La revisión idealista del marxismo: el socialismo ético de Henri De Man
Infokrisis.- Recientemente, hemos leído la edición francesa de Au Delà du Marxisme, la obra cumbre de Henri De Man, en su versión francesa y nos ha sorprendido que ya en los años 30, un intelectual procedente de la izquierda estaba en condiciones de realizar a Marx que no fue superada en los años de la Guerra Fría. Por una feliz casualidad, esta lectura se ha superpuesto a otra: la del libro Ne Droit ne Gauche de Zeev Sternhell, sobre los no conformistas de los años 30. La tesis de Sternhell es que el "verdadero fascismo" solamente puede estudiarse siguiendo la evolución de las corrientes del pensamiento francés no conformista, desde Sorel hasta De Man. Presentamos a continuación la traducción al castellano del capítulo de esta obra dedicada a Henri De Man. Vale la pena añadir que se trata de una primera traducción a la que todavía no se le han añadido las referencias, ni una corrección de estilo.
La revisión idealista del marxismo: El socialismo ético de Henri De Man
l. La negación del marxismo El revisionismo constituye, ya desde el principio del siglo XX, una dimensión capital, y generalmente desconocida y menospreciada, de la ascensión del fascismo. En la práctica, no es absolutamente posible elaborar una explicación satisfactoria del fenómeno fascista sin recurrir a los muchas etapas de la crisis del socialismo. Desde el final del affaire Dreyfus hasta el pacto de Munich, el arranque de la ideología fascista es la manifestación más evidente de las enormes dificultades que el socialismo encuentra en responder al desafío del capitalismo. Ciertas formas de revisionismo como la de Bernstein o la de Jaurès conducen al socialismo reformista; otra, como las de Sorel, Déat o Henri De Man desembocan en el fascismo. Ambas tienen en común la voluntad de superar el marxismo, y las dos están de acuerdo en ver en el marxismo un incomparable instrumento de análisis histórico, el cuadro conceptual ideal para poner orden en la historia, pero no -a menos que no sufra una profunda modificación- una verdadera palanca para conseguir cambios políticos. En el período entre las dos guerras, la revisión del marxismo se identifica dentro del entorno cultural francés con el nombre de Henri De Man. Tal como se expresa en la obra del autor belga, este ataque al marxismo es un aspecto fundamental de la revuelta idealista de las primeras décadas de nuestro siglo. En este sentido, el pensamiento de Henri De Man continúa y desarrolla el de Georges Sorel; encuentra un profundo eco, y también un principio de ejecución, en Francia, en la acción política de Marcel Déat. En el extremo opuesto del abanico político, la nueva revuelta idealista de un Thierry Maulnier continuará, por su parte, la línea de Barrès. Las dos corrientes de este neo socialismo convergen hacia una síntesis que, al final de esta segunda preguerra, asumirá los rasgos del fascismo. Al principio de los años treinta, el autor de Au delà du marxisme aparece como uno de los primeros teóricos del socialismo europeo. Cosmopolita en el ánimo, hablando con soltura flamenco, francés, alemán e inglés, este prólifico autor elige, según las circunstancias, la lengua que le conviene. Es uno de los raros hombres políticos en Europa, quizás lo único, que ha vivido largo tiempo en el extranjero, incluido en los Estados Unidos, y capaz de pasar de un entorno cultural a otro sintiéndose perfectamente cómodo en todos. Nacido en el 1885 en Amberes, este hijo de una gran familia burguesa flamenca se adhiere a la Jeune Garde Socialiste el primero mayo de 1902. Está entonces ideológicamente más cerca de Liebknecht que de Jaurès y reniega de Millerand. El joven De Man se arroja en cuerpo y alma en la acción socialista: sus estudios se resienten de su actividad militante y, en el 1905, su familia lo ve partir con placer a la universidad de Lipsia. Los años que siguen son decisivos para su formación intelectual. Incluso concluyendo brillantemente sus estudios en una gran universidad alemana, participa en el trastorno ideológico producido dentro de la socialdemocracia de ese país por la larga lucha contra el revisionismo. Después de una estancia en Inglaterra, que le reporta cierto respeto por la democracia burguesa, asume, a invitación de Émile Vandervelde, la estrella ascendente del socialismo belga, la dirección de la nueva Central de Educación Obrera. En agosto de 1914, participa, como intérprete, pero también como militante convencido, en la misión de Hermann Müller y de Camille Huysmans, quienes acudieron a París, en nombre de la Internacional, en un esfuerzo del última hora para evitar la guerra. Sin embargo, tres años después, el teniente de artillería de las trincheras De Man intenta, con Vandervelde y Brouckère, convencer el gobierno Kerenski de continuar la guerra. Inmediatamente después de su misión en Rusia, De Man es enviado por el Gobierno belga a los Estados Unidos: estas dos experiencias tendrán un papel importante en su evolución ideológica. Durante los años que preceden a la guerra, De Man contribuye a la cristalización del ala a izquierda marxista en Bélgica y es su líder valón. Aprende a reconocer la ortodoxia marxista de más estricta observancia, como la representada entonces por Kautsky. Sin embargo -y ésto tendrá importancia para su evolución ulterior- antes de convertirse en un "socialista científico", De Man atraviesa un período de socialismo ético [1] . Tras su estancia en Inglaterra, pública en el célebre órgano socialista alemán, el Leipziger Volkszeitung, una serie de artículos que Karl Radek define ya como el principio de una herejía [2] . Las primeras grietas en la ortodoxia marxista de Henri De Man aparecen incontestablemente antes de la guerra. Las rectificaciones y las modificaciones que se notan ya hacia 1910 echan las bases de un cambio continuo que se prolongará hasta el 1926 en que publica Au delà du marxisme. Ya en este período, De Man se plantea la naturaleza esquemática de la explicación marxista de las realidades sociales y culturales [3] . Durante la guerra y después del fin de las hostilidades, se interesa de nuevo por la psicología y se inicia en las nuevas tendencias de las escuelas psicoanalíticas. Pero, según su testimonio, no espera a 1918 para sacar como conclusión global que las causas inherentes a la naturaleza humana, basadas sobre el instinto pero ligeramente modificables por la costumbre y la educación, revisten un campo más extenso de lo que sostiene la filosofía marxista [4] . Así, cuando pública en 1926 su crítica global del marxismo, parte de la doctrina de las causas, es decir del problema de las motivaciones. Si la guerra ha podido afectar tan profundamente a Henri De Man, es porque se ha sumado -como escribe en aquel libro que considera como un fragmento de una autobiografía "espiritual"- "a una crisis intelectual que se extiende casi durante una veintena de años". Ya antes de la guerra, añade, “los ángulos más agudos de mi ortodoxia habían empezado a a tenuarse” [5] . La actitud está próxima de Sorel. Al igual que el autor de los Réflexions sur el violence, De Man pretende encaminarse por la vía del revisionismo bajo la experiencia de sus contactos con la práctica del movimiento obrero, sobre todo del movimiento sindical [6] ; “la evolución de los últimos diez años no ha hecho otra cosa que llevar al paroxismo una crisis que ya se había anunciado mucho antes” [7] . No se trata de minimizar el peso de la guerra, pero es necesario precisar que, de un lado, el marxismo posterior a 1918 presenta síntomas de crisis que no pueden ser únicamente explicados a través de las dificultades de adaptación a nuevas circunstancias, y que, por otro lado, si la guerra aceleró el proceso de revisión del marxismo, su influencia no es determinante si no en el caso de los no conformistas como Lagardelle, Hervé, De Man. Son los "izquierdistas" de lo anteguerra, los hombres que han quedado en los márgenes del movimiento y de los partidos socialistas organizados durante toda su carrera, o de los opositores natos como De Man, quienes resultan más duramente golpeados. Serán los contestatarios del socialismo, del comunismo y de los demás sectores de la izquierda quienes padecerán más duramente la crisis intelectual del socialismo. Por el contrario, los elementos más ortodoxos, los inmovilistas a ultranza, si lo preferimos, los que resisten mejor, porque rechazan la aventura. Sin embargo, en el caso de Henri De Man, el marxismo es cuestionado no sólo por la guerra, sino también por la experiencia alemana de los años 1920; para De Man, lejos del detener la decadencia del movimiento social demócrata, el marxismo lo ha favorecido con su materialismo [8] . Durante los primeros treinta años del siglo, el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) alemán desarrolla un papel determinante en la historia del socialismo europeo. La quiebra del socialismo de más allá de Rhin, el desbarajuste de lo internacional, colocan al marxismo en una nueva situación. Esta experiencia sobrecogedora amplía las franjas no conformistas que, ya desde antes del 1914, aparecieron sobre la superficie lisa de la ortodoxia. Efectivamente, la obra teórica de Henri De Man se instala sobre una revisión de los fundamentos filosóficos del marxismo que va más allá de la experiencia de la guerra. Es la esencia misma del sistema la que se cuestionan, y no solamente ciertos aspectos de su realidad. Inmediatamete después de la guerra, De Man se cuida de apuntar en directo las mismas reacciones, y el documento que produce entonces es de gran interés, a condición de tener en cuenta la situación emotiva del autor en el momento en que escribe. El resultado es un libro en inglés, The Remaking of a Mind, publicado en francés en forma más concisa, con el título La Leçon de la Guerre [9] De aquel "trágico examen" que fue "la prueba del fuego" bélica, De Man extrae una lección capital: el proletariado no es una fuerza revolucionaria, el socialismo no es una idea capaz de transformar el mundo porque no forma parte de aquellas verdades por las que uno se hace matar. Por el contrario, millones de seres humanos no habían dudado en arriesgar su vida y sacrificarla, no sólo en nombre de la nación, sino también por ideas de menor importancia. Para Henri De Man, es un hecho esencial, que las masas obreras inglesas, americanas y franceses habían hecho sacrificios mucho más considerables por ideas como la autonomía y la inviolabilidad de las naciones, la justicia en las relaciones entre Estados y el autogobierno de los pueblos, de los que hicieron antes, cuando sus intereses materiales de clase estuvieron en juego. Esto lleva a De Man a dos conclusiones capitales: los hechos económicos, por sí mismos, no pueden explicarnos la trama de toda la evolución histórica, y el socialismo no puede esperar realizarse independientemente del desarrollo de la democracia política. Escribirá: "No creo que, para llegar al socialismo, baste recurrir a los intereses de clase del proletariado industrial, despreciando el apoyo que puedan darnos algunos intereses e ideales comúnes a toda la nación y a toda la humanidad. No creo tampoco que la lucha de clase proletaria, que sigue siendo el principal medio de realización socialista, pueda tener éxito sin admitir algunas formas de colaboración de clase y partido" [10] . En el mismo orden de ideas, De Man declara estar convencido de que el socialismo no puede consistir en un simple secuestro de los grandes medios de producción por parte del Estado, sin en una transformación profunda de los procesos de gestión, sin el estímulo que constituyen para cada economía la competencia de las empresas autónomas y la remuneración integral del trabajo. Y concluye: Creo en un socialismo más póximo y más seguro, pero también más realista, más pragmático, más sintético, en una palabra más humano. [11] Perfectamente consciente del sentido profundo de sus críticas, el futuro presidente del Partido Obrero Belga acaba diciendo: "Para que no exista ningua duda sobre mi apostasía, yo la titularé: la revisión del marxismo" [12] . Esta revisión del marxismo comporta de un lado una adhesión absoluta a la democracia liberal, considerada como una condición sine qua non para la emancipación de la clase obrera y del repudio al marxismo, en el más puro estilo del socialismo nacional de finales del siglo XIX. El marxismo, explica, había recibido demasiado intensamente "la marca del socialismo alemán y ruso" [13] , dos países en los que la falta de instituciones democráticas influyó fuertemente en la mentalidad obrera. Además, la decadencia de la democracia burguesa, que renunció gradualmente a las tradiciones de los orígenes revolucionarios en la medida en que aumentó su miedo de la revolución obrera, no pudo hacer confundir su decadencia con la de los principios de los que se reclamaba [14] . El socialismo, según De Man, es inseparable de la democracia liberal. Efectivamente, se trata de un nuevo socialismo, íntimamente ligado no sólo al liberalismo en cuanto ideología -De Man habla con emoción de los "inmortales principios del 1789» [15] -, sino también al orden político y social presente. Al socialismo de revuelta le sucede un socialismo de aceptación: la legitimidad del orden burgués ya no se cuestiona realmente. La impresión general del lector de esta serie de artículos es que el nuevo socialismo se prepara, muy sencillamente, a tomar a su cargo el orden burgués, mejorándolo, modernizándolo, conformándolo con las necesidades de la época, pero sin una verdadera voluntad revolucionaria. El repliegue ocurre en dos tiempos. En un primer momento se realiza, en nombre de la libertad, la retirada del socialismo revolucionario sobre las posiciones más moderadas de la socialdemocracia, y en un segundo momento, cuando el marxismo esté bien enterrado, se entregarán los viejos principios liberales a favor de una economía directa en el cuadro de un Estado fuerte. Los principios de la propiedad privada y el beneficio como motor de la actividad económica serán conservados, pero cubiertos por un poder autoritario. Éste será el sentido de las tesis de Pontigny que completarán en 1934 el Plan del trabajo. Éste también será el sentido del neo-socialismo. El revisionismo del período de las entreguerras significa el final de la utopía socialista o bien, para utilizar la famosa terminología soreliana, el fin del mito revolucionario, ya que es justo éste lo que separará intensamente, a lo largo de los años Treinta, el socialismo del neo-socialismo, la ortodoxia del revisionismo: en nombre de las realidades -y el hecho nacional es la primera de todas- los hombres nuevos, retomando el camino de los socialistas nacionales de 1890, abandonan para siempre el sueño de una revolución proletaria. ¿Qué queda entonces del marxismo? Lo que, en el espíritu de Henri De Man, todavía da valor al marxismo, es la calidad de su método de búsqueda científica. Su valor, como el de cada instrumento, depende del modo en que se utiliza. El método en sí mismo, "está lejos de ser inservible": sin embargo, De Man piensa que para que continúe siendo útil, es necesario que sea revisado continuamente a la luz de los nuevos hecho [16] . Entonces, queriendo adecuar el sistema de las fórmulas marxistas a las nuevas condiciones, se percata que es necesario aportar cambios tan profundos como los que las ciencias naturales, por ejemplo, han tenido que aportar a las teorías de Darwin. Pero, de Marx queda lo que queda de Darwin: ante todo el gran mérito de haber introducido la idea de una evolución que obedezca a leyes científicas, tras lo cual suyace el mérito aún mayor de utilizar los hechos económicos para explicar las grandes fuerzas que generan el progreso histórico [17] . Sea como fuere, al final de la guerra, la concepción del marxismo, dice De Man, se ha desarrollado en un sentido más liberal y realista [18] . A partir de ahora estará íntimamente ligada a la democracia, concebida como una condición del socialismo. Cómo Déat, también De Man recurre a la herencia de aquellos socialistas como Jaurès, que no separaron nunca la causa de la libertad política de la emancipación económica y reclamaron para el proletariado la herencia de las grandes revoluciones “burguesas” [19] . Éstas son las reflexiones que le sugiere a Henri De Man el armisticio. Al regreso de su segunda estancia en los Estados Unidos, en otoño 1920, asume la dirección de la Escuela Obrera Superior. Permanece en el cargo menos de dos años. Los ejecutivos del partido aceptan sin añoranza ver alejar a este hombre conocido por su no conformismo doctrinario y por su valor personal, que pudo ser para ellos un competidor peligroso. Un conflicto permanente lo opone a la dirección de su partido; rechaza la alineación del socialismo belga con el revanchismo de Poincaré. En 1922, una vez más, De Man deja Bélgica y se establece en Alemania, dónde residirá diez años. De 1922 a 1926, enseña en la Acadernia del Trabajo de Francfort del Main. Escribe aquí su obra más importante y que tendrá un enorme eco: Zur Psychologie des Sozialismus. La obra será traducida a trece idiomas y hará de Henri De Man el teórico más controvertido de los años veinte [20] . Este libro tiene un objetivo fundamental: preconiza sencillamente "la liquidación del marxismo” [21] . Para enfatizar más su "oposición a los principios fundamentales de la doctrina marxista", De Man prefiere para su libro "la fórmula más allá del marxismo a todas las expresiones incisivas como la revisión, adaptación, reinterpretación, etcétera, qué aspiran a salvar el oro y el moro” [22] . Por otra parte, para desactivar las críticas de los que creen poder debilitar el alcance de sus tesis reconduciendo la discusión sobre el terreno de la crítica de los textos, subraya que la interpretación del pensamiento original de Marx le interesa bien poco y poco le importa lo que tal o cual palabra de Marx haya podido significar en un momento dado. Hoy lo que importa es no juzgar al "Marx difunto" sino "al socialismo viviente": De Man no trata de evitar las dificultades y pone los puntos sobre las íes. La crítica que hace es una crítica global no a la doctrina de Karl Marx [23] , sino a todo el conjunto de juicios de valor, de símbolos afectivos, de deseos colectivos, de principios, de programas y de métodos de acción que forman el marxismo y que siguen viviendo en el movimiento obrero [24] . Marx, dice De Man, ha formulado una doctrina sólo para poder actuar a través suyo; es preciso reconocer entonces que todo lo que no se encuentra dentro de su pensamiento en el marxismo, no ha tenido efecto [25] . Pero, continúa, "para poder decir después de Marx, tengo que decir antes contra Marx [26] , y, para vencer el error en el que se ha vuelto el marxismo, no se tiene que volver sobre él, sino superarlo” [27] . A fin de cuentas, De Man comprende muy bien que todo eso, un día, tendrá que conducir “una nueva síntesis” [28] . Au delà du marxisme fue, según una expresión del propio Henri De Man "un ajuste de cuentas" con su pasado marxista [29] . Un primer complemento a esta crítica del marxismo es una colección de textos -Le Socialisme Constructif [30] - introducidos en la relación presentada por el autor en la conferencia de Heppenheirn en 1928. Esta conferencia, en la que participaron muchos intelectuales relevantes de la época como Paul Tillich, Eduard Heimann, Adolf Lówe, Martin Buber y muchos otros que eran verdaderas referencias, intentó unirse a un socialismo caracterizado “por una preocupación más profunda de los valores espirituales” [31] . Henri De Man resume sus conclusiones en forma de tesis, las llamadas “tesis de Heppenheim”. Pero la obra a la que tiene más consideración, y cuya importancia en la historia de las ideas es próxima a la de Au delà du marxisme, es su última obra, Le Idée socialiste, una exposición positiva de su revisión del marxismo. Bajo muchos puntos de vista, es su obra más importante; en ella intenta solucionar los problemas planteados en Au delà du marxisme. Se trató, dirá, "de situar el socialismo en la evolución, no sólo de la economía o de las instituciones, sino de las ideas que hacen y deshacen la civilización” [32] . Esta obra fue una gran ambición basada en la voluntad de penetrar hasta la esencia de la idea socialista y situarla en un vasto abanico a la vez filosófico, psicológico e histórico. Au delà du marxisme es una crítica global del marxismo en la que De Man plantea el problema: establece que más allá de los intereses de clase, los movimientos y las instituciones, hay algo que está más intensamente arraigado en la personalidad humana, y que forma parte de la vida instintiva y emotiva incluso antes de pasar al estado de la conciencia. Por el contrario, Le Idée Socialiste ya es una respuesta a la pregunta planteada en el último capítulo de Au delà du marxisme: si el socialismo es diferente a un simple materialismo, si el socialismo significa una convicción que se basa en algunos juicios de valor, entonces ¿de dónde vienen, que son y hacia dónde conducen estos juicios de valor? [33] Si el sentido y el objetivo de Le Idée socialiste no difieren en absoluto del espíritu que presidió la elaboración de Au delà du marxisme, el estilo y el contexto son muy diferentes. Efectivamente, el último libro de Henri De Man ha sido escrito a la sombra del ascenso del nazismo, y el prefacio de la versión original está fechado en enero de 1933 [Hitler subió al poder el 30 de enero]. El libro se publica en Diederichs, Jena, en el momento de la derrota final de la izquierda alemana. Habiendo hecho el movimiento hitleriano del antimarxismo la consigna de su proselitismo, Henri De Man contesta con un desafío: “quien me obligase a elegir entre la etiqueta de marxista y la de no marxista, dando a la palabra marxismo el sentido que le dan los adversarios del movimiento obrero socialista, tendría de mí una respuesta que excluye la posibilidad de equivocación: sin ninguna duda, me cuento entre los marxistas más convencidos” [34] . El 10 de mayo de 1933, la obra será quemada en la Plaza del Ayuntamiento de Francfort. En el verano del 1940, después de siete años suplementarios de deslizamiento "más allá del marxismo", tal impulso de revuelta será impensable. El presidente del Partido Obrero Belga acogerá entonces con entusiasmo la conquista de Europa de parte de la Alemania nazi. 2. La filosofía del revisionismo La negación del marxismo de Henri De Man no pone en tela de juicio el lugar de Marx en el desarrollo de las ciencias sociales: si se quisiera borrar el nombre de Marx de su historia, estas tendrían un retraso de medio siglo, dice De Man [35] . No se trata siquiera de negar su contribución al análisis del capitalismo, pero si se quiere avanzar, hace falta aceptar la idea de Marx sobre la "relatividad" de las ideologías. Hace falta pues "superar el marxismo" [36] y, para liberarse, hace falta emanciparse no sólo de las conclusiones marxistas sino también del modo de pensar marxista [37] . Es por ello que el futuro presidente del POB ataca a las raíces mismas del sistema: "el determinismo económico y el racionalismo cientifista [38] . De cualquier forma, para él, cada verdad depende de su época. El marxismo, como cualquiera otro sistema de ideas, esuvo condicionado por las circunstancias de la época en la que nació. Habiendo cambiado completamente las circunstancias, la convicción según la cual el marxismo ha dejado de ser verdadero se ha convertido en un elemento de la verdad de nuestra época [39] . El punto de patida de esta crítica del marxismo es lo que Henri De Man llama "la teoría de los 'móviles' de Marx, la que hace derivar la acción social de las masas del conocimiento de sus intereses” [40] . Cada tesis económica y cada idea política o táctica de Marx, para De Man, descansa sobre la hipótesis de que los móviles de la voluntad humana son dictados en primer lugar del interés económico. Es propio de este “conocimiento de los intereses económicos como fundamento de la actividad social” [41] constituir la base de lo que De Man considera como la realización más importante y más original del marxismo: "Fundar una doctrina que atara en un único concepto la idea del socialismo y la de lucha de clase” [42] . Marx permite atacar los fundamentos jurídicos y morales del estado social actual partiendo de los "motivos de interés y potencia condicionados, para los obreros industriales, del entorno capitalista” [43] . He aquí porque el fundador del socialismo científico pudiera apelar a una nueva justificación del socialismo, echada el ancla, contrariamente al utopismo, a la observación causal de lo que es [44] . Al final, prsigue De Man, el hedonismo económico que está en la base de la noción marxista de clase, del interés de clase y de la lucha de clases, el determinismo que permite no interesarse en el proceso psicológico por el que las necesidades económicas se transforman en objetivos humanos [45] otorgan al marxismo su carácter “anético” [46] . Es en ésto donde reside, según el teórico belga, la debilidad del sistema. Para Marx, la idea misma del socialismo es "suscitada" por la lucha de clase, es decir por una consecuencia necesaria del capitalismo; ella no sería, pues, el postulado de un juicio de valor. El socialismo no se afirmará porque es justo, sino porque es necesario, porque será el resultado de la victoria necesaria del proletariado en su lucha de clase [47] . No se necesita así más que razones para justificar el socialismo; basta con el conocimiento de las causas. Y la gran pregunta, según De Man, es saber si el socialismo puede basarse en la teoría causal de Marx lo que quiere y lo que tiene que ser. Por su parte, la respuesta está clara: el socialismo no puede ser más que el resultado de decisiones morales que se apoyan sobre un fundamento anterior a cada experiencia histórica [48] . Incluso renegando del marxismo a causa de su carácter "mecánico", a causa de su automatismo, De Man reconoce “que el juicio ético existió en Marx, y que él, por así decirlo, solamente lo ha escondido” [49] . Según el autor belga, Marx se ha equivocado con este sistema de disimulo, ya que si hubiera formulado claramente los fundamentos éticos de su sistema, hubiera desbancado los fundamentos científicos, así las huellas del fundamento ético de su convicción sólo se encuentran en los escritos que tratan de los acontecimientos y de los problemas de la actualidad política. Éste era, por otra parte, una concesión de Marx a lo que consideró como la inmadurez de cuántos fundaron con él la Internacional, y a la presunta inmadurez presunta de muchas formas no marxistas del socialismo continental. Pero, De Man dice, que en las obras científicas en las que Marx desarrolló su doctrina sin fijarse en el efecto político inmediato, "hace falta casi investigar sus juicios de valor por medio del psicoanálisis" [50] . Si esto es lógico en Marx, si es posible, esto es debido al echo de que el autor de El Capital “ha recavado de su maestro Hegel la ceencia en la “astucia de la idea” [51] . A través de la búsqueda de la satisfacción e las necesidades creadas or el ambiente capitalista, traés de la lucha por lo interesesde clase, a través de la lucha por la plusvalía on los compradores de la fuerza de trabajo del obrero industrial, el proletariado se convierte en el instrumento de una fatalida, nacida dl capitalismo y causada por el desarrollo de las fuerzas productivas. La únca libertad eistente consiste en reconocer la necesidad de eta evolucón, sino, y aquí es De Man quien interviene, “la astucia de la idea” y es esta misma necesidad que, siguendo leyes férreas, dirige el progreso histórico hacia una desembocadura digna de ser perseguida en sí misma: la abolición de las clases, el fin de la explotación y de la opresión. Es pues así que actúa “la astucia de la idea”; a través de los intereses materiales, la lucha de interess y de poder, se realiza como necesidad natural [52] .
Tal fue, según De Man, el gran diseño de Marx. El padre del socialismo científico contemplaba un objetivo moral y su doctrina fue un intento genial para utilizar para este fin los esfuerzos dirigidos por el capitalismo hacia valores materiales. En la época heroica del socialismo, dice De Man, fue una idea fecunda y fácilmente concebible, en razón de que "los motivos de los combatientes fueron morales. Sólo los partisanos entusiastas de un ideal escatológico de justicia tuvieron entonces el espíritu de sacrificio necesario por la más pequeña lucha en favor de los objetivos materiales más inmediatos” [53] . He aquí porque se pudo encarnar entonces el objetivo ideal en los medios materiales: para el socialista que se batió en las barricadas, que conspiró o que hizo sacrificios y se arriesgó al martirio participando sencillamente en la lucha por el poder político, el objetivo y su medio fueron idénticos. Era entonces al mismo tiempo posible y lógico hacer tomar al socialismo la simple forma de una lucha por los intereses de clase sabiendo que no se trata de hecho qué de un expediente histórico. Sólo que el marxismo, que “había contado con la astucia de la idea, fue, por su parte, víctima de la astucia del interés” [54] : convertido en un movimiento de masa conducido por una clase de profesionales, fraccionado en partidos nacionales cada uno de los cuales defendía los intereses de su propia clientela, el movimiento socialista entró en una fase en que los medios se volvieron cada vez más los objetivos en sí. Fue el triunfo del oportunismo, que amenazó, en el espíritu de Henri De Man, con transformar la conquista de las instituciones de la sociedad burguesa en una conquista de parte de estas instituciones. Es un estado de cosas que Marx no pudo prever, tal como no pudo adelantar el proceso de aburguesamiento del proletariado. No pudo prever, con precisión, que, llegado a la edad madura, el marxismo habría desembocado en el "reformismo oportunista y el aburguesamiento de la cultura” [55] . De la misma forma que no pudo saber que su determinismo habría servido el "conservadurismo burocrático", que habría justificado ante todo la resistencia de los profesionales de la política contra todas las tendencias innovadoras dentro del movimento [56] . En la misma medida, De Man continúa, la teoría de la plusvalía demuestra lo vano que es querer compender la realidad social sirviéndose de incluso categorías económicas [57] . La conclusión está implícita: el mundo moderno no necesita de un socialismo zurcido y reformado, sino de un socialismo totalmente nuevo, un socialismo que pueda "liberarnos de esta dependencia del hombre hacia sus medios técnicos y económicos de vita” [58] , un socialismo que "renuncie a la posición marxista fundamental de la determinación de todas las ideologías por parte de la clase a la que se pertenece" [59] , un socialismo qu deje de ablar de las causas para iterroarse sobre los jucios de valor" [60] . Este nuevo socialismo puede asumir la forma de una "conciliación entre marxismo y socialismo ético” [61] ; hace falta conservar "lo que queda vivo del anticapitalismo marxista” [62] , sin olvidar que el socialismo es mucho más que el anticapitalismo ya que en cada socialismo hay "un impulso –el esfuerzo hacia un orden social justo y equitativo– que es eterno" [63] que es partícipe tanto de la mentalidad socialista como de los recursos espirituales de la burguesía en sus orígenes. No se puede designar este impulso, dice De Man, con una expresión mejor de “humanismo” [64] . Por esto el socialismo es definido por De Man coo una "manifestación, variable según las épocas, de una aspiración eterna hacia un orden social conforme con nuestro sentido moral” [65] . De Man recupera a menudo esta definición, completándola a su vez. El socialismo, dice en otro lugar, siempre está justificado [...] por normas morales para las que se reclama una validez universal. [...] Cada socialismo es una moral superpuesta a las cosas sociales, en el que los principios morales están, más o menos, expresamente marcados al estado de las creencias en la civilización de la época" [66] . O también, el socialismo es "la subordinación de los impulsos egoístas a los altruistas" [67] . Y, finalmente: "En el origen de cada concepción socialista existe un juicio moral nacido de la fe" [68] . Ésto hace que se trata de un “modo de pensar y de sentir tan antiguo y tan difuso como el pensamiento político mismo” [69] . Es así como se expresa entre las dos guerras la revuelta idealista dentro del socialismo europeo, y es entonces cuando nace un socialismo totalmente liberado del marxismo. Considerado como totalmente independiente de su momento histórico, de las fuerzas económicas y de las estructuras sociales, concebido por consiguiente como independiente del capitalismo, el socialismo aparece como "una corriente profunda, potente y eterna" [70] cuya historia "empieza por lo menos con Platón, los Esenios y las primeras comunidades cristianas" [71] . Esta historia continúa con los movimientos populares comunistas de la Edad Media y de la Reforma, pasa por las utopías del Renacimiento, de los siglos XVIII y XIX, para llegar a los movimientos de masa del siglo XX [72] . Es importante subrayar aquí que la noción de socialismo ético, de socialismo "eterno", es muy difusa entre el 1920 y el 1935. De Man no pudo ignorar a Spengler: el historiador alemán que, al día siguiente de acabar la Gran Guerra, anunciaba: "Todos somos socialistas, lo sepamos o no, lo queramos o no. Incluso la resistencia al socialismo tiene el molde socialista" [73] . El socialismo de que habla Spengler es "el socialismo ético", es decir "lo máximo, accesible en general, de un sentimiento de la vida vista bajo el aspecto del finalidad” [74] . Precisando su pensamiento, escribe poco más adelante: "EI socialismo ético no es -a pesar de las ilusiones que puedan aparecer inicialmente- un sistema de compasión, humanidad, paz y de rapidez, sino de la voluntad de potenza” [75] . Este socialismo que, preparado por Fichte, Hegel, Humboldt, tuvo "su tiempo de grandeza apasionada hacia mediados del siglo XIX”, ha llegado a su término en el siglo XX: es entonces cuando a "una filosofía ética" se ha superpuesto "una práctica diaria de las cuestiones” [76] . De Man se implica en esta misma calle y, como conclusión, reprocha al marxismo de esta situación. Su lucha por un socialismo ético, en nombre del socialismo de siempre, no es finalmente sólo una lucha contra el marxismo, sino también un esfuerzo por reemplazar el marxismo con otro socialismo. En nombre de un socialismo ético el futuro presidente del Partido Obrero Belga inicia el proceso de deslizamiento hacia derecha que lo conducirá, algunos años más tarde, a saludar los éxitos nazis: fue indudablemente la más bonita victoria nunca indicada sobre el materialismo. Otro ejemplo conmovedor es el caso de Arturo Labriola. Es en La Avanguardia Socialista donde se forja, en los primeros años del siglo, la violenta oposición al reformismo de Turati, que precede en una generación la lucha de Henri De Man contra Vandervelde o el asalto de Déat contra el viejo SFIO de Léon Blum. Veinte años más tarde, después de haberse adherido durante la guerra, como De Man y Déat, al nacionalismo militante, y en la vigilia del retorno a Italia mussoliniana en señal de solidaridad con su país partido a la conquista de Abisinia, Labriola, entonces desterrado en París, reconocerá el carácter muy particular del sindicalismo revolucionario italiano. "Nosotros consideramos el socialismo como un instrumento de la transformación del país, más que como un objetivo válido por sí mismo” [77] escribe, precisando que: "Nuestro punto de vista fue estrechamente italiano; quizás también un poco nazionalista [78] . En el 1932, Labriola publica en la Librería Valois otro libro de título sugestivo: Au delà du capitalisme et du socialisme. Plantes la doctrina del socialismo eterno: "Todas las sociedades que la historia ha conocido o han sido el teatro de manifestaciones del socialismo» [79] . Del mundo antiguo a Moro y Timbre, hasta el socialismo moderno, se constata "en el desarrollo del pensamiento socialista [una] continuidad que no tenemos derecho a rechazar" [80] . Así pues "el socialismo es viejo": es "viejo como doctrina, es viejo, terriblemente viejo como estado de ánimo; es viejo como aspiracións" [81] pero además parece "que una relación entre capitalismo y socialismo no haya existido nunca" [82] . Por ello "el socialismo, en sus ideales, en su movimiento y en su política, no es un producto del fenómeno capitalista, todo el problema del significado del socialismo es puesto de nuevo sobre el tapete" [83] . Existe toda una corriente en el socialismo de los años treinta, que admite la posibilidad de existencia de un socialismo sin Marx, un socialismo sin capitalismo, un socialismo independiente de cualquier consideración de clase, un socialismo que no quiera ser más que la aspiración "hacia una sociedad justa, una sociedad fraterna" [84] . Resulta, entonces, que también en otras clases sociales puede hacerse sentir la necesidad de adoptar el socialismo o que, al revés, el proletariado pueda, en una situación dada, abandonar el socialismo. Para De Man -el representante más importante de esta escuela- el valor del marxismo reside mucho más en su contribución a nuestro conocimiento del capitalismo que en lo que haya podido aportar realmente al socialismo [85] ; por el socialismo no es, "si queremos hablar apropiadamente, un producto del capitalismo", sino mucho más una "disposición humana", caracterizada por "una cierta idea fija del sentido de los valores jurídicos y morales", que se puede comprender sólo remontando a la experiencia social del régimen feudal y al artesanado, a la moral del cristianismo y a los principios de la democracia [86] . No se trata, pues, de un problema de sueldos o distribución de la plusvalía, sino de un amplio conjunto de razones que producen "un complejo de inferioridad social" y qué ponen un problema de cultura [87] . El móvil esencial del movimiento obrero, dice De Man, es el instinto de “autorestima”, es “una cuestión de dignidad al menos tanto como es una cuestión de interesse” [88] . En el espíritu de Henri De Man, lo que determinante no es el hecho de vender la misma fuerza de trabajo sino las condiciones sociales especificaciones en que esta venta se realiza: la falta de propiedad y proyección social, la inestabilidad del modo de vida, la inseguridad del empleo, el trabajo sin alegría, el estado de dependencia respecto a los patronos [89] . En otras palabras, en el momento mismo en que se llegan a establecer condiciones de vida, un régimen económico y de las relaciones sociales que aseguran al proletariado y a todos los trabajadores la propiedad, la estabilidad, la seguridad del empleo y la dignidad, el socialismo, tal como es entendido por los militantes de los partidos asociados a lo internacional, ya no tiene razón de ser. La cosa es tan evidente que el autor de Au delà du marxisme define el socialismo "como el producto de una voluntad personal, inspirada por el sentimiento del bien y el diritto” [90] : el socialismo "existió antes del movimiento a obrero e incluso antes de la clase obrera” [91] , y no nace “de una lucha de clases victoriosa” [92] . El pensamiento socialista como cada sistema de pensamiento, toman su origen, según De Man, en una cantidad casi infinita de reacciones emotivas diferentes de origen intelectual, ética y estética: "Las ideas", dice, "son la obra de la personalidad y no el resultado de un paralelograma de fuerzas sociales...” [93] . Desde el momento en que su reflexión alcanza la madurez, ella toma la vía que se convirtió en clásica desde el final del siglo XIX, la que concibe el socialismo como algo que no implica ningún tipo de cambio estructural en las relaciones económicas y sociales, y cuyo objetivo no es la revolución sino una "sociedad fraterna", un orden social basado en los "instintos altruistas" del “hombre real” [94] . La idea según la cual "el concepto de explotación es ético y no economico” [95] desarrolla un papel capital en el avance de la filosofía fascista después de la Primera Guerra Mundial. Esta idea está en la base de la negación de las "concepciones mecánicas y materialísticas que han obstaculizado", en el proletariado, "el desarrollo ético del sentimiento de solidaridad” [96] . De Man considera histórica y psicológicamente insostenible, y también prácticamente nociva, una doctrina que trata de basar la solidaridad obrera en el interés de classe [97] : el interés de clase no "crea móviles éticos” [98] y el socialismo no puede combatir el egoísmo burgués mediante el materialismo y el hedonismo obreros [99] . Ya que, en último análisis, el socialismo por De Man "es una creencia, una pasión” [100] y no una ciencia "el socialismo científico es tan absurdo como el amor científico” [101] y la ciencia social no puede conocer el futuro ya que no "necesita conocerlo más allá del alcance del acto presente” [102] . Por eso dice -y parece tener bajo los ojos un texto de Sorel- "bata con que el socialismo crea en su futuro” [103] . Hallamos la misma actitud que tuvo en el momento en que elaboró Réflexions sur la violence: el socialismo no puede ser una acumulación de nociones abstractas, o una simple deducción lógica de la actual evolución de la economía. Esta deducción “no le otorgaría alguna imagen” [104] , cuando es precisamente esta facultad de formar una imagen lo que permite edificar la visión del futuro socialista [105] . De Man es perfectamente consciente de que se trata, a fuerza de ser sinceros, de un mito soreliano [106] . De la misma forma que la idea de la huelga general no es sino un mito que simboliza la catástrofe del capitalismo, las nociones fundamentales del socialismo llamado "científico", la revolución social, la dictadura del proletariado, no son más que simples mitos, símbolos de una creencia [107] que responden precisamente a lo que constituye el elemento fundamental de la política: "la necesidad de crear masas" [108] . La revisión del marxismo desarrollada por el teórico del sindicalismo revolucionario contiene en germen la que emprende, una generación después, el líder socialista belga. Leído detenidamente el capítulo 4, central de Réflexions sur el violence, anuncia ya en muchos puntos lo esencial de las ideas expresadas en la obra de Henri De Man. Sorel es, en efecto, el primero que emprende una verdadera revisión del marxismo que interesa a las bases mismas del sistema y que asume llamarse así. El procedimiento de Henri De Man está mucho cerca del del autor francés de su escuela, tanto a nivel de teoría como de la acción política. En los hechos, los sindicalistas revolucionarios de Francia e Italia trazaron muy exactamente la ruta sobre que De Man se encaminó. Los fenómenos considerados por la crítica de Henri De Man -el determinismo, el oportunismo, el reformismo, la burocratización, el aburguesamiento, el verbalismo utópico, la ignorancia de valores humanistas [109] - son precisamente los mismos contra los que los rebeldes del principio del siglo se lanzan. También su crítica ha sido una crítica funcional formulada a partir de su empeño socialista, y también ellos han llegado a la conclusión que es precisamente la doctrina quien tiene la responsabilidad de estos errores. Sorel, Michels, Lagardelle, Arturo Labriola, antes de De Man, ataron la decadencia de los movimientos políticos de izquierda a su doctrina. Sorel y De Man, cada uno en su tiempo y en su lugar, se revuelven contra la forma caricaturesca del guesdismo y el kautskysmo, que debieron bajo muchos puntos de vista modelar el marxismo en sus concepciones mecánicas y estrechamente economicistas, y al mismo tiempo cubrir una práctica política oportunista. Ambos se oponen al desarrollo del socialismo hacia una social democracia burocraticizada, sin alma y sin altura; no tienen peor enemigo que el político degenerado, la política de los aparatos, de los funcionarios de partido, de las luchas electorales y de los certámenes parlamentarios. Pero si Sorel logra alejarse todo lo que pudiera tener que ver con la política, De Man aceptará finalmente ser ministro a la edad de cincuenta años, pero sin haber sido nunca parlamentario. Su lucha contra un marxismo pasmado, almidonado por viejas fórmulas, no es sino un aspecto del renacimiento del socialismo, que sigue siendo el gran objetivo de toda la acción de De Man. Pero el verdadero rasgo de conjunción entre el pensamiento de Georges Sorel y el de Henri De Man es esa forma de revisionismo que consiste en vaciar el marxismo de su contenido materialísta, determinista y reemplazarlo con muchas formas de volontarismo y vitalismo. Sorel fue el primero en querer corregir el marxismo insertando dentro de un sistema concebido fundamentalmente como mecánico y racionalista, una visión del mundo volontarista y una explicación nueva de la naturaleza humana. Las fuerzas profundas son, según Sorel, las del inconsciente, y la humanidad procede a fuerza de mitos e imágenes" [110] . Tal como hizo Sorel hizo pasar la psicología de Gustav Le Bon en sus Réflexions sur la violence, De Man le recurre a Freud: "La raíz de nuestros actos reside en nuestros instintos", De Man escribe [111] , recuperando una fórmula que, una generación anterior, había ilustrado Barrès. Se hace simplementeeco de los hombres a caballo entre dos siglos: "En el origen de la formación de la idea se encuentra una corriente emocional y afectiva... » [112] . Según experimentó Vacher De Lapouge, el darwinista social que también fue socialista: La conciencia moral [...] es un impulso del subconsciente. Reside en el sentimiento de solidaridad con la especie, que está mucho más intensamente arraigado en nuestra organización física que el instinto gregario o el instinto materno lo están en los animales [113] . Sin embargo, De Man añade a su análisis una ulterior dimensión, que la generación del 1890 ignoró: las mismas ciencias experimentales, qué dan prueba de la dependencia de nuestra vida espiritual y de los procesos de la conciencia de los instintos, ponen en evidencia el hecho de que las fuerzas más potentes del hombre son los instintos morales. Es por ello que en el subconsciente del hombre vive una necesidad invencible de consideración y consideración de si mismo [114] : Según el autor belga, la psicología permite llegar a un socialismo fundamentado sobre realmente bases científicas. Así la psicología corrige, completamente en ocasiones, vaciándolo de su contenido materialista, tomando el lugar del marxismo. En la psicología, De Man ha encontrado por fin un método que pudiera oponer con éxito al materialismo histórico. Efectivamente, según De Man, la psicología facilita otra concepción del hombre, engendra una verdadera revolución cultural e ideológica. Freud desarrolla un papel cuya importancia puede ser sólo comparada a la desarrollada por Marx y los puntos de contacto entre la nueva psicología y el socialismo se manifiestan en el hecho de "que esta psicología, con la individualización del hombre, ha superado al mismo tiempo la materialización” [115] . De Freud recupera el mecanismo del complejo, de Adler hereda dos ideas: la importancia de la comunidad humana mediante la edificación de los valores que el hombre necesita, pero sobre todo la influencia del sentimiento de inferioridad [116] . En efecto, De Man escribe, el descontento crónico de la clase obrera [...] no es más que un aspecto particular de un vasto de causas que engendran un complejo de inferioridad social. [...] Situar el problema en estos términos, quiere decir darse cuenta de como el móvil esencial del movimiento obrero es el instinto de autoestima; o, para decirlo en términos prosaicos, es una cuestión de dignidad no mens que una cuestión de intereses [117] . Una decena de años después, haciendo balance de su acción, es consciente de haber descubierto en la psicología un método "que hace descender el ideal consciente del móvil subconsciente, la doctrina de la voluntad, el objetivo del movimiento y la idea del sufrimiento" [118] . Aunque se acepta la idea según la cual el empleo de la psicología social por parte de De Man es de inspiración ética [119] , aunque sea su inspiración moral la que le lleva a este tipo de análisis y conclusiones, no existen dudas que se trata en él de un proceso que contribuye fuertemente a la cristalización de la ideología fascista: hacer emanar "la doctrina de la voluntad" y "el objetivo del movimiento" representa exactamente el sentido de la revolución intelectual simbolizado por el fascismo. Escribiendo Au delà du marxisme, De Man es perfectamente consciente que el método "que busca tras los móviles del interés económico, las causas psicológicas más profundas que los inspiran [...] no sólo la interpretación marxista del movimiento obrero, sino también la interpretación marxista de la economía politica» [120] . Tocamos aquí el problema cardenal: al marxismo, a este "hijo del siglo" XIX, portador del principio de la "causalidad mecánica" [121] , De Man opone el "volontarismo sindical" [122] ; frente a un sistema caracterizado "por las expresiones: determinismo, mecanicismo, historicismo, nacionalismo y hedonismo económico" [123] presenta como solución sustitutiva una "ciencia socialista" qué define como "pragmática, volontarista, pluralista e institucionalista" [124] . Ésto implica, y De Man no olvida de subrayarlo, una concepción que le remonta a Proudhon el cual, según él, fue en realidad mucho más proletario en su concepción de la revolución de lo que fuera el marxismo. Para este último, dice el autor belga, la lucha de clase del proletariano no es, a fin de cuentas más que la realización de una idea reconocida por intelectuales a priori. "Para el proudhonismo, el movimiento es el la fuente de una creación constante de ideas a posteriori", y su concepción de la revolución se basa sobre el «acción directa" de los obreros en el campo de la actividad económica y social [125] . De Man se refiere a menudo a Proudhon para subrayar todo lo que el socialismo debe a la bestia negra de Marx [126] . Cómo Sorel, como todos los maurrassianos sociales, como todos los socialistas que se deslizaron hacia el fascismo, aprecia su "socialismo con el sabor de la terra” [127] . No se trata de que el procedimiento de Henri De Man esté una vez más próximo al ilustrado por Sorel. El principio de la revisión del marxismo mediante la introducción de elementos volontaristas, vitalistas, antimaterialístas, conducen a los mismos resultados. A fin de cuentas, se consigue una ideología que se considera incluso socialista, pero cuyo sentido cambia muy intensamente. "Lo que hay de esencial en el socialismo, es la lucha por él" [128] , escribe el autor de Au delà du marxisme [129] . Lo que cuenta realmente en el socialismo es el movimiento, y si se quiere andar adelante verdaderamente, hace falta "decir sencillamente: en el principio fue la acción" [130] . Es necesario también, por última vez, no olvidar con "la teoría de la superestructura", o suposición de que las ideas 'reflejan' sencillamente intereses" [131] , hace falta decir en voz alta que "el placer egoísta separa a los hombres y el sacrificio los une" [132] y que, finalmente, "el objetivo de nuestra existencia no es paradisíaco pero heroico" [133] . Ningún ideólogo fascista ha dicho mejor. El problema de la "alegría" del trabajo ocupa en la obra de Henri De Man un puesto importante. Según De Man, el hecho de que en este momento las funciones más importantes de la producción sean confiadas a seres que no eperimentan con ello ninguna satisfacción, hace presagiar un peligro extremadamente grave para la civilización [134] . Es, en su espíritu, "un motivo de descontento tan importante como el empobrecimiento problemático de sus recursos" [135] . En la práctica cree infinitamente más importantes los problemas de satisfacción personal, de "dignidad humana", de "capacidad profesional" [136] que los relacionados con la propiedad de los medios de producción o la distribución de la riqueza. Los problemas psicológicos, afectivos y emocionales, toman siempre la ventaja sobre los económicos: la estética ocupa en la vida de los hombres un lugar al menos tan importante como la economía. Se puede así, satisfacer las necesidades psicológicas de los trabajadores, para eludir abordar los problemas estructurales: tal es la idea esencial implícita en este análisis. De la misma forma, la aspiración primaria del hombre, dice De Man, lo empuja a expresar en su trabajo los valores del alma más personal. Así que, para el líder socialista belga, tudos los problemas sociales de la historia "no son más que los diversos aspectos del problema social eterno, que los supera y los resume todo en último análisis: ¿cómo puede encontrar el ser humano la felicidad, no solamente por el trabajo sino también en el trabajo?" [137] . La revisión del marxismo asume en tal modo todo su sentido: converge, sin grandes dificultades, con la visión del mundo propia del fascismo. Otros elementos se suman para percibir como más natural aún la inclinación del revisionismo de Henri De Man hacia el fascismo. "Las motivaciones de las masas son esencialmente de orden emotivo", dice recuperando la vieja fórmula de Gustave Le Bon [138] . He aquí porque, como “las ovejas de Panurgo”, las masas siempre "sentirán la necesidad de seguir las huellas de un jefe, que representa a sus ojos todo lo que hubieran querido ser" [139] . El proceso de identificación del propio yo con un yo ideal está en la naturaleza de las cosas, tal como la diferencia social entre los jefes y las masas. Es pues pura ficción ver en los jefes de un partido socialista a simples representantes de la voluntad de sus miembros [140] . De ello se desprende que cada sociedad, independientemente de sus estructuras y de su organización, necesita jefes. Una sociedad socialista no será diferente, tendrá su jerarquía, sus hombres fuertes y sus desigualdades naturales. En cierto sentido, De Man recupera el papel que tuvieron a principios de siglo Pareto, Mosca o Michels: fundadores de las ciencias sociales que huvieron erosionado profundamente las bases de la democracia parlamentaria, el autor belga cuestiona la posibilidad de existencia de una sociedad socialista en que las relaciones entre los hombres sean diferentes de los que prevalecen en la sociedad capitalista. La importancia esencial que De Man concede a los factores psicológicos, a las motivaciones individuales, a todo lo que hay de inmutable en la naturaleza humana, disminuye considerablemente las diferencias entre una sociedad socialista y una sociedad no socialista. Lo mismo ocurre con el concepto de igualdad: "el deseo de igualdad y la necesidad de desigualdad, lejos del excluirse, se condicionan mutualmente" [141] . De la misma forma que hay un "deseo de igualdad", hay también "la necesidad de desigualdad" [142] , y lo que empuja a las masas con más fuerza hacia el socialismo, es la "necesidad instintiva e inmediata de las clases inferiores de disminuir la desigualdad social". Esta "reivindicación socialista de igualdad" es "Ia representación compensatoria de un complejo de inferioridad" inherente a la condición obrera [143] como el producto del “instinto de autoestima” del hombre occidental [144] . Sin embargo, sus instintos sociales exigen al mismo tiempo, según De Man, que cada sociedad "tenga" una clase superior qué pueda dar el ejemplo de un estado deseable: es por esta razón psicológica que ninguna sociedad es posible sin "aristocracia" [145] . Esta aristocracia puede asumir formas muy diferentes: el gentilhombre europeo o el viejo mandarinato de la antigua China, o incluso el dirigente comunista soviético, no son más que espectos diferentes del mismo fenómeno" [146] . En último análisis, "la inferioridad social de las clases trabajadoras" no se basa ni sobre una falta de igualdad política, ni sobre las estructuras económicas existentes, sino sobre un estado "psicológico" qué proviene de un sentimiento crónico de inseguridad y, sobre todo, de su creencia en esta inferioridad [147] . Por otra parte, se pone cada vez más de manifiesto que incluso conduciendo una lucha de intereses contra la burguesía, los obreros consideran la existencia burguesa como envidiable y deseable, y cada vez, se parecen más parecidos a sus avversarios [148] . He aquí porque no existe una cultura proletaria. Esta no es más que una reivindicación, producto de la hostilidad contra la cultura burguesa que caracteriza el socialismo de los intelectuales, pero que no interesa a los obreros. El modo de vida de la burguesía ejerce gran influencia sobre el proletariado: el deseo de ser decorosos también determina la aceptación de parte del mundo obrero de las normas morales de las clases privilegiadas [149] . La especificidad proletaria no es más que una ilusión, una invención de los teóricos: ¿no es el marxismo mismo quizás la creación de un "ratón de biblioteca, extraño a las cosas de la vida práctica y sobre todo de la vida obrera?" [150] . El marxismo para De Man no es otra cosa que la democracia fue por Maurras: apenas una nube. Un élitismo muy pronunciado constituye así uno de los aspectos esenciales de esta revisión del marxismo: De Man tiene horror de la burguesía –llega hasta afirmar que la atmósfera de la sociedad burguesa se "ha vuelto irrespirable" para él [151] - pero sabe que, en algunos campos, la formación del gusto por ejemplo, no son cosa de costumbres individuales, "sino de un ascenso para las generaciones en el curso de la cual se hereda una cultura tal como una propiedad" [152] . Alexis de Tocqueville no lo hubiera dicho de otra manera, pero el autor de La Democracia en América no tuvo el pretensión de ser socialista. Es cierto que Michels, por su parte, también profesó las mismas ideas que Mosca y Pareto. Cuando tal forma de élitismo viene a sumarse a una negación más radical del parlamentarismo como de los valores burgueses y al desprecio de las costumbres en régimen de sufragio universal, nadie puede dudar del resultado de todo ello. Esta conclusión es tanto más clara si se considera que, en el espíritu del autor de Le Idée socialiste, el proletariado moderno ya no vive más, desde hace mucho tiempo, en la realidad que conocieron los hombres del 1848. Hoy, organizados en sindicados, gozando de sufragio universal, de la instrucción obligatoria, de una vasta legislación social, los obreros, tienen poco que er con la la ilusión marxista según la cual "tendrían que perder muchas cosas que representan para ellos una pequeña parte de patria" [153] . Ante todo, los obreros han adquirido influencia sobre el Estado y, lo que es aún más importante, "su influencia se confunde cada vez más con la consideración del Estado mismo" [154] . Efectivamente, a la clase a obrera le corresponde, frente a los grandes monopolios industriales y financieros, frente a la Bolsa y a los Institutos de crédito, ser el verdadero sostén del Estado. Aquí el líder socialista belga llega una vez más a otra conclusión de gran importancia: "Contra más se vuelve el socialismo el vehículo de la idea de Estado, tanto más se vuelve también el vehículo de la idea de nación que se encarna en el Estado" [155] . Así se encuentra abierta el vía hacia una nueva forma de socialismo. Esta nueva concepción de socialismo puede desembocar en la socialdemocracia, o incluso en el laborismo, pero también puede conducir a una fórmula, el socialismo nacional. La cosa es tanto más fácil en cuanto De Man insiste en que, en el mundo moderno, "no todos los intereses de los obreros se oponen a los de los propietarios” [156] : existe una solidaridad de intereses entre el obrero y el empresario, y la suerte de ambos depende de la política llevada adelante por sus jefes políticos y militares, de la coyuntura internacional o de la competencia extranjera [157] . Por otra parte, a medida que a la clase obrera "crece en potencia y asume más responsabilidades" [158] , se encuentra cada vez más arrastrada por los conflictos entre Estados. De este modo, De Man dice, "los obreros de países diferentes se convierten en concurrentes sobre el mismo espacio de los intereses económicos inmediatos, en lugar de verse cada vez más unidos como consecuencia de la continua expansión de la economía capitalista mundial" [159] . El capitalismo, pues, no desarrolla el papel que le fue asignado por Marx, y el mundo no reviste aquella forma simple que el padre del socialismo científico previó. El internacionalismo apenas se queda en una vana palabra, ni la depauperación ni la polarización social se producen, y la clase media no ha sido rechazada hacie el proletariado por la concentración capitalista. La estructura social del campesinado ha seguido siendo sencialmente la que fue siempre, la ascensión de la nueva clase media ha compensado la decadencia de la vieja clase media de la época precapitalista. Cuantitativamente, los artesanos y los comerciantes autónomos han sido reemplazados por los empleados, los funcionarios y los profesionales librerales. De Man enseña que la decadencia social de estos medios se realiza de modo colectivo y no individual. La pérdida de independencia social golpea todas las clases: los campesinos con la deuda, la nueva clase mediana ciudadana con la creciente incertidumbre causada por la disminución de las posibilidades de trabajo, la vieja clase mediana con la reducción de los capitales y las grandes rentas [160] . En esto consiste el problema nuevo al que De Man se dedica. Es extremadamente consciente de la diversidad de las clases y de los grupos en la sociedad moderna, del pluralismo de los intereses que no se dejan reducir a la dicotomía marxista tradicional. Para él, el gran problema de los años Treinta es el peligro de proletarización que amenaza a las clases medianas, ya sea a las ciudadanas o a las campesinas y a su revuelta contra una eventual proletarización. Esta revuelta se expresa "de un lado por sentimientos anticapitalistas, del otro por sentimientos antiproletarios” [161] . Aquí se encuentra, según él, la llave psicológica de la respuesta a la proletarización creciente, que está construida ya sea de odio al capital, como de odio del socialismo proletario [162] . Puesto que el socialismo reformista, tal como fue presentado entonces, no tiene casi nada esencial proponer y el comunismo es para ellas un espantajo, las clases medianas se orientan hacie el fascismo [163] He aquí, pues, tal como él la concibe, la nueva situación que hace falta afrontar: De Man propondrá, pues, una tercera vía entre el socialismo ortodoxo, que excluye las clases medianas y el fascismo hacia las que se deslizan. Esta tercera vía aspira como principio a proveer, gracias a un plan de acción, una respuesta al desafío que la crisis europea plantea: crisis del sistema económico, crisis del régimen político, crisis de sociedad. Esta respuesta será el planismo, el famoso "Plano De Man" seguido por ejemplos parecidos en Francia. Pero el planismo irá mucho más allá de presentar una solución ad hoc en relación a un problema definido, ya que, en la prática, esto constituiría una dimensión del revisionismo. Ahora, el revisionismo de Henri De Man, seguido por el de Marcel Déat, constituye, para el pensamiento socialista de la época, el intento inconformista más profundo en el período entre las dos guerras. Se trata de una experiencia original, de gran importancia sobre el plano de la teoría política. Efectivamente, con respecto al socialismo democrático, parlamentario, respetuoso con las reglas del juego y el sufragio universal de un lado, y con respecto al liberalismo del otro, esta experiencia propondrá una tercera solución -un socialismo por todas las clases reunidas- fundada al mismo tiempo en el antimarxismo, en la negación del capitalismo y en la integración del proletariado en la comunidad nacional. Ciertamente, el planismo en sí puede alimentar cualquiera ideología política que no se refiera específicamente al liberalismo más extremo e, intrínsecamente, no hay ninguna razón por que tenga que conducir al fascismo. Será así, en particular, después de la segunda guerra mundial; pero en los años Treinta, cuando se presenta como una alternativa al socialismo democrático y al liberalismo, integrando al mismo tiempo al corporativismo y al autoritarismo político, el planismo contribuye fuertemente a alimentar la mentalidad fascista.
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