafá Sultán, refugiada en Estados Unidos. Psicóloga que ha denunciado por igual al régimen tiránico de la familia Asad y a los Hermanos Musulmanes, sus antagonistas. Para ella, el choque es entre civilización y barbarie, entre lo primitivo y la racionalidad: "El choque que contemplamos en todo el mundo, no es un choque de religiones, o de civilizaciones. Es un choque entre dos polos opuestos, entre dos eras, entre una mentalidad que pertenece a la Edad Media y otra que pertenece al siglo XXI. Es un choque entre la civilización y el retroceso, entre la barbarie y la racionalidad. Es un choque entre la libertad y la opresión, entre la democracia y la dictadura. Entre los derechos humanos y la violación de estos derechos, entre aquellos que tratan a las mujeres como a bestias y aquellos que las tratan como a seres humanos. (...) Los musulmanes fueron quienes empezaron el choque de civilizaciones. El Profeta del Islam dijo: 'Se me ha ordenado combatir contra las gentes hasta que crean en Alá y Su Mensajero'. Cuando los musulmanes dividieron a la gente entre musulmanes y no musulmanes y llamaron a luchar contra los demás hasta que éstos creyesen en lo que creían ellos, ellos empezaron este choque. Para detener este choque deben reexaminar su bibliografia islámica, que está repleta de alusiones al takfir y a combatir a los infieles".
Wafá Sultán aúna sinceridad, lucidez y valor de modo muy inusual entre árabes y se pronuncia por la aconfesionalidad, respeto para todas las creencias, defensa de los derechos individuales, sentido de reciproci-dad con los demás seres humanos y fuerte carga autocrítica, abandonando el victimismo y preguntándose por sus deberes -y los de su cultura y sociedad de origen- para con el resto de las gentes. Con árabes y musulmanes así es fácil entenderse y con ellos huelgan las actitudes defensivas. El problema, no baladí, es que ella, como Tibi, hubieron de expatriarse para continuar con vida, con lo cual su mensaje y capacidad de influencia menguan de modo dramático.
Y no otro es el caso de los escritores, musulmanes de origen pero no árabes, firmantes de un manifiesto, a raíz del incidente de las caricaturas de Mahoma, en protesta contra el entreguismo y cobardía de los Gobiernos europeos: "Rechazamos el relativismo cultural, que consiste en aceptar que los hombres y mujeres de cultura musulmana deben ser privados del derecho a la igualdad, la libertad y los valores seculares en el nombre del respeto por culturas y tradiciones. Rechazamos renunciar a nuestro espíritu crítico por miedo a ser acusados de `islamofobia', un concepto desafortunado que confunde la crítica del Islam como religión con la estigmatización de sus creyentes". Y firman Ayaan Hirsi Ali, somalí exiliada en EE.UU.; Chahlia Chafiq, escritora iraní exiliada en Francia; Irshad Manji, periodista refugiada en Canadá; Mehdí Mozaffari, profesor iraní exiliado en Dinamarca; Taslima Nasreen, de Bangladesh, perseguida por apostasía; Salmán Rushdie; Ibn Warraq, autor de Por qué no soy musulmán.
Un ejemplo intermedio, más moderado (sin comillas ni apostilla nin-guna) es el de la tunecina Kalthoum Meziou que en El Islam plural hace un análisis y crítica demoledora del derecho de familia islámico, resaltando sus arcaicos aspectos patriarcales, su carácter fosilizado y la desigualdad innegable que en detrimento de la mujer sacraliza. Con gran clarividencia describe la situación: "A finales del siglo IV de la Hégira, y a fin de proteger su fe, los ulemas decidieron 'cerrar las puertas del iytihad' , con lo que finaliza el esfuerzo creador. Ya no podrán dictar el derecho, crear la norma jurídica u ofrecer su propia interpretación del Corán y de la Sunna, sólo podrán aplicar, explicar o a lo sumo interpretar la doctrina tal como está establecida en cada rito. El conjunto de la obra, a pesar de todo esencialmente doctrinal y humana, se sacraliza y se convierte en algo intangible.
Esos conceptos se elevan entonces al rango de normas islámicas eternas, consideradas a partir de ese momento como un verdadero código del de-recho musulmán, como un artículo de fe. Se instala entonces una desvia-ción sobre un malentendido histórico: el derecho es intangible porque se percibe como algo religioso (...) Cuando al orden social patriarcal que afirma la supremacía masculina se le opone una ideología moderna de igualdad, el debate desemboca invariablemente en la lectura interpretativa del texto sagrado y de la Shari'a como fuente fundamental del derecho. Los enfrentamientos cristalizan en torno a la pluralidad de lecturas del Corán, sin que se eleve ninguna voz para invalidar la vocación del texto para gobernar lo temporal. Es cierto que hay que realizar reformas, pero deben hacerse en el seno del marco fijado por la ley religiosa". Así pues, continúan vigentes principios inadmisibles en el obligado plano de igualdad entre seres humanos: prohibición de matrimonio entre una mujer musulmana y un no musulmán; derecho del hombre a casarse con más de una mujer (excepto en Túnez); obligación sólo para la mujer de tener en cuenta que su futuro marido sea su igual en condición socioeconómica; deber de la esposa de obedecer y respetar a su cónyuge como jefe de la familia, lo cual implica plenos poderes para prohibirle salir, viajar, estudiar, trabajar, etc.
Esfuerzos como el de K. Meziou se ven complementados por los de ciertos reformistas cuyas intenciones, más angelicales que buenas, tienen poco o nada que ver con la realidad social de los países y gentes a quienes van dirigidas. Uno de ellos, el argelino Malek Chebel (ver MEMRI, Investigación y Análisis, n° 273) apunta 27 propuestas para reformar el Islam. La infame traducción a nuestra lengua del texto de MEMRI dificulta no poco su inteligibilidad en numerosos puntos y en otros induce directamente al error (por ejemplo al llamar "Iluminados Europeos del 18" a los Ilustrados del XVIII), pero a pesar de esta impresentable lacra podemos colegir la dirección del autor: una reinterpretación del Corán y superioridad de la razón por encima de la fe, si bien se contradice al descartar el ateísmo porque "nada muy importante es logrado fuera del esquema de trabajo de la religión" (sic). Su obra Maniféste pour un Islam des lumiéres (título traducido al español como Manifiesto para un Islam Iluminado), sugiere el uso de los términos munawwir (que ilumina) y munawwar (iluminado), tan utilizados por los integristas y por toda la tradición musulmana, con lo cual el autor está marcando claramente su designio de mantenerse bien anclado en el campo islámico pese a divagaciones mejor o peor digeridas en torno al ecologismo, la bioética, la promoción del sentido lúdico, los medios de comunicación, etc., o el exhorto a combatir conceptos y procedimientos salvajes -por suerte superados entre nosotros luengos años ha- que nos pueden parecer casi exóticos y que, sin embargo, en los países islámicos aún son el pan nuestro de cada día, por lo que las propuestas de Chebel podrían tenerse por novedosas (fetuas de condenas a muerte, yihad, castigos corporales, ablación, esclavitud, crímenes de honor, etc.).
Entre las observaciones de Chebel se cuentan algunas de importancia, tratándose de un musulmán, como: superioridad del individuo sobre la umma y de los seres humanos sobre la religión, defensa de los cambios culturales y de la libertad de pensamiento, exhorto a Europa para que no sea tan indulgente con los islamistas y a fin de que los medios de comunicación no les presten tanta cobertura, etc. Junto a estas ideas aparecen otras (combatir la corrupción o que los tribunales sean independientes), pero el mayor problema reside en que cae en los mismos enfoques obtusos de cualquier integrista, quizá inconscientemente -porque su formación ahí le lleva- o por saber demasiado bien que abordar esos temas le sitúa enfrente de la opinión de la inmensa mayoría de musulmanes, por ejemplo en el caso de las caricaturas danesas, que para él son "una provocación", con lo cual se comprueba que Chebel no se ha soltado mucho el pelo.
Mas éste es un caso puntual y anecdótico, lo verdaderamente grave, a nuestro juicio, es que incurre en idéntico espejismo que los integristas más extremos y barbados: hay que intentar la búsqueda de la regeneración en el Islam primitivo. Así nos encontramos de nuevo ante el mito del Islam perfecto luego degenerado por la acción política y por la maldad de los europeos y de algunos musulmanes que no supieron, o no quisieron, aplicar las enseñanzas de modernidad, libertad y tolerancia que el Islam aportaba. Pero la realidad es que el implacable control de la sociedad por el Islam impide el surgimiento, incluso en formas testimoniales, de grupos organizados que osen poner en discusión las creencias y la sumisión generales. La tendencia humana, tan corriente en todas las latitudes, a la aceptación de lo existente, aunque no más se corporeice en la inhibición, en las comunidades islámicas se acentúa debido al carácter fundamental de la misma fe y, por tanto, cualquier intento de innovación (bid a) sufre la condena no sólo de la oligarquía religiosa que impone las pautas y dictamina cuáles son los límites entre lícito (halal) e ilícito (haram), sino entre la masa de la población en proporciones abrumadoras. Los escandalosos ejemplos de Nasr Abu Zayd y Nawal as-Sa`dawi, en Egipto, por sostener obviedades en el plano filosófico y hasta histórico (v.g., que el Islam ha conservado pervivencias preislámicas en liturgia y creencias), se saldaron con el exilio del uno y la artificiosa protección de la otra por el Gobierno egipcio. Propuestas como las de Malek Chebel están condenadas al fracaso de antemano, por elaborarse y difundirse en Europa y por seguir moviéndose en el terreno de aceptación de la tradición musulmana a pies juntillas, es decir, con las reglas de juego impuestas por la ideología que pretenden combatir. Incluso es dudoso su éxito entre las comunidades trasplantadas a nuestro continente, dada la radicalización islamista cada vez más perceptible entre ellas.
Entrar en juicios de intenciones y condenar las grandilocuentes palabras de alguien, entendiendo, justamente, lo contrario de cuanto dice, puede ser tildado, a su vez, de mal intencionado, pero cuando se sigue su trayectoria y se le ve defendiendo, so color de diversidad cultural, el desprecio simple y llanamente de la igualdad y libertad de todos los seres humanos, tal como las consagran las constituciones occidentales, no parece que estemos pecando de suspicaces o malintencionados, máxime si los supuestos moderados eluden, de manera sistemática, la condena, hasta verbal, de crímenes masivos como los del 11-S, 11-M o el reciente asalto a Bombay. Ni siquiera se molestan en acudir a la taqiya (ocultación), admitida legal y moralmente en el Islam, de los verdaderos sentimientos religiosos, en situación de necesidad o inferioridad frente a la comunidad dominante no musulmana. La razón de esta desvergüenza es clara: necesitan mantener a su parroquia de integristas contenta para no perder su apoyo. Tal vez el lector ya haya comprendido que nos referimos a personajes como Tariq Ramadán, nieto del fundador de los Hermanos Musulmanes, Hasan al-Banna, quien hace años sostenía el derecho de los musulmanes a mantenerse al margen de la sociedad -confundiendo signos externos con creencia íntima, en la línea islámica habitual- mientras, al tiempo, exigía que se les tuviera por europeos perfectamente integrados, es decir, la cuadratura del círculo, o, dicho de otro modo, recibir sin dar nada a cambio. Reduciendo la confrontación a lo que denomina particularidades culturales (vestido, música, "gestión del espacio cuando se trata de hombres y mujeres": ¡qué modo de esquivar el concepto de desigualdad entre sexos!), elude los verdaderos problemas de fondo: derecho a la apostasía, libertad de la mujer para decidir sobre su propia vida, igualdad ante la ley, o respeto a todas las creencias religiosas en los países de hegemonía musulmana. Limita la cuestión a la mera caricatura folklórica, porque, en efecto, en sí mismo, es irrelevante que una mujer se cubra o no la cabeza, pero no lo es que no se la pueda reconocer por taparse la cara, o que, mediante la simple pañoleta, esté marcando un abismo insalvable con la sociedad que la rodea, en especial la masculina.
De manera incomprensible, este individuo -que, invitado a Madrid, se negó a condenar los asesinatos del 11-M- es tenido por prestigioso y mo-derado, cuando viene a representar el integrismo más brutal y descarnado, envolviéndolo en palabrería reiterativa y hueca y lanzando perogrulladas que, por su simpleza, sonrojan a cualquier ser pensante: "La confirmación abierta y positiva de la identidad musulmana es una realidad concreta, como hemos descubierto, como lo es la integración del ciudadano, de facto. Lejos de ser una mentalidad de gueto, la mayoría de musulmanes optan por una presencia serena y abierta y algunos llegarán hasta a proponer una 'cultura musulmana europea. Vemos los consiguientes redobles de una 'integración íntima en la sociedad europea, que debería ser objetiva y la finalidad de cualquier sociedad plural, que respete el concepto de identidad y diferencia'". La única explicación que hallamos para el éxito de este personaje es la necesidad de amplios sectores intelectuales y hasta gubernamentales europeos de que aparezca alguien a contarles lo que quieren oír, para poder evitar todavía por un tiempo el enfrentamiento con la realidad, incomodísima.
En un artículo reciente (Le Monde, 4-11-08) Ramadán preparaba su en-trevista con el Papa de dos días más tarde: "Nuestro diálogo constructivo sobre los valores y las finalidades comunes es más importante e imperativo que nuestras rivalidades sobre el número de fieles, el proselitismo y la rivalidad baldía en torno a la posesión de la Verdad. Los espíritus dogmáticos trabajan en ambas religiones contra sus propios intereses. Cualquiera que afirme que él es el único poseedor de la verdad y que 'los otros son la mentira' está ya equivocándose. Nuestro diálogo debe luchar contra las tentaciones dogmáticas apoyándose en un diálogo profundo, crítico y siempre respetuoso (...). Hay que empezar un diálogo sobre las civilizaciones. El miedo al presente a veces nos hace contemplar el pasado con un prisma deformado: sorprendentemente, el Papa aseveró que las raíces de Europa eran griegas y cristianas, como para conjurar la amenaza actual de la presencia musulmana en Europa. Su interpretación es reduccionista". Aparte de las inevitables llamadas al "respeto" y al "diálogo" (con la no menos ineludible condena del dogmatismo), Ramadán muestra su auténtica predisposición al calificar de sorprendente la afirmación de que las raíces europeas son griegas y cristianas. Pero claro que esos fundamentos religiosos y culturales -con las sociedades resultantes- son los nuestros. Y si añadimos otros habremos de hablar de elementos latinos y germánicos y, en el Este europeo, eslavos; y muy poco -en algún país del Sur, como España- de vagas reminiscencias árabo-musulmanas en proporciones menos que reducidas en alguna región: la Alhambra y la Mezquita de Córdoba despistan y vuelven estrábicos a quienes se quedan en la superficie de las cosas.
En lo referente a España -y perdónese la cita propia- remitimos a nuestras obras Al-Andalus contra España y La quimera de al-Andalus, cuyos argumentos y documentación no reiteraremos aquí. Y la relativa importancia de la transmisión árabe de conocimientos científicos y filosóficos griegos, queda muy atenuada al estudiar a fondo el papel desempeñado -como no podía ser de otro modo- por las Cruzadas y los bizantinos y por cuantos monjes, comerciantes o viajeros varios mantuvieron contactos con ellos (ver Sylvain Gouguenheim, Aristote au Mont Saint-Michel). Pero Ramadán -digámoslo educadamente- con el desparpajo característico de sus orígenes culturales, sugiere la negación de la evidencia -quiénes y cómo somos-, de la misma manera que asegura la existencia de "múltiples" asociaciones islámicas que, en Europa, trabajan por la integración en la sociedad europea, aunque él comienza por reclamar el derecho a las peculiaridades: ficciones y más ficciones de continuo desenmascaradas por los hechos.
Para terminar con Ramadán solo señalaremos una finta dialéctica nada baladí en el susodicho artículo dirigido al Papa: "Habrá que hablar también de la libertad de conciencia, de los lugares de oración y del argumento de la reciprocidad [sic]'. La mala fe es patente, porque suscita algo muy concreto en lo que los musulmanes sólo tienen que ganar y es uno de sus leitmotiv centrales (los lugares de oración, vale decir la Catedral de Córdoba, antigua mezquita, por ejemplo), mientras reduce la gravísima cuestión de la reciprocidad a un mero "argumento", cháchara para entretenerse y nunca tomar en serio.
Estos intelectuales musulmanes, muy relacionados con Europa, se mueven en un victimismo permanente y decepcionante, porque saben que de él extraen excelentes ventajas, personales o colectivas. Mohamed Talbi culpa al ambiente liberal occidental de beneficiar al integrismo y no al Islam moderno y liberal (se sobreentiende que se refiere a sí mismo), aunque nadie responda a la pregunta: ¿dónde está ese Islam liberal y moderno?; Fátima Mernissi (galardonada con el Premio Príncipe de Asturias) se despacha con gusto reduciendo Occidente a militarismo, imperialismo y terror colonial y rematando la condena con la frase "el individualismo, sello de la cultura occidental, es la fuente de toda aflicción"; Mohamed Arkoun, sin el más mínimo atisbo de autocrítica, denuncia "el inconmensurable desconocimiento que tanto en Europa como en Norteamérica impera sobre las causas de los conflictos del Tercer Mundo". El mismo Arkoun -como más arriba veíamos con Rama-dán- selecciona cuidadosamente la terminología al uso en la jerga política actual y las expresiones empleadas, según quiénes sean los aludidos, así habla de "ocupación romana" para referirse a los territorios norteafricanos del Imperio; o menciona la "brutal ruptura puesta en práctica por los Reyes Católicos en 1492 tras la caída de Granada", frente al papel [sic] desempeñado por los otomanos entre 1453 y 1924". El tratamiento lingüístico, nada inocente, no puede ser más desigual al mencionar los abusos de unos y otros.
En tanto Sami NaYr, argelino que vive en Francia, asegura con gran aplomo que el 98% de los inmigrantes musulmanes en Europa están per-fectamente integrados (ABC, 30-04-07), la retórica del chovinismo nacio-nalista árabe más crudo se exhibe sin tapujos en los escritos de Hala Mustafa, con su reiterativa enumeración de agravios, denuestos, amenazas y... pura ignorancia, sin adjetivos: "[Europa] no ha cambiado desde las Cruzadas [U], desde Andalucía [sic] y desde las guerras otomanas. Por eso, y a pesar de sus setenta años de laicismo y de sus fervientes esfuerzos por establecer vínculos económicos y políticos con Occidente, Turquía continúa fuera de la Unión Europea", escribía la autora en un alarde de superficialidad enciclopédica que le permite reducir la militancia islámica, con todas sus consecuencias definsivas, a forma de protesta social, o asimilar "Andalucía" (en realidad, se refiere a la pérdida de al-Andalus, lloriqueo monocorde y obligado en todo intelectual árabe) al conflicto de Palestina.
La enorme conflictividad, interna y externa, de los países islámicos -reflejada por Huntington con datos y números incontestables y que nadie le ha perdonado- pasa desapercibida para casi todos estos intelectuales y la achacan, de modo sistemático, a causas exógenas: los culpables siempre son los demás, de suerte que si, en los 90, de veinte conflictos etnopolíticos en quince estaban involucrados musulmanes con gentes de otras culturas, el escapismo (o lo que más arriba denominábamos piadosamente "aplomo" o "desparpajo") exige que Israel, o unos lejanos Reyes Católicos, deban responder de un derecho familiar medieval o unos castigos corporales que se remontan a las ciudades-Estado sumerias. Porque las preocupaciones de los islamistas moderados son otras: restablecer en toda su vigencia la Shari'a, un mayor uso del lenguaje y_ simbolismo religioso, copo de la educación, im-posición en los grados coercitivos que sean necesarios de conductas "islámicas" (alcohol, velo, etc.), mayor control-de los Gobiernos laicos (de laicidad muy discutible, en realidad), solidaridad entre Estados islámicos, rechazo de los Estados nacionales y de su inspirador -dicen- Occidente, retorno a los dorados tiempos del primer Islam, y, desde luego, variedad en las vías para alcanzar un mismo fin. Y en ello están.
Algunos de estos pensadores -como el tunecino Azzam Tamimi- feliz-mente paseados y remunerados en Europa por simposios, congresos y demás zarabandas, nos regalan con páginas exuberantes que, al menos, tienen la virtud de provocar la carcajada, algo muy de agradecer tratándose de textos sociopolíticos: para Tamimi, el sistema democrático occidental tiene su origen en el consejo de notables (shuni) que sucedió a Mahoma y eligió a los primeros califas, en tanto Rashid Gannushi estima que "los europeos se han beneficiado de la civilización islámica para crear ideas profundamente iluminadas de los valores sociales cuyo fruto era la emergencia de la democracia liberal". Pero el terrorífico integrista sudanés Hasan at-Turabi aún mejora la idea situando el arranque de la democracia moderna en el contrato de juramento y homenaje de besamano, en la ceremonia denominada baya. Hay donde elegir, aunque luego se ofendan porque no los tomamos en serio.
Sin embargo, siempre hay quien supere a todos los anteriores y nos deje bien claras las dificultades de entendimiento que padecemos -y padeceremos en el futuro- con quienes carecen de una mínima intención de acuerdo y aproximación. Rudolf el-Kareh ("Savants orientaliestes et crétins idéologiques", en Révue d'Études palestiniennes, n° 89, otoño 2003), en unas páginas cuyo título ya ilustra bien sobre el alcance del contenido, dirige un ataque enloquecido contra Huntington y, sobre todo, contra Bernard Lewis, arabista ante cuya obra hay que descubrirse, pero que presenta la tacha imperdonable de ser asesor de la Administración americana. La avalancha de exabruptos es tan desmesurada que resultaría irrelevante, de no representar bien a los "Estudios palestinos" y a una infinidad de orates que pululan por Internet y con los cuales, habitualmente, no perdemos un minuto de nuestro tiempo. Para El-Kareh, la obra de Lewis se reduce a odio, ignorancia, fantasía, injurias, estupidez, inepcia, obscenidad, panfleto, libelo, sinvergonzonería, propias de un "idiota" y un "memo". La acumulación de insultos, sustantivos, adjetivos y adverbios descalificadores es de tal magnitud que aquí no podemos reproducirla, y la idea central conduce -de manera expresa- a la conclusión de que el británico actúa por "un racismo extremo". No recuerdo nada semejante en ninguna de las siete obras de Lewis que he leído y que sólo me han suscitado admiración y agradecimiento por cuanto en ellas he aprendido, en un tono educado y medido, con excelente documentación y procedimientos argumentativos respetuosos con todo el mundo. Por ejemplo: al formular una crítica a una determinada sociedad musulmana, recuerda de inmediato, valora y compara lo que acaecía en el mismo momento entre los cristianos de Europa o los hinduistas de la India, que tampoco era glorioso. Se mueve en búsqueda continua de equilibrio y contrabalance, tratando de disculpar y comprender en su contexto los fenómenos sociales, en nuestra opinión con exceso. Pero con los improperios de El-Kareh se nos hace presente de nuevo el convencimiento de que esto es lo que hay como línea dominante y decisoria entre los musulmanes, no los ponderados razonamientos de Bassam Tibi; y comprendemos, por enésima vez, que el arabismo con razón puede considerarse un sacerdocio. Un sacerdocio en el que el perdón es mucho más necesario que el ministerio mismo.
(c) Serafín Fanjul
(c) Publicado en Cuadernos de Pensamento Politico nº 21- FAES - Enero Marzo 2009 - ISSN 1696-8441
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