Esparta: la madre de todos los guerreros (II) La Falange Hoplítica
Esparta en combate (I): la falange hoplítica
La falange era la formación de combate habitual en Grecia desde mediados del siglo VII a. JC. No se tiene una idea exacta de si la falange surgió espontáneamente o si fue el resultado evolutivo de formaciones anteriores de combate. Se tiene tendencia a pensar que su concepto estaba relacionado con las competiciones atléticas teatralizadas; la evolución colectiva y mil veces repetida, el culto a la fuerza, al empuje físico y a la resistencia, así lo hacen pensar. Anteriormente, en todas las ciudades griegas existía la casta de los guerreros profesionales que combatían preferentemente a caballo y constituían una especie de aristocracia. En la falange hoplítica este concepto queda superado: son los ciudadanos libres de Esparta los que participan en ella como combatientes de a pie. No hay casta guerrera: todos los hombres libres en edad de empuñar un arma son guerreros.
Es posible que esta idea de la falange hoplítica influyera decididamente en la formación de un sistema tan sofisticado de pesos y contrapesos como era el espartano. En la falange hoplítica combate desde el rey hasta el ciudadano poseedor del lote de tierra más apartado. La idea de igualdad en la batalla debería de arrastrar, casi de forma automática, la igualdad política. El guerrero, en el fondo, pasa a ser un reformador político. No es la democracia la que modela la función del guerrero, como en las actuales democracias, sino justo al revés: el guerrero reproduce las condiciones del combate, que vive constantemente, en las instituciones políticas.
A pesar de la enorme innovación que supuso en la organización militar del mundo antiguo la irrupción de la falange hoplítica, hay que reconocer que tácticamente estaba muy limitada. Tenía muy escasa movilidad, costaba mucho pasar del “orden grueso” al “orden delgado”. Por otra parte, el hecho de que se tratara de una formación de infantería contribuía a limitar aún más la rapidez de movimientos. Si la falange hoplítica pudo imponerse sobre los adversarios de Esparta e incluso una pequeña ciudad, con demografía limitada, se enfrentó y venció al Imperio Persa, fue gracias a su entrenamiento ininterrumpido y a la moral impresa en sus guerreros por la “agogé” y, especialmente, por el sentido del honor y la lealtad que sabía transmitirles.
La estructura interna de la falange era extremadamente complicada y seguramente fue ganando complejidad con el paso del tiempo y a la vista de las experiencias adquiridas en combate. La estructura básica de combate era el “sintagma”, formado por cuadrados de 16 combatientes por cada uno de sus lados. Su elemento básico era la “fila”, formada por un frente de 16 combatientes; cuatro filas formaban una “enomotia”. En el interior de la “enomotia”, las filas impares recibían el nombre de “protóstatas” y las pares el de “epístatas”. Cuatro “enomotias” formaban una “hilera”, dos “hileras” una “diloquia”; dos “diloquias” una “tetrarquía”; dos “tetrarquías”, una “taxiarquía” y, finalmente, dos “taxiarquías”, un “sintagma”. En total, el bloque, equivalente a nuestros actuales batallones, estaba formado por 256 hombres. Existían unidades mayores. Dos “sintagmas” formaban una “pentacosiarquía”; dos “pentacosiarquías” formaban una “quiliarquía”; dos “quiliarquías”, una “menarquía” y dos “menarquías”, una “falange”. El total de combatientes era de 4.096 guerreros, con 256 “hileras”. Dos “falanges” formaban una “difalangarquía” con algo más de 8.000 hombres como núcleo de combate, y unos 2000 más de reserva, intendencia y algunos jinetes. Ahora bien, estas proporciones fueron variando con el paso del tiempo y corresponden sobre todo al período más arcaico del que se tiene noticia. La organización tuvo su origen en Esparta pero fue adoptada por todas las ciudades griegas, siempre con algunas modificaciones. En tiempos tardíos, la falange macedónica de Alejandro Magno correspondía, en realidad, a una “menarquía” y, en tiempos de su padre, se sabe que una falange estaba formada por 6.500 hombres.
La formación de combate de la falange se constituía a partir de la “hilera”. Marchaba como un bloque compacto cuadrado con 16 soldados de fondo (“orden cerrado”), que podía evolucionar hasta los 32 (“orden grueso”) o alcanzar los 8 (“orden delgado”). Al parecer, era frecuente que estuviera formada por un frente de 256 soldados (16 “filas”) por 16 de fondo. Su jerarquía interior era bastante simple: el general, “estratego”, ocupa la cúspide jerárquica de la falange; luego estaba el “taxiarca” o centurión, oficial fuera de fila que mandaba sobre dos “tetrarquias” (128 soldados); luego estaba el hoplita o soldado raso. Cada división de la falange tenía un jefe: “diloquita”, “tetrarca”, “sintagmatarca”, “pentacosiarca”, “quiliarca”, “merarca” y “falangarca”. En combate, a estas jerarquías correspondía transmitir las órdenes a los hoplitas que dirigían y combatir codo a codo con ellos.
Los hoplitas se configuraban como una especie de infantería pesada, armada y equipada como tal. Casco de metal, escudo (“hóplon”), espada corta, pica larga de 6 ó 7 metros (“sarisa”). Marchaban en formación, separada cada hilera por unos dos metros. Iban seguidos por los sirvientes (peltastas) que les llevaban el bagaje y algunas armas de repuesto. Los hoplitas constituían el núcleo central de la falange. Existía también una infantería ligera, los “psilites”, desprovista de armas defensivas y cuya función era proteger con ondas y jabalinas el avance de los hoplitas. El equipamiento se completaba con las grebas o canilleras metálicas que protegían la parte del cuerpo no cubierta por el escudo. La formación hoplítica estaba muy condicionada por el escudo que llevaba cada uno de sus combatientes. El mismo nombre de “hoplita” procede del escudo, hóplon, fabricado en bronce o bien en madera o incluso en mimbre recubierto de piel; su diámetro era ligeramente inferior al metro. Hasta la aparición del hóplon, los escudos griegos solían colgarse del cuello mediante una correa durante la batalla, o bien, en las marchas o en las retiradas esa misma correa se pasaba por el hombro y el escudo se colocaba a la espalda. Con la aparición del hóplon todo esto varía extraordinariamente. Una correa servía de asa y una abrazadera por la que pasaba el antebrazo izquierda aumentaba su maniobrabilidad. Las armas ofensivas se manejaban con el brazo derecho. La envergadura del escudo dificultaba movimientos e, incluso, en determinadas situaciones hacía descender su visibilidad; pero todo esto se compensaba con la seguridad que daba, no solamente sentirse protegido por el propio escudo, sino por el del compañero situado a la derecha. El hóplon, en el fondo, es el elemento que más contribuye a la solidez de la falange hoplítica y a la solidaridad entre sus miembros. Era extremadamente pesado y se sujetaba con el antebrazo. Cubría la parte izquierda del hoplita y la derecha del compañero que formaba a su lado. Así pues, la vida y la seguridad de cada combatiente dependía tanto de él como de los que le seguían y precedían en la hilera. “Con tu escudo o sobre él, espartano”, era la frase ritual que repetían las madres y las esposas de los guerreros cuando marchaban al combate. En la tradición guerrera espartana regresar sobre el escudo significaba morir en combate. Los compañeros del guerrero caído transportaban el cuerpo de éste sobre su propio escudo. Regresar sin el escudo suponía haber sido derrotado colectivamente o bien haber perdido el honor.
En el combate se evitaba romper esta formación. La primera línea estaba constituida por esa muralla de escudos de la que sobresalían las lanzas de la segunda y tercera hileras. El espartano consideraba que los arcos y las flechas eran armas poco honorables porque hacían innecesario el cuerpo a cuerpo; no las utilizaba, pero se protegía de ellas mediante la muralla de escudos. En algunos momentos una loriga bastante simple, especialmente estudiada para atenuar el impacto de la flecha, formaba parte de su uniforme.
Grecia no era rica en pastos, por lo tanto el caballo, aunque se conocía y se dominaba el arte de la doma, nunca constituyó el elemento central de los combates. A partir de las guerras contra Persia y, en especial, en la batalla de Platea, el general persa Mardonio utilizó unidades de caballería pesada. A pesar de que las fuerzas de ambos bandos eran equivalentes, la presencia de estas unidades daba cierta ventaja y, desde luego, más movilidad a los persas. Pero, a la hora del combate, el rey espartano Pausanias y sus hoplitas lograron rechazar los ataques de la caballería pesada (gracias a sus picas) y evitar los estragos que podían haber causado las constantes lluvias de flechas (mediante el escudo). El pequeño núcleo hoplítico espartano quedó desconectado del resto de fuerzas griegas, pero, tras rechazar a la caballería persa, logró romper las líneas de Mardonio (el cual murió durante la batalla) y sus fuerzas se desbandaron. A partir de Platea, algunas ciudades griegas constituyeron unidades de caballería. Se constituyeron “tagmas” formadas por 500 jinetes, “drongos” con 2000 y escuadrones de 64 caballos o “ilas”. Cuatro “ilas” constituían una “terantinarquía”, cuatro “terantinarquías”, una “hiparquía” y cuatro “hiparquías”, una “epitagma” con 4.096 jinetes.
El hoplita avanzaba siempre en formación cerrada, hileras densas erizadas de lanzas y protegidas con escudos, una verdadera muralla en movimiento buscando el choque frontal. No existía nada más alejado al modelo homérico de combatiente que el hoplita espartano. Si Homero había exaltado al héroe aislado que lucha en solitario y vence o muere, la falange hoplítica es una tarea colectiva. No se concibe el combate como exhibición individual de heroísmo, sino como evolución colectiva. No se pide al hoplita que tenga iniciativa personal, sino que se comporte con disciplina, evite que la formación se rompa y evolucione colectivamente con precisión milimétrica. Era el heroísmo colectivo y no el arrojo individual lo que se exaltaba y lo que tenía lugar en la táctica espartana.
El 13 de septiembre del año 409 a. JC, el general ateniense Milcíades, al mando de 10.000 combatientes griegos, volvió a afrontar a los persas lanzados contra las ciudades helénicas. Darío había conseguido desembarcar 20.000 guerreros y tomar posiciones en la llanura de Maratón. Milcíades, a pesar de contar con la mitad de efectivos, desplegó sus tropas en una línea igual en extensión a la persa, dio a los flancos la máxima densidad y avanzó a la carrera contra las filas persas. Estos, sorprendidos, no pudieron hacer uso de sus arqueros y, al verse rebasados, se retiraron hacia sus naves. Grecia, una vez más, se había salvado del asalto de Asia. El soldado Filípides llevó la noticia de la victoria a Atenas, distante 42 kilómetros del campo de batalla, muriendo al llegar. Hoy, los Juegos Olímpicos evocan esta gesta en la prueba del maratón. La victoria griega se debió a la superioridad táctica, al armamento y a una moral de combate más perfilada que la persa. Además, los griegos defendían su libertad y su integridad territorial.
La estructura y las tácticas de la falange fueron trasplantadas a todas las ciudades griegas. Cada una aportó sus propias modificaciones, obedeciendo a sus características, a la funcionalidad que pretendían dar a su milicia y a sus propias tradiciones militares. Atenas primero y Macedonia después, contaron con las organizaciones más complejas, adaptadas para proteger su comercio, Esparta era la más simple y, sin duda, la mejor entrenada, con una finalidad puramente defensiva. Otras ciudades apenas tenían una milicia que no llegaba a la categoría ni a la complejidad de la falange; el “Batallón Sagrado” de Tebas, formado por parejas de hombres que se juramentaban para defenderse mutuamente hasta morir, o los eparitas de Arcadia, y los “Mil de Argos”, etc. La falange hoplítica pasó a ser una realidad espartana extendida a todas las ciudades griegas. Paradójicamente, su punto álgido y su máxima complejidad militar la alcanzó en tiempos de Filipo de Macedonia, y no en territorio espartano. Esparta solamente había forjado un ejército para defender sus límites territoriales. El espartano, a lo largo de casi toda su historia, apenas albergó ninguna vocación imperialista, ni expansionista. El apego a sus tradiciones seculares le hacía considerar como “ajeno” el territorio que estaba más allá de los límites de su ciudad. El “demos”, originariamente, aludía al terreno a distribuir entre los miembros de la comunidad. Se forma así una potente clase de campesinos-soldados que constituye el armazón central de la falange hoplítica espartana. El soldado se costea a sí mismo su equipo y combate para conquistar nuevos campos de cultivo. Se ha dicho que la “guerra hoplítica” no es expansiva ni imperialista, su objeto solamente consiste en ocupar nuevas tierras de cultivo, cuando estas son necesarias.
En general, las ciudades griegas no estuvieron dotadas para el espíritu expansionista e imperial que luego encontramos en Roma. Atenas era una potencia comercial capaz de sembrar el Mediterráneo de colonias y factorías, pero no de sumar territorios. Esparta era una potencia guerrera continental, poco apta para la navegación y mucho menos para la conquista. Frecuentemente, las ciudades griegas mantenían polémicas agrias entre sí que terminaban en conflictos armados. Solamente la sombra de un riesgo exterior les animaba a abandonar sus diferencias y luchar codo a codo contra el enemigo común.
Filipo de Macedonia fue el único, junto a su hijo Alejandro Magno, en contemplar posibilidades expansivas para Grecia. A tal fin adaptó la estructura de la falange. Su gran creación fue el “argiráspides”, verdadero Estado Mayor del ejército, capaz, no solamente de dirigir tácticamente las batallas, sino de establecer estrategias en campañas. Filipo reimplantó la disciplina y el riguroso entrenamiento como no se conocía desde el período áureo espartano y creó el cuerpo de “pedhetairoi”, compuesto por campesinos libres. En tiempos de las guerras asiáticas de Alejandro, la falange macedónica agrupaba a 13.000 hombres, aproximadamente el equivalente a una división moderna. El Estado Mayor dirigía, no sólo a combatientes, sino también a unidades de ingenieros y de exploradores (“bematistas”). El rey iba protegido por una guardia personal (hipastistas).
Esta estructura, con ligeras modificaciones en cuanto al número de combatientes, se mantuvo hasta que se produjo el choque con el naciente Imperio Romano. La derrota de Cinoscéfalos supuso un grave quebranto para la estructura de la falange hoplítica. La estructura de la Legión Romana se mostraba mucho más móvil y adaptable a la realidad de los combates. Pero fue en Pydna cuando fue barrida definitivamente el 22 de junio de 168 a. JC. Durante la Tercera Guerra Macedónica. El general Lucio Emilio Paulo, después de un inicio incierto del combate, logró derrotar a Perseo de Macedonia. En el primer choque la potencia de las falanges fue tal, que la primera línea romana quedó deshecha y los legionarios se retiraron hacia las colinas que protegían su campamento. El ejército macedonio creyó que la batalla estaba decidida y deshizo sus filas, persiguiendo a los legionarios. Lucio Emiliano consiguió reagrupar sus fuerzas y contraatacar a los macedonios en los flancos y en la retaguardia. La caballería macedónica no actuó, protegiendo el tesoro del rey Perseo, cuya proverbial avaricia decidió el combate en su contra. Cuando percibió las primeras dificultades, se retiró con la caballería. Una hora después todo había terminado. Veinte mil macedonios resultaron muertos y once mil cayeron presos. Las pérdidas romanas fueron insignificantes. Esta victoria marcó, no solamente la incorporación de amplios territorios al Imperio Romano, sino el fin definitivo de la falange hoplítica. Su hora había pasado. Llegaba la hora de la Legión.
El combate de Pydna muestra el punto débil de la concepción táctica de la falange hoplítica. Tal como fue concebida por atenienses y macedonios, solamente podía evolucionar con ventaja táctica en un terreno excepcionalmente llano, sin obstáculos y con un patrón preestablecido –agon- que no dejaba lugar a improvisaciones. En los habituales conflictos entre las ciudades griegas, casi todo obedecía a un ritual preestablecido que se repetía siempre de forma rutinaria. Las batallas entre las distintas ciudades griegas eran rápidas (apenas una mañana) y las campañas rara vez se prolongaban más allá de unas pocas semanas. No existían, por tanto, grandes problemas de avituallamiento, ni se precisaba una logística sofisticada. Las guerras solían tener lugar en el verano, justo antes de las cosechas. Así existía la posibilidad de conquistar las cosechas del enemigo, mientras las propias ya estaban aseguradas. Se elegía el campo de batalla de mutuo acuerdo, de manera que no diera ventaja a ninguna de las partes. Antes de la batalla solían realizarse sacrificios a los dioses pidiendo de ellos apoyo, valor y fortuna en el combate. Luego ambas formaciones se colocaban una frente a otra y avanzaban, primero lentamente y luego a paso ligero. Se evitaba por todos los medios romper la formación, ni los escudos se separaban unos de otros. El ejército espartano avanzaba siempre en silencio y los únicos murmullos que salían de sus movimientos eran los producidos por las fricciones entre los escudos de bronce; este sonido casi insonoro, unido a la música austera de la flauta causaba una honda impresión en quienes no lo habían oído jamás. Era frecuente, en otras ciudades griegas, que el avance fuera acompañado por gritos de guerra, tambores y trompetas y salves a los dioses de la guerra. Iniciado el combate, se trataba de que la totalidad de la falange presionara colectivamente. Las bajas producidas eran cubiertas con los soldados situados inmediatamente detrás. Los flancos estaban cerrados por tropas auxiliares y se tendía solamente al ataque frontal. Las maniobras de envolvimiento y los ataques laterales apenas fueron utilizados. Se sabe, eso sí, que las falanges no avanzaban de manera completamente rectilínea. El peso del escudo, situado a la izquierda, les hacía adquirir una tendencia natural a avanzar hacia la derecha para compensar ese peso. Solamente existían dos posibilidades en la batalla. O bien se rompía el frente en el centro, o en los flancos. A medida que se perforaba el centro de la formación o una de sus alas, se trataba solamente de evitar que la brecha fuera taponada y conseguir una especie de efecto dominó en el cual el soldado enemigo muerto dejaba el flanco derecho de su compañero desprotegido y, a su vez, pasaba a ser vulnerable. Primero se combatía con la lanza y cuando la proximidad de las fuerzas enfrentadas la hacía inhábil para combatir, se desenfundaban las espadas que sobresalían entre las filas de escudos. La bajas podían llegar –y frecuentemente llegaban- al 15% de los efectivos entre los derrotados y al 5% entre los vencedores. Concluido el choque se construía un monumento a la batalla, habitualmente una torre de madera decorada con las armas y estandartes de los enemigos caídos. Mientras, ambas partes retiraban a sus muertos y realizaban sacrificios a los dioses.
Esparta en combate (II): guerras de Esparta, guerras contra Esparta
Esparta constituyó el modelo de ciudad dórica por excelencia. Los dorios, conocidos como griegos del noroeste, se instalaron en el Peloponeso, en las costas de Asia Menor y en algunas islas del Egeo. En tanto que pueblo indo-europeo, estaba organizado de manera trifuncional. Míticamente, los dorios descendían de los hijos de Eginio; uno de estos hijos, Hilo, es en realidad hijo de Hércules, adoptado luego por Eginio. De estos parentescos surgió la leyenda del “retorno de los Heraclidas”. La tradición se refiere al retorno de los Heráclidas como acontecimiento posterior a la guerra de Troya, fundamento de una imagen de Esparta como ciudad típicamente dórica. La aristocracia espartana se consideraba heredera y descendiente de los Heráclidas. En realidad, el ciclo de leyendas en torno a la guerra de Troya se situaba en la época micénica.
Esparta, cuando fue presionada por su propia demografía en el siglo VII a. JC, inició la conquista de la vecina Mesenia, situada al suroeste; pero el carácter específicamente espartano, guerrero y austero, parece haberse formado en el siglo VI a. JC. En esa época se inició la educación militar de los adolescentes. Tras las Guerras Médicas y con el episodio de las Termópilas en el 480 a. JC, Esparta demostró la terrible eficacia de tales criterios educativos. La Guerra del Peloponeso, en la que logró imponerse sobre Atenas en el 404 a. JC, le dio una hegemonía temporal sobre las ciudades griegas que Epaminondas se encargó de destruir en el 371 a. JC, derrotando a Esparta en la batalla de Leucra. A partir de ese momento, la ciudad-guerrera se redujo a sus dimensiones geográficas tradicionales. Finalmente, en el 396, los visigodos de Alarico la destruyeron definitivamente sin que quedara ya nada de su antiguo régimen militar.
Después del dominio aqueo de Grecia, Esparta se convirtió en una ciudad doria. La leyenda no contribuye mucho a esclarecer la fundación de Esparta. Al parecer, los dorios, dirigidos por Aristodemo, aparecieron en la llanura Mesenia ochenta años después de la Guerra de Troya. Después de una serie de conflictos internos, Esparta conquistó toda la región de Laconia, partiendo de la vega del río Eurotas. Más tarde rechazaron la irrupción de Argos y se anexionaron la ciudad de Mesenia. Después de dos siglos de tensiones y desconfianzas, Esparta terminó destruyendo Argos y Acadia, sus principales rivales en la zona. Estamos en el siglo VII-VI a. JC.
En el año 506 a. JC, el rey Cleómenes de Esparta organiza una coalición en la que participan todas las ciudades del Peloponeso, pero ni explica sus objetivos, ni siquiera el alcance de la misma. Cuando en el santuario de Eleusis los corintios y el otro rey espartano, Demarato, advirtieron que se trataba de luchar contra Atenas, se produjo el “divorcio de Eleusis”. Cleómenes resultó abandonado por sus aliados y por su socio en el gobierno de la ciudad. Un año después, Esparta convocó una nueva alianza para restablecer en el trono de Atenas al rey Hipias, dando lugar a la fundación de la Liga del Peloponeso. Desde el inicio del siglo V a. JC nadie duda que Esparta es la gran potencia indiscutible en el Peloponeso.
Cleómenes I había decidido centrar la influencia de Esparta solamente en el Peloponeso, eludiendo acudir en defensa de las ciudades de Asia Menor amenazadas por los persas, a diferencia de anteriores gobernantes que habían llegado a fraguar alianzas con los reyes de Lidia. En el 491 a. JC, Cleómenes arroja a un pozo a los embajadores persas llegados para reclamar tributo de sumisión a la ciudad. Acto seguido, enviará refuerzos a los atenientes que no lograrán llegar a tiempo para participar en la victoria griega de Maratón. Diez años después, Jerjes vuelve a intentar la sumisión de Grecia, pero la formación de la Liga Panhelénica con Atenas y Esparta a la cabeza logra retrasar el avance persa en las Termópilas y permite la reorganización del ejército conjunto y de la flota ateniense, al mando de generales espartanos. La victoria naval de Salamina es un triunfo de la escuadra ateniense mandada por el espartano Euribíates. Dos años después, las victorias de Platea y Mícala tienen lugar bajo el mando espartano.
Sin embargo, una vez restablecida la paz, la coalición se deshace, cuando Atenas considera que hay que defender a las ciudades situadas en Asia Menor y Esparta considera que están demasiado alejadas. Además de este conflicto, Esparta empezó a inquietarse por la hegemonía ateniense. La exigencia espartana de que Atenas no reconstruyera las murallas destruidas por los persas fue la excusa para que la ciudad abandonara la Liga Panhelénica y pasara a constituir la Liga de Delos. Hasta el 462 a. JC no se produjo un conflicto armado. Ese año se produjo la revuelta de los ilotas y Atenas envió un contingente dirigido por Cimón para auxiliar a Esparta. El contingente fue rechazado por la gerusía y el episodio marca un enfriamiento rápido de las relaciones entre ambas ciudades. En el 457 a. JC, la tensión precipitó una situación de guerra abierta. Entre ese año y el 440 no se produjo el triunfo decisivo de ninguno de los dos bandos. La paz firmada ese año solamente logrará mantenerse durante cinco años hasta que, en el 446 a. JC, el conflicto se recrudeció. El ejército espartano ésta vez sí estuvo en condiciones de invadir Ática, mientras que los atenienses, dirigidos por Pericles, deciden refugiarse tras los muros de la ciudad. Sin embargo, logran capturar en un islote a 120 hoplitas pertenecientes a las familias más nobles de Esparta. Los rehenes serán recuperados tras la rendición de la flota espartana. Es la primera vez que un grupo de hoplitas deciden rendirse en lugar de morir con las armas en la mano. La paz de Nicias firmada en el 421 apenas se prolongará tres años.
En el 418 a. JC el conflicto vuelve a estallar a causa de una nueva disputa territorial. En los años siguientes, las armas atenienses no tendrán fortuna y la defección de los aliados jonios permite a Esparta alcanzar la iniciativa estratégica y lograr la capitulación de Atenas en el 404 a. JC. El tratado obligará a Atenas a derribar buena parte de sus murallas e impondrán el gobierno de los “treinta tiranos”. La victoria en la Guerra del Peloponeso hará durante un tiempo de Esparta la ciudad que gobierne toda Grecia. Cobrará tributos a las ciudades vencidas, les enviará guarniciones militares, impondrá gobiernos colaboracionistas y restará, en definitiva, libertad y autonomía a las ciudades vencidas. A partir de ese momento, Esparta mira hacia Persia y asume la dirección de la lucha enviando 10.000 combatientes procedentes de todas las ciudades griegas, que son derrotados en el 401. Jenofonte narra las vicisitudes de esta expedición en su “Anábasis” o “La Retirada de los Diez Mil”. En el 306 a. JC, Atenas, Tebas y Argos se han sublevado contra Esparta y Agesilao, enviado para socorrer a las ciudades de Asia Menor, debe regresar precipitadamente para participar en la Guerra de Corinto que se desencadena a partir de ese momento. Esparta salió triunfante en el 394 a. JC en las batallas de Coronea y Nemea y tebanos, atenienses, beocianos y corintios resultaron aplastados por los hoplitas de Agesilao, pero estos triunfos no impidieron que Esparta perdiera la hegemonía marítima y que los persas, a la vista de los conflictos entre las ciudades helénicas, intentaran aprovechar la situación lanzándose de nuevo a la ofensiva. A partir de este momento, Esparta empezó a ser consciente de que la situación estratégica le era altamente desfavorable y firmó con atenientes y persas la paz de Antalcidas en el 386 a. JC. Sin embargo, ésta no sería la última vez en la que Atenas y Esparta se desangrarían. En el 378 a. JC se producen nuevos ataques espartanos contra El Pireo iniciándose un nuevo conflicto que durará siete años más. No fue la victoria de ninguna de las dos partes la que impuso la firma de la paz en el 371 a. JC, sino el ascenso de Tebas a potencia regional. Tardaría poco en dirigir sus tropas contra la ciudad, pero aquí, Tebas consiguió la victoria histórica de Leuctra.
Leuctra, o la derrota de la rutina
El 3 de agosto del 371 a. C, en las inmediaciones de Leuctra, las fuerzas de la Liga Beocia, dirigidas por Epaminondas, se enfrentaron contra los espartanos de Cleómbroto. Inicialmente la relación de fuerzas era favorable para los espartanos, que consiguieron movilizar a 10.000 combatientes, entre ellos 3200 hoplitas, por apenas 7000 sus adversarios. La habilidad de Epaminondas consistió en entender desde el principio que no podría obtener una victoria mediante la estrategia clásica. Le costó más vencer la oposición de sus aliados para imponer un ataque poco convencional. Hasta ese momento se sabía que los ladecemonios atacaban siempre en formación cerrada, la única para la que estaban entrenados. Los estrategas militares griegos y persas siempre habían pensado que si ésta era la estrategia empleada por los espartanos, es que se trataba de la mejor concebible, y la imitaban. El problema era que, en el terreno del adiestramiento, Esparta siempre se mostró superior y, por tanto, en el combate en orden cerrado llevaba siempre las de ganar. Epaminondas, por el contrario, ideó una táctica distinta: el “orden oblicuo”, con el flanco derecho en vanguardia y el izquierdo en retaguardia; en ésta añadió una columna de 50 hileras de profundidad. La idea era golpear la formación espartana en un solo punto, mientras procedía al envolvimiento con el ala derecha. Una vez iniciada la batalla la caballería espartana fue casi completamente diezmada y Cleómbroto no pudo deshacer la punta del flanco izquierdo beocio. El “Batallón Sagrado” de Tebas, al contraatacar, deshizo el orden cerrado espartano. Cleómbroto murió en combate junto con 400 ciudadanos libres, 1000 periecos y 2500 enrolados. Esparta jamás logró recuperarse, no sólo demográficamente, sino también desde el punto de vista de su prestigio militar. Tebas pasaba a ser la primera potencia de Grecia. La Batalla de Leuctra demuestra que las rutinas estratégicas suelen tener éxito hasta que terminan enfrentándose con un adversario hábil e innovador. Cuando se dice rutina, no hay lugar para el factor sorpresa.
Leuctra desarticuló completamente el dominio espartano sobre Mesenia. El primer efecto fue la disolución de la Liga del Peloponeso. Si Leuctra marca el inicio de la decadencia espartana, las guerras posteriores confirman y afianzan esta decadencia. La campaña de Agis III contra Macedonia en el 33 a. JC se salda con un nuevo fracaso en Megápolis; y durante la Guerra Lamiana iniciada tras la muerte de Alejandro Magno, Esparta no dispone de fuerza suficientes para participar a favor de ninguno de los dos bandos. La derrota de Selasia contra la Liga Aquea dirigida por Macedonia lleva por primera vez a la ocupación de la ciudad. Este episodio supone un hito: Esparta está vencida. La historia que le queda por delante no tiene nada que ver con el glorioso y heroico pasado de la ciudad.
En el 205 a. JC Esparta se alía con Roma, pero ocho años después las alianzas se invierten y, ésta vez, la ciudad lacedemonia está sola frente a Roma y las demás ciudades griegas. La paz del 195 a. JC sella su debilidad. Es obligada a ceder el puerto de Giteo con su flota, se le prohíbe reclutar periecos y resulta amputada de buena parte de su territorio. En el 192 a. JC la ciudad ingresa casi por la fuerza en la Liga Aquea, con la condición de derribar los muros que habían sido construidos no hacía mucho por el rey Nabis, los primeros de su historia. También se le obliga a abolir la “agogé” y liberar a los ilotas. En el 148 a. JC, tras un corto período de paz, la Liga Aquea vuelve a derrotar a los restos del ejército espartano. El gran beneficiario de todos estos conflictos es Roma, que impone definitivamente su dominio sobre Grecia.
A partir de ese momento se evidencia una extraña neurosis en la sociedad espartana. Destruida su potencia militar, vencida, la ciudad renuncia a dirigir ninguna coalición ni a intentar recuperar su influencia en la política griega. Esparta lo había perdido todo. Sus murallas, sus ilotas, su área de influencia, su prestigio militar. Sólo le quedaba una cosa: la “agogé”. Paradójicamente, ésta, lejos de relajarse, recrudece su crueldad y si ya hasta entonces había sido particularmente dura, ahora se vuelve inmisericorde y sangrienta. La imposibilidad de vencer enemigos exteriores hace que la agresividad espartana se vuelva contra los más débiles: sus propios hijos, los teóricos beneficiarios de la “agogé”. De todo el mundo conocido acuden gentes ávidas de asistir a los ritos sangrientos realizados en público y que prefiguran los juegos de gladiadores. Los niños de menor edad son castigados con una dureza sin precedentes en el mundo civilizado. Tras cualquier falta, por pequeña que sea, son azotados. Muchos mueren bajo el látigo. Finalmente es preciso construir un anfiteatro para que un público extranjero, cada vez más numeroso, pueda asistir a estos espectáculos. Ya no volverá a haber nada notable ni digno de mención en la ciudad. Sus últimos cinco siglos de existencia son de una tristeza exasperante. En el siglo IV estos espectáculos seguían siendo representados para sorpresa y satisfacción de los recién llegados a la ciudad. Los hérulos terminaron saqueándola en el 267 y los visigodos de Alarico terminaron destruyéndola en el 395 y dispersando a su población. La fundación de la ciudad de Lacedemonia por el Imperio Bizantino no supuso, ni remotamente, un acercamiento al antiguo prestigio de Esparta.
© Ernesto Milà Rodríguez – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 26.06.05
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