Ejercito y Sociedad (I) Las novatadas como rito de iniciación
Redaccion.- Desde los años ochenta las novatadas son denostadas como una muestra de la crueldad intrínseca de la vida militar. Incluso en la Academia General Militar han sido prohibidas so pena de graves sanciones. En realidad, la condena a las novatadas, va más allá de la vida militar. Los guasones no viven buenos tiempos: en colegios, internados y universidades, en asociaciones juveniles, la novatada ha sido prácticamente desterrada.
A decir verdad, quienes han practicado novatadas parecían haber perdido la conciencia de su utilidad y de su razón de ser. Esto hizo descender a la novatada a través de una pendiente degenerativa y, de su utilidad originaria, pasó a ser, simplemente, una broma pesada, que, por lo demás, no tenía demasiada gracia, especialmente para el objeto de la misma. Existe algún ejemplo histórico que vale la pena considerar.
En el siglo XII, la Orden de los Caballeros del Templo de Jerusalén, los templarios, habían organizado un “capítulo secreto” que impartía una “enseñanza iniciático” de origen gnóstico. Para acceder a ese capítulo, se pedía al templario que escupiera sobre la cruz (gesto que suponía el rechazo a la religión entendida como mero culto exterior), se le administraba el “bautismo del fuego” (baphos-metheos) y, finalmente, el oficiante administraba el “aliento del espíritu”, soplando en la base de la columna vertebral del neófito. Todos estos elementos formaban parte de una ceremonia ritual de la que se conocen pocos detalles y solamente se tiene la seguridad de que existió.
En tanto que orden guerrera implicada en las Cruzadas y en la defensa de la presencia cristiana en los Santos Lugares, los templarios sufrieron, como ninguna otra orden de la época, un abultado número de bajas en combate. Esto hizo que, apenas a dos siglos de su nacimiento, cuando el Reino Latino de Jerusalén es destruido por el Islam, entre sus bajas se hayan contado a muchos miembros del “capítulo secreto”. La enseñanza que se transmitía en esta cerrada institución se perdió con los monjes-soldado muertos en combate. Pero quedó el recuerdo de unos actos rituales, desfigurados y sin sentido para las nuevas generaciones de templarios. El aliento en la base de la columna vertebral se convirtió en un beso obsceno en el culo; la transmisión del conocimiento mediante el rito del “bautismo de fuego” pasó a ser la obligación de arrodillarse ante un ídolillo cornudo y tetón, al que llamaban “baphomet”, contracción y deformación de la ceremonia del “baphos-metheos”; y, finalmente, el acto de escupir a la cruz, se convirtió en una forma de desorientar a los nuevos reclutas y ponerlos en un compromiso dramático. Los miembros de la orden, que habían realizado los votos de castidad, pobreza y obediencia, pasaron a tener fama de sodomitas, bebedores impenitentes, puteros y vividores. En la actual catedral de Barcelona, la primera ceremonia que se celebró a poco de concluirse el ábside, fue, precisamente, una asamblea de antiguos templarios de los condados catalanes –cuando la orden ya había sido disuelta por el papado- llamados al orden por el Conde de Barcelona a causa de su comportamiento escandaloso. ¡Quién diría que aquellos despojos humanos, tiempo atrás habían formado parte de una orden que unía a su valor en combate, unos contenidos intelectuales de indudable altura metafísica!
El caso de los templarios nos indica cuál es el proceso degenerativo que sigue toda institución humana: en primer lugar, unos rituales y principios se aplican con toda su pureza y pulcritud, tienen su razón de ser y su sentido específicos; luego, la muerte de unos –esa eterna compañera de lo humano- o la defección de otros –la naturaleza humana es siempre mutable- provoca su caída de nivel. Los ritos se ejecutan fielmente, pero ya no se comprende su sentido; se ha perdido la esencia del ritual, aunque su eficacia siga vigente. Finalmente, ocurre la tragedia: el sentido de los ritos se distorsiona; no solamente son incomprendidos, sino que se convierten en una caricatura de lo que un día fueron; su sentido se ha invertido completamente. En la Edad Media se decía que Satán era “Dios invertido” y se acompañaba a la figura de Satán de rasgos caricaturescos y grotescos, de la misma forma que en las Cortes de la época, estrictamente jerarquizadas, el bufón ocupaba el último nivel, el más distante del número uno, la figura del Rey, del cual, apenas era su inversión y caricatura.
Cuando se cierra el ciclo de la decadencia, olvidado el nivel originario de las ceremonias, más tarde, repetidas como contracción grotesca, entonces se produce el colapso de la institución en cuyo interior se ha operado el proceso.
Esto nos lleva a nuestra primera tesis: la novatada supone la última etapa degenerativa de una enseñanza que, en un tiempo remoto, estuvo muy clara y tenía una función precisa.
Hoy, la milicia está presente en el mundo moderno, pero es algo que pertenece a otra realidad, a un mundo que ya no existe. De ahí que pueda parecer, en ocasiones, un arcaísmo: honor, disciplina, lealtad, espíritu de combate, amor a las armas, asunción de la guerra como compañera inevitable, caminar permanentemente junto a la muerte, idea de jerarquía, etc., todo esto, parecen valores que no tienen nada que ver con la postmodernidad y que, por otra parte, son incompatibles con ella.
No vale la pena engañarse, ni buscar compromisos o aplicar paños calientes: quien dice “milicia”, quien conoce la naturaleza profunda del oficio de las armas, aunque hoy maneje ordenadores y tecnología de punta, aunque vuele en reactores que triplican la velocidad del sonido, está aludiendo a una escala de valores que no es la del mundo del siglo XXI. De ahí la incomprensión y el rechazo que provoca la milicia entre muchos contemporáneos.
Lo que nos proponemos en este primer artículo sobre el tema es, partiendo de la novatada, remontarnos por la cadena del tiempo e intentar entrever de dónde deriva, cuál es su origen y qué enseñanza nos puede aportar.
No es la novatada lo que queremos exaltar. De hecho, habitualmente, la novatada suele ser una broma cruel y humillante. Al menos hoy se la tiene como tal. Pero, incluso hoy, en algunos cuerpos de élite, la novatada tiene un carácter de centralidad que nos puede ayudar a introducirnos y comprender su sentido y su justificación.
* * *
Hace casi treinta años, formábamos parte de un grupo político juvenil en el que para ser considerado miembro de pleno derecho, era preciso hacer un corte de mangas al cruzarse con un policía nacional de la época, un “gris”… Eran tiempos duros, incluso excesivos; en plena transición, cada cual planteaba la opción más surrealista para diferenciarse de otros grupos concurrentes. Lo mejor que le podía pasar al osado aspirante a entrar en nuestra hermandad, era que el policía desenfundara la porra y le sacudiera o bien que se lo llevara detenido por ofensa a la autoridad. A mí me pasó. Era preciso que el neófito mostrara “valor” y “rapidez”. Valor para realizar la provocación y rapidez para salir corriendo. En nuestra fraternidad juvenil, ¿para qué diablos íbamos a necesitar el concurso de alguien que no tuviera “valor” para osar ofender a la autoridad, ni “rapidez” para correr más que el que más, acto seguido? Entre nosotros, quien no era ni osado ni veloz, era una carga que los demás no estábamos dispuestos a sobrellevar. Nadie nos había enseñado el por qué de las novatadas, pero había un sexto sentido que nos indicaba que esa cruel charada (cruel porque un policía que aspiraba solamente a servir a la sociedad y ganar un sueldo era ofendido en su dignidad y porque muchos de los que deseaban militar con nosotros iban a sufrir su primer bajón de autoestima) era útil para operar una selección natural.
No estoy particularmente orgulloso de aquella época, pero he meditado una y otra vez por qué lo hacíamos y por qué, en todas las épocas, en todos los cuerpos de élite y en todas las latitudes, la novatada ha sido una constante, eternamente repetida que ha acompañado inevitablemente a la vida militar.
¿Pasé yo por esa novatada? De hecho, sí. Y fue terrible. Iba yo por la calle de la Montera, paseando con tres comilitones de la organización en la que pretendía entrar, en el lejano 1978; buscábamos a un “gris” para que yo pudiera realizar mi “prueba iniciática”. Desembocando en la Puerta del Sol (hubo un tiempo en el que allí se encontraba la Dirección General de Seguridad), divisamos a un “gris” cruzando la plaza. Me adelanté y realicé el corte mangas preceptivo. Aquel funcionario policial me miró a los ojos con expresión de incredulidad y sorpresa. Luego, en una décima de segundo, los ojos se le inyectaron en sangre. Estaba bien entrenado, así que mientras salía corriendo detrás de mí –según me contaron los otros camaradas que presenciaban la escena- desenfundaba la porra. Sentí como la goma silbaba a pocos centímetros de mi espalda y pude esquivarla en dos ocasiones; a la tercera me alcanzó frente a la Librería San Martín, hoy desaparecida; precisamente, frente a donde tiempo atrás, un desconocido había asesinato a Prim. Aquello dolía menos de lo que me imaginaba, a decir verdad, escocía. Todavía me gané algún guantazo adicional antes de ser puesto en libertad al día siguiente. Sólo entonces pude considerarme miembro de aquella olvidable organización político-juvenil-radical.
Una investigación llevada a cabo por un grupo pacifista italiano, el llamado Archivio Dissarmo, llegó a la conclusión de que las novatadas forman parte de un “sistema de violencia para preparar a los soldados para la guerra”. Exacto. La pena es que luego estropearon el planteamiento indicando que el sistema de novatadas crea “una jerarquía paralela que inculca como valor disfrutar con la humillación del otro”. El “disfrute” de quienes guían las novatadas, ni es el elemento central del episodio, ni siquiera es relevante. En una institución como las FFAA en donde el soldado debe estar preparado para dar y recibir la muerte, ninguna preparación es superflua para forjar una intensidad del carácter que no es la habitual en la vida civil. Es evidente que en las FFAA tanto como en institutos y universidades, existen individuos sádicos que gozan con la angustia y el sufrimiento de otros; en las sociedades occidentales, existe entre un 3 y un 5% de psicópatas, luego en la milicia también se da este porcentaje con todo el contingente de sádicos y tarados que esto implica. Pero también en la sociedad civil, este porcentaje está presente y, por lo demás, de cada 100 personas que nos cruzamos cada día, entre 3 y 5 son psicopatones absolutamente averiados. En las calles de nuestras grandes ciudades deambula ese mismo porcentaje de jóvenes que llevan la violencia y el sadismo en su interior, lo practican sobre sus compañeros e incluso sobre sus familiares.
Vale la pena que abandonemos la idea extendida de que la novatada es violencia gratuita; contrariamente a lo que pueda parecer, la novatada formaba parte –y, desde luego, parte importante- de la construcción del “carácter” necesario en la milicia. Además, es un rito de integración e iniciación a la vida militar.
Cuando en el mes de noviembre de 2005 los medios de comunicación transmitieron la noticia de que los marines británicos destacados en Irak practicaban crueles novatadas, volví a meditar sobre esta práctica desterrada en España. Lo que sigue son las conclusiones a las que he llegado y que resultan difícilmente refutables. ¿El resumen de lo que sigue? La novatada es una práctica que tiene un sentido preciso y una lógica dentro de la vida militar. La novatada es una necesidad si de lo que se trata es de formar soldados capaces de sobrevivir en los combates y vencer en las batallas. Por eso partimos de las novatadas para iniciar nuestro estudio.
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Suena un disparo. El tiempo en que una bala de fusil de asalto tarda en llegar a su destino es de apenas una fracción de segundo. De la rapidez de reacción del objetivo de ese disparo, depende su supervivencia. Habitualmente, el francotirador disparará a la cabeza del blanco, o a alguna zona vital de su cuerpo. Si el blanco reacciona con la rapidez suficiente, arrojándose al suelo, podrá salvar la vida.
Otro caso. Una unidad militar se infiltra en territorio enemigo para dar un golpe de mano. Son cinco combatientes. Cada uno tiene un trabajo que ejecutar. En el curso de la acción, a pesar de los riesgos, todos cumplen su cometido. Uno de ellos, resulta herido fortuitamente cuando el comando está retirándose. Los otros cuatro, sin dudarlo, detienen su marcha hacia la zona segura, responden como un solo hombre, recogen al herido y lo retiran del escenario del combate, aun a riesgo de sus vidas.
Pues bien, estos dos episodios, que se repiten constantemente en los episodios militares, tienen como protagonistas a guerreros que han pasado antes por un proceso de adiestramiento intensivo. La novatada, forma parte de ese adiestramiento.
(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es
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