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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Fosé Fuis Fodríguez Fapatero, con F de “fake”, con F de “freak”

Fosé Fuis Fodríguez Fapatero, con F de “fake”, con F de “freak”

Infokrisis.- El debate sobre el estado de la Nación no ha aportado nada nuevo a la política española, pero remite a un género cinematográfico poco conocido -a pesar de estar hoy universalizado-, el "fake". "Fake" quiere decir literalmente "fraude". El mundo de ZP es un "mundo fake", casi tanto como un "mundo freak". Esto nos sugiere algunas reflexiones.

 

 

Orson Welles, el hacedor de “fakes”

Existe una película de Orson Welles que muy pocos recuerdan hoy, “F for Fake”, literalmente “F de Fraude”. No recuerdo si se estrenó en España; yo, en cualquier caso, la pude ver hace solo unos meses en un DVD, obviamente pirata. Dentro de la caótica filmografía de Welles, fue la antepenúltima cinta que filmó, cuando su carrera declinaba y su obesidad galopante lo había convertido en un barril de sebo permanentemente sudoroso y siempre polémico. Welles llevaba el fraude en la sangre desde que anunció una invasión extraterrestre el 30 de octubre de 1938 suscitando una ola de pánico entre los oyentes. Ni había extraterrestres monstruosos, ni los ciudadanos de los EEUU habían resultado atacados, ni las fuerzas armadas se veían imposibilitadas para contener a los agresivos viajeros del espacio. Todo lo cual no fue óbice para que, durante unas horas, EEUU se colapsara y el público entrara en pánico.

En 1938, Orson, que aspiraba a ocupar el papel de “niño terrible” de la escena norteamericana, todavía no había filmado ninguna de sus películas, aunque despuntaba en el mundo de la comunicación. Pronto entendió que su voz profunda, agradable y persuasiva, iba a encontrar en un cine su mejor medio para expresarse. No hacía mucho que “El Cantor de Jazz” había incorporado la voz a la imagen. Por lo demás, el cine no es más que una reproducción de la realidad, y, por eso mismo, en cierta medida, un fraude de la realidad. Lo que iba de Welles (H.G.) a Welles (O) era lo que iba de la novela tradicional al fraude puro y simple. En las postrimerías de su vida, Welles volvería a sus orígenes en “F for Fake”.

En 1972, Welles se encontraba, como la mayor parte de su vida, en apuros económicos. La Hacienda norteamericana le había capturado al vuelo el dinero aportado por inversores suizos para filmar “The other side of the wind” y estaba, literalmente, en bancarrota. En París se le ocurrió una de esas ideas brillantes que, invariablemente, le salvaban del descalabro definitivo en el último momento. El periodista Clifford Irving había saltado a la fama, junto a su sensual esposa, tras haber publicado las presuntas memorias de Howard Hughes. Dado que se sabía que Hughes se encontraba aislado en la última planta de un hotel, completamente fuera de la realidad y aislado del mundo exterior, no había posibilidades de que desmintiera la falsedad del relato. Por lo demás, el libro estaba bien construido y, hasta parecía posible que fuera una recopilación de lo que recordaba. Irving vio facilitado su trabajo por la enorme cantidad de artículos periodísticos que había acompañado la peripecia industrial, cinematográfica y comercial de Hughes; y, cuando había algún hueco en la biografía, tampoco eso iba a suponerle ningún problema: o afirmaba que no quería recordar esa parte de su vida, o, simplemente, daba una interpretación improvisada construida sobre la base de los datos de que disponía, el carácter de Hughes -que Irving llegó a conocer a la perfección- y su propia imaginación que no era, precisamente, limitada. La mujer de Irving viajó a Suiza para cobrar el millón de dólares pagado por la editorial. A las pocas semanas de publicarse, el fraude quedó desenmascarado y la policía terminó deteniendo a la pareja que atravesó unas semanas entre problemas judiciales y entrevistas mediáticas.

El último gran proyecto de Orson Welles

Por otra parte, François Reichenbach, amigo de Welles, había filmado un reportaje para televisión en torno al falsificador de obras de arte, Elmyr de Hory, sobre la base de un libro escrito por Irving y, por demás, titulado, “Fake”. Hory residía en Ibiza, en aquel tiempo meca de bohemios, Shangri-la de hippies tardíos y paraíso de colgados por el LSD. El propio Welles estaba abordando el montaje del documental de Reichenbach en París, cuando se le ocurrió la idea de transformar el documental en una película de metraje. Reichenbach, inicialmente, entró en shock y profundizó en ese estado a medida de Welles le explicaba el proyecto. Todo su razonamiento consistía en que el proceso de elaboración de una película era largo y complejo. Se basaba en la filmación de unas escenas que, por sí mismas, querían decir una cosa o, incluso, eran inconexas. Ahora bien, cuando esas escenas se ordenaban y yuxtaponían en el proceso de montaje solía ocurrir que significasen una cosa distinta. Welles estaba habituado a jugar en la sala de montajes con cintas filmadas por él mismo, pero hacer otro tanto con metrajes filmados por otro era un desafío de resultado incierto pero, en cualquier caso, apasionante. Mientras su mujer y su hija, que residían en Londres, marcharon a España, él se quedó en la sala de montaje de París, saliendo esporádicamente a capturar presuntos inversores.

Fue, justo en ese momento, cuando estalló el escándalo “Irving-Hughes”. Si hemos de creer a Bárbara Leaming en su biografía sobre Welles, al conocer la noticia, sus 150 kilos de humanidad sudorosa se limitaron a exclamar: “Dios mío, estamos en pleno tomate”. Welles no conocía personalmente a Irving pero sabía de su existencia a causa del metraje filmado por Reichenbach que incluía una breve entrevista con él, así que le propuso a éste: “Olvidémonos de la televisión y hagamos una película normal sobre Clifford”. El reto consistía en que el material filmado sobre Irving era muy limitado. Apenas se trataba de unos cuantos planos en los que el periodista opinaba sobre Hory. Lo que ahora planteaba Welles era situar en plano de igualdad a Irving y Hory. A los pocos días vieron que el metraje no daba para cubrir hora y media, así que la nueva película incluiría a un tercer falsificador, él mismo.

En medio de la película, Welles introdujo informaciones falsas que crearon sensación en el mundo del arte. Además de Hory, Irving y él mismo; actores reales, aunque desconocidos, afirmaban haber traficado con falsos Picasso con conocimiento del propio pintor. El mercado del arte se conmovió y fueron muchos los propietarios de litografías picasianas que solicitaron una peritación para confirmar que lo que tenían colgado sobre la chimenea valía verdaderamente lo que habían pagado. Además, Welles se recreó en la sala de montaje, componiendo falsas conversaciones con fragmentos de las entrevistas realizadas a Irving y a Hory, quienes en ningún momento estuvieron juntos en la misma sala. Welles era consciente de que estaba creando una “realidad fake”, fusionando dos realidades diferentes, verdaderamente pre-existentes. Para colmo, en el inicio de la cinta se había cuidado de decir que todos los datos aportados en la película eran rigurosamente ciertos. ¿Quién podía dudar de la palabra de un genio?

Fakes post “F for fake”

La película se estrenó con gran expectación en EEUU y Europa y, al cabo de poco tiempo, alcanzó un lugar en la historia del cine. A partir de entonces los “falsos reportajes” empezaron a llamarse “fakes” y así se enseña en las escuelas de cinematografía. No es que todo lo dicho en un “fake” sea falso, es que la realidad y la ficción se entrecruzan de manera inseparable y sin que sea posible establecer sus límites, dando como resultado una verdad aparente y creíble que… no es más que un completo fraude. El “fake” es fiel a la frase “nada es lo que parece”; se ofrece al receptor del mensaje todo tipo de informaciones capaces de suscitar la credibilidad y la verosimilitud del tema para, simplemente, embaucarlo. La proporción de fraude en un “fake” no debe alcanzar más del 25% del metraje, pero esta cuarta parte es la que verdaderamente interesa; el resto, el otro 75%, apenas supone situar a las piezas en el tablero, preparar la jugada, rodear al receptor del mensaje con una riada de datos, fácilmente contrastables, entre los que se van intercalando los datos fraudulentos que contribuyen, finalmente, a dar coherencia a la tesis que se pretende demostrar, por absurda que sea.

En el fondo, novelas como “El Código da Vinci” son verdaderos “fakes” aptos para un público poco exigente. Su autor consiguió algo que parecía increíble: hacer que gentes que hacía años permanecían fuera de la Iglesia Católica o, incluso, ateos redomados e indiferentistas religiosos, discutieran enconadamente sobre si Cristo tuvo descendencia y si la madre de sus hijos fue María Magdalena… Si el lector mantiene el cerebro frío durante la lectura del libro de Brown, advertirá que su calidad no es mayor que la de cualquier novelita de aventuras, pero que su extraordinaria habilidad radica en crear una dinámica trepidante y absorbente que termina implicando al lector y a su capacidad de juicio. Pero ésta ha sido manipulada –el “fake” va parejo a la capacidad de manipulación- por el peso de los datos ofrecidos sin discriminación de fuentes ni atención a su pequeña, grande o nula credibilidad. En cualquier caso, “El Código da Vinci” es apta sólo para un público complaciente y predispuesto a los “secretos”. Cuanto más posee “secretos”, tanto más importante se siente. Las “doctrinas conspiranoicas” satisfacen la necesidad que tienen las buenas gentes –usted y yo- de conocer algo que la inmensa mayoría ignore: “yo sé quien mató a Kennedy (que, por cierto, no sé si sabes que está conservado en estado de hibernación junto a Walt Disney), tu no lo sabes”, “El Guardián sobre el Centeno es la novela que programa el cerebro de todos los magnicidas; ¿a qué no lo sabías?”, “¿los templarios? ¡buahh, los templarios! Eran herejes que custodiaban a los verdaderos descendientes de Cristo”, “la administración americana, como la europea, está dominada por una secta secreta, la Orden de los Iluminados”, “durante 50 años, los judíos capitalistas y los judíos comunistas simularon un enfrentamiento para disimular su conspiración para gobernar el mundo; sólo unos pocos hemos podido seguirla”.

Cuando “La 2” fue líder de audiencia en domingo

En 1999 hubo, de todas formas, un programa de televisión que volvió a traer a primer plano el género “fake”. La discreta Segunda Cadena de TVE emitió ese año una serie de doce episodios titulada “Páginas ocultas de la historia”, en las tardes de los domingos. El programa ideado y dirigido por Javier Díaz Morodo y presentado por el rubicundo Felipe Mellizo, hombre de seriedad –y, por tanto, de credibilidad proverbial- tuvo un breve pero intenso éxito. Además, en aquellos tiempos en los que la incipiente telebasura, los talk-shows y los reality-shows se extendían como una mancha de aceite, este programa supuso una isla de frescor y originalidad que contó con el favor del público. Lo que, en principio, demuestra que la afición no se alimenta solamente de telebasura, ni siquiera pide telebasura a todas horas, sino que cuando se le ofrece un programa de cierto calado intelectual queda encandilada ante algo que ni siquiera sabía que podía existir.

La voz cadenciosa del malogrado Mellizo –que fallecería solamente unos meses después de concluida la serie- logró convencernos, entre otras cosas, de que Federico García Lorca había sobrevivido a su fusilamiento o que el guía de una agencia de viajes de alto riesgo para ejecutivos había sido encontrado muerto en la selva amazónica empuñando la espada del conquistador extremeño Francisco de Orellana. Había que estar atento, porque la trama, los exteriores, las entrevistas y la documentación eran tan absolutamente exhaustivas que se corría el riesgo de aceptar las tesis más disparatas sólo porque eran presentadas de manera convincente. La revista “Espacio y Tiempo”, dirigida por el psiquiatra y parapsicólogo Jiménez del Oso, recibió el fallo condenatorio de la justicia cuando uno de sus espabilados y más desaprensivos redactores vio el programa sobre García Lorca y lo reprodujo en forma de artículo, sin saber que, en realidad, era un “fake”. Al parecer Jiménez del Oso y su jefe de redacción, los domingos por la tarde veían otros programas y, desde luego, no parecían ser muy exigentes con los contenidos de su revista. El episodio indica hasta qué punto los “fakes” presentados por Mellizo habían sabido aureolarse de “credibilidad y profundidad indagatoria”. Toda su habilidad consistía en violentar concordancias para demostrar lo indemostrable. Pero no eran más que hábiles fraudes compuestos en la senda abierta por el Orson Welles de “La Guerra de los Mundos”.

La “sociedad del espectáculo” como paraíso del “fake”

Hoy el “fake” está extendido, más como tradición antropológica de la especie humana, que como género cinematográfico. Mienten los políticos del gobierno, mienten los de la oposición. Ya no se trata de discutir si sus razonamientos son reales o falsos, sino de si han exagerado sus mentiras y se hacen evidentes o si todavía conservan cierta credibilidad. El político que gana es aquel que miente mejor y más disimuladamente. Si. Nuestros políticos están bajo sospecha y ha quedado atrás aquel período triste del felipismo en el que hasta el partido en el poder afirmaba con una seriedad pasmosa que la “mayoría de los políticos son honestos”. Hoy, lo que se percibe a pie de calle es justo lo contrario. Los navajazos en las listas electorales municipales y el descrédito de los ayuntamientos volcados fundamentalmente en el bonito juego de las recalificaciones y para los que administrar el municipio resulta un fastidio necesario para poder seguir en el juego inmobiliario, es el paradigma de la situación de “fake político” generalizado que vivimos. Como cualquier  ”fake”, no se trata de mentir a palo seco sino de aureolar la mentira de una caterva de datos que ahoguen cualquier posibilidad de comprender la verdad. Ya las sociedades modernas son extremadamente complejas como para que la verdad sea evidente; imaginen, pues, si se inyectan datos en cascada que, como las hojas, impidan ver el bosque. El juez del Olmo ha sido víctima de miles y miles de dossiers en español, árabe e inglés, sobre terroristas y movimientos islámicos presuntos o inexistentes, se le ha sepultado en su despacho con legajos y carpetas irrelevantes, simplemente para que pudiera estar entretenido con tanta fatuidad olvidando lo relevante, a saber: que todavía no sabemos ni quién planificó, ni quién ejecutó, ni por qué, los atentados del 11-M. Por no saber, no se sabe siquiera de dónde procedió el explosivo y, si se nos apura, ni siquiera sabemos qué explosivo se utilizó. A partir de los atentados de Nueva York y Washington el 11-S del 2001, ya no estamos muy seguros de poder afirmar que la realidad sea “verdad”, y nos asalta la sospecha de si toda la realidad no habrá pasado a ser un “fake integral”.

Era evidente, para quien conservara un poco de interés en informarse, que las famosas “armas de destrucción masiva” atribuidas a Saddam Hussein jamás existieron. O que Slobodan Milosevic fue asesinado en su encierro antes de que fuera capaz de recordar, ante el Tribunal Internacional que lo juzgaba, que la responsabilidad última sobre lo sucedido en Kosovo recaía sobre aquella venerable vieja dama de rostro desagradable y cinismo perfumado que fue Margaret Albright. Los vencedores siempre juzgan a los vencidos y siempre terminan condenándolos en “procesos-fake”. cuya única condición es que tengan una apariencia de garantías jurídicas. Hoy lo tenemos ante la vista. No es que Saddam Hussein o Slobodan Milosevic fueran angelitos, es que quienes promueven sus juicios son, como mínimo, tan desaprensivos como ellos. Y si volvemos la vista atrás y nos despojamos de cualquier prejuicio, veremos que las sentencias del proceso de Nuremberg estaban cantadas antes de celebrarse y que seguramente, de haberse cambiado las tornas, los responsables de los bombardeos de Dresde y Hamburgo se habrían sentado en el banquillo de los acusados, junto con Winston Churchill y Franklin Roosevelt. Nuremberg fue otro “proceso-fake”. A más abundamiento, en esa farsa judicial se declaró a los nazis responsables de la masacre de 20.000 oficiales polacos en Katyn, algo que, ya en la época, se sabía que era rigurosamente falso. No era una atribución carente de sentido: se trataba, simplemente, de preservar la amistad entre los aliados y luego, tras el Golpe de Praga en 1948, la unidad del Pacto de Varsovia en el que se encontraron fusiladores soviéticos y fusilados polacos en el mismo bando. Hubo de llegar Gorbachov a las alfombras del Kremlin y Walesa ocupar la presidencia de la nueva Polonia, para que se restableciera la verdad y no por amor a la misma, ni siquiera por honestidad histórica, sino simplemente porque el sistema de alianzas había cambiado y cabía lo de “te lo digo para que me lo digas”.

Las dos muletas para andar en el “mundo fake”

La política actual es un inmenso “fake”, como lo es el mundo de los negocios y el comercio. Algunos autores han podido hablar del “capitalismo de ficción” y otros de “sociedad del espectáculo”. Lo fundamental es retener que la realidad, para ser considerada como tal, tiene que ser aceptable para quienes la gestionan. Estos, habitualmente tienen tendencia a presentar otra realidad que satisfaga más a sus intereses. Si la realidad es “fake”, ¿dónde está el “fraude” voluntario”? No hay respuesta. Lo apasionante de la nueva situación mundial radica en que A y no-A pueden ser verdades incontrovertibles en el mismo momento, mientras detrás tengan promotores encargados de buscar o crear apoyos sobre los que establecerlas. Si la “verdad oficial” es oficialmente el “fraude real”, la “verdad objetiva” no puede sino salir de la “mentira subjetiva”, en la medida en que ésta estimule un proceso de interés y culturización susceptible de estimular el espíritu crítico del lector, hacerle que permanezca en guardia mientras recibe la información, sabiendo que de un momento a otro le van a estafar y, al concluir el espectáculo, ser capaz de indagar por sí mismo qué partes de la información absorbida son reales u objetivas y cuáles fraudulentas o subjetivas. El “fake”, como ninguna otra técnica pedagógica, estimula el espíritu crítico, algo de lo que hoy adolecemos para júbilo de la clase gestora de nuestro día a día.

El “fake” es un instrumento “negativo” para llegar a percibir la realidad en su desnuda y fría objetividad. Hay dos caminos, no lo duden. Uno es el que podríamos llamar la “vía de la mano derecha”, es decir, la observación atenta de cualquier hecho, intentando percibir qué es lo que no termina de encajar, utilizando los principios de cualquier investigación criminal (“¿a quién beneficia el crimen?”), los distintos silogismos lógicos, y la clasificación de las fuentes en creíbles, poco seguros, increíbles e interesadas. Pero hay otra vía que podríamos llamar -siguiendo esa clasificación tan cara a Sánchez Dragó y a los conocedores de las doctrinas orientales- la “vía de la mano izquierda”, consistente en transformar el veneno en remedio: arrojarse en brazos de la mentira, dejarse despedazar por ella, apurarla hasta las heces y no sucumbir, finalmente, a ella. En el descenso a los infiernos de la mentira es posible destruir todas las formas de la verdad enmascarada y llegar a la conclusión de Raskolnikov: “Si Dios ha muerto, todo está permitido” o, lo que es lo mismo: “Si la verdad ha muerto, cualquier verdad es válida”, lo que traducido, finalmente quiere decir que si el Dogma presentado como verdad ha muerto, es lícito realizar un viaje en torno a todas las verdades posibles hasta llegar a la misma Verdad con mayúsculas, roca en el océano; a partir de la cual podremos fijar que una cosa es A (la Verdad) y otra no-A (la Mentira). Para la “vía de la mano izquierda”, abandonar el dogma significa sumergirse en un número alto de teorías heréticas, entre las cuales “es posible” que se encuentre una que  “quizás sea posible” identificar como Verdad. El condicionante, aunque suponga una exigua posibilidad de alcanzar la Verdad, es mucho más de lo que supone la vía muerta del Dogma.

Se trata, en definitiva, de desmontar la lógica de quienes han creado la lógica del “fake” cotidiano. En no-A está incluida A, pero en A no están incluidas las posibilidades implícitas en no-A, por tanto, a través de no-A es posible llegar a percibir la naturaleza y a aproximarnos al aspecto auténtico de A. La teología negativa consiste precisamente en este negar las posibilidad que implican la inexistencia de Dios, para concluir con la afirmación su existencia. La posibilidad de que el investigador se pierda en este camino está presente en cada jalón del mismo. Pero nadie gana sin arriesgarse. Y, por lo demás, existen dos muletas para recorrer esta procelosa senda donde la caída está asegurada una y mil veces, hasta llegar al final del camino; pero, entre la posibilidad de caer o la de reptar simplemente, me quedo con la primera. Estas dos muletas son contradictorias entre sí, la gnosis y la duda cartesiana. Existen muchos tipos de gnosis y muchas escuelas gnósticas pero, a fin de cuentas, todas tienen el mismo sustrato; se trata, simplemente, de obsesionarse con un tema, situarlo en el centro de los propios pensamientos, irlo trabajando hasta que ocupe espacios cada vez mayores de nuestra interioridad hasta que, finalmente, una brusca iluminación nos permita asimilarlo en su soberbia luminosidad y en su inmensa indiscutibilidad. Una forma de “gnosis” (conocimiento) es la “gnosis popular”, experimentada por una fracción notable de la población. El “sueño de Descartes” fue, precisamente, uno de esos momentos cristalinos en los que un ser humano percibe, con un sentido situado más allá de la razón, el camino que debe emprender y el contenido esencial. Descartes, a través de ese sueño llegó, precisamente, a elaborar un sistema que negaba la gnosis y se basaba en la segunda muleta de nuestra larga marcha hacia la verdad a través del “fake”: la duda permanente. Nada, ni siquiera lo obvio, puede asimilarse y aceptarse como verdadero y real, salvo que soporte la prueba de la duda.

Fosé Fuis Fodríguez Fapatero: con F de Fake

Acabo de escuchar el Debate sobre el Estado de la Nación de 2006. He sentido vergüenza ajena ante líderes políticos que han recurrido, como el caso del presidente del gobierno, a la mentira pura y simple y, en el caso del líder de la oposición, a una verdad deformada y fraudulenta. En otro tiempo me habría enfurecido con la adulteración sistemática de las estadísticas, la ocultación de datos, el disimulo de las variables. Es posible que ZP pueda demostrar, estadística en mano, que los delitos han disminuido en nuestro país en sus dos años de, digamos, gobierno. Lo que ZP no podría soportar es el análisis pormenorizado de sus estadísticas (la duda sistemática) y la percepción de la calle (la gnosis popular). La primera indicaría que lo que antes de consideraba “delito” incluía hurtos y gamberradas, mientras que lo que él considera “delito” excluye estas posibilidades. O quizás sea que sus cifras son las de la Policía Nacional, que ya ha sido desterrada prácticamente de algunas comunidades autónomas. O es posible que utilice los datos judiciales elaborados sobre procesos ya vistos en primera instancia e instrucción, pero no en juzgados de paz o en juicios de faltas. La duda permanente tendría como función arrinconar y retrasar la línea de defensa para concluir finalmente que el delito ha aumentado casi asindóticamente en España y que es el nuestro un paraíso de sol y chusma, verdadera meca de la delincuencia mundial atraída por un poder “soft” y por un mecanismo judicial basado en la reinserción antes que en el castigo ejemplarizante. Luego está la gnosis. Porque un buen día la población se levanta y, después de años de oír que han atracado al vecino, ser víctimas de hurtos, hablar con vendedores de equipos de seguridad y percibir el clima del entorno, bruscamente tiene la iluminación: “la delincuencia ha crecido en España”. Estas percepciones son acientíficas, carecen del soporte de las estadísticas e, incluso, se basan en juicios extraídos de muestras sociológicas reducidas. Pero todas estas limitaciones no quieren decir que sean falsas sino, simplemente, que han aparecido por “brusca iluminación”. Así mismo, los analistas desde 1999 se han equivocado siempre en sus estadísticas sobre la inmigración. En esas fechas se decía que iban a suponer un 10% de la población de nuestro país en 2015. En 2004 se llegó a ese 10% con 11 años de adelanto y se preveía que hacia 2050 la inmigración constituiría el 25% de nuestro país; pero a la vista de las cifras actuales y de la realidad de la inmigración es fácil prever que en  2010, entre recién llegados a un ritmo de 350.000 anuales, con 60.000 nuevos nacimientos, y solamente con la reagrupación familiar de los regularizados entre febrero y mayo de 2005, se llegará a 10 millones de inmigrantes, esto es, a un 25% del total de la población española. Las estadísticas siempre se han equivocado, pero la “gnosis popular” no. En 1999 ya empezaba a ser tema de conversación en bares y tabernas que había demasiados inmigrantes. Pero las instituciones permanecían calladas y los más humanistas entre los humanistas hacían gala de humanismo pidiendo el “papeles para todos”, amparados en la verdad incontrovertible de que “ningún ser humano es ilegal”. El razonamiento no era “fake”, pero si “freak”.

La “gnosis popular” llegó al conocimiento de una verdad que aún sigue huyendo de las posibilidades de estadísticas, las consideradas como las más seguras por la sociología conformista. Las proyecciones estadísticas pueden ser manipuladas según la ideología y la intención de quien las elabora. Si se hubiera aplicado el método de la duda permanente a las estadísticas elaboradas desde 1999 sobre la cuestión de la inmigración, hoy éste problema no se habría convertido en el crucial de nuestro país (y, por extensión, de toda Europa Occidental). Las proyecciones estadísticas fallan si en 1999, en lugar de reconocer la existencia de 1.500.000  inmigrantes, se reconocían solamente 900.000. Y vuelven a fallar en 2002 si en lugar de reconocer los 3.000.000 existentes, solamente se reconocía la mitad. Naturalmente, como errar es humano y el humanista es la quintaesencia de lo humano, los humanistas afirmaban que en 2006 se había alcanzado la cifra de 4.000.000 cuando, nuevamente, la percepción de la realidad indicaba que las cifras estaban 1.300.000 por debajo de la realidad. Minimizar los problemas que interesa minimizar es la condición necesaria para que un gobierno no se vea asaltado por una opinión pública que, entre sueño y sueño, percibe ocasionalmente resplandores de realidad. A Fosé Fuis Fodríguez Fapatero, artífice de la “minimal politic” y de la “política fake”, le cabe el honor de haberse convertido en el más hábil manipulador de estadísticas de la política contemporánea. El entorno político creado en España desde el 14-M de 2003 es un entorno “fake” en el que, no sólo el partido en el poder, sino todos los ciudadanos, para sobrevivir deben recurrir al fraude y a la mentira calculada. Ya se sabe aquello de que la democracia fue posible gracias a Juan Carlos I. A partir de este “fake” todos tienen derecho (“del Rey abajo, todos”) a vivir del “fake”, en el “fake”, dentro del “fake”, refocilándose en el “fake” y fakeando como el que más.

 

© Ernesto Milà Rodríguez – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 30.05.06

 

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