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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Pobreza, islamismo y terrorismo: santa alianza

Pobreza, islamismo y terrorismo: santa alianza

Redacción.- Resulta difícil evaluar el terrorismo marroquí y mucho más difícil establecer su origen. Marruecos ha difundido demasiadas inexactitudes sobre el terrorismo islamista que opera sobre su territorio, como para que puedan aceptarse sin más sus versiones oficiales. Lo significativo es que el terrorismo marroquí ha actuado en Europa y, particularmente, en España, mucho más que en Marruecos. A esto se une el hecho de que, desde 1970, el majzén ha intentado mediatizar el movimiento islámico moderado. Hoy, ese movimiento es la principal fuerza político–social en Marruecos. Aún tratándose de un movimiento moderado en las formas, es extremadamente antieuropeo en su fondo.

 

Los informes de la inteligencia militar marroquí indicaban a principios de 2005, que las tropas destacadas en el Sáhara Occidental y los exmilitares radicados en ese territorio se iban decantando progresivamente por el fundamentalismo islámico. Decir militares y exmilitares quiere decir disponer de armas, municiones y hombres entrenados para la guerra. Los fundamentalistas no aspiran a otra cosa: la guerra santa, dicho en términos europeos, el terrorismo. Y no son pocos.

Una encuesta elaborada en junio de 2004 por el Pew Research Center (un grupo independiente de sondeos) establecía que el 11% de los turcos, el 45% de los marroquíes y el 65% de los pakistaníes tienen una opinión favorable de Bin Laden. La encuesta se había realizado sobre una muestra de 8.000 personas, de los que 1.000 eran marroquíes de entre 18 y 59 años. Entre otros datos, la encuesta demostraba la creciente intolerancia religiosa y un amplio apoyo a los ataques terroristas. El 45% de los marroquíes encuestados tenían una opinión favorable de Bin Laden. Para el 60% de los encuestados, los ataques suicidas con bombas contra objetivos americanos perpetrados en Irak son justificables. El 73% de los marroquíes es desfavorable para los cristianos y el 92% se declara antisemita. En Pakistán, los porcentajes desfavorables a los cristianos y los judíos son del 62% y del 80%, respectivamente, y en la Turquía que aspira a entrar en la UE, son del 52% y el 49%. La intolerancia religiosa en Marruecos es más alta que en cualquier otro lugar del mundo musulmán…


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Hasta el 15 de mayo de 2003, Marruecos se había intentado presentar ante Occidente como un país inmune ante la marejada del terrorismo islámico. Frente a la vecina Argelia, Marruecos había permanecido ajeno a las actividades terroristas del salafismo–wahabita y si bien existía un incipiente movimiento Islamista, el observador exterior percibía que, al menos, era moderado en sus formas. Con los atentados de Casablanca, todo cambió. De hecho, en realidad, nada de lo anterior era cierto, y los atentados evidenciaron la existencia de un extendido movimiento islamista. En las elecciones de 2002, el Partido para la Justicia y el Desarrollo que integra a los islamistas moderados, experimentaba un crecimiento inaudito y empezaba a constituir una amenaza idéntica a la que el FIS había sido en Argelia a partir de 1990. Bruscamente, cuando parecía que los islamistas moderados marroquíes iban a experimentar un crecimiento electoral notable en las elecciones municipales del 2003, explotaron las bombas del 15 de mayo en Casablanca.
 

Contrariamente a lo que sostienen los pacifistas, las bombas no son absurdas; cada uno de ellos tiene una lógica propia que la hace posible y la rentabiliza políticamente en uno u otro sentido. Absurdas en sus objetivos, las bombas de Casablanca encerraban, en el propio absurdo, una lógica implacable.
 

Bombas en la noche de Casablanca

El 16 de mayo era un día agradable en Casablanca. Había finalizado la fiesta del Mulud, especie de navidad musulmana, que celebra el aniversario del nacimiento del Profeta. Ese día se conmemoraba también la creación de las fuerzas de seguridad de Marruecos y muchos agentes de policía se encontraban de vacaciones. Por su parte, la comunidad judía celebraba el «sabbath».
 

A las 22:00 horas, dos personas provistas de mochila aparecen en el vestíbulo de la Casa de España y degüellan al portero que intentaba impedirles el paso. Atraviesan el bar y en la terraza, hacen explotar las bombas que llevan en el interior de las mochilas. Los supervivientes experimentaron la sensación indeleble de un temblor de tierra; luego el horror de las llamas y fragmentos de cuerpos humanos dispersos por todas partes, incluso hasta el séptimo piso de un inmueble colindante. Treinta personas mueren en un momento, entre ellos los terroristas.

Pronto se oyen otras explosiones por la ciudad. Tres estallidos proceden del Club Israelita. Allí, los terroristas suicidas han asesinado a un policía de guardia y luego han hecho estallar una primera bomba en la puerta de entrada y las otras dos en las salas vacías.
 

No muy lejos, otros tres jóvenes aparecen en el restaurante Positano, propiedad de un judío marroquí. Van mal vestidos y no les dejan penetrar en el local. Hacen estallar sus bombas matando al portero y a un policía de guardia en el Centro Cultural Belga que se encuentra en el otro lado de la calle, de tal manera que las primeras informaciones destacarán que el objetivo era este último lugar y no el restaurante.

No será la última explosión esa fatídica noche. El hotel Farrah, propiedad de una empresa kuwaití, es asaltado por dos jóvenes, también provistos con mochilas, que, siguiendo el ejemplo de los asaltantes de la Casa de España, asesinan al portero y hacen estallar luego sus cargas en el hall. Morirá otra persona de vigilancia en el hotel.
Habrá un último atentado, acaso el más extraño de todos. Una bomba estalla en uno de los barrios más pobres de la ciudad, la Vieja Medina. Mata a dos jóvenes y a un niño. El cementerio judío se encuentra cerca y, habitualmente, la versión oficial atribuye este último atentado a un error propio de terroristas despistados que se han inmolado a cien pasos de su objetivo. Afortunadamente la mayor parte del barrio está en sus casas; es la hora en la que va a comenzar en la TV un culebrón egipcio de mucha audiencia.
En total, 41 víctimas, entre los que se contaron 13 «mártires»  de entre 20 y 30 años. Al día siguiente, los cadáveres de ocho de ellos serán identificados. Otro fue detenido, herido, en las inmediaciones del hotel Farrah. Casi todos vivían en Sidi Moumen, un barrio de chabolas. Allí, los salafistas tienen un caldo de cultivo particularmente favorable.
Al día siguiente a los atentados, nadie en Casablanca quería creer que un grupo de jóvenes se había suicidado matando a veintiocho personas más. Sin embargo, las pruebas que recaían sobre los islamistas eran abrumadoras. A decir verdad, los explosivos y la sofisticación de su mecanismo de detonación eran impropios de la falta de medios económicos y del «amateurismo»  de los suicidas. El primer informe de la policía marroquí tras los atentados indicaba que el grupo terrorista estaba preparándose para atentar contra el Twin Center, diseñado por Ricardo Bofill, principal centro económico de Marruecos. Hay algo en todo esto que no encaja, para entenderlo hay que remontarse a las raíces del islamismo local.
 

La aparición del islamismo político

El islamismo no es nuevo en Marruecos; está imbricado en su historia hasta el tuétano. Tanto es así que en las escuelas del vecino país no se estudia la historia local antes de la llegada del Islam. Irradiando desde La Meca, la religión de Mahoma llegó tardíamente al Magreb. Cuando en 1956, alcanzó la independencia, el Islam se convirtió en religión oficial y la figura del rey quedó sacralizada en las distintas constituciones que ha tenido el país, incluida en la última, aprobada en 1996.
 

Desde principios de los años ochenta, Marruecos ha sido presentado por sus autoridades como la excepción al contagio Islamista. Se decía que la inmensa mayoría de la población tenía una acrisolada fe monárquica y, por tanto, en razón de que la dinastía alauí era descendiente de la familia del profeta, la fidelidad política se unía a la religiosa. Por otra parte, el partido nacionalista Istiqlal se gestó en el exilio egipcio de su fundador Allal el Fassi donde estuvo en contacto con los Hermanos Musulmanes. El Istiqlal, siempre ha unido tres factores: nacionalismo, Islamismo moderado y, como derivado de éste, fe monárquica. La posición preponderante del Istiqlal desde el origen de la independencia marroquí y la institución monárquica, se daban como explicaciones para justificar la presunta impermeabilidad del país a la marejada Islamista.

El régimen marroquí encontró su base social en las zonas rurales y entre los imanes y ulemas conservadores. Estos clérigos realizan una interpretación moderada del Islam. En 1964 se creó un centro de estudios para la formación de ulemas y en 1979 la universidad fue autorizada para crear la licenciatura en estudios islámicos, dos canales a través de los cuales se intentaba controlar y mantener el apoyo de esta influyente categoría social. Pero, a partir de mediados de la década de los ochenta, buena parte de los licenciados en estos centros no pudo acomodarse dentro de las instituciones oficiales y quedaron en paro. Esto coincidió con la llegada masiva de fondos de los wahabitas saudíes con los que pudieron levantarse miles de nuevas mezquitas desde las que difundieron su doctrina y crearon cientos de nuevas mezquitas fuera de la disciplina del Islam oficial adicto a la monarquía alauí. En estas mezquitas encontraron trabajo los clérigos en paro, resabiados contra la administración, a la que consideraban corrupta y degenerada. Fueron los primeros predicadores de la disidencia político–religiosa.


Hassán II había permitido que los wahabitas saudíes financiaran la construcción de un 70% de las 35.000 mezquitas de Marruecos en Tánger, Casablanca, Fez, Salé, Marrakech y Tetuán. El 70% de las mezquitas de Casablanca, por ejemplo, han sido construidas con dinero saudí. En torno a cada mezquita se empezaron a formar redes de misioneros dirigidos por emires, incitando a unirse a la yihad en Afganistán, Bosnia o Chechenia. En 2004, sobre un total de 35.000 mezquitas, sólo 8.659 dependían ya de la Administración. Era el fracaso de la política religiosa de la casa real.

El islamismo político moderado: Justicia y Desarrollo
 

Desde los años 70, Hassán II había intentado integrar a las asociaciones islámicas dentro del sistema, impulsando un pequeño partido político, el Movimiento Popular Democrático Constitucional. Otros, constituyeron el partido «Unidad y Reforma», más radical, del que se decía que estaba teledirigido por Driss Basri, ministro del interior. Este partido, terminará integrándose en el MPDC en 1996 que, así reforzado, pudo obtener doce escaños en las elecciones generales de 1997, formando grupo parlamentario propio. Cuando muere Hassán II (1999), este partido se transformó en el Partido de la Justicia y el Desarrollo.

En marzo de 2000, los islamistas convocaron una primera gran manifestación contra la reforma del Estatuto de la Mujer fue el primer signo exterior de actividad Islamista de masas. Es significativo que la manifestación se convocara en Casablanca, donde las mezquitas disidentes agrupan al 70% de islamistas. El episodio siguiente que evidenció el ascenso del Islamismo fueron las elecciones del 27 de septiembre de 2002, cuando el PJD se convirtió en la tercera fuerza política del país, pasando bruscamente de 14 a 42 escaños. Pero hay que matizar este resultado.
 

La dirección «oficialista»  del PJD, llegó a un pacto (confesado públicamente) para presentar candidaturas solamente en la mitad de los distritos únicamente. Bajo presión del majzén, el PJD había decidido presentar candidatos solamente en 56 de las 91 circunscripciones a fin de no generar alarma por los buenos resultados que le auguraban las encuestas. El majzén pretendía evitar un efecto similar a la brusca victoria del FIS en Argelia. Tal como expresó uno de los dirigentes del PJD, Benkirán «[… una victoria] sería imposible de soportar políticamente tanto en el interior como en el exterior del país […] el escenario argelino produce fobia en Marruecos». Todos los analistas consideraban seguro el triunfo de los islamistas moderados, por mayoría absoluta, si se presentaban en todas las circunscripciones. Los resultados desbordaron todas las previsiones hasta el punto de que se produjo un «apagón»  durante el recuento electoral. La convicción de que hubo fraude electoral, no fue óbice para que el PJD se convirtiera en el tercer partido, a pesar de presentarse en la mitad de las circunscripciones.

No hay que perder de vista que el PJD surgió de la cooperación electoral entre el movimiento islamista Reforma y Unidad y el antiguo partido oficialista Movimiento Popular Democrático y Constitucional del Dr. Abdelkrim Jatib, médico de Hassán II. Los islamistas radicales conocen al PJD como «islamistas del Rey». En realidad, en el interior del PJD siempre ha existido cierta ambigüedad coexistiendo dos tendencias, una moderada, encabezada por Abdelillah Benkirán (procedente de Reforma y Unidad, grupo nacido en 1981 cuando se separó del ala moderada del movimiento clandestino Juventud Islámica) y un ala radical que tiene como jefes de fila a Abib Tajakani y Mustafá  Ramid. Así no pudo extrañar que en las elecciones de 2002, mientras Benkiran explicaba que el PJD solamente pretendía mantener de la sharia aquello que hoy está en vigor en la constitución marroquí, sus otros dos compañeros de partido, sostenían que su intención era la aplicación íntegra de la ley coránica. Mientras los moderados del PDJ aspiraban a un acercamiento estratégico al Istiqlal, los radicales habían hecho guiños constantes al jeque Yassin y a su organización Justicia y Caridad, el cual, por lo demás, se felicitó del éxito del PJD en las elecciones del 2002.
 

Pero todo esto no debe hacer olvidar que el PJD, a pesar de ser un partido que acepta la constitución marroquí y mantiene una práctica política moderada, alberga en su interior innegables contenidos islamistas y un ala más radical, hoy postergada, pero no por ello desaparecida. Sus diputados siempre han defendido la islamización de la sociedad y la identidad islámica del país con medidas tales como la prohibición del alcohol, el rechazo a la integración de la mujer, la ruptura de relaciones con Israel y un código de prensa basado en el Islamismo. Primer partido de Marruecos por su influencia social, aspiraba a confirmar sus inmejorables perspectivas de crecimiento cuando ocurrieron los atentados de Casablanca.

Hoy, el sector radical del PJD está representado por Mustafá Ramid, líder del grupo parlamentario, y Ahmed Raisuni, procedentes del antiguo movimiento Reforma y Unidad. A partir de 2004, éste sector se opone frontalmente al sector moderado encabezado por Abdelkrim Jatib. Los radicales han procurado forzar la presión política del PJD. Raisuni, tras los atentados de Casablanca, llegó a negar que Mohamed VI fuera el «príncipe de los creyentes»; ciertamente se retractó pocos días después y dimitió de sus cargos, pero no era el único en pensar así dentro del PJD, lo que ocurría es que el sector moderado, mayoritario en esos momentos, estaba tratando de permanecer al margen de la ofensiva contra el Islamismo radical desencadenada por el majzén. Pero los radicales prosiguieron con su presión: solicitaron el endurecimiento de la ley contra el consumo de alcohol, exigieron el cierre de los centros de enseñanza que mantienen países no islámicos en Marruecos, encabezaron las manifestaciones contra actores y directores de cine que, a decir de los islamistas, no respetaban la religión islámica. Una película de Nabyl Ayuch que mostraba un pequeño desnudo, por ejemplo, fue el blanco de las iras de Mustafá Ramid, dirigente del PJD quien explicó que «atentaba contra los valores del Islam y forma parte de la quinta columna francófona y sionista».
 

El PJD no se llamó a engaño. Era perfectamente consciente de que los atentados de Casablanca iban a tener consecuencias nefastas sobre su formación. Raisuni, dirigente del sector radical del PJD, condenó los atentados afirmando que «estos actos suponen un grave atentado contra el Islam y justifican la intervención extranjera en los asuntos de los países islámicos». En el parlamento se vieron obligados a aprobar la legislación antiterrorista o, de lo contrario, hubieran sido presentados como «cómplices de los terroristas». Pero esto no impidió que muchos miembros del PJD hayan sido detenidos e investigados en virtud de la ley antiterrorista.

La reforma del código de familia (mudawana) fue otra de las resultantes de los atentados de Casablanca. Tras el largo bloqueo de los sectores más conservadores –que estimaban que este código iba en contra de las tradiciones marroquíes– el nuevo texto presentado por Mohamed VI fue aprobado por unanimidad. La edad mínima legal de matrimonio para las mujeres se elevó de 15 a 18 años, se establece el derecho al divorcio por mutuo acuerdo, somete la poligamia y el repudio al control judicial, termina con el deber de la mujer de obedecer a su marido y elimina el requisito de que la mujer tenga un tutor para poder casarse. Se le ha definido como uno de los códigos de familia más «progresistas»  en el mundo árabe. Los islamistas del PJD renunciaron a bloquearlo después de que las bombas de Casablanca, los situaran en posición defensiva. El gobierno tuvo consiguió que si se oponían a esta ley fueran considerados por la opinión pública como cómplices de los atentados. Eran los efetos colaterales –¿colaterales?– del crimen.
En el congreso del PJD celebrado en abril de 2004, moderados y radicales llegaron a un acuerdo en virtud del cual el partido rebajaría su perfil opositor para evitar ser identificados con los radicales. Un moderado, Saad Eddine el–Othmani, ocupó la secretaría general del partido.
 

En noviembre de 2004 se anunció la reforma de la ley de partidos para prohibir las formaciones de matriz religiosa. Anticipándose, el PJD ha dicho que su partido «no es ni religioso ni islamista, sino un partido de referente islámico». Pero lo es, claro que lo es, y no es el único en Marruecos.
 

Justicia y Caridad: otra forma de política islamista

Lo que hasta ahora era uno de los factores de estabilidad de la monarquía alauí (su doble carácter político y religioso) se ha convertido en un factor de riesgo. En la figura del rey se unen los tres poderes constitucionales y, además, la sacralización de su figura, tal como establece la Constitución de 1996 (aprobada por la increíble cifra del 99’56% de votos). «Tocando»  a la figura del monarca, todo el sistema se desploma. Y tal es la función asumida por JyC y por sectores amplios del PJD. Por otra parte, la propia definición constitucional de «monarca sagrado»  hace que los partidos laicos, en una situación de libertades democráticas reales, también terminaran torpedeando a la figura del rey. En España, por ejemplo, la monarquía puede arrogarse el estar «por encima» de los partidos, pero no en Marruecos.

La Mudawana, o Estatuto Personal, vigente en la actualidad, está basado en la Sharia; su versión anterior a la reforma de 2003, era una especie de ley coránica descafeinada, pero extremadamente despectiva con respecto a las mujeres. La Mudawana regula la poligamia y el repudio, la tutela matrimonial de la mujer o su inferioridad en los derechos de herencia (la mujer percibe la mitad de la herencia que el hombre). El Gobierno Yusufi se estrenó con un ambicioso –e irrealista– Plan de Integración de la Mujer, ante el cual los islamistas se movilizaron en masa, logrando bloquear el proyecto.

Fueron las mujeres marroquíes, las que, manifestándose, tiraron atrás el innovador proyecto de Yusufi. JyC movilizó a las mujeres para protestar contra una reforma de la que ellas eran las principales beneficiarias. Finalmente, la reforma propuesta por Yusufi fue bloqueada por el ministerio de Asuntos Religiosos… uno los llamados «ministerios de soberanía»  (nombrados directamente por el rey). Hasta los atentados de Casablanca…

Tras las elecciones legislativas de 2002, los islamistas moderados del Partido Justicia y Desarrollo (PJD), por primera vez, estuvieron en condiciones de formar grupo parlamentario propio en la Cámara de Representantes. Junto a este grupo coexistía el movimiento Islamista moderado más importante del país, Justicia y Caridad (JyC) liderado por Abdesalam Yassín, que no realizaba directamente actividad política, sino que se dedicaba a la asistencia social. Además, existían los grupos takfires. A pesar de que se ha dicho con mucha ligereza que los takfires están vinculados a Al–Qaeda, no es evidente que así sea. Tras las primeras detenciones de los presuntos terroristas que cometieron los atentados del 11-M, se publicó que pertenecían al movimiento de origen egipcio «Takfir wal Hijra» (literalmente, Anatema y Exilio), la secta salafista de los «takfires». Se trataba de una información falsa. El propio Abú Dahdah (tenido como responsable de la «célula española” de Al-Qaeda), tras los atentados y especialmente tras la profanación de la tumba del subinspector de los GEO muerto en la operación antiterrorista de Leganés, atribuyó a los takfires tanto este odioso episodio como los propios atentados del 11-M. La violación de la tumba del GEO sería una venganza planificada por los takfires, como respuesta a la inmolación de los siete islamistas, entre los que podría estar el responsable ideológico y líder religioso de la secta en España. La exhumación del cuerpo del GEO, su destrozo y mutilación con un pico y una pala y su calcinación correspondería a un ritual seguido por los miembros de esta secta, por el hecho de que los cuerpos de sus «mártires» no han sido sepultados aún, según marca la «suna» (tradición) coránica. No se trataría de la primera profanación. Previamente se habían producido otras, en el Cementerio Sur, en el madrileño barrio de Carabanchel y en Marruecos contra tumbas judías. Esto movimiento habría llegado a España de la mano de salafistas magrebíes y su principal base se encontraría en estos momentos en Londres, dirigido por un emir. La secta fue fundada en el Egipto de los años 40, bajo el nombre de Takfir Oual y se la considera una herejía («aljvarij») dentro del Islam. El grupo procede de una facción radical escindida de los Hermanos Musulmanes de Egipto fundado por Shukri Mustafa, juzgado y ejecutado por el asesinato del presidente Annuar el Sadat en 1981. Luego se propagaron a Argelia y Marruecos de la mano de los salafistas y una década más tarde se establecieron en Líbano y Sudán. Fue en este último país en donde, según la versión oficial, entraron en contacto con Bin Laden que se encontraba en esos momentos ahí después de la Segunda Guerra del Golfo (1989). Tampoco parece evidente. A España llegaron de la mano de magrebíes inmigrados en los años 90. En Marruecos, se dieron a conocer después de profanar tumbas judías. Se trata de una versión extrema del Islam que permite a sus adeptos, incluso asesinar a musulmanes, incluidos niños y mujeres, si no cumplan los preceptos más rígidos del Islam. Para ello es menos grave que mueran que el hecho de convertirse en infieles («kafires»). Son apenas unos cientos, parte de los cuales se encuentran en España, procedentes de Marruecos; poco que ver con los cientos de miles de partidarios del jeque Yassín.
 

«Justicia y Caridad»  (Al Adl ua al Ihsan) jamás ha ocultado su integrismo y en su interior, a diferencia del PJD, no tiene tendencias; es una organización monolítica fundada en 1983 y liderada por el jeque Abdesalam Yassín. En 1974 Yassín se hizo famoso al dirigir una carta abierta a Hassán II en la que denunciaba la occidentalización del país, la corrupción del majzén y definía a Hassán II como «pecador». En lugar de encarcelarlo, Hassán II recurrió, como los soviéticos, a encerrarlo en un frenopático. En 1989 no reconoció la sacralizad del monarca, así que fue puesto bajo arresto domiciliario, situación que duró hasta el 2000 cuando, tras la muerte de su padre, Mohamed VI levantó la sanción, a pesar de que le había recordado que las riquezas que heredó de su padre habían sido obtenidas ilegítimamente y, por tanto, su uso y disfrute eran, así mismo, ilegítimas. A partir de ese momento, con Yassín en libertad, el movimiento alcanzó un auge formidable.

JyC es un movimiento radical en sus postulados, pero pacífico en su actividad cotidiana. Sus principios no son diferentes de los contenidos en la carta que su fundador dirigió a Hassán II: la corrupción del majzén ilegitimaba el carácter sagrado de la monarquía y perjudicaba a todo el país que, progresivamente, se occidentalizaba en detrimento de las clases desfavorecidas que sufren injusticias sociales intolerables. Este discurso, ha calado extraordinariamente en las clases ilustradas de la sociedad marroquí, especialmente entre los maestros, universitarios y profesionales. Su actividad consiste en realizar obras de caridad en los barrios pobres, cada vez más numerosos que, de esta forma, se han convertido en un vivero de fundamentalismo.
 

Resulta difícil valorar numéricamente el peso de JyC. En 2003, habían sustraído la dirección de los sindicatos a la Unión de Fuerzas Socialistas, en una evidente muestra de vitalidad y arraigo en la sociedad. También ha convocado distintas manifestaciones de masas contra la reforma del estatuto de la mujer y sus miembros han realizado campañas contra el turismo (frecuentemente acosando a los visitantes de las playas) que demuestran inequívocamente que se trata de un movimiento de masas. Por otra parte, en las elecciones proponen la abstención (que llega al 65%).

Hassán II se equivocó cuando intentó debilitar a JyC estimulando la constitución del PJD que, inicialmente, debía ser una organización «controlada»  por el ministerio de Asuntos Religiosos. Además, dejó que Arabia Saudí creara y financiara la corriente wahabita que, históricamente, arraigaba en las mismas capas sociales que JyC. Hassán II creía que estas dos orientaciones bastarían para minimizar la importancia político–social de esta organización. Esta estrategia se basaba en que el contagio islamista se produciría, inevitablemente, en Marruecos, por tanto era preciso adelantarse e integrar a los grupos islamistas, lo cual debía hacerse a través del ministerio de Asuntos Religiosos y generosas subvenciones, favoreciendo, paralelamente, la fragmentación del islamismo radical y colocando a algunos hombres fieles al frente de las distintas fracciones. Pero las cosas discurrieron por otros derroteros imposibles de prever por Driss Basri, verdadero inspirador de esta estrategia y por M’Dagri Alaui, quien la aplicó al frente de su ministerio.
Los salafistas habían alcanzado cierta relevancia en la sociedad marroquí a partir de los años 80, dirigidos por Mohamed Magraui, a sueldo del wahabismo saudí (cuerpo doctrinal de los seguidores de Muhammad Ibn Abdel Wahab que vivió a mediados del siglo XVIII) y organizado como asociación cultural. Magraui fundará un centenar de centros coránicos disidentes del islamismo malekita oficial.
 

La ideología wahabita, en realidad, al no reconocer el carácter político y religioso de la figura real, apunta contra la línea de flotación de la monarquía; los wahabitas admiten que el «príncipe de los creyentes»  es un título que puede ser ostentado por cualquier clérigo (como el líder de los talibanes, el mulah Omar que tenía ese mismo título). Seguramente, Mohamed VI, conocía esta característica del wahabismo, pero pensaba que, en el caso de que esta corriente empezara a obtener una influencia real en la sociedad, los cercenaría como había hecho sin piedad con otros movimientos y políticos mucho más arraigados. El crecimiento de las formaciones wahabitas, finalmente, terminó desbordando a su hijo y convirtiéndose en un riesgo real para la existencia misma de la monarquía.

El PJD había desbordado pronto las intenciones iniciales de Hassán II y se desembarazó pronto de la tutela del ministerio de Asuntos Religiosos, mientras que JyC, paradójicamente, fue uno de los principales beneficiarios de esta política que le ha permitido celebrar reuniones públicas y mantener una estructura, «ilegal», pero «tolerada». Hassán II pretendía que el PJD contrapesara la creciente influencia de JyC. La diferencia esencial entre ambos partidos era que mientras el jeque Yassín no admitía la autoridad espiritual del monarca, el PJD si la reconoce, al menos hoy oficialmente. Una de las corrientes del PJD, «Vigilancia y Virtud»  acepta sin reservas la naturaleza sagrada del monarca, pero la otra, «Unidad y Reforma», en cambio, comparte en este terreno las posiciones de Yassín. A diferencia del PJD, la organización de Yassín ha elegido no participar en los procesos electorales. Y ha ido creciendo al margen de las instituciones.
 

Para contrarrestar a esta organización, la estrategia consistió en fragmentar el área fundamentalista favoreciendo la creación de pequeños grupos extremistas que, además de dividir, eran rechazados por la opinión pública, arrastrando en tal rechazo a todo el sector político del que formaba parte JyC. Ya hemos mencionado a estos grupos: «Separación y excomunión»  (Al Hijra Ua Takfir), de Yusef Fikri, que fue conocido en Europa, antes de que llegaran noticias de la organización de Yassín; a pesar de su endeblez numérica y de que, en la actualidad, se encuentra casi completamente desarticulado, los «takfires»  asesinaron a una persona que consumía alcohol. Por su parte, «Camino recto»  (Assirat Al Mustakim), de Zakaria Miludi, aparece como escisión del anterior y también ha cometido algún asesinato. Finalmente, los seguidores de Bin Laden están agrupados en la Salafiyia Yihadihia, de Mohamed Fizazi, relativamente conocido por haber acusado de debilidad a Yassín en una carta abierta. Todos estos grupos se consideran wahabitas y los dos últimos son conocidos como «los afganos»  por la aprobación pública que realizan de las ideas (y las acciones) de Al–Qaeda. La propaganda wahabita hacía sido autorizada en Marruecos  por Hassán II para dividir al Islamismo radical, de un lado, y para pagar el apoyo que Arabia Saudí (foco de financiación del wahabismo) prestó a Marruecos en la discusión sobre la independencia del Sáhara en la Liga Árabe.

El islamismo radical en Marruecos
 

En 1999, los islamistas marroquíes estaban divididos en dos sectores, los radicales que habían adoptado los temas favoritos de Bin Laden (guerra santa contra los países occidentales, especialmente contra EEUU, considerados herederos de los cruzados y focos de indescriptible corrupción y vicio), mientras que los grupos moderados se limitaban a reimplantar en la sociedad marroquí tradiciones religiosas del pasado. Estos últimos aspiraban a combatir la dejadez que percibían en la sociedad marroquí; se oponían a la elección de mises y a otros concursos que «degradaban a la mujer» , consiguieron imponer en los barrios marginales la utilización del velo islámico y rechazaban la coeducación aduciendo que favorecía la promiscuidad; mediante la fuerza, en ocasiones, o a través del adoctrinamiento, consiguieron que los hombres de las barriadas pobres acudieran a las mezquitas en las oraciones de los viernes; se manifestaron contra el consumo de alcohol y propusieron medidas para endurecer su venta. Numéricamente, los moderados eran infinitamente mayores a los grupos radicales y, por supuesto, tenían muchas más posibilidades de poner en práctica su política reformista desde las instituciones; eran, por tanto, más peligrosos. Por otra parte, los grupos radicales, desde siempre eran objeto de vigilancia por parte de la seguridad marroquí y, es natural que estuvieran infiltrados por sus agentes.

En 1969 nace en Marruecos la primera organización islámica radical, la Shabiba Islamiya (Juventudes Islámicas), creada por Abdelkrim Mutí y Abdelaziz Nuamani. Veintidós años después, Muti se escindió de este grupo y creó la Facción del Combate, mientras, Nuamani fundaba la Organización de los Combatientes Marroquíes. En 1984, ambas organizaciones, que jamás tuvieron excesiva importancia, desaparecían, pero uno de sus militantes, Abdelilah Ziyad, fundaba en 1993, el Movimiento Islamista Combatiente, un grupo del que se sabe muy poco sobre su alcance y ni siquiera existe unanimidad en lo relativo a su nombre: Grupo Islámico Combatiente, Grupo Marroquí Armado, Grupo Islámico Armado, Grupo Combatiente Marroquí...
 

Se suele atribuir la fundación de este grupo a excombatientes marroquíes en la guerra de Afganistán con los soviéticos (1979–89), pero, en realidad, apenas aparecen unos pocos el último año del conflicto y siempre se trata de personas vinculadas a ONGs que actúan en tareas humanitarias. Cuando, al vacío dejado por los soviéticos, sigue la guerra civil afgana (1989–96), la presencia y actitud de los marroquíes no se altera, aunque algunos, como Ali Allam, regresan a su país. En 1996, los talibanes ascienden al poder y, a partir de ese momento, afluyen algunas decenas de marroquíes, que generalmente vivían ya en el extranjero, y que, habitualmente, estaban casados con mujeres nacidas en Arabia Saudí o en los Emiratos Árabes. Ninguno de estos marroquíes tuvo el más mínimo protagonismo ni en Al Qaeda, ni en el gobierno talibán.

Sin embargo, se suele explicar que, a su regreso a Marruecos, a finales de la década de los noventa, formaron el Grupo Islámico Combatiente que se considera la «pata»  de Al–Qaeda en ese país… algo que, como mínimo resulta discutible y no está en absoluto demostrado.
 

De existir, el papel del GIC parece ser muy secundario en la estructura de Al–Qaeda. Algunos dossiers de la CIA indican que apenas hizo otra cosa que facilitar cobertura a los terroristas de Bin Laden de paso por Marruecos. En lugar de cometer atentados, robaban y falsificaban documentos para el «terrorismo internacional». No está nada claro y faltan pruebas para demostrarlo; se trata de la versión oficial y por eso la hemos traído a colación, si bien somos escépticos sobre su veracidad.

Otros informes de la CIA, daban el año 2002 y la ciudad de Londres como escenario para la creación del Grupo islámico Combatiente Marroquí por Mohamed Guerbouzi. Esos mismos informes apuntan a que, un año más tarde, Guerbouzi reunido con gente de Al–Qaeda en Estambul, habrían planeado atentados terroristas en Casablanca, Essauira, Fez, Tánger y Marrakech; pero sólo tuvieron lugar los de Casablanca.
 

Por su parte, la seguridad marroquí, manejando los informes de la CIA, sostuvo que, tras los atentados del 11–S, el GIC decidió realizar acciones en el interior de Marruecos. Pero nada ocurre. Apenas la detención de los ilusos que pretendían atentar contra la VI Flota y de distintos grupos salafistas, más o menos incoherentes. La versión oficial marroquí sostiene que al fracasar deciden cometer acciones suicidas que se inician en Casablanca el 16 de mayo de 2003. Tampoco parece muy verosímil. No hay que olvidar que los 13 terroristas de Casablanca, se inmolaron innecesariamente en la acción; pensemos lo que supone para una organización incipiente el que 13 de sus activistas mueran… para matar a 32 víctimas irrelevantes. ¿Con quién pensaban continuar la serie de atentados si sus filas se veían mermadas por los suicidios de sus militantes? La versión oficial sobre los atentados de Casablanca, no despeja en absoluto estas incógnitas y permite pensar que hay algo que se escapa a la versión oficial. Por ejemplo, la sofisticación de los explosivos que nada tenía que ver con la tosquedad de sus autores y su falta de preparación para armas bombas como las que estallaron.

La seguridad marroquí da como responsable de estos atentados es Mohamed El Guerbuzi (a) «Abu Aisa», considerado jefe de Al–Qaeda en Marruecos según unos y simple portavoz del grupo para otros; junto a Guerbuzi, figuraban en el esquema elaborado por la policía marroquí, las células de Yusef Fikri, Abdeluahhab Rebbai (a) «Errabba»  y Karim El Mejjati (a la que pertenecían los interrogados por los atentados de Casablanca). Resulta difícil saber cuál es la estructura de este grupo e incluso saber si se trata de un grupo organizado. Da la sensación de que es, más bien, un amasijo de células completamente independientes y, probablemente, sin relación entre sí, pero que utilizan el mismo nombre para firmar sus acciones terroristas. Las fuentes oficiales marroquíes explican que los cuadros dirigentes de estos grupos proceden del Movimiento Islamista Combatiente de Abdelilah Ziyad y del grupo formado por Abdelaziz Nuamani, Ali Buseghiri y Mohamed Nekkaui (detenido tras los atentados de Casablanca).
 

Hasta las bombas del 16 de mayo de 2003, solamente se había producido una acción terrorista de envergadura en Marruecos. En agosto de 1994, tres terroristas armados habían penetrado en hotel Atlas de Marrakech, disparando contra los clientes que se hallaban en el establecimiento. Murieron dos turistas españoles, Salvador Torrás y Antonia García. Hassán II acusó de este episodio a los servicios secretos de Argelia, aun a sabiendas de que se trataba de una falsedad y de que los terroristas habían salido del propio Marruecos. El incidente se saldó con el cierre de las fronteras terrestres entre los dos países y con la exigencia de visado a los ciudadanos argelinos para entrar en Marruecos. Pocos días después, la policía marroquí culpó a Abdelilah Ziyad de estos atentados. Tras el atentado, Hassán II intentó negociar la entrega a Argelia Abdelak Layada, uno de los terroristas argelinos más buscados, detenido en Marruecos, a cambio del cese del apoyo político al Frente POLISARIO.

En los años 1994 y 1995, Argelia trató de introducir el tema del terrorismo en la agenda de la conferencia de ministros del Interior de la Unión del Magreb Árabe, pero Marruecos se opuso. Era la forma de debilitar a Argelia que en esos momentos sufría la gran ofensiva del GIA y del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate. Para Hassán II, el terrorismo era sólo un instrumento para negociar, una excusa para adoptar decisiones drásticas y un sector a manipular. En el atentado de Marrakech todo esto se encuentra presente sin el más mínimo pudor.
 

Algunos de los imanes que ejercen en las mezquitas oficialistas llegaron a defender la legitimidad moral del 11–S y la figura de Bin Laden, con la consiguiente apología del terrorismo que ello significaba. Otros imanes, titulados por el ministerio de Asuntos Religiosos, no dudaron en criticar la ceremonia ecuménica de homenaje a las víctimas, realizada en la Catedral de Rabat cinco días después de los atentados y con que el rey aspiraba a congraciarse con los EEUU. El fundamentalismo islámico ha crecido, incluso entre el clero amamantado por las instancias oficiales. Hoy se calcula que algo más de la mitad del Islam marroquí aprueba la actividad de Bin Laden y de Al–Qaeda.

Rasgos sociológicos del islamismo radical marroquí
 

Uno de los principales factores de inestabilidad en el Magreb es la demografía y, más en concreto, lo que se conoce como la «hipertrofia juvenil» que aparece cuando los jóvenes de entre 15 y 29 años se convierten en el grupo social mayoritario. En ese caso, la probabilidad de que estallen guerras civiles y movimientos terroristas de amplia base es tres veces mayor que en las poblaciones en las que el grupo social mayoritario son los adultos. La esperanza de que disminuya la natalidad en el Magreb en los próximos 25 años no es ninguna esperanza… por que no es evidente que esa disminución vaya a producirse.

En Marruecos y Argelia este proceso es muy acusado y la inestabilidad aumenta cuando los jóvenes se encuentran en paro y sin otra esperanza que la inmigración para mejorar sus aspiraciones.
 

Marruecos no puede prescindir de la inmigración, aunque la inmigración sea uno de los caldos de cultivo del fundamentalismo islámico. Las remesas de los emigrantes suponen hoy el primer ingreso neto en divisas del país. Hasta marzo de 1998, estos flujos se incrementaron el 15% hasta alcanzar los 8.564 millones de dirhams. Entre 1999 y 2001 se doblaron, llegando a los 36.162 millones de dirhams (3.500 millones de euros).

Buena parte de los marroquíes que protagonizan los atentados atribuidos al islamismo radical son jóvenes que residen en Occidente. A diferencia de los viveros de radicalismo islámico que aparecen en los barrios pobres de las ciudades marroquíes, los terroristas marroquíes que se han trasladado a los países europeos, ni son pobres, ni se encuentran en situación irregular.
 

Un estudio sobre 212 presuntos terroristas magrebíes que han sido detenidos en Europa Occidental y Norteamérica entre 1993 y 2003, muestra que apenas el 16% eran inmigrantes ilegales, el 8% eran inmigrantes de segunda generación. Terroristas marroquíes han estado implicados en cinco extraños episodios de terrorismo internacional entre 1999 y 2001, todos ellos –también extrañamente– frustrados, además del atentado contra la sinagoga de Djerba en Túnez (abril de 2002), los atentados de Casablanca (mayo de 2003) y los atentados de Madrid (marzo de 2004).

Las bombas de Casablanca y su papel provocador
 

Hay que encuadrar los atentados de Casablanca en aquel dramático instante de la historia reciente: sólo unas horas antes de los atentados, George Bush había anunciado inminentes ataques de Al–Qaeda y una mayor periodicidad en las acciones terroristas; apenas cuatro días antes habían tenido lugar atentados similares en Riad, tierra natal de Bin Laden, en los que murieron 30 personas. Era inevitable vincular, inmediatamente, los atentados de Casablanca a Al–Qaeda.  Sólo unas semanas antes, ocho de los condenados en 2004 por el intento de atentado contra la embajada de EEUU en Roma, habían resultado a ser marroquíes. En agosto de 2002, la seguridad marroquí desarticuló también a un grupo autóctono, deteniendo a un centenar de sus integrantes, al que se acusó de estar detrás de cinco asesinatos y numerosas agresiones contra personas no islámicas. Meses atrás habían resultado detenidos cientos de jóvenes miembros de una corriente islamista que simpatizaban con Bin Laden. Este movimiento había surgido en el interior de mezquitas wahabitas. Luego se produjeron los atentados de Casablanca y la detención de los miembros del grupo islamista Assirat Al Mustaqim («el buen camino»).

En enero de 2002, la seguridad marroquí dice haber detectado el retorno de ciudadanos de ese país que habían permanecido en Afganistán hasta la invasión americana. En ese momento se crea la leyenda de los grupos terroristas marroquíes fundados por «los excombatientes afganos». El 11 de mayo de 2002 se desarticulaba la improbable célula durmiente de Al–Qaida que debía atentar contra la VI Flota de EEUU; en julio se producía un ataque contra los asistentes a una boda en Ulid Tunal cerca de Meknes; en agosto, resultaban detenidos treinta miembros de varios grupos radicales en Casablanca y Fez, etc. A finales de mayo de ese año se publicaba la noticia de que Al–Qaida, pretendía actuar en Marruecos y, tres meses después, un comunicado atribuido a Al–Qaeda llamaba a los islamistas marroquíes a responder firmemente a las detenciones de activistas salafistas. 
 

Los «afganos» –siempre según la seguridad marroquí– habían fundado tres grupos terroristas, de los que el más importante sería la Hichra wa Takfir, que sería la «sección marroquí»  de la Salafía al–Ŷihadía, al que pertenecerían también el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate de Argelia  y la Yihad Islámica en Egipto. El grupo resultó desarticulado tras los atentados de Casablanca, siendo detenidos sus fundadores (Yussef Fikri y Mohamed Damir) y otros 28 activistas. Otro grupo eran los Emires de Gang, al que la prensa marroquí atribuyó, bastante frívolamente, unos 500 miembros en Fez y entre 800 y 1000 en Casablanca. El tercer grupo, muy pequeño y también desarticulado tras las bombas de Casablanca, se dice que tiene vínculos entre la inmigración marroquí en España; de hecho, su líder, fue detenido cuando pretendía viajar con destino a nuestro país.

Todos estos grupos, en definitiva, no suponen nada, su actividad en los momentos de escribir estas líneas es nula e, incluso, en el 2002, sus fuerzas debían ser extremadamente débiles a tenor de la facilidad con la que fueron completamente desarticulados. En la prensa marroquí existía en aquel momento una evidente tensión. Se creía ver terroristas por todas partes, cualquier cosa para crear la sensación de que existía un «peligro islamista», lo que llevaba, necesariamente, a enajenar el voto para el PJD. En realidad, los comunicados atribuidos a Al Qaeda y todas las informaciones sobre la irrupción del salafismo terrorista se concentran ANTES de las elecciones de 2002. Pero, todas estas informaciones alarmistas no logran contener al islamismo moderado; entonces tienen lugar los atentados de Casablanca que también se producen ANTES de las elecciones municipales de 2003; deberían de haber servido para frenar el ascenso del PJD, pero, la maniobra orquestada por el majzén de amalgamar a islamistas radicales, islamistas moderados e islamistas terroristas, se salda con el fracaso.


Tras los atentados de Casablanca, diversos medios publicaron informaciones espectaculares en las que se decía que Bin Laden aspiraba a convertir Marruecos en un santuario de Al Qaeda. Eran, evidentemente, falsas. En realidad, desde febrero de 2002, no se han producido nuevas declaraciones de Bin Laden (e, incluso, se duda seriamente de la autenticidad del comunicado aparecido en esa época) y existe la duda sobre su paradero y, mucho más, sobre sus proyectos. Alguien pretendía que en Occidente se creyera que existía una amenaza de Al–Qaeda sobre Marruecos y que éste país estaba dispuesto a afrontar el desafío. Pero no era así: en Marruecos se han producido atentados terroristas y, como los del 11–M, no hay absolutamente ninguna pista que conduzca a Bin Laden o a Al–Qaeda. Ahora bien, es indudable que la seguridad marroquí, utilizaba el espantajo de Bin Laden y Al–Qaeda para alertar sobre un peligro terrorista que, al menos, en el interior de Marruecos era inexistente.

Los atentados de Casablanca sucedieron poco después de que las tropas norteamericanas escenificaran su entrada en Bagdad y el derribo de la estatua de Saddam Hussein. Poco antes, en las mezquitas situadas fuera de la influencia de la casa real, se protestaba contra el ataque norteamericano y se pedía, literalmente, «resucitar el espíritu de Yihad» y «boicotear los productos americanos, británicos y sionistas y los de todos los países que formaron parte de la coalición». El mismo PJD pidió cerrar «las embajadas de los países agresores» y añadía que «sólo la guerra santa y el martirio de la comunidad musulmana permitiría recuperar la dignidad». En aquellos días, todos los grupos islamistas, moderados y radicales, llamaron a la movilización contra «herejes y cruzados». No había matices: en esta definición se englobaban tanto a los países occidentales que se habían opuestos a la guerra, como a EEUU y sus aliados. Existía un clima de violencia verbal que pareció cristalizar con los atentados.


Unos días antes de las bombas de Casablanca, se habían producido atentados terroristas en Riad que causaron 25 muertes, entre ellas ocho norteamericanos. También en esa ocasión se utilizaron comandos suicidas, nueve de cuyos cuerpos pudieron encontrarse despanzurrados en el área de las explosiones. Con éste precedente, era inevitable pensar que la paternidad de los atentados de Casablanca correspondiera a Al–Qaeda. Desde el primer momento, el ministro marroquí de Interior, Mustafá Sahel, apuntó que ataques «fueron perpetrados por gente afiliada a grupos terroristas internacionales»… lamentablemente, no aportó prueba alguna.
Los ataques de Casablanca habían sido cuidadosamente premeditados para causar un impacto rotundo. Ya en aquella ocasión, el gobierno español defendió vehementemente que el atentado contra la Casa de España no estaba relacionado con la intervención de nuestro país en apoyo de la ocupación norteamericana de Irak. Era discutible: Marruecos también había apoyado dicha intervención y, por lo demás, el punto que resultó más dañado y con más saña fue la «Casa de España». Existía un aroma «antiespañol»  inequívoco. Incluso el Club Israelí había sido golpeado cuando se encontraba vacío y otro tanto ocurría con el atentado en el cementerio israelita, no así la «Casa de España».
Tras los atentados, la reacción de las autoridades consistió en encarcelar, no sólo a los presuntos responsables del crimen, sino a militantes de la totalidad de los grupos islamistas considerados como radicales. Por otra parte, se realizó una ofensiva política sobre el PJD. El régimen aprovechó los atentados, para criminalizar al islamismo moderado y meterlo en cintura. Se le exigió, que reconocieran el carácter sagrado de la monarquía y el rito malekita; negarse a hacerlo equivalía a hacer causa común con los terroristas; en esa democracia tan particular como la marroquí el majzén se reservaba el derecho de imponer candidatos a los partidos islamistas y, desdiciendo la necesaria libertad de información y la igualdad de oportunidades de todos los partidos, las autoridades impusieron restricciones a la información sobre los partidos islamistas, tanto en las elecciones legislativas del 2002 como en las municipales del 2003. Así mismo, una nueva ley electoral impide la autodefinición religiosa de los partidos. A pesar de todo, en las municipales del 2003, el PJD logró ser la fuerza mayoritaria en Mequinez, Kenitra y otras treinta ciudades. Solamente había sido autorizado a presentar candidatos en el 3’48% de los distritos electorales. Atentaban los presuntos islamistas radicales, pero el perjuicio mayor lo sufrían los islamistas moderados… esta es la única realidad y, ante ella, es lícito pensar en cualquier posibilidad sobre el origen de los atentados.

La manipulación del terror 

Cuando en 1999, subió al poder Mohamed VI, se abrió un nuevo período en la política marroquí presidido por los buenos deseos y las promesas de democratización del país. Pero, dos años después, todo esto se había diluido. Ni el islamismo en ascenso, ni las clases más conservadoras veían con buenos ojos estas reformas y presionaban, cada uno en sentido opuesto, para que se abandonaran. La reforma del Código de Familia (que legitimaba la poligamia y el repudio), una de las propuestas centrales del período 1999–2001, fue, postergada primero y olvidada después hasta los atentados de Casablanca, cuando, bajo la presión del traumatismo, los islamistas cedieron. Las promesas de instauración efectiva de los derechos humanos y las libertades públicas, era mirado con desconfianza por el Ministerio del Interior y por la inteligencia militar. Los atentados de Casablanca, fueron utilizados también para desprestigiar a la primera institución (que no habría tenido habilidad suficiente para impedir la comisión del crimen) e hicieron que Mohamed VI se arrojara en brazos de la inteligencia militar. Su padre había hecho otro tanto.

Hassán II utilizó al islamismo como contrapeso al movimiento democrático, pero no dudó en golpearlo con dureza en 1973 (proceso de Kenitra) y 1979 (proceso de Casablanca). El islamismo era tolerado mientras servía a los intereses de la casa real, pero si intentaba seguir un camino propio, pasaba a ser combatido sin piedad. A partir de 1975, el Islam marroquí se vio sometido, primero a la influencia de los Hermanos Musulmanes egipcios (movimiento fundado en los años 30 y reactivado en los 70), luego del wahabismo saudí (que arraigó pronto mediante subvenciones a instituciones culturales islamistas) y finalmente del chiísmo iraní (que rompía la unidad del rito malekita marroquí), las tres tendencias radicales del mundo islámico en el último tercio del siglo XX. Todos estos grupos, aprovechando la pobreza, el clima de corrupción, los abusos de poder y la falta de libertad, pudieron levantar cientos de mezquitas que surgían, especialmente, en los barrios deprimidos de las grandes ciudades. Uno de los puntales de la predicación de este islamismo era la condena a Occidente «degenerado e impío».

En los años 70, Hassán II, hombre educado en la cultura francesa, percibió el formidable poder del integrismo islámico que resultó evidente cuando Jhomeini dejó de ser un oscuro imán exiliado en París para convertirse en el inspirador del formidable movimiento que apeó al Sha del poder. Para evitar que se produjera un fenómeno similar en Marruecos, Hassán II aplicó una vieja táctica: crear, mediatizar y manipular al incipiente movimiento islamista marroquí, para evitar que surgiera un movimiento de este signo, autónomo e impermeable a las estrategias emanadas desde el palacio real. Hassán II autorizó en 1972 la actividad de la Shabiba Al–Islamiya (Juventud islámica), vinculado a los «Hermanos Musulmanes». El grupo se había fundado en 1969 pero, a partir del asesinado del dirigente izquierdista Omar Benjelún (1975) experimentó un rápido ascenso, esto es, se convirtió en un riesgo, que precedió a su prohibición.
Además del PJD y de la organización del jeque Yassin, existen otras dos grupos islamistas minoritarias, Alternativa Civilizadora y el Movimiento por la Comunidad, y una infinidad de grupúsculos de orientación salafista, una verdadera galaxia radical de reacciones imprevisibles. Algunos de estos grupos pueden estar manipulados por la seguridad marroquí, algo que no sería la primera vez que ocurre.
De entre todas las maniobras de intoxicación realizadas por los servicios de información marroquíes, destaca, sin duda, la presunta célula de Al–Qaeda que debería de haber atentado contra la VI Flota de EEUU. Quien planificó la operación de intoxicación cometió el error de cargar las tintas contra España. Se afirmó que los atentados se estaban planificando desde Ceuta y Melilla y que, por ambas ciudades debían de pasar los explosivos, hasta llegar a Gibraltar, lo que motivó e escepticismo de los servicios de información españoles y europeos en torno a la veracidad de estos datos. Es innegable que instancias de la seguridad marroquí, literalmente, han «inventado»  atentados, como ayer intentaron manipular movimientos islámicos o laicos.
En efecto, sectores inspirados en los servicios de inteligencia han impulsado la creación de grupos políticos de carácter nacionalista que hacen el «trabajo sucio»  y llegan a donde no llega la diplomacia o el ejército marroquí. Así por ejemplo, el minúsculo Partido Liberal Reformador, creó el Frente para la liberación de la Argelia Marroquí, de carácter terrorista. Treinta años antes, una formación fantasma similar, teledirigida desde el palacio real de Rabat, ya había atentado contra nuestras tropas destacadas en Ifni. Decididamente, no hay nada nuevo bajo el sol.
Al–Qaeda y Marruecos ¿realidad o ficción?
La «prueba» que se argumenta para justificar el que Marruecos aparezca como uno de los objetivos privilegiados de Al Qaeda, es el mensaje grabado por Bin Laden en febrero de 2002 (esto es, cuando el gobierno talibán había sido desintegrado y de cuyo contenido se albergan serias dudas) en el que citó a ese país entre los países musulmanes que había que «liberar de la apostasía». Fue su último mensaje. Poco después, como para indicar que la amenaza se cumplía, fue «desarticulada»  la famosa «célula durmiente de Al–Qaeda» de la que se dijo que estaba «dispuesta a atentar contra la VI Flota», acción desmesurada para un grupo que carecía completamente de con la sofisticación suficiente como para abordar actos de esa magnitud.

En 2002, el Ministerio del Interior y la Dirección de Seguridad Territorial, decidieron promulgar una ley antiterrorista que suponía un evidente recorte a las escasas libertades democráticas alcanzadas en los meses siguientes a la muerte de Hassán II.  Los islamistas del PJD se opusieron con firmeza. La situación parecía estancada hasta que se produjeron los atentados de Casablanca. También aquí, la ley fue aprobada una semana después de los atentados sin que el PJD opusiera resistencia; si lo hacía, aparecería ante la sociedad marroquí como cómplice de los terroristas.


La Ley Antiterrorista era sólo el primer hito de una ofensiva legislativa contra los sectores islamistas de oposición, especialmente, contra los que representaban algún riesgo real, los islamistas moderados.

Esta ley es deliberadamente ambigua a la hora de definir lo que es el «terrorismo» y, mucho más, la «apología del terrorismo». Tal ambigüedad permite encarcelar a sectores políticos disidentes, especialmente islamistas. Los sectores democráticos marroquíes condenaron la Ley 03/03 que limitaba los derechos fundamentales, afirmando que suponía sepultar las reformas emprendidas en el período 1999 (muerte de Hassán II) y 2001 (promulgación del Código de Prensa). La nueva Ley Antiterrorista fue aplicada por primera vez en el juicio a los presuntos responsables de los atentados de Casablanca. Diez fueron condenados a muerte. Gracias a este arsenal legislativo, pudieron ser detenidas en torno a 8.000 personas de las que apenas 838 fueron procesadas y sólo 390 fueron condenados.


Las asociaciones pro–derechos humanos marroquíes denunciaron que muchos de estos detenidos fueron torturados. Por otra parte, no es menos cierto que el Derecho Penal marroquí exonera a funcionarios que han realizado torturas siguiendo órdenes. El informe del 24 de junio de 2004, de Amnistía Internacional denunció la práctica de torturas físicas y psicológicas en el curso de las investigaciones de los atentados de Casablanca, en el centro de detención de la DST, cerca de Rabat.

Amnistía Internacional, Human Rights Watch y la Federación Internacional de Derechos Humanos, tras los atentados de Casablanca, han podido hablar de «un deterioro notable de los derechos civiles y políticos», especialmente, tras las bombas de Casablanca. Han aumentado las detenciones ilegales, las torturas, la manipulación de testimonios y los procedimientos arbitrarios en los que los acusados resultan condenados sin existir testigos ni pruebas inculpatorias. Ahí están los informes anuales de estas ONGs que pueden ser consultados fácilmente a través de Internet.


Tras los atentados, en el mensaje a la nación de 30 de julio de 2003 (Fiesta del Trono), Mohamed VI subrayó «la relación entre el Estado y la religión ya ha sido zanjada en nuestro país al establecer la Constitución que el Reino de Marruecos es un Estado islámico, y que el rey es el comendador de los creyentes»; en otras palabras, al rey le corresponde el monopolio de lo religioso. En ese mismo discurso, el rey lanzó una advertencia a los diputados del PJD que se habían opuesto a la ley 03/03: «consciente de los peligros de la amenaza terrorista, el Estado ha luchado por evitar este riesgo por medio de la fuerza de la ley y el envío de un proyecto al Parlamento hace algunos meses [ley antiterrorista]. Sin embargo, algunos círculos han obstaculizado sistemáticamente, coartando los planes del Gobierno».

En abril de 2004, se anunció la creación de dos nuevas direcciones generales, una dedicada a la enseñanza religiosa y otra al control de las mezquitas. Para colmo se creó el «Consejo Supremo de los Ulemas», presidido por el rey, que regularía la emisión de fatwas «para evitar la intrusión en la religión de individuos ajenos a la ley». Otras medidas promovieron el Islam tradicional sufí frente a la marejada wahabita y salafista. El ministro de Asuntos Religiosos, Abdelkader M’dagri (permisivo con los wahabitas), fue sustituido por Ahmed Taufiq (próximo a la corriente sufí tradicional). En octubre de 2004, se creó la Radio Coránica Mohamed VI, emisora vinculada al majzén, que deberá «velar por la unidad doctrinal de la fe y del rito marroquí»
Conclusiones provisionales 
Tal como hemos visto en este capítulo, hay que considerar cuatro factores diferenciados (la monarquía, el islamismo moderado, el Islamismo radical y el terrorismo) que, en realidad, tienen espacios comunes, gracias a un último factor a tener en cuenta: determinados servicios de seguridad del Estado.
Hoy se acepta que los primeros movimientos islamistas marroquíes surgieron al calor del palacio real y qué éste los utilizó para que combatieran a los movimientos laicos, democráticos y de izquierda. Cuando superaron cierto límite de seguridad, fueron duramente reprimidos. Desde principios de los años 70, Hassán II permitió que se formaran grupos subvencionados por el wahabismo saudí para así tener apoyos dentro de la Liga Árabe. De estas subvenciones surgió una tupida red de mezquitas en donde encontraron empleo los imanes y ulemas en paro surgidos de las titulaciones oficiales creadas por la administración de Hassán II. En 1990, se constituyó el núcleo inicial de lo que luego sería el PJD, estimulados desde el ministerio de Asuntos Religiosos. Cuando este partido alcanzó cierto nivel de desarrollo, Hassán II autorizó las actividades de la organización asistencial del jeque Yassín, JyC que debería servir de contrapeso al PJD. El problema fue que, el PJD vió como crecía extraordinariamente su ala radical, con la misma fuerza con la que creía el peso político del partido; y otro tanto ocurrió con JyC.
El proyecto de Hassán II de crear un sistema estable mediante un juego de pesos y contrapesos manipulados desde el majzén y los servicios de inteligencia, se evidenció, finalmente, como un fracaso absoluto: los wahabitas crecieron más allá de los límites previstos, otro tanto ocurrió con el islamismo moderado del PJD y con el radical anidado en su seno e inspirando a JyC. Para colmo, más de la mitad de la población marroquí terminó mirando con buenos ojos a la figura de Bin Laden y los atentados suicidas.
Si todo esto es indiscutible, la existencia de un terrorismo autónomo ya es más problemática. Resulta evidente que el gobierno marroquí ha exagerado el papel de los excombatientes que regresaron de Afganistán, el ministerio del Interior ha creado la ficción de que Marruecos era un objetivo preferencial de Al–Qaeda, sin duda, para congraciarse con los EEUU. Pero no está suficientemente documentado que las simpatías que arrastra Bin Laden en Marruecos, se hayan traducido en la cristalización de una organización terrorista estable capaz de elaborar una estrategia propia. De hecho, ni siquiera está demostrado que los atentados de Casablanca fueran instigados por Al–Qaeda. Y, en cuanto a la organización a la que se responsabilizó de los atentados de Casablanca, se sabe demasiado poco. Atendiendo a los datos precedentes sobre las manipulaciones del islamismo realizadas por los servicios especiales marroquíes, es lícito pensar que también los grupos terroristas han sido objeto de manipulación… especialmente cuando se valoran los efectos que estos atentados tuvieron sobre la política local y a la vista de cómo fueron tratados, política e informativamente, desde los órganos sumisos al majzén: los atentados los cometieron terroristas, pero se criminalizó tanto al PJD como a JyC.
Los grupos terroristas no suponen nunca un riesgo verdadero, los islamistas radicales y moderados si constituyen un peligro para la estabilidad interior de Marruecos en la medida en que, basados en la pureza del Islam, no dudan en recriminar al majzén prácticas corruptas.
Paradójicamente, la monarquía que estimuló el juego de pesos y contrapesos que se neutralizaban entre sí, en aras de la propia supervivencia de la institución, ha terminado siendo víctima de esta estrategia. Es lícito suponer que la siguiente trinchera defensiva de la monarquía consiste en crear una sensación de miedo que aísle los movimientos islamistas y el terror es, sin duda, la mejor estrategia para llegar a este objetivo.

No seria la primera vez que el terrorismo ha sido generado y manipulado por fuerzas de seguridad del Estado para provocar efectos de rechazo sobre la opinión pública. En Marruecos este proceder se ha repetido hasta la saciedad desde los tiempos de la independencia. Cada atentado indiscriminado sobre la población genera una sensación indeleble de terror que incita a la gran mayoría a buscar la protección del Estado. Como en Casablanca.

Ahora bien, cuando alguien crea un monstruo, se arriesga a que escape a su control. Es el mito de Frankenstein redivivo. Tras los atentados de Casablanca, los atentados del 11–M. Siempre con marroquíes como ejecutores. No hay dudas de que en la quiniela sobre los atentados del 11–M aparecen marroquíes en todas las casillas. La cuestión de fondo, también aquí, es si actuaron autónomamente, como grupo terrorista con estrategia propia, o si las bombas obedecían a otra estrategia que no tenía nada que ver con la voluntad de quienes las colocaron. A veces hay gente que cree que ha cometido un atentado por que llevó la nota reivindicativa…

(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es

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