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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

TRADUCCIONES

"El misterio del vino". Louis Charpentier (III PARTE). Traducción

6. El vino de las Escrituras

El éxito de Noe elaborando vino no será olvidado en las tribus semíticas, tanto en las israelitas como en las ismaelitas.

Es evidente que, para el redactor de la Biblia, como en todas las religiones y las iniciaciones –las que son válidas–, el vino es una bebida particular y sagrada. Y lo seguirá siendo desde entonces para los místicos, cualquiera que sean su país de origen y su religión.

Según la Biblia, la viña, si no el vino, existía ya en el paraíso terrestre, pues, se nos cuenta que, tras haber cometido el pecado, Adán se encuentra desnudo y, para ocultar su desnudez, no utilizó cualquier hoja de no importa qué árbol, sino hojas de parra, es decir hojas de viña.

Y, como prueba de la abundancia de la Tierra prometida, los mensajeros enviados a Cannan no trajeron cualquier fruto, sino un racimo de uva, uno solo, pero tan grande que, colgada de un palo que mantenían dos hombres sobre sus hombros, tocaba la tierra.

Más adelante, en la Biblia, la tierra de Israel destaca siempre por la calidad de sus crudos. Proceden de las viñas de la llanura y de los montes, de los valles y las planicies. Los hebreos aluden al vino siempre en términos elogiosos y, en sus banquetes, fue –y sigue siendo– la bebida de rigor. “El vino es la vida”, dice el Eclesiastés (aequa vita vinum), y eso mismo es lo que piensa precisamente el pueblo judío.

El vino es para él el símbolo del misterio, de la vida en Dios, de la alegría y del amor, se emplea cotidianamente en la liturgia, en los sacrificios y en las libaciones.

La ley prescribía a los hebreos reservar a los sacerdotes las primicias, es decir lo que había de mejor en el vino, y los sacerdotes debían ofrecer a Dios, mañana y tarde, una libación sobre los cuernos de bronce que se levantaban en los cuatro esquinas del altar.

Así pues, el vino era preciso para los sacerdotes de los hebreos: vinum laetificat Deum (el vino regocija a Dios). El vino es igualmente necesario para los cristianos a efectos de operar la transubstanciación.

En la Biblia aparecen más de quinientas alusiones a la viña y al vino, acompañadas frecuentemente por la recomendación de no embriagarse: “El vino bebido moderadamente, se lee en el Eclesiastés, es la alegría del alma y del corazón”. En varias parábolas, el vino y la viña se mencionan, así como los viticultores y los instrumentos que sirven para hacer vino; así se dice que “el soberano Juez busca colocar a los réprobos bajo la prensa de su cólera”.

El Libro de los Jueces dice: “Los árboles, queriendo tener un rey, eligieron a la viña…”. Cuando David anuncia al Señor que vendrá a liberar a su pueblo, lo compara con un soldado excitado por el vino, pues tan grande será su cólera!...

En el Cantar de los Cantares, la prometida estrecha a su amado “como a un cepa”, y compara sus senos con racismo de uva…

Como muchos otros pueblos que siguieron –y sin duda antes– los hebreos mojaban el pan en el vino. El vino, no solamente era una bebida para ellos sino también un alimento, y en el Apocalipsis, San Juan pide: “No dañéis al vino” (Ne laeseris vinum). Era preciso que el vino no estuviera cortado: el vino debe ser y permanecer puro. El mismo profeta Isaías cuando le hicieron beber vino cortado, el profeta Isaías mismo denunció la hipocresía de sus contemporáneos.

También es preciso no servir vino malo: no es ni su fin, ni su papel; el vino debe aportar la alegría. Los vinos deben pues proceder de una viña seleccionada, de una planta reputada que, ante todo, producirá un vino delicioso, uno de estos vinos que vuelven al hombre bueno y magnánimo, indulgente a las debilidades y faltas de su prójimo. Para esto, nuevamente el Eclesiastés, pone al viñador en guardia: uva fellis, vinum iniquitatis (uva amarga, vino defectuosa).

Esther hace beber a Asuero, un vino muy bueno y fuerte, como era menester, para obtener lo que desea. Lo hace beber hasta que en fin, preguntó: “Mujer ¿qué quieres que te dé? Si me pidieras la mitad de mi reino, lo consentiría”. Y pide que el edicto que castiga al pueblo judío sea levantado.

Judith también hace beber vino a Holofermes a fin de que duerma con el sueño profundo propio del hombre ebrio: entonces aprovechará para cortarle la cabeza.

Las hijas de Lot, se encuentran con su padre entre las únicas supervivientes de Sodoma y Gomorra, sin ningún hombre vivo en los alrededores, no pudiendo pues esperar ninguna descendencia; así que ellas hicieron beber de tal manera al autor de sus días que su razón nublada le hizo olvidar que las jóvenes son sus propias hijas. Lo que ha inspirado a más de uno a estos versos ripioso que se me permitirá citar:

        Bebe,
        Lego se vuelve tierno,
        Y luego se convirtió
        En su propio yerno.

Durante la construcción del templo de Jerusalen, el vino será la recompensa de los obreros. A fin de estimular su celo, el rey Salomón escribía a Hiran, rey de Tiro: “Enviadme, os lo ruego, cedros del Líbano, y decid a vuestros leñadores que les concedo trescientas piezas de vino”. ¡Una hermosa propina real!

Tras la toma de Jerusalén, el Libro de Daniel nos facilita informaciones sobre el importante papel que tenía el vino en la corte de los últimos reyes de Caldea.

Nebucatnetzar o Nabucodonosor si se prefiere, había educado en su palacio a algunos jóvenes elegidos entre las mejores familias de Israel para que aprendieran la lengua de los caldeos; había dado la orden de servirles cada día el vino que él mismo bebía

Entre estos jóvenes, estaba Daniel que pronto tuvo una situación privilegiada en la corte, gracias a su facultad para interpretar los sueños. Conservaba esta ventaja bajo el reino del hijo del rey, Baltasar, bajo cuyo reinado ocurrió una historia misteriosa que ha preocupado a los pueblos de Oriente y que no puede extrañar que a Biblia nos haya transmitido:

“El rey Baltasar dio un gran festín al que asistieron mil comensales y bebió en presencia de todos. Excitado por la bebida, ordenó traer los vasos de oro y de plata que Nabucodonosor, su padre, se había llevado del Templo de Jerusalén. Quería que él mismo y los grandes señores, sus mujeres y sus concubinas, se sirvieran para beber un vino particularmente famoso y que no podía, según estimaba al soberano, ser bebido en copas habituales.

“Entonces, se trajeron los vasos de oro que habían sido sustraídos del Templo, de la Casa de Dios, y el rey y sus grandes señores, sus esposas y sus concubinas bebieron. Bebieron un vino delicioso, digno de estos vasos sagrados, y celebraron la gloria de los dioses de oro y de plata, de bronce, de madera y de piedra.

“Como el rey y sus huéspedes terminaron sus libaciones en honor de sus dioses, bruscamente, tras el candelabro, aparecieron los dedos de una mano humana, una mano gigantesca, que escribió sobre el yeso de muro de la gran sala real… El rey cambió de color y sus pensamientos le dieron miedo: los músculos de sus riñones se aflojaron y sus rodillas temblaron…”

No vale la pena relatar lo que siguió. Es suficientemente conocido.

Las leyes sobre el vino no faltaran entre los hebreos. Me es imposible enumerarlas aquí, pero citaré un ejemplo: “Cuando entras en la viña del prójimo, te es permitido comer tantas racimos como quieras, pero no llevarte ni uno solo”.

Ley muy sabia donde las haya.

El vino no se excluía de ninguna fiesta, sino todo lo contrario. La comida judía de Pascua era precedida por un ritual en el curso del cual el padre de familia decía, levantando una copa de vino: “Bendito sea el Señor que ha creado el fruto de la viña”.

Cuatro copas rituales eran así vertidas y bebidas a lo largo de esta comida; a la última seguían las acciones de gracias; se la hacía circular de uno a otro comensal y ponía punto final a comida.

Así se comprende bien la palabra del Eclesiastés que pregunta: “¿Qué vida es pues la de un hombre que rechaza el vino?”. El no beber en absoluto les parecía a los hebreos un fenómeno extraño en el que veían una forma de impulso demoníaco. Y Juan Bautista, que se abstenía de beber, era considerado por los judíos como poseído por el demonio. Pero, sin embargo, es cierto que Jesús, que bebía como todo el mundo, había sido acusado por estos mismos hebreos de amar demasiado el vino y de embriagarse.

En ninguno de los Evangelios, ni siquiera en los apócrifos, se menciona que Jesús se hubiera embriagado. Pero, según San Juan, los cristianos deben recordar que el primer signo de la vida pública de Jesús, su primer milagro, tuvo al vino como objeto, cuando a petición de su madre, cambia el agua contenida en seis jarras en vino en el episodio de las Bodas de Canan. Los convidados pudieron beber este vino en abundancia, que juzgaron excelente y todos exclamaron tras probarlo: “Todos sirven primero el vino bueno y, cuando sus huéspedes están embriagados, se sirve el vino malo. Pero vosotros, dice al padre de la esposa, habéis guardado el vino bueno hasta ahora”.

Una sola vez se menciona en los Evangelios que Jesús haya bebido agua: cuando se la ofrece a una mujer junto al pozo de Jacob.

Cristo compara el reino de los Cielos a una viña y hace varias alusiones a la viña y al vino, tal como refieren numerosas parábolas lo refieren. ¿Acaso no llega, según el Evangelio de San Juan, a identificarse con la viña, esta planta privilegiada y mágica? “Mi padre es viñador; yo, soy la viña perfecta, vosotros sois los sarmientos”.

Y, finalmente, la vida de Jesús se cierra con la última celebración, instituyendo el rito mágico de la Cena. Cuando le ofrecen la primera cosa, Jesús la rechaza con dulzura, diciendo a sus discípulos: “Repartirla entre vosotros, para mi, ya no probaré el fruto de la viña hasta el día en que beberé con vosotros, mis amigos, en la casa de mi Padre”.

Lo que indica que las beatitudes del Paraíso no pueden existir sin vino.


7. El símbolo

El recuerdo del vino que Noé llevó con él durante el diluvio, que plantó y de la que bebe vino, está perennemente guardado y el recuerdo de la viña y del vino, tal como hemos visto, está presente a lo largo de la Biblia. Y en los Evangelios ocurre otro tanto.

“Yo soy la viña”, dice Jesús; y este vino que presenta a sus apóstoles durante la Cena, no era el sacrificio sangriento que pueblos temerosos ofrecían a sus dioses, sino el símbolo del sacrificio, que inauguraba a la vez una era nueva y una aproximación diferente a Dios: “Bebed, esta es mi sangre”.

En la Grecia antigua, se recordaba frecuentemente que el alma está contenida en la sangre y el vino es, de alguna manera, el licor conteniendo el alma de la viña, el alma de la tierra; algo que Cristo ya sabía y que en tanto que Hijo de Dios, repite a sus apóstoles durante la cena, conminándoles a considerar el vino, nacido de la tierra  generosa, como su propia sangre. Bendice la copa, pronunciando las palabras sagradas que jamás serían olvidadas por los cristianos. Los mismos druidas fueron sensibles a estas palabras aunque el cristianismo se les escapara.

Tomando una copa, Jesús dijo: “Esta es mi sangre”.

Et vinum transit in sanguinem.

El sustrato se desvanece por la magia del Verbo; su sustancia desaparece, no queda más que el líquido, el color, el sabor…

“… otro tanto ocurre para el sacerdote, que, más precisamente, lleva el manípulo fijado a su brazo izquierdo. Este ornamento está destinado a recordar las delicadas manipulaciones de la santa misa hasta llegar a la milagrosa transmutación alquímica. Al igual que, en cada fragmento de la Piedra Filosofal, se encuentra íntegramente el Spiritus mundi, al igual que cada uno de los fragmentos de la hostia dividida por el sacerdote, encierra el cuerpo completo de Cristo1”; y así cada sorbo, cada gota de vino transmutado sobre el altar encierra el alma de Cristo.

A través del vino, Jesús ha dado a la humanidad el símbolo. No es que la sangre sea el vehículo del alma, sino que más bien lo es el vino, no nos equivoquemos. El vino vertido sobre las tumbas reemplaza a la sangre, luego las flores rojas reemplazarán al vino, ya que fueron estas flores de todos los colores quienes reemplazaron al vino –o a la sangre– que debía alimentar las almas de los difuntos.

Los reyes atlantes bebían la sangre de un toro que sacrificaban a fin de identificarse con él.

Además, la sangre del toro sellaba el juramento que prestaban los reyes. “Beber la sangre del toro”, era una de las más antiguas y más temibles ordalias de la religión griega2.

El vino es “la pura sangre de la viña”, sanguis uvae, se lee en el Génesis. Y Clemente de Alejandría escribe que “la viña produce el vino como el Verbo ha extendido su sangre”. Pues, antes que ser la sangre de Cristo, el vino es la sangre de la tierra; por ello los ágapes de los primeros cristianos, que inicialmente eran simples comidas fraternas, se convirtieron en comuniones tras la última Cena y las palabras de Jesús.

Pero, cuando Cristo identifica la sangre de la viña con su sangre, lo que albergaban las copas era vino tinto. Podemos preguntarnos, sin embargo, porqué el vino de la misa es hoy blanco. Sin embargo, la Iglesia lo considera como  la materia primera absolutamente indispensable para la celebración de la misa. Jesús ¿habría podido decir: “Esto es mi sangre”, tendiendo a sus discípulos una copa de vino blanco? No puede hablarse de “sangre de la viña” o de sangre de Cristo, más que visionando vino tinto. Sin embargo, reglas bastante estrictas se establecieron por la Iglesia respecto a su vino, reglas que no deben, de ninguna manera, ser transgredidas: el vino de misa debe ser elaborado a partir del zumo de uva auténtico y fermentado, absolutamente puro. Poco importa el crudo, el grado o el bouquet, pero, cada día, más de trescientos mil sacerdotes repiten las palabras mágicas que deben cambiar el vino en sangre, sobre vino blanco mezclado con agua.

¿El vino blanco es más puro que el tinto? Símbolo, sea; ¿pero por qué una representación tan pálida del símbolo?

A este respecto debe hacerse una precisión: la Pascua judía consistía en inmolar un cordero, recordando el episodio previo al Éxodo cuando los judíos marcaron sus casas. Este cordero se compartía en un festín acompañado de pan sin levadura (es decir no fermentado), llamado por esto pan ácimo.

“En la Pascua cristiana, el cordero a inmolar es Jesús, que asimila su sangre al vino servido en la última comida colectiva: la Cena. El vino es un producto fermentado. Aunque los Evangelios no den ninguna precisión a este respecto, es probable que el pan servido durante la Cena hubiera sido también pan fermentado, esto es con levadura en lugar de ácimo. De lo contrario el símbolo de la operación debió ser incompleto y de alguna manera estaría adulterado. En mi opinión, una hostia de pan ácimo de un lado y vino de la otra, es un sin sentido por no decir un contrasentidio”3.

Sólo el ritual ortodoxo en sus ritos procura mantener el contacto con la espiritualidad.

El vino es cuanto menos y ante todo, el símbolo de la transformación espiritual. Hay una analogía incontestable con la euforia espiritual, es decir la euforia que da el vino, sin llegar hasta la embriaguez que, sin embargo, en las civilizaciones antiguas, gozaba más o menos el mismo papel que el Carnaval en nuestras civilizaciones cristianas; era el desenfreno necesario e incluso obligatorio de un tiempo a otro.

Durante los primeros siglos de la Iglesia, el vino eucarístico debía ser de un rojo bermellón, del color de la sangre; debía ser dulce, en absoluto agrio, y perfectamente preparado. Era contenido en un cáliz que se pasaban de mano en mano los fieles, cuando se reunían para la comida ritual, símbolo de la Cena.

No había altar, sino una mesa, cuadrada o redonda, donde todos se sentaban para comer juntos el pan ordinario y no el pan sin levadura. Y se bebía este vino bermellón en memoria de Jesús.

Esta comida se llamaba “acción de gracias”; en griego: eucaristía.

El vaso conteniendo el vino del santo sacrificio fue primeramente de madera, luego de vidrio, más tarde de oro y plata, de cobre y en ocasiones, incluso, de estaño. El que le reina Brunehaut ofreció a la iglesia de Auxerre era de ónice. Era un gran vaso pues el sacerdote vertía el vino en esta copa para que luego se vertiera en copas individuales. Más tarde, se convirtió en inútil, ya que no se bebía vino. Solamente, el oficiante comulgaba, como hoy, con las dos especies.

No es necesario, desde hace mucho tiempo, sentarse en torno a la mesa, y el altar es una construcción de piedra, al menos en las iglesias antiguas; sin embargo, persiste un hábito riguroso: se lava el altar cada año, el jueves santo, con el agua y el vino, contenidos en dos vasos distintos; luego se limpia el altar con telas llevadas por clérigos y sacerdotes.

No hay ninguna duda de que el vino está allí para representar a la sangre; con este símbolo de la sangre se lava el altar, en memoria de Jesús, dirá la Iglesia. Pero este gesto ¿no se remonta hasta el fondo de los siglos, un recuerdo de los sacrificios sangrientos que se ofrecían a los dioses sobre los altares?

En el País Vasco existió hasta principios del siglo XX una extraña costumbre. El canónico Pierre Lafitte describe así la ceremonia a la que él mismo asistió, siendo niño, el 27 de marzo de 1911, en Ithurrioz, donde su abuelo acababa de morir:

“Todos los asistentes al entierro fueron invitados al banquete. Los de la familia comían juntos en la sala del primer piso, según la costumbre: los otros, abajo, en el lugar llamado borda.

“Tras la comida, se nos indicó que las oraciones iban a comenzar en la planta baja y descendimos todos con nuestro vaso que contenía un dedo de vino, tal como quería la tradición.

“Cuando entramos en la borda, todos permanecimos en pie, muy rígidos, con el vaso en la mano. Los sirvientes quitaron rápidamente los manteles blancos que estaban sobre las meses.

“El cantor, Víctor Couteau de Erretaraeta, se descubrió y todos vaciaron sobre las mesas el vino contenido en los vasos; y yo hice como los otros.

“Luego, todos mojaron en este vino expandido las yemas de los dedos, y se santiguaron exactamente como si el vino fuera agua bendita.

“Más tarde, en diversas ocasiones, pregunté a Victor Cousteau cuál era el sentido de esta ceremonia, pero no recibí otra respuesta más que esta: “Así lo hacían nuestros antepasados”. Pero, añade el canónigo Lafite, nunca se me irá de la cabeza que la “libación” de los latinos paganos había subsistido en Ithorrotz y en Olhaibi, aunque se haya cristianizado con el signo de la cruz”.

Esta costumbre vasca no menciona que el vino, vino que debía representar la sangre, fuera vino y no sangre. Sin embargo, algunos ritos exigen que la sangre sea mezclada con el vino y que ambos sean bebidos conjuntamente. El vino, es la sangre de la tierra. La sangre, fluido vital y vehículo del alma, esencia misma de la vida, sangre que reclamaban los dioses y a los manes de los muertos

Eterna magia, siempre presente, la del santo sacrificio de la misa, donde este pan y este vino, convertidos, por la magia del Verbo en carne y sangre, como antes estuvo presente en los altares paganos, con víctimas degolladas, aun palpitantes, cuya sangre se ofrecía a los dioses.

Magia, de la que ignoramos su fuerza y el poder de su acción, el por qué y el cómo. ¿Quién nos dará la clave del misterio?

Los pactos de sangre, sacrificios sobre el altar de la amistad. Entre hombres. Raramente, si no jamás, entre un hombre y una mujer. Era, y es aún, un rito que mira únicamente a los hombres; es decir, un rito solar.

El vino es también específicamente solar: como la vida, como la sangre.

Catalina, se nos dice, obligaba a sus cómplices a beber con él copas de vino en las cuales habían vertido un poco de su sangre. Otro pacto de sangre, pero mezclado con vino.

Y en Les Tours inachevées, Raoul Vergez describe otra curiosa ceremonia:

Según “el acuerdo adoptado entre constructores y capítulos colegiales o catedralicios”, desde el año 1164: “Los masones carpinteros gozaran de la noche de los Cuatro Coronados en Notre Dame de París… Las hermandades de talladores de piedras, carpinteros, vidrieros, pintores u otros constructores de iglesias, serán entronizados en las naves, bajos las bóvedas, en las salas capitulares o las criptas…

“San Luis había asistido en persona a una de las recepciones, bajo los artesonados de su capilla; los extranjeros le había remitido, en signo de deferencia, un pequeño compás de oro con el cual el magíster atravesaba la vena del puño real a fin de que la sangre azul de Francia se mezclara con la sangre roja de los “pobres pasajeros”, que todo esta sangre sea vertida en un copa llena a medias de vino de Samos, del que cada uno apagará la sed según el rito”.

Y algunas páginas más adelante, Vergez nos describe una recepción de hermanos albañiles a principios del siglo XIV:

“– Aprendiz de albañil, me oís?

– Si, patriarca.

– ¿Queréis ser hermano?

– Si, patriarca.

– ¿Se os ha dicho el precio del hermano?

– Es el precio de la sangre.

– ¿Os han dicho el precio de la traición?

– Treinta dineros y la muerte.

– ¡Pastor¡ Mezcla la sangre de los hermanos.

“Asistido por un masón albañil que tiene el Grial entre sus manos, el pastor aborda el primero de los aprendices, le toma el puño, palpa la vena más gruesa con sus dedos, luego, bruscamente, hunde la punta afilada de la pequeños puñal; la sangre fluye en el Grial que la recibe. Pasa al segundo aprendiz, luego al tercero. Cada uno vierte un largo tributo de sangre fresca.

“La sangre de los siete novicios, y de un solo caballero. Así lo quisieron los que  combatieron en el perfume de las rosas.

– ¡Yo seré el óctavo! Raimond de Sens tiende su brazo circundado por gruesas venas; la sangre es más sombría, casi negra, menos viva; mana lentamente, sin sacudidas. El pastor vierte en la copa tres pintas llenas hasta el borde con  un vino raro de Borgoña, más rojo que la sangre de los novicios, tamiza el líquido y presenta la copa del Grial al patriarca que la pone ante él y empieza su acto de sabiduría…

“Habiendo hablado, Raimond de Sens, toma entre sus manos el vaso de sangre y vino mezclados, luego lo tiende al maestro de obras, Alain Renaut, que, en pie, parece meditar.

– ¡Maestro! La hora del rito ha llegado.

“El monje bendice el Grial, musitando una oración. Raimond bebe el primero. Luego los aprendices. Y cada uno de los extranjeros. Cuando estuvo vacío a la mitad, el pastor lo llenó de nuevo de vino; en general, ninguno se altera. Entonces el patriarca comienza a cantar el Aleluya de los talladores de piedra:

En la barca de San Pedro

Bebamos el vino de Noé4”.

Existe en la historia de Francia, una batalla donde triunfó la monarquía francesa bajo el signo del pan y del vino.

Fue en Bouvines en 1214.

El 27 de julio, el rey Felipe Augusto, meditando sobre la próxima batalla, recorrió lentamente, a caballo, el campo, rodeado de doce de sus pares.

Deseando reposar un poco, descendió de caballo y se retiró en una capilla, cerca de la orilla de un pequeño afluente del Lys. Se le llevó tan y vino. El rey comió una hogaza de pan mojado en el vino. Luego se dirigió a sus doce pares: “Si hay alguno de vosotros que busque la maldad y la estafa, que se aproxime a mí”. Los barones abrazan al rey le aseguran su lealtad. Tocado por no sé sabe que inspiración, refiriendo la gesta de Cristo, tiende a cada uno de ellos un trozo de pan mojado en la sangre de la viña.

Sintiendo que algo extraordinario ocurría, todos adoptan una posición de recogimiento. Símbolo y casi sacramento, representación de los doce apóstoles que, “con Nuestro Señor bebieron y comieron”, esta Cena laica era un pacto sellado entre el rey y sus pares.

Tras la oriflama roja de Saint Denis, los señores franceses se lanzaron al combate: la batalla fue ganada por el milagro del vino5.


8. Pan y vino

En cierta medida, es difícil separar el pan y el vino. Ambos han siempre tomado, en las expresiones religiosas humanas, un lugar –en absoluto equivalente– pero siempre correspondiente.

El vino, no la uva; el pan, en absoluto el trigo. Uno y otro son productos del hombre, pero salidos de los productos de la madre–tierra; uno y otro prosiguen caminos de alguna manera similares. La planta del trigo no tiene más que un fin: la espiga; la viña no tiene, así mismo, más que un fin: la uva. Y, considerado humanamente, la espiga era para el pan y la uva para el vino.

Uno y otro, en su desarrollo comportan un misterio que es netamente religioso; uno y otro tienen en su origen un misterio. No se sabe de dónde viene el trigo. No se sabe exactamente de dónde viene la viña. Esto se pierde en los tiempos prehistóricos, en un remoto pasado, miles de años antes del diluvio.

Uno y otro tienen necesidad –para ser lo que son– del trabajo del hombre y de la tierra, viña y trigo exigen cultivo, y no cualquier cultivo. Y esto plantea un extraño problema: para elaborarlos era preciso, de alguna manera, poseer un conocimiento innato. Casi estamos tentados de decir: una civilización avanzada, con una participación bastante especial de la tierra; y, para el hombre, un conocimiento de la tierra, en absoluto solamente de un punto de vista químico, sino que se podría decir, “alquímico”.

En cierto sentido, sería útil buscar lo que, en la viña y en el trigo, siguen siendo misterioso, sin vincular el pan al vino, tal como se hace, especialmente en Occidente.

Pues hay, entre la uva y el trigo, una complementareidad que existe igualmente entre el pan y el vino, complementareidad que es estrictamente reservada al hombre, y al cual el hombre debe participar a fin de obtenerla; iba a escribir: antes de ser digno,

Si hay una dependencia cierta entre el pan y el vino, existe también una dependencia con el hombre. De alguna manera, se puede decir que no puede existir vino sin el hombre, la naturaleza es insuficiente para permitir a la uva convertirse en vino; y a la inversa, el hombre no puede hacer el vino sin la viña y, a través de la viña, la tierra, que permite que progrese, crea la viña. Otro tanto ocurre con el pan. Ambos dependen del hombre, en el sentido en que, sin el hombre, ni el pan ni el vino existirían; pero el hombre depende, por su parte, de estos dos alimentos, pues, sin ellos, no podría subsistir; podría subsistir en cambio aun cuando no tuviera mas alimento que éstos.

Es notable constatar que la mezcla del vino y del pan constituye uno de los alimentos más completos que haya conocido el hombre. Alimento que se utiliza cada vez menos, sin duda porque muy a menudo en nuestros días, el vino corriente no es, de hecho, vino. Es decir que no es un producto natural, que haya conservado la vida, el alma, el espíritu, que tiene en su esencia la tierra, de la viña y del principio innato que es la luz; sino que es, cada vez más, un producto químico del que, frecuentemente, el azúcar que el bienaventurado alcohol volátil, no es el azúcar ofrecido por el sol a la viña, su madre, a fin de alimentarla; es un azúcar fabricado de otra manera, a partir de una planta extraña y trabajado industrialmente, así como muchos de sus componentes.

Otro tanto ocurre con el pan, que ya no es –y de lejos– lo que era en otro tiempo; y del que vale mejor no abusar mucho, según nos recomiendan los nutricionistas.

En mis recuerdos, vuelvo a ver los panes que hacía el panadera saliendo del horno en el largo extremo de su paleta. Eran hermosos panes redondos, crujientes, que se hinchaban y doraban sobre la brasa de fuego de madera; desprendían un olor que no he vuelto a encontrar jamás.

Si los gustos varían según las latitudes, si el pan y el vino ya no son lo que eran, sin embargo, entre todos los pueblos llamados civilizados, se pone siempre sobre la mesa, con la sal, el pan y el vino. Y me recuerda haber visto en el museo del Vino, en Beaune, una pintura representando a un vendimiador que, durante una pausa, aplasta con su pulgar un trozo de queso sobre el pan, mientras que se prepara para beber su vaso de vino.

Esto me recuerda que, también en mi infancia, muchos trabajadores del campo, para aplacar las fatigas del día, mezclaban el pan –este maravillosa y antiguo pan de payés– y el vino que azucaraban, antes que con cualquier otro producto, con miel, otro alimento muy acorde con la naturaleza humana.

La mezcla se hacía en un bol y, en mi país, se llamaba a esto el miet o miais (no conozco su ortografía exacta), y cada cual encontraba en él a la vez placer y alimento. Era, en esta época, un extraordinario reconstituyente que no se dudaba en dar a los niños. Y no hace mucho tiempo –quizás todavía hoy–, había vendimiadores que, durante meses y años incluso, no vivían más que de pan y vino.

Juana de Arco prestaba mucha atención a todo esto; era uno de sus alimentos preferidos. Lo saboreaba muy gustosamente en las tardes de batalla, cuando la fatiga y la pena se abatían sobre ella, contentándose a menudo con una sopa de vino en la cual había arrojado algunos costrones de pan. Encontraba en ello el alimento puramente material que venía del pan y le permitía recuperarse, pero también el elemento espiritual con la volatilidad del vino.

No estaba sola; antes de combatir, Dugesclin se procuraba, según se dice, tres sopas de vino en homenaje a la Santísima Trinidad.

Desde la Antigüedad más remota vemos asociados íntimamente el pan y el vino.

Homero, tal como hemos visto, los cita a menudo unidos; en la Odisea, desde el momento en que un viajero fatigado se detiene ante la puerta de una morada, son los primeros alimentos que se le lleva. Y cuando parte, aunque sea para cortos desplazamientos o para lejanos y largos periplos, tampoco le faltará.

Por otra parte, en la Grecia antigua, la primera comida se componía de pan y de vino puro (akratos); es por ello que hoy, es llamado akratismo.

Y si los Antiguos hacían ofrendas a los dioses antes de la comida, mi familia trazaba una cruz sobre el pan antes de comerlo. Suponía, de alguna manera, ofrecerlo a Dios. En cuanto a esta costumbre de levantar la copa y beber los primeros tragos “a la salud” de un amigo, ¿acaso no es una reminiscencia de las libaciones antiguas?

El pan, como el vino, evoca a Dos; en el altar, el oficiante ofrece el pan y el vino; uno no podría caminar solo sin el otro, y ambos simbolizan al hombre en su ser íntegro, cuerpo y alma. En la Iglesia actual, ambos permanecen como símbolos mayores; el día de su consagración, el obispo ofrece dos cirios, dos panes y dos barriletes de vino.

El curioso ceremonial de las canonizaciones no deja de incluir a ambos productos de la tierra.

En el momento del ofertorio, cardenales y dignatarios se adelantan en tres grupos sucesivos: el primer lleva dos gruesos cirios de cera virgen, uno pesa sesenta libras, con la imagen de los nuevos santos y dos palomas en una jaula dorada.

El segundo presenta al Papa dos panes envueltos uno en oro y el otro en plata, con los escudos de San Pedro y dos torteles dentro de una caja.

El tercero, dos barriletes de vino, respectivamente dorado y plateado y una jaula con pájaros.

Pues el pan y el vino son a la vez, alimentos terrestres y especies divinas. Es la quintaesencia de los bienes de la tierra, ofrecida al hombre que los recibe y que en compensación, honrará a sus dioses y más tarde a su Dios, mediante sus ofrendas. Es la tradición eterna, la doble clave de la vida humana; la permanencia de todo cambio en el seno mismo de toda civilización.

Esto no está carente de interés, aunque no sea posible extraer una explicación puramente materialista, precisamente porque su estado supera el materialismo, tal como se le considera hoy.

Parece que los dos cultivos, del trigo y de la viña, y los dos fenómenos hayan estado relacionados, sino desde siempre, si al menos desde tiempos inmemoriales y así ha permanecido hasta nuestros días.

En efecto, es extraño constar que, al menos en lo que concierne a Francia –pero es evidente que esto debe entenderse más allá–, se estableció una especie de equilibrio entre dos aspectos de la divinidad, entre el gran dios de las Galias, Belenos y Belisama, que lo engendra.

Así, los celtas–galos –y quizás incluso pueblos mas antiguos– habían dedicado al dios un templo a su nombre, en pleno país de las viñas, en Beaune; mientras que Belisama tenía su templo en el país del trigo, el país que, aun hoy, lleva su nombre: el Beauce, donde se encuentra Chartres.

Existen diversas claves de los misterios, unas particularmente sutiles y las otras más groseras. Pero a este respecto, el vino es irremplazable: representa el complemento solemne para las necesidades de la vida; al pan cotidiano.

El símbolo es el lenguaje religioso por excelencia. Respecto al misterio de Dios vela y revela todo el conjunto. Pan y vino, símbolos de la vida misma: granos, secos, de trigo; granos, húmedos, de uva. Las dos vías alquímicas ¿por casualidad? En todo caso, complementarias; pues el pan alimenta, pero el vino vivifica y como ha dicho bien Olivier de Serres: “El vino, segundo alimento dado por el Creador y el primero celebrado por su excelencia”1.

Y me regocijo de la palabra del Eclesiastés que igualmente une estas dos palabras de vida: “Come tu pan con satisfacción, bebe tu vino en buen humor, porque Dios ha hecho prosperar tu viña.


9. El vino de las Galias

Los druidas tenían, de alguna manera, la educación moral de los Galos entre las manos y parece que se les haya acusado demasiado rápida e injustamente de haber, no solamente prohibido el vino, sino también el cultivo de la viña. No parece que ninguna prueba haya sido aportada jamás al respecto.

No podría tratarse de evitar el alcoholismo o la embriaguez en un pueblo que, como se sabe, conocía perfectamente la cervoise, una especie de cerveza con un porcentaje alcohólico suficiente para permitir muy hermosas libaciones con todo lo que seguía, en un pueblo particularmente batallador.

Además, los druidas parecen haber tenido un conocimiento más grande de lo que generalmente se suele admitir sobre el cuerpo humano y las enfermedades, como para pensar que habían sido capaces de rechazar lo que, tras su desaparición, se convirtió en el principal medicamento de los galos.

Más adelante volveremos a este tema.

Durante un tiempo, en efecto, existió una especie de prohibición para los galos de cultivar viña y, por tanto de elaborar unos vinos que, como se sabe, fueron más tarde muy apetitosos. Se sabe ahora que esta prohibición no procedía de los druidas sino de los romanos tras su conquista de las Galias. Y no hay ninguna duda de se trató simplemente de un asunto de comercio exterior.

Ocurría, en efecto, que los romanos –que habían sin duda aprendido la técnica del cultivo de la viña de los griegos– se aprovechaban de su clima excepcional, convirtiéndose en grandes productores de uva. Además tenían a su disposición, con ánforas y galeras, los medios para transportar el vino. Los galos, a los que se prohibía elaborarlo, eran excelentes clientes para los vinos de la Península; además, poseían mercancías muy interesantes para el intercambio, como el estaño, las maderas, los cerdos, las aves y, sobre todo, las ocas.

Así pues, la Galia fue regada con vinos italianos, hasta que la Province, hoy Provenza, tuvo instalados a suficientes legionarios veteranos que, utilizando los restos de las viñas griegas y de las viñas italianas transplantadas, empezaron a producir vinos, cuya calidad era generalmente superior a la de los vinos de Italia.

Los galos, que amaban el vino hasta intercambiar un esclavo –que costaba muy caro– por una medida de vino; pronto se convirtieron en excelentes viticultores: crearon el arte de hacer espumar los vinos blancos tapándolos y azucarándolos con miel. Además, inventaron los toneles de madera, mucho mejor adaptados para el transporte.

Así, poco a poco, cambia el sentido del comercio. Los veteranos de la Galia y los funcionarios romanos retornados a Italia, persistieron en consumir un vino que eraa mejor para sus paladares que el elaborado por sus propios compatriotas.

Tras desaparecen las prohibiciones para los galos, su vino cesó de elaborarse solamente en Provenza y en la parte oriental de la Galia Narbonense. El cultivo de la viña se extendió a lo largo de todo el Rhin y remontó hasta Lyon, luego gano el Beaujolais y más tarde Borgoña.

En algunos aspectos, el vino cesó de ser solamente una bebida y un placer, cuando el cristianismo se extensión en las Galias y, a través de la liturgia, se convirtió en la sangre de Cristo; entonces, se empezó a hacer vino religiosamente.

Sin embargo, tal como hemos visto, la viña existía en la Galia mucho antes del gran diluvio. Las excavaciones han demostrado que la viña salvaje crecía en la llanura de Tautavel, en Corbières, hace 450.000 años. Los análisis del polen descubierto en el hábitat del homo erectus de la Cauda de l’Arago así lo atestiguan. Pero la viña no representaba entonces más que un pequeño elemento de vegetación1.

Y es ciertamente cuando las hordas que recorrían Europa empezaron a establecerse y a convertirse poco a poco en sedentarias, que se inició el cultivo y la ganadería, es decir cuatro o cinco mil años antes de nuestra era.

Además, es evidente que no hay semillas de uva sin uvas, y no hay uvas sin viñas: por eso, a cuatro metros de profundidad, entre restos de distintos vegetales, se han descubierto en Lattes, cerca de Montpellier, innumerables amasijos de semillas de uva.

En la misma capa arqueológica, se encontraron restos de cerámica ática, datadas en el siglo V antes de JC. Por encima, yendo de lo más antiguo a lo más reciente, se encuentran yacimientos de ánforas masaliotas, luego un suelo de cabañas galas incendiadas, que datan de la conquista romana.

Así pues, los habitantes del Herault conocían la viña antes de la llegada de los romanos, contrariamente a la tesis oficial que pretende que fueron los invasores quienes animaron a los galos a cultivarla2

En Galia, el vino más antiguo era el de Marsella; en el siglo VI antes de nuestra era, los focenses habían creado una colonia y plantado sus cepas. Luego, los romanos intensificaron el cultivo en el Mediodía.

Hace algunos años, se encontró en la Côte d’Or, en Vix, una tumba que se remonta al siglo VI antes de Cristo, y donde reposa su último sueño una joven mujer; sin duda era de origen noble, esposa del jefe o del rey, pues estaba extendida sobre un carro sin ruedas, vestida con ricos vestidos y ornada con muy hermosas joyas. Mostraba una diadema de oro macizo sobre su cabeza.

Esto no es todo: en el centro de la tumba, había una crátera de bronce que podía contener más de mil litros de vino. Esta crátera estaba magníficamente esculpida y evidencia la existencia de una civilización ya muy avanzada. ¿Había sido depositado cerca de la joven muerta porque era su propiedad personal? ¿Quizás la había llevado como dote con ella, pues parece que llegó del país lejano de los Escitas? O bien ¿se le había puesto allí como un último homenaje? O también ¿estaba llena de vino, a fin de que su alma bebiera en la sombría morada?

Los galos creían en la inmortalidad del alma y, curiosamente, situaban el más allá en una isla en medio del Océano: ¿reminiscencia o Tradición? Allí, según ellos, circulaban ríos de hidromiel.

Eran, en efecto, tan amantes de los vinos que no imaginaban que fuera posible verse privado de ellos en el otro mundo. Y frecuentemente, esta afición desmesurada que tenían les conducían a algunos excesos lo que permitió a Amien Marcellin escribir que “los galos eran como niños ebrios, con el paso vacilante”3. Esto no les impedía en absoluto ser bravos durante el combate, y su bravura ha sido proverbial. Un fragmento del Godolin, poema galo del barbo Aneurin, citado por Markale, da cuenta de una batalla perdida tras copiosas libaciones: “Uno solo volvió de su muy delicioso festín”. Sin duda, la embriaguez les había vuelto bravos hasta la temeridad…

Pero su vino no les sabía nunca mejor que cuando lo bebían en los cráneos bien blanqueado de sus enemigos muertos. Para ellos, esto valía por todas las copas de metal precioso.

La religión de los galos era animista; las fuentes y el árbol sobre todo, se consideraban dispensadores de fuerza y como tales fueron veneradas; se han encontrado ingenuos exvotos anteriores a nuestra era o del principio de esta, enterrados en el suelo en torno a algunas fuentes de las que se sabe que fueron veneradas y a las que se atribuían numerosas curaciones, lo que no tenía nada en si mismo de extraordinario, pues sus aguas –no contaminadas como ahora– tenían virtudes particulares que han guardado a lo largo de los siglos. Solo los dioses han cambiado.

Los árboles, al igual que las viñas, fueron objeto de una gran devoción en la Galia. Si la mayor parte de los cultos extranjeros conocieron un árbol cósmico” o “árbol de la vida”, tales como el pino, el abedul, el árbol ashvatha de los Orientales, entre los druidas, el roble servía de conducto y también de soporte para el éxtasis, especialmente cuando del roble emanaba el muérdago: era el signo manifiesto del favor de los dioses. Así, recordamos como se nos explicaba en la escuela que los druidas ascendían a lo alto del roble para recoger el muérdago con sus hoces de oro… algo que no debía ser tan frecuente como parece en la historia de Francia, pues el muérdago de roble es muy raro. “Es probable, escribe Jünger, que el muérdago rezumara de misterios que no han sido aún estudiados, sino presentidos solamente en tiempos muy antiguos”4. Y esto es lo que explica las ceremonias druídicas.

Una costumbre que ha subsistido durante mucho tiempo en el Berry, y existió hasta hace poco: en los primeros días del año, se daban algunas limosnas especiales o se ofrecían presentes presentes llamados guilavé o el “muérdago del año nuevo”, vocablo que parece proceder de las antiguas ceremonias de culto druídicas.

Pero cuando se conocieron las virtudes de la viña, consiguió desplazar a cualquier otro vegetal simbólico. La viña fue pronto objeto de cuidados muy atentos: los galos la cortaban de una forma particular y, para acelerar su maduración, al parecer, utilizaban un polvo de hierbas secas, sin duda una especie de abono.

La falsificación del vino no les era tampoco desconocida y, para contentar los gustos de los romanos, tenían la costumbre de darles este “perfume” de resina de pez, tan estimado en la península itálica.

Además, antes de que los galos hubieran inventado los toneles, el vino viajaba frecuentemente en pellejos –nuevos tal como se recomendaba– y nos preguntamos que gusto podía tener entonces el vino. Naturalmente, cuando se podía enviarlo en barco, se ponía en ánforas; pero esto no era siempre posible.

Los primeros viticultores orientaron su vida según los ritmos estacionales y, poco a poco, a las fiestas druídicas se añadieron las fiestas de la vendimia. Además, el vino –que personificó Baco durante cierto tiempo– ¿acaso no era el rey de los campos?

En el museo del vino, en Beaune, se ve un enigmático personaje: el “dios del mazo”. Se le encuentra en la Galia en numerosos monumentos. Los galos le llamaban Sucellus, es decir “el buen golpeador”.

A respecto de Sucellus, M. Dottin escribió: “Los museos de Francia ofrecen gran número de sus representaciones, en bronce o en piedra, de los dioses galos, cuyo culto se extendió en toda la Galia romana. El dios es, en general, representado en pie, sosteniendo un vaso pequeño en una mano (olla) y apoyándose en el otro sobre un mazo de largo mango, su atributo característico. Casi siempre barbudo, con largos cabellos, está vestido con el antiguo pantalón galo, reemplazado en ocasiones por bandas estrecha que ascienden por las piernas en forma de polainas… Bajo la túnica, lleva excepcionalmente, sobre los hombros, una piel de lobo, o bien una especie de capuchón puntiagudo que cubre su cabeza por detrás… Se le representa tanto con forma de perro como de lobo…, en alguna ocasión muestra una serpiente enroscada entorno al mango de su mazo…”5

Este “dios del mazo”, del que se han encontrado tantas efigies más de veinte siglos después, no debía ser un pequeño dios insignificante. El mazo con el cual está representado indicaría que era el dios, el patrón de nuestros viticultores galos. Y su lugar en el museo del vino es ciertamente merecido.

El perro o lobo que, en ocasiones le acompaña, nos hace recordar que, en su predicación, Santiago era frecuentemente acompañado por un perro.

“¿Un perro? Pero bajo su forma de lobo, ¿no es el tótem, hasta hoy de los “hijos del maestre Jacques”, hoy “compañeros paseantes del deber”?6

En cuanto a la “serpiente que se enrosca en torno al mango de su mazo”, es preciso recordar que durante su ocupación de las Galias, los romanos habían asimilado Mercurio al dios Lug. ¿Por qué no habían hecho lo mismo con Sucellus? ¿Son tan diferentes o bien el Lug ligur y el Sucellus galo son los mismos? Con apenas cambiar una letra el dios de mazo se convierte en Lucellus: el pequeño Lug. Y ¿qué pensar de esta piel del lobo que lleva en ocasiones, sobre sus hombros…?

A propósito de este “dios del mazo” me viene al espíritu una costumbre curiosa y poco conocida: cuando se produce la muerte de un papa, se le golpea ligeramente en la frente  con un mazo; y es sólo entonces cuando se anuncia: “El papa ha muerto”.

Esto da que pensar.

La civilización gala, entonces en su apogeo, iba a ser destruida muy rápidamente por las grandes invasiones llegadas del Norte y del Este que no buscaban, como los romanos, integrarse en el país, sino destruirlo todo a su paso.

Llegaron los germanos y los francos. Luego Atila que saqueó la Galia antes de ser derrotado en los Campos Catalaunicos en el 451. Se jactaba de que la hierba no volvía a brotar allí donde pisaba su caballo. No dijo, en cambio, nada sobre la viña…

Clovis, rey de los francos, se hizo cristiano sólo por oportunismo político, aprendió de la Iglesia a amar y venerar el vino; pero sobre todo iba, quizás sin quererlo, a concluir la obra de destrucción de los bárbaros, y todo lo que subsistía aun de la civilización gala fue total e irremediablemente destruido; a partir de entonces, serían los piadosos monjes quienes destruyeron los megalitos y abatieron los árboles sagrados. Pan se efugio en el fondo de los bosques y Baco ya no volvió a presidir las fiestas.

Pero, por una justa reordenación de las cosas, fueron los propios cristianos quienes volvieron a plantar y cultivar la viña, mejorando las viñas hasta el punto de producir crudos renombrados en el mundo entero.


10. El vino en la historia

Durante los primeros siglos que siguieron a las grandes invasiones que saquearon las Galias, durante este tiempo vacío y durante mucho tiempo, las rutas fueron poco menos que impracticables para los carros y los caminos poco seguros: bandas de soldados errantes y miserables sin hogar vagaban de un lado a otro por toda Europa, hasta el punto de que era imposible hacer llegar el vino del Mediodía francés o de Italia. Era preciso arreglarse con lo que hubiera sobre el terreno o fabricar lo que no se tenía.

Esto explica sin duda el impulso que tuvo la viña a partir de la Alta Edad Media. Se Por el contrario, se entiende mucho menos, pero resulta curioso señalarlo, que después de Clovis, rey de los francos sin embargo, los altos cargos del clero, los obispos, por ejemplo, estuvieron reservados mucho largo tiempo a los galos; al parecer solamente ellos tenían bastantes luces para ocuparlos. Y el obispo convertido en el personaje más importante de la ciudad, fue el primer viticultor. Hasta el fin de la Edad Media, los obispos plantaron viñas y vigilaron ellos mismos su explotación. Los galos guardaban la tradición y la del vino en particular, entre otras iniciaciones.

Los monjes, teniendo vino para la misa, talaron bosques, limpiaron pedregales, ganando con su esfuerzo centímetro a centímetro sobre un terreno a menudo hostil y en un clima duro, a fin de plantar y perfeccionar las viñas que son hoy una de las riquezas de Francia1.

Puede decirse que era una apuesta, pues se pensaba en esa época que un clima suave y cierta bondad del terreno eran necesarios para aclimatar la viña. Esta apuesta había sido ganada por los monjes y se sabe hoy que un suelo ingrato donde no pueden crecer cereales, contiene mejor a la viña que una tierra arcillosa y fértil. Así es el vino del Hermitage facilitado por las pendientes pedregosas de la colina que domina la pequeña cuidad de Tain. Y ¿qué decir de los vinos de Champagne y de Artois o de los vinos del Rhin…? No terminaríamos de citar todos los crudos que cantan en nuestros corazones y que prosperan sin embargo en los lugares más desheredados que existen.

Además de la misa, los monjes se servían del vino para lavar las llagas, y formaba parte de la composición de algunos medicamentos. Todos los conventos y monasterios poseían igualmente dentro de sus muros un hospital, una hostería, tal como diríamos hoy, donde se detenían los monjes, los peregrinos y también los viajeros laicos. Convenía pues servirles el vino necesario.

Necesario hasta el punto de que en la abadía del Bec, donde los monjes debían lavar los pies de los viajeros y de los mendicantes, y darles el beso de la paz, se pedía a cada uno tres limosnas y no partían de nuevo hasta que hubieran bebido vino.

San Benito de Aniano autorizó, por otra parte, a los propios monjes a beber “para tener más fuerzas y soportar las disciplinas rigurosas” a las que estaban obligados y, sobre todo, también hay que decirlo, porque era imposible en este punto hacerles entrar en razón. Y de tolerancia, esto se convirtió en costumbre, pasando a ser más tarde, para los monjes, una fuente de reivindicaciones cuando el vino no era bastante abundante o estaba demasiado cortado con agua. Así Guiot de Provins se quejó amargamente de que en Cluny se servía un vino hasta tal punto cortado que “hacía daño en el corazón”.

Sin embargo, la ración de vino se elevaba a un litro y medio por día; y casi siempre era puro; no se “mojaban” con agua más que los vinos del país de muy baja calidad. En cuando a los grandes vinos tintos aromatizados, eran reservados, como en la Antigüedad, para uso externo: las fricciones y la curación de las llagas, y para la cirugía.

Estaba establecido que debían beber su vino –para degustarlo mejor, sin duda– y mantener su copa con las dos manos, tal como prescribía la regla.

Y los monjes que por ser monjes no eran monjes menos amantes del vino indignaban a San Bernardo quien les reprochaba con amargura: “Tres o cuatro veces en una misma comida, se sirven una copa semi llena: sorbido mejor que bebido, no tan bebido como saboreado, con un gusto experimentado y una decisión rápida se elige finalmente el mejor vino entre muchos otros”. Lo que indicaba ciertamente una larga experiencia por parte de los degustadores.

Uno de los castigos más duros que podían sufrir los monjes era la privación de vino. Estar castigado a pan seco y a agua era una de las peores experiencias que podían tener; puede entenderse el sufrimiento por lo que se respecta al pan que, en la época, era muy alimenticio, pero el vino… En los monasterios ocurría lo mismo: la privación del vino era el castigo de una falta grave o a una falta seria a la regla.

Es preciso decir que los monjes se habían puesto a roturar los terrenos antes incluso que hubiera terminado definitivamente la época: construyeron monasterios y plantaron sus viñas luego.

Así, la viña se instaló y creció a lo largo de todos los caminos de peregrinación, en la ruta de Compostela entre otras, donde las abadías, los centros de acogida de entonces, jalonaban el Camino. Y lo puedo atestiguar: habiendo hecho tres veces la ruta, no he bebido más que buen vino.

Y “Dios, el primer servido”, por todas partes donde se elevaban monasterios, hizo brotar la viña.

En el 670, Ermeland fundaba un monasterio en la Isla de Indret (Loire–Atlantique), y iniciaba la tala de árboles para crear una amplia viña. Imitaba, en esto, a Saint Calais que, antes que él, había hecho lo mismo en el Sarthe.

Y hacia el 763, un tal Waiser habría venido hasta Issoudun con una tropa numerosa de Vascones, enrolados más allá del Garona, a fin de luchar contra Pepino el Breve. El historiador que cuenta este hecho, añade que toda la comarca era entonces la gran viña de donde Aquitania entera, monasterios comprendidos, extraía su vino. En esta época, parece, la reputación de los vinos de Issoudun brillaba con un gran fulgor.

Los benedictinos de Cluny fueron viticultores antes incluso del 910, y los monjes de Clairvaux a partir de 1115. Y cuando se dice “viticultores”, no se trata ciertamente de aficionados. Los aprendices de viticultores  debían hacer un aprendizaje de tres años en algunos grandes centros vinícolas; uno de ellos en Baviera era muy reputado: en Kremsmunster.

Los monjes del Cister, se establecieron en Nuits en 1098; a ellos se les debe el Clos–Veougeot, el Vosne–Romanée y el Bonnes–Mares, cuyo nombre procede muy probablemente de las diosas madres, protectoras de las cosechas en numerosos países de la Antigüedad.

Se debe a los canónigos de la catedral de Autun, el Mersault, el Pommard, el Volnay; e igualmente a los monjes se deben todos los demás crudos famosos de Anjou, de Quercy, del Orleanés, del Bordelés… Los benedictinos crearon el Saint Estèphe: “Este santo se venera de rodillas en el Bordelés…”

Cuando los papas habitaron en Avignon, el papa Juan XXII tuvo en Châteauneuf una viña que tomó luego el nombre de Châteauneuf–du–Pape.

Resumiendo, si debiéramos citar todos los crudos, podríamos decir como Virgilio, ya en su época: “Imposible nombrarlos y, de hecho, casi mejor este olvido! Querer hacer un cálculo, es tanto como querer aprender el número de granos de arena que el Zéfiro arrastra en las orillas del mar de Libia…”2.

Sin embargo, no era sólo la Iglesia quien se ocupaba y se preocupaba de la viticultura; el buen rey Dagoberto, a principios del siglo VII, vigilaba muy de cerca sus viñas. Las tenía cerca de París, y también en Alsacia, en Rouffach.

Carlomagno tenía, por su parte, viñas propias en sus dominios y se había preocupado por ampliarlas; su vino preferido era el Corton al cual, a principios de nuestro siglo, se le añadió su nombre: el Corton–Charlemagne.

Un lugar importante fue reservado a la viña y a la vendimia en su capitular de villis: se menciona especialmente que “el vino no debe ser prensado con la ayuda de los pies, sino que todo debe hacerse propia y honestamente”.

Y, sin embargo, hasta hace solo algunas décadas, era aún habitual pisar el vino en las grandes cubas con los pies, completamente desnudo, tal como se practicaba en Egipto hace cinco mil años o más3.

Otra capitular de Carlomagno, prohibiendo esta costumbre nos enseñaba que los ritos practicados sobre las tumbas consistían en festines que respondían a la vez al deseo de ofrecer un sacrificio a los muertos e igualmente entrar en comunicación con ellos.

San Luís, por su parte, apreciaba mucho el Saint–Pourçain que se servía en las fiestas que dio en Saumur en 1241, cuando su hermano Alfonso de Francia, llegó a la mayoría de edad y fue armado caballero.

Fue también San Luis quien ofreció a los cartujos una casa cerca de París, la cual tenía un terreno anexo para instalar una viña: el Val–Vert; pero la casa, se decía, había sido frecuentada por el diablo. Los buenos monjes que podemos suponer eran muy piadosos, tuvieron pronto que desalojarlo: de ahí salió el diable Vauvert.

Pero, a fuerza plantar viñas, el clero entero se aficionó en exceso al vino –y no solamente al vino de misa– de tal forma que en 1268, según se cuenta, tras la muerte del papa Clemente IV, pasaron dieciocho meses sin que el cónclave, reunido en Viterbo, hubiera elegido un nuevo papa. El podestà de Viterbo tuvo entonces una idea: decidió privar de vino al cónclave. Inmediatamente después, Teobaldo Visconti fue elegido bajo el nombre de Gregorio X.

Para volver al Saint–Pouráin que es, en nuestros días, un vino honesto, pero cuyo renombre no se aproxima al de los vinos del Beaune, por no citar solamente a estos, era muy apreciado por los reyes de Francia que sucedieron a San Luis.

Felipe el Hermoso es sin duda el que dio más fama a estas viñas; adquirió varios lotes, así como una prensa y transmitió a sus sucesores una viña importante para que pudieran extraer beneficios considerables.

El duque Juan de Berry, mecenas y fino gourmet, poseía unas viñas y había instalado –tal como había hecho en Sancerre– una “guarnición de vino”, es decir un lugar de cosecha para los vinos destinados a su uso.

En cuanto a Carlos VII, amaba particularmente los vinos de Torena y Anjou.

Juana de Arco, como hemos visto, amaba el vino. Nunca quiso entrar en combate sin haber bebido una buena jarra de vino del Loira; y en Blois, durante el ataque a un convoy de víveres, no es en el alimento perdido en lo que piensa, sino que grita: “!Pensad en las barricas de vino!”.

La región del Beaujolais tenía un suelo tan granítico y rocoso que era preciso, en el siglo XVIII, “minarlo”, es decir romper completamente el suelo –hasta una profundidad de entre 60 y 80 centímetros– para obtener las cepas que conocemos. Sin embargo, allí como en todas partes, los religiosos se habían instalado y hacían su vida arañando un suelo ingrato.

En Beaujolais, en el siglo XV, en el burgo de Saint Julián, el castillo de La Rigaudiere pertenecía a Odon Rigaud, primeramente canónigo en Lyon y luego obispo de Rouan. En 1282, este prelado hizo donación a su iglesia catedral de una gran cosecha a la que se llamó “la Rigaud”, luego de una viña probablemente situada en Saint–Julien y cuyo producto estaba destinado a dar de beber a los que tocaban las campanas; de aquí procede la expresión “beber à tire–larigot”, sinónimo de beber mucho.

En el siglo VI los monjes empezaron a replantar las viñas en Borgoña.

Hemos visto que el notable Clos–Vougeot fue plantado en el siglo XII por los cistercientes. En cuanto a la viña del Beaune, era ya célebre en el tiempo de los merovingios. Es preciso añadir que el exilio de los papas en Avignon favoreció ampliamente su impulso, así como el de los grandes crudos de Borgoña; los vinos del Beaune descendiendo por ríos, llegaban hasta la mesa del papa.

Sus favores en relación a los cardenales era tan grande que el único temor de verse privado  de ellos podía bastar para rechazar volver a Italia. “Petrarca, en una carta que dirige al papa Urbano V para exhortarle a trasladar la sede de San Pedro a Roma, denuncia vivamente a estas gentes que no creían que fuera posible vivir felices sin ayuda del vino de Beaume: qui beatem sine Beuna vital agi posse diffidunt”4.

Cluny había dado a Borgoña una capacidad de irradiación espiritual sin discusión, pero el advenimiento de los “grandes duques de Occidente” iba a darle un lujo y un fasto que harían una provincia privilegiada en Europa.

El primero de ellos, el hijo del rey de Francia, Felipe el Bueno, fue naturalmente un Valois: Felipe el Atrevido, a quien su padre había dado el ducado como patrimonio en 1563.

El poderío de los duques de Borgoña comenzaba y no iba a dejar de crecer hasta la muerte del Temerario. Y debemos señalar que, aunque estuviera en guerra contra Luis XI, Carlos el Temerario no dejó nunca de enviarle cada año, “cierta cantidad de barricas de vino de las bodegas de Borgoña”5. Las guerras no representaban una razón suficiente para privar de buen vino a un enemigo, por odiado que fuera.

Muy orgullosos de sus viñas, los duques de Borgoña aportaron todos sus cuidados para mejorar los crudos. En sus primeras ordenanzas, se puede leer que alardeaban de ser “Señores inmediatos de los mejores vinos de la cristiandad, a causa de su buen país de Borgoña, más afamado y renombrado que cualquier otro buen vino”. Y las cortes de Europa designaban a menudo al duque de Borgoña reinante, con el título de “príncipe de los buenos vinos”.

Precisamente el primer duque, Felipe el Atrevido, hizo arrancar las plantas de Gamay que no encontraba bastante buenas y prohibió plantar en Côte–d’Or otras cepas que no fuera el pinot negro. Esta variedad de uva había sido ya cultivada desde el siglo I por los Allobroges, una tribu gala cuyo territorio estaba situado entre el Ródano y los Alpes y que había “inventado” una cepa lo suficientemente robusta para resistir el clima. Era una uva negra, muy próxima al pinot negro actual que facilita los mejores vinos tintos.

Y aquí, abrimos un paréntesis: nos preguntamos si no hay una semejanza que establecer entre, por una parte, Luis XI, alquimista y amigo de Jacques Coeur, así como de los duques de Borgoña que crearon la orden iniciática del Toison de Oro y, de otra parte, este vino de Borgoña, es vino del cual no se puede privar a un enemigo. El vino en general y el Beaune en particular, tiene este poder de abrir el espíritu a lo que no se podría entender con la cabeza fría? Y nos viene al pensamiento la embriaguez dionisíaca…

Pero, cerremos el paréntesis; volveremos a él mas adelante.

Felipe el Atrevido, habiendo incorporado los bienes que dejaban los descendientes de Otón IV en Comté, se empleó en servir la renombrada de la viña del Jura. Este duque fastuoso tenía vocación de viticultor: prohibió plantar sobre sus dominios cepas de “muy malas y muy desleales plantas” y de mantener en la viña “molestas uvas podridas mezcladas con otros desechos y basuras”.

Los vinos de Artois y Poligny figuraron con el del Beaune en las fiestas que dio en Cambrai durante el casamiento de su hijo primogénito, Jean, conde de Nevers, con una princesa bávara. Terminadas las fiestas, ordena que los vinos sean enviados a Arras para la provisión que guardaba.

Su nieto, el duque Felipe el Bueno, continuando con la política vitícola de su abuelo, abolió, a petición de los vendimiadores, las tasas impuestas a varias ciudades del Jura.

Más tarde, Carlos V degustó muchos vinos del Jura y los regentes sucesivos del País Bajo, Margarita de Austria, tía del Emperador, y María de Hungría, su hermana, llevaron a costa de muchos gastos y con grandes dificultades, los vinos de Artois y de Château–Chalon hasta Flandes.

Pero no era necesario esperar a los grandes duques de borgoña para apreciar, como se debía, los vinos de Artois. Estos vinos habían conocido ya un gran favor en el Este de Europa en el siglo XII y Federico Barbarroja los tenía en gran consideración

        El vino de Artois
        Más se bebe
        Más se va recto

Siempre se puede degustar, para comprobar el dicho.

Francisco I prefería el Vouvray; el vino ligero y alegre iba bien para el más espiritual de los reyes de Francia, que fue también uno de los más amables que fue elevado al trono de Francia.

Después de cenar, Enrique III “bebía vino” una media de dos veces por semana. Este vino le era servido por diez gentilhombres de la cámara, seguidos por diez pajes, desfilando unos tras los otros y llevando los dulces y confituras que debían acompañar al vino. Era todo un ceremonial que muestra hasta qué punto el vino era consumido en la corte de los Valois.

Pero ¿qué era para el rey su vino? No se nos dice. Solamente, se añade que se trata de un buen vino, sin ninguna duda su vino favorito y de una cosecha notable y abundante, pues la mesa de los reyes de Francia, como se sabe, ha estado siempre abundantemente provista de los vinos que más apreciaban.

Enrique IV, por su parte, prefiere durante toda su vida el vino de Juranón al cual permanecerá siempre fiel. Y cuando escribo “toda su vida”, no es una fórmula ambigua, pues su padre, Antonio de Borbón, en el momento de su nacimiento le frotó los labios con un diente de ajo y le dio de beber algunas gotas de Jurançon, algo que todos los reyes de Francia aprendían a hacer en la escuela.

Este vino de Jurançon era bastante rudo y agrio al gusto; en esta época, Francia no producía ningún vino tinto dulce, salvo en el Bordelais.

Durante este siglo XVI, cuando un cargamento llegaba a París, el vino era vendido por las calles a gritos y los vendedores estaban a las órdenes de un preboste. Los empleados por las tabernas, debían vender a gritos el vino dos veces por día, circulando en las calles, provistos de un cazo y una taza para dar a probar el vino.

Una hermosa costumbre hoy desaparecida…

Luis XIV solamente tuvo en común con Napoleón I el que ambos preferían el Chambertin a cualquier otro vino. Napoleón no viajaba sin llevar entre los cofres de su berlina, una buena provisión de su vino favorito.

En cuanto a Luis XIV, “nunca bebía vino puro en ninguna ocasión”. El vino de borgoña que le aconsejaba su médico Fagon, era “cortado con un cincuenta por ciento de agua”. Cortar con agua el Nuits y los Vosne es verdaderamente un pecado con el espíritu y esto se une a lo que ya sabíamos de este rey: su reputación de “gran monarca” fue una usurpación. ¿De qué imaginación, de qué espíritu podía dar muestra un hombre que no supiera apreciar el buen vino?

Hacia el fin de su reinado se comprometió en una “batalla de los vinos” entre partidarios de los vinos de borgoña y partidarios de los vinos de Champagne; en esta guerra se enfrentaron médicos sostenidos, de una y otra parte, por grandes señores. Fagon era del partido de los vinos de Borgoña –lo que retrasó mucho la introducción del Champagne en la corte– y pretendía que los vinos del Marne eran demasiado ácidos.

Sin embargo, esta viña de Champagne, fundada por san Remy, daba unas cepas conocidas en la Edad Media bajo el nombre de vino de Francia y así siguió hasta el siglo XVII; fue el vino preferido por Felipe Augusto; y es el vino de “Rivière” que se sirvió con el de Beaune, en las ceremonias de coronación de Carlos IV (en 1321) y de Felipe VI de Valois (en 1328).

Durante la consagración de Luis XIV en Reims los vinos de Champagne llamaron la atención de los señores de la corte. En este momento llegó Dom Perignon. Este monje benedictino, convulsionó los métodos de vinificación y, durante treinta años, se consagró a la fabricación y a la mejora del Champagne. Fue el quien imaginó cerrar las botellas con un tapón de corchó y luego atarlo. Este hombre excepcional, viticultor nato, conservó hasta su vejez un gusto extremadamente fino capaz de indicarle, sin sombra de dudas, las especies que convenía aliar para obtener la mejor calidad de vino.

Existe una práctica muy particular en el vino de Champagne –y muy delicada– para obtener la dosificación exacta: es preciso mezclar, en la preparación del crudo, varios tipos, o más bien varias fracciones de vendimia recogidas en viñas situadas en diferentes lugares.

En resumen, este vino de la montaña de Reims se convirtió en el vino favorito del entonces regente que luego sería Luis XV. Para festejar su consagración que tuvo lugar en Reims según la costumbre, todo París estuvo ante el Rey hasta Villiers–Cotterets. Se ofrecieron grandes festejos y una mesa en la que cada cual podía servirse tanta bebida como deseara: fue así como se llegaron a consumir ochenta mil botellas de cava.

Más tarde, el cava acompañó maravillosamente las cenas cotidianas del siglo XVIII, antes de presidir todas las ceremonias republicanas y las fiestas familiares de la burguesía.

Gran gourmet, Luis XVI amaba las comidas copiosas, ampliamente regadas de vino. Pero el vino jugó un papel nefasto en su vida, y acaso precipitó el fin de la monarquía. En Varennes, toda la escolta llegada a su encuentro, y que hubo esperado mucho tiempo, estaba borracha cuando el sol se alzó; los dragones bebieron y se durmieron; el Rey fue detenido.

Y el rey mismo bebió el vino del padre Saulce, como bebió durante su viaje de retorno compartiendo su Tokay con Pétion, el alcalde de París.

Por el contrario, fue sin duda gracias al vino que soportó su detención en la torre del Temple con tanto valor. Se sabe que dormía mucho ¿era gracias al Bacchus que pudo afrontar la situación con serenidad?

Curiosamente, en el último mensaje que escribió, hace alusión al vino: “… He vivido en el lujo inaudito de Versalles. Pero hoy, termino mi reinado como los reyes antiguos y sabios, ante un simple vaso de vino, en mi modesta celda de la Torre del Temple… Me asocio al sacerdote, que en este momento, mezcla el vino con agua, momento preparatorio para esta unidad de Dios y del fruto de la viña, donde el vino es Dios  y Dios vino, al contrario de mis enemigos más feroces que beben agua…”

Y termina: “No soy más que un pobre hombre, separado de los míos, de mis hijos, como una cepa privada de sus vástagos”.

Luis XVI no se equivocaba cuando hablaba de sus enemigos: Robespierre no bebía más que agua.

Pero todos los revolucionarios no eran como él; muchos de ellos amaban las buenas comidas acompañadas de excelentes vinos, entre los fondistas de Palais Royal. Se llevaba una vida tan alegre en estos restaurantes como antes de la Revolución y se gastaba el mismo dinero; solamente la clientela había cambiado.

Barrás, seguramente mejor que nadie, amaba el vino y, en su casa, se bebían caldos escogidos, aunque él no pretendió ser jamás un experto.

En casa del Primer Cónsul, Bonaparte, se bebía, pero abandonaba pronto la mesa para que sus invitados tuvieran tiempo de degustar buenos vinos. El corso conocía la virtud del vino y, durante la campaña de Italia, cuando atravesó el desfiladero de San Bernardo, transportó en carros, vino, pan y aguardiente. Y si el vino faltaba, los monasterios estuvieron encargados de facilitarlo en cantidad suficiente a fin de que los soldados pudieran beber a su gusto.

En el campo de Bolonia, Bonaparte recibió su Chambertin –que era ya entonces su vino favorito– pero no olvidó las necesidades de sus soldados; hacía venir vino de todas las provincias francesas, y el “pequeño cabo” hacía distribuir doble ración a los artilleros: así cantaban y trabajaban con más ardor

En todas sus campañas, el emperador llevaba suficiente Chambertin para que no corriera el riesgo de quedarse sin él. Comía raramente durante las batallas y, curiosamente, renovaba la tradición de la Edad Media, contentándose con un trozo de pan mojado en vino.

Respecto a Napoleón se cuanta una extraña anécdota: cuando el Northumberland le lleva prisionero a Santa Elena, pasó cerca de Madeira, una súbita tempestad arrancó todas las hojas de viña de la isla.

Talleyrand no bebía más que muy buenos vinos, a fin de “mantenerse despierto, vivo y fresco”; también tenía en Valenáy una bodega muy bien provista, que el rey de España, Fernando VII y su corte saquearon sin escrúpulos.

En 1870, fueron los prusianos quienes, aprovechando que ocupaban Francia, bebieron su vino.

Pero Francia tuvo su revancha, gracias al vino mismo; es cierto que era de Champagne, vino particularmente patriótico utilizado en todas las victorias y en todas las fiestas. Cuando la batalla del Marne en septiembre de 1914 –aquella para la cual todos los taxis de París, confiscados, llevaron con rapidez inusitada hasta entonces, a los “poilus” sobre el campo de batalla– la guardia prusiana que se había bebido una “cosecha” histórica vaciando las cavas de Champagne, quedó bloqueada por el fango en los huertos de Saint Gond. Lo que ilustraba dos siglos antes estos versos de La Fontaine:

Amo mejor a los turcos en batalla
Que ver nuestros vinos de Champagne
Profanados por alemanes:
Estas gentes tienen copas muy grandes;
Nuestro néctar precisa otros vasos (6)

A finales de esta misma guerra, en 1918, durante la última ofensiva alemana, ocupó Reims una división colonial, a la que se prometieron dos botellas de cava por hombre y día, durante todo el tiempo que resistieran en la ciudad.

Resistieron hasta el final.

 

© Por el texto original en francés: Louis Charpentier

© Ernest Milà – infoKrisis – infoKrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

"El misterio del vino". Louis Charpentier (II PARTE). Traducción

3. Dionisos

Dionisos es el dios de la iniciación y del vino, y la forma griega del dios Soma y del Haoma avéstico de los antiguos griegos, que procedía de Persia.

Es hijo de Semele, a su vez hija del héroe Cadmos (o Cadmo), quien mata a la serpiente del bosque –a menos que no fuera un dragón–, y de los dientes de la serpiente o del dragón, sembrados por orden de Minerva, nacieron guerreros armados que se degollaron entre ellos.

Cadmo, héroe fenicio, fue el iniciador de los griegos y el fundador Cartago. Pero sobre todo, fue un dios pelasgo, origen que nos remonta a la prehistoria.

Semele –que, señalemos, no ostenta un nombre griego– era amada por Zeus, cuya esposa, Hera, presa de los celos, ideó una trampa para vengarse de su rival: tomado la apariencia de Beroe, alimentó a la joven y le aconsejó pedir a Zeus el favor de unirse a ella de la misma forma que solía hacerlo con su esposa, es decir, mostrando todo el esplendor de su poder.

Así pues, “la grandeza y la gloria de la que se ha rodeado cuando la altiva Juno, su esposa y hermana, lo recibe en su seno… –nos dice Ovidio– se manifiestó en el momento en que abrazó a Semele”. Entonces , el trueno retumbó con fuerza, y los relámpagos que rodeaban completamente a Zeus consumieron a la desgraciada amante.

Pero Zeus, que tenía la fibra paterna muy desarrollada, recogió al niño que llevaba Semele en su seno, su propio hijo, y se lo cosió en su propio muslo para que pudiera concluir ahí su periodo de gestación

Tras su nacimiento, según nos cuenta Homero, “crece en el fondo de una gruta perfumada, educado por las ninfas. Coronado de hiedra y de laurel, recorría los bosques salvajes y las ninfas lo acompañaban”. Y no sólo, las ninfas, sino también los sátiros y las ménades.

Dionisos, nacido del muslo de Júpiter –sin duda, “el muslo dorado”– fue pues iniciado e irradiaba luz desde antes mismo de su nacimiento. Se dice que, en su infancia salvaje, descubrió la viña, planta sagrada por excelencia, la cultivó e inventó el vino que dio a conocer al mundo entero.

Pero ha existido otra leyenda, o más bien una variante lacedemonia (o lacónica):

Cadmo, para castigar a Semele por sus amores culpables con Zeus, la encerró con su hijo en un cofre que lanzó al mar. Flotando sobre las olas, el cofre fue a parar a las playas de Brasias, en el Peloponeso.

En el interior, Semele estaba muerta pero su hijo vivía. Fue recogido por Ino, luego por la ninfa Nisa y educado por las Musas.

En la celebración de su culto en Lerna, Dionisos era invitado a salir de la profundidad del mar. El dios llevaba también los nombres de “aquel que vino del mar”, “aquel que mora en el lago” y también “aquel que ha nacido en el lago”. En cuanto a Ino que lo alimentó, aparecía igualmente como una diosa del mar1.

Esta última versión recuerda a la leyenda bíblica de Noé; arca y cofre son sinónimos y Dionisos nace en el mar, del que el patriarca bíblico también procede. E incluso, sale de la profundidad del mar, es decir de la profundidad lejana del mar. Además, se sabe que los griegos consideraban a Dionisos como un dios extranjero, llegado de otra parte y quizás originario de Asia menor2.

Además, la raíz ony es bastante parecida a Noé y hemos visto que, en las lenguas aglutinantes, la inversión de las sílabas es relativamente frecuente. Sería pues el dios Ony o Ano, y volvemos a encontrar el nombre del vino. De héroe, en Grecia, se convirtió en dios.

Fue educado por Ino, hermana de Semele e hija de Cadmo; y el vocablo Ino, vocablo podría ser una pronunciación diferente de la palabra vasca ano. Todo lo cual nos remite nuevamente al nombre del vino.

Por otra parte, se nota que si bien Cadmo tuvo cinco hijos –en concreto, un hijo y cuatro hijas– son precisamente las dos hijas que estuvieron en relación más directa con Dionisos, las que no llevan un nombre griego.

“Se cuenta –nos dice Homero– que Semele da a luz a su hijo en Dracane, otros decían en Icaros, otros en Naxos, otros cerca de Alfeo y otros en Tebas.

“En realidad, fue sobre una alta montaña llamada Nisa, coronada de bosques, lejos de Fenicia, cerca del arrollo Aegiptus”.

Y he aquí que llegamos a Egipto, el país donde la viña, según se cree, ha sido primitivamente cultivada. La leyenda de Semele es una leyenda tebana, tal como lo demuestra la presencia del Nilo en el relato homérico, aunque la alusión a las altas montañas de Egipto… no deje de sorprender.

Sin embargo, Homero sabía que el dios solamente podía venir de una alta montaña y que no podía ser de otra manera.

Sea como fuere, podemos creer que Egipto se convirtió, luego, en tierra de elección de los supervivientes de la Atlántida, o al menos, en la primera tierra donde se instalaron tras haber abandonado su continente:

“A lo largo de las orillas extremadamente pobladas del Nilo, templos y ciudades llevaban el nombre de las ciudades y los lugares de Amentet, pero el misterio radicaba en el emplazamiento del mismo país que ya no existía: se había convertido en el país de los muertos que la leyenda situaba en el Oeste, tal como hemos dicho, pues Amentet, en lengua egipcia, quiere decir Occidente3”.

Pero volvamos a Dionisos, este dios invasor que se introduce en todas partes y no se deja encerrar en ninguna. Es el dios por excelencia; y, aunque, en la religión griega, parece haber sido un extranjero y aparece tardíamente, se encuentra mezclado con antiguas tradiciones en todas las regiones en las que penetra, incluso si estas tradiciones no tienen ninguna relación con él.

Así, en el combate que mantuvo para apoyar a Zeus contra los Titanes, Dionisos murió y su cuerpo fue descuartizado como lo había sido también el de Osiris y como lo será, más tarde, el de Orfeo por las Bacantes. La leyenda quiere que Zeus haya resucitado a su hijo que regocijó a los dioses en el Olimpo4.

¿Podía morir este dios que se había convertido para los griegos en el principal autor de la exaltación del hombre? Este dios del vino, de los cantos y de las danzas…

Es por ello que Dionisos, este dios alegre y un poco loco, es igualmente el dios de la resurrección. Era también el del éxtasis y de la orgía, de la naturaleza salvaje y de la embriaguez. Y es, finalmente, el poder que hace subir en los árboles el principio húmedo y generador.

Este dios de la Naturaleza se aproxima extrañamente al Basa–Jaun de los Vascos:

“El Basa–Jaun era un genio con forma humana…

“Es evidente que, a pesar de la terminología, nosotros no estamos ante un “genio” en el sentido habitual en que se emplea esa palabra.

“Todos los cuentos que lo describen hacen de él un hombre de una cualidad superior a la de los humanos ordinarios. En este sentido, es un Jaun, un señor, en todo igual a un hombre, salvo –según cuenta la leyenda– que uno de sus pies tenía una planta circular, como la reina Pedauque tenía un pie de oca…

“… Aun en la Edad Media, las estatuas de los santos “iniciados” tienen la rodilla descubierta o las piernas cruzadas… Es probable el pie circular de los Basa–Jaunak tuviera el mismo sentido”5.

Recorriendo los diversos países de Grecia, Dionisos se detiene en el país de Ícaro, rey de Laconia, a quien enseña el arte de mejorar el cultivo de la viña –pues tal era el fin de los dioses– y se enamora de la joven y bella hija del rey, Erigone. Ddo que ésta desoyó sus intenciones lascivas, para seducirla tomó la forma de un magnífico y tentador racimo de uvas, pero Dionisos volvió instantáneamente a su apariencia habitual, y de la bella, dice la leyenda, se dignó por fin escucharla.

Pitágoras, tenía un muslo de oro; y, como hemos visto, Dionisos se había contentado con salir del muslo de Zeus, lo que le confería ciertamente una iniciación desde su nacimiento. En efecto, este dios del vino personificaba la espiritualidad más elevada; tenía incluso, según se creía, el poder de purificar, pues procuraba, por el vino, un delirio preparador de la Sabiduría.

Además, Pausanias ha señalado que los Lacedemonios honraban a un Dionisos–psilax, es decir un Dionisos alado, y explicaba así este mito: “El vino levanta a los hombres y aligera su gnome, produciendo el mismo efectos que las alas de los pájaros”. El gnome de los hombres, es su poder de decisión y, en un sentido más amplio, su poder de elevación intelectual.

Eurípides llama a Dionisos: “El que vuela bien”; y algunos documentos lo muestran efectivamente con alas o, también, colérico como Apolo sobre un carro alado. Así, en todos los tiempos, los poetas y los artistas han encontrado en el vino su fuente de inspiración.

El culto del dios de la viña y del vino, celebrado en toda Grecia, estuvo en el origen de la danza y de la música así como de las representaciones teatrales. Se trataba frecuentemente de fiestas alegres y animadas y la comedia podría ser considerada como salida de los phallica, bromas pesadas –el nombre no deja ninguna duda a este respecto– realizadas a partir de las procesiones campestres tras las vendimias6.

Las fiestas en honor del dios, las dionisíacas, se celebraban cada año, a principios de la primavera. Atenas se llenaba entonces de extranjeros que iban en masa para admirar las procesiones y, a menudo, para participar.

Había sátiros, dioses Pan, ninfas desnudas, Ménades. Algunos hombres arrastraban  cabras para inmolarlas; otros, los phalophoros, llevaban un inmenso falo, símbolo de la fecundidad y figuras obscenas suspendidas a lo largo de pértigas. Otros se subían sobre asnos y las había que, al igual que Silene, se mostraban despechugadas; algunos, vestidos de mujeres, cantaban en plena calle coplas que nuestras autoridades hoy no podrían menos que desaprobar.

Todas las gentes –la mayoría cubiertos con pieles de ciervos, ocultos bajo una máscara y coronados de hiedra, borrachos o deseando estarlo– mezclaban sus gritos con el ruido de los instrumentos musicales. Carros adornados con pámpanos, sobre los que se situaban personajes cubiertos de hiedra, apenas podrían abrirse paso entre toda esta masa.

Muchos llevaban vasos para beber vino y los llenaban en los cruces. Se lanzaban tirsos en lugar de dardos (7). Es muy posible que la Fiesta de los Locos de la Edad Media, no fuera más que la continuación de estas fiestas paganas en las que estaba permitido practicar todo tipo de excesos (8).

Es evidente que los griegos creyeron que dando el vino e instituyendo los Misterios, Dionisos realizaba la misma obra.

Los misterios son algo muy diferente a las fiestas populares actuales que no tienen ningún punto de contacto con ellas: desvelar lo que ocurría merecía la muerte, al igual que la curiosidad de los que no estaban iniciados en los misterios.


4. El vino de la Odisea

Cuando Calipso, por órdenes de Júpiter, convenció a Ulises de que partiera en pos del reino de Ítaca, la propia maga depositó en la balsa “un pellejo de vino negro, uno mayor de agua y, en una bolsa de cuero con víveres para la ruta”.

Recuérdese que el sutil Ulises, tras haberse despedido de Calipso sufrió una tempestad terrible que le llevó hasta una isla desconocida. Allí, fue recogido y confortado por Nausica. Sus sirvientes le dieron, según dirá más tarde, “todo lo que me hacía falta, vino, pan y un baño en un arroyo…”

En efecto, nada faltaba, y sobre todo había vino. El vino parece ocupar un lugar especial en la comida: cuando Nausica, la hija del rey Alkinoos, hubo partido, acompañada por sus sirvientas, para lavar las sábanas en la orilla, “habiendo cargado los víveres en una cesta, su madre añadió otros manjares y dulces, luego rellenó de vino un pellejo de piel de cabra”.

No debe extrañar que las muchachas llevaran vino para el picnic (pues de hecho se trataba de eso): el vino representa un papel capital en toda la obra de Homero. Cuando un huésped llega, se le sirve antes incluso de que pueda decir ni quien es, ni de donde viene; se le recibe con la copa en la mano y así mismo, con la copa en la mano, se le dice adios; y el extranjero, con tal de que sea de ilustre nacimiento, partirá siempre cargado de pellejos llenos para su viaje.

Cuando Nausica invita a Ulises a venir al palacio de su padre, menciona que tiene “allí su bancal de viña en pleno rendimiento”. Lo dice como algo importante que podría contribuir a que el extranjero decidiera venir. Además, cuando el divino Ulises llegó al palacio de Alkinoos, permaneció un momento contemplando el jardín, y percibió “a lo lejos, cargado de frutos, una parcela de viñas, en el centro, sin sombras, al sol, tostándose, cargado de racimos; pero en la otra mitad, las uvas aun verdes dejan caer la flor o no hacen mas que enrojecerse”

Cuando Ulises cuenta su Odisea a Alkinoos, no olvidará en nada el vino, e incluso suspirará soñando en la vida fácil y simple de otro tiempo, donde se le “ve en largas filas de convidados sentarse para escuchar al aedo, cuando, en las meses, el pan y las viendas abundan y yendo a la crátera, el escanciador ofrece y vierte el vino en las copas. Tal, en mi opinión, la mejor de las vidas”.

Pero, primeramente, cuando llega al palacio, es acogido en la sala donde la comida toca a su fin, y desde el momento en que hubo “satisfecho la sed y el apetito”, antes incluso de preguntarle nada, el rey Alkinoos ordena al heraldo:

“Pontonoos, haz la mezcla en la crátera y danos vino a todos en esta sala; quiero que bebamos y brindemos por Zeus, el dueño del rayo…

“Dice: Pontonoos mezcla en la crátera un vino que huela a miel y viértelo en todas las copas. Cada uno realizó su ofrenda y bebió rápidamente su contenido”.

Felices tiempos, donde, para honrar a los dioses, era de buen tono beber a su salud las copas repletas del mejor vino!

Solamente al día siguiente de su llegada Ulises cuenta su viaje: tras haber hecho escala en el país de los Lotofagos, ese pueblo extraño que se alimenta exclusivamente de flores o más bien de “frutos de miel”, aborda con sus compañeros la isla Pequeña: “Es una isla cubierta de bosques donde las cabras salvajes se multiplican sin fin”. Qué magnifica suerte para los navegantes !Qué comida para nuestras gentes!”, exclama Ulises.

Sin ocuparse de saber a quien pertenece el rebaño, se mata a un gran número de cabras. “Tantas, cuenta el viajero, que durante todo un día, hasta que el sol se acostó, siguió el festín: había buen vino, viandas en abundancia. No habíamos agotado todavía el vino tinto que teníamos a bordo; pues cada uno había llenado en las ánforas, cuando saqueamos la ciudad de los Kikones con sus santuarios”.

Estar todo el día bebiendo y comiendo no es raro en la Odisea; no se trata de beber demasiado hasta emborracharse, sino simplemente de beber entre compañeros y de comer las viandas asadas al fuego. En resumen, lo que hoy sería una agradable merienda campestre, una barbacoa avant la lette.

Pero al día siguiente, desde que “La Aurora con sus dedos rosados” disipó la noche, se dirigen hacia el país de los “Ojos Redondos”, en la isla del Cíclope.

Se sabe que Polifemo, el Cíclope, había encerrado en su caverna a Ulises y a sus doce compañeros que le habían seguido; el resto permanecían en los navíos.

Y Ulises continúa su relato: “Al partir, llevé conmigo un pellejo de piel de cabra, de este vino, negro tan dulce, que el hijo de Evantheus, Maron, me había dado…”. Un lote de doce ánforas de este vino de licor; sin una gota de agua, era bebida de dioses, del que nadie en su morada, ni servidores, ni siervos, conocían el escondrijo que solamente estaba al alcance de él, de su esposa y de la intendente. Para beber este vino tinto tan dulce como la miel, era preciso verter una copa llena en veinte medidas de agua y, de la crátera, entonces, el olor ascendía tan dulce que era divino; no probarlo hubiera parecido inconveniente!.

Tal fue la opinión del Cíclope.

Pues, en la isla de los Ojos Redondos, había vino, ciertamente, el de “grandes racimos que las ondulaciones de Zeus se hinchan para ellos”. Pero cuando Ulises el astuto le hubo presentado una “pila de vino negro” –una copa de este vino tan fuerte hubiera sido poco para un gigante– Polifemo reclamó: “!Dame más, sé gentil!... ¡Esto es néctar y ambrosía!” Y por tres veces, Ulises hizo llenar el enorme recipiente y en las tres ocasiones como un loco, se lo bebió de un trago”

Se conoce lo que siguió: el Cíclope se durmió y Ulises ayudado por sus compañeros, aprovechó el sueño profundo del gigante borracho, “su razón nublada por el vino”, para destrozar su único ojo, redondo.

Pueden así escapar y ganar la pequeña isla de las cabras donde se encuentra el grueso de la flota. Y gracias a los corderos del Cíclope, una vez más “durante este gran día, hasta el sol declinante”, Ulises y todos sus compañeros festejaron el acontecimiento: “Se tenía –contará más tarde el rey de Ítaca– buen vino, viandas en cantidad”.

Entonces ¿por qué privarse?

Abordan finalmente la orilla de la isla donde vive Circe, la maga. Ulises de las mil tretas envía algunos hombres en vanguardia. Circe los recibe amablemente: “Los hace entrar; los sienta en sillas y sillones; tras haber introducido en su vino de Prammos queso, harina y miel verde, añade a la mezcla una droga funesta, para hurtarles el recuerdo de la patria… Les ofrece la copa: beben de un solo trago”. Bruscamente se encuentran transformados en cerdos.

Pero Ulises el astuto ha sido prevenido, y desconfiado como es, hace “jurar el gran juramento de los dioses” a Circe: ningún mal será hecho. Se deja entonces bañar y “frontar con aceite fino por las sirvientas” que prepararan el festín al cual lo ha invitado la maga: “Uno de los sillones lucía las más hermosos telas de purpura… Otro mostraba bandejas de plata y, sobre ella, situaba canastillos de oro. En la crátera de plata, el tercero vertía un vino con gusto de miel, mezclándolo luego, ante cada comensal, llenando copas de oro”.

Como siempre, se comienza festejando al huésped, y para ello, se le vierte el mejor vino presentándolo en copas de oro; solamente luego se le interroga. Circe, devolvió su apariencia a los compañeros de Ulises y todos permanecieron largos meses en su casa; existía una buena razón para ello: había “buen vino, y viandas en abundancia”.

Y cuando, finalmente, Ulises y sus hombres, quisieron retornar a su hogar, la maga aconseja al “retoño de los dioses”, ir “al Hades y a la terrible Perséfone, para pedir consejo a la sombra del divino Tiresias de Tebas…”

Y esto fue lo que hizo.

Llegado al lugar donde “los dos arroyos ruidosos (el Stix y el Cocyte) confluyen ante la Piedra”, cava, según las indicaciones que ha recibido de Circe, una fosa cuadrada, y hace las tres libaciones al uso en memoria de todos los muertos: “primeramente leche con miel, luego vino dulce, y agua pura en tercer lugar”.

Luego sacrifica las víctimas, cordero y carnero negro, y la sangre mana a borbotones.

Antes de que aparezca Tiresias el adivino, Elpenor, el más joven de los compañeros de Ulises, muerto desde hacía poco, se aproxima gimiendo y habla sin rodeos: “Lo que causó mi muerte, dice, es menos la mala suerte de una divinidad que una gran borrachera con vino”. Evidentemente, había bebido mucho y cayó de una terraza.

Luego, aparece Tiresias que, desde el principio, le dice: “Apártate de la fosa. Desvía la punta de tu espada: que beba la sangre y te diga la verdad”

Se creía, en efecto, en la Antigüedad que, por tener la fuerza de manifestarse, los muertos bebían la sangre de lo sacrificios; al igual que los vivos reponen sus fuerzas con el vino, sangre de la tierra.

Cuando vuelven a casa de Circe, también les acoge con vino. Da a Ulises el consejo de no tocar a las vacas del Sol. Excelente consejo que, desgraciadamente, no será seguido por ninguno de los marinos.

Tras haber escapado de las sirenas, luego de Caribdis y de Escila, Ulises y sus compañeros llegan a la isla del Tridente donde pacen las hermosas vacas de cuernos rectos y odres repletos que pertenecen al Sol, “el Señor que lo ve todo, el dios que todo lo oye”.

“Durante todo el tiempo en que tuvieron pan y vino tinto, mis gentes no se fijaron en los bueyes”, cuenta Ulises a Alkinoos. Pero cuando se hubo dormido, sus hombres matan a los bueyes, los asan y hacen un festín, sin vino en esta ocasión: lo han terminado. Ni siquiera para las libaciones. Sin que sirva de precedente, utilizan agua: los dioses deberán contentarse… pero los hombres también, lo que es mucho más grave, me atrevería a añadir.

Por este acto impío todos sus compañeros perecieron y Ulises llegó solo a la residencia de Calipso donde fue recibido con copas de oro repletas de vino. Por ello debió partir solo llevándose un pellejo lleno de vino, regalo de la ninfa.

Habiendo terminado finalmente el relato de sus aventuras, Ulises obtuvo de Su Fuerza y de Su Santidad el rey Alkinoos, el permiso para partir hacia Ítaca. El rey le prestó uno de sus navíos con su equipaje, que debía conducirle hacia su patria, con todos los regalos recibidos de este rey generoso. “Su Fuerza Alkinoos le da un servidor para conducirlo al navío en la orilla; Areté (la reina) despide a dos servidores: el primero llevaba telas de lino de muaré, y el segundo vino tinto”.

Mientras que Ulises de las mil astucias, se veía sacudido de una orilla a otra, de una isla a otra del Mediterráneo, en su palacio de Ítaca, los pretendientes a la mano de su mujer, la casta Penélope, comían sus bienes y, lo que es peor, bebían el vino conservado preciosamente en ánforas. En ocasiones, dice Homero, bebían hasta el alba, reclamando el vino que nadie osaba rechazar darles.

Cuando Telémaco, no pudo más, decidió partir de viaje a través de las islas, para intentar tener noticias de su ilustre padre, “descendió al tesoro de su padre. En esta amplia bodega, el oro y el bronce hasta los topes, los cofres de pañuelos y las reservas de aceite cuyo olor embalsamaba, reposaban cerca de las jarras de vino viejo de licor, alineadas y apoyadas a lo largo de la muralla: este brebaje de dios, sin una gota de agua, esperaba el retorno de Ulises…”

El tesoro se guardaba junto al vino, día y noche, custodiado por la servidumbre más digna de confianza que jamás se alejaba de ahí. Telémaco pide pues al intendente, la custodia del tesoro y de las provisiones: “Vamos, es preciso ponerme en ánforas tu vino más dulce, el más famoso que conservas para Él, el desafortunado si nunca volviera. Rellena doce ánforas y séllalas todas”.

No era cuestión de partir sin vino, incluso si la partida debía ser secreta y escondida a los pretendientes.

Y cuando Telémaco y su compañero, Mentor, llegan al palacio de Nestor, para festejarlas, “el anciano ordena mezclar, en la crátera el vino más dulce, un vino de once años, y tras realizar la operación, el intendente vertió la jarra y hubo acabado la mezcla en la crátera, entonces hizo la ofrenda con una larga oración a la hija de Zeus, Atenea…”

Más tarde, “se retira del fuego gran candidad de viandas cocidas: comienza el festín y los nobles sirvientes se preocuparon de llenar de vino las copas de oro”.

La misma acogida e idéntico ceremonial fueron reservados a Telémaco cuando llegó a casa del rubio Menelao, esposo de Helena: se trae “de este vino que os modelará un corazón de hombre, y pan que envían las mujeres del hermosos velos”.

Todo esto no bastaba para festejar la llegada de un huésped, con la copa en la mano; como si esto no fuera suficiente, se bebía también en el momento de la partida. Así, cuando Telémaco y su compañero se despiden del esposo de la bella Helena: “El Átrida les sigue; permaneciendo a su derecha, por la copa del adiós, su copa de oro repleta de un vino con gusto a miel, y el rubio Menelas, en pie cerca de los caballos, dice tendiendo la copa…”

Parece que, jamás se terminará de beber esta última copa y que tras esta última, vendrá otra y así sucesivamente… Sin embargo, en esta ocasión, tras haber bebido, Telémaco fustiga a los caballos…

Cuando Ulises, disfrazado de anciano, vuelve a su palacio de Ítaca, encuentra primero a Eumeio, el guarda que no lo reconoce y cree no haberlo visto jamás, pero, aún así, lo recibe inmolando dos lechones; luego comen bebiendo vino.

Y es también vino, lo primero que ofrecerá Telémaco, cuando también vuelva.

Tras el banquete donde, una vez más –la última– han bebido bien, Ulises mata a los pretendientes: Antinoos levanta la copa como último gesto “su bella copa de oro, y ya, con sus dos manos, mantiene así las asas; es el vino que su alma soñaba.. el hombre, herido de muerte, cae de espaldas; su mano suelta la copa…”

En cuanto a Eurimaco, alcanzado por la flecha de Ulises mientras que desenvainaba su espada, “se abate sobre la mesa, derramando con los manjares la doble copa…”

Es curioso señalar que una vez realizada la venganza de Ulises, ya no se vuelve a hablar del vino en la Odisea. Cuando Ulises termina de matar con el arma blanca, flechas en su arco, lanza o espada, a cerca de cincuenta pretendientes –lo que es seguramente muy agotador– nadie le ofrece una “copa de tinto” que le aliviaría de tanto esfuerzo y le ayudaría a reponerse; ni tampoco él la reclama. Y cuando Penélope abraza a su esposo, no es con una copa en la mano que le acoje. No. Y debo decir que en toda la Odisea, hasta aquí, estábamos habituados a otra acogida.

El vino tenía un lugar tal que incluso el mar era “vinoso”; y esta expresión era repetida en varias ocasiones. Y se nos ha mencionado, de pasada, que Eurithion estando ebrio, y por ello entregado a excesos del lenguaje en el palacio del gran Pithoüs, le fueron cortadas la nariz y las orejas.

Sea como fuere, salud a ti, Homero, que has sabido dar un lugar tan grandes al vino en tu inmortal poema. Beberé a tus manes y no olvidaré las libaciones al uso.


5. El vino en la Antigüedad


La civilización egipcia es una de las más antiguas que hayamos conocido y, tal como hemos visto, tenemos todo el derecho a pensar que procedía del Oeste.

En Occidente se conserva el recuerdo de un pueblo llegado del mar, que se habría instalado en un lugar del estanque mediterráneo cuyo emplazamiento exacto se desconoce. Son los pelasgos, cuyo origen permanece envuelto en brumas y resulta muy difícil de elucidar. Sin embargo, “en el Mediterráneo, cuando se alude a hombres “que venían del mar”, implicaba que no podían venir más que del Océano, de un pueblo marino, de un pueblo sabio en tanto que navegador. Para los griegos, se trataba de los divinos pelasgos, seres superiores (1)…”

Henos aquí nuevamente en la Atlántida y en sus navegantes–iniciadores milagrosamente supervivientes del cataclismo. En lengua vasca, la palabra pelasgo significa “halcón”, el pájaro sagrado de los antiguos Egipcios, al que podemos considerar su tótem.

Para muchos, sería en Egipto donde se habría iniciado el cultivo de la viña desde los más remotos períodos predinásticos; en este lugar, se plantaba entonces generalmente en toneles.

Max Léglise, enólogo muy reputado, me dijo haber reconstruido la forma de trabajar la viña de los egipcios (2). Serían ellos quienes transmitieron a los griegos su saber y estos últimos lo habrían transmitido a los latinos que, a continuación, lo comunicaron a los galos. Todo esto después del diluvio, porque ciertamente desde mucho antes en la Galia, se sabía hacer vino. En Sézanne, en el Marne, se han encontrado acumulaciones de semillas prensadas que se han datado varios milenios antes del diluvio.

Y sabemos –y los griegos lo sabían también– que Egipto conocía ya, mucho antes del diluvio, la viña y el vino. Conocimientos que fueron extendidos hasta el país de los patriarcas bíblicos, que aún hoy se llama el “creciente fértil”.

Retornemos a Egipto. Una escena de vendimia representada en la necrópolis de Phath–Hotep, que vivió bajo la IV Dinastía, nos muestra cuáles eran los métodos de vinificación en aquella época. Métodos que no habían cambiado en absoluto, hasta hace solamente trescientos años; los tapices de vendimias del museo de Cluny, en París, dan fe de lo que decimos.

Sobre el bajo–relieve egipcio que nos interesa, se ven parras con uvas pintadas en azul; la vendimia se realizaba con una especie de cesta plana, suspendida con cuerdas o sostenido con la mano; el contenido de esta cesta era arrojada en un capazo profundo; éste, llevado a la espalda, era descargado dentro de una gran cuba, donde algunos hombres prensaban las uvas con sus pies, manteniéndose erguidos con ayuda de cuerdas suspendidas a una viga de madera. El mosto así extraído discurría en pequeños canales, por aberturas practicadas en la parte baja de la cuba.

Los hombres recogían éste mosto con cántaros y llenaban ánforas alienadas. Tales ánforas, elaboradas con barro porosa, eran untadas con pez o resina en el interior.

A principios, no se utilizaban las prensas; la uva se exprimía con ayuda de una pieza de tela o de un saco provisto de abertura en una sus extremidades por donde se pasaba un bastón y se le giraba para retorcer el saco y extraer el mosto. A continuación se colocaba el resto bajo una superficie cargada de piedras para terminar de exprimir la uva. La invención de la leva y del tornillo fue muy posterior.

Los egipcios fabricaban vinos blancos y tintos; y también vinos cocidos, concentrados en grandes calderos y luego filtrados; se les consumía a modo de licores.

Ningún pueblo ha practicado un culto tan intenso en favor de los muertos como el egipcio: la barca de Anubis los llevaba hacia Occidente, ¿hacia la Atlántida, el paraíso perdido al que soñaban retornar, aunque fuera en la vida futura? ¿Por qué no? Sobre la mayor parte de las tumbas, una inscripción en caracteres jeroglíficos empieza con una oración, solicitando la ofrenda de pan y de vino para el difunto, oración que debían sin duda repetir los que visitaban la sepultura; los egipcios creían que las palabras, una vez pronunciadas, se concretaban en el otro mundo.

En Grecia el vino fue adoptado como bebida nacional desde el momento en que se conoció. Y en Creta –la mayor civilización de las islas griegas de la Antigüedad– era habitual utilizar el vino como moneda de pago para los funcionarios y para pagar a los sacerdotes las ofrendas y los sacrificios. Era igualmente una moneda usual de pago internacional: se le cambiaba por marfil, oro o plata, o por los objetos preciosos de vidrio o de loza que procedían de Egipto. Existía toda una organización: los marinos griegos desembarcaban vino en Naucratis, que estaba vinculado a Sais, capital de Egipto, por un canal a través del cual el vino podía ser más fácilmente enviado.

Se tienen pruebas de que el vino existía desde la prehistoria; su fabricación era de alguna manera rudimentaria: los racimos eran simplemente prensados con los pies y puestos a fermentar en grandes cubas. El vino contenía todavía los restos de las uvas; se le vertía con ayuda de recipientes de largo pico tubular que servían para decantar o también con embudos. El prensado se hacía en las viñas mismas. Luego, tras el pisado de la uva, el mosto resultante era transvasado a grandes tinajas de paredes delgadas, cuya base terminaba en punta a fin de poder ser hincados en el suelo. Su contenido era en torno a cien ánforas, y el ánfora podía contener una media de treinta y ocho litros. Los toneles de madera eran desconocidos todavía en Grecia, lo que debía convertir el transporte en bastante difícil si se piensa en la fragilidad de las ánforas de tierra cocida.

Una vez terminada la fermentación, el vino era vertido en ánforas puntiagudas y situadas sobre un soporte; eran cubiertas de pez y de yeso y llevaban una etiqueta que indicaba el crudo y el año. No se las conservaba en bodegas, sino en el piso más elevado de la casa, allí donde pasaban los conductos de humo que comunicaba al vino un aroma muy buscado en esta época.

Dado que el calor espesaba el vino, se diluía en el momento de servirlo. Las proporciones eran en torno de tres a cinco, tres quintas partes de agua y dos quintas partes de vino; o bien lo contrario. Pero, siempre, se vertía primeramente el agua, luego el vino. “Si viertes para beber, escribe Jenofonte, no pongas primero el vino en la copa, sino primeramente el agua, y el vino por encima”.

Esta costumbre estaba tan extendida que se llegaba incluso a elegir una especie de rey del festín, un simposiarca, encargado de vigilar la mezcla del vino.

Así pues los griegos no ignoraban ni el arte de cortar el vino –Homero como hemos visto ya había aludido– ni tampoco, el arte de las sofisticaciones: se perfumaba, por ejemplo, el vino de Biblos con miel y orégano. Otros vinos eran cortados y mezclados para obtener un vino más dulce o, por el contrario, un vino más fuerte, más nervioso. Algunos negociantes tenían la costumbre de añadir agua de mar a sus vinos, bajo pretexto de volverlos más digestivos y evitar la embriaguez.

Para evitar o retardar esta embriaguez los invitados a un banquete tenían la costumbre de ceñir su cabeza con coronas de rosas, de violetas y sobre todo de yedra. Bandas o láminas de metal obtenían, parece, el mismo resultado ejerciendo una compresión sobre las sienes. A este efecto, se comía también almendras amargas antes de la comida; la col hervida pasaba por tener la virtud de disipar la embriaguez.

Beber mucho no era sin embargo apreciado entre los griegos y, en diferentes ocasiones, Homero clama contra el uso poco moderado del vino; aunque él mismo sintiera especial atracción por el vino de Pramme obtenido en las inmediaciones de Esmirna y muy a menudo mezclado –horror– con un poco de agua de mar. Por otra parte, Sófocles reprochaba a Eurípides estar siempre borracho cuando escribía sus tragedias. Y Eurípides no dejaba de devolverle la bala señalando su gusto muy pronunciado por los jóvenes y bellos muchachos.

En algunas provincias de Grecia, los hombres solamente podían beber vino tras el matrimonio. Platón, por su parte, estimaba que no era bueno beber antes de los dieciocho años. Era, sin embargo, sobrio, pero delicado y difícil, y sus banquetes eran renombrados, no sólo por el espíritu que se desplegaba, sino también porque se consumía y no bebía nada que pudiera perjudicar la salud.

En cuanto a Sócrates, aunque era de una gran sobriedad, no la imponía a nadie. Soportaba igualmente bien el vino y la sed. Siempre alegre y espiritual, era un convidado buscado en toda la ciudad y no rechazaba jamás una invitación a menos que no estuviera invitado en otra parte. Recomendaba a sus discípulos no comer si no tenían hambre, y no beber, incluso un vino muy bueno, si no tenía sed.

Las comidas tenían en Grecia un carácter casi religioso: un dios invisible estaba presente en quien hacía las libaciones. Al principio y al final de las comidas, el dueño de la casa extendía sobre el suelo o en el fuego del hogar, un poco de vino contenido en una copita especial.

Si los cuernos vaciados de los animales fueron los primeros recipientes utilizados en la Antigüedad para beber vino, luego se hizo en vasos, más tarde en copas con formas variadas hasta el infinito, según la riqueza de su propietario y su utilización especial. Primeramente fabricados con barro cocido, se fueron sofisticando progresivamente: se cuenta que a Filipo de Macedonia le regalaron una copa de oro de tal calidad que la situaba durante las noches junto a su oreja, temeroso de que alguien la sustrajera.

En las iniciaciones de los misterios de Eleusis, se empleaban diversos tipos de copas. El último día, se servía del pleemoché, un gran vaso en forma de trompo; se llenaba en dos ocasiones y se vertían tras haberlos alzado una a Oriente y otro a Occidente, pronunciando palabras mágicas.

En Roma, Baco reemplazaba a Dionisos. Las bacanales, mucho más libres aún que las dionisíacas, recorrían la ciudad con sus desfiles licenciosos. El dios era de una cualidad menos pura, menos sofisticado. Si, en apariencia, sólo el nombre ha cambiado, no ocurre lo mismo en el fondo de su carácter, tal como lo conciben los latinos. No es ya el iniciador extraño y misterioso, venido del fondo lejano de los mares, es un dios viviente, apegado al gozo de la vida: ama el vino y las mujeres.

Terminados los banquetes griegos con amigos selectos, el vino servía para agudizar el espíritu y el sentido del humor, sin embargo en Roma, serán reemplazados por interminables fiestas donde la embriaguez es el pretexto para todas las licencias.

Sin embargo, beber vino exigía en Roma todo un ceremonial: una primera libación inauguraba la comida; luego, tras los entremeses, se servía el vino perfumado llamado mulsum. Y finalmente, una vez terminaba la comida, el commissatio era una especie de brebaje consistente en una serie de copas que debían ser bebidas de un solo trago.

El vino se conservaba gracias a la resina y al pez que se había mezclado, en ánforas cerradas con tapones de corcho o de arcilla, provisto de una etiqueta, pittacium, indicando el origen de la viña y el año del cónsul que se encontraba entonces en el poder. Las ánforas se consumían durante el festín; y mediante un cazo, calum, se vertía el vino en la crátera donde se realizaba la mezcla con agua enfriada con nieve, o bien calentada, según el tipo de crudo. La proporción del agua añadida variaba de un tercio a cuatro quintos. Se extraía el líquido de la crátera con las copas. En ocasiones uno de los convidados era el encargado de hacer la mezcla; se convertía así, de alguna manera, en el rey del festín y realizaba las libaciones.

La embriaguez no era más que raramente metafísica, y con el Imperio, las orgías eran incontables. Las mujeres que, en la Roma antigua, no tenía el derecho a beber vino, asistían a los banquetes recostadas sobre las camas donde se comía, mientras los invitados se entregaban a excesos entre dos servicios3.

Los vinos de Falerno eran los más apreciados; y e contaba en Roma una anécdota a propósito de este vino famoso: Mecenas tenía por ama de casa a la mujer de Sulpicio Galba, y éste, marido complaciente y cortesano hábil, fingía dormirse después de cenar. Un joven esclavo, creyendo que su amo estaba completamente dormido, quiso probar este vino famoso; pero Galba se dirigió rápidamente a él gritando: “Heu! Puer, non ómnibus dormio!”, “Alto ahí, muchacho, no duermo para todo el mundo!”. La mujer se cede, pero el vino no.

Los mayores poetas latinos han cantado el vino: Columela ha escrito un Tratado sobre la agricultura, en el cual reserva un amplio espacio a los cuidados que hay que practicar en las viñas.

Horacio hizo una filosofía: “Busca en el vino el endulzamiento a las miserias de la vida… y el completento de la alegría que te faltará…”, escribía en su Oda a Munatius Plancus, el fundador de Lyon.

Este poeta amaba que los vinos tuvieran al menos cuatro años de edad. Preconizaba que era preciso beber los vinos junto al fuego, en invierno; en verano, se descansará bajo las sombras para degustar una copa de vino viejo de Masica. Y llegada la tarde, entrando en la noche, se paseará en los bosques para probar el vino de Lesbos en la calma de los claros de luna del verano.

No comprende los que desdeñaban el divino brebaje: “A las gentes que no beben, el dios no les ha reservado más que miserias; por el vino, solamente, se disipan las preocupaciones que nos consumen. Cuándo se ha bebido ¿acaso no cesan las preocupaciones del servicio militar y de la pobreza?”.

Despreciaba incluso tan profundamente a los bebedores de agua, añadiendo incluso que la poesía de quienes no amaban el vino había nacido muerta: Ne vivere possunt carmina quae scribuntur aqua potoribus4. Daba preferencia de Baco sobre Venus: “Muchachos, levantadme sobre un montículo de césped aun verde, poned aquí follajes sagrados, incienso y una copa de un vino de dos años. Una vez hecho el sacrificio, Venus vendrá y será más dulce”, decía a sus discípulos.

Ovidio canta el vino en sus Metamorfosis; pero es sobre todo Virgilio quien celebra la viña y el vino con todo el arte de que era capaz. Le consagra el segundo libro de sus Geórgicas; y este canto destila íntegramente una atmósfera de alegría y paz. Veía a Dioniso–Baco como el dios de las fuerzas vivas de la naturaleza, y luego, desde el principio, el poeta lo invoca y lo saluda:

“Ahora eres tu, Baco, a quien voy a cantar, y contigo los brotes del bosque y los ramas del olivo que crece con lentitud. Aquí, dios del lagar, ven; aquí todo está lleno de tus presentes; en tu honor, cargado de pámpanos del otoño, la campaña resplandece y la vendimia fermenta en las cubas repletas hasta los bordes; aquí, dios de lagar, ven, y despojándote del coturno, moja conmigo tus piernas desnudas en el mosto nuevo”5.

Virgilio está lleno de ternura para las plantas más jóvenes de la viña:

“Y tanto como su primera edad crezca en nueva frondosidad, es preciso preservar su fragilidad; y tanto como el sarmiento se eleve con alegría en los aires, dejarlo a rienda suelta en el espacio puro, no hay que atacar la rama con corte de la podadora, pero, con la uña, corta el follaje y acláralo”6.

Y, más tarde, es preciso que la viña esté al abrigo de las heladas y de un sol demasiado ardiente, a fin de dar una vendimia abundante; para esto:

“Se inmola a un macho cabrío en honor a Baco en todos los altares, juegos antiguos se apoderan de a escena…

“Entonces toda la viña se cubre de una abundante producción; llena el vacío de las copas y las profundidades de las gargantas del bosque, por todas partes donde el dios ha llevado su mirada venerada. Conforme al rito, recitemos los honores debidos a Baco en los himnos de nuestros padres y le llevaremos plantas y pasteles sagrados; arrastrado por el cuerno, el macho cabrío llevado al sacrificio estará en pie sobre el altar; asaremos sus vísceras grasientas en varas de avellano”7.

Pero el vino recolectado era a menudo amargo, Virgilio aconsejaba “prensar en fecha fija (primavera y otoño) una miel dulce, menos dulce que límpida y propia para corregir el áspero sabor de Baco”.

En Roma, entre las fiestas religiosas, las del vino eran las más seguidas. Las vinalia celebraban la floración de la viña y las vendimias, asociando el culto de Júpiter y el de Venus con el culto tributado a Baco. Estas fiestas tenían lugar tres veces al año: el 2 de abril, se celebraba la vinalia priora; el 19 de agosto, la vinalia rustica; y el 11 de octubre, la fiesta del vino nuevo, la meditrinalia, que viene del término griego madha, mosto.

Y durante las grandes fiestas de las vendimias, el carro de Baco, coronado de pámpanos, era arrastrado o acompañado de linces, tigres y panteras. Y Virgilio no puede evitar gritarse:

“¿Qué decir de los linces salpicados de manchas y de los lobos, violenta ralea, y de estos perros?”

¿Y qué decir también de las Bacantes?

Se las representa casi siempre como mujeres con los cabellos desmelenados, medio embriagas a las que la literatura ha atribuido una reputación –merecida o no– de arpías capaces de todo. La leyenda quiere que fueron ellas quienes arrancaron los miembros de Orfeo para vengarse de su falta total de interés por cualquier otra mujer que no fuera su Eurídice. Virgilio canta también la muerte del divino músico cuya lira enternecía “incluso a los corazones de los que no sabían enternecerse”:

“Él [Orfeo] iba, llorando la pérdida de Eurídice y el inútil favor de Dis. Esta ofrenda irritó a los mujeres del país de las Cicones que se sintieron desdeñadas: en una de las ceremonias sagradas y de las orgías nocturnas en honor de Baco, despedazaron al joven y dispersaron los fragmentos de su cuerpo en la amplitud de los campos”8.

Y Tito Livio escribió respecto a las Bacanales:

“No se trataba de crímenes y de infamias que no hubieran sido realizadas y los hombres se entregaban más al desenfreno entre ellos que con las mujeres. Los que rechazaban o repugnaban a estos excesos eran inmolados como víctimas. De estas ceremonias impuras, salían falsos testimonios, falsas firmas, testamentos supuestos, envenenamientos y muertes tan secretas que los cuerpos de las víctimas eran imposibles de encontrar para darles sepultura. Gritos, ruido de tambores y címbalos ahogaban los gritos de aquellos a los que se deshonraban y de los que resultaban degollados”.

El escándalo terminó por estallar, se produjeron arrestos y la asociación de Bacanales fue disuelta por el gobierno de Roma.

© Por el texto original en francés: Louis Charpentier

© Ernest Milà – infoKrisis – infoKrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

"El misterio del vino". Louis Charpentier (I PARTE). Traducción

Infokrisis.- Entre 1970 y 1985 se tradujeron varios libros del autor francés Louis Charpentier (Los gigantes y el misterio de los orígenes, El Misterio de los Templarios, El Misterio de Santiago de Compostela, El misterio de la Catedral de Chartres y El misterio Vasco), todos ellos eran de una calidad bastante superior a la de otros sobre la misma temática, el material era original y de primera mano y siempre aportaban algún elemento sorprendente o insólito. Se debió a Charpertier que tuviéramos conociminto de los "compagnons" (los gremios de origen medieval que luego conocimos con mucho detenimiento durante los años que vivimos en Francia y que, en cierto sentido determinó una parte importante de nuestra trayectoria personal). Pero había un libro de Charpentier que jamás fue traducido al castellano a pesar de que se notaba que era un libro escrito con pasión: El misterio del vino. En el verano de 2008 aprovechamos para traducirlo por nuestra cuenta y aquí lo ofrecemos a la consideración de nuestros amigos. Que lo disfrutéis como se disfruta una copa de buen vino.

 

El misterio del vino

Louis Charpentier

 

 

1. La primera cosecha de la historia

En los textos, el vino hace su entrada en la historia con la primera “vendimia”: la realizada por el padre Noé. Este venerable patriarca, hombre de bien, tras haber embarcado a su familia –compuesta por sus tres hijos y sus tres mujeres y niños así como a sus animales familiares– en su navío de tres puentes fabricado para la ocasión, emprende, sobre las olas del diluvio, un viaje que lo condujo hasta el monte Ararat, en Armenia, donde varó. Como buen cultivador que era, plantó la viña a partir de las raíces que había llevado consigo.

De esta viña, recogió la uva con la que se embriagó.

Este episodio nos es relatado por la Biblia en uno de los episodios del Génesis, libro que cuenta el nacimiento del mundo y lo que siguió a la Creación.

Sería exagera considerar esta historia no puede tomarse como la exacta relación de hechos reales, pero parece probable que se trate, como en todas las leyendas, de una adaptación, más o menos novelesca, de recuerdos transmitidos de generación en generación, sobre una gran convulsión que tuvo lugar a finales del paleolítico, hace una decena de miles de años.

La historia antigua dice también que este digno patriarca –que se las daba de hombre de buenas costumbres–, habiéndose emborrachado con jugo de uva, se comportó de forma muy poco inteligente ante toda su familia, llegando a desnudarse para pasar mejor su embriaguez.

Uno de sus hijos, Cam, cuenta la Biblia, mira a su padre desnudo con curiosidad, lo que le valió el amargo reproche de sus hermanos, Sem  y Jafet, que cubrieron a su padre poniendo mucho cuidado de no mirarle.

Se ha sugerido, en diversas obras, que esta leyenda era alegórica y que Cam había simplemente aprovechado la cosecha paterna para extraerle –ya que se había mostrado “desnudo”– secretos de alto valor iniciático; lo cual evidencia que no hizo juego limpio con sus hermanos.

Lo que pensaron las mujeres de la familia no se cuenta en la Biblia.

Era, de hecho, una historia extremadamente antigua, mucho más antigua que Moisés que la escribió, o transcribió, en su Deuteronomio. Aunque Moisés protagonizó, como se sabe, el cruce del Mar Rojo con los hebreos, la historia de este diluvio ocurría en las llanuras del Tigris y del Éufrates.

Es evidente que esta parte de la Biblia –el Génesis– alude a una o, más bien, a varias leyendas que se generaron cuando se produjo la subida enorme de las aguas. Este ascenso de las aguas ha dejado muchas leyendas en diversas memorias populares para no ofrecer una apariencia o, al menos, una posibilidad de verdad.

El conjunto no puede ser totalmente rechazado como si careciera de valor histórico. Pero si este caso es admisible, y este documento posee algo de verdad, crea por ello bastantes misterios cuya solución no es del todo evidente

La historia de Noé, tal como la cuenta la Biblia, plantea diversos problemas, por no decir enigmas: el arca en primer lugar, a continuación el mismo Noé y su familia, luego su propio nombre y, finalmente, el vino.

Parece evidente, dada la época en la cual debió tener el episodio, es decir cuando se produjo el diluvio universal, que la historia es muy antigua y que de ella ha debido arrancar la “creación” de una leyenda popular transmitida a través de los siglos hasta los semitas que, en el tiempo del Deuteronomio, la han recuperado y adaptado con fines más o menos personales y locales.

El principal  y primero de estos misterios es la construcción del arca.

La época de esta fabricación y de la navegación que pudo tener lugar, parece ser el período glacial conocido en el hemisferio Norte y que cubrió gran parte de este hemisferio con hielos y glaciares hasta los Pirineos, al menos por lo que respecta a Europa. Las llamadas glaciaciones de Wurms V, ocurrieron en torno a los ocho milenios antes de nuestra era.

En este casquete glaciar se han encontrado suficientes rastros para saber que no se trata de un mito, y en algunos lugares, como en el Polo Sur actual, alcanzaba varios kilómetros de espesor.

Esta masa helada, en la longitud que nos interesa más particularmente, afectó sobre todo a Escandinavia y Rusia: representaba una superficie enorme, fantástica. Desde que Wegener ha emitido su teoría sobre la deriva de los continentes, se sabe que la corteza terrestre está formada por cierto número de “placas”, que se superponen o se cabalgan. Se equilibran unas a otras por un fenómeno llamado epirogénico: cuando una baja, la otra sube y viceversa.

Es probable que esta masa continental escandinava estuviera en equilibrio con la masa atlántica sobre la que se situaba el continente que llamamos la Atlántida. Y, antes de iniciarse la fusión de estos glaciales, el macizo escandinavo estaba en equilibrio con la masa atlántica, que llamamos la Atlántida. Y, al iniciarse la fusión de estos glaciares, el macizo escandinavo fuera ascendiendo –y continúa haciéndolo, por otra parte– remontando a razón de un centímetro por siglo.

Sería este contrapeso el que, en parte, pudo contribuir a hacer bascular la Atlántica en beneficio del ascenso de Escandinavia, ascenso del que queda constancia por la profundidad de los fiordos.

Parece que puede evaluarse en torno a 200 metros el ascenso del nivel de los mares provocado por la totalidad de las aguas glaciares fundidas. En efecto, existe un fenómeno que los geógrafos no consiguen explicar: en el perímetro de los continentes, el descenso es suave hasta un nivel que suele llamarse la plataforma continental; luego, bruscamente, pasa hasta el fondo del mar.

Esta plataforma continental tiene una profundidad uniforme, absolutamente uniforme, en toda la superficie de la tierra: 200 metros.

La fusión de este casquete glaciar sumergió, pues, una gran superficie de las tierras más bajas, remodelando, en suma, la configuración de las costas europeas que eran mucho más abruptas, desde Groenlandia hasta el golfo de Gascuña.

Al mismo tiempo, este diluvio, según las tradiciones griegas, arrasó literalmente todas las tierras cultivables que se encontraban en los países donde el suelo no tenía más de un metro o dos de espesor; la tierra arable resultó arrasada, arrastrada. Se trató de una catástrofe de la que los pueblos egipcios y griegos, de una parte y las tradiciones hindúes de otra, nos han aportado cierto número de relatos históricos y de leyendas que nos permiten seguir el proceso. Pero en Occidente, no hay ninguna relación hasta el presente y por un buen motivo.

Naturalmente, si se cree la Biblia – y ¿por qué no habría que creer en ella?–, el responsable de esta inundación es Dios. Se podría decir que Dios era responsable del verano boreal que provocó la inundación, siendo por naturaleza responsable de todo…

Noé fue advertido por Dios, según la Biblia; o bien –lo que es igualmente admisible– era más sabio de lo que generalmente se admite. Y por otra parte, está fuera de toda duda que era notablemente sabio, como mínimo ingeniero en construcciones navales.

Porque, si se lee la Biblia en sus detalles, el arca no era un pequeño navío impermeabilizado con brea, como los que existían y existieron hasta hace pocos siglos, utilizados por los “navegantes” del Éufrates.

El arca se construye para navegar, en proporciones que son las que durante siglos han conservado los constructores navales. Tenía 300 codos de largo. Lo que constituye un “pequeño” barco de placer de 150 metros de eslora, con 50 codos de manga, es decir, 25 metros. Además, su calado es de 30 codos, es decir 15 metros Tales proporciones corresponden a las de un navío de altura.

Además, para instalar los animales que Noé, al parecer, había recogido antes de emprender su navegación, lo construyó con tres “pisos”, lo que, en términos marinos, quiere decir un navío de tres puentes.

Ya que por definición, Dios sabe que la madera puede ser sometida a los ataques de las lapas y los moluscos, decidió –y Noé tras él– que la madera que sería empleada para el arca debía ser resinosa. Esta madera resinosa, la encontramos más tarde en el arca que albergó en su interior, según se cuenta, a las Tablas de la Ley; es una madera muy resistente gracias a la resina no permite a los moluscos instalarse.

Noe adoptó una precaución suplementaria, sugerida por el Eterno: forró el arca con betún en el exterior y lo calafateó en el interior para evitar las posibles debilidades o imperfecciones del casco.

Algunos piensan que el lugar donde vivía Noé y donde construyó el arca, debía ser Mesopotamia, pues la madera de la cual se sirvió era sin duda el cedro del Líbano. Esta manera llegaba allí flotando sobre el Éufrates desde Siria. En cuanto al betún, existía en la proximidad de las orillas del río y se utilizaba desde la antigüedad. Está cerca de un país donde el aceite mineral, el petróleo, fluye a ras de suelo, y era un sistema empleado habitualmente desde tiempo inmemorial, mediante el cual los navegantes del Éufrates impermeabilizaban los barcos cubriendo su casco mientras descendían por este mismo río. Es pues normal que el narrador que recupera la vieja leyenda de Noé, indique la utilización de este sistema.

A este respecto, es preciso recordar que el pueblo que compone la Biblia es un vecino directo de un pueblo de navegantes, los fenicios, que pueden haber dado informaciones a quienes adaptaron la historia, no solamente respecto a la madera empleada, sino al plano del navío e incluso en otros detalles suplementarios. La memoria había conservado el recuerdo de un barco de gran envergadura.

Hay un hecho cierto: este barco era insumergible y estaba cerrado herméticamente, como nuestros actuales submarinos o de lo contrario ¿cómo habría podido flotar entre olas acompañadas verosímilmente de vientos extremadamente violentos, de lluvias “diluvianas” y, sin ninguna duda, de fuertes temblores de tierra?

Por otra parte, la Biblia es formal y no menciona nunca un barco, sino un arca, es decir un cofre que debía ser manejado de forma tan hábil, tan sabia que siempre, a pesar de los elementos desencadenados, estaba en condiciones de recuperar su equilibrio y no encontrarse bruscamente –la expresión dice exactamente lo que quiere decir– con “el culo por encima de la cabeza”.

Habitualmente estamos sometidos a los prejuicios de la época romántica y de Víctor Hugo con su Caín cubierto con pieles de animales. Imaginamos todavía a los hombres del paleolítico como salvajes. Pero el Señor que tenía la ciencia y la posibilidad técnica de construir un navío así, debía tener otras técnicas a su disposición, tales como la selección de los granos, la domesticación de los animales y la cría del ganado.

Y el segundo enigma que se plantea: ¿Quién era Noé? ¿Y de dónde venía?

Es posible que Noé fuera un personaje similar a los semidioses de la Antigüedad griega; pero quizás también se aludiera con este nombre a una tribu o a un conjunto humano; en todo caso, estaba acompañado por una familia que quizás fuera mucho más numerosa de lo que nos dice la Biblia.

Este libro sagrado –que por el momento, es nuestra única referencia– nos dice que el arca queda varada sobre el monte Ararat, pero permanece absolutamente mudo sobre el lugar del que partió. ¿De Mesopotamia? Sería lógico si se considera el estanque mediterráneo. Pero ¿dónde y cuándo Noé hubo abandonado tierra firme?

La Biblia no indica ningún medio de navegación; pero no ha sido escrita ni por un pueblo marino ni siquiera por marineros. Es una leyenda procedente de un tiempo muy remoto, que viene de no se sabe dónde, pero a la que la mano de moisés no parece ajena. Moisés –y tal es la opinión de Freud– no era completamente semita, sino egipcio, y sin duda de sangre faraónica, como lo demuestra su vinculación al Templo.

Se sabe gracias a Platón, que los templos egipcios habían conservado el recuerdo, e incluso documentos, relativos a acontecimientos muy antiguos.

El recuerdo más antiguo conservado por los egipcios era el de la desaparición de la Atlántica, tragada por las aguas durante el último período glaciar, y que parece tener que ver, precisamente, con la fusión de enormes placas glaciales del hemisferio Norte, que hacían la inundación ineluctable, y cuya época puede situarse en el período indicado por Platón: del 8.000 al 9.000 antes de nuestra era, poco más o menos la fecha en la que la Biblia ha podido fijar el famoso diluvio. Efectuando excavaciones en Ur, el arqueólogo Woolley encontró una capa de limo de tres metros de espesor sin relación con los restos de civilización descubiertos por encima de esta capa de arcilla. Era la demostración de la universalidad de este cataclismo.

Lo que deja suponer que, después de todo, el fragmento de la Biblia relativo a Noé no era una invención pura y simple, sino que era posible que la leyenda procediera de Occidente, lo que daría a Noé un origen poco oriental y sobre el cual nos será necesario volver.

Es evidente que Noe es marino, y no solamente marino, sino que procede de un país en el que se construyen navíos y donde se sabe construirlos. Lo que construye Noe es un verdadero navío de carga, bien dotado para la navegación de altura. Es una explicación a la que hay que añadir otra. Se han descubierto muchas cosas sobre la cultura egipcia en los últimos 70 años, entre otras cosas que esta cultura es el origen de toda cultura, tanto de Grecia como del Próximo Oriente. Un descubrimiento muy reciente explica perfectamente los hechos del pasado:

Hace algunos años, se descubrió en el museo de El Cairo, que la estatua de uno de los faraones más celebres, Ramsés II, e deterioraba rápidamente bajo la acción de diferentes microbios. Se creyó entonces que la ciencia médica occidental podría restaurar suficientemente esta momia y que sería posible, no curarla, sino cuidarla para que tuviera una apariencia más soportable. Se la expidió a Francia donde esta momia deteriorada recibió los cuidados apropiados y fue remitida en estado de conservación.

Lo que no estaba en el programa, es que se había aprovechado para examinar la momia de una forma bastante exhaustiva a fin de encontrar el origen racial de faraón Ramsés II.

Se descubrió que, contrariamente a lo que habían pensado muchos sabios, el origen racial de Ramsés no era en absoluto oriental, ni siquiera próximo–oriental o abisinio, sino que el faraón pertenecía a una raza occidental africana, surgida de África del Norte, Magreb–el–Aksa. De hecho, este faraón, como sin duda sus predecesores, eran bereberes; lo que –si se remonta lo bastante atrás en la Historia o en la Prehistoria– significa que era de raza cro–magnon.

Y en la Tradición oriental con una gran T mayúscula–, no se nos dice que las gentes hayan llegado del Este, sino que se nos dice que han marchado hacia el Este. En todas las iniciaciones auténticas, se debe hacer el periplo hacia el Este, entrando por el Oeste; como en las catedrales, por ejemplo.

Es evidente que la expresión “marchar hacia el Este” no es sólo simbólica sino que corresponde ciertamente a algo concreto, a una tradición tan antigua que se ha perdido el recuerdo.

Con la poca síntesis que se ha podido hacer de los movimientos de población antes de la escritura, se tiene prácticamente como cierto que los egipcios no han llegado del Este, sino del Oeste. Las tradiciones egipcias son formales a este respecto: los que son anteriores a la primera dinastía venían de Occidente, allí donde circulan las barcas de los Muertos.

Por otra parte, algo que no deja de sorprender a los que, teniendo conocimiento de morfología humana, contemplan la estatuaria egipcia, es la similitud de la raza egipcia antigua con los rostros europeos. No hay ninguna otra raza, en África o en Asia donde se les pueda encontrar: ni entre los orientales de origen semita, ni entre los arios llegados del norte del Caspio; estos últimos tienen ángulos faciales completamente convexos, los turcos y los iranios también, así como los arios de la India. Por el contrario no hay ninguna duda sobre el paralelismo que puede establecerse entre el ángulo facial de las cabezas de estatuas egipcias y las poblaciones europeas del Oeste.

Las conclusiones sobre el origen de Noé permiten aproximarnos con facilidad a Atlántica de donde habría llegado en el arca, con su familia, sus rebaños, sus simientes y sus cepas de vino y, sin duda, también sus servidores.

No escribo a la ligera: Noé era un Cro–Magnón y un atlante que logró escapar a la catástrofe. Existen muchas leyendas en cuanto al origen de los vascos: una de ellas pretende que tenían como ancestro al patriarca Tubal, nieto de Noé, hijo de Jafet, y que era uno de los últimos supervivientes de la Atlántida, esto es, supervivientes del diluvio. Esta leyenda –u otra– afirma que Noé hablaba la lengua vasca, es decir el euskera, la lengua más antigua de Occidente, y cuyas raíces se encuentran en idiomas de numerosos países.

Esta tradición no puede en absoluto equivocarse sobre los orígenes de Noé, pues la historia databa de un tiempo y de un país en el que vivía un pueblo de marinos, que habían heredado de una civilización tal que incluía la técnica para construir barcos capaces de navegar en alta mar. Pero esta leyenda no es completamente exacta en lo que respecta a los vascos, los vascos no han llegado de ningún sitio: estaban instalados allí donde están hoy desde hace 30.000 años, y sin duda más. Lo que no excluye en absoluto el origen atlante de Noé y su raza cro–magnon.

Es igualmente evidente que la familia de Noé exige un estudio particular. La Biblia especifica que cada uno de sus hijos dio origen a las tres razas del Próximo y del Medio Oriente, evidentemente conocidas por su redactor (o por los distintos redactores del Pentateuco).

Noé, como hemos visto, como cae por su propio peso, no era semita. Aunque el pueblo hebreo lo haya integrado en su historia, era imposible que fuera semita, pues el primer semita de la Biblia es el hijo mismo de Noé, y su nombre es Sem. Antes que él, primero por el nombre y luego por la raza, no existen semitas, y su padre si hubiera pertenecido a esta raza hubiera debido ser el hijo de su hijo, algo que no parece muy serio.

Luego está Cam; sobre él los redactores de la Biblia indicaron que son los del país de Canaan, es decir el lugar que los semitas habían elegido como Tierra prometida. Se prepara el terreno para la leyenda declarando que, por orden del Eterno, Canaan será el servidor de Sem e, incidentalmente, sin apoyar, de Jafet. Pero Jafet habitará en las tiendas de campaña de Sem y será, de alguna manera, su invitado.

Cam era de piel oscura y de él, al parecer, desciende toda la raza africana. En cuanto a Jafet engendra a los jafetitas que los Antiguos daban como ancestros de los occidentales.

Se puede pensar, aunque no sea quizás muy razonable, a propósito de estos tres hijos de Noé, que son tres troncos diferentes –aunque se les pretende surgidos del mismo padre– y que, después de lo que sabemos actualmente, no pueden ser de la misma sangre. Pero ¿eran de la misma madre?, o incluso ¿no podían ser hijos de una esposa y de varias concubinas?  A decir verdad, ignoramos absolutamente como estaba organizada la sociedad y la familia antes del diluvio.

Además es posible también –y en mi opinión mucho más probable– que el patriarca nombrara a sus hijos y considerase como tales, a los hombres jóvenes que, embarcados con él y con su familia en el Arca, habían compartido los mismos peligros. Este tipo de situaciones acercan mucho más que los lazos de sangre. Y tal era sin duda la opinión de los redactores de la Biblia.

Pero, si recurrimos a Platón –quien nos ha legado la mayor de las informaciones sobre la Atlántida que le venían los sacerdotes egipcios– nos explica en el Critias que, sobre el continente hundido, vivían tres razas: una blanca, otra roja y otra negra1. Eran pues hombres de estas tres razas diferentes las que, según la Biblia, acompañaban a Noé durante su periplo venturoso. Naturalmente, Platón no habla de la raza semita; como tampoco se alude en las Escrituras a la raza roja; pero todo lleva a la existencia de tres razas, y esto da que pensar.

¿Y no habría, intencionalmente, en la Biblia o al menos en su redacción, un parangón y una similitud entre los propietarios de la viña y esta dispersión, recíprocamente a los troncos humanos primitivos?

Ocurre, en efecto, que la viña tiene ciertas similitudes con el hombre que no pueden rechazarse a priori.

Esto explicaría este nombre de Noé. Hay otro elemento que puede, en rigor, considerarse como un enigma, pero que, personalmente, me encanta: se sabe que el vasco es actualmente la más antigua, la más vieja lengua de Occidente y se admite que algunas raíces de sus palabras vienen directamente del período glacial donde el país estaban habitados por la raza de Cro–Magnon.

Así, “parece, y los lingüistas vascos están convencidos, que la tierra en tanto que suelo, lur, tenga la misma raíz que la nieve, elur; otro tanto ocurre con los nombres de la piedra: arri y del hielo karri; y también horma, que es una pared en Vizcaya, y también tiene el sentido de hielo en Navarra, en Labourd y en Guipúzcoa; recuerdo de un tiempo donde el  suelo era de nieve, el hielo de bloques parecidos a las piedras y los muros de hielo”2.

Para volver a Noé, el vino en vasco –y el nombre es antiguo, sin duda más antiguo que el diluvio– es ano. La inversión de sílabas en una lengua aglutinante es algo bastante corriente. Ano o noa, estarían verosímilmente comprendidos de la misma manera. De hecho, el nombre de Noé sería, después de todo, el nombre del vino. He dicho bien, los Noé, pues no habido uno solo, sino varios, y volveremos más adelante sobre este tema.

Para terminar con la etimología de su nombre, la palabra Noé, si hemos de creer en la Biblia, procedería de Noah, lo que, en hebreo, quiere decir “reposo”.

“Padre Noé que plantaste la viña…”, escribía Villón. Lógicamente –y la Biblia es formal sobre este punto– Noé no siembra semillas de uva, ni tampoco uvas como podría haberlo hecho con cualquier otro fruto, sino que planta viña –cepas de viña, para ser más concreto– con la cual sabe que obtendrá una uva vinificable: su uva, a partir de la cual estará en condiciones de hacer su vino.

¿Intentaba reconstituir un “crudo” anterior al diluvio? Un crudo para el cual, mediante injertos o de otra forma, tenía preparada una variedad de viña que era preciso luego adaptar a la nueva tierra donde la debía ser plantada.

Es por ello que es posible preguntarse si, plantando su viña, Noé no tuvo la intención de obtener cualquier vino, sino el tipo vino que le asegurará la embriaguez que deseaba y que habría buscado; una embriaguez de la que podía extraer un estado particular de conciencia, como hacen ciertas tribus y algunos pueblos por medio de plantas somáticas o alucinógenas.

En estas condiciones, esta famosa “cosecha” del padre Noé toma una apariencia muy alejada de la que le presta la Biblia y dejaría suponer que el estado de conciencia obtenido no debía en ningún caso ser perturbado por su familia; de ahí la disputa entre los tres hermanos.

Es preciso no olvidar que en la Antigüedad, la embriaguez era considerada como una forma de éxtasis místico, adquiriendo de alguna manera un carácter religioso que permitía evadirse provisionalmente de sus preocupaciones y fatigas, y sobre todo, volviendo más agudas las percepciones. Ese éxtasis parecía estar en condiciones de reaproximar el hombre a la divinidad mediante un estado de conciencia diferenciado que le permitía “hablar” con él, incitarle a nuevos ensayos, y experiencias nuevas que harían avanzar la civilización.

De hecho, Noé ¿hizo realmente este vino, causa de la borrachera que se le atribuye? Sin duda plantó la viña cuyas cepas había llevado con otras simientes. Pero no desde luego sobre el monte Ararat –a más de 5.000 metros de altura, donde era improbable que pudiera arraigar su viña– y sin medios vitícolas, ¿hubiera sido capaz de transformar su uva en vino? ¿hubiera estado en condiciones de obtener una transformación alcohólica suficiente para alcanzar esta famosa primera vendimia?

Sin embargo, esta fermentación no era absolutamente necesaria para ingerir el mosto, pues no solamente el alcohol juega un papel importante en el vino; también el gas carbónico que se desarrolla en el interior del abono, en pequeñas dosis, tiene un efecto euforizante. Así, el mosto absorbido sería, a causa del calor del estómago, capaz de transformarse en líquido alcoholizado que podía pues permitirle alcanzar este estado de embriaguez.

Se podría en rigor imaginar que Noé solamente comió uva o bebía su mosto. Pero la Biblia dice formalmente y sin ninguna ambigüedad, que Noe hizo vino.

Podemos dar como una hecho comprobado, pues, que un hombre, un iniciado, superviviente del diluvio, Noé o cualquier otro, llegó del mar con cepas de viña, las plantó, las cultivó, recolectó la uva e hizo vino.

Sin embargo, no es menos cierto que el vino no podía existir sin el hombre. Se puede admitir la viña solitaria, la viña salvaje que da su fruto como cualquier otra planta. Se puede igualmente admitir que el hombre ha podido prensar una y obtener mosto. Solo que el resultado es zumo de uva, mosto; no es vino.

Es concebible, e incluso probable, que los hombres hayan bebido primero el mosto; más tarde, sin duda, han pretendido conservarlo, lo que normalmente debió favorecer que se generarse alcohol.

Cuando tras el diluvio, Noé hizo el vino, es que ya sabía hacerlo y seguramente conocía también sus efectos. Así pues esta primera cosecha de la historia, ¿quién nos dice que era la primera cosecha de Noé?

2. Los Noé

En verdad, la historia del diluvio no es específicamente hebraica y el hecho de que esté incluida en la Biblia no es razón suficiente para aceptarla como la exacta relación de los hechos reales; otras leyendas concordantes, como la de Gilgamesh, permiten pensar que quizás se trató de un episodio localizado de supervivencia que siguió a la gran convulsión que tuvo lugar a finales del paleolítico –en torno a una decena de miles de años– provocando en el Oeste el hundimiento de un continente entero, la Atlántida, y en el Este, una catástrofe cuyo recuerdo ha permanecido en la memoria de los pueblos bajo el nombre de diluvio.

La historia descrita en la Biblia –pues existen otras– sitúa el desembarco de Noé sobre el monte Ararat situado, tal como hemos visto, en Armenia.

Las historias similares a Noe abundan. Bajo este nombre u otro, “Noé” atracó su navío en muchos lugares al concluir lo que se llamó el “Diluvio Universal”. Son, evidentemente, como en la Biblia, historias más o menos legendarias que se han transmitido de boca a oreja, desde entonces. Quizás se trate siempre de la misma historia a la que se han cambiado los lugares en función del folklore local.

Así Noé, el propio Noé bíblico, desembarcó en la costa de Galicia, en un lugar muy próximo a Santiago de Compostela, cerca del lugar donde, más tarde, llegaría Santiago el Mayor, cuyo cadáver condujo Dios en una barca sin timonel, franqueando, contra viento y marea el estrecho de Gibraltar y remontando –con ayuda de Dios solamente– hasta lo alto de la península ibérica.

La leyenda popular ha conservado el nombre de Noya; es un pequeño puerto situado en una ría que domina las colinas de Aro, cuyo nombre se parece mucho al Ararat de Armenia. No se recuerda –o se ha olvidado– que el patriarca haya plantando viña en este lugar.

“Noya y los montes Aro están situados al término de una peregrinación cuyo camino está trazado desde la antigüedad por lugares con nombres de estrellas

 “La peregrinación que partía de San Odilia en dirección al Océano tenía su término en una ría de los montes de Arrée”1.

En Noya las piedras funerarias de los Compañeros (* Compagnons: miembros de los gremios medievales de los distintos oficios) muestran que fue para ellos un lugar de peregrinación, el mismo lugar donde había amarrado un iniciador.

Otro Noya, no lejos de otros montes Ajo, existe igualmente en la costa de Vizcaya, en el País Vasco.

Existe también en Catalunya, no lejos de Barcelona, un San Saturio o Sant Sadurní d’Anoia2, la Noela de Plinio, que pretende haber sido fundada por Noé y es un importante centro vitícola; y, para que conste, el escudo de la villa muestra una representación del arca.

Durante mucho tiempo ha persistido la leyenda del tránsito de éste mismo Noé en Tánger donde se posaría el arca sobre las alturas del cabo Espartel que, por otra parte, en tiempo de la dominación romana sobre Tingitania, llevaba el nombre de Ampelusia, es decir “Cabo de las Viñas”; y efectivamente, sobre los acantilados de este cabo se encuentran viñedos muy antiguos.

Y esto no es todo: en la costa Atlántica de América Central existe un lugar donde desembarcó, al parecer, un iniciador de alguna manera homólogo a Noé, que fue llamado Nihi. En el Popol Vuh maya, se encuentra en varias ocasiones, tal como escribe Marthe Ruspoli, una cita: “Venimos del Este”. Esta afirmación, diametralmente opuesta a la que se repite frecuentemente en los textos egipcios: “Hemos venido del Oeste”, es particularmente interesante3.

Podríamos pensar, con cierta lógica, que la Biblia, en tanto que libro muy antiguo utilizado por las religiones hebraica, cristiana y musulmana, contiene leyendas que pudieran haber sido recuperadas y localizadas por los representantes de estas tres religiones a través de su historia, pero la leyenda del cabo Espartel, de origen bereber, era completamente ajena a esta Biblia. Pues si los árabes son, en efecto, semitas, los bereberes son de origen cro–magnón.

Aunque si se cree a algunos autores, la Biblia habría sido redactada en el siglo VI o, como máximo en el VIII antes de JC, por cuarenta Sabios hebreos, a las órdenes del Sanedrín. Por ello un gran número de relatos y de leyendas que corrían de boca a oreja desde hacía siglos en Palestina y en Egipto, y verosímilmente en toda la costa Sur del Mediterráneo, fueron recopilados e incorporados al patrimonio del pueblo judío.

Parece que al menos parte de la historia de Noé, tal como se la encuentra en el Deuteronomio, tras el Génesis, ha sido concebida y contada en las llanuras de Mesopotamia donde se ha encontrado una parte sobre tablillas de arcilla en las ruinas de la biblioteca de Nínive, la más célebre de la Antigüedad. El rey Asurbanipal la había hecho construir en su capital, a orillas del Tigris, en el siglo VII antes de JC.

En trescientas estrofas de cuatro versos, las tablillas que nos interesan cuentan el relato de las aventuras del rey Gilgamesh, epopeya de un hombre que vivió antes y después de la gigantesca inundación que fue probablemente el diluvio descrito en la Biblia.

Estaban grabadas sobre placas de arcilla con escritura cuneiforme, y en lengua, la hablada en la corte durante la época de Asurbanipal.

Otros documentos dejan suponer que este Gilgamesh era conocido en todos las grandes Estados del Oriente antiguo, pues su epopeya, con algunas variantes ,era contada tanto en Babilonia como en Ur y traducida por los escribas egipcios. La onceava de estas tablillas, del ejemplar de Nínive, cuenta así la historia: Gilgamesh, rey particularmente poderoso, decidió adquirir la inmortalidad y para ello emprendió un viaje para pedir el secreto a su antepasado Utnapishtim; a su vez, éste lo había recibido de los dioses. Utnapishtim vivía en una isla cuya situación no queda, geográficamente, determinada en el relato.

Tras un venturoso viaje, Gilgamesh, logró llegar a la isla donde vivía su abuelo, al que interroga a éste sobre el “misterio de la vida”.

El ancestro le confió que en otro tiempo había vivido en la ciudad de Shurupak y que era un fiel del dios Ea. Cuando los dioses decidieron hundir la humanidad mediante un diluvio, Ea –como Yavhé para Noé– advirtió a su fiel y le dio la siguiente orden:

“Hombre de Shurupak, abate las paredes de tu casa, construye un barco, abandona la riqueza y busca la vida; olvida los bienes y salva tu existencia. Carga el barco que habrás construido con todo tipo de simientes de vida. Y, sobre todo, construye el barco según normas bien establecidas”.

El relato que sigue a continuación, explicada por el sumerio que la ha recibido, es precisamente la aventura que la Biblia atribuye a Noé.

Ayudado por obreros, Utnapishtim construyó su barco con unas dimensiones, según la leyenda, netamente superior al arca atribuida a Noé; su superficie era de 12 iku (en torno a 2.500 m2), su calado era de 10 gar (1 gar = 6 metros).

“Le he dado seis puentes, añade el anciano, y lo dividiré en siete compartimentos”.

Señalemos que Noé se había contentado con apenas tres puentes, que ya era en aquel tiempo un gran embarcación.

“Cuando la construcción estuvo acabada, organicé una gran fiesta. Bueyes y corderos fueron sacrificados por quienes me habían ayudado en mi trabajo. La sidra, le cerveza fina, el aceite y el vino corrieron como si se tratase del agua de un río; luego me refugié en el navío para afrontar el diluvio, con mis hijos, mi esposa y las esposas de mis hijos.

“Anteriormente, antes de que comenzara el diluvio, embarqué animales diversos y a los obreros que me habían ayudado a construir el barco.

“Cargué también todo lo que poseía en simientes de vida y cerré la puerta.

“Y, poco después, las nubes negras se amontonaron sobre nosotros. Todo lo que era claro se convirtió en oscuro”.

Entonces los dioses, sorprendidos por el cataclismo que ellos mimos habían provocado, lloraron y se arrastraron por la tierra como perros”, luego se refugiaron en lo más alto del cielo.

Pero los elementos continuaron desencadenándose “durante seis días y seis noches”. Solamente en el séptimo día la tormenta amainó, entonces “toda la humanidad se hubo transformado en barro”. Tal como se atribuyó más tarde a Noé, el barco se posó sobre una montaña, el monte Nisir que, dice el relato, “recibió el barco y le impidió seguir navegando”.

De hecho, Noé no fue pues el “inventor” del vino, si hemos de creer este relato, sino más bien Utnapishtim que, por otra parte, fabricó este vino y lo distribuyó antes incluso de emprender su viaje.

Permítaseme un paréntesis: se dice que Gilgamesh –que se pronunciaba sin duda Guilgamesh– era un gigante. ¿Acaso no podría ser el ancestro de nuestro Gargan, el gigante de piedra? El Gargantúa presente en la obra de Rabelais y del cual anteriormente la Iglesia había construido la leyenda de San Jorge, el héroe del dragón, en la vouivre*.

Al igual que la Biblia, la epopeya de Gilgamesh no permite determinar geográficamente en qué lugar pudo obtener Noé la viña que, más tarde, consiguió replantar, ni, por otra parte, dónde la hubo reimplantado; ignoramos igualmente en que isla y sobre qué continente, Utnapishtim encontró sus cepas.

Esto es evidente. Así mismo parece posible que estos marinos y constructores de barcos, este Noé –que lleva el nombre mismo del vino– o bien Gilgamesh y sin duda otros muchos, fueron navegantes que no podemos evitar llamar atlantes: fueron los supervivientes de la catástrofe de la Atlántica y, entre ellos figuraban no solamente marinos, sino también cultivadores –a menos que ambos, cultivadores y marinos, fueran embarcados en el arca– quienes conocían la viña y el vino, y la forma de elaborarlo.

Estos iniciadores–navegantes, de los que muchas civilizaciones conservan el recuerdo, como la del mismo diluvió que había sido conservado en la memoria de los hombres a través de milenios con amargura, juzgaron necesario facilitar una explicación que el hombre era impotente para dar. De ahí que introdujeran a una Indidualidad divina para salvar todo lo que las aguas habían destruido, es decir, la figura de un dios que asumía las necesarias responsabilidades e inflingía a los hombres un castigo, y para eso era preciso un motivo.

Para Utnapishtim fue Ea quien se comportó como un ingeniero naval dando a su protegido el plano de un navío de altura, que aquel debió construir.

Para Noé, fue Yaveh quien dio las indicaciones para elegir la madera, la construcción e incluso el calafateado para evitar la acción del agua.

Si esta manifestación divina hubiera sido, en efecto, muy difícil admitir que un patriarca, sin personales conocimientos navales por su origen de habitante de Ur, haya estado en condiciones de construir un navío de tres puentes que no pudo realizarse hasta mucho después en pueblos que sobrevivieron al diluvio; y un navío que, en alta mar y en medio de las tempestades pudo mantenerse a flote hasta alcanzar la tierra firme.

Con o sin manifestación divina, ni Gilgamesh, ni tampoco Noé, fueron los únicos en salvarse del diluvio. Las leyendas de viajes muy antiguas que se han conservado, son tan frecuentes en diversas partes del globo que incluso civilizaciones hoy completamente desaparecidas han dejado huellas, tanto en Europa como en Oriente, o entre los pueblos antiguos de América.

Y siempre, en todas estas leyendas, se reproduce el mismo leitmotiv: es un hombre llegado del mar quien ha enseñado a los pueblos y les aporta la civilización… y la agricultura.

Así, Sumer que tuvo un origen marítimo tuvo también su iniciador. Se sabe que las orillas del Golfo Pérsico han sido fuertemente modificadas en el curso de los tiempos, y ciudades que se encontraban en la orilla del mar, hace 6.000 u 8.000 años, han resultado sumergidas, como Eridu que parece haber sido la más antigua ciudad sumeria.

Sobre los muros de los palacios, Beroso había encontrado el mito de Oannes. Según la leyenda, antes del diluvio –¿seguro que era antes del diluvio o quizás después? ¿poco o mucho tiempo después? bien, digamos solmaete antes del diluvio– surgió en el Golfo Pérsico, una criatura extraordinaria cuyo cuerpo bajo la cintura era el de un pez, pero cuya cabeza y busto era el de hombre. Algunos decían que se trataba de un hombre, pero que se había cubierto con la piel de un cetáceo y solamente parecía un pez. Por otra parte, tal como se le puede reconocer en algunos bajorrelieves encontrados se trataba de un ser humano, pero con el cuello hundido entre los hombros en una especie de vestido.

Algún lector podrá pensar que llegaba de otro planeta… pero es mucho más verosímil decir que venía, simplemente, de otro continente.

Sea como fuere, este Oannes pasaba el día entre los hombres enseñándoles las letras, las ciencias y las artes, las leyes, la geometría y la construcción de ciudades y de templos e incluso la astrología; los inició en la agricultura y en todo lo que podía mejorar su existencia.

Al anochecer regresaba al mar.

Hubo, según parece, una primera aparición de Oannes en persona, en las orillas del mar Eritreo. Luego, vinieron otros seres, semejantes a él, vinieron para “exponer en detalles y capítulo a capítulo, las cosas que Oannes les había expuesto sumariamente”. Es decir que venían, no simultáneamente, sino uno tras otro, para acabar la obra civilizadora iniciada.

Y esto plantea una pregunta: ¿por qué este Oannes parte de cuyo cuerpo parecía ser el de un pez, no sería el antepasado de nuestras legendarias y conocidas sirenas?

¿No se habría tratado de humanos, llegados de esta civilización occidental que intuimos muy avanzada, que para nadar y mantenerse más fácilmente a flote evitando los efectos del frío, hayan revestido su cuerpo con una especie de un traje impermeable que les habría hecho parecerse a semi–peces?

No hay que olvidar que todas las leyendas tienen su parte de realidad.

Otra leyenda, algo diferente de la primera, originaria de esta misma ciudad antigua sumeria, Eridu, cuenta que un dios sabio y bueno, Enki, dormía en su palacio de aguas subterráneas. Era el rey del gran abismo de las aguas, el dios de la magia, de la sabiduría, de los artistas y de los artesanos.

Ante todo, se repite siempre el tema de un dios, o un rey, en todo caso un iniciador que venía del mar y que, según algunas leyendas, volvía periódicamente a él. ¿Durante la noche? ¿para descansar? La leyenda cuenta que iba para dormir. Sin duda, sobre un navío; sobre un barco confortable. A pesar de aludirse al “palacio de las aguas subterráneas”, es difícil hablar de submarino; ninguna mención ha sido hecha por Platón que, sin embargo, evoca puertos de la isla Atlántica que abrigaban grandes navíos que comerciaban en todos los mares del mundo.

En cuanto al nombre Oannes, ¿no sería una metátesis de Noe? Cuando se dispone de la relación de todos estos iniciadores orientales se percibe que empiezan todos con el vocablo, anu, de donde pudieron derivar tanto Oannes como Noé.

Al igual que el hebreo Noé y que el babilonio Utnapishtim, un sumerio, Siuzudra, fue igualmente un héroe que sobrevivió al diluvio. ¿Se trata del mismo hombre? ¿y cual es la relación entre estos nombres?

Lo único que se puede decir, es que en un fragmento conservado de esta leyenda, el héroe se llama Nahmolle. Y este dialecto hurri, era hablado en la región del Éufrates, en el país de Harán. No hay nada extraño en el hecho de que Abraham, originario de esa zona, llamara a su héroe Noah con una simple, simple abreviación.

En cuanto a Enoch vivía igualmente, al parecer, en la época del Diluvio. Fue el séptimo patriarca, autor de un libro sobre el Cambio de las Luminarias del Cielo, y sería pues sin duda el séptimo rey sumerio, inventor de la astrología. Y si, en Enoch, se encuentra la raíz Eno, Noé, podría ocurrir también que Enoch y Enki puedan ser etimológicamente próximos.

Es probable que las llanuras fértiles de Sumer, que fueron el origen de la civlización babilonia, conocieran la viña y el vino.

La prueba es que el signo sumerio que significa la vida, originariamente era una hoja de viña y la Meishna judaica afirme sin sombra de dudas, que el árbol de la ciencia del Bien y del Mal de la que habla el Génesis, era una viña.

Sea como fuere, se sabe, por los descubrimientos de los fósiles, que la viña existían mucho antes incluso que las historias atlantes, mucho antes de las enseñanzas que los atlantes –u otros– nos aportaron. Las cepas fosilizadas que se han convertido en silex con extremadamente antiguas, datando de varias decenas de miles de años.

De todas formas, se sabe que el hombre ha prensado la uva desde hace mucho tiempo; se han encontrado amalgamas de semillas de uva en los restos de palafitos de entorno a 20.000 años de antigüedad. En esa época aparecieron los troncos de homo sapiens, y con él un principio de viticultura. Se trataba de uva salvaje (vitis praevinifera), predecesora o contemporánea de la vitis vinifera, nuestra viña para hacer vino, que existía ya en Europa en el tiempo del mioceno. Su cultivo exigen cierto sedentarismo, así pues no puede remontarse más allá de la edad de bronce.

¿Cómo se prensaban las uvas? Lo ignoramos, pero es evidente que habían sido así tratadas para extraer el mosto que, por sí mismo, se convierte bastante rápidamente en vino de una forma completamente normal.

No es pues en absoluto extraño que los Noe de las diversas leyendas, bíblicas y demás, hayan no solamente podido elaborar vino, sino que tmbién lo hayan transportado en barcos, cuyas tripulaciones esperaban cambiarlo en tierra, o al menos al emigrar cargar plantas de viña, de la misma forma que transportaron los animales que pensaban hacer reproducir, algo necesario para subsistir. Y la viña, que daba la uva y el vino, era ciertamente considerada como uno de los elementos más importantes.

Que algunos hayan guardado –o adquirido– el nombre mismo de vino no parece extraordinario.

Esto nos remite al origen del vino.

Se ha querido hacerlo llegar –según la costumbre que quiere que todo proceda de Oriente– de Azerbaidjan próximo al monte Ararat, sin duda porque la Biblia pretende que Noé habría inventado el vino; también se dice que llegó del Cáucaso y de la Cólquida.

Se ha habado también de la India, pero es evidente que ha existido por todas partes, más o menos bueno, y adaptado a los gustos y a los países.

 

© Por el texto original en francés: Louis Charpentier

© Por la traducción: Ernest Milà – infoKrisis – infoKrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

UN ADMIRABLE TEXTO DE GUSTAV MEYRINK...

Infokrisis.- Hemos querido regalar a nuestros amigos y lectores una obra cumbre de la literatura de ficción del siglo XX escrita por un autor maldito: Gustav Meyrink. Meyrink puede considerarse como un creador a la altura de  Franz Kafka o quizás más alto. Ambos escribieron, en efecto, en la ciudad de Praga, más o menos contemporáneamente. Sus obras desprenden un aroma angustioso y astixiante que saben trasnsmitir a sus lectores. En nuestra opinión Meyrink es superior a Kafka en la medida en que ha hilvanado los relatos de sus novelas a la luz de una metafísica muy particular, entendiendo por metafísica el camino del conocimiento de lo que está "en el otro lado", esto es, más allá de lo fisico. De entre todos los textos de Meyrink tenemos particular simpatía por tres: El Golem, por supuesto, El Ángel de la Ventana de Occidente, muy discutido y quizás el más desigual de sus novelas y, El Rostro Verde que hoy hemos colocado íntegro en el blog que gestionamos en honor de este perturbador escritor: GUSTAV MEYRINK. La novela de la que aquí anticipamos su capitulo más intenso puede ser leída en este link: EL ROSTRO VERDE. Para ilustrar este texto hemos seleccionado un vídeo en la lengua hermana portuguesa que creemos no precisa traducción. Está basado en un párrafo de Meyrink titulado "Invocar a Dios" y ayuda a entender porque agnósticos como nosotros admiramos la obra de Meyrink

 

FRAGMENTO DE EL ROSTRO VERDE

Gustav Meyrink

 

«Ahora escucha lo que tengo que decirte: ¡Ármate para los tiempos venideros!.

»Pronto el reloj del universo dará las doce, la cifra es roja y está bañada de sangre. Por este signo la reconocerás. La primera hora nueva será precedida por un huracán. Vela para que no te sorprenda dormido, porque los que entren en el nuevo día con los ojos cerrados seguirán siendo las mismas bestias de antes y ya nunca se despertarán. Existe un equinoccio espiritual. La primera hora nueva de la que te he hablado es un punto de inversión a partir del cual la luz se coloca en equilibrio con la oscuridad.

»Durante otro milenio más, los hombres aprendieron a dominar la naturaleza y a descifrar sus leyes. Bienaventurados aquellos que comprendieron el sentido de tal trabajo, los que captaron que la ley interior es igual a la exterior, pero una octava más alta. Estos son los llamados a la cosecha, los demás son siervos que labran la tierra con la vista inclinada.

»Desde el diluvio está oxidada la llave que abre nuestra naturaleza interior. La clave es estar despierto, estar despierto lo es todo. De nada está más convencido el hombre que de estar despierto. Pero en realidad se halla preso en una red de ensueños que él mismo ha tejido. Cuanto más apretada esté la red, más sólido será el reino del sueño. Los que se enredan en ella duermen, andan por la vida como manadas hacia el matadero, apáticos, indiferentes, sin pensar.

»Los soñadores de entre ellos no ven sino a través de las mallas un mundo enrejado, no ven sino porciones engañosas, no saben que se trata de fragmentos desprovistos de sentido de un todo gigantesco, y guían su conducta por ellos. Tales soñadores no son los poetas ni las personas fantásticas, como podrías creer. Son los hacendosos, los laboriosos, los incansables de este mundo, los roídos por la rabia de actuar. Se parecen a feos escarabajos afanándose por escalar un tubo liso, escalarlo y volverse a caer una vez arriba.

»Se imaginan que están despiertos, pero lo que creen vivir no es en realidad más que un sueño predeterminado hasta en el menor detalle y en el que la voluntad no tiene ninguna influencia. Ha habido y hay algunas personas conscientes de que sueñan, son pioneros aproximándose al baluarte. Detrás de ellos se esconde un Yo eternamente despierto, videntes como Goethe, Schopenhauer y Kant, pero carecían de las armas imprescindibles para tomar al asalto la fortaleza y su llamada a la lucha no despertó a los dormidos.

»Estar despierto lo es todo.

»El primer paso es tan sencillo que está al alcance de cualquier niño. El que no sabe cómo se anda no quiere renunciar a las muletas heredadas de sus antepasados. Estar despierto lo es todo.

»Está despierto en todo lo que hagas. No creas que ya lo estás. No, estás durmiendo y soñando.

»Junta todas tus fuerzas y, durante un momento, oblígate a sentir cómo recorre tu cuerpo esta sensación: ¡ahora estoy despierto!. Si consigues experimentar esa sensación reconocerás inmediatamente que tu anterior estado era como el de un sonámbulo, como el de un drogado.

»Es el primer paso todavía vacilante de un largo, largo viaje desde la servidumbre hacia la omnipotencia. Avanza así, de despertar en despertar.

»No hay un sólo pensamiento torturador que no pueda vencerse de esta manera. Lo dejas en el camino y ya no podrá alcanzarte, te elevarás sobre él como la copa del árbol se eleva por encima de las ramas secas.

»Una vez que hayas logrado extender el estado de vigilia a tu cuerpo, los dolores cesarán por sí mismos como hojas marchitas. Los baños por inmersión en agua helada de los judíos y los brahmanes, las vigilias nocturnas de los discípulos budistas y los ascetas cristianos, los suplicios a que se someten los faquires de la India, no son más que ritos externos petrificados, vestigios de un esfuerzo prehistórico por despertar y permanecer despierto. Lee los libros sagrados de todos los pueblos de la Tierra. La enseñanza secreta acerca del estado de vigilia los recorre en su totalidad como un hilo rojo. Es la escalera del cielo de Jacob, que luchó durante toda la noche con el ángel del Señor, hasta que el "día" le trajo la victoria. Debes subir de escalón en escalón, de luz en luz, si deseas vencer a la muerte; las armas de la muerte son el sueño y el aturdimiento. El escalón inferior de la escalera de Jacob se llama "genio". ¿Con qué palabras podríamos designar los escalones superiores?. La masa los desconoce y los considera como leyendas. La historia de Troya también fue considerada una leyenda durante siglos, hasta que alguien tuvo el coraje de comprobarla realizando excavaciones.

»En el camino del despertar, tu primer enemigo será tu propio cuerpo. Luchará contra tí hasta el primer canto del gallo. Pero si llegas a ver amanecer el día de la eterna vigilia, te distinguirás de todos esos sonámbulos que se creen seres humanos y son en realidad dioses dormidos; entonces el sueño se alejará para siempre de tu cuerpo y serás dueño del universo.

»Serás capaz de obrar milagros si lo deseas, y ya no tendrás que esperar humildemente que a algún falso dios le plazca obsequiarte… o cortarte la cabeza.

»Una felicidad habrá desaparecido para tí: la felicidad del perro fiel, siempre contento de reconocer la superioridad de un amo al que puede servir. Pregúntate: ¿cambiarías, incluso en tu estado actual, tu vida por la de tu perro?.

»¡Que no te espante el temor de no alcanzar la meta en esta vida!. El que pisa una vez nuestro camino, siempre volverá al mundo con una madurez interna suficiente para continuar su trabajo. Nace como "genio".

»El camino que te muestro está sembrado de extraordinarias experiencias: personas ya fallecidas, a las que tú conocías en vida, resucitarán ante tí y te hablarán. Se te aparecerán formas luminosas, bañadas de claridad, que te bendecirán. ¡No serán más que imágenes!… imágenes emanadas de tu cuerpo cayendo en una mágica muerte bajo la influencia de tu voluntad transformada, formas que se convertirán de materia en espíritu de la misma manera que el hielo se disuelve en nubes de vapor al entrar en contacto con el fuego.

»Cuando todo lo cadavérico haya sido arrancado de tu cuerpo podrás decir que el sueño se ha alejado de tí para siempre. Entonces se consumará ese milagro que los seres humanos no pueden creer porque no lo comprenden, porque no saben que materia y energía son la misma cosa, el milagro de que, aunque te entierren, no haya cadáver en el ataúd.

»Sólo entonces, y no antes, sabrás distinguir la esencia de la apariencia. Aquel a quien encuentres en esos momentos no podrá ser sino uno de los que te precedieron en el camino. Los demás sólo serán sombras.

»Hasta ese instante no sabrás si eres el más desdichado o el más feliz de los hombres. Pero no temas, ninguno de los que optaron por el camino del despertar fue abandonado por sus guías, aunque se extraviaran.

»Voy a decirte cómo podrás reconocer si una aparición es realidad o es una quimera: si se te acerca mientras tu conciencia está turbada, y los objetos del mundo exterior se confunden o se desvanecen ante tus ojos, entonces no te fies. ¡Tienes que estar ojo avizor!. Porque es una parte de tí… Si no adivinas su significado oculto, no es más que un fantasma sin consistencia, una sombra, un ladrón que roe tu vida.

»Los ladrones que roban la fuerza del alma son peores que los ladrones de la Tierra. Te atraen como fuegos fatuos hacia el pantano de una engañosa esperanza para abandonarte en las tinieblas y desaparecer para siempre.

»No te dejes engañar por ningún milagro aparente que hagan para ayudarte, por ningún nombre sagrado que adopten, por ninguna profecía que puedan enunciar, aunque ésta se cumpliera; son tus enemigos mortales, deshauciados del infierno de tu cuerpo, contra ellos habrás de luchar por la supremacía.

»Las fuerzas que exhiben son las tuyas propias, se han apoderado de ellas para mantenerte en la esclavitud. No pueden vivir más que a costa de tu vida, pero si los vences, se derrumbarán, se convertirán en dóciles instrumentos que podrás mantener a tu antojo. Son innumerables las víctimas que se han cobrado entre los hombres. Repasa la historia de los visionarios y los sectarios, constatarás que la vía que sigues está cubierta de cráneos. De forma inconsciente la humanidad ha levantado un muro contra ellos: el materialismo. Este muro constituye una protección infalible; es un símbolo del cuerpo y al mismo tiempo es una prisión que impide ver lo que hay más allá.

»Ahora, cuando el muro se desmorona lentamente y el fénix de la vida interior renace de sus cenizas, los buitres de otro mundo comienzan también a batir sus alas. Por ello, ten cuidado. Sólo la balanza en la que pesarás tu conciencia te podrá indicar si puedes fiarte de las apariciones, cuanto más despierta esté tu conciencia en mayor medida se inclinará a tu favor la balanza. Si un guía o un hermano espiritual se te aparece, tendrá que hacerlo sin saquear tu conciencia; como el incrédulo Tomás, podrás poner tu mano en su costado.

»Sería fácil evitar las apariciones y sus peligros, bastaría que te comportaras como una persona normal. ¿Pero qué ganarías con ello?. Quedarías aprisionado en la cárcel de tu cuerpo hasta que el verdugo "muerte" te arrastrara al cadalso. El deseo de los mortales de contemplar a los seres sobrenaturales despierta simultáneamente a los fantasmas de los infiernos, porque es un deseo impuro, ávido, porque prefiere "tomar" en lugar de suplicar que se le enseñe a "dar".

»Toda persona que vive en la Tierra como en una prisión, todo ser piadoso que implora su salvación, todos conjuran sin darse cuenta el mundo de los fantasmas. Hazlo tú también. ¡Pero hazlo conscientemente!. ¿Existe una mano que guarda a aquéllos que lo hacen inconscientemente, convirtiendo en islotes los pantanos donde deberían extraviarse inexorablemente?. No quisiera negarlo rotundamente, ya que no lo sé, pero no lo creo.

»Cuando tu camino atraviesa el reino de los fantasmas, te percatarás poco a poco de que no son más que pensamientos que de golpe se han hecho visibles. Esta es la razón de que te parezcan extraños y adopten formas de criaturas, el lenguaje de las formas es distinto del lenguaje del cerebro.

»Entonces habrá llegado el momento de que se lleve a cabo en tí una transformación insólita: las personas que te rodean se convertirán en fantasmas.

»Todos los seres que has amado se convertirán súbitamente en espectros. Incluido tu propio cuerpo.

»Es la soledad más terrible que uno pueda imaginar, la soledad de un peregrino en un desierto donde quien no sabe hallar la fuente de la vida está condenado a morir de sed. Cuanto acabo de decirte está escrito igualmente en los libros de los hombres piadosos de todos los pueblos: la venida de un nuevo reino, la vigilia, la superación del cuerpo y de la soledad.
No obstante, un abismo infranqueable nos separa de estos religiosos, ellos creen que los hombres buenos entrarán un día en el paraíso, y que los malos serán arrojados a las tinieblas del infierno, nosotros sabemos que llegará un tiempo en el que muchos despertarán y serán separados de los que duermen, como los amos se separan de los esclavos. Los que están dormidos no pueden comprender a los despiertos. Nosotros sabemos que el bien y el mal no existen, sino solo la "verdad" y el "error". Ellos creen que el "estado de vigilia" consiste en entregarse a las oraciones, manteniendo abiertos los ojos y los sentidos durante toda la noche, nosotros sabemos que el "estado de vigilia" es un despertar del Yo inmortal, y que la falta de sueño experimentada por el cuerpo es una consecuencia natural de ese despertar. Ellos creen que hay que descuidar y despreciar al cuerpo porque es pecaminoso, nosotros sabemos que el pecado no existe, que tenemos que comenzar por el cuerpo y que hemos bajado a la Tierra para transformarlo en espíritu. Ellos creen que para purificar el espíritu es necesario retirarse a la soledad con el cuerpo, nosotros sabemos que hay que incomunicar primero al espíritu para transfigurar el cuerpo. Sólo a tí te incumbe elegir tu camino, el nuestro o el de ellos. Tu elección debe efectuarse por tu propia y libre voluntad. Yo no tengo derecho a aconsejarte. Vale más cosechar el fruto amargo de la propia iniciativa que seguir un consejo ajeno y contemplar un fruto dulce en el árbol.

»No actúes como tantos que pese a conocer muy bien lo que está escrito: "examinad todas las cosas y conservad de entre ellas la mejor", no examinan nada y conservan lo primero que se les presenta.»

La Colonización de Europa. Guillaume Faye. Capítulo III. Europa inconsciente

La construcción europea es un tanteo. Como si los europeos sentían inconscientemente, en las desgracias de la historia, después de dos guerras civiles a asesinas, si deben reagruparse para sobrevivir. Y de nuevo adoptar por fin el modelo imperial-federal fundado sobre los países de afecto y la orden suprema, el Águila.

Pero desgraciadamente, a esta línea dramatúrgica subterránea y, digamos jungiana, se superponen instituciones y comportamientos políticos concretos muy decepcionantes. La Unión Europea (que hay que sostener, porque no hay otra elección posible, porque el concepto jacobino de Nación es sólo una Línea Maginot ridícula, porque somos el mismo Pueblo) cede evidentemente también a los errores y a las cegueras de la ideología dominante. No percibe la amenaza, no tiene el sentido del enemigo. No hay que querer a la Gran Patria en construcción avanzar sonámbula y a ciegas. Simplemente hay que recordarle las amenazas que ignora. Tal como se suplica una mujer que se ama el que se convierta en prostituta.

LA AMENAZA DEMOGRÁFICA Y GEOPOLÍTICA DE ÁFRICA DEL NORTE

A esta colonización de población, alimentada desde el interior por la alta tasa de natalidad de los emigrantes, se añade otra amenaza demográfica que podrá sólo reforzar tal colonización y, eventualmente, dar lugar a acontecimientos dramáticos. Hablando de su país, el diputado griego Constantin Stephanilis, declaraba en mayo de 1999: "Grecia comprende hoy que con su demografía débil, será en el siglo XXI un país pequeño de viejos y de ricos rodeado por un océano de jóvenes y de pobres. Dentro de 10 años, los griegos serán siempre 10 millones sin duda con un nivel de vida occidental, pero los turcos serán entonces 80 millones. Tendremos 10 millones de ricos rodeados por 100 millones de pobres, más o menos todo musulmanes. Eso es el verdadero problema de Grecia de hoy".

Lo que vale para Grecia vale también para el conjunto de Europa, pero a escala más grande. No sólo estamos invadidos por el interior, sino que estamos rodeados de países jóvenes y prolijos que nos ansían.

Allí todavía la demografía, la única ciencia social exacta, es ineludible: cada año nacen en la orilla meridional del Mediterráneo, más niños que en Europa.

Un polvorín geopolítico superior está naciendo en el Mediterráneo. Esta región corre peligro de hacerse, como Cachemira, el teatro de enfrentamientos susceptibles de conducir a la Tercera Guerra Mundial y de suscitar la intervención de los Estados Unidos. Europa occidental envejecida, con una débil tasa de natalidad autóctona, sin renovación de las generaciones europeas, ante la presencia masiva sobre su suelo de mareas de musulmanas que, por su parte, renuevan y enriquecen sus generaciones (por nuevas llegadas y por natalidad interna) hará frente, a una hora de avión, al otro lado del Mediterráneo, en países musulmanes árabes pobres y jóvenes, siempre en auge demográfico y que gozan en Europa de cabezas de puente importantes. Es la adición del salitre y de sufre. Esta ecuación de segundo grado ciertamente no será igual a cero, como se quiere hacérnoslo creer.

No desembocará en una "cooperación aumentada política y económica", como los partidos políticos se la imaginan. Puede acabar sólo en crisis, conflicto y guerra.

La Historia avanza zigzagueando y nadie, cinco años antes, había previsto el hundimiento del comunismo, la caída del Muro, la reunificación alemana, el estallido de Checoslovaquia y de Yugoslavia, el nuevo conflicto balcánico y la agresión de USA bajo la cobertura de la OTAN contra Serbia. Es por eso que, apartar de golpe la hipótesis a medio plazo de un conflicto grave y abierto entre Europa y los países musulmanes agresores relevo de la ceguera histórica para no decir más.

Países jóvenes y pobres, acomplejados hacia los europeos, armados con el resentimiento de la colonización siempre muy a flor de piel, estructuralmente son los enemigos de Europa; se sienten y se invisten como tales, aun cuando todavía no lo formulan por mera táctica, con el fin de gozar mientras lo máximo posible de sus donaciones innumerables y financieras. Los europeos, por su parte, pavos de la farsa, se consideran los grandes amigos de los países musulmanes árabes, cuyos habitantes les colonizan. No olvidemos que el difunto presidente argelino Houari Boumedienne, cuyo ministro de los Asuntos Exteriores, Bouteflika, es el jefe actual de Estado argelino, abiertamente había formulado la idea de que los países musulmanes árabes debían a su vez colonizar Europa particularmente Francia, después de haber expulsado a los colonizadores europeos.

Esta colonización se produce "por lo bajo"; se funda sobre la aportación demográfica y no sobre la dominación política y militar. Tal como lo vimos antes, es "suave" y aspira a ser primeramente, no violenta. Pero, en un segundo lugar, esta colonización puede volverse dura y las masas árabo-musulmanes podrán pedirles la ayuda a sus Estados hermanos en el norte de África, en caso de guerra civil étnica en Europa, a sus madres-patrias a las que no olvidaron.

LA POSIBILIDAD DE UN CONDOMINIO AMERICANO-ISLÁMICO SOBRE EUROPA

Nuestra colonización sirve a los intereses norteamericanos. Los Estados Unidos, que son el "adversario principal" de Europa mientras que el Sur y el Islam son los "enemigos principales", mientras jueguen evidentemente a fondo la carta de la colonización de población y de la islamización de nuestro continente. Desde hace tiempo, la estrategia americana muy pertinente de su punto de vista, consistió en evacuar a los europeos de África y de Asia para reemplazarlos y animar el nacimiento de un calidoscopio étnico afroasiático en Europa.

Durante la guerra de Argelia, los EEUU apoyaron al FLN. En África francófona, como recientemente en Zaire, combatieron, incluso militarmente, la presencia francesa y belga. Con el fin de apropiarse el subsuelo minero y del uranio. En África negra, financian y animan el retroceso de la francofonía. En Argelia, sostienen la política de arabización que pretende eliminar al francés e instaurar el inglés como la primera lengua extranjera. Ayudados por sus cómplices ingleses, persuadieron a todos los gobiernos argelinos sucesivos para que concedieran a los anglosajones el monopolio de las explotaciones petrolíferas y gasísticas del Sáhara. Los terroristas islámicos jamás inquietaron a las sociedades y a los ciudadanos americanos presentes por Argelia. En Afganistán, la CIA armó a los islamistas contra los rusos.

Por supuesto, hay tensiones entre el Islam y los EEUU. Los asuntos de Irán lo demuestran. Pero globalmente, América juega la carta del Islam para debilitar Europa y el Islam la de América con la misma intención. Es la estrategia de los ladrones de feria, los competidores que se unen por abajo contra un adversario común, lo que se llama la "coopétition" (cooperación-competición).

El Islam tiene interés en la benevolencia americana para colonizar Europa. América anima a su protegido fundamentalista, Arabia Saudita, a financiar mezquitas y asociaciones en Europa (¡actividad prohibida en América!) gracias a las regalías petroleras. La guerra de Kosovo es un caso de verdadero manual. El objetivo geopolítico americano era doble: ayudar a la implantación en Europa de dos Estados islámicos, Bosnia y Kosovo, y generar un desacuerdo y un resentimiento entre europeos del oeste (esclaviza a la OTAN comprometiéndola en los bombardeos de Serbia) y eslavos ortodoxos, todo ello para impedir el nacimiento de una Gran Europa, pesadilla geopolítica para América talasocrática.

Antaño, tal como lo había formulado, Europa dividida y ocupada se enfrentaba al "condominio americano-soviético". ¡Mañana, esto puede ser peor! Veremos posiblemente el condominio americano-islámico. Es así como lo teme con razón Alexandre del Valle en su notable ensayo Islamismo y Estados Unidos, la alianza contra Europa (Éditions L'Age d'Homme), el interés de América es una islamización de Europa, una presencia cada vez más fuerte afromagrebí y asiática sobre nuestro continente. Europa peninsular otanizada, islamizada y separada de los eslavos y los rusos ¿no es la mejor manera para EEUU de encadenar a Gulliver, de paralizar al gigante?

Además, no es despreciable para los estrategas económicos americanos saber que la inmigración masiva es un lastre para nuestro dinamismo económico. La colonización de población de Europa por el Tercer Tercero sirve los intereses económicos americanos, con el mismo título que el laxismo librecambista de la Comisión de Bruselas.

En la hipótesis de un conflicto entre Europa y países árabo-musulmanes, una guerra civil étnica en Europa sería el pretexto para que los estadounidenses se apresuraran a intervenir como "mediadores", esto es como prescriptores. Imaginemos una guerra étnica en Provenza en una decena de años, lo que no es imposible, dado que ya comienza de manera rampante, como en otras regiones del Hexágono.

La historia no se repite exactamente de la misma manera, sino es muy posible que los Estados Unidos "se" "interpondrían" tal como lo hicieron en Serbia. Para "restablecer la paz", evidentemente. El condominio americano-islámico caería entonces como una capa de plomo, como una noche larga sobre Francia y Europa

(c) Por el texto original: Guillaume Faye

(c) Por la edición original: Editions De L'Aencre

(c) Por la traducción: Ernesto Milá

La colonización de Europa. Guillaume Faye. Capítulo III. GUERRILA ÉTNICA Y EXPULSIONES TERRITORIALES DE EUROPEOS

La guerra étnica ha comenzado. Con sordina. Año tras año, se va ampliando. Por el momento, toma la forma de una guerrilla urbana larvada: incendios de coches o de comercios, agredir reiteradas de europeos, saqueos, ataques a transportes públicos, emboscadas tendidas a policías o bomberos, redadas en centro de las ciudades, etc. Tal como un estudio sociológico atento al fenómeno demuestra, la delincuencia de los jóvenes afromagrebíes es también un medio de conquista de territorios y de expulsión de los europeos dentro del espacio del Estado francés. No está motivada únicamente por razones de criminalidad simple y económica.

A partir de las ciudades, se crean enclaves o " zonas de non-droit", que se extienden como una mancha de aceite hacia el exterior. Desde el momento en que la población alógena alcanza determinada proporción, la delincuencia obliga al traslado de los "pequeños Blancos ", acosados por las bandas étnicas. A la policía -a la que la justicia no apoya- le repugna a intervenir en estas zonas conquistadas, que escapan a partir de ese momento al Estado de derecho. Ya contamos en Francia con un millar de estas "zonas de non-droit". Este fenómeno de parcelación del territorio puede sugerir que entramos en una nueva Edad Media, pero encubre también un proceso de colonización territorial que hace pedazos la utopía de izquierda del "carácter mixto étnico".

Las élites intelectuales francesas -que desde hace doscientos años han vivido en los hermosos barrios  burgueses para blancos- siempre preconizaron el carácter mixto social en las zonas urbanas. Esta idea funcionaba muy bien (como por ejemplo en el XV distrito de París) mientras las diferentes clases sociales fueron de origen europeo. Pero las élites intelectuales, que niegan las diferencias étnicas, carecen de  explicación para justificar la salida de los europeos de las zonas de mayoría inmigrante. Hablan de "fractura social", cuando en realidad se trata de una fractura racial y etno-cultural. Los políticos invocan  causas vagas y de carácter económico, cuando en realidad se trata de causas étnicas muy transparentes. Lo peor: las élites intelectuales y los políticos culpabilizan a los "pequeños Blancos" de las clases populares, de abandonar las zonas con fuerte población inmigrada a causa de un "miedo exagerado", por sus "fantasmas", esto es, evidentemente, por racismo... Estos fantasmas serían (al igual que el "paro", la "miseria" y la "exclusión") responsables de la formación de los "guetos".

Tres observaciones a propósito de todo esto:

1) no se trata de guetos sino de territorios conquistados y colonizados. Un gueto es una zona donde se confina a una población que sufre un ostracismo, como los judíos en la Edad Media. Hoy en Francia, son las poblaciones alógenas quienes abandonan, por la fuerza, espacios territoriales concretos. Hablar de gueto, es presentar a los inmigrados como víctimas, mientras que son al contrario los actores voluntarios de la creación de sus espacios autónomos.

2) Se deja entender que sería la miseria, el pauperismo lo que explicaría la guetización de zonas cada vez más numerosas de non-droit. Por el contrario, la economía criminal, centrada sobre la droga y la reventa de bienes robados, así como el recurso legal o fraudulento a los subsidios asegura a las poblaciones de estas zonas un nivel de vida confortable, muy superior al de los franceses de origen en el paro. La situación francesa no tiene nada que ver con la de las favelas brasileñas o las bandas de adolescentes desvalidos de Casablanca.

Los clandestinos son inexpulsables en Francia, pero los franceses de origen (y todos los demás residentes europeos) son expulsados de las zonas de establecimiento afromagrebíes mayoritarias. Nadie en los medios de comunicación se ha atrevido a explicar la razón de los incendios innumerables de coches. Es sin embargo muy simple: la casi totalidad de los vehículos incendiados pertenecen a europeos, según un informe confidencial de las Informaciones generales del 2 de julio de 1999 - El 91 % exactamente. Es una buena incitación para la partida.

3) Otra técnica es la agresión sistemática. Un ejemplo entre centenares de otros similares: en la ciudad de Angoulême, las autoridades habían decidido instalar un hogar estudiantil en una "ciudad". Con el fin de responder al dogma angélico de la "mezcla". Muy rápidamente, a principios de 1999, se produjo el acoso sistemático de las bandas afromagrebíes. La vida se volvió rápidamente infernal para los jóvenes europeos: agresiones, robos con violencia, acoso de las estudiantes, incendio de los vehículos, etc. Hasta el día cuando varios de ellos fueron apuñalados. Las autoridades universitarias debieron trasladarlos con urgencia bajo la protección de la policía. Ninguno de los Beurs-Blacks fue inquietado por la ley.

Lo que se produjo en Kosovo corre peligro de producirse a la escala de Francia. La lección del destino de este trozo de Serbia progresivamente ocupado por albaneses musulmanes no ha sido toma en consideración. Nos imaginamos que las colonizaciones son invasiones armadas. Es falso; son invasiones lentas y silenciosas, y el colonizado despierta demasiado tarde, cuando su casa está ocupada, más exactamente cuando en su vivienda ya viven otros.

BLACK MIC-MAC Y DERECHO DE SUELO

¿Conoce la historia de Celestino T.? Es un hombre muy simpático de unos cuarenta años, ciudadano camerunés, empleado en la recogida de la basura y en la limpieza de las calles de París. Es musulmán, posee tres mujeres, de las cuales una es la mujer "oficial" y educa a 24 niños. Sí, 24 niños, que, nacidos en Francia, son totalmente franceses. Sin embargo, estos niños no han nacido completamente de las tres mujeres de Celestino T. Este último utiliza una estratagema conocida por un gran número de africanos: hace venir de Camerún a una mujer embarazada de su pueblo que da la luz en Francia, luego se va de nuevo. El niño de pecho automáticamente es francés en virtud del derecho del suelo… Celestino T. lo reconoce, es jurídicamente el padre, y una de sus tres esposas educa al niño (que a la que, por otra parte, llama "tata", según la denominación clásica en la comunidad lugareña africana tradicional, ni matrilineal, ni patrilineal, sino tribulineal).

El año siguiente, la misma operación empieza de nuevo con otra mujer del pueblo. El camerunés percibe así subsidio familiar considerable y aloja a toda su pequeña tribu en dos grandes apartamentos del barrio flamantemente nuevo de Beaugrenelle (XV distrito oeste), cuyos alquileres son asumidos por la Ciudad y el APL. Celestino circula en Mercedès. Continúa trabajando como basurero (9 000 francos al mes con las primas) con un estatuto tan protegido como el de la función pública. Pero otros que hacen lo mismo que él y reconocen entre 5 y 15 niños no consideran ni siquiera necesario trabajar. La supresión del derecho del suelo y el subsidio familiar a los extranjeros, las bombas aspiradoras de una eficacia temible, serían más eficaces que un control en las fronteras.

Alemania, que reemplaza el derecho de la sangre por el del suelo y cuya debilidad demográfica es considerable, se dirige inexorablemente hacia el salto de agua, embarcado sobre el mismo río que su vecina Francia.

LOS COLABORADORES DE LA COLONIZACIÓN

Las Iglesias, la inmensa mayoría de los partidos, una muchedumbre de instituciones y de asociaciones, el mundo del espectáculo, son desde hace muchos años abogados de la instalación de los emigrantes, de la apertura de las fronteras y de la inexpulsabilidad de los clandestinos. ¿Animados por el etnomasoquismo y la xenofilia? ¿Ingenuas devotos de la religión de los derechos humanos? ¿Esnobismo antirracista y políticamente correcto? ¿Voluntad deliberada de mestizar Francia y Europa, o, más exactamente de africanizarla y asiatizarla, odio de la "pureza étnica" europea? Un poco de todo, sin duda.

Observamos en todo caso una mezcla de fatalismo frente a la inmigración incomprobable incontrolada y declarada y de impulsos autodestructores hacia su propio pueblo. "Sí, invádannos, esto nos sienta bien". Es necesario recalcar también que los medios inmigracionistas colaboradores y sus jefes de fila proceden de la burguesía o pertenecen a medios sociales (particularmente al mundo del espectáculo) perfectamente preservados del contacto con las poblaciones alógenas y totalmente protegidos de su criminalidad. Su desprecio, su ignorancia de las condiciones de vida y de convivencia del pueblo europeo real, del " pequeño Blanco ", es incommensurable.

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Monseñor Lustiger, en el curso de unas jornadas de estudios sobre Europa organizada en Roma en marzo de 1999 se felicitaba por "la diferencia que trae la inmigración", religiosa y étnica. Nuestra colonización sería un enriquecimiento, por la expansión de este concepto hueco de "diferencia". La contradicción es brillante: ¿como podemos administrar la diferencia, la heterogeneidad, en el seno de la ideología homogeneizadora y universalista del mestizaje? El cardenal decía también: "hay que acoger al "Otro"". Incorregible xenofilia, el "Otro" (con una mayúscula, por favor), todavía uno de estos tópicos de lo políticamente correcto, desgraciadamente repetido por afán de gustar y para transformar en filósofos a ciertos intelectuales de derecha o presuntos tales. El venerable cardenal continuaba: "Europa no era para los pueblos de África y de Asia una tierra de inmigración. Pero hoy, la situación de Europa está cambiando. Provoca una presión migratoria imposible contener. Los europeos no pueden ignorar este hecho".
Acepten ser colonizados, buenas gentes, usted no puede evitarlo. La Iglesia que, en la cumbre de su poder, negaba los derechos civiles a los no católicos, adopta hipócritamente, ahora que está en plena decadencia, los ingenuos preceptos del "comunitarismo" tolerante: "solidaridad y respeto miden el lugar reconocido a la alteridad en una construcción política", decía en jerga Monseñor Lustiger.

Los programas de los partidos políticos en el tema de la inmigración, son bastante edificantes. El PS piensa "habilitar programas de ayudas al retorno para los inmigrados no regularizados y a los que se les ha denegado el derecho de asilo". Es decir: ayuda al retorno para clandestinos ilegales (en lugar de las expulsiones previstas por la ley) a expensas del contribuyente. La entrada ilegal en Francia pues será oficialmente recompensada. Cuando se sabe que la ayuda al retorno jamás interesó a los inmigrantes legales, este tipo de propuestas equivale a burlarse de los electores. El PS definitivamente ha renunciado a controlar la inmigración, porque se imagina que los inmigrantes votarán por él. No, cuando sean lo suficientemente numerosos e implantados, votarán por sus propios candidatos, probablemente por partidos islámicos, como ya he explicado.

Los Verdes, por su parte, piensan organizar en ángulo recto la colonización de Europa: "hay que suprimir los visados de estancia corta para los visitadores de país fuera de Unión Europea y concederles el derecho a la Seguridad Social". El seguridad social para los "turistas" magrebíes... En cuanto al derecho de asilo, los Verdes consideran que los acuerdos de Schengen no son "suficientemente generosos" y que hay que abolir las comprobaciones que se refieren en la veracidad de las persecuciones de la que serían amenazados los solicitantes de asilo. Reforcemos la potencia de la bomba aspiradora...

Lutte Ouvrière y la Ligue Communiste Révolutionnaire, siguen, a su vezs, el viejo sueño trotskista internacionalista de disolución del pueblo europeo. Su programa es importante, porque por un rodeo metapolitico y no electoral, inspira todas las asociaciones y las camarillas immigrationnistes (Droit Devant, Droit au Logement, SOS Racisme, Ras l'Front, SCALP, Sud, Ligue des droits de l'homme, Mrap, Liera, etc.) cuya doctrina y reivindicaciones influyen en los gobiernos. Interesante: "Una Europa de la igualdad de derechos, comienza con el derecho de voto para todos a los que viven aquí, dónde todos los sin papeles deben ser regularizados". Es decir, papeles para todos y para siempre. Venga a Europa, desde Marruecos, Mali, Sri lanca o de no importa donde.

Si usted consigue entrar (y es fácil lograrlo), usted será inexpulsable, usted tendrá la ciudadanía y todos beneficios sociales, automáticamente. L-O y la LCR formularon sin embargo proposiciones muy buenas para la reasignación de los beneficios especulativos a las inversiones contra el paro. Pero, en materia de inmigración, su antiliberalismo se hunde como por encanto.

El PC, siempre animado por su motor intelectual a medio gas, está paradójicamente de acuerdo al 100% con las recomendaciones de la jerarquía católica: "el derecho de voto de todos los extranjeros residentes, la abolición de la doble pena [no expulsar a los extranjeros delincuentes tras su salida de prisión], la regularización de sin papeles que lo han solicitado, el derecho de asilo para los que lo piden". ¡Qué internacionalismo liberal...! No a las transferencias de capitales, sí a las transferencias humanas.

En cuanto a la UDF, en el RPR y en el RPF de Charles Pasqua, sus proposiciones y programas sobre la inmigración son totalmente ilegibles. Es la mezcolanza tecnocrática en la que se resalta que hay que "controlar" el fenómeno mediante la "concertación".Toda esta gente cuando estuvo en el poder no hizo nada. O más bien, la derecha blanca permite nuestra colonización de población, por pereza, por dejadez, por temor a ser acusada de inhumana; la izquierda enloquede por mal cálculo político o por pasión ideológica.

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Las instituciones de la famosa "sociedad civil", como la inmensa mayoría de los medios de comunicación, siguen la misma pendiente inmigracionista, o como los colaboradores habituales mediatizados como Pr. Schwartzenberg y Mons. Gaillot. Las acciones espectaculares a favor de los clandestinos ilegales ("sin papeles") lo prueban. Las asociaciones "antirracistas" y los solicitantes del medio intelectual y del mundo del espectáculo, manifestando y llamando a albergar clandestinos, desafían sin cesar la ley, con poco gasto, sabiéndose en la impunidad más absoluta (ver el artículo 21 de la ley Chevènement que castiga a los que son culpables de solidaridad activa con los sin papeles, ley jamás aplicada).

Liberation o Le Monde no dejan de hacer su caldo gordo denunciando como inhumana la menor expulsión de clandestinos, la menor evacuación de locales ilegalmente ocupados, con como sobrentendiendo "Son medidas fascistas". Los "colectivos de apoyo a los sin papeles" se multiplican, como en otro tiempos los "Comités Vietnam" entre los bachilleres de mayo del 68.

Todos están organizados por europeos de pura cepa y movilizan autóctonos atrapados por el demonio de la caridad xenófila.

El 30 de junio de 1999, una centena de manifestantes, políticos y artistas perteneciente a los medios intelectuales o del mundo del espectáculo, se manifestaron ante el ministerio de la Justicia, en la plaza Vendôme, en el centro de París, cerca del hotel Ritz. ¿Para saber toda la verdad sobre la muerte de Lady Di? Usted no estaba allí. Béatrice Bantman, en Liberación explicaba al día siguiente: "el objetivo era hacerse detener". "Aréstenos señor, por favor" repetían a los policías. El raciocinio tenía su lógica: los que, como ellos, ayudan, sostienen, albergan a sin papeles son culpables del delito de solidaridad". Natralmente, nadie resultó inquietado. Y por otra parte nadie, entre estos "militantes" albergó jamás o ayudó ni a un solo "ilegal" africano o magrebí. No eran tan tontos.

"Colectivos", "comités de apoyo" se constituyen, se organizan manifestaciones (los "Saint Bernard", en 1998) tan pronto como es cuestión de expulsar un clandestino que supo mediatizar su caso. A todos los golpes, la prefectura cede y renuncia a aplicar la ley. "Contravenimos", cedemos, delante de estas minorías activas que gozan del sostén de la prensa. Los clandestinos que se niegan a embarcar en los aviones de vuelta o que se rebelan son puestos en libertad al menor aullido virtuoso de los periodistas.

Y luego, siempre existe la técnica, bien aprendida, de la huelga de hambre para los delincuentes inmigrados y extranjeros condenados a la expulsión según la ley. Los medios de comunicación se emplean a fondo para hacer llorar en las chozas, los poderes públicos se inclinan y aplazan ejecución. Moncef Kalfaoui, un traficante de droga argelino, debía ser expulsado tras dos años de encarcelamiento ("Doble pena"). Huelga de hambre. Gracia negada por Chirac. Campaña, en réplica, orquestrada por Liberación (junio de 1999). Epílogo: en la medida en que tuvo tres niños nacidos en Francia, nacidos franceses (derecho del suelo), la administración renuncia a expulsarlo, contrariamente a lo que dice la ley. Es verdad que el "informe Chanet" (mayo de 1999) les pide a los poderes públicos "que se deje de expulsar a los pequeños delincuentes extranjeros que tengan arraigo efectivo en Francia". Total, que no se aplica la ley. Lo que es punzante para un informe parlamentario. La aplicación de la ley sobre la pena doble es por otra parte, según Liberación, "un destierro verdadero cuya injusticia rebela a la inmensa mayoría de los juristas".

Es verdad que en nuestra República de los Jueces, la opinión de estos últimos, sobre todo si se trata de afiliados el Sindicato de la Magistratura, está por encima de la voluntad del pueblo. Y sin embargo, en todos los países del mundo, la doble pena se practica conforme a la Carta de la ONU.

Recientemente, 200 "sin papeles" turcos y chinos del "Tercer Colectivo" ocuparon el hotel de la Massa, en París, sede de la Sociedad de los amantes de las Letras. Objetivo no inocente. Saben que los intelectualoides visceralmente son pro inmigracionistas. Escuchemos el comentario de Liberación, muesra de valentía: "sostenida por escritores, cineastas, artistas, los fieles Dan Franck, Valérie Lang,  Emmanuel Terray, Mónique Chemillier-Cendreau y León Schwartzenberg, la ocupación comenzó con un encantador ambiente festivo en un jardín, exquisitamente cortés. "No tenemos por costumbre expulsar a los extranjeros", precisó, en medio de las frondosidades y los rosas del jardín, Jaques Vigoureux, miembro del Consejo de administración de la Sociedad de los amantes de las Letras " (10/06/1999). Ante una prosa de tal tontería y ante tanta cursilería ¿hay que reírse o llorar de eso?

Nadie, en esta izquierda bienpensante, caviar-garden party, en esta clase intelectualoide-popular privilegiada, en este Todo París del mundo del espectáculo, soñaría con manifestarse a favor de los franceses de origen, en fin, en el paro y en la misería, a pesar de ser ellos, los únicos, los verdaderos excluidos. Pero, para los "jóvenes" camellos qué conducen BMW y que la policía tiene la desgracia de poner a disposición judicial (ofensa a los derechos humanos, ¿entiende?), para la instalación de ilegales sobre nuestro suelo de refugiados falsos senegaleses, de traficantes malíes sin contratos de trabajo o de truanes argelinos expulsados, todo el mundo se moviliza. Todo esto caldea el corazón de "nuestros hermanos en la cárcel"... Y luego, como pasaporte social y moral: ser inmigracioniste, es verse admitido en los círculos modernos de la nueva izquierda americano-liberal, privada de ideas (al igual que la derecha) pero acorazada con la buena conciencia y la hipocresía moral (al contrario de la derecha) y, sobre todo, distribuidora de prebendas.

Esta nueva izquierda, conversa al capitalismo, defiende ahora un socialismo virtual y un inmigracionismo real. En este cóctel, es difícil -como en la fórmula de la Coca-cola- dosificar la parte de imbecilidad, de altruismo alucinado, de esnobismo antirracista, de etnomasoquismo y de (mal) cálculo político.

El sentimiento que entre estos colaboradores es, en el fondo, lo mismo que en las élites romanas degeneradas del siglo II: la cobardía, la cobardía simple y vil, aliada a un egoísmo indiferente hacia su pueblo y a sus generaciones futuras. Francamente, mirándolo bien, prefiero a los verdaderos comunistas.

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Veamos algunos ejemplos más, tomados al azar, del militantismo de los colaboracionistas. Adhiriéndose las exhortaciones de los obispos que, como los Verdes, dedican el 10 % de su tiempo a su ministerio y el 90 % al inmigracionismo y en la promoción del Islam, el alcalde de Limeil-Brévannes declaraba en noviembre de 1998: "no zanjaremos el problema de sin papeles con la policía. Una autorización de estancia no vale una vida". Es decir: ninguna expulsión, ninguna carta de estancia provisional, dejemoslos instalarse a vida en nuestra casa, por humanismo y para tener la paz.

Precisión: en su municipio, clandestinos huelguistas de hambre que habían ocupado la sala del ayuntamiento fueron evacuados. Volvieron a ocupar los lugares por la fuerza. Esto fue rentable: les concedimos títulos de estancia y una hospitalización gratuita.

La "coordinación nacional" que reagrupa a todos los defensores de los clandestinos, y que preconiza las regularizaciones masivas, se expresó en estos términos después de una expulsión de "sin papeles  que ocupaban un local administrativo: "el primer ministro escogió la manera fuerte contra hombres y mujeres que luchan por la dignidad " ¿Qué "dignidad"? ¿El de instalarse en Francia contra la voluntad del legislador? En cuanto al MRAP, anunciaba, grandilocuente, para hacer llorar el bueno francesito: "esperábamos del gobierno una respuesta humana y política, a estos desgraciados que pusieron su vida en peligro". Efectivamente, corrían peligro de morir bajo las pelotas de goma de la policía... El ilusionismo reposa en este raciocinio torcido: dejemoslos entrar para evitar la explosión norte-sur.

Lo que ocurre es justamente que introduciéndolos tendremos la explosión en nuestra casa. Es un argumento de dimitidos y de gorriones asustados, que descansa en la transformación del "no queremos hacer nada" en la excusa de "no podemos hacer nada". Así es como después de muchos otros, Robert Toubon, editorialista de la revista Équilibres et Populations escribía en 1996, evocando la agravación del desequilibrio Norte-Sur: "Las presiones migratorias irán creciendo a un nivel tal que será imposible a los vecinos "ricos" del Nor-Oeste cerrar realmente sus fronteras. Excepto asumiendo el riesgo de ver estallar la olla a presión que hierve al sur y en el Este del Mediterráneo".

Es decir: cedamos, abramos nuestras fronteras para evitar una crisis. ¡Sobre todo ningún conflicto, ningunos litigios con los países del Magreb! ¿Tendríamos miedo de eso?

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En todo caso, el activismo de la camarilla inmigracionista, cuyo fin es impedir el cumplimiento de la ley -sin embargo no se puede ser más laxista- de aplicarse, tiene tanta eficacia para acentuar nuestra colonización étnica que la aspiración de aire de las leyes sociales igualitarias. Sea lo que sea, la historia retendrá que los europeos -particularmente sus burguesías decadentes- son los primeros responsables de su colonización y de su inmersión demográfica. Los inmigrados del Tercer Mundo, que considero como enemigo principal, tienen, desde su punto de vista, perfectamente razón en invadirnos. Cubren un vacío. Hoy mediante la astucia, pronto por la fuerza. Lo mismo que los estadounidenses, sobre el plano cultural y geoestratégico, cubren el vacío dejado por la ausencia de los europeos.

Los borgoñones aliados de los ingleses en el siglo XV, hasta los Verdes de hoy pasando por la Segunda Guerra mundial, en Francia, la ocupación y la colaboración marchan juntos. Para resolver este problema, cuando surja el caos que vendrá y que no puede tardar, no habrá otra solución, por un medio o por otro, que reducir al silencio primero a los colaboradores, la camarilla inmigracionista, quienes son la primera causa, desde hace treinta años, de nuestra colonización. El enemigo-colonizador es un enemigo estimable. Juega su juego. Pero los colaboradores que juegan contra su propio campo, que aspiran sólo a sus propios fines, no merecen, tal como pensaba de Gaulle después del emperador Dioclétien, ninguna gracia.

Delendi sunt.

FRAGILIDAD HUMANITARIA DE LA OPINIÓN FRENTE A LOS CLANDESTINOS

Se creería leer las obras edificantes escritas en el siglo XIX sobre el martirologio cristiano. Los medios de comunicación multiplican los relatos de desgraciados clandestinos ahogados en el estrecho de Gibraltar, brutalizados en el momento de una repatriación en avión o detenidos tres días "en condiciones inhumanas", evidentemente, en los centros de retención antes de ser puestos en libertad en la naturaleza. Apiadar la opinión pública y la clase política sobre algunos casos-límites con el fin de hacer legítima la entrada de los "pobres" clandestinos, tal es el objetivo del chantaje humanitario de los medios de comunicación de la ideología dominante. Y funciona.

Gracias al trabajo paciente de los agregados de prensa de las camarillas inmigracionistas, cada mes se producen tres o cuatro asuntos emblemáticos y emocionantes; los medios de comunicación se apoderan de ellos; y destilan en la opinión pública la idea doble de que 1°) las expulsiones son inhumanas 2 °) la negativa de los visados y de las regularizaciones la son también. Los casos son muy diversos: clandestino molestado o fallecido en el curso de una expulsión, "sin papeles" en huelga de hambre trágica, un joven truán padre de un niño francés que, desgarrado, rechaza su expulsión, etc. La imaginación dramatúrgica del partido de la colonización no tiene límite y su gimoteo es terriblemente eficaz. Es la cínica estrategia de la piedad. Cuyo fin es atemorizar a los gobiernos ante la idea de aplicar leyes malvadas...

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En agosto de 1999, dos colegiales guineanos, Yaguine Koita, 14 años, y Fode Tounkara, 15 años, se introdujeron en el hueco del tren de aterrizaje de un Airautobús de Sabena, vuelo Konakry-Bamako-Bruselas. Esperaban (con razón) que si llegaran felizmente, nadie se atreviera a expulsarlos. Evidentemente, estos dos niños figuistas poco conocedoes de las leyes de la aeronáutica y de la altitud, murieron de hipotermia y de insuficiencia respiratoria (a 10 000 m, hay - 50°C). Pero he aquí que en el cadáver de uno de ellos encontramos una carta edificante, una súplica de dos páginas, con una falta de ortografía por palabra, donde ruegan, debido a la "guerra" (no hay guerra en Guinea) y a la miseria de sus familias (la encuesta demostrará que eran modestas pero de ninguna manera en la necesidad) "las Excelencias y Señores responsables de Europa" de acogerlos y de ayudar a África en su conjunto. La carta fue reproducida in extenso en la prensa belga y francesa.

La opinión pública cruje; se genera un concierto de lágrimas. Si estos dos "niños" (a los 15 años en África, no estamos delante de un "niño") murieron, es por culpa nuestra, evidentemente, por nuestra negativa a acoger sin discutir a todos los "pobres" del continente negro. Le Figaro (05/08/1999) explica: "la carta, publicada por la prensa, suscita una emoción considerable en Bélgica. La revelación in extenso de la carta en la prensa francófona le da una dimensión nacional. Aparece un año después de la muerte de una joven nigeriana, Semira Adamu, al ser expulsada por los gendarmes del reino". El gobierno belga se reúne en seguida en consejo restringido para negociar este asunto capital. Una ceremonia funeraria se organiza con gran pompa por un clero conmovido, algo que no hacemos por los sin techo que mueren de frío y de hambre en las calles de Bruselas o de París el invierno.

El ministro de los Asuntos Exteriores, Louis Michel, también, conmovido, les transmite a sus colegas de la Unión Europea el siguiente mensaje oficial, a propósito de la "carta" famosa encontrada sobre el cuerpo de uno de los clandestinos: "no podemos dejar sin respuesta este grito para una mejor vida. Debemos devolver esperanza a África". Dicho de otra manera: aumentemos aún más nuestros préstamos, nuestras ayudas de toda clase (dinero tirado) en África y abrámosles todavía más a los jóvenes africanos las puertas de la Unión. El gobierno belga oficialmente les transmitió a sus catorce socios europeos, así como a las instituciones federales de la Unión, la carta de ambos adolescentes.

Como era de esperar, en la misma senda, las asociaciones llamadas antirracistas valonas y francesas aprovecharon para criticar el control, según ellos, demasiado estricto de los flujos migratorios (mientras que en la UE es el más laxista del mundo entero) y denunciar "Europa egoísta" (mientras que en el pozo sin fondo de la ayuda al Tercer Mundo es la más generosa.

El Centro Nacional de Cooperación al Desarrollo publicó un comunicado emocionante, digno del mea culpa de la jerarquía católica: "dos niños vinieron para morir en nuestra casa, derribados por el cielo, con un mensaje dirigido al corazón de Europa, a los responsables del continente más rico y más próspero del planeta". Señalemos, inicialmente, que el continente más rico y más próspero es América del Norte y que, si nuestra colonización de población por los africanos continúa a este ritmo, no existirá prosperidad posible.

Por fin, nadie se atrevió a sugerir que este cuento de hada trágica posiblemente era demasiado bello para ser verdad; estos dos adolescentes, de los que el responsable de su colegio en África reveló al diario guineano Horoya que no fueron escolarizados más desde hace un año, pudieron ser manipulados bien por un provocador que habría fabricado la carta famosa, con el fin de desestabilizar a las frágiles y emotivas opiniones europeas, abiertas a todas las culpabilizaciones. Es en todo caso la opinión del ministro del Interior guineano. Total, la prensa valona y francesa dedicó, durante más de una semanas, columnas enteras a este hecho, relevado por el RTBF, por France 2 y la ZDF alemán, las tres emisoras más inmigrófilas de la Unión.

La repatriación de los cuerpos de ambos chicos en Conakry dio lugar a escenas de histerismo colectivo, dónde las mujeres se revolvían por tierra invocando a Allah. El ministro guineano de la Administración Pública, Lamine Kamara, sugirió directamente que los europeos eran indirectamente responsables de la muerte de Yaguine y de Fodé.

Es la vieja técnica de la culpabilización... Las muertes sucedieron porque la política europea de los visados es demasiado restrictiva y desespera a los africanos candidatos al principio, explicó. En el curso de una conferencia de prensa, tenido el 7 de agosto de 1999, el ministro declaró: "si hubiera obtenido un visado, Yaguine no habría optado por este método y no habría muerto". Es decir, para muchos responsables africanos, todo consiste en forzar las puertas de Europa mediante el chantaje moral. Es la colonización por la mendicidad y la conmiseración. Este espíritu de mendicidad y de irresponsabilidad,  pretende obligar a los europeos a encargarse de un continente africano subcapaz (y pobre a pesar de recursos naturales inmensos), a prestarle asistencia financieramente, a acoger a los excedentes de su vertedero demográfico, queda perfectamente resumido en este fragmento de la "letra" encontrada sobre el cuerpo de uno de ambos adolescentes clandestinos (las faltas ortográficas han sido corregidas): "si usted ve que nos sacrificamos y exponemos nuestra vida, es porque se sufre demasiado en África y porque le necesitamos para luchar contra la pobreza y poner fin a la guerra. Aquí, esto no es posible, nada puede ir bien. Si me quedo, vamos a vivir desgraciados hasta nuestra muerte". Esta prosa, fingida o auténtica, poco importa, dio en el blanco en las chozas, de Lovaina a Toulouse. El mensaje es claro, pero al mismo tiempo trágico; prueba la incapacidad de los africanos a tomar a cargo su propio destino, está saturado de un autorracismo implícito: "Ayúdenos, préstenos asistencia, acójanos en su casa, somos incapaces en nuestro continente de vivir en la paz y la prosperidad".

Los intelectuales africanos, inspirados por sus colegas etnomasoquistas europeos, alegan evidentemente que las desgracias de África dependen de la culpabilidad y de los crímenes del colonialismo y del neocolonialismo. ¿Pero quién cree todavía en este sofisma marxista-izquierdista, quien hace siempre el calgo gordo de La monde Diplomatique?

El corresponsal guineano de la AFP, Mouctar Bah, enviaba por fax, tras la muerte de ambos colegiales candidatos a la emigración clandestina en Europa, un telegrama donde se podía leer: "si se abrieran las fronteras, Guinea vría como se iban la mayor parte de sus jóvenes. Todos vendrían a Europa. Es un sentimiento ampliamente difundido en el país". Y otro tanto ocurre en una centena de los países del Tercer Mundo...

La muerte de Yaguine y Fodé, jóvenes inmigrantes guineanos clandestinos, en el pañol del tren de aterrizaje del Airautobús de Sabena es un drama que "revolvió la conciencia de Europa", tal como  declaró la presidenta del parlamento de Estrasburgo, Nicole Fontaine. Pero no  ¿Pero no se trata de trastornos selectivos?

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El 4 de agosto de 1998, una menor adolescente fue violada, abominablemente torturada y luego asesinada por dos jóvenes africanos que la habían secuestrado mientras salía de la estación RER de Créteil, y arrastrada a una bodega. Luego, orinaron, simbólicamente, sobre su joven cuerpo martirizado. Su calvario y su oración fúnebre se resumieron en diez líneas en la rúbrica "perros tropellados" de Le Parisien (05/08/1998). No era Guineana, sino polaca. Se llamaba Angela P... Para mí, la memoria de Angela vale mil veces más que la de Fodé y de Yaguine.

(c) Por el texto: Guillaume Faye.

(c) Por la edición francesa: Editions de 'Aencre

(c) Por la traducción al castellano: Ernesto Milá

La colonización de Europa. Guillaume Faye (H). CAPÍTULO VII. LA NUEVA CUESTIÓN RACIAL Y ÉTNICA. LAPSUS Y OBSCURANTISMOS DE LA TEOLOGÍA ANTIRRACISTA

No pasa una semana sin que la prensa o los medios audiovisuales del sistema propaguen sermones antirracistas, en la forma de gruesos dossiers o retransmisiones especiales, con el objetivo de sacar a relucir, de denunciar, de contradecir al enemigo principal, el supuesto racista y al pecado capital, el racismo. La similitud es llamativa en los discursos de anatema teológica. La teología antirracista procede en dos tiempos: 1) se demoniza al enemigo gracias a los argumentos afectados del pensamiento mágico, acompañado de imperativos morales de tipo monoteísta o kantiana (monoteísmo laicista que reposa sobre la creencia en una ética universal). 2) se intenta demostrar la "Verdad del antirracismo", a través de argumentos "científicos", es decir, parateológicos, en los cuales la mayor parte es: "las diferencias raciales no poseen significación alguna". Con un cierto número de dogmas secundarios: "la excesiva criminalidad de los inmigrantes (que no se puede negar, como siempre...) no se explica más que por la exclusión racista y/o por causas económicas"; "la sociedad multirracial, es el futuro, ello funciona" Y otros dogmas. Pero habitualmente, los lapsus se deslizan entre las verdaderas intenciones. Los guardianes de la religión dominan mal su propia gnosis.

Todas las estadísticas indican que las opiniones y las actitudes racistas de los europeos hacia los inmigrantes de color no progresan y se percibe un ligero descenso. Este hecho es por otro lado muy revelador respecto de que el racismo anti-europeo de los jóvenes inmigrantes no cesa de crecer.

Este hecho se explica por dos razones: en primer lugar su frustración social hacia los "blancos", a quienes ellos atribuyen falsamente e hipócritamente discriminación y exclusión. Segunda razón: una actitud más o menos consciente de venganza y de conquista, que los conduce a actitudes arrogantes e incluso violentas y conquistadoras hacia los autóctonos europeos. Hace falta ver en ello un complejo de inferioridad compensado.

Este racismo anti-europeo abierto y declarado adquiere múltiples formas que van desde las vejaciones a los asesinatos gratuitos, hasta las letras de los grupos de rap, pasando por los conocidos "incivismos", las agresiones, las presiones por expulsar a los europeos de las ciudades-territorio, etc. Este resentimiento complejo y psicopático emana principalmente de la gente de menos de 25 años, los inmigrantes de las primeras generaciones no compartían de ningún modo este racismo. Este "odio", para usar el título del desafortunado film de Matthieu Kassowitz, no se ejerce solamente hacia la cáscara del Estado francés, en especial los policías. Los medios se burlan de los "crímenes racistas" de los franceses de origen contra los afromagrebís - que lo son raras veces, sino que son el resultado de actos de defensa -no se atribuye jamás al racismo anti-europeo los asesinatos gratuitos de jóvenes blancos, quienes, en 1999 se elevaron a una veintena, según las cifras más discretas del ministerio de interior.

Los medios en general han cubierto de silencio el suceso siguiente, informado solamente por Figaro en dos miserables columnas en la página 29. El 30 de enero de 1999, una decena de gamberros magrebís y negros, de edades comprendidas entre los 11 y los 16 años, en Grigny (Essonne) violaron a una colegiala de 15 años en varias ocasiones en un cubo de basura local. Su motivación, recogido por un inspector de policía, es todo un programa " ella era la única "bactou (blanca) del grupo ". Según la policía " la violación ha tenido lugar de un modo particularmente bestial". Le Figaro especifica: " No contentos de su delito o de repente conscientes de la gravedad de su acto, algunos instantes luego del retorno de la víctima a la casa de su familia, uno de los violadores profirió amenazas de represalias en el caso de que fuese materializada alguna queja ". Este tipo de violación racial ritual es cada vez más frecuente. Se han registrado muchos, en pleno París y en el metro, al margen de las manifestaciones del invierno de 1999. Violar a una "bactou", una mujer blanca, es una forma de rito de iniciación; del mismo modo que golpear a los jóvenes blancos, una suerte de batida.

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Las series de televisión participan directamente de la propaganda antirracista, es decir, quieren hacer pasar a los franceses de origen como afectados, como se ha visto más arriba, de "pecado original", de odio racial y los afromagrebís como los mártires del racismo de los primeros. Y es que es evidente que el racismo no puede ser más que blanco. Los otros sólo se defienden, incluso si tienen "odio". Se trata entonces, como en toda propaganda de esencia totalitaria, de invertir escrupulosamente los términos de la realidad.

En el episodio de Julie Lescaut, Crédit Revolver (1994), varias veces reemitido por TF1 y escrito por José Dayan, la propaganda descerebrante está tan bien engrasado como El Judío Süss, la célebre película financiada por el Dr. Goebbels: un panadero franchute y barrigudo, que detesta a los "bronceados", uno de esos pequeños blancos, pequeños comerciantes despreciado por la clase intelectual-mediática, es el amigo del teniente de alcalde, un tal Lefranc (el nombre no ha sido escogido al azar), quien dirige un partido sedicioso y fascista, la "Unión por Francia". Evidentemente. El panadero empuña su arma todo el tiempo para amenazar a los amables y simpáticos jóvenes inmigrantes inocentes e incomprendidos. El teniente de alcalde, el también, es un cobarde y un canalla, ya que se hace elegir gracias a los votos de la "Unión por Francia". Lefranc se rebela. Bien entendido, es un asesino abominable desenmascarado por Julie Lescaut. El objetivo de este telefilm, como de tantos otros, es claro: trata de persuadir a los telespectadores que los bastardos, los culpables, son los "Lefranc" incluso si ellos son todos los días víctimas de la violencia de los inmigrantes. Se trata de exorcizar la realidad. La tele, en sus "ficciones" como en sus noticiarios reestablecen y construyen una realidad virtual, correcta, conforme a la ideología hegemónica, e intenta hacer olvidar el mundo real, culpabilizar toda revuelta popular contra los dramas cotidianos de la inmigración-colonización. El filme Train d'Enfer con Roger Hanin, también se centra en una culpabilización fascista del "pequeño blanco", y no pretende otro objetivo. Todas estas producciones de propaganda sin talento, en el que el objetivo es el aturdimiento mental de las clases populares, son en realidad la obra de los productores, de los escenaristas y de actores que son premiados, y que viven en los bellos barrios y que jamás en su vida se han cruzado una banda étnica ni puesto sus pies en una "cité".

No es un azar si la redifusión de Crédit Revolver ha sido programado el 15 de julio de 1999, el día después de múltiples altercados y agresiones causados por los "jóvenes" durante la tarde del 15 de julio. Esto se supone que lo hará olvidar. Pero una consecuencia imprevista de esta propaganda catódica virtuosa, es que excita y fortifica el resentimiento de los telespectadores de origen inmigrante. Y ese riesgo (el de tomarlos por imbéciles, despreciarlos por unos tontos culpabilizadores) torna realmente racista al susodicho "pequeño-blanco". Sin saberlo (¿), la clase intelo-mediática, por su propaganda que ellos denominan "integracionista" fortalece la fractura étnica.

Sobre todo, si buscan la guerra civil, lo están consiguiendo. No es seguro que la vayan a ganar. Esta gente debería repetirse el viejo proverbio: quien siembra vientos recoge tempestades.
 
 
(c) Por el texto: Guillaume Faye

(c) Por la Edición Francesa: Editions de l'Aencre

(c) Por la traducción castellana: Miguel Ángel Fernández

La colonización de Europa. Guillaume Faye (G). CAPÍTULO VII. LA NUEVA CUESTIÓN RACIAL Y ÉTNICA. DESVIRILIZACIÓN DE LOS EUROPEOS, BESTIALIZACIÓN DE LOS AFRICANOS

La explosión y la demostración (rayando en los grotesco, ver el Gay Pride) de la homosexualidad, la feminización de las funciones sociales, la abolición de las diferencias y de los roles sexuales, la burla respecto de la familia numerosa y de los procesos natalistas (cuando se trata de europeos de origen, evidentemente, pero no cuando se trata de inmigrantes o de musulmanes): todo ello indica una profunda desvirilización  del hombre europeo, a la vez querido y experimentado, puesto en relación con lo que el sociólogo americano Stanley J. Fetjens denomina, desde los años sesenta, la culpabilización y la feminización del macho blanco. En el inconsciente colectivo, el susodicho macho blanco es "racialmente e intrínsicamente culpable". La feminista homosexual americana Linda Lewine, por otro lado amiga mía, escribía en 1984:" La dominación impúdica del macho blanco heterosexual sobre las mujeres, las gentes de color y los homosexuales ha durado demasiado tiempo. Merece ser castrado" (en Shared Intimacies, Jackson Ed., New-York.) No podría decirse mejor luego de un lapsus tal. La castración, incluso la autocastración del hombre blanco, tal es el horizonte psicoanalítico de los medios progresistas occidentales después de los años sesenta. 

A la glorificación de la homosexualidad masculina, responde la de la homosexualidad femenina, tíos entre ellos, tías entre ellas. De esta manera, los falos de los blancos y los vientres de las blancas permanecen sin fecundar. Todo el sistema, los medios, la ideología existente, destilan de manera soft lo que el grupo negro de rap racista del Bronx Military Entreprise formulaba abiertamente en 1992 en su pieza  White Out : " Vosotros los blancos, os volvéis maricones, y os volvéis lesbianas, de tal modo que no os vais a reproducir más".

Paralelamente, se instaura en la publicidad, en los medios, en las leyendas urbanas, en el cine, en el porno, en la prensa y en la televisión deportiva el mito de la supervirilidad del hombre negro. Y eventualmente del árabe.

En la prensa popular People las parejas mixtas de celebridades (Negro-Blanca) son sistemáticamente destacadas, como ejemplos sociales y sexuales. El porno saca tajada de ello. La empresa distribuidora de cassettes XDifi hizo pasar en la prensa de gran difusión especializada, en junio de 1999, este anuncio, al igual que centenares de ellos similares : " Las estudiantes rubias son estudiantes lamentables. En lugar de asistir a clase, prefieren desinhibirse, en total indecencia hacia los gamberros negros, hacia las pollas enormes. Incluso la "directora", una caliente rubia se deja follar acabando en una serie de eyaculaciones muy jugosas"

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Pero el efecto perverso de este mito estúpido de la supervirilidad de los negros o de los árabes, es su bestialización. En el inconsciente colectivo, se instaló una imagen arquetípica: el negro y el árabe son grandes folladores de pollas grandes, buenos futbolistas, buenos boxeadores, buenos matones, etc. Pero, evidentemente no matemáticos, técnicos, universitarios o pilotos de combate. Todo se halla en su slip y en sus músculos, nada en el cerebro. Los medios deportivos y la publicidad juegan intensamente sobre esta imagen, sin medir las consecuencias. El africano, tanto si es negro o magrebí, se halla en el fondo comparado a un gorila, a un ser dotado solamente de una virilidad primitiva. Los anuncios están llenos de esta mitología.

La sobrevaloración física, la virilidad mítica de los afro-magrebís da lugar por un efecto heterolítico de racismo inconsciente, a animalizarlos, a deshumanizarlos. Esta sociedad oficialmente antirracista y multirracial opera, exactamente como en Brasil o en los Estados Unidos, una jerarquización de las capacidades raciales en la representación colectiva. Respecto del blanco la organización, la disciplina, la cerebralidad, la complejidad; respecto del africano la "simplicidad natural", resumiendo, la animalidad. Esta bestialización, la cual los interesados no se aperciben, es muy perceptible en la publicidad pero también en los discursos de la prensa deportiva. Leído en L'Équipe : un tal boxeador  " sorprendente como un gorila ", un tal esprinter " brinca como una gacela ", etc.

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En la sociedad multirracial actual, en el que el etnomasoquismo hace culpables a los europeos, responde el autoracismo de los afro-magrebís hacia ellos mismos, por duplicado, a menudo debido a un racismo de resentimiento contra los europeos. En los suburbios, los "jóvenes" no designan solamente a los europeos como quesitos blancos o tabletas de aspirina, sino que ellos se designan a menudo a ellos mismos como la caillera - la "chusma". Si se analiza con atención las letras de la mayor parte de los grupos de rap (es suficiente con escuchar con asiduidad a Skyrock), se verá que el mensaje es en el fondo demasiado pesimista y al mismo tiempo, lo cual parece lógico, reivindicador. Respecto del tema recurrente "nosotros somos las victimas de la vida, mas o menos incapacitados; somos bastante amables pero es necesario ayudarnos, sino todo se colapsará, etc". Este auto-racismo se encuentra del mismo modo, hace un siglo, en los monotonos negros del deep south americano.

Permaneciendo en el dominio de la canción, recordemos las palabras de Claude Nougaro, en el cual el etnomasoquismo blanco se hace eco del antirracismo negro:: " Armstrong, no soy negro, soy blanco de piel; cuando quiero cantar a la esperanza ".

(c) Por el texto: Guillaume Faye

(c) Por la Edición Francesa: Editions de l'Aencre

(c) Por la traducción castellana: Miguel Ángel Fernández