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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

VARIOS

Diario de BCN de un descastado. 28.08.210 (VI de ¿?). Miscel.lania barcinonensis

Infokrisis.- Hoy que tengo tiempo paso revista a algunas particularidades de la vida barcelonesa que me han llamado la atención estas semanas. Veamos la primera: siempre he dicho que el Estado de las Autonomías no es más que una forma de generar en toda España burocracias clientelares costosas y de muy poca eficacia. La Generalitat de Catalunya en este sentido sigue a corta distancia a la Autonomía Andaluza en donde el 50% de quienes disponen de un empleo es funcionario público.

Ayer fui víctima de un caso de ineficacia y desidia burocrática. Hay en el Ensanche una oficina de la Generalitat que distribuye números del ISBN y del ISSN, imprescindibles para poder editar un libro o una revista. En Catalunya, a pesar de que existe un registro central de estos códigos, la tarea está “descentralizada” y le corresponde a la Generalitat expedirlos. A fin de cuentas no es difícil y está al alcance de cualquier administración: viene alguien solicita un impreso, lo rellena, le penen el sello del registro de entrada que corresponde con el número que se le otorga para su publicación.  Una guardería en prácticas podría hacerlo. Para la Generalitat es un trabajo complicado que requiere, sobre todo, de unas oficinas a la altura. Sí, la Generalitat tiene instalada esta oficina en el que fuera antigua redacción de Solidaridad Obrera, el diario de la CNT antes de la guerra y que luego, por una burla cruel, pasó a ser redacción de la prensa del Movimiento en Barcelona. Desde esas oficinas se escribía e imprimía diariamente “la Soli” (ahora ya reconvertida en “Solidaridad Nacional” y “La Prensa”, el diario de la tarde que se disputaba con El Noticiero Universal y con Tele|Expréss la clientela de las tardes… cuando había lectores para tanto diario.

¿Lo han oído bien? En aquellas oficinas impresionantes que ocupan toda una esquina del Ensanche Barcelona estuvieron albergados dos diarios con sus redacciones y sus rotativas. Hoy, ese despliegue inmobiliario sirve para que se expida el ISBN y el ISSN. ¡Qué maravilla de burocracia! Varios miles de metros cuadrados para dar un numerito… O ni siquiera. Sí, por que lo que menos podía esperar es que todo ese despliegue burocrático ni siquiera sirviera para que pudiera irme con el numerito de marras… La funcionaria estaba de vacaciones. Había otra, claro está, la suplente, pero ni siquiera se dignó recibirme a pesar del os buenos oficios de la recepcionista. La funcionaria, al parecer, era completamente incapaz, no solamente de dar un numerito de mierda, sino también de afrontar cara a cara con el ciudadano el hecho de que estaba allí solamente para calentar el asiento y demostrar, una vez más, que la burocracia sirve sólo para hacer un poco más complicada la vida del ciudadano. En definitiva, he pedido el ISSN a “Madrid”. ¿Para qué perder el tiempo? “Som una nació”, pero ni siquiera funciona el sello del registro de entrada.

De regreso me meto en la Biblioteca Joan Fuster. Es grande, casi diría enorme, y apenas tiene tres años desde que se inauguró, lo que no es óbice para que las estanterías estén repletas de libros. Me llevo una biografía de Santiago Rusiñol, la novela la Plaça del Diamant de Mercé Rodoreda y una historia de la Vila de Gracia. Los tres en catalán, no hay problema, hablo, leo y entiendo el catalán. Aprovecho para mirar qué otros libros tienen en las estanterías y me deleito con el ambiente de estudio que reina allí. Pero al cabo de un rato esta primera impresión empieza a redimensionarse y me adentra en el drama de la cultura en Catalunya. Verán…

La mayoría de personas que ocupan prácticamente todos los asientos de la biblioteca Joan Fuster no están leyendo libros, sino que se limitan a aprovechar el Wi-Fi para sus ordenadores, estudiar apuntes u ordenarlos de cara a los exámenes de septiembre. No hay ni uno que lea un libro. Cuando bajo a la sección de préstamos no hay cola, da la sensación de que nadie pide ya libros en préstamo. Y es con esa sensación que vuelvo a mirar las estanterías: la mayoría de libros están nuevos, completamente nuevos, algunos incluso, mal guillotinados, no han visto a nadie en tres años que separara sus páginas. La mayoría están en catalán. A mí no me importa que lo estén, pero a otros –a las nuevas generaciones criadas en la inmersión lingüística- sí parece importarles: simplemente, no leen literatura catalana. La Generalitat debería empezar a reconocer un día de esto, que ha perdido la batalla lingüística.

El miércoles pasado en la sesión de las 19:00 de los cines Bosque, pude ver la película “Origen” (no está mal y hasta se puede recomendar y todo). Una pareja joven, antes de empezar la película se preguntaba entre inquieta y angustiada: “Oye, no hemos preguntado si era en catalán”… Muy pocos, poquísimos quieren ver cine doblado al catalán: todas las voces suenan a lo mismo y algunos giros y palabras son tan especializados que resultan ininteligibles para muchos. La nueva ley que obliga a doblar películas en catalán masivamente será un nuevo hachazo a la convivencia y supondrá un nuevo ahondamiento de la brecha que separa la Catalunya Oficial de la Catalunya Real.

Para colmo, me leo de un tirón los 11 primeros capítulos de La Plaça del Diamant. La Colometa es lo que hoy se llamaría una “nena faba”. La novelita se ha quedado anticuada (si no fuera por la benevolencia que gozó la literatura catalana en los últimos años del franquismo y en la transición, realmente esta novela me parece floja, mediocre y escrita en un estilo tan naïf que más parece encubrir la falta de cualidades narrativas de la autora. La Colometa, si es el arquetipo de las “donas del 36” tendería a demostrar que aquella generación estuvo formada por mujeres maulas, sin carácter, casi sin opinión propia, dadas a equivocarse a la hora de elegir novio, incapaces de cortar con el merluzo que está resultando ser el “Quimet”. Por otra parte, conozco la Plaza del Diamant, la época y el barrio en el que transcurre y ni siquiera puede hablarse de pinceladas sociológicos o políticas, una novela intimista de pocos vuelos, a ratos incluso cursilona.

No se trata de una novelita rosa aunque lo rosa está presente en esta Barcelona de mis desamores y descojonos, esta Barcelona en fase de provincianización que quiso ser Manhattan  a base de fashion e I+D y se quedó en una Marsella inhabitable y portuaria. Hay unas banderolas en toda la ciudad que demuestran el grado de incivismo que se vive. El leit-motiv de la campaña de publicidad municipal dice algo así como “En Barcelona cabe todo, pero no vale todo”, que precisaría un volumen de extensión kantiana y claridad heideggeriana para que nos lo explicaran. Si Heidegger fue capaz de establecer una diferencia entre el “ser” y el “existir”, haría falta que el cerebro municipal que ha diseñado este petardo de campaña nos iluminara sobre la diferencia entre el “caber” y el “valor”. La campaña tiene su prolongación en unas banderolas rosas en las que se ve la silueta de un tipo orinando.

El cartel amenaza a quien haga semejante estropicio y no, precisamente, con las penas del infierno, una noche en comisaría, realizar trabajos sociales ad infinitum o un par de hostias por guarro y enguarrador, sino con una multa de 150 euracos.  El ayuntamiento de Barcelona parece desconocer lo que es el “imperativo kantiano” según el cual algo no debería hacerse por que es una cochinada en sí mismo que genera vergüenza y crujir de dientes, sino porque sobre el enguarrador pende la amenaza de los 150 machacantes.

Carteles similares a este ilustran al ciudadano sobre cual será su triste destino (pasar por la ventanilla de pagos del ayuntamiento o ver su cuenta corriente embargada) si su perro defeca en la calle o si se destroza el mobiliario urbano.  Tengo para mí la duda sobre si quien es un Atila en la ciudad le importará mucho la amenaza de la multa… total se va a declarar insolvente o deberán enviarle la contravención a Chichester, Narvick o Palermo. Esta campaña es completamente inútil: va digerida al ciudadano honrado que ni orina en la calle, ni deja que su perro defeque en las aceras, ni va incendiando papeleras, ni destruyendo maceteros. Quien se dedica full time a todas estas actividades salvajes le importa un níspero los cartelitos rosas que nos muestran una cagada o una silueta orinante en las esquinas de la ciudad.

Todo sea por recaudar en estos tiempos de hambre impositiva y crisis galopante. Todos estos carteles, para colmo, son rositas. El rosa es el color que el mundo gay atrincherado en el Ayuntamiento y en las oficinas de diseño amamantadas por el consistorio, destila para toda la ciudad.

Hablando de lo rosa y de los rosita. Me ha llamado la atención un anuncio de una conocida marca de automóviles que demuestra cómo está la situación, no solo de la conciencia ciudadana, sino del subconsciente individual. Como se sabe, la publicidad subliminal es aquella que va dirigida al subconsciente. La mirada se dirige hacia un anuncio y no percibe algo que sí percibe, en cambio, el subconsciente y esa percepción es lo que genera el consumo. El individuo compra sin saber por qué experimenta la sensación irreprimible de comprar. Su subconsciente en cambio si lo sabe, pero está tan sumergido en su interior que no lo cuenta.

Bien, hasta aquí la teoría. Verán el anuncio al que me refiero. Se ve un vehículo utilitario de gama baja. En el morro muestra el logo de la compañía fabricante. Justo a la derecha, dos caballos encabritados, completan la escena. Llama la atención que los dos caballos estén cubiertos de topos rosa (¿se trata de un producto dirigido a honestos mariconetis?). El que está detrás tiene algo que no debería estar: polla medio flácida en forma de un detalle de la decoración del muro posterior. Esa polla apunte directamente al ano (o a la vagina) del caballo que está delante. Ese pena, por supuesto está a la misma altura que el logotipo de la marca y a pocos centrímetros. Es evidente que se quiere asociar potencia sexual (jugando con los 50-70 cm de pene del garañón habitual, con la idea de “caballos de vapor” y la idea de potencia sexual con potencia del motor) al modelo y a la marca.

El anuncio llama la atención por la burda concepción de lo subliminal que maneja: en esta sociedad de analfabetos estructurales se diría que no sólo el consciente está taponado a la inteligencia, sino que el mismo subconsciente sólo entiende mensajes tan explícitos como este. La pereza instalada en la sociedad parece como si obligase a los publicistas a renunciar a las sutilidades subliminales y situarse en un terreno en el que lo explícito, visible y evidente ha tomado el relevo. ¿Compraría usted un coche anunciado por dos caballos con topos rosa y en el que el de atrás intenta sodomizar al de delante? Espero que no. Pero no le quepa la menor duda de que si este anuncio ha visto la luz es después de que estudios pormenorizados y sesudos hayan demostrado que incluso el subconsciente de las nuevas generaciones está embotado como para poder percibir sutilidades subliminales.

Sí, ya sé que este anuncio seguramente se habrá difundido en toda Europa, pero es que yo lo he visto en Barcelona en este asfixiante mes de vacaciones.

Hoy el clima barcelonés me ha recordado al que se respira en San Juan de Puerto Rico, en Cartagena de Indias o en Tegucigalpa. Ambiente húmedo, sofocante, andas y parece que estás cubierto de agua. Sudas, te sientes pastoso y con ganas de acostarte con una muñeca de hielo. Las ideas tardan en fluir, las neuronas se recalientan y te asalta la idea obsesiva de cómo huir de ese clima abotargador y desesperante. Es raro, pero tengo ganas de que terminen mis vacaciones barcelonesas. Y no sé si antes me voy a derretir.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción sin indicar origen.

Diario de BCN de un descastado. 28.08.210 (V de ¿?). Barcelona tomada por insectos urticantes...

Infokrisis.- Las vacaciones se acaban –y en mi caso debo decir que, afortunadamente, Barcelona me carga- y en cuatro días volveré a mi residencia habitual en el campo alicantino.  Este diario se acaba sin haber podido alcanzar sus fines: reflejar mi día a día barcelonés. La serie que escribía sobre las Plazas de Gracia y que debería haberse extendido a otras plazas tradicionales de la ciudad ha quedado inconclusa. Tengo excusa: en la plaza del Nord me di cuenta de que Barcelona está ocupada por nuevos e indeseables vecinos. Están en todas partes, si llueve porque llueve y si hace calor se les tiene como productos  del mismo, el caso es que piojos, pulgas, chinches, garrapatas y parásitos no identificados pululan por la ciudad y atacan a quien se sienta en cualquier plaza apenas unos minutos. Y cucarachas: hoy las he visto en el metro, Plaza de España, pero también en Lesseps, atontadas y desorientas por el calor y la humedad. En las noches salen de las cloacas y disputan ese dominio a las ratas. Pero los insectos urticantes son mucho peor: no solo producen repugnancia sino que dejan su escozor como recuerdo durante unos días.

Y este año la cosecha ha sido abundante. También están en bares. He matado un mosquito tigre en un cajero automático de Gala Placidia. No pican una vez sino que al primer signo de existencia siguen cinco o diez en apenas unos segundos, de tal manera que pasas de sentirte reconfortado en un asiento a retorcerte de malditos picores en apenas unos segundos.

Yo que, en el fondo, soy hijo de la postguerra (cosecha del 52), realmente no he conocido chinches sino hasta 1984 cuando un juez estrafalario y descentrado me condenó a dos años de cárcel por manifestación ilegal. En la primera noche que pasé en la cárcel Modelo tuve mi primer encuentro con los chinches: redondos, con forma y color de lenteja con patas, al aplastarlos emanan un desagradable y característico aroma de ácido fórmico. Salen por las noches, se esconden en las oquedades. La Brigada de Desinfección de la Modelo, ataviada con mascarilla antigas de la I Guerra Mundial apenas podía hacer otra cosa que rociar las celdas con un ominoso desinfectante que parecía dar alas a esos miserables insectos. Cada semana solía desmontar mi litera y pasar una antorcha ardiendo hecha con un tetrabrik de leche por el somier. Los chinches caían a docenas.

También había garrapatas en la Modelo. Y en 1984. Había un asesino visiblemente anormal que había instalado su litera sobre la mampara del retrete, de tal manera que siempre que defecábamos se beneficiaba de los efluvios. El muchacho estaba preocupado por lo que el juez pensaría de su crimen: había acuchillado a un pastor y lo había arrojado por un pozo en donde tardó varios días en morir, pero no era eso lo que le preocupaba sino el haber matado, ya de paso, al perro y haberse bebido su sangre: “No te preocupes que el juez no te acusará de los perro, hombre”, le decía mientras defecaba bajo su almohada. Estando así, un día me cayó una garrapata criada y amamantada por el tarado. Esas cosas solamente te pueden pasar en la Modelo.

En cierta ocasión sustraje al jefe de talleres unos 5 centímetros cúbicos de un repelente de insectos reputado de tener la máxima eficacia ante las pulgas que amenazaban en las oficinas de la prisión, aquellas que pueden verse desde la calle Nicaragua. Nada, el mejunje no fue capaz de repeler ni a una sola pulga, yo incluso diría que aumentó su interés por mí.

A pesar de ser niño de postguerra, mi primer choque con los piojos no tuvo lugar ni en la escuela, ni en campamentos juveniles, sino cuando mi hija, ya en el siglo XXI, vino un  día entregándome una circular de la dirección de la escuela en donde alertaban a los padres de la epidemia de piojos que se había extendido por la escuela. Y, debo añadir, que el centro era de pago y de los más prestigiosos de la ciudad. Los piojos, al parecer, no tienen preferencias sociales. Debió ser en 2002 cuando ví por primera vez una liendre. Yo tenía y 50 años y mi hija menos de 12.

En cuanto a los mosquitos tigre son una novedad aportada por África a la Ciudad Condal. Parece que llegaron hace unos años y se han extendido rápidamente por Catalunya. Ayer decían por la tele en un canal ignoto que los mosquitos tigre viajan en coche. Se introducen en los vehículos, no llaman la atención y así consiguen extenderse e implantarse a grandes distancias. Hace una semana, ví uno de estos insectos, como digo, en el display de un cajero automático. Me quité el zapato y lo estampé sobre el bichejo. No sobrevivió, claro. Es grueso, no tiene nada que ver con el mosquito de toda la vida que nos ha amargado con sus zumbidos los veranos. De África, siempre lo dicho, ni nos viene ni vendrá nunca nada bueno.

En cuanto a las cucarachas da la sensación de que cada vez se enseñorean más de la ciudad. Donde hay una hay cientos. Si el vecino de al lado les pone un ahuyentador las tendrás en tu casa en minutos. Hay buenos insecticidas contra ellas. Su eficacia se demuestra en que pocas horas después de haberlo pulverizado, aparecen decenas, acaso cientos, muertas o agonizando. En 2002 hubo ya alguna epidemia de cucarachas en determinados barrios de la ciudad. Parece que ni siquiera las ratas del subsuelo sirven para paliar la increíble tasa demográfica de las cucarachas. Las ratas, tienen buen paladar. Y ni siquiera las cucarachas ciudadanas son aquellos simpáticos escarabajos peloteros que veía en Sitjes en mi infancia. Bicho curioso este que hace una bola de mierda perfecta en donde introduce sus huevos para que fecunden. Es un bicho de lo más esotérico. Los egipcios arrancaban el corazón a sus momias y los sustituían por escarabajos de oro. Sus hábitos eran toda una teofanía y por eso habían llamado la atención de los sectarios de Ra: el hecho de que de la muerte (los excrementos) surgiera la vida (las larvas surgidas de los huevos) era para los egipcios el símbolo de iniciación. Además, el hecho de que la bola esculpida por el escarabajo pelotero fuera esférica les sugería una relación de la bestiola con la forma geométrica más perfecta: la esfera que tiene en la superficie el mismo número de puntos que en su centro, esto es… infinitos. Y para colmo recorría la bola en dirección Este-Oeste, es decir, siguiendo el recorrido del Sol. Siempre el Sol. Ese Sol gracias al cual vivimos y ese mismo Sol que nos transmite melanomas, insolaciones y quemaduras. Hay un fuego que calienta y un fuego que destruye. Hay un poder creador en el sol y un poder destructor que los antiguos representaron con esos rayos alternativamente ondulados y rectilíneas con que se ornan algunas de sus imágenes e incluso el mismo Corazón de Jesús: en hebreo LEB es “corazón” y BEL “sol”. Hay algo en el esoterismo y en el simbolismo tradicional que siempre nos ha cautivado.

Pero la Barcelona de 2010 no hay más fascinante que preguntarse cómo es posible que una ciudad que ya prácticamente vive sólo del turismo (y veremos por cuánto tiempo) no haya previsto la contingencia de verse invadida por todo tipo de parásitos e insectos urticantes. Y lo que es peor: por qué el Ayuntamiento permanece silencioso y mirando a otro lado, en lugar de adquirir partidas de desinfectantes y antiplagas para afrontar este problema que amarga el verano barcelonés a propios y extraños.

Sería demasiado fácil decir que en el clima político-social de la ciudad abunda el parasitismo y que no hay nada más urticante que un político en campaña electoral, pero no lo diré por aquello de que resulta demasiado tópico. El flash de la noticia sería: “Barcelona tomada por una plaga de insectos urticantes”. Si no se publica es porque, sin duda, los turistas se lo pensarían dos veces. Ver la Sagrada Familia mientras nubes de parásitos residentes en las plazas contiguas asaetean al visitante, no resulta un plato de gusto. Hoy se ve mejor la Sagrada Familia en la visita virtual situada en Internet que en realidad, manteniendo más de cien metros de cola bajo un sol de plomo y, total, para ver el monumento más kischt de toda Europa…

¿Visitas Barcelona? Ven con un repelente anti-insectos ¿Vives en Barcelona? Haz como yo. Para mí Barcelona ha sido como una mujer hermosa a la que se ha querido mucho (le he dedicado una Guía Mágica que va por la tercera edición) y que al final ha terminado engañándote. Simplemente, le pegas una patada y te vas.

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Diario de BCN de un descastado. 24.08.210 (V de ¿?). El barrio Chino que ya no es chino y BCN que ya no es Barcelona...

Infokrisis.- Paradójicamente, el barrio Chino de Barcelona cada vez es menos golfo -y por lo tanto menos de lo que ha sido hasta hora- y, sin embargo, cada vez hay más chinos. No creo que queden más de una docena de prostitutas autóctonas en la zona que en otro tiempo todos visitamos en nuestro período de “amanecer al sexo”. Por primera vez en las calles de Barcelona he visto a prostitutas chinas en las aceras del Raval, de las de 20 euros el polvo, treinta y tantos años cumplidos, todas ellas ajadas y prematuramente avejentadas. Este no es mi “chino” que me lo han cambiado.


Ya no hay apenas comercio autóctono en lugar alguno del Raval, los pocos que siguen abiertos están regentados por abueletes que van camino de la jubilación, ansiosos todos de vender el local o de que un chino con maletín cargado de Euros les compre el negocio inaugurado por el bisabuelo hace algo más de un siglo. Un mendigo que arrastra un carrito de la cadena DIA u sobre él un radio-casette taleguero a pilas atronando pasodobles parece constituir el último rastro de población autóctona en la Riera Alta. El mismo local en donde hasta 1991 tuve una imprenta es hoy una frutería regentada por un “paki”. La pastelería Lis tiene el cierre bajado (no sé si por vacaciones o por haberse desplazado a otra zona) y es, junto con un almacén de maderas (que, según se indica) “sólo abre mañanas” y “Mobal” una ferretería industrial, los únicos restos de comercio autóctono que quedan en toda la calle. Y el sex shop gay, se me olvidaba… Cuatro comercios entre cuarenta.

 

Hay que reconocer que urbanísticamente nunca el Raval ha estado tan bien como hoy, con sus calles esponjadas y equipamientos para dar y vender… pero nunca me he sentido tan ajeno a él. Vázquez Montalbán era un asiduo del Raval, había nacido en la Plaza del Padró y frecuentemente me lo encontraba en alguna de aquellas callejas. Cada día abandonaba su lujoso chalet de  las faldas de Collcerola y se venía a trabajar a la que fuera domicilio de juventud Para un desarraigado como él, el Padró terminó siendo lo más parecido a su “patria chica”. Ahora, el Padró es “territorio comanche”, zona donde sólo sobrevive el comercio étnico.

 

En la entrada de la calle Robadors (puterío y “clínicas urinarias” en donde se vendían preservativos por unidades y se daba una primera cura a la gonorrea y las ladillas, conformaban hace treinta años su paisaje característico) están edificando un edificio enorme de hormigón con toda la pinta de que albergará dependencias oficiales de cualquier administración. No lejos de allí, mi querida Fonda España, aquella que decoró Domenec i Montaner con su famosa chimenea modernista en el comedor y que me trae algún que otro recuerdo furtivo, está cerrada a cal y canto. De las distribuidoras de libros que había en la zona, por supuesto, ya no queda ni rastro (y mira que había vendido libros allí, incluso hasta 2001). La Librería Milla, la veo cerrada por vacaciones, pero me da la sensación de que parece no comprender que ya no está dentro de Catalunya (era una librería de un simpático y agradable tinte nacionalista) sino en un barrio que “está” en Catalunya, pero que ya “no es” Catalunya. A decir verdad, en Barcelona ya no queda más librería que el Corte Inglés y poca cosa más.

 

El Raval ha perdido completamente ese aire marginal que tuvo siempre todo lo ubicado extramuros de la ciudad. Hubo un tiempo maniqueo y simplón en el que todo lo que se situaba más allá de la muralla de ciudad era considerado oscuro, reprobable, delictivo y bandidesco y lo que quedaba más acá del muro, por el contrario, adquiría por eso mismo carta de honestidad, moralidad y buenas costumbres. Pero en el Raval de hoy, los únicos que se sienten marginales son los últimos ciudadanos autóctonos que quedan. El Raval no deja de recordarme la “taberna galáctica” de la primera entrega de la Guerra de las Galaxias, a la que han ido a parar seres extraños llegados de no se sabe dónde.

 

El comercio étnico africano, andino, chino, paquistaní, marroquí, está a la orden del día y parece gozar de buena salud. Las carnicerías Hallal están llenas, el mango se consume más que la pera leridana y el cuscús ha desplazado a la paella amb muscles y, por supuesto, a la carn d’olla de la que las nuevas generaciones catalanas casi ni tienen recuerdo. El comercio étnico es una mancha de aceite que se extiende por toda la ciudad.

 

Contenido durante 10 años por las Rondas que marcaban el perímetro de la muralla de la ciudad, ahora ya lo ha desbordado ampliamente extendiéndose hasta Poble Sec y alcanzando la Plaza de España y envolviendo al Mercado de Sant Antoni que, en buena medida, ya es zona de inmigración. Sans y Hostafrancs, también están pringados por ese aceite huntoso y exótico. Solamente la Gran Vía parece ser el último muro de contención. Al paso que vamos no creo que resista mucho tiempo.

 

La mancha se detendrá aquí. Continuará hasta dejar esta ciudad con el perfil de Marsella: ciudad oscura, sombría, multicultural y multiétnica, convertida toda ella en taberna galáctica, poblada por seres extraños y sin raíces llegados de no sé sabe dónde para no se sabe bien qué. Los sucesivos equipos municipales han hecho un “buen trabajo” en la Ciudad Condal: querían transformarla y lo han logrado. La mala noticia es que no han hecho de BCN una “ciudad fashion” a lo Manhattan sur, sino una ciudad de sombras y casposidades modelo marsellés.

 

La Barcelona que conocí ya no existe y no vale la pena lamentarlo. Para eso ya está Ruiz Zafón. Se dice que la primera ciudad la fundó Caín. Viejas leyendas cuentan las cuitas de Hércules tras su “trabajo” con el León de Nemea llegando por estos lares en la “novena barca”, barci nona, Barcelona. Mitos que se desdibujan de día en día y que quedan tan atrás como la Barcelona de los años 60, 70 y 80 y de la que en 1992 cometimos el error de creer que ya había concluido su transformación. Quedaba, ciertamente, la Diagonal Mar y hubo que esperar doce años más para verla concluida. Aquel Foro de las Culturas de 2004 no dejaba presagiar nada bueno, demasiado buenismo y excesiva sobredosis de multiculturalidad para que pudiera salir algo más que el pringuel que hoy se enseñorea por una tercera parte de la ciudad, amenaza con dominar la zona media entre la Gran Vía y la Diagonal y solamente Pedralbes y poco más se ven completamente libres de su influjo.

 

El único día que visité el Foro 2004 entendí el equívoco. El Foro, impulsado por los masones del Ayuntamiento y por la caterva de especuladores de toda la vida (ya en la edad media se decía en Barcelona: "El terreny val diners i si es en la Rambla encara val més"). Era, como se sabe, humanista y pacifista, por tanto multicultural y ecléctico. Pero el día en que lo visité pude ver la actuación de un conjunto de baile africano. Iban los negritos con una malla obviamente negra, para ocultar desnudeces, domingas y nísperos al viento, pero danzaban con un escudo en una mano y una lanza en la otra. Estaban representando inequívocamente una danza guerrera… para unos promotores del Foro humanistas y pacifistas. Los progres hablan un lenguaje que creen que los “primitivos” comparten. Cuando los progres proponen juguetes no sexistas y que no exciten a la violencia para los niños, los “primitivos” siguen regalando garrotas a sus hijos y considerarían una mariconada que la violencia no  tiente a sus hijos. A partir de aquí pueden entenderse todos los equívocos suscitados por el Foro 2004. Lo que para los progres era una “riqueza cultural”, para sus protagonistas era una simple “danza guerrera” escenificada para derrotar, machacar (y eventualmente comerse) al enemigo (su hígado, su seso o acaso toda parte comestible).

 

Aquel día de 2004 entendí que Barcelona prefería renunciar a sí misma y entregarse a “lo diferente” porque había agotado su ciclo vital. Cuando a un pueblo le falta vitalidad sobreviene primero la agonía y luego la muerte inevitable. Hoy Barcelona está en agonía. Y no agoniza la ciudad que yo conocí, sino la ciudad en sí. La misma película “Vicky, Cristina, Barcelona” marca uno de los estertores de ese proceso. Ni en lo más ñoño del franquismo se rodó en la ciudad una película tan estúpida, fatua y vacía. Ya no queda ni rastro del “ball de la patacada”, pero en las pasadas fiestas de Gracia y en las que están por venir en Sans, se bailó salsa, merengue, rap y ritmos que son tan europeos como la olla de asar exploradores. Y todo eso, claro, pagado por el Ayuntamiento.

 

Barcelona está tan acadada como el zarismo, la inquisición o la sopa de cebolla en esta huxleyana era de progreso cibernético y de enjuagues multiculturetas. Tiene gracia que el Colegio Milá i Fonanals (al que le cabe el dudoso honor de ser el primero en el que ya no hay ni un solo alumno autóctono, especie de guardería de la taberna galáctica) esté situado en la Plaza de Joan Amades. Amades fue el folklorista que más hizo por recuperar las leyendas y tradiciones catalanas. Hablando de Amades... los seis volúmenes de su Costumari Catalá eran hasta no hace mucho una joya bibliográfica. Era difícil comprarlos por menos de 600 euros. Iban buscados y se cotizaban al alza. El domingo pasado por la noche los vi tirados en la calle Verdi, ante el cine del mismo nombre, vendidos por un mendigo a 3 euros ejemplar, 2 si los compraba todos. Peor está la Gran Enciclopedia Catalana cuyas tres docenas de tomos  se venden sin esperanzas en ebay por 50 euros. Nunca Catalunya ha tenido unas instituciones tan exclusivas como hoy y nunca la cultura catalana se debate entre la muerte y la supervivencia impuesta a golpe de decreto (es decir, la muerte de la cultura real y sus sustitución por la cultura oficial) como ahora.

 

“Som una nació” se ve en algunos carteles firmados por CiU (el partido de la corrupción y del 3% de racket). Es mentira. Catalunya es hoy apenas una zona de mezcla étnica, empobrecimiento cultural y pérdida irremisible de tradiciones, especialmente de las catalanas. Resultan patéticos los esfuerzos del Canal 33 por popularizar mañana, tarde y noche, las collas de Castellers (a la antigua calle del Camón en Gracia se le ha puesto el nombre de Calle del Xiquets de Valls…). De este hundimiento de “lo catalán” lo que está surgiendo es un islam reforzado y maximalista que en 5 ó 10 años se creerá lo suficientemente fuerte como para reivindicar la primacía ena la ciudad. Catalunya, como els castellers, "fa llenya".

 

Por eso digo: “Ahora queréis ser una nación, pero no os dais cuenta de que os estáis convirtiendo en un emirato, solitos y sin ayuda de nadie”.

 

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Diario de BCN de un descastado. 13.08.210 (IV de ¿?). Plaça Rovira i Trias

Diario de BCN de un descastado. 13.08.210 (IV de ¿?). Plaça Rovira i Trias

Infokrisis.- Gracia calienta motores para unas fiestas pasadas por agua que empiezan a la voz de ya. Afortunadamente, no más de una quincena de calles están engalanadas. Si todas, hicieran lo mismo, Gracia sería inhabitable. Me acabo de cruzar en la calle Providencia a uno de los vecinos que hace apenas una hora ha entrevistado TV3. Lo he visto por el monitor de casa con polo rojo, sombrero de paja y una escalera de aluminio bajo el brazo. Cuando me lo he cruzado llevaba el mismo sombrero sobre la sesera y la misma escalera de aluminio bajo el brazo. Es un hombre constante, no me cabe duda. Nuestras miradas se han cruzado y él ha parecido pensar: “seguro que me has visto”. Es primordial salir por la tele como forma de afirmar la propia existencia. Si no sales por la tele, no existes; eso al menos es lo que parecen pensar miles de ciudadanos que al cabo del año logran quedar en ridículo delante de su familia, de sus vecinos, de sus compañeros de trabajo en las decenas de talk shows que infectan las decenas de emisoras de TV. Pero, eso sí, han logrado afirmar su existencia teniendo sus 5 minutos de ridículo mediático.

Cerca del abuelo con escalera de aluminio bajo el brazo está la plaza de Rovira i Trias. La estatua del propio Rovira aparece sentada en un banco de piedra de la plaza, a tamaño natural y como para afirmar su humanidad. A sus pies está enclastrado en el suelo una placa de bronce que reproduce el plano del Ensanche que presentó a concurso a mediados del siglo XIX. Lo malo para Rovira es que también el estudio de los Fontseré, consumados maestros de obra, presentó otro proyecto con el aliciente de estar apoyado por la masonería barcelonesa que ya por entonces hacía del consistorio un coto cerrado. Sin embargo, tampoco el proyecto de los Fontseré fue el elegido. Otro, antes bien,. se antepuso y venció al estar avalado por aquel otro francmasón adscrito al Gran Oriente de España (los Fonteseré pertenecían a la muy provinciana Gran Logia Simbólica Regional de Catalunya) con amistades en el gobierno de Madrid. Y, por lo demás, los Fonseré estaban dotados de mandil y de mallete, pero no tenían el genio y la técnica de quien se impuso finalmente, Ildefonso Cerdá con mandil, mallete, escuadra y compás.

Sobre la estatua de Rovira i Trias la lluvia cae y las palomas defecan regularmente, pero dotado de un perfil bonachón el arquitecto parece agradecido de que alguien se haya acordado de un proyecto urbanístico merecedor del olvido.

Están engalanando también la plaza que lleva su nombre: botellas de plástico recortadas y hojas verdes extraídas de plásticos del mismo color, unidas a tubería de plástico negra, cubren todo el cielo de la plaza imitando ¿un bosque? ¿un paisaje del futuro? Bosques hay varios en las calles de Gracia, todos hechos con residuos, botellas de plástico inservibles, cajas de madera que en otro tiempo trasportaron frutas, latas de reflescos, garrafones de agua mineral, paraguas de desecho comprados en todos a 100 chinos y demás detritus industriales.

También están montando los bares para la fiesta. He llegado a contar en el de la plaza Rovira i Trias 160 barriles de cerveza a estrenar. La fiesta promete. El presidente de la comisión de festejos también ha podido expresarse hoy en TV3: las fiestas de Gracia este año aumentarán sus actividades diurnas. No es que vayan a acortar las nocturnas como hubieran esperado, deseado y exigido los vecinos, es que va aumentar la oferta de actividades diurnas para familias y amantes de la cultura. Dicho de otra manera: la fiesta atronará a los vecinos, como cada año, hasta las 5 ó 6 de la madrugada. Las fiestas de Gracia, como las de Sans, como las de cualquier otra ciudad, barrio, villa o puebo, ya no son fiestas de los vecinos, sino fiestas contra los vecinos.

No se ve por tanto mucha vida en las viviendas de la plaza de Rovira i Trias, como si los de siempre, los vecinos, ante lo que se les viene encima hubieran huido en la semana de fiestas. Algunos están todavía cargando sus neveras portátiles en lo que parece una tocata y fuga hasta la semana que viene. Nada esencialmente distinto a lo que he visto en Levante o en la Mancha. Las fiestas están  ideadas para satisfacer a los comerciantes festeros, a unos cuantos conjuntos de música de segunda o tercera división desahuciados por la SGAE y a los mismos borrachos de siempre que migran de una fiesta a otra buscando su ración de los 160 barriles de cerveza.

No es raro que frecuentemente estallen riñas que aumentan aún más si cabe la algarabía y el “rebombori” nocturnos. No sería la primera vez que se han producido fiambres y apuñalamientos en el curso de las fiestas. Por ahí, los anarquistas y separatas celebran a uno de los suyos cosido a machetazos por un skinete. Real como la vida misma. El ayuntamiento pone la juerga, el respetable las molestias y los exaltaos los muertos. Así todo queda repartido equitativamente. Esperemos que este año, como máximo, los Mossos d’Esquadra reciban las pedradas que les entran en el sueldo base. El porro es el consumo más habitual entre los jóvenes a corta distancia del calimocho y la litrona. Ruido, olores, chapoteo entre meadas, comas etílicos, zurcidos en el costillar y ataques de nervios será lo más habitual en Gracia en la semana que empieza mañana.

Tristes fiestas en donde la previsión atmosférica de lluvias y vientos es lo único que puede salvar a los vecinos de los sobresaltos nocturnos. Triste la estatua de Rovira i Trias que contempla absorto en sus contorno de bronce su plano del frustrado proyecto del Eixample que recuerda a todos los barceloneses que el hado de la fortuna (y los compinches masónico de Fontseré y de Cerdá) evitaron que  el desatino se llevara a la práctica y convirtiera a la ciudad en todavía más caótica de lo que es hoy.

Por algún motivo los esgrafiados del edificio situado en la esquina de calle Rabassa con Providencia se me aparecen como un quiero y no puedo, un delirio de nuevos ricos de finales del XIX en un barrio de obreros y menestrales. La construcción –que alberga en los bajos a una Caixa- está fuera de lugar. Afortunadamente, la carbonilla impide que se aprecien en su fealdad los esgrafiados. La carbonilla es la compañera permanente de los barceloneses en esta postmodernidad.

Es paradójico que el extremo norte del distrito de Gracia se llame “barrio de la Salud”. Aquí venían los tísicos y los niños con tosferina a reposar y respirar un aire que en otro tiempo se consideraba mirífico y saludable. Hoy un tísico vería aquí carcomidos sus pulmones en tiempo record y la tosferina se agravaría hasta la incapacidad permanente. Verán, hoy he tocado las plantas del balcón, las he visto de un verde desvaído que evidenciaba que algo no iba bien. Sus hojas estaban cubiertas de una capa de carbonilla untosa que me ha teñido el pulgar de negro con solo pasarlo por el haz de una hoja. Ha habido que limpiarlas hoja por hoja prolongando su agonía. ¿Quieres plantas en tu balcón ciudadano? Ponlas de plástico, al menos no tendrás que asistir a sus funerales. En el barrio de la Salud, distrito de Gracia, la polución es tan inquietante que el nombre del barrio se transforma en un mal chiste. Como llamar Buenavista a una colina situada ante el vertedero de basuras, o Deodato a un hijoputa.

Todo esto me recuerda al “doble lenguaje” que estableciera George Orwell en su “1984”: “la paz es la guerra”, “la salud es la enfermedad” (y se podría añadir, la salud es el hollín o las fiesta el martirio). A los pies de la estatua de Trias está escrito: “Algo más que un arquitecto” y, en efecto, el plano recuerda que era más bien un pobre diablo al que algún ser querido le engañó caritativamente: “Tu si que sirves para planificar”, cuando en realidad, según la regla del doble lenguaje orwelliano quería decir: “menuda chapuza de Ensanche planificaste, mamón”.

Me voy de la plaza cuando ya uno de los 160 barriles de cerveza arroja al exterior sus primeras espumas. Sant Medir nos guarde que el ayuntamiento de Barcelona, lejos de proteger a sus ciudadanos los expone a molestias y riesgos. Sant Medir nos guíe porque lo que son estos “regidores” nos llevan por la ruta  de la amargura que conduce al precipicio.

Hay una casa ocupada en la Plaza de Rovira i Virgili. Seguramente de ahí ha partido el cartel que he visto colocado en las paredes del barrio anunciando una “fiesta alternativa”: “No queremos ser muertos en vida” nos proponen los tataranietos de Kropotkin y los émulos tardíos de Bakunin y Abad de Santillán. Lamentablemente su fiesta alternativa solamente propone ojos vidriosos inyectados en sangre –así lo reproducen en el cartel- sobre esqueletos descarnados y escuálidos. Su “alternativa” nunca es la alternativa real, sino la radicalización de los errores a los que aspiran a contestar. Los ácratas son así, como la revolución de 1917 que fue la revolución francesa más la cheka y la revolución de mayo de 1968 que fue como la de 1917 más el cubata y los Beatles. Seguimos en el doble lenguaje: “Su alternativa no es la alternativa”; “La verdad es la mentira”, Orwell dixit. La fiesta de Gracia no hace reír a sus vecinos.  

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Diario de BCN de un descastado. 13.08.210 (III de ¿?). Plaça de las Dones del 36…

Diario de BCN de un descastado. 13.08.210 (III de ¿?). Plaça de las Dones del 36…

Infokrisis.- Subiendo por Torrent de l’Olla una buena noticia: la sucursal de la Caixa del Penedés que allí se encontraba está cerrada y el local en venta. Antes, la horchatería de la esquina con calle Asturias, luce todavía un cartel que muestra pintados los productos. Se nota que el cartel ha sido “renovado” y pintado encima una y otra vez. Es el mismo cartel que había visto desde que tengo memoria (años 50) en distintas horchaterías y heladerías de Barcelona, del Raval a la Rivera, del Ensanche a San Gervasio, cuando la mayor satisfacción para mí era un cucurucho con bola de helado o un corte de barra de tres gustos. Sin contar, claro esta, el polo de a 10 céntimos, mera agua helada con colorante de postguerra. Con qué poco nos conformamos en la infancia.

Siempre he tenido una predilección particular por Torrent de l’Olla, cuyo nombre nos recuerda a los barceloneses (incluso a los autoexiliados como yo) que el origen de buena parte de las calles de la ciudad, especialmente de las que apuntan hacia el mar, son precisamente rieras y torrentes. La misma calle mayor de Gracia –hoy Gran de Gracia y durante la República calle Salmerón- empezó no siendo más que una pequeña elevación entre las rieras de Vallcarca y la del Torrent de l’Olla. Anoto el dato que recuerdo haber leído en no sé qué historia de la ciudad, posiblemente de la pluma de Víctor Balaguer, cuando me encuentro en Gala Placidia a dos pasos de la Travesera de Gracia que corta a todas estas rieras. Desde la época de mamá Roma, cuando los legionarios de Augusto construyeron la Vía Francisca en esos mismos andurriales. Hoy a la Vía Francisca se le llama Travessera de Gracia, quizás para recordar que esa segunda ese es más catalana y se presta a menos bromas que el nombre originario.

De las vías descendentes de la montaña al mar, solamente una de las notables (el Ensanche es otra cosa) obedece a un origen diverso, el Paseo de Gracia que se trazó casi con tiralíneas y en mesa de delineante en el primer tercio del siglo XIX aprovechando los previos ya existentes. Algún liberal, en efecto, quiso unir la Puerta del Ángel que todavía existía como brecha en la muralla de la ciudad con el convento dels Josepets situado en lo que hoy es la modelada, remodelada y reremodelada Plaza de Lesseps (he conocido ya tres plazas de Lesseps cada una más intrincada que la precedente, hoy en ella es difícil distinguir lo que es monumento y mobiliario urbano de lo que son grúas, poleas y polipastos que aún quedan en las obras). De hecho, la misma plaza de Lesseps es el emplazamiento del antiguo convento. En 1827 se inauguró el Paseo de Gracia con un ancho portentoso de 42 metros de acera a acera, similar al de los Campos Elíseos.

¿Y qué había antes en la zona? Pues en la confluencia con la calle de Aragón existía un convento franciscano que daba nombre a la ruta de acceso, el Camí de Jesús. Luego, en línea recta, siempre hacia arriba, llegaba hasta els Josepets y más allá, nuevamente, nos encontrábamos con un iter romano, el llamado Camino de Sant Cugat en donde se desarrolla la leyenda fundacional del cristianismo barcelonés (la de San Medir, sus habas, y los primeros mártires durante la mítica persecución de Daciano que, de paso, dio cuenta también de Santa Eulalia, episodios todos estos narrados en infokrisis (serie sobre la Catedral de Barcelona) o en mi Guía del a Barcelona Mágica que anda por la tercera edición en estos tiempos de miseria libresca y que no puede sino hacerme que me hinche como un pavo real).

El paseo de Gracia, cuentas las crónicas se financió como el zapaterismo financia el déficit: a latigazos de fiscalidad que hoy nos parecen casi entrañables. Sí, porque entre 1925 y 1927 la construcción del paseo se financió gravando con 5 reales de vellón por cada cerdo sacrificado en la Ciudad Condal, que ya iba siendo cada vez menos Condal y más liberal, esto es, más industrial y menos habitable.

En el Paseo de Gracia que conocemos hoy, desde el principio circularon los buses. Primero a caballo y sobre raíles, en algún momento puntual a vapor, más tarde, desechado el hollín y la humareda, eléctricos; luego el franquismo, tras haber comprado de reventa unos tranvías en Washington los sustituyó por buses petardeantes a diésel y los ayuntamientos democráticos, seguramente porque las comisiones eran jugosas, los “ecologizó”… antes de decidir que había que volver al tranvía de toda la vida, a tracción eléctrica y que, mira por donde, era lo más ecológico después de las cagadas de los caballos ochocentistas.

En el XIX el diseño urbanístico brillaba por su ausencia, así que los tranvías de caballos circulaban entonces por el centro geométrico del Paseo de Gracia. Quien se subía a ellos debía de arriesgarse luego a cruzar los 21 metros que le separaban de una segura acera. Claro que, en aquel tiempo solamente recorrían el lugar monturas, calesas y simones y carretas de a mula, mulilla, caballo y asno catalán hoy en vías de promoción patriótica y “construcción nacional”.

Me hubiera gustado conocer ese Paseo de Gracia en lugar de este de ahora, portento de diseño, clavetado por oficinas bancarias, inmobiliarias tambaleándose en la cuerda floja de la quiebra o cadenas de bares con chicas venezolanas o colombianas sirviendo, encargado autóctono y personal magrebí apelotonado tras la puerta de la cocina no sea que el cliente les vea la cara. Y es que esta ciudad y este ayuntamiento ha llegado a hacer invisibles a los marroquís guetizados en el Raval, mientras los pakis languidecen en Poble Sec y los andinos en esta Gracia de mis amores.

Subía, pues, por Torrent de l’Olla y terminé encontrando un espacio nuevo en el barrio. En 2005, el Ayuntamiento terminó de vaciar un espacio de viviendas situadas por encima de calle Asturias y por debajo de Santa Ágata, arista principal en Torrent de l’Olla, grande, casi dos tercios de una manzana del Ensanche. En los últimos tiempos, la zona era pasto de okupas, mendigos e inmigrantes atraídos por la impunidad de nuestro sistema judicial y el atractivo de nuestros subsidios y subvenciones. La piqueta los desplazó a otras zonas de la ciudad que heredaron el sambenito. Cuando el ladrillazo tocaba a su fin empezaron a construirse en ese espacio seis bloques de viviendas de moderada altura y buena presencia que se debieron vender (los que vendieron) a precio de oro. En el espacio sobrante el ayuntamiento montó una plaza discreta.

La plaza no es muy frecuentada, ni siquiera cuando el sol declina y la sombra de los edificios sustituye a la que los esmirriados árboles allí plantados tardará todavía cincuenta años en ofrecer. A pesar del amplio espacio y de lo recoleto del lugar, los bajos están prácticamente vacíos ofreciendo una sensación de irreprimible tristeza, ningún bar, ninguna terraza, nada que anime la plaza que hoy es mohína y a ratos inquietante (sobre todo cuando ves que en unos 4.000 metros cuadrados eres el único que disfrutas de los bancos de a 6.000 euros unidad (comisiones municipales y autonómicas incluidas). Los bajos vacíos tienen pocas esperanzas de alquilarse o venderse en los próximos lustros y la plaza menos aún de animarse. Algunos edificios muestran ya en sus muros las “bromas” de exocupas de ayer y antisistema de hoy: varias bolsas de pintura azul estalladas a diez metros de altura que demuestran que los estos chicos necesitan practicar más el frontón, fumar menos canutos y hacer más deporte y, seguramente, sus padres haberse incluido en un programa eugenésico.

En cuanto a la plaza es modesta, sin ambiciones y en realidad el producto de esa transición esperada por todos –menos por bancos, consistorio y gobierno central y autonómico- entre el fin del ladrillazo y la eclosión de la gran crisis, época en la que el azar quiso que esta plaza se cobrara forma y quedara lastrada hasta la próxima reforma y la siguiente tanda de comisiones y corruptelas.

Pero lo bueno es el nombre que ha recibido. Es de esos nombres que satisfacen al ayuntamiento socialista y a sus socios de “izquierda progresista”, casi un manifiesto, no se pierdan la perla: “Plaza de las mujeres del 36”. Haría falta que bajo los rótulos de la plaza se ofreciera al ciudadano un folleto explicativo de quiénes eran las “mujeres del 36”. Yo les juro que no lo sé.

No sé si el nombre alude a las milicianas (tirando a bestias pardas bigotudas y malcaradas, de armas tomar y feminidad ignota) o a las novias de los milicianos (esas que se quedaron en casa compuestas y sin novio y cuando regresó lo hizo achicharrado por las ladillas o la sífilis contraída en algún burdel oportunista próximo al frente o de camino al mismo), o quizás eran aquellas pobres chicas cuyos maridos, novios o hermanos, abominaban de la política y les vieron irse cantando la Internacional o el himno de Riego con forzado entusiasmo; o quizás “las mujeres del 36” eran las novias de los jóvenes de derechas que aparecieron en las cunetas de la Rabassada, o incluso las que fueron, ellas mismas, a parar a las checas que proliferaron en la Barcelona a partir del 18 de julio del 36 cuando Stalin decía “perro ladra” y entonces el PSUC hablaba. O quizás el nombre aluda a las mujeres de derechas o incluso a la primera esposa de mi padre que tuvo que cruzar con él los Pirineos clandestinamente –yo seguiría el mismo camino 45 años después…- para entrar a través del Irún recién tomado por Franco por el mero hecho de ser de una familia acaudalada del Penedés. La tensión de la huida y la incertidumbre sobre el futuro de sus familiares fue seguramente lo que se la llevó al otro barrio a poco de acabada la guerra y en plena juventud.

¿Quiénes eran, por favor, las “donas del 36? digánmelo los sesudos “regidors” de la Barcelona, esos a los que les ha cabido el dudoso honor de querer transformar a este rincón feliz de la galaxia en una especia de Manhattan del diseño y se les ha quedado el proyecto en algo más parecido a un arrabal portuario de Marsella. Díganmelo porque hay en todo esto equívocos y ambigüedades que demuestran que a falta de ideas sobre como ordenar el presente, la izquierda opta por recordar machaconamente el pasado con el eufemismo de la “memoria histórica” que nos hace recordar heridas –como la huida y muerte de la primera esposa de mi padre- que no hubiéramos querido. Cuando un ayuntamiento solamente sirve para recordar las peores pesadillas de un pueblo, es que no vale ni los 5 reales de vellón que hubo que pagar para construir el Paseo de Gracia por sacrificio de cerdo.

El azar ha querido que descubriera esta plaza en agosto de 2010, justo un año después de que fuera inaugurada. Je… tiene gracia que en la inauguración el concejal de ERC y el de ICV estuvieran a punto de liarse a mamporros porque uno quería la bandera republicana y otro la estelada. Así lo leo –y así debió ser- en el Avui del 10 de agosto de 2009-. La foto que he encontrado muestra dicho acto y el interés que suscitó en un barrio poblado por 42.000 habitantes por kilómetro cuadrado. Se llevaron a unos abueletes  y abueletas del barrio para dar más colorido a la ceremonia. Ellas eran, a fin de cuentas, las “mujeres del 36” a pesar de que la única que estuvo presente tenía 11 años en aquella época. O la niña era adelantada y ya había tenido su primera menstruación o bien la plaza debió llamarse de “las niñas del 36” y así hubiera estado todo más claro a la vista de la ingenuidad de la infancia. La andadura de la nueva plaza se inicio con ancianos y funcionarios municipales, los únicos que el consistorio logró movilizar. Gracia permaneció ausente del evento.

¿Quién dijo que en Barcelona no existía brecha entre la Catalunya oficial y la Catalunya real? Seguramente un funcionario oficial. Lo dicho, estos no valen ni los 5 reales de vellón por cerdo sacrificado.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción sin indicar origen.

Diario de BCN de un descastado. 9.08.210 (II de ¿?). Las plazas de Gracia: El Diamant, La Virreina...

Diario de BCN de un descastado. 9.08.210 (II de ¿?). Las plazas de Gracia: El Diamant, La Virreina...

Infokrisis.- Si el barrio de Gracia tiene algo de característico es, sin duda, la relativa abundancia de plazas públicas que alivian su elevada densidad de población. Tiene gracia este barrio compuesto por un 30% de gente con estudios medios o superiores, pero que tiene unos ingresos per capita inferiores en un 4% al resto de la ciudad. Las estadísticas demuestras a las claras que en este corazón de la Catalunya urbana que es Gracia no hace falta estudiar para ganarse cómodamente la vida. Hoy, cuando la generación “suficientemente preparada” ha sido sustituida por la generación “ni-ni”, también aquí muchos aspiran a convertirse en los Belén Esteban de TV3 o de los múltiples canales locales de los que hemos sabido gracias a la incorporación del TDT a nuestras vidas. Odín sabe lo que vendrá después. Gracia parece ser hoy una estadística más que un barrio. Una publicación local me informa de que la densidad media del barrio es de 28.400 habitantes por kilómetro cuadrado, pero llega hasta 42.649 en las zonas más densas. Un verdadero hormiguero o, quizás, un termitero. Afortunadamente están las plazas de Gracia para esponjar el barrio.

La primera a la que llego es la del “Mestre Balcells”. Más que una plaza es un jardín empinado poblado por cacatúas, una verdadera metáfora de la sociedad catalana y de su clase política: hablan y hablan repitiendo un discurso machacón y manido en medio de la indiferencia general. Estar sentado en un banco de esta plaza vale por un curso de etología urbana. Bajo los árboles empiezan a llegar los habitantes naturales del barrio, palomas y palomos (¿es manía mía o ahora son más gordos que hace unos años?). Bruscamente aparece una cacatúa seguramente hija y nieta de la pareja primigenia que algún vecino compró y de la que se deshizo poco después a la vista de que no podía sacarse ningún sonido articulado de aquella garganta hecha para graznar y picotear. Se reprodujeron sin que nadie se preocupara y ahora están ahí disputando ésta y otras plazas a las palomas y palomos mejor cebados de la historia barcelonesa. Al graznido de esta primera cacatúa responden otras y luego otras más en progresión geométrica. Finalmente, las palomas, acongojadas y empequeñecidas, presionadas por la marea verde se van retirando. El verde, por cierto, es el color del Islam, aunque la buena noticia es que apenas hay moros en Gracia, como máximo paquistaníes dentro de sus comercios y siempre dispuestos a venderte a cualquier hora del día. El pequeño comercio local está agonizando -¿existe todavía?- pero el pequeño comercio paquistaní o chino es más poderoso que nunca.

Saliendo de los jardines del Mestre Balcells, se llega a menos de 100 metros a la Plaza del Nord, con sus Lluïsos de Gracia (los que asaltó la Guardia de Franco, organización militante del Movimiento, en los años sesenta y con permiso de los Creix, todopoderosos hacedores de la Brigada Político-Social) y algo más allá el Colegio de La Salle Josepets (donde tuvo su “gran cuartel general” el famoso Hermano Clemente, un hitleriano bondadoso que decía haber nacido en “Bergen” (en realidad asomó a este mundo en Berga), lucía botas de montar bajo la sotana y en su habitación, sólo para los íntimos, mostraba orgulloso un reloj que al dar las horas tocada los compases del Die Fanhe Hoch y, sustituyendo al cuco, aparecía –como era posible intuir- una bandera con la svástica.

En los dos años que no paseaba por la Plaza del Nord algunas cosas han cambiado. Incluso en épocas de crisis económica, la inercia del afán constructivo anterior prosigue a ritmo acelerado. Las dos tabernas típicas que siempre estuvieron en una esquina ha dado lugar a un edificio anodino y a otro en construcción cuya estructura de hormigón no deja presagiar nada bueno. La plaza ha perdido personalidad y el edificio de los Lluïsos es el último resto de otro tiempo.

Las acacias parecen más tristes que nunca en la Plaza del Nord. Especuladores tardíos y ladrilleros espabilados no dan pie a muchas alegrías. En cuanto a la plaza en sí parece ser, más que un espacio público, una zona de cagadas caninas, espacio de resacas y zona en la que niños díscolos gritan como posesos en los columpios empujados por sus padres inexpresivos con una furia tal que se diría que quisieran arrojarlos a la lejanía, o bien que se despellejan las rodillas hasta la sangre en esa mezcla de arenilla y gravilla fina que cubre el suelo polvoriento de la plaza y el calzado de quien la atraviesa. El Barrio de la Salud ha quedado atrás y esta plaza, ahora mismo, parece más bien la del berrinche infantil y la del colocón alcohólico. Esa es la plaza del Nord.

Trescientos metros hacia abajo se encuentra la que sin duda es la plaza más hermosa del barrio de Gracia, la de la Virreina, llamada así, creo recordar porque en un tiempo lejano estuvo el domicilio de un virrey, aunque quien quedaba en casa era ella, la virreina, hasta apellidar al lugar. Dominan la plaza un chalet “jugendstill” (que aquí se tradujo como “modernista”) y la Iglesia de Sant Joan de Gracia, parada obligada de Gaudí en los monótonos y cansinos tránsitos que realizada desde su chalet en el Park Güell hasta la Sagrada Familia. Sant Joan de Gracia le quedaba, más o menos, a medio camino si ese día no había decidido darse una vuelta por el oratorio de San Felipe Neri y –piadoso arquitecto- echar unos paternosters. Ambos edificios, Sant Joan y el chalet están en oposición en la plaza, como si se tratase de un remedo de la Barcelona medieval y renacentista: a un lado el clero, a otro la aristocracia, en medio el campo de batalla. Nunca la sotana y la espada se llevaron bien en la Barcelona de aquellos tiempos.

Hace cinco años, una poderosa colonia de borrachos, autóctonos y de importación, se concentraban en las escaleras de Sant Joan, ojos enrojecidos y vidriosos, roña a tutiplé y olor a cloaca, acompañados de algún que otro esquizofrénico. Allí, se forjaba la hermandad de los marginados y allí compartían e intercambiaban medicamentos unos por latigazos de Don Simón.

Soy un hombre de fe, así que jamás me he introducido en el interior del templo de Sant Joan. Lo supongo víctima de una ominosa restauración tras haber sido incendiado durante la Semana Trágica, con el párroco, amigo de Gaudí, dentro. En cuanto al aristocrático chalet, terminó siendo alquilado por habitaciones y a principios de la década albergaba a un bar vegetariano cuyos promotores se obstinaban en convencerte de que bebieras una cerveza sin alcohol (cuando habías pedido una Voll) o Coca-Cola sin cafeína y sin azúcar (cuando te apetecía justo lo contrario). Con tamaño celo misionero no es raro que el bar vegetariano apenas durara un semestre, huérfano de clientela y con los habituales hartos deque a cada cosa que pidieras te enmendaran la plana.

La pequeña pero concurrida oficina del BBVA que hubo en una esquina de la Plaza de la Virreina ha sido sustituida por un “espacio digital” (que no tengo muy claro lo que pueda significar) y en cuanto a la granja que estaba a la derecha de la iglesia, hoy es una heladería italiana. Gelateria que le dicen, ignoro si en italiano o en catalán. La casa en la que vivió Joaquín Blume sigue siendo la casa en la que vivió Joaquín Blume. La placa que lo recuerda –por las placas y las lápidas no pasa el tiempo- sigue estando donde siempre. En cuanto a la fuente de la plaza, encharcada, como siempre, y las terrazas de la plaza cobrando a tres euros consumición mínima, verdadero atraco a mano armada en tiempos de crisis. No les falta, sn embargo, clientela, jóvenes y transitarios dispuestos a pagar eso y mucho más por sentarse a la sombra de los plátanos.

De la Virreina al Diamant, la plaza más conocida de Gracia, aunque no la mejor, apenas hay otros doscientos metros. Caminando de una a otra me doy cuenta de que la sede del Lectorium Rosacruz ya no está allí. Era un local recoleto y en el que se respiraba paz. Parecen haberse ausentado sin dejar señas. Hoy ya no se cree en nada, ni siquiera en sectas, destructivas o no. Y no sé que es peor: creer en una secta, a fin de cuentas, suponía aferrarse a un clavo ardiendo como última esperanza para dar un sentido a la vida. Acaso lo que hay que hacer es justamente lo contrario, lo que nos recomendaba Cortázar en Rayuela: tirarlo todo por la ventana y luego, tirar la ventana por la ventana, o si se quiere más rústicamente, pasar de todo incluido del pasar de todo. A lo mejor, cuando ya no hay ninguna certidumbre a la que asirse veremos el mundo de otra manera y seremos dueños y señores de decidir sobre nuestro futuro: o vivir o tirarse como fruta madura del último piso de cualquier rascacielos. El último gustazo de volar sin alas, seguramente vale por muchos placeres y, desde luego, por todos los sinsabores que nos esperan en la vida.

Hay muchos jóvenes en la plaza del Diamant, pero percibo en muchos de ellos una expresión de preocupación y casi de tristeza, incuso en aquellos –los menos- que son padres y que van acompañados de sus retoños. Como si pasara algo que ampliara la vieja consigna de “no hay futuro”, emanada del punki más punki de todos los punkis, a toda una generación que viste normalmente y en lugar de cresta engominada y salpimentada, se va quedando calva prematuramente.

Para colmo, la oficina de La Caixa (la de la estrella) ha desaparecido y en su lugar luce un enorme todo a cien chino donde se pueden encontrar bastoncillos para los oídos (de esos que a poco que se hurgue el algodón sintético se queda pegado al cerumen) hasta sustrato para macetas (parásitos y gusanos incluidos). No es calidad, precisamente, lo que llega de China.

El Diamant ha mejorado, hay que reconocerlo. Hace diez años la plaza estaba dominada por la entrada al refugio antiaéreo que, al parecer es el bien más preciado del lugar. Dicen los publicistas del barrio que debería abrirse al público como signo de la voluntad pacífica de sus vecinos (aunque un refugio subterráneo más parece evocar miedo a la luz y vida de topo). Voto, de todas formas, por ello, a condición de que se abra también la checa de la calle Vallmajor para poder tomarnos unas copitas mientras recordamos lo que fue la locura stalinista, la crueldad científica que exportó a estos lares y como en esta tierra encontró a valedores sumisos de Stalin, correveidiles mamoncillos, maromos serviles y palafreneros diligentes en aquel partido que se llamó PSUC.

La plaza está adornada con sábanas descoloridas y que no resistirán el próximo vendaval sin hacerse jirones: “Volem dormir” se lee en todas ellas. Encomiable y pacífico deseo. No es para menos. Lo ajado de las pancartas no da motivos para la esperanza y mucho menos cuando falta apenas una semana para la próxima edición de la Fiesta Mayor del barrio. Cuando se inicia ese ciclo, no solamente los vecinos del Diamant no pueden dormir, sino que todo el barrio opta por poner pies en polvorosa ante la otra opción: abrirse las venas en canal antes que tener que soportar hasta las 5 de la madrugada a bandas de rock, de rap, de Indie o de havy, pagadas por el ayuntamiento, concursando a ver quien desafina mejor. Y todo para satisfacer a miles de colgados llegados incluso de allende fronteras.

El monumento a la Colometa es discreto pero antológico y resume el sentir del barrio. La Colometa ese personaje mitificado por la Rodoreda en la novela que hizo que el nombre de esta discreta plaza garciense llegara a todo el mundo, sigue presente en la plaza. Se la ve a ella –a la Colometa- atravesar un muro y gritar. Acompaña ese grito con una expresión de horror reforzada por la posición de sus brazos. Sin duda, por los bombardeos. Hoy no hay bombardeos, pero el ruido –las sábanas colgadas nos lo cuentan- en sobredosis, insoportable para los vecinos, pero pagado por el ayuntamiento, hace que todo el vecindario se identifique con la expresión de la Colometa.

No veo a la colonia de clochars que hubo aquí a poco de estrenado el milenio. O están en la IV Galería de la Modelo, o la cirrosis terminó derritiéndoles el hígado o se han regenerado y ahora son, simplemente, parados. Más pesar me causa el ver como una tienda de la plaza ha desaparecido. Hubo, en efecto, en los últimos 15 años en esta plaza un “pasatge del Llibre” en donde se vendían partidas de lance, libros descatalogados, cuentos, DVDs de saldo y cosas así. Tenía ka costumbre de pasar por allí siempre que venía a Barcelona y nunca me fui decepcionado de aquel “pasatge”. La cultura no debería de ser un mal negocio en una plaza bendecida por la literatura. Hoy, sin embargo, vuelvo aquí y el lugar esta en alquiler. Encima una bandera independentista muestra la fe de su inquilino. Allá él.

Hubo un tiempo, hacia mediados del 2005 en el que la zoma pareció colonizada por andinos y paquistaníes. Hoy no hay ni rastro de estos “nuevos catalanes”. No es porque hayan regresado a sus países de origen sino porque se han ido concentrando en otros barrios. Una terraza sablea al incauto y un acordeonista que de cada 10 notas acierta 2, completa la tortura. Se rebota, además, con la falta de generosidad del personal, aunque debiera agradecerles el que no se decidan por la ejecución sumaria a la vista del destrozo musical. En los 20 minutos que ha estado martirizándonos a todos no he reconocido ni una sola pieza. No me extraña que la Colometa siga congelada con su mejor expresión de horror.

El barrio tradicional de Gracia, el que fue poblado por obreros y menestrales desde principios del XIX, ha desaparecido. Su repliegue es tan evidente que la lengua que llegó a hablar hasta el 86% del barrio, cada vez se escucha menos. Tiene gracia: los pocos niños que he visto en el barrio hablan castellano aunque sus padres les insistan: “T’enbrutarás”, “No facis aixó”, unido al tradicional “Nen, aixó es caca”. Y el niño jura y blasfema en castellano, a pesar de que a la tutela paterna se une la tutela de una inmersión lingüística sin escafandra. Ciertamente, el catalán no pasa por un buen momento y acaso la presencia de ERC en el tripartito autonómico y en el consistorio municipal tenga algo que ver con la recesión lingüística de la lengua de Pompeu. Paradójicamente es un africano azabacheado quien me pregunta en una jerga macarrónica que, sí, mira por donde, rmeite al catalán: “On estaá la plaza del Daiamant”. Aquí mateix, noi. ¿Cómo no va a gritar la Colometa?

La estatua, por cierto, consta de anverso y reverso. En el anverso luce un par de tetas más o menos discretas –no opulentas ni aniñadas- pero bien puestas. Había que esperar, pues, un culín respingón, ligeramente escurrido, pero redondeado y firme. Sin embargo, el reverso de la estatua y el revrso de la Colometa están púdicamente cubiertos por una falda que para colmo tiene la forma de cuartos traseros de cucaracha. Sería difícil encontrar en estatuaria alguna pegote tan inoportuno como el que cubre la grupa de la Colometa. No me cabe la menor duda que un artista jamás destrozaría su obra con  semejante añadido. Debió ser el consistorio quien indujo al artista que, a fin de no ofender las buenas costumbres y a la infancia, cubriera nalgas retaguardias de la pobre Colometa. Hay mentes preclaras en el ayuntamiento barcelonés que siempre han sido más pudibundas y timoratas que el padre Oltra y el censor más acalanbrado del franquismo.

El tugurio que conocí y frecuenté hasta 2005 y en el que servían unas anchoas remarcables, ya no existe. Ni el tugurio ni lo que albergaba encima. Ahora es una tienda de congelados en cuyo cierre unos remamagüevos han pintado una loa a ETA y una protesta por las detenciones de gilivascos en Francia.

Si la estatua de la Colometa no gritase habría que darle una patada en ese trasero acucaracho que el consistorio le ha dado. Grita por todo un barrio que desapareció sin dejar señas, por la Barcelona tradicional que se ha evaporado, grita por todos nosotros, por esos jóvenes de expresión triste y ausente que cruzan sus baldosas sin prisas y sin objetivos, grita porque no hay futuro, ni en este barrio, ni en esta ciudad que agoniza, cuando apenas acaba de nacer. Gracia, no tiene más que 200 años. Y en esos 200 años ha cerrado un ciclo: de la independencia municipal a la inclusión en el municipio de Barcelona, de ahí a la segregación y a una nueva e irreversible integración final. Y de ahí, a una homogeneización con el resto de la ciudad. Las plazas de Gracias son los único que hace diferente a este barrio del resto de la ciudad. Y como ven, estas plazas ya no son ninguna ganga.

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Diario de BCN, por un descastado. 8.08.2010 (I de ¿?). Redimensionando a Gaudí

Diario de BCN, por un descastado. 8.08.2010 (I de ¿?). Redimensionando a Gaudí

Infokrisis.- He vuelto al Park Güell al que, en buena medida le dediqué un libro –Gaudí y la masonería- cuya tesis central es que Gaudí plasmó en dicha conjunto su “testamento ideológico”. Hoy me mantengo todavía en esa tesis, a pesar de que siento que la brecha que me separa del gaudinismo se va ampliando cada vez más. No estoy de acuerdo con Eugenio D’Ors en su crítica al modernismo, cuando dice aquello de que se trató de una “sublime anormalidad”, de hecho fue una anormalidad a secas a la que se podrían añadir algunos epítetos poco caritativos para sus máximos exponentes, pero que, en cualquier caso, son complementarios: kisch, insensato, patético, grotesco, y así sucesivamente, sin necesidad de cargar las tintas, pero esos motivos vegetales de piedra y aquellos otros esgrafiados vegetales clamaban al cielo en su época y están excluidos de por vida del paraíso de la estética.

Fue una suerte que el modernismo en Barcelona apenas constituyera una moda pasajera que se extinguió en el tránsito entre dos siglos. A decir verdad, apenas cautivó a unas pocas docenas de burgueses encopetados con ansias de mecenazgo y de lucir palmito con la moda del momento sin importar cual fuera. Más suerte aun fue que Gaudí –para quien el modernismo apenas fue un paréntesis en su obra- no tuviera epígonos y quedara como un punto y aparte en la historia de la arquitectura. Hasta Jujol –quien mejor comprendió la estética del arquitecto- era capaz de saltar al clasicismo a poco que se lo sugirieran (ahí su Senatus et Populusque Barcinona inscrito en la fuente que todavía luce hoy en el centro de la Plaza de España).

Se ha dicho por activa y pasiva que Gaudí “imitaba a la naturaleza”. No lo dudo, a la vista de lo visto, pero por eso mismo creo que lo único que consiguió fue una pobre imitación distanciada años luz del modelo original y excesivamente retorcida sino abrakadabrante. Puesto a imitar a la naturaleza ahí está la simplicidad de los jardines japoneses que destilan el mismo producto que envasa la naturaleza: serenidad y recogimiento. Nada hay en Gaudí –y especialmente en el Park Güell- que apunte a en esa dirección, sino más bien en la diametralmente opuesta. Acaso es que la naturaleza no pueda imitarse y que, como el titán clásico, quien lo intenta toma la dirección que dice “fracaso”.

Estaba paseando por los “viaductos” del Park Güell cuando bruscamente he advertido que los motivos decorativos eran groseros, ásperos, bruscos, como diseñados a brochazos, con trazos gruesos, vastos y deslabazados. Las piedras encajan con algo tan poco natural como son paletadas de cemento (su mecenas, Güell, hizo su fortuna con el cemento portland, como Bill Gates la acrecienta hoy byte sobre byte), siempre en permanente restauración y con riesgo de desprenderse ante la cámara del turista de turno. Las formas que resultan de piedras sin desbastar agregadas con paletadas de portland dar lugar a formas inarmónicas, desordenadas, a ratos groseras y, a poco que uno se recupera de la primera sorpresa, feas en definitiva.

Me recuerdan a aquella pizzería que se encuentra en Roma justo frente a la salida de los Museos Vaticanos. Allí, el turista tiene la ocasión de comer las peores pizzas del mundo: una pasta alisada cubierta de lo que algún romano me definió como “cacca”. La filosofía del pizzero, sin embargo, era mas que razonable e irreprochablemente realista: dado que la inmensa mayoría de turistas jamás volverán en su vida a los museos vaticanos, poco importa que se lleven una deplorable impresión de lo que acaban de comer. Otro tanto ocurre con los turistas que vienen de Japón (y, sorprendentemente, cada vez más de China): jamás volverán y cuando vuelquen la memoria de su cámara digital en el ordenador, ya será tarde para percibir la fealdad inherente a la mayor parte del Park Güell.

La naturaleza ni se aproxima a como la muestra Gaudí. Incluso en los parajes más miserables y pobres en vistas estéticas se percibe una grandeza que está ausente por completo en el tristes remedos realizados por Gaudí. Evola, manejando la “nueva objetividad” de Guyau, nos decía que la naturaleza es libre porque no precisa de nada ni de nadie, no ha sido hecha para que la podemos disfrutar, sino que es independiente de nuestras necesidad y de nuestra presencia. Las formas gaudinianas del Park Güell precisan, en primer lugar, restauraciones constantes; cuando no se desprende un pedrusco en un lugar, unas lluvias generan un corrimiento de tierras en otro; si no se riegan, la vegetación se seca (no en vano justo al lado se encuentra la “Montaña Pelada”). Ayer el buen burgués catalán visitaba la zona entreviendo lo que debía ser una urbanización para bolsillos notables y títulos nobiliarios comprados al peso; hoy, turistas inexpresivos son los visitantes habituales que fotografían sin ver y acumulan polvo en sus chancletas sin entender de qué va todo aquello, pero conscientes de que les tiene que gustar porque están educados en el “todo vale” y aceptan acríticamente todo lo que la Guía Michelín a la japonesa les indica como “bueno y digno de visitarse”.

Hoy he caído en la cuenta de que el Park Güell es el símbolo del fracaso gaudiniano a la hora de imitar a la naturaleza. Item más: una muestra locura liberada que alguien tuvo la mala pata de considerar “libre creatividad”, cuando apenas era una muestra de neurosis y locura por parte de Gaudí y de snobismo por parte del mecenas Güell.

Desde lo alto del Park se ve toda Barcelona y especialmente los edificios notables que van surgiendo aquí y allí. Es imposible evitar reconocer a primera vista la Sagrada Familia y lamentar el verla convertida en una acumulación de piedra artificial. Hubo un tiempo en el que Dalí pudo hablar de la “verticalidad de las catedrales góticas” remachando, arrastrando y prolongando hasta la exasperaciónn las erres y aludiendo luego a las torres de la Sagrada Familia. Eran los años 50 y apenas estaba concluido el ábside, la fachada del Nacimiento y poco más. A la vista de la lentitud de la obra, mi padre, una y otra vez me comentaba que ni él ni yo veríamos acabado el Templo que tardaría, según estimaciones de la época, otros 150 años en concluirse. La informática desmintió estas pesimistas previsiones y a partir de finales de los 60 arrancaron las torres del Pórtico de la Pasión. Bueno, ya no eran cuatro torres verticales y extremadamente estilizados, sino ocho, casi reproducidas por gemación a partir de las primeras. Pero la verticalidad se mantenía.

Fue un buen asunto: los amantes de las aristas y de la piedra apenas desvastada tenían el Pórtico de la Pasión para recrearse, luego ilustrado por Subirats que si algo fue, fue fiel al espíritu de Gaudí (de hecho, él mismo nació nueve meses después de morir el arquitecto con lo de emblemático tiene un azar así). Si el Pórtico de la Pasión ha suscitado severas críticas, no es a Subirats a quien corresponde recibirlas, sino al propio Gaudí, en calidad de maestro armero, pues, no en vano, el Pórtico está siendo lo que Gaudí quiso que fuera. Harina de otro costal es que el efecto estético sea convincente o contribuya a aumentar la sensación de pastiche estético del conjunto. En cuanto a los amantes de la “arquitectura comestible” a la que se refirió Gaudí, para ellos es el Pórtico del Nacimiento en donde el Gaudí más auténtico y maduro se manifiesta sin complejos y de manera abrumadora para quien contempla un conjunto de símbolos que desde las dos tortugas que sostienen las columnas del pórtico, hasta el árbol de la vida, para mayor INRI pintado de verde y poblado de unos chillones palomos blancos, corona el lugar y aumenta la sensación de que si lo kisch está en algún lugar, es ahí, mucho más que en aquellos motivos decorativos valencianos hechos a base de pechinas de crustaceo y araldit de las que por cierto en el Museo Marés de la Ciudad Condal se encuentra una muestra que sólo verla de lejos abotarga los sentidos y produce una extraña sensación de inquietud. ¡Cómo diablos es posible tan pésimo gusto!

Sí, porque el problema de la Sagrada Familia no es el ábside neogótico, ni la cripta que Gaudí ni construyó ni diseñó pero sí modificó y enmendó, ni tampoco los machones del ábside que, más que palmas de olivo, parecen plumas de avestruz, ni siquiera el cuerpo de las torres en donde aparece una influencia modernista que desaparece en los remates puramente surrealistas, aumentando esa sensación de pastiche que el propio Subirats me reconoció tras confesar que no, que la Sagrada Familia no era precisamente lo mejor de Gaudí.

Lo peor de todo esto es que las obras no han concluido aún.

Ya desde el Park Güell se percibe como las torres iniciales más las cuatro construidas con posterioridad, van progresivamente siendo asfixiadas por el mazacote de agregados compuesto por la cúpula del ábside y la cobertura de la nave central que se rematará con otras ocho torres más altas aún y con un cimborrio central, aun más elevado, de esos que se suelen tildar de “kolossales” cuando no hay otra palabra para describirlo y dejan boquiabiertos no tanto por su calidad como por su “masividad”.  El palabro sugeriría una masa de piedras y una construcción maciza, no precisamente estética ni mucho menos estilizada. Esa es la idea que sustituye a la de “verticalidad”, precisamente: “masividad” es lo que me sugiere la Sagrada Familia hoy. Y tengo para mí que aquello terminará siendo considerado como una de las “siete desgracias del mundo”. Sin contar, por supuesto, que el pórtico principal, tal como nos lo muestran las proyecciones informáticas es, sencillamente de juzgado de guardia, sino de paredón y ejecución sumaria.

Mi padre me transmitió el amor por la arquitectura de Gaudí y yo, al menos en esto, un buen hijo, admiré durante años al arquitecto hasta que un día percibí su obra como una pobre, impotente y frustrada imitación de la naturaleza o si se quiere como un ejercicio de imaginación enfermizo y titánico. Hijo de mi padre, pero más hijo de la verdad y amando a mi padre como un hijo puede amarlo, lamentablemente en esto debo desdecirle. Si un día me fije en la arquitectura de Gaudí y de dediqué tres libros (de los que uno, Gaudí y la masonería, está ciertamente “trabajado”) fue por mi padre. Sé que jamás me hubiera reprochado disentir en él de esto.

Y en todo esto me reafirmo hoy, con mis 58 años recién cumplidos, cuando he vuelto a visitar estos parajes extraños y frustrados, bajo un sol de plomo, entre bandas de música brasileira, percusión rumana y miles de turistas homogeneizados cámara digital en ristre. Ante la presunta “estatua de la lavandera (acaso la peor muestra de la estatuaria europea, véase la foto) situada como cariátide de uno de los viaductos situados a la izquierda de la Sala Hipóstila, no he podido por menos que esbozar una sonrisa. A veces hay muñecos de nieve que salen mejor.  Los artistas de principios de siglo, desmereciendo el arte estereotipado, decían aquello de que “si sale con barba, San Antón, y si no La Purísima Concepción”. No me extraña que Rojo Albarán en sus disquisiciones sobre el Park Güell haya querido ver en “la lavandera” de Gaudí a una sacerdotisa egipcia. Por el mismo precio podía haber sido una botella de Coca-Cola casualmente surgida de un agregado de piedra y portland.

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Tras el “decrecimiento”, el “transicionismo”… Ser ecologista, ya no basta

Infokrisis.- Hace solo un año Europa vivía la novedad del “decrecimiento”. En todos los ambientes intelectuales y no solamente en el ecologismo, se debatía sobre el “decrecimiento”. En agosto la moda llegó a España y los dos portavoces del progresismo a este lado de los Pirineos (El viejo Topo y Le Monde Diplomatique) dedicaron amplios artículos a esta corriente del ecologismo radical. Cuando el debate todavía en fase de introducción en España, ha sido rebasado por el llamado “movimiento de transición”.

Pero ¿qué diablos es el decrecimiento?

En los años 70, el ecologismo empezaba a estar sólidamente asentado en el mundo anglosajón y en el área germánica; entonces aparecieron las primeras tesis del decrecimiento que sostenían la inviabilidad de un crecimiento continuo de la producción económica y de la población. La frase habitualmente repetida entre los “decrecentistas” es que cuando un río se desborda todos esperan que las aguas decrezcan para volver a la normalidad. El río desbordado es hoy la economía mundial y lo que se propone aminorar su velocidad hasta lograr que las cifras alcancen una sostenibilidad ecológica que garantice la viabilidad del planeta.

La primera piedra del decrecimiento fue aportada por Nicholas Georgescu-Roegen que aplicó el principio de la entropía a la viabilidad del planeta: como cualquier sistema cerrado de energía, la Tierra, al consumir recursos, los va agotando progresivamente. Los recursos consumidos no se reponen… luego el ritmo de entropía del planeta es inviable. Por otra parte, los estudios de Hubert demuestran que existe un momento en el que las reservas de petróleo empiezan a disminuir, sin posibilidades de recuperarse. Ese instante se conoce como “el pico de Hubert”. A partir de entonces las necesidades de consumo de petróleo irán subiendo pero las reservas disminuirán hasta su agotamiento.

Existen distintas apreciaciones sobre si el “pico de Hubert” se ha alcanzado ya o se alcanzará en el 2040. Pero el gas se agotará en 70 años, el uranio tardará de 80 a 150, el carbón 150 y otros minerales estratégicos como el cobre o el iridio podrían rarificarse y agotarse mucho antes. Paralelamente, a medida que las necesidades energéticas aumentan, no solamente se agotan los recursos a mayor velocidad sino que aumenta el efecto invernadero y la irreversibilidad del cambio climático, se pierde biodiversidad y se producen alteraciones en la salud con la emergencia de nuevas enfermedades.

Si hasta ahora, Occidente consumía el 85% de los recursos energéticos mundiales cuando sólo representaba el 20% de la población, ahora amplias zonas del Tercer Mundo están en vías de desarrollo y aspiran a alcanzar nuestro estadio: el planeta no soportará que el modo de vida occidental se extienda a todo el mundo. No hay posibilidades de un desarrollo “sostenible”, noción que implica un crecimiento moderado… pero ilimitado, por tanto imposible: no importa si los recursos se agotan en un tiempo X o en un tiempo 2X, el hecho es que se agotan. No existe, pues, “desarrollo sostenible” a medio plazo, la misma expresión es contradictorio: todo desarrollo ilimitado es, por definición, insostenible.

La sostenibilidad del planeta solamente puede realizarse disminuyendo el consumo energético… y este sigue aumentando en términos absolutos desde el final de la II Guerra Mundial. Este aumento supera con mucho la eficiencia energética y la implantación de energías “limpias”: no queda más camino que el decrecimiento.

Los tres principios del decrecimiento

Los tres principios sobre los que se basaba la ideología del decrecimiento son: 1) un planeta de recursos limitados no puede crecer de manera ilimitada (el crecimiento agota los recursos del planeta), 2) existe una necesidad de establecer una relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza (consumir solamente aquellos recursos que puedan reponerse) y 3) debemos aprender a vivir mejor con menos (disminuir la producción y el consumo).

La disminución de la producción y del consumo deberá realizarse progresivamente hasta que desaparezca el riesgo de cambio climático y se mantenga la estabilidad de los ecosistemas. Los valores económicos ya no serán “beneficio”, “rentabilidad”, “producción”, “derroche energético”, “afán de lucro”, “consumismo”, sino “simplicidad”, “eficiencia energética”, “durabilidad”, “cooperación”. Esto implicará necesariamente reconsiderar los conceptos de “poder adquisitivo” y “nivel de vida”.

En la práctica, las tesis del decrecimiento desembocan en la reformulación de nuevos conceptos económicos: PIB, “nivel de vida”, “poder adquisitivo”, “libertad de mercado”, ya no serán útiles en una sociedad que asuma el decrecimiento como norma. Decrecimiento implica nueva economía y nueva organización social,

¿Tiene futuro el ecologismo?

Desde hace 35 años, tras varios desastres ecológicos en el Atlántico, irrumpió el movimiento ecologista que, desde entonces, ha intentado concienciar y resolver los problemas del medio ambiente y de la naturaleza. En la actualidad y en su antigua concepción, el ecologismo puede considerarse un movimiento frustrado: allí donde los ecologistas han irrumpido en las instituciones se han limitado a realizar políticas que no tenían nada que ver con la ecología, configurándose como sustitutos de la “vieja izquierda” y refugio para comunistas vergonzantes (los “movimientos sandía”: verdes por fuera, rojos por dentro). Por el contrario, donde no han logrado un hueco institucional (en España, por ejemplo), la inestabilidad y la multiplicidad del movimiento ha sido la constante: frecuentemente, los “líderes” ecologistas tras unos años en activo, en nombre del “realismo”, han pasado a ser contratados como “asesores de medio ambiente” por ayuntamientos controlados por el PSOE o por el PP, demostrando que no había en ellos nada de profundo.

El frente común realizado por algunos grupos ecologistas con los profesionales del antifascismo, con los políticos profesionales y con los llamados “movimientos sociales” (feministas, homosexuales, abortistas, pacifistas, ocupas…), les ha condenado a la esterilidad y les ha desviado del leit-motiv que habían adoptado como razón de ser: la solución de los problemas del medio ambiente.

En general, los ecologistas llevan una vida bastante similar a los no ecologistas: no predican con el ejemplo. Y cuando asumen comportamientos ecologistas (reciclado de basura, especialmente), apenas tranquilizan su conciencia, pero no renuncian a consumos habituales que provocan el deterioro de los ecosistemas: especialmente el consumo energético. Habitualmente, el único comportamiento ecologista de un partido de esa tendencia es imprimir su propaganda en papel reciclable… para fabricar el cual hacen falta ingentes cantidades de detergentes que terminan envenenando todavía más ríos o aguas freáticas.

De la incapacidad para resolver los problemas del medio ambiente, de las componendas que han adquirido (el propio Zapatero se considera ecologista y no duda en “perpetrar” un “ley de economía sostenible” cuya primera medida será la generalización de una “tasa ecológica”… nuevo impuesto que no solucionará nada, salvo paliar el cuantioso déficit generado por una administración derrochadora) deriva la incapacidad del modelo de partido ecologista tradicional. De ahí las tesis del decrecimiento y lo que está más allá de él, el “movimiento de transición”.

¿Hay algo más allá del decrecimiento?

El decrecimiento es una teoría: muchos creen en el decrecimiento, pero carecen de energía y decisión suficiente como para ponerlo en práctica. Para otros se trata de una simple moda intelectual que se asume como la minifalda en los 60 o la música disco en los 80, pero sin implicar ningún compromiso profundo. De ahí que algunos “decrecentistas” no quieran limitarse a enunciar teorías y participar en brillantes debates intelectuales: ya no hay tiempo. Quienes van más allá de las tesis del decrecimiento se sitúan en el llamado “movimiento de transición”.

Por lo general todo el “movimiento de transición” es decrecentista, pero no todos los decrecentistas están identificados como el “movimiento de transición”. Y ambos están incluidos dentro de lo que podemos considerar como “ecologismo radical” (radical –como esta revista- no en el uso de la violencia o de métodos agresivos o extremistas, sino radical en los principios y objetivos).

Éste movimiento surgió inicialmente de la “permacultura”, es decir, del diseño de hábitats humanos sostenibles, esto es, lo más similares a la naturaleza y que no supongan una ruptura ni una agresión contra el ecosistema. Esto implica, adoptar otro punto de vista y una nueva ética en el comportamiento social.

¿Qué es el transicionismo?

Hacia 2006, Rob Hopkins diseñó con los estudiantes del Centro de Formación Profesional de Kinsale un "Plan de Acción para el descenso del Consumo de Energía". El plan trataba distintos ámbitos (producción de energía, salud, educación, economía y agricultura. Uno de los participantes en el proyecto, Louise Rooney, creó el concepto de “comunidades de transición”. Su proyecto fue aceptado por el Ayuntamiento de Kinsale que empezó a trabajar para lograr la independencia energética. Hopkins, por su parte, logró que su pueblo natal, Totnes, adoptara la misma idea y poco a poco, más pueblos de tamaño pequeño se fueron sumando, hasta formar hoy cientos en el Reino Unido y algunos en Alemania y EEUU. El énfasis, por supuesto, se ponía en las medidas de ahorro energético y en la producción de energías limpias.

Uno de los aspectos más interesantes del “movimiento de transición” es su dimensión alimentaria: contrariamente a las directrices de la globalización (alimentos baratos traídos de los lugares más alejados del planeta y cuyo transporte, por tanto, acarrea un alto coste energético y de contaminación), lo que se propone son alimentos que puedan transportarse a pie prácticamente desde su lugar de producción (granjas próximas a los pueblos o campos de cultivo circundantes). Se insiste en el reciclado de muebles y objetos antiguos en lugar de deshacerse de ellos y se pone especial énfasis en evitar adquirir productos que con “obsolescencia calculada” (ordenadores que solamente durarán dos o tres años tras los cuales alguna pieza se estropeará deliberadamente, equipos de DVD o electrodomésticos que tras una temporada de funcionamiento son imposibles de reparar, etc).

El movimiento tiene algo de comunitario: propone que algunos objetos (aperos de cultivo, vehículos de transporte) no sean de uso individual, sino que sea la comunidad quien los adquiera y los disfrute cada miembro de la misma cuando lo precise. También insiste en que los campos de cultivo abandonados sean convertidos en tierras comunales y cultivados por los vecinos para lograr autonomía alimentaria… y mayor calidad en los alimentos. En algunos pueblos de Gales se ha llegado a adoptar una moneda local, canjeable en tiendas y avalada por el Ayuntamiento.

El nombre de “movimiento de transición” quiere indicar la aparición de un movimiento social que facilite el cambio de una era de economía desbocada, derroche energético y de irracionalidad globalizada, en un período en el que se adopten las tesis del decrecimiento y se eluda la dependencia del petróleo. Entre el punto de partido y el punto de llega existe una “transición” que da nombre al movimiento de los que no quieren solamente hablar sino también hacer algo concreto y efectivo.

La marcha de la economía en los últimos años parece dar la razón tanto a decrecentistas como a transicionistas: no es sólo el pico de Hubert y el agotamiento del petróleo, es también la crisis financiera mundial, la inviabilidad de una globalización que aumenta los desequilibros dentro de cada nación, mientras alardea de cultivar los intercambios económicos entre naciones. Como titulaba Alain de Benoist su último libro traducido al castellano: “Mañana, el decrecimiento”… a lo que podría añadirse “pasado el transicionismo”…

Los 9 principios

1. Visualización.-  Sólo podemos acercarnos a algo si podemos imaginar cómo será cuando lleguemos allá. Debemos crear una visión clara y atrayente del resultado al que queremos llegar.

2. Inclusión.- El agotamiento del petróleo y el cambio climático no se pueden afrontar si permanecemos dentro de nuestras zonas, si la gente “verde” sólo habla con otra gente “verde”, la  gente de negocios sólo habla con otra gente de negocios, etc. Hace falta un grado de diálogo e inclusión.

3. Concienciación.- Vivimos tiempos confusos. Estamos expuestos  constantemente a mensajes mezclados y desconcertantes. Los medios  de noticias nos presentan con titulares contradictorios. Hace falta no perder de vista que el petróleo se agota y el desarrollo sostenible es inviable

4. Robustez.- La reconstrucción de robustez consiste en asumir firmemente la necesidad de convertirnos rápidamente en una sociedad de  cero emisiones de dióxido de carbono.

5. Conceptos Psicológicos.- Los conceptos psicológicos ocupan un lugar importante en la Transición: creación de  una visión positiva, creando espacios seguros donde la  gente puede hablar, digerir y sentir cómo le afectan estos asuntos, y afirmando los pasos y acciones que la gente ha tomado.

6. Soluciones creíbles y apropiadas.- No basta con denunciar el apocalipsis, hay que aportar soluciones a los problemas planteados por el pico del petróleo y el cambio climático que permitan  a la gente explorar soluciones a una escala creíble.

7. Transición Dentro y Fuera.- Los problemas actuales son el resultado de un error en nuestras tecnologías y del resultado directo de nuestra visión del mundo y sistema de creencias. Los procesos inconscientes sabotean el cambio. Es preciso superar la negación y aceptar la necesidad del cambio.

8. Facilitar el Compartir y el Enredarse.- Las Initiativas de Transición se dedican a compartir éxitos, fracasos, para construir  más ampliamente un cuerpo colectivo de experiencia.  

9. Subsidiaridad: decisiones tomadas al nivel apropiado.- No se pretende centralizar o controlar la toma de decisiones, si no trabajar con todos para que sea practicado al nivel más práctico y poderoso.

© Ernest Milà – infoKrisis – infoKrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen