ZP o la globalización encarnada.
Redacción.- Desde l981 no se recordaba una situación tan crispada en la política española. Esta crispación ha venido de la mano de ZP, miembro de la nueva clase política española, surgida tras la transición, sin otra ideología más que la propia de la globalización. Receptáculo de contradicciones, este progresismo globalizador, se une al guerracivilismo o rupturismo. ZP ha trasladado el caos que bulle en su cerebro a toda la sociedad española.
ZP, un producto de la globalización
ZP carece de ideología política y, si se nos apura, de cultura general. Felipe González, al menos, era un socialdemócrata pragmático, es decir, con un pie en el capitalismo y el otro en la doctrina aprobada por la socialdemocracia alemana en Bad Godesberg. ZP, ni eso. Su presunto humanismo, su presunto pacifismo, su presunto neutralismo, enlazan perfectamente con el modelo requerido por la globalización: una doctrina soft (=blanda), mal definida, adaptacionista, ingenua, meliflua y fofa. Eso, y unos cuantos tópicos progresistas (el progresismo es la globalización de la estupidez), constituyen la doctrina de ZP.
De ahí que cuando se hable de nación, ZP no tenga ni siquiera claro de qué se trata. Una nación, tal como fue definida por Ortega y Gasset, es una unidad de destino que contempla la realización de una misión histórica. Para entender lo que quieren decir las palabras destino y misión, hace falta tener conocimientos históricos. ZP, apenas sabe de historia lo aprendido en la pobre EGB que debió cursar en León. Y, lo más probable es que ni siquiera haya retenido lo esencial de aquella asignatura referido a España.
ZP confunde nación, Estado (encarnación jurídica de la Nación), nacionalidad (comunidad cultural), comunidad nacional (eufemismo para citar el binomio Pueblo-Estado), región (concepto geográfico que define un entorno geomórfico homogéneo), federalismo (asociación libre de Estados), pueblo (conjunto humano que habita, generalmente, sobre un territorio concreto), etc.
Al confundir todos estos conceptos, ZP carece de la idea fundamental que debe tener todo político: la idea de Estado y lo que deriva de ella, el concepto de autoridad. Y, lo que es peor, ZP cree que la misión de todo político (y, más en concreto, su misión), es pasar a la historia como un gran reformador. De ahí que, aun antes de llegar al poder haya estimulado el insensato Estatuto Catalán, haya anunciado que la vía para terminar con el terrorismo etarra es el diálogo y no el martillo inexorable, haya propuesto una profunda reforma constitucional todo ello, sin tener ideología de ningún tipo, sin proponer absolutamente nada más que la reforma por la reforma y la paz con ETA a cualquier precio.
El presunto humanismo de ZP no pasa de ser una amalgama de conceptos frívolos e irresponsables que han llevado a una legislación absolutamente enloquecida en la que la cuota femenina en el gobierno, las bodas y adopciones homosexuales, se unen a un reformismo que, en año y medio ni el propio ZP ha sido capaz de definir.
Es más fácil protagonizar la no-Historia que predijera (erróneamente) Fukuyama en 1990, que hacer la Historia. La gente como ZP solamente tendrían sentido en el mundo feliz post-histórico, sin conflictos, ni tensiones, uniformizado y normalizado, a donde Nietzsche, con mucha más visión de futuro, profetizó que se dirigía la civilización. Un mundo de esclavos felices. Pero aún no hemos llegado y, seguramente, jamás llegaremos- a una abstracción así. Solo que, en el cerebro de ZP, ya nos encontramos en ese mundo casi feliz. Eso mismo es lo que pretende demostrarnos la globalización: que la felicidad es inexorable y que nos aproximamos a ella. El mercado determina nuestra marcha hacia el mundo feliz, y, por tanto, el Estado es innecesario. Gobernar no es otra cosa que dejar que el mercado se recomponga constantemente, es decir, no hacer nada. ZP, es, digámoslo ya, la quintaesencia del gobernante de la era globalizada.
El problema: la globalización no lleva al mundo feliz
En la doctrina de ZP algo falla: la globalización no se ha consolidado. La globalización, lejos de ser la panacea universal, no es más que el capitalismo llegado a su límite lógico de acumulación de capital; la producción industrial, lejos de diversificarse, se concentra en las zonas emergentes (en donde resulta más barata), y las naciones del primer mundo se desindustrializan, convirtiéndose en áreas de servicios. Lejos de llegar a la igualdad, la sociedad rica, avanza inexorablemente hacia la sociedad de los tres tercios (un tercio con estabilidad laboral y buen nivel de ingresos, un tercio que vive en la precariedad laboral, teniendo acceso solamente a trabajo negro y con un alto grado de inestabilidad sobreviviendo gracias a los subsidios de paro y, finalmente, otro tercio, que vive en la indigencia total, dependiendo de la caridad pública). Lejos de avanzar a situaciones de justicia social y con niveles de bienestar aceptables, la globalización ha generado una nueva esclavitud en el antiguo Tercer Mundo, y, para abaratar al máximo los costes laborales en el Primer Mundo, se ha tenido que romper el Estado del Bienestar y hacer de la precariedad laboral y el subempleo una constante.
Esta es la verdadera globalización, no la que ZP cree que se ha instalado entre nosotros. Los Estados siguen existiendo, incluso dentro de la UE y, por tanto, su defensa es necesaria, por costosa que sea. ZP lo desconoce. Como desconoce que, como nación, tenemos enemigos en el Sur (Marruecos). Olvida que Ceuta, Melilla, las Islas Adyacentes y Canarias, son territorio nacional. No tiene ni la más remota idea de lo que es la nacionalidad, es decir, la pertenencia a una Nación. Cree, en virtud de su humanismo fofo y ramplón, que cualquier recién llegado de no importa donde, debe tener los mismos derechos que aquellos que somos descendientes de generaciones de españoles que han hecho éste país con su esfuerzo, con sus impuestos e, incluso, con su sangre: por que, muy frecuentemente, los Estados, los Pueblos y las Naciones, se defienden con las armas en la mano y la independencia exige un tributo de sangre Vale la pena acordarse de la boutade de Pepe Bono: Prefiero morir a matar, frase que, no sólo es una mentira, sino que, además, es una estupidez dicha por un ministro de la Defensa.
Guerracivilismo y rupturismo
Hay otro problema. No todo lo que bulle en el cerebro de ZP deriva del progresismo globalizador, hay otra componente no menos deleznable: lo que se ha dado en llamar guerracivilismo o, mejor dicho, rupturismo. Sus biógrafos dicen que, en su infancia, estuvo muy apegado a su abuelo republicano. Es posible, pero poco importa de dónde derive. En un principio, era probable que el guerracivilismo fuera un señuelo para desviar la atención sobre la ineficacia de su gestión de gobierno. La retirada de símbolos históricos del régimen anterior, la desmesurada defensa de la inocencia republicana en los crímenes que tuvieron lugar durante la guerra civil, las subvenciones y premios en metálico a todos los que afirman haber descubierto fosas reales o supuestas de fusilados por el franquismo, las rehabilitaciones, la asimilación del centro-derecha actual al franquismo de ayer (cuando es evidente que hay una disrupción generacional) y un largo etcétera de gestos y frases, indica que ZP ha hecho saltar por los aires el pacto de la transición.
Ese pacto consistía, groso modo, en legalizar a todos los partidos a cambio de que se aceptara la continuidad monárquica encarnada por Juan Carlos y se hiciera tábula rasa, sin vencedores ni vencidos, consensuando una constitución que desde 1979, no ha dado malos resultados. ZP ha hecho saltar por los aires todo esto, sin tener una idea exacta de qué es lo que iba a sustituirle.
ZP no vivió la transición. Este dato es importante. Además, ha debido de gobernar con fuerzas que no aceptaron el consenso constitucional (ERC) o lo hicieron a regañadientes (PCE). El piropo dedicado por ZP a Juan Carlos I, llamándolo rey republicano, es suficientemente elocuente. Si hay reforma constitucional, nada impide que la misma monarquía sea cuestionada y que Juan Carlos I, pase a ser el ciudadano Capeto. De hecho, si el país camina hacia una solución federal, difícilmente puede casar una monarquía dentro de ese esquema de gobierno.
Las fuerzas que quedaron superadas y marginadas en la transición, los entonces llamados rupturistas, han reaparecido de la mano de ZP. Siguen siendo minúsculas, pero, gracias a la deriva sin rumbo de ZP, están haciendo peligrar la unidad del Estado y la constitución nacida del consenso de 1979.
Cuando la ideología soft se une al guerracivilismo, todo es posible: desde la desmembración nacional, por fragmentación interior, a la pérdida de territorios históricos (Ceuta, Melilla, Canarias, Islas Adyacentes) por la ofensiva exterior, tal como la historia enseña, en cuanto se ha detectado debilidad de una nación.
Desde el 14-M lo dijimos: sólo hay un enemigo principal, sólo uno, ZP y su forma ramplona de suicidio nacional.
© Ernesto Milà Rodríguez infokrisis infokrisis@yahoo.es
ZP, un producto de la globalización
ZP carece de ideología política y, si se nos apura, de cultura general. Felipe González, al menos, era un socialdemócrata pragmático, es decir, con un pie en el capitalismo y el otro en la doctrina aprobada por la socialdemocracia alemana en Bad Godesberg. ZP, ni eso. Su presunto humanismo, su presunto pacifismo, su presunto neutralismo, enlazan perfectamente con el modelo requerido por la globalización: una doctrina soft (=blanda), mal definida, adaptacionista, ingenua, meliflua y fofa. Eso, y unos cuantos tópicos progresistas (el progresismo es la globalización de la estupidez), constituyen la doctrina de ZP.
De ahí que cuando se hable de nación, ZP no tenga ni siquiera claro de qué se trata. Una nación, tal como fue definida por Ortega y Gasset, es una unidad de destino que contempla la realización de una misión histórica. Para entender lo que quieren decir las palabras destino y misión, hace falta tener conocimientos históricos. ZP, apenas sabe de historia lo aprendido en la pobre EGB que debió cursar en León. Y, lo más probable es que ni siquiera haya retenido lo esencial de aquella asignatura referido a España.
ZP confunde nación, Estado (encarnación jurídica de la Nación), nacionalidad (comunidad cultural), comunidad nacional (eufemismo para citar el binomio Pueblo-Estado), región (concepto geográfico que define un entorno geomórfico homogéneo), federalismo (asociación libre de Estados), pueblo (conjunto humano que habita, generalmente, sobre un territorio concreto), etc.
Al confundir todos estos conceptos, ZP carece de la idea fundamental que debe tener todo político: la idea de Estado y lo que deriva de ella, el concepto de autoridad. Y, lo que es peor, ZP cree que la misión de todo político (y, más en concreto, su misión), es pasar a la historia como un gran reformador. De ahí que, aun antes de llegar al poder haya estimulado el insensato Estatuto Catalán, haya anunciado que la vía para terminar con el terrorismo etarra es el diálogo y no el martillo inexorable, haya propuesto una profunda reforma constitucional todo ello, sin tener ideología de ningún tipo, sin proponer absolutamente nada más que la reforma por la reforma y la paz con ETA a cualquier precio.
El presunto humanismo de ZP no pasa de ser una amalgama de conceptos frívolos e irresponsables que han llevado a una legislación absolutamente enloquecida en la que la cuota femenina en el gobierno, las bodas y adopciones homosexuales, se unen a un reformismo que, en año y medio ni el propio ZP ha sido capaz de definir.
Es más fácil protagonizar la no-Historia que predijera (erróneamente) Fukuyama en 1990, que hacer la Historia. La gente como ZP solamente tendrían sentido en el mundo feliz post-histórico, sin conflictos, ni tensiones, uniformizado y normalizado, a donde Nietzsche, con mucha más visión de futuro, profetizó que se dirigía la civilización. Un mundo de esclavos felices. Pero aún no hemos llegado y, seguramente, jamás llegaremos- a una abstracción así. Solo que, en el cerebro de ZP, ya nos encontramos en ese mundo casi feliz. Eso mismo es lo que pretende demostrarnos la globalización: que la felicidad es inexorable y que nos aproximamos a ella. El mercado determina nuestra marcha hacia el mundo feliz, y, por tanto, el Estado es innecesario. Gobernar no es otra cosa que dejar que el mercado se recomponga constantemente, es decir, no hacer nada. ZP, es, digámoslo ya, la quintaesencia del gobernante de la era globalizada.
El problema: la globalización no lleva al mundo feliz
En la doctrina de ZP algo falla: la globalización no se ha consolidado. La globalización, lejos de ser la panacea universal, no es más que el capitalismo llegado a su límite lógico de acumulación de capital; la producción industrial, lejos de diversificarse, se concentra en las zonas emergentes (en donde resulta más barata), y las naciones del primer mundo se desindustrializan, convirtiéndose en áreas de servicios. Lejos de llegar a la igualdad, la sociedad rica, avanza inexorablemente hacia la sociedad de los tres tercios (un tercio con estabilidad laboral y buen nivel de ingresos, un tercio que vive en la precariedad laboral, teniendo acceso solamente a trabajo negro y con un alto grado de inestabilidad sobreviviendo gracias a los subsidios de paro y, finalmente, otro tercio, que vive en la indigencia total, dependiendo de la caridad pública). Lejos de avanzar a situaciones de justicia social y con niveles de bienestar aceptables, la globalización ha generado una nueva esclavitud en el antiguo Tercer Mundo, y, para abaratar al máximo los costes laborales en el Primer Mundo, se ha tenido que romper el Estado del Bienestar y hacer de la precariedad laboral y el subempleo una constante.
Esta es la verdadera globalización, no la que ZP cree que se ha instalado entre nosotros. Los Estados siguen existiendo, incluso dentro de la UE y, por tanto, su defensa es necesaria, por costosa que sea. ZP lo desconoce. Como desconoce que, como nación, tenemos enemigos en el Sur (Marruecos). Olvida que Ceuta, Melilla, las Islas Adyacentes y Canarias, son territorio nacional. No tiene ni la más remota idea de lo que es la nacionalidad, es decir, la pertenencia a una Nación. Cree, en virtud de su humanismo fofo y ramplón, que cualquier recién llegado de no importa donde, debe tener los mismos derechos que aquellos que somos descendientes de generaciones de españoles que han hecho éste país con su esfuerzo, con sus impuestos e, incluso, con su sangre: por que, muy frecuentemente, los Estados, los Pueblos y las Naciones, se defienden con las armas en la mano y la independencia exige un tributo de sangre Vale la pena acordarse de la boutade de Pepe Bono: Prefiero morir a matar, frase que, no sólo es una mentira, sino que, además, es una estupidez dicha por un ministro de la Defensa.
Guerracivilismo y rupturismo
Hay otro problema. No todo lo que bulle en el cerebro de ZP deriva del progresismo globalizador, hay otra componente no menos deleznable: lo que se ha dado en llamar guerracivilismo o, mejor dicho, rupturismo. Sus biógrafos dicen que, en su infancia, estuvo muy apegado a su abuelo republicano. Es posible, pero poco importa de dónde derive. En un principio, era probable que el guerracivilismo fuera un señuelo para desviar la atención sobre la ineficacia de su gestión de gobierno. La retirada de símbolos históricos del régimen anterior, la desmesurada defensa de la inocencia republicana en los crímenes que tuvieron lugar durante la guerra civil, las subvenciones y premios en metálico a todos los que afirman haber descubierto fosas reales o supuestas de fusilados por el franquismo, las rehabilitaciones, la asimilación del centro-derecha actual al franquismo de ayer (cuando es evidente que hay una disrupción generacional) y un largo etcétera de gestos y frases, indica que ZP ha hecho saltar por los aires el pacto de la transición.
Ese pacto consistía, groso modo, en legalizar a todos los partidos a cambio de que se aceptara la continuidad monárquica encarnada por Juan Carlos y se hiciera tábula rasa, sin vencedores ni vencidos, consensuando una constitución que desde 1979, no ha dado malos resultados. ZP ha hecho saltar por los aires todo esto, sin tener una idea exacta de qué es lo que iba a sustituirle.
ZP no vivió la transición. Este dato es importante. Además, ha debido de gobernar con fuerzas que no aceptaron el consenso constitucional (ERC) o lo hicieron a regañadientes (PCE). El piropo dedicado por ZP a Juan Carlos I, llamándolo rey republicano, es suficientemente elocuente. Si hay reforma constitucional, nada impide que la misma monarquía sea cuestionada y que Juan Carlos I, pase a ser el ciudadano Capeto. De hecho, si el país camina hacia una solución federal, difícilmente puede casar una monarquía dentro de ese esquema de gobierno.
Las fuerzas que quedaron superadas y marginadas en la transición, los entonces llamados rupturistas, han reaparecido de la mano de ZP. Siguen siendo minúsculas, pero, gracias a la deriva sin rumbo de ZP, están haciendo peligrar la unidad del Estado y la constitución nacida del consenso de 1979.
Cuando la ideología soft se une al guerracivilismo, todo es posible: desde la desmembración nacional, por fragmentación interior, a la pérdida de territorios históricos (Ceuta, Melilla, Canarias, Islas Adyacentes) por la ofensiva exterior, tal como la historia enseña, en cuanto se ha detectado debilidad de una nación.
Desde el 14-M lo dijimos: sólo hay un enemigo principal, sólo uno, ZP y su forma ramplona de suicidio nacional.
© Ernesto Milà Rodríguez infokrisis infokrisis@yahoo.es
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