Blogia
INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

INMIGRACION

Inmigración (II) 1983-1996

Infokrisis.- El felipismo (1983-1996). Cuando el felipismo llega al poder apenas hay en España 200.000 inmigrantes y cuando pierde las elecciones de 1996, la cifra ha crecido pero muy levemente: apenas 542.314 ciudadanos extranjeros, el 1,37% de la población residen dentro de nuestras fronteras. En buena medida se trata de inmigrantes marroquíes que han participado como mano de obra barata en los “eventos del 92”, especialmente en la Expo de Sevilla y muy particularmente en las obras vinculadas a las Olimpiadas de Barcelona. Aun así se trata de una inmigración que está muy por debajo de la de otros países europeos y que crece muy lentamente: en 1986 apenas había 241.971 inmigrantes (el 0,63%), cinco años después sube un 0,30% pasando a 360.655 y cuando Felipe González debe entregar el poder apenas ha subido medio punto quedando en 542.314 inmigrantes. Buena parte de esa inmigración todavía procede de la Unión Europea o bien se trata de estudiantes adscritos a distintos programas de intercambio de alumnos o simplemente becarios extranjeros que siguen preparándose en España. De todas formas, a partir de 1992-3 es cuando empiezan a notarse acumulaciones de inmigrantes en algunas zonas de Barcelona y de la costa catalana, en el cinturón de Madrid y poco más. ¿Qué estaba ocurriendo?

Dejando aparte los GAL, la corrupción y el nepotismo, el terrorismo, el desbarajuste autonómico, las características del período felipista se reducen a nuestro ingreso (mal negociado) en la Comunidad Europea (luego Unión Europea) que impuso una brutal reconversión industrial, el inicio de la llegada de fondos estructurales a modo de compensación y la política de prestigio concentrada en la fecha emblemática de 1992. Todo ello sobre el trasfondo de una situación internacional extremadamente movediza que se inicia con la crisis de la URSS y del bloque comunista y termina cuando el mundo ya está abocado al proceso globalizador.

El análisis de lo que representó este período está muy lúcidamente realizado en el llamado “Informe Petras” (2). Lo primero que destacó el sociólogo norteamericano James Petras es que todas las medidas económicas adoptadas por el gobierno de Felipe González estuvieron inspiradas por criterios en absoluto socialistas y completamente liberales: “La modernización de la economía española entre 1982 y 1995 comprendió básicamente tres estrategias interrelacionadas: liberalizar la economía, insertar más a España en la división internacional del trabajo (integrada en la CE) y configurar un nuevo "régimen regulador". La liberalización abarcó todo el periodo socialista y afectó profundamente a todos los sectores, regiones y clases de población. Las medidas clave incluían la liberalización de los mercados, privatización de empresas públicas y bancos, libre convertibilidad y flexibilización del mercado laboral. La creciente inserción de España en la división internacional del trabajo, en especial como miembro de la CE, significaba básicamente especialización, desde el momento que España sólo era capaz de competir con éxito en un número limitado de áreas. La integración acarreó dos procesos asimétricos interrelacionados: una transferencia desproporcionada de fondos de inversión de la CE a España y una balanza comercial muy desfavorable para el país. También fue asimétrica la "internacionalización del capital". La práctica común del capital foráneo (europeo, en la mayoría de los casos) fue adquirir empresas españolas, mientras no hubo apenas participación española en compañías extranjeras. El resultado ha sido la conversión de España en una plataforma de exportación de mano de obra a compañías multinacionales de capital extranjero. Emergió un nuevo "régimen regulador" (conjunto de reglas que dan forma al proceso de acumulación, y los actores sociales que las establecen). El período posterior a 1982 constituyó un periodo de transición entre una industria nacional (que se fue gestando a partir de 1960 bajo el franquismo y en los años de la transición), y una posición internacional basada en los servicios. Durante el régimen regulador "industrial nacional", los principales actores sociales eran funcionarios públicos nacionales y dirigentes empresariales, cívicos y sindicales. Bajo el nuevo régimen regulador, los actores principales pasaron a ser prestamistas extranjeros, directores de bancos y de multinacionales, altos funcionarios de la CE y funcionarios públicos vinculados a las redes internacionales”.

Este “nuevo régimen regulador” tuvo como efecto el inicio del tránsito de una economía productiva a una economía financiera con la consiguiente desindustrialización, la conversión de España en un “país de servicios” y, finalmente, la “desnacionalización” de la economía (esto es, el que sectores cada vez mayores de la economía española pasaran a estar controlados por el capital extranjero). No es que se “desregulara” la economía, sino que se reguló (en la jerga de la época, se “liberalizó”) para que beneficiara al capital financiero internacional y a la penetración de las multinacionales. Socialmente, en ese período se desmanteló la legislación laboral procedente del franquismo y, por tanto, proclamada con demasiada celeridad como “anti-obrera” y “anti-demócrata”, y se sustituyó por otra que tenía como pivote la flexibilización laboral, apoyada por los sindicatos y que, a fin de cuentas, atentaba contra los derechos de los trabajadores y era anti-obrera en la práctica diaria. Si esta era la vía que el felipismo inició, hoy no cabe sino considerar a esta política y a su impulsor sino como una de las mayores tragedias en la historia social de España.

A partir de la estatización de RUMASA (menos de 100 días después de que Felipe González jurara el cargo) resultó evidente que quienes gestionaban el poder en ese momento tenían la ambición de incluirse en la élite económica –la beautifoul people- y para hacerlo estaban dispuestos a cualquier cosa: ciertamente, el PSOE llevaba más de 40 años aquejado de una irreprimible “hambre” de poder, pero eso no le legitimaba para expropiar un holding gigantesco y liquidarlo por precios irrisorios a los amigos del poder, justo tras haberlo saneado con cargo al presupuesto público. Desde ese momento hasta cuando poco antes de estallar el escándalo que afectó a Luis Roldán (cuando, Cristina Alberdi, ministra de justicia felipista, salió en su defensa diciendo que el único pecado de Roldán era haberse lanzado “al mercado” y salir beneficiado), resultó evidente que la corrupción empezaba a generalizarse y se transformaba –como el caciquismo durante la restauración- en el principal rasgo de la estructura del poder del régimen nacido en 1978.

Lo más sorprendente es que el felipismo –que desde el principio al fin no supuso otra cosa recortes a la democracia, a los derechos de los trabajadores, una exacción continua de los fondos públicos, la malversación permanente y el comisionismo convertido en la actividad política más lucrativa- pudiera sostenerse durante trece largos años en el poder. Si lo hizo, tal como señala Petras en su informe fue porque: “En un Estado que se encamina a dominar las cadenas de comunicación y a concentrar el liderazgo en la élite política, la 'ciudadanía' se reduce a votar por un menú político de élite, en vez de ser orientada activamente a formular los contenidos del menú. En este sentido, los votantes no son ciudadanos, en la medida en que en nigún modo son miembros de una comunidad política”. Para el felipismo la “modernización” del país era la justificación para todos los desajustes que estaba teniendo el sistema. Nos decían por activa y por pasiva que esa “modernización” revertiría en la consolidación de la democracia en España... cuando en realidad ocurrió justamente lo contrario. La primera mutación se produjo en las clases trabajadores.

Hacia 1988 ya era evidente que la primera legislatura felipista ya había operado una ruptura en el interior de la clase obrera: la mutación que habían sufrido los sindicatos era elocuente. El grueso de sus afiliados ya no eran obreros de tajo y taller, sino encargados y cuadros intermedios, trabajadores fijos y funcionarios sindicales todos ellos dotados de unos salarios situados por encima de la media; por el contrario, lo que ya por entonces era el grueso de la clase obrera estaba fuera de los dos sindicatos mayoritarios; se trataba de jóvenes, trabajadores eventuales, trabajadores a tiempo parcial o irregular, nuevos contratos cada vez más en precio, con sueldos escasos, sino ridículos. El felipismo generó una fractura social e incluso generacional. En efecto, los padres eran los mejor pagados y por tanto, los hijos podían permitirse el trabajar por sueldos miserables que no les permitían vivir solos pero sí acceder al mercado del consumo. Y esto correspondía a la división laboral antes citada: los “padres” correspondían a los trabajadores fijos y los “hijos” a los eventuales. Se había iniciado la gran (y fatal) mutación que permitió diez años después a la inmigración acceder como nueva masa laboral eventual que al no disponer de “padres” arraigados en el mercado laboral tuvieron que sobrevivir a base de pisos patera, regímenes de realquiler en el que cada habitación de un piso alquilado a un inmigrante era aprovechado por éste para realquilar las habitaciones a otros inmigrantes o el desgraciado y lamentable régimen de “camas calientes” en donde las mafias de la inmigración alquilaban tres turnos de camas, cada una de 8 horas, para que los inmigrantes durmieran. Los inmigrantes, a falta de “padres” con contratos fijos, cobrando incluso menos que los eventuales nacionales, debieron agruparse para poder sobrevivir y a la vista de que algunos que habían practicado la reagrupación familiar demandaban mejores condiciones, el aznarismo más tarde inició un régimen de subsidios a la inmigración que el zapaterismo exasperó.

Durante el felipismo el miedo se introdujo en la sociedad española y contribuyó a estabilizarla socialmente: nadie protestaba porque quien lo hacía –si no era delegado sindical y estos estaban poco dispuestos a hacerlo- se arriesgaba a ser despedido y perder su estatus laboral iniciando el incierto camino del paro cuya mejor posibilidad era la de encontrar antes o después un puesto de trabajo que ya no estaría nunca más acogido a un contrato indefinido. El miedo introdujo en la segunda mitad de los años 80 el silencio ante la patronal y la aceptación de cualquier tipo de condición que el empresario quisiera imponer a sus trabajadores. Eso o el paro. Los años 60 y 70 habían quedado atrás: en esa época era posible trabajar mucho y ganarse bien la vida accediendo al sueño español (piso de propiedad, segunda residencia, vacaciones para toda la familia y utilitario). El proteccionismo franquista era especialmente visible en la contratación laboral a fin de cerrar las puertas a revueltas obreras (y también porque una parte importante del régimen estaba afecta a las ideas nacionalsindicalistas y a la doctrina social de la Iglesia con toda su carga de paternalismo social). A partir de mediados de los 80 el empleo se convierte en la prioridad número uno de los españoles. Perderlo supone una tragedia personal. Se gana dinero, pero las jóvenes generaciones, a pesar de que trabajen con denuedo, cobran poco y no pueden formar nuevas familias, la natalidad que ya flaqueaba desde la segunda mitad de los años 70 (a causa de la inseguridad de la transición, de los primeros problemas de inflación y empleo que aparecieron en esa turbulenta época y del cambio de costumbres de la sociedad española) se desploma a partir de ese momento… Y ese es otro de los elementos nuevos que aparecen y que son a menudo utilizados como excusa para justificar la llegada masiva de inmigración: la baja demografía. Era baja, en efecto, y seguía bajando, pero eso no implicaba que la sociedad fuera a medio plazo inviable, sino que la tendencia podía rectificarse mejorando la fiscalidad de las nuevas parejas que decidían tener hijos, mediante un régimen de ayudas a la maternidad y, finalmente, mediante campañas favorables al aumento de la natalidad… medidas todas ellas que individuos como Alfonso Guerra consideraban “fascistas”. Guerra llegó a quitar los “puntos” que el franquismo había concedido a los trabajadores por cada hijo que tuvieran. La “ingeniería social” practicada por Zapatero no es una fatalidad del PSOE: es una constante desde la transición (3). Veinte años después de que el felipismo saludara el descenso de natalidad como un resultado de la nueva moral sexual (¡!) y que apareciera la figura del trabajador precarizado, en 2005, Zapatero sentenciaba que había que abrir las puertas a la inmigración y aceptar lo que viniera para compensar nuestra caída demográfica reconociendo que la política social del felipismo había constituido una verdadera catástrofe para este país.

¿Qué había detrás de todo esto? La irrupción del liberalismo y la asunción de esta doctrina por parte de la socialdemocracia. Para estabilizar a un régimen de este tipo es preciso que las clases populares, la mayoría de la población, esté instalada en la inseguridad y que ella misma se vaya instalando en esos pagos. Un trabajador que con su pareja apenas gana 2.500 euros, que está pagando una hipoteca y el plazo de un vehículo y le quedan todavía décadas por liberarse de estas deudas, difícilmente se “portará mal”, tenderá a ser un ciudadano inhibido de cualquier cosa que le pueda causar problemas, estará ausente de cualquier protesta e incluso aceptará que lo degüellen si eso le pudiera mantener en su status laboral y en la seguridad de que podrá seguir pagando (en un plazo remoto) su última deuda.

A lo que hay que añadir el entartaintment, la doctrina del entretenimiento enunciada por Zbgnieg Brzezinsky en la primera mitad de los años 70 y que puede resumirse así, de la misma manera que el imperio romano al iniciarse su fase crítica y cuando los problemas se acumularon para la población, decidió ofrecer a sus ciudadanos “panem et circensis”, ahora, los regímenes capitalistas a la vista de las crisis que tendrían que ver en las décadas siguientes solamente podría desmovilizar las protestas mediante el recurso al espectáculo. No fue por casualidad que durante el período de Felipe González se pusiera especial énfasis en el desarrollo de las televisión privada, se incentivara la creación de canales regionales de TV y, finalmente, se universalizara la contemplación de cualquier deporta, especialmente el fútbol, que, en su conjunto se convirtieron en un verdadero “opio del pueblo”, o sin utilizar un lenguaje tan arcaico, pasaran a ser el elemento desmovilizador y narcotizante de la ciudadanía.

No es raro que durante los años de Felipe González la sociedad civil, el asociacionismo, entraran en crisis. Inmediatamente después de la subida del PSOE al poder ya se hablaba de “desencanto”. Diez años después, el desencanto se había transformado en frustración y decepción y lo que era peor “absentismo” de cualquier actividad comunitaria o política con el consiguiente repliegue a lo particular. Los únicos sectores políticamente activos pertenecían a la extrema-izquierda entre cuyos tópicos figuraba desde el episodio del asesinato de Lucrecia Pérez (4)

Esta característica introducida por el felipismo contribuyó a crear un clima de condescendencia hacia la inmigración. En aquellos años, la inmigración era un fenómeno todavía virginal, los inmigrantes eran todos considerados como reediciones de la desgraciada Lucrecia Pérez, y en realidad eran algo mucho más terrible: el ejército de reserva del capitalismo liberal que se estaba formando en aquel momento y cuya función era tirar a la baja de los salarios aumentando artificialmente el número de trabajadores en busca de un empleo y, consiguiente e inapelablemente, reduciendo el precio de la fuerza de trabajo (5). Negar la repercusión negativa de la inmigración en el coste de la fuerza de trabajo es negar la lógica más elemental que rige la economía de mercado. Hoy no puede cuestionarse –a menos racionalmente, harina de otro costal es si lo que se pretende es negar contra toda lógica los argumentos anti-inmigracionistas recurriendo a la interpretación torticera de estadísticas o simplemente a su falseamiento amparados moralmente en el hecho de que la realidad es susceptible de generar “xenofobia y racismo”. Ya hemos recordado en la introducción que aunque el PIB español haya crecido entre el 3% y el 4% en la década que va entre 1997 y 2007, los salarios reales han disminuido especialmente en construcción, hostelería, servicio doméstico y agricultura. Dicho de otra manera: la inmigración, desde el principio, perjudicó a las franjas salariales peor pagadas de estos cuatro sectores (6).

James Petras tenía razón en situar el papel felipismo como elemento transformador de la sociedad española cumpliendo el encargo de asignarle un lugar en la división internacional del trabajo: ese lugar era la desindustrialización de España y su conversión en un “país de servicios”. Lo más sorprendente –y lo que verdaderamente sorprendió a Petras- fue que los “progresistas” admitían la gestión de Felipe González y el contraste entre sus propuestas de la transición y la tarea de gobierno diametralmente opuesta a sus principios desde la integración en la OTAN hasta la defensa cerrada de liberalismo. Escribía Petras: “Es llamativa la indiferencia de los progresistas frente al destino de millones de ciudadanos mal pagados y subempleados sin futuro. ¿Dónde están?” y él mismo se respondía: “Están activos; pero concentran su actividad en asuntos que afectan a minorías que representan a lo sumo un 2% de la población: minorías étnicas, drogodependientes, prostitutas, gays y lesbianas, racismo, acoso sexual... ¿Por qué eluden un compromiso con la realidad nacional y social?”. El felipismo entendió pronto que luchar por los derechos de las minorías no le comportaba ningún riesgo de enfrentarse al capital, harina de otro costal era asumir la defensa de los desheredados y de los trabajadores: implicaba la posibilidad de chocar con el capital, la alta finanza, las multinacionales y los conglomerados mediáticos que asumía su defensa en tanto que eran creación suya. Las minorías empezaron siendo para el felipismo la coartada moral que implicaba pocos riesgos. Además, las ONGs se conformaban con unas subvenciones que permitían que una parte de los fondos concedidos revirtieran en forma de gabelas a los mismos que las concedían, permitían “colocar” a los amigos o a los familiares, y finalmente generaban “buena conciencia”. Fue a partir del felipismo cuando las ONGs más absurdas empezaron a ser jugosamente subvencionadas y desprovistas de toda forma de fiscalización a pesar de vivir de los dineros públicos. La tendencia no varió con el aznarismo que siguió subvencionando a esas ONGs en la inmensa mayoría de los casos absolutamente inútiles y, finalmente, el zapaterismo extremizó esta práctica dilapidando fondos en los proyectos más absurdos, distantes y enloquecidos. Paralelamente, mientras el PSOE hablaba del 0’5% de ayuda al desarrollo, mientras entregaba fondos a espuertas para “tareas humanitarias”, desviaba la atención del problema central que se estaba generando: la pobreza iba en aumento en España, el empleo se precarizaba, la corrupción se enseñoreaba del Estado, los ayuntamientos y las comunidades autónomas. El régimen de subsidios y subvenciones que ha conocido bajo el zapaterismo su período dorado, nació con el felipismo y se mantuvo durante el aznarato. Nadie, absolutamente nadie, ningún gobierno ni de centro-derecha ni de izquierda es completamente inocente del desbarajuste que está rodeando al fenómeno migratorio en España.

Pero hubiera sido imposible llegar a ese desbarajuste sin establecer antes el marco legal a… vulnerar. Fue en 1985, cuando el felipismo trató de evitar (por imposición del club europeo) que España se convirtiera en la puerta trasera por la que se colaban millones de inmigrantes en el viejo continente. Por entonces España no estaba todavía integrada en la Comunidad Europea así que la Ley Orgánica 7/1985 de 1º de julio sobre Derechos y Libertades de Extranjeros en España tenia como finalidad establecer restricciones a la llegada de inmigrantes a nuestro país. La ley era restrictiva y se dijo que era de las más duras de Europa. Objeto de un recurso de inconstitucionalidad interpuesto por el Defensor del Pueblo, la sentencia del Tribunal Constitucional 115/1987 de 7 de julio, que anulaba algunos artículos (art. 26.2, párrafo segundo, el inciso «y solicitar del órgano competente su autorización» del art. 7 de la Ley Orgánica 7/1985, de 1 de julio, el art. 8.2 de la Ley Orgánica 7/1985, de 1 de julio, el inciso segundo del art. 34 de la Ley Orgánica 7/1985, de 1 de julio, «en ningún caso podrá acordarse la suspensión de las resoluciones administrativas adoptadas de conformidad con lo establecido en la presente Ley»). La Ley, hecha a prisa y corriendo para satisfacer a los futuros socios europeos y el aumento de los flujos migratorios experimentada a causa de los eventos del 92, generaron la necesidad de una nueva ley que se elaboró cuando todavía persistía el impacto del asesinato de la dominicana Lucrecia Pérez y estaba al frente del ministerio Cristina Alberdi. Por entonces ya existían asociaciones de inmigrantes que presionaron al gobierno y llegaron a exigir que la reagrupación familiar fuera automática y entendida como “derecho fundamental” (véase El País. 18, abril, 1985), realizada por la presidente de Madres Dominicanas, Bernarda Jiménez, de la misma nacionalidad que Lucrecia Pérez. Otras asociaciones siguieron insistiendo en que la ley daba excesivo protagonismo a la policía en materia de inmigración planteándose que cuando España ocupara el semestre de presidencia europea, se redactara una nueva ley a lo que Felipe González accedió (y, por supuesto, no cumplió). En esos años también empieza a parecer en los medios la retórica de la “integración” como objetivo fácilmente alcanzable (a pesar de que nunca se había alcanzado, y nunca se alcanzaría en país alguno de Europa) pero el nuevo mito mediático ya estaba lanzado al terreno y a partir de ahí de lo que se trataba era de dilapidar cuantos más fondos mejor en “proyectos de integración”, los mismos que sistemáticamente habían ido fracasando en Europa. Pero en aquel tiempo los socialistas españoles, completamente ignorantes de lo que estaba ocurriendo en países como Reino Unido, Francia, Holanda, Alemania, pensaban que más allá de nuestras fronteras todo iba bien y que si existían tensiones era por la presencia de grupúsculos xenófobos y racistas, los mismos que habían asesinado a Lucrecia Pérez. El PSOE no podía evitar coquetear en aquella época con el “papeles para todos”, de la misma forma que su sindicato y sus juventudes estaban completamente instalados en esa ficción al calor de la cual José Luis Rodríguez Zapatero formaría su criterio político en la materia.

El 26 de octubre de 1992 una comisión interministerial del Gobierno aprobó un anteproyecto de ley para agilizar la concesión de visados a los familiares de los cerca de 110.000 inmigrantes instalados legalmente en España, es decir sobre la reagrupación familiar de los trabajadores extranjeros establecidos en España. La comisión no fijó ningún límite numérico a esta reagrupación. Por entonces, las cifras oficiales de inmigrantes extracomunitarios no superaban los 150.000. Así pues, esta ley, aprobada en un momento en el que la cifra de inmigrantes era baja, no preveía el boom del fenómeno. Al producirse éste, la política de reagrupación familiar fue solo uno más de los muchos elementos que confluyeron a la cristalización del “efecto llamada”. Solamente a principios de septiembre de 2003, manifestó su intención de limitar la reagrupación familiar a los cónyuges, hijos y padres. Y desde luego no se trataba de una propuesta muy sincera sino simplemente tranquilizadora porque en las encuestas del CIS hacia dos años que la inmigración aparecía entre los cuatro grandes problemas que preocupaban a los españoles.

La lectura de las noticias de aquella época hace casi sonreír. La muy felipista Comisión Interministerial de Extranjería acordó con toda solemnidad poner en marcha diversas medidas para reforzar la persecución del trabajo clandestino realizado por los inmigrantes y la explotación de estos empleados por parte de empresarios españoles… Eso mismo volvió a proclamar años después con no menos solemnidad Jesús Caldera tras la regularización masiva de febrero-mayo de 2005 cuando reiteró que los empresarios que contrataran a ilegales serían duramente castigados. Y lo mismo volvieron a hacer los socialistas en 2010 cuando la necesidad de recaudar más fondos imponía actuar contra el trabajo negro. En ninguno de estos casos, por muchas comisiones creadas y mucha solemnidad con que se enfatizaron las frases, se consiguió absolutamente nada.

En octubre de 1993, la administración socialista proclamaba –en medio de la penúltima gran crisis económica que vivió nuestro país hasta la fecha- que España había dejado de ser un país “de emigrantes” sino país “de inmigración”, algo que, por algún motivo y contra toda lógica, el felipismo consideraba un éxito (seguramente porque esa era la orden emanada de los centros de poder económico mundial). El director general de Migraciones del Ministerio de Asuntos Sociales, Raimundo Aragón, fue el encargado de llevar a la opinión pública este triunfalismo en un curso organizado en la Universidad de Oviedo. Según Aragón, se podía decir que desde el año 1974 ya no se emigra de España, como demuestra que en 1991 sólo unas 10.000 personas salieran del país y que sólo un 5 por ciento de la población haya expresado su deseo de vivir en el extranjero. Aragón afirmó que, por el contrario, la inmigración "ha sufrido una evolución distinta" y ha registrado un fuerte incremento, favorecido en parte por el proceso de regularización de inmigrantes desarrollado a partir de la denominada Ley de Extranjería de 1985.

Un año después, en 1994, el gobierno socialista aprobó un plan para la integración social de los inmigrantes –el primero de una larga serie de proyectos descarrilados todos y sobre los que nadie ha pedido explicaciones de a dónde han ido a parar los fondos dilapidados-, promovido por la entonces ministra socialista de Asuntos Sociales, Cristina Alberdi (pasada en 2004 al PP cuando parecía que este partido revalidaría su triunfo electoral y nadie daba un duro por aquel iluminado que parecía ser José Luis Rodríguez Zapatero, y que efectivamente lo era no solamente cómo suponía buena parte del país, sino mucho más de lo que era capaz de suponer el país). La Alberdi consideraba preocupantes que hubieran aparecido “algunos fenómenos racistas" (una vez más se refería al Caso Lucrecia porque examinando la prensa de la época -1994- se constata que no hubo absolutamente ningún otro incidente racista digno de relieve) y expresaba su preocupación y la del gobierno por “estos posibles brotes de xenofobia". Lo más significativo de ese proyecto de integración fue la creación del Observatorio de Inmigración y del Foro de los Inmigrantes instrumentos que debían desarrollar el plan. El primero debía servir para realizar diagnósticos cuantitativos y cualitativos sobre la naturaleza del flujo de inmigración que llegaba a España. Casi veinte años después de aquellas iniciativas, ya sea en su versión original o en la remodelación que impulsó Consuelo Rumi en 2006, no sirvieron absolutamente para nada salvo para dilapidar fondos.

Otra de las curiosidades de la época consistió en la reunión plenaria del Senado el 5 de julio de 1990 en el curso de la cual el PP pidió “enérgicamente” la regulación de la inmigración en España. En una loable defensa a los derechos de los inmigrantes, el portavoz del grupo, José Miguel Ortí, aseguró que la Ley de Extranjería “no sólo está produciendo lesiones de los derechos y libertades de los extranjeros en España, sino que está dando lugar a reacciones de xenofobia en sectores minoritarios de nuestra población”… Ortí, no estaba tocado con el don de la videncia y no podía prever que una vez instalado en el poder con mayoría absoluta, el PP aprobaría una ley más restrictiva... que, paradójicamente, tampoco tendría ningún efecto regulador.

El Plan de Inmigración felipista debería “sentar las bases para afrontar el incremento de refugiados e inmigrantes que se producirá antes del año 2000”, tal como anunció. Alberdi, que calificó de "generosa" la política de España en materia de inmigración, advirtió que "vamos hacia una sociedad multicultural y multiétnica en la que el respeto y la tolerancia serán valores básicos"… era la primera vez que un miembro del gobierno socialista en ejercicio de su cargo hablaba en estos términos que luego se harían habituales en el zapaterismo.

Efectivamente, la postura del PSOE podía ser considerada como “generosa” y así lo reconocía en agosto de 1994 la Fundación Agnelli en la conclusión del informe “El Islam en Europa”. España era considerada como el país de la Unión Europea (UE) que concedía mayores reconocimientos a la religión islámica, pese a que la inmigración a esa nación era un fenómeno muy reciente y que la población de fe musulmana no superaba el 0,6 por ciento del total en aquellos años. "España, Italia y Grecia –señalaba el informe- se han convertido en meta de los flujos migratorios a partir de mediados de la década de los 80, a menudo considerados como países de primer acceso para luego posiblemente proseguir hacia las naciones más apetecibles del norte de Europa". Según el informe, el acuerdo del 28 de abril de 1992 entre el Estado y la "Comisión Islámica de España" concedía "mayores reconocimientos a la religión islámica”.

En efecto el gobierno felipista, reconocía que el Islam es "de tradición secular en nuestro país y de relevante importancia en la formación de la identidad española". Seguramente querían decir que la identidad española se forjó precisamente en la lucha contra el Islam desde la batalla del Guadalete hasta Lepanto... No es precisamente “memoria histórica” lo que sobra en el socialismo español, sino abundancia de tópicos prendidos con alfileres y de criterios históricos mal asimilados y peor vulgarizados.

Llama también la atención que en los últimos veinte años no hayan aparecido problemas nuevos relacionados con la inmigración que los que ya empezaban a fraguar durante el felipismo. A título de ejemplo podemos citar las  El 10 de enero de 1994, el flamante subsecretario de Interior, Fernando Puig de la Bellacasa, aseguro que “las autoridades españolas serán inflexibles con la delincuencia extranjera” añadiendo, no sin razón que “los primeros beneficiados de esta lucha son los extranjeros que viven y trabajan de una forma normal en España". Las declaraciones que dio a “El País” recién ascendido a número tres de Interior vale la pena recordarlas. Dijo por ejemplo: que la llegada de inmigrantes a España "es un fenómeno positivo, en términos de enriquecimiento social y cultural". Añadió luego que "En caso de que no consigamos controlarlo estaríamos dando una base para la explotación de esta mano de obra de forma abusiva y estaríamos creando un ambiente que favorecería la xenofobia". Identificó a las mafias como las grandes beneficiarias del conflicto. Y no estuvo muy afortunado cuando aludió a que “es un tópico que España sea la frontera sur de Europa en cuanto a inmigración. España tiene menor presión migratoria del sur que muchos países del norte de Europa". O, para tranquilizar a la opinión pública explicó, con una seriedad pasmosa que "desde el verano pasado las embarcaciones detectadas han sido menos", atribuyendo dicho descenso al “esfuerzo” de las autoridades marroquíes. Más lúcido estuvo cuando declaró al finalizar la entrevista que "Otro tópico es que los flujos migratorios son incontrolables y que están relacionados con el hambre. Los niños famélicos de Sudán no emigran", dijo el nuevo subsecretario.

Esa tendencia a tranquilizar a la opinión pública es la que luego, examinando archivos de prensa, produciría carcajadas de no ser por la gravedad de los hechos. Fíjense sino; el 28 de octubre de 1992, el ministro marroquí en el Exterior, Ratig Haddaui, dijo que la colaboración hispano-marroquí para controlar la inmigración ilegal "empieza a dar sus frutos", tras ser recibido por el Defensor del Pueblo, Alvaro Gil Robles. El ministro de la Comunidad Marroquí en el Exterior se mostró satisfecho por "todo lo que hace el Gobierno español" y subrayó que hay determinados problemas que no se pueden resolver sin una colaboración muy estrecha entre ambos gobiernos.  Haddaui afirmó que la situación de los marroquíes en España "mejora día a día" y anunció que "las cosas van a mejorar mucho más en las próximas semanas". Es evidente que algo ha pasado para que algo más de diez años después, la situación sea justamente la peor de todas las posibles.

Quedaba aludir, por supuesto, a la zona más candente de todo el problema: Ceuta y Melilla. Sin exagerar podemos decir que Felipe González es el responsable del vuelco demográfico producido en estas plazas y del consiguiente aumento del islamismo.

En 1985, la Ley 7/1985, sobre derechos y libertades de los extranjeros en España, como era de prever, suscitó problemas en Ceuta y Melilla. Un número extraordinariamente alto de ciudadanos de origen marroquí radicados en estas plazas, carecían de la documentación suficiente para residir con plenitud de derechos en estas dos ciudades. Cúmplase la ley: luego expúlsese a los ilegales. Demasiado como para pensar que el felipismo sería consecuente con su propia legislación. En noviembre de 1985 se produjeron incidentes que fueron presentados en Marruecos como principios de una insurrección de las comunidades musulmanas. La cosa no llegó muy lejos y pronto la agitación remitió dando paso a un acuerdo entre la comunidad musulmana y el gobierno español que triplicó el número de nacionalizados españoles de religión islámica y procedencia marroquí. A nadie se le escapaba –sólo al gobierno del PSOE- que se trataba de un error y, más en concreto, de una muestra de debilidad. Aumentar la presencia de una comunidad objetivamente dispuesta a sostener las posiciones de Marruecos, constituía la baza más fuerte de la partida entregada gratuitamente a Marruecos por el gobierno de Felipe González. Hassán II decidió dar un nuevo paso al frente, proponiendo la creación de una “célula de reflexión” y para ello utilizó un lenguaje deliberadamente conciliador. Hassán II, mucho antes que Zapatero, había inventado el recurso al “talante” para “proponer soluciones dentro del marco de los derechos imprescriptibles de Marruecos y de los intereses vitales de España”. El gobierno español se negó: había percibido, finalmente, que la ambigüedad y la debilidad no eran los mejores argumentos ante Hassán II.

Esta dificultad hizo que Hassán II variara su estrategia. Para colmo se le venía encima una crisis económica sin precedentes y la población juvenil prefería emprender el camino de la inmigración antes que permanecer en una patria que no ofrecía perspectivas. El mundo islámico, por lo demás, también estaba en permanente mutación a partir del ascenso de Jomeini al poder en Irán. Hassán II, para preservarse del potencial desestabilizador de todos estos elementos, intentó un alineamiento con los países occidentales y abordó el inicio de su idilio con los EEUU que su hijo ha concluido con la firma del Acuerdo de Libre Comercio de 2004.

En 1990, cuando EEUU llamó al orden a Irak tras la ocupación de Kuwait, Marruecos participó en la coalición internacional. Logró, a través de la influencia francesa, un acuerdo de asociación con la CEE mediante la cual fue recibiendo jugosas ayudas para programas de cooperación. Incluso con España, Rabat estuvo en condiciones de trenzar acuerdos de amistad y cooperación. En 1985 adquiría material de guerra en nuestro país (error: no hay nada peor que contribuir a rearmar al adversario geopolítico). Oficialmente, ambos países vivían un nuevo idilio presidido por un ambiente de armonía y comprensión recíproca. Sin embargo, los problemas se multiplicaban y acumulaban: las exportaciones de hachísh a Europa empezaban a ser masiva, los productos hortofrutícolas marroquíes suponían una competencia desleal para los productos españoles y, además, entraban en los mercados europeos pasando por España, la inmigración marroquí estaba invadiendo Europa y, más en concreto, Francia y Bélgica. Marruecos creaba problemas y Europa (particularmente España) financiaba a Marruecos. Error: no financies a quien te crea problemas.

En 1988 España concedió un crédito multimillonario a Marruecos. En 1989 se firmaron acuerdos de protección de inversiones y cooperación militar. Poco después se sabía de un faraónico proyecto de unir España y Marruecos mediante un puente o un túnel submarino. Se institucionalizaron las conferencias bilaterales, de rango similar al que España celebraba con países europeos. Finalmente, el 4 de julio de 1991 se firma un Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación, ratificado en 1993. A este acuerdo siguió otro firmado en 1993 para el desarrollo del Norte de África y, en 1996, otro más para cambiar deuda externa por participaciones empresariales; y, finalmente el acuerdo para combatir el cultivo de cannabis… El cultivo del cannabis es ahora un 250% mayor al del momento en que se firmó el acuerdo. Error: no firmes tratados con alguien que, día a día, evidencia no ser un buen vecino.

En 1994, Marruecos volvió a la carga en su parlamento reivindicando la devolución de los “enclaves coloniales” y todo el asunto de la “célula de reflexión”. El primer ministro Adelatif Filali, volvió a insistir en la “recuperación de las dos ciudades usurpadas, Ceuta y Melilla, y las islas vecinas” y, ante NNUU, aludió a “las últimas colonias en África”. Ayuda, cooperación, a cambio de reivindicaciones e insultos. Error: no ayudes a quien te insulta.

En realidad, toda la política felipista en materia de inmigración había sido un enorme, increíble y fenomenal error que repercutiría negativamente en los veinte años siguientes.

© Ernesto Milà – infokrisis – http://infokrisis.blogia.comhttp://info–krisis.blogspot.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

Inmigración (I) 1960-1982

Infokrisis.- Veamos algunas cifras reales que tienen muy poco que ver con las cifras que nos han dado desde 2002 los sucesivos gobiernos que han asumido el timón de este país: según el informe del Instituto Nacional de Estadística en enero de 2011 residían en España 6.700.000 de inmigrantes de los que 1.000.000 había adquirido la nacionalidad española. Esto es, el 14,1% de la población total residente en territorio nacional que asciende a 47,1 millones de personas (1). No es como para tomárselo a broma. No hace mucho, en 2010, el gobierno insistía, jugando con la calificación de “legales” e “ilegales”, con la de inmigrantes empadronados y no empadronados y evitando la cifra de inmigrantes naturalizados (seguramente uno de los secretos mejor guardados en este país), para reconocer apenas 4.800.000 inmigrantes, dos menos de los reales. De aquella España salida del desarrollismo y en camino hacia la democracia formal en donde apenas existían unos pocos miles de inmigrantes, a la España de 2011 en donde esa cifra aumenta sin cesar, hay un trecho que pasa por tres etapas que nombraremos según quien estuvo en el timón del Estado: el felipismo, el aznarismo y zapaterismo.

Quien quiera ver en la inmigración el resultado de las políticas erráticas del gobierno Zapatero, se equivoca. La debilidad programática del zapaterismo y su irresponsable política de ingeniería social supusieron apenas un agravamiento de un problema pre-existente, pero en absoluto su origen. Podemos distinguir cuatro períodos que han contribuido a la formación del fenómeno migratorio en España:

1) El período franquista que a nuestros efectos se prolonga desde 1960 hasta 1982 en el cual se establecen las bases de lo que será el modelo económico español que ha persistido hasta nuestros días (basado en turismo, construcción y agricultura), sectores con baja productividad, bajo valor añadido y que requieren altos niveles de contratación.

2) El felipismo (1983-1996) que ya demostró desde el principio una intención multicultural y un  favorecimiento a la entrada de inmigrantes (especialmente en Ceuta y Melilla) preparándose las bases legislativas del fenómeno. En ese período, el ingreso en la Unión Europea acarreó un período de crecimiento económico ficticio (hubo abundancia, especialmente porque los fondos estructurales recibidos lo eran en cantidades exageradas) y no exento de sombras (la “reconversión industrial” se realizó liquidando sectores enteros de nuestra economía, especialmente industria y recursos estratégicos –astilleros, minería, altos hornos- en beneficio de sectores proclives a las “burbujas” –turismo y construcción- sentándose las bases del actual descalabro económico-social).

3) El aznarismo (1996-2004) período durante el cual se van hinchando las burbujas beneficiadas por el modelo económico enunciado por el nuevo presidente del gobierno (basado en salarios bajos, acceso fácil al crédito, inmigración masiva y ladrillo) que requiere de la importación de mano de obra barata que tire hacia abajo los salarios, por su misma presencia genere crecimiento económico y aumente el consumo interior.

4) El zapaterismo (2004-2011) período marcado en una primera fase por una irresponsable y dogmática política de ingeniería social dentro de la cual la inmigración era uno de los factores claves para “cambiar la sociedad española” y llegar a una sociedad multicultural. Durante esa primera fase se abrió de par en par las puertas a la inmigración. La segunda fase coincidió con el segundo mandato de Zapatero y con el inicio de la gran crisis económica: la inmigración siguió llegando aun cuando suponía un peso muerto para nuestra economía y una losa para nuestra recuperación.

Pues bien, vamos a intentar analizar con cierto detalle cada uno de estos períodos para entender cómo hemos llegado el 2011 a un estadio en el que la inmigración tiene difícil salida si lo que se pretende es resolver el problema. Mucho nos tememos que en los próximos años, el gobierno de turno se limite a negar la existencia del problema, a aumentar las inversiones en materia de subsidios y subvenciones y a seguir regularizando inmigrantes aun cuando nuestro mercado laboral sobresaturado no podrá integrarlos –en el supuesto de que lo pueda hacer alguna vez- según los más optimistas hasta 2021 y según los más pesimistas hasta 2025… Esta es, pues, la historia de un despropósito y de sus cuatro fases.

I. El período franquista (1960-1982)

Si durante los años del franquismo el desarrollo español hubiera sido más temprano (se inició realmente en 1960 y todo lo anterior no fue más que intentos de supervivencia y esfuerzos –a menudo frustrados- por salir de la miseria) y más sólido (los tres pilares de nuestra economía entre 1960 y 1973 fueron construcción, turismo y envío de remesas por parte de nuestros inmigrantes en el exterior), España jamás hubiera pactado unas condiciones perjudiciales para sí misma durante la negociación con la UE y los flujos migratorios hubieran podido ser mejor regulados y absorbidos más fácilmente por nuestro mercado laboral. Por eso es importante tener en cuenta el origen del problema: el modelo económico de desarrollo –erróneo en nuestra opinión- que se construyó en los años 60.

Fue en 1960 cuando podemos considerar que arranca el desarrollismo. Ese año el gobierno liberalizó el comercio exterior, el nivel de vida se elevó considerablemente y la producción industrial aumentó espectacularmente; el sector “secundario” pasó a abarcar un 30% de la economía del país. En 1960 era ya evidente que nos encontrábamos en una situación muy diferente a la de 1951 (la guerra, por entonces había terminado doce años antes pero sus consecuencias seguían experimentándose dramáticamente)…

En 1945 una mala cosecha hizo que reapareciera el peligro del hambre. Nuestra renta per cápita estaba por los suelos y la de 1951 equivalía en todo a la de 1913 en donde 513 pesetas de ese año equivalían a las 7.000 de entonces. Entre 1939 y 1951 no hubo impulso económico sino, como máximo, economía de subsistencia. Y en el período que abarca de 1951 a  1960 el crecimiento es lento, irregular, inconstante y poco evidente. En realidad, España vivió entre 1939 y 1959 veinte años de soledad y autarquía económica. Las barreras aduaneras eran casi insuperables, lo poco que se importaba y exportaba se había por cupos y estos estaban sometidos a una corrupción de la que se hablaba poco pero que todos sabían que existía.

En los años 50, España seguía teniendo un perfil rural y la mitad de la población vivía en el campo. Medio siglo antes eran dos tercios de la población los dedicados a actividades agrícolas y ganaderas, pero entre 1965 y 1970 ese porcentaje disminuyó hasta un tercio de la población. Nuestro gran período fueron los años 60: entonces si que pudo hablarse de despegue económico. El consumo y el nivel de vida aumentaron hasta el punto de que cuando se llegó a 1970, nuestra renta per cápita había alcanzado los 820 dólares (cuando se consideraba que más de 400 era un síntoma de desarrollo. Ciertamente, el sector primario en 1969 abarcaba el 15%, mientras que en Europa oscilaba entre el 3 y el 9%, pero esto indicaba solamente nuestra situación en el concierto de las naciones europeas: estábamos por detrás de Francia, el Reino Unido y Alemania y ocupábamos una posición intermedia entre Italia a un lado y Grecia y Portugal a otro.

A lo largo de los 60 nuestra producción de frigoríficos aumento catorce veces y la de coches lo hizo nueve veces. Entre 1960 y 1966 se duplicó la producción de acero. Era el resultado de las medidas liberalizadoras de nuestra economía aprobadas en consejo de ministros el 30 de julio de 1959 y que afectaron a 1/3 de nuestro comercio exterior. Se importaron materias primas (especialmente hidrocarburos, siderurgia y productos químicos), bienes de equipos y alimentos. Las exportaciones sin embargo crecieron poco, apenas productos del campo (frutos secos, vino, aceite y hortalizas), pero muy pocas manufacturas. Las pocas que se producían no eran en absoluto competitivas, hacía falta tecnología e inversión y no había ni de lo uno ni de lo otro. Todo esto hizo que aumentara el déficit de la balanza comercial. En 1963 eran 1.219 millones de dólares y en 1970 habían llegado a los 2.337.

Si el desarrollo económico español fue viable se debió a tres factores que, en cierta medida han seguido estando presentes en nuestra historia económica reciente: de un lado el turismo hizo que afluyeran divisas suficientes como para compensar la balanza de pagos. De otra, casi dos millones de españoles habían marchado al exilio económico y enviaban cada mes remesas de dinero en divisas a nuestro país (como ocurre hoy en sentido inverso con los inmigrantes que envían caudales a sus respectivos países siendo en varios de ellos –Ecuador y Marruecos especialmente- la primera o la segunda fuente de ingresos de esos Estados. Finalmente la recepción de inversiones extranjeras garantizó un nivel aceptable y acelerado de desarrollo. No solamente el déficit fue cubierto, sino que aumentaron las reservas de oro y de divisas. A lo largo de los años 60 estas reservas se habían sencillamente duplicado.

El turismo, desde luego, fue nuestro gran invento y desde entonces ha quedado fijado a la economía española en un puesto preferencial. Solamente en 1961 los ingresos por turismo habían compensado el déficit comercial. Así que podíamos estar moderadamente tranquilos. En 1970 los ingresos por turismo habían sido 1680 millones de dólares que cubrían el 81% del déficit comercial. Por delante solamente teníamos a un país en número de pernoctaciones turísticas: Italia. Pronto la superaríamos. A pesar de que fueran las suecas quienes se llevaron la fama, la mayoría de los turistas que llegaban a nuestras playas procedían del Reino Unido, Francia y Alemania, venían en torno a 1.000.000 de norteamericanos peregrinando por los sanfermines y las ferias taurinas y 800.000 escandinavos que se dejaban notar en nuestras playas. Entonces eran menos… pero dejaban más. Pronto nos convertimos en la meca turística de la clase media europea.

La emigración también aportó lo suyo. En 1966 teníamos a 1.800.000 trabajadores sudando fuera de nuestras fronteras. Su perfil era el de un obrero de entre 20 y 40 años que estaba entre dos y tres años trabajando en Alemania, Francia o Suiza para regresar luego con fondos suficientes con los que levantar un pequeño negocio o, simplemente, comprarse un piso. El fenómeno alcanzó relieve en 1960 y cuatro años después, muchos de los que se habían ido ya estaban volviendo. Esa nueva emigración era radicalmente diferente a la que se había conocido hasta entonces. Si exceptuamos el período entre 1936 y 1945 en donde no hubo inmigración de ningún tipo, a parte de la forzada por cuestiones políticas, en 1950 empezaron de nuevo los flujos migratorios hacia Iberoamérica (50.000 al año), y solamente fue a partir de 1960 cuando se empezó a sentir la tendencia a emigrar a Europa (y a disminuir las fugas hacia Iberoamérica). De hecho, la emigración de españoles fue una de las resultantes del Plan de Estabilización de 1959. El propio gobierno facilitó y estimuló el fenómeno.

Finalmente, la inversión extranjera que en el período autárquico había quedado limitada (la ley de 24 de noviembre de 1939 limitada al 25% la participación extranjera en empresas españolas) se amplió en 1950 hasta el 50% y aumentó especialmente a partir de 1961. Necesitábamos inversiones en el sector turístico para afrontar una creciente demanda y también necesitábamos inversiones directas en empresas. Llegaron capitales de Alemania, Francia Inglaterra, Suiza y EEUU (184 millones de dólares en 1965… lo que apenas suponía el 1,3% de la inversión norteamericana en Europa). Fruto de estas inversiones fue el impulso dado a algunas empresas (Barreiros y Altos Hornos, por ejemplo).

España estaba cambiando. Entre 1870 y 1970 la población del país se duplicó (de 16 millones de habitantes a 33). En 1952, cuando nació el que suscribe estas líneas, nuestro índice de natalidad superaba en un 10% al de mortalidad. La mortalidad infantil empezó a descender a partir de mediados de los años 50 y la población fue creciendo… como también crecieron sus necesidades de consumo. Y, como se sabe, en Europa al menos, el crecimiento de la población es un estímulo para el crecimiento subsiguiente del capitalismo.

Éramos y somos un país desequilibrado demográficamente: una parte importante del centro estaba despoblado (provincias como Guadalajara, Soria, Cuenca, Teruel o Huesca tenían una densidad de población de apenas 20 habitantes por kilómetro cuadrado), a parte de Madrid (que absorbía un 10% de la población total del país a finales de los 50 (33 millones de habitantes), las ciudades de mas de 500.000 habitantes se situaban en la periferia costera.

Peor estaban las cosas en materia educativa: en 1965 apenas había en todo el país 13.687 ingenieros y ese año 22.000 reclutas que ingresaron en el ejército eran completamente analfabetos. Nuestro sistema educativo era insuficiente y nuestro tejido de profesionales técnicos y científicos extremadamente tenue. Un tercio de la enseñanza primaria estaba en manos de las órdenes religiosas en 1968. Ese año el 16% de los niños de 6 a 13 años estaban sin escolarizar y otros 770.450 tenían una escolarización muy deficiente. A pesar de que el II Plan de Desarrollo proveía crear más de medio millón de nuevas plazas escolares, ese objetivo seguía siendo pobre.

*     *     *

De todo esto se deduce un panorama en el que convivían dos “Españas” la desarrollada y la del subdesarrollo. Había en todo esto un problema “histórico”. El capital disponible en España se había orientado hacia sectores de muy baja productividad (construcción, turismo y especulación) y la clase dirigente no había asumido el mismo papel que la burguesía en el pelotón de cabeza de Europa. Y en eso seguimos cuarenta años después.

El problema del capitalismo español era endémico y nuestros problemas no venían ni de la República ni del franquismo. A éste último, como máximo, se le puede responsabilizar el que intentara recuperar el tiempo perdido por la vía de la planificación, el autoritarismo y el sacrificio de las libertades políticas. En todos los terrenos de la economía, nuestro país había ido acumulando unos retrasos espectaculares. A pesar de ser un país, en la época, eminentemente agrícola, nuestro sector primario estaba inadecuado para la producción en los años 50.

A mediados del siglo XIX, antiguos ganaderos favorecieron el impulso cerealista que se vivió en la época, pero hasta mediados del siglo XX existió muy poca mecanización para facilitar las tareas del campo. Además, nuestra sociedad rural mantuvo hasta hace poco estructuras sociales que no eran sino reminiscencias del antiguo régimen. Solamente distintas oleadas de inmigración a la ciudad rompieron esta tendencia: el campo empezó a despoblarse y en apenas tres décadas precisaría mano de obra, pero ésta parecía no encontrarse ya en el país sino que se prefirió recurrir a mano de obra de importación.

Peor iba la industrialización que se había iniciado en Catalunya en la segunda mitad del siglo XVIII con la industria del algodón y la aparición de la Compañía Catalana de Hilados de Algodón. La burguesía de aquella región empezó a demostrar actitudes para ir de capital industrial del Reino. La fábrica de tejidos que se instaló en Guadalajara, en cambio, resultó un fracaso. Afortunadamente, el edicto de 1771 confirmó las tendencias proteccionistas prohibiendo la entrada en España de textiles extranjeros. Solamente fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando aparecieron los polos industriales modernos. En Bilbao se aprovechó la presencia de mineras muy bueno de hierro para establecer hornos Bessemer en 1856 que en 1899 lograba exportar 9.500.000 de toneladas de mineral. Se pactó con Inglaterra el cambio de mineral de hierro por carbón. Otro tanto ocurrió en Asturias al iniciarse la explotación de minas de carbón.

A partir de 1891 se produce el enfrentamiento histórico entre grandes industriales catalanes y vascos y grandes propietarios agrícolas castellanos y andaluces, al intentar restaurarse un severo proteccionismo que se agravó con la pérdida de las colonias. El mercado nacional era todavía débil la concurrencia limitada y existía un enfrentamiento con el proteccionismo. No eran, desde luego, las mejores condiciones para lograr el desarrollo económico de nuestro país.

El desarrollo industrial se apoyó en Bancos propiedad de familias muy ricas a la vista de que el ahorro de las empresas y de las familias era casi inexistente. Aún en 1965, esa situación apenas había variado. Los bancos, ese año proporcionaban los dos tercios del crédito. Los bancos (el Bilbao, el Vizcaya, el Hispano, el Banesto y el Central) dominaban el mercado de capitales y, por tanto, controlaban amplios sectores de la industria. Los diez mayores monopolios representaban el 45% del capital de las 150 empresas nacionales mayores, pero sólo el 35% de sus beneficios. Pero los bancos españoles eran todavía pequeños en el contexto internacional. El primer banco español estaba situado en el puesto 70 en el ranking internacional. Nuestras empresas eran minúsculas: la francesa Rhône Poulenc del sector de químicas era tan grande como las 14 empresas del sector que existían en ese momento en España. Existió un régimen capitalista en esa época (1960-1983) pero hasta 1975 fue escuálido.

La autarquía que irrumpió entre 1939 y 1959 empeoró todavía más la situación. En 1960, la gran polémica en España era entre partidarios y contrarios al proteccionismo. Cuando ganaron estos últimos, buena parte de las empresas que se habían construido (y que se levantarían en la próxima década) no eran competitivas ni técnicamente estaban a la altura. No solamente la producción de mercancías estaba a mínimos en relación con Europa (por lo menos hasta 1960), sino que la circulación de esta producción constituía un verdadero martirio. La red ferroviaria era insuficiente. Las carreteras de muy mala calidad. Y en cuanto al parque de camiones baste decir que en el Benelux había diez veces más que en España y, para colmo, más modernos. No había capital ni recursos para que el Estado fomentara un programa de obra pública con envergadura suficiente como para compensar el atraso consuetudinario. Y este no llegaría hasta la muerte de Franco y con el inicio de la transición cuando se comprobó que, efectivamente, España se encaminaba hacia una democracia formal aceptable para los países del entonces Mercado Común Europeo.

La situación de los ferrocarriles fue particularmente preocupante hasta los años 60. La red radial beneficiaba al centro pero perjudicaba a la periferia y ayudó a que se agudizara la diferencia sociológica entre el interior y la costa: mientras que esta cada vez se poblaba más, el centro (salvo Madrid) tendía justo a lo contrario. En 1849 se inauguró el ferrocarril Barcelona-Mataró y en 1901 existían 13.168 km construidos que en 1966 solamente habían crecido hasta 18.200 km. Lo peor no solamente era que el ferrocarril creciera poco, sino que el que existía estaba abandonado. En 1940 había traviesas de madera que tenían ya 50 años de antigüedad con la inseguridad que esto conllevaba. Incluso después del período de crecimiento 1960-70, en 1969 el nivel del tráfico español de mercancías era de 7.886 millones de toneladas lo que apenas suponía un 15% del que tenía lugar en Francia, lo índice el nivel de nuestro atraso en esta materia. Si bien en los años sesenta aparecieron nuevos modelos de ferrocarriles (el Taf, el Talgo, el Ter), en 1970 íbamos muy por detrás de cualquier país europeo e incluso había regiones como Extremadura prácticamente aisladas.

Nuestras carreteras no iban mucho mejor, sin embargo nuestro parque de automóviles es lo que mejoró con más celeridad como muestra del consumismo de los 60. Si en 1955 corrían por nuestras carreteras apenas 233.000 vehículos, en 1965 ya eran 1.900.000 y en 1970 habían llegado a 4.000.000. Los vehículos crecieron a más velocidad que la red de carreteras. No es raro que el II Plan de Desarrollo dedicara la mitad de los fondos públicos a mejorar las carreteras. El Plan Nacional de Autopistas preveía que para 1975 existieran 500 km de peaje y los primeros km solamente se inauguraron en Barcelona en 1979 y 1971-72. En 1967 el Plan de Renovación de Carreteras preveía la construcción de 5.000 km nuevos. Pero las carreteras secundarias hacía años que no se habían renovado. Nuevamente era la falta de financiación lo que retrasaba proyectos que los tecnócratas del régimen habían diseñado sobre el papel pero que eran inviables a la vista de la realidad económica del país.

Tampoco en los transportes marítimos estábamos en los años 60 mejor situados a pesar de que en 1966 un tercio de las importaciones se transportaban en barcos españoles. Había muchos puertos pero de poco tráfico y de muy primitivos equipamientos. Cinco de los grandes puertos estaban en el Cantábrico mientras que el petróleo entraba por Tenerife, Cartagena y Huelva y las mercaderías secas por Bilbao y Barcelona. En 1969 nuestra flota era la catorceava del mundo con 3.330.000 toneladas. Había muchos barcos… pero demasiado viejos. En 1963 el 38% de nuestros barcos tenía más de 25 años (por un 6’7% en el mundo desarrollado). A partir de 1960 se dio un fuerte impulso a la construcción naval que facilitó el que en 1967 los barcos mayores de 25 años hubieran descendido al 17’6% y los que tenía menos de 5 años pasaron a ser el 34%. Pero existían demasiadas empresas navieras y astilleros y era evidente que no todos eran competitivos.

La minería era escasa a pesar de que España había sido desde el Imperio Romano considerado como un país minero. Se extraían 15 millones de toneladas en 1967 suficientes como para cubrir las necesidades del país. Pero ese carbón era de mala calidad y las minas eran de difícil explotación. Esto hacía que solamente pudieran emplearse como combustible en plantas térmicas. Después de los años de proteccionismo se estabilizó la producción y en los años 60 hubo que cerrar muchas minas por ser antieconómicas. Por otra parte cada vez hubo que soportar más la competencia de América y África.

Nuestro talón de Aquiles para la era industrial era el petróleo. No teníamos y las explotaciones que se iniciaron en Ayoluengo y luego en La Rápita o las pizarras bituminosas de Puertollano no lograron jamás autoabastecernos. En 1960 la distribución de carburante era mediocre y la capacidad de refinado no cubría las necesidades, pero en los diez años siguientes la incorporación de nueve plantas consiguió un fenomenal salto adelante pasando España a abarcar el 1% del refinado mundial.

En el sector de la electricidad es donde recuperamos el tiempo perdido. Hasta mediados de los años 50 seguían produciéndose “restricciones” eléctricas. Sin embargo, en 1970 se producían 56.486 millones de kilowatios lo que suponía el triplicar la producción de 1960. El éxito se había conseguido gracias a una política racional de embalses. No solamente se producía electricidad sino que se facilitaba la irrigación de los campos. Siguió utilizándose hulla de baja calidad para las centrales térmicas y empezó a utilizarse la energía nuclear pues, no en vano, existían minas de Plutonio en España. En 1970 se inauguraron las centrales de Zorita, Garoña y Vandellos y nuestro país pudo exportar energía eléctrica a Francia (a la inversa  de lo que ocurre hoy).

El panorama de nuestra industria era miserable en 1950 y siguió siéndolo hasta 1960. A partir de ese momento se produce una recuperación que durará a lo largo de toda la década. En 1970 las perspectivas eran insuficientes pero mucho mejores. Ese año nuestra producción era modesta (4.122.000 de toneladas de fundición y 7.386.000 de toneladas de acero). En este terreno éramos la octava potencia europea. Pero no era suficiente: la falta de acero era el primer obstáculo con que se enfrentaba nuestra industria. Además, la productividad en siderurgia era bajísima: en 1962 un obrero español producía 429 toneladas de acero mientras que en Europa ese mismo obrero producía 12075 toneladas. Esta diferencia no se debía a falta de cualificación de nuestros trabajadores sino a atraso tecnológico de los altos hornos generada por la autarquía que existió hasta 1959 y que la tecnología nacional no estuvo en condiciones de superar.

En 1966 el 33% de la producción de carbón y acero y el 50% de laminados eran producidos por empresas integrales que se habían polarizado en zonas geográficas: en Asturias y en la ría del Nervión, en Santander y en Sagunto. Existían tres grupos: Ensidera, propiedad del INI, creada en 1950 y que veinte años después producía 2,14 millones de toneladas de acero; Uninsa, creada en 1965 con capital Krupp, producía 359,999 toneladas de fundición y 400.000 de acero; y, finalmente, Altos Hornos de Vizcaya, líder del sector hasta 1970, con una producción de 1.700.000 toneladas en factorías instaladas en Sestao y Baracaldo, propiedad de United States Steel. Era algo, pero era poco y lo que es peor: no era suficiente para cubrir siquiera las necesidades manufactureras de nuestro país.

En el sector de químicas ocurría otro tanto: si bien a partir de los Planes de Desarrollo el sector fue creciendo y se mostró excepcionalmente dinámico, a pesar de que sus exportaciones eran mínimas. La producción de abonos era quizás donde éramos más competitivos. El sector era uno de los que habían recibido más capital extranjero, esencialmente norteamericano, pero trabajábamos con patentes extranjeras y no existía investigación suficiente para elaborar nuevos productos.

Las cementeras a partir de 1960, cuando se liberó el comercio y empezó el furor constructivo, crecieron desmesuradamente entre 1963 y 1970 (266 kg per cápita en 1963, 405 kg en 1966 u 506 en 1970). El volumen total de producción era de 5.000.000 de toneladas en 1960 que se habían multiplicado por 3,25 en 1970. Era mucho –y el auge de las cementeras auguraba lo que iba a ocurrir treinta años después cuando el modelo económico español era altamente tributario de la construcción- pero se trataba de uno de los sectores más conflictivos. El cemento era ya en aquella época, muy sensible a las oscilaciones del mercado y resultaba complicado transportarlo.

Hasta aquí las cifras de nuestra industria. Entre 1960 y 1970 España había experimentado un auge económico y había emprendido la vía del despegue. Estábamos más cerca del desarrollo pleno que del subdesarrollo (a diferencia del período comprendido entre 1939 y 1959), pero las bases productivas de nuestro desarrollo en lo relativo a industrias básicas eran todavía muy débiles.

Otro tanto podía decirse de la industria de transformación y pesca. Esta industria manufacturera se desarrolló más rápidamente que las industrias básicas entre 1960 y 1960. Solamente había un excepción: la industria del automóvil, la más sensible a las fiebres consumistas. Se trataba de un sector protegido. La Empresa Nacional de Autocamiones (Enasa) dependiente del INI, ocupaba un 13% en la producción nacional de vehículos en 1970 y estaba asociada a Britsh Leyland que poseía una cuarta parte de las acciones. Los astilleros en 1966 estaban al nivel de Francia y nos situaba en el noveno lugar mundial. Cuatro años después la producción se duplicó. Para esa época el 50% de los barcos botados eran petroleros. Existían astilleros en la ría del Nervión, en Cádiz, en El Ferrol, en Cartagena, en Santander, en Vigo, en Valencia, la Maquinista Terrestre y Marítima en Barcelona, Barreiros y Barckock & Vilcox en el País Vasco, etc. Los astilleros y la producción naval eran nuestros pulmones en materia de exportaciones desde mediados de los años 60.

La obra pública recibió a partir del I Plan de Desarrollo un impulso decisivo siendo a mediados de los años 60 el sector que daba trabajo a un mayor número de obreros: algo más de 1.000.000 entre 1965 y 1969, en torno al 8,8%. A lo largo de esa década la inversión pública en construcción pasó del 20% al 38%. El sector de la construcción estaba dominado por grandes empresas con capital extranjero. Si España era un destino atractivo para inversiones de este tipo se debía a causa de lo barato de la mano de obra que procedía del entorno rural y tenía escasa cualificación. La vivienda de protección oficial experimentó un crecimiento inusitado cada vez mayor a medida que nos aproximábamos a 1970. Ese año estaban terminadas 187.000 viviendas de protección oficial, se habían iniciado otras 279.000 y estaban en fase avanzada de construcción 441.137 más.

Fue aquella la gran época de las industrias del consumo. La textil catalana por ejemplo producía en 1969 115.352 toneladas de hilados de algodón, 107.726 toneladas de hilado de tejidos y 35.000 toneladas de fibras sintéticas que en aquel momento causaban furor. Pero la industria tenía sus problemas: había pocas materias primas para procesar lana y el algodón era demasiado caro. Así que había que importar del extranjero. En cuanto a las fábricas de fibras artificiales trabajaban con patentes extranjeras. Además existían demasiadas factorías. El I Plan de Desarrollo reguló el sector, destruyendo 500.000 husos y 20.000 telares.

En lo que se refiere al automóvil, aquellos fueron también grandes años. Era, sin duda, la industria más expansiva. En 1966 esperó en un 177,8% las previsiones del Plan de Desarrollo. Y en 1970 ocupábamos el octavo lugar en el mundo de producción de vehículos con 450.000 unidades salidas de nuestras fábricas. SEAT fue la gran apuesta. Esta empresa penetrada en un 36% por la FIAT, había sido fundada con capital estatal en 1952. La FASA Renault en Valladolid, y la Citröen en Vigo, Morris en Pamplona y SIMCA-Chrysler en Galicia contribuían al dinamismo del sector. El Estado aprovechó la fiebre de la compra de vehículos para gravar el automóvil con un impuesto que supuso en 1965 el 15% de los ingresos del Estado. Dos años después el mercado daba los primeros síntomas de saturación y en 1970 se fabricaron 400.000 turismos que seguían sin ser suficientes para cubrir el consumo nacional.

El sector, a pesar de su impulso y dinamismo no estaba exento de problemas. Los vehículos nacionales eran todavía caros, era imposible exportarlos al extranjero (sólo se hacía en un 1% de la producción). Dado que era inevitable proceder a exportaciones, el gobierno protegió a la industria nacional grabando los vehículos llegados del extranjero con unos derechos de aduana que suponían el 57,3% del precio total. Además, si bien es cierto que se fabricaban muchos vehículos en España, no es menos cierto que una parte sustancial de los componentes se hacía con patentes extranjeras. Aquello debió hacernos reflexionar y entender que era preciso proceder a la investigación de patentes propias. Pero en España todavía se repetía el unamuniano “que inventen ellos”.

Otro de los sectores que experimentó más auge en la industria manufacturera fue, por supuesto, la producción de electrodomésticos y televisores. Hasta 1955, en España no se producía ni una triste nevera eléctrica. Fue a partir de entonces cuando se inició el despegue de esta industria que dos años después conseguía producir la ridícula cifra de 15.000 unidades. En 1960 ya se habían alcanzado los 100.000 televisores anuales. Y cinco años después la cifra se había multiplicado por cinco. Al acabar la década de los 60, en este terreno con 162 monitores por cada 1.000 habitantes, ya nos acercábamos a los niveles de consumo de Francia (185 monitores por cada 1.000 habitantes) y Francia (249 monitores por cada 1.000 habitantes). Pero había poca liquidez, así que el 90% de los televisores se compraban a crédito. Para las familias trabajadores el acceso al monitor y al pequeño utilitario fue una forma de despertar al consumo.

Nuestra pesca en 1966 iba de maravilla. Habíamos duplicado las capturas en los últimos diez años y nos encontrábamos a la cabeza de Europa y en sexto lugar mundial. En 1970 habíamos llegado a 1.500.000 de toneladas de capturas. Este éxito se debía a la renovación de la flota pesquera operado a partir de 1961 y a las subvenciones recibidas por el sector. Solamente entre 1965 y 1966 se botaron 25.229 toneladas de buques pesqueros y en 1970 el sector daba trabajo –tiempos aquellos- a 100.000 pescadores (hoy da trabajo justamente a la mitad…)

El cambio que tuvo lugar en la agricultura durante los años 60 fue espectacular. España hacia finales de la década anterior había dejado de ser una nación agrícola y en 1970 un tercio de las exportaciones eran agrícolas y apenas un tercio de la población se dedicaba a la agricultura que representó un sexto del PIB de aquel año.

En 1959 las exportaciones agrícolas eran la primera fuente de divisas y representaban el 17,2% de los ingresos globales. Iban destinadas fundamentalmente a los países del Mercado Común Europeo y de ellas casi dos tercios eran naranja. Ese mismo año, por raro que pueda parecer, se empezó a exportar productos agrícolas al Este europeo. En 1968 se había conseguido que 121.000 toneladas de plátano entraran en el Reino Unido y Suecia. En 1970 Italia se configuró como la primera compradora mundial de nuestro aceite que volvía a refinar y exportaba a EEUU. De 1860 a 1970 el objetivo nacional en agricultura fue autoabastecerse de trigo y leguminosas, que con el pescado y el arroz eran la base alimenticia del país. Pero a partir de 1970 no se pudo mantener ya la demanda interior a la vista del aumento del nivel de vida y hubo que proceder a la importación de maíz.

La mecanización de nuestros campos había sido lenta. En 1959 solamente existían 50.000 tractores y 4.000 cosechadoras que se triplicaron en 1965 cuadruplicando las cosechas ese año. En 1970, se consiguió que el parque de tractores subiera a 260.000… justo la mitad de lo que era necesario para garantizar una producción suficiente. También el consumo de abonos nitrogenados se disparó entre 1964 y 1970, mientras que en ese mismo tiempo se triplicaban los abonos potásicos y se duplicaban los fosfatados.

Las instituciones oficiales de crédito impulsaban este crecimiento. Los bancos de Crédito Agrícola y del Crédito Hipotecario, así como el Instituto Nacional de Colonización realizaron un esfuerzo extraordinario cuyos resultados estaban a la vista. En apenas 10 años, de 1960 a 1970, nuestra agricultura experimentó un tirón como nunca antes lo había hecho. Sin embargo, el campo español tenía una serie de problemas consuetudinarios. Menos del 20% de los propietarios poseían dos terceras partes de la tierra cultivable. El latifundio con bajos niveles de explotación lastraba nuestra producción agrícola. A diferencia de otros países europeos, en España la posesión de amplias extensiones era una forma de acumulación de riqueza y así se operó desde los tiempos de la Reconquista al sur del Tajo hasta mediados del siglo XX. Sin embargo, la mala distribución del agua, el minifundismo y su contrapartida el latifundismo constituían los hándicaps históricos del sector. Era el momento de hacer una reforma en profundidad que eliminara el problema que se empezaba a adivinar en aquellos momentos: el abandono del campo por parte de las nuevas generaciones. Para ello había que mecanizarlo, abrir líneas de créditos blandos, aumentar la producción y las exportaciones, proceder a políticas de cooperativismo y concentración parcelaria, y así se hubieran evitado tanto el abandono del campo como la llegada masiva de inmigrantes a partir de 1996, como los salarios de subsistencia que proliferaron a partir de entonces.

En 1950 ya era evidente que se estaba produciendo un creciente despoblamiento de las zonas rurales a las urbanas: nadie hizo nada para detenerlo, sino que se estimuló. Y así sucedió que en 1950 la agricultura absorbía al 47’5% de la población activa, pero diez años después, esta cifra había descendido hasta el 39’7% y en 1970 se había contraído hasta el 27,9%. Si se pudo mantener e incluso aumentar la producción fue gracias a un esfuerzo de racionalización. Veinte años después, la población activa residente en zonas agrícolas se había reducido al 9,8% y esta actividad apenas ocupaba un 9,8% de nuestro PIB.

Entre 1900 y 1960, los terrenos de regadío habían crecido poco e iban muy por detrás de las necesidades alimentarias del país. La creación del Instituto Nacional de Colonización en 1939 y la “reforma agraria” que acometió mediante una política de concentración parcelaria avanzaron muy lentamente y fue solamente gracias a la política hidráulica que mejoró algo la situación. Los latifundios, con todo, no se tocaron. Una ley de 1953, preveía la expropiación de tierras sin cultivar o mal cultivadas. Como quien oye llover. En 1970 no se había producido todavía expropiación alguna…

Esta era la situación de nuestra economía durante el franquismo. Podemos establecer, a partir de ahora algunas constantes: una parte sustancial del esfuerzo de desarrollo se basó en el turismo, lo que implicó urbanizar amplias zonas de la costa mediterránea y de las islas Canarias. Eso generó un importante esfuerzo del sector de la construcción que demostró ser uno de los que garantizaban mayores beneficios en el mejor tiempo. Así mismo, la política gubernamental de creación de “casas baratas” o viviendas de protección oficial generó un nuevo impulso para la construcción que se contagió inmediatamente al sector de la vivienda pública. Turismo, política social del franquismo y furor consumistas generaron un impulso constructivo desproporcionado y sin medida con ningún otro país europeo.

Esa fue nuestra mayor desgracia (los ciclos de la construcción son para amplias franjas de trabajadores especializados en sus distintos oficios pan para hoy y hambre para mañana) porque determinó nuestro futuro en las décadas siguientes y precipitó el desinterés de los distintos gobiernos para formar profesionales cualificados en cualquier otra área que no fuera el construcción. Lo mismo ocurría en el sector turístico en donde para cubrir los nuevos puestos de trabajo que se iban creando no era preciso gente joven con un alto nivel educativo y una preparación técnica, sino apenas mano de obra capaz de abrir una botella con una mano, llevar de la cocina a la mesa platos de tapas, limpiar hoteles, etc. Durante el tiempo en que España tuvo ambiciones de convertirse en una potencia industrial –hasta mediados de los 90- la formación profesional ocupó un lugar privilegiado en la formación de los jóvenes (baste recordar la importancia que el franquismo atribuyó a este ciclo formativo), pero a partir de la reconversión industrial y mucho más desde 1996 cuando Aznar enunció su modelo económico, ya no tenía mucho sentido formar profesional, técnica y culturalmente a jóvenes… sino simplemente ponerlos a trabajar lo antes posible como peones en los sectores “punteros” (construcción, turismo y campo). A partir de ese momento se produjo una degradación progresiva de nuestro sistema educativo y una negligencia por parte de la clase política para invertir el fenómeno. En cuanto a la enseñanza universitaria fue todavía peor: el Estado de las Autonomías hizo que todas las comunidades aspirasen a tener universidades provistas de todas las facultades posibles. En poco tiempo el número de graduados aumentó desproporcionadamente pero siempre descompensados a raíz de la absurda partición de las enseñanzas de bachillerato a partir de los años 80 en donde las carreras de “letras”, registraron un flujo masivo de estudiantes que, sobre todo, no querían cursar nada que  ver con las “matemáticas” durante la EGB y que se orientaron hacia las carreras que consideraban más fáciles… y que, en cualquiera caso, eran las que registraban menor demanda laboral y tenían menos que ver con el desarrollo económico. Pero ni siquiera entre los salidos de facultades de “ciencias” se generaron puestos de trabajo suficientes para absorberlos. Se creó, por tanto, era figura del “becario” que cada vez ocupa más espacio en la vida de un joven, los salarios se contrajeron al mileurismo y, para colmo, la contratación-basura se hizo habitual desde los últimos años del felipismo.

Lo ocurrido con el sistema de enseñanza y su degradación en los últimos 30 años no es sino la constatación de la falta de imaginación de un régimen que se ha resignado a vivir de los mismos sectores que ya estableció el franquismo como pilares del desarrollo: turismo y construcción… aceptando (como aceptó el felipismo y luego el aznarismo en los años en los que todavía se recibía masivamente fondos estructurales masivos de la UE). Con el paso de los años y con la irrupción de la globalización, el precio de la mano de obra de las manufacturas se fue abaratando y los países de Europa Occidental ya no estuvieron en condiciones de competir con los costes laborales que se estaban dando en los Países de Oriente (China y los “tigres asiático”) que, además estaban más cerca de la mayoría de materias primas utilizadas. España, a la que primero se le había amputado con la “reconversión industrial” sectores enteros de su economía, luego vio (en la segunda mitad de los 90 y durante todo el siglo XXI) como su sector industrial se veía implicado en una deslocalización masiva de plantas de producción, quedando únicamente como sectores clave de la economía el ladrillo y el turismo… que para abaratar los costes salariales precisaban importación masiva de mano de obra.

El problema, pues, no es nuevo: deriva de un capitalismo tardío, de la difícil situación de nuestro erario público entre 1939 y 1959, del escaso y poco sólido tejido industrial que existía en la época, de la falta de financiación, de las múltiples necesidades de desarrollo tecnológico (energía, comunicaciones, infraestructuras) que solamente pudieron desarrollarse parcialmente durante el franquismo a la vista de las restricciones para importar capitales que siempre existieron entre 1039 y 1975. Faltó financiación para industrias competitivas estratégicas, falto financiación para acometer un ambicioso plan de obra pública en un país que como hemos visto apenas disponía de una rudimentaria red de carreteras y ferrocarriles. Y, para colmo, el régimen político español era considerado en Europa como una dictadura y, en cualquier caso, como un régimen de facto que no tenía nada que ver con la democracia formal exigida a los socios del club europeo fundado a partir del Tratado de Roma de 1956. Así pues todo terminó siendo en esa época: turismo, construcción, industria incipiente pero limitada, proteccionismo, agricultura y poco más. Un modelo de desarrollo de bajo perfil, cada vez con menos ambiciones y que, finalmente, sería inviable en el tiempo de la desregulación y de la globalización. Tan sólo quedaba construcción y turismo. El riesgo había aparecido en 1960 pero nadie en los últimos 50 años se preocupó de enmendarlo, ni de rectificarlo, todo lo contrario: la quiebra real de nuestro sistema educativo hizo que la inmensa mayoría de nuestros jóvenes pasaran a ser empleados de estos dos sectores (sometidos a burbujeo cíclico), o bien mileuristas en precario, o bien parados de larga duración cuando ya la inmigración competía ventajosamente con ellos en puestos de trabajo.

© Ernesto Milà – infokrisis – http://infokrisis.blogia.comhttp://info–krisis.blogspot.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

¿Se van o no se van?

Infokrisis.- En estos momentos planea sobre la sociedad española una gran duda: ¿aumenta o disminuye el número de inmigrantes? ¿Y en qué número? No está claro y, por una vez, las estadísticas tampoco tienden a aclarar gran cosa. Hoy, lunes 4 de abril se han publicado los datos correspondientes al padrón municipal. Son confusos y, para colmo, el gobierno, a través de sus voceros –en este caso El País- tiende a confundir más a la población.

Los nuevos datos del padrón publicados hoy indican que el número total de residentes en España asciende a 4.700.000 millones de personas experimentando un aumento de más de un 0’3% en relación a las cifras anteriores correspondientes al 1 de enero de 2010. Es decir, que, en principio, a pesar de los avances informáticos, de la potencia de los nuevos procesadores, los datos que el gobierno se digna darnos son de hace 14 meses. Según el padrón las cifras de inmigrantes ascenderían hoy a 5.700.000 de inmigrantes de los que 2.400.000 serían comunitarios y 3.300.000 extracomunitarios, siendo en total un 12,2% del total de la población. Es, evidentemente, una mentira estadística.

La realidad es que el censo publicado a menos de un año de las elecciones generales es un censo “ideado” para tranquilizar a la población. De reconocer la situación real, la ciudadanía empezaría a preguntarse ¿cómo es que con la crisis económica actual y con 5.000.000 de parados, no solamente los inmigrantes no se van sino que llegan más? Para evitar esta incómoda cuestión, el gobierno y los voceros mediáticos que lo apoyan han inventado una nueva estrategia: la del fraude en el censo, que equivale a ser un nuevo fraude a la democracia.

¿Cómo se ha hecho este censo?

Se trata de ahorrar en lo esencial y seguir dilapidando en lo accesorio. El censo es esencial en una democracia porque cada ciudadano supone una parcela de soberanía nacional y, por tanto, un voto. Estamos en una democracia cuantitativa: y en matemática lo que cuentan son las cantidades absolutas y trabajar con datos reales, por eso el gobierno ha dejado de ser riguroso en la elaboración del censo. “Si lo hacemos es para ahorrar 200.000.000 de euros…” han dicho a El País, los portavoces del Instituto Nacional de Estadística.

Porque, a partir de ahora, el censo ya no se hace casa por casa… apenas es otra cosa que una “gran encuesta”. Este año toca realizar censo (se hace cada 10 años) y las cifras podrían ser demasiado espectaculares: será la primera vez que el censo se realiza con una presencia masiva de inmigrantes, por tanto, cuidado, porque pueden haber sorpresas desagradables para la identidad autóctona.

Este año, solamente el 10 de los hogares españoles recibirán la visita de encuestadores y deberán rellenar los formularios. Los datos se publicarán en otoño. Es evidente que falsearan la  realidad como ha venido haciéndose en los últimos 15 años. Cuando era evidente que estaba creciendo la inmigración a velocidad excesiva, primero el gobierno del PP y luego el del PSOE, minimizó la importancia del problema, restando una media del 20% del total en las cifras de inmigración. Pero este es el primer censo que se realizará con una inmigración masiva insertada en la  sociedad española. El censo que se publicará en otoño de 2011 ni será exhaustivo, ni será universal: será, como todo lo que ha hecho el gobierno Zapatero en los últimos siete años un censo voluntarista, irreal, buenista y último ejemplo de la política del avestruz o del médico que en lugar de reconocer que su paciente tiene fiebre y debe paliarla, se limita a romper el termómetro.

Antonio Argüeso, subdirector general de Estadísticas del INE ha expresado con una brutal claridad el criterio del gobierno en la materia: "¿Ponerse otra vez a contar a todo el mundo? Empezar de cero es una pérdida de tiempo y de dinero descomunal". Además, añade, hay “dificultades económicas”. Ese censo actualizado también demostraría que en casi 500 localidades el censo se ha adulterado para beneficiar a unos o a otros en las próximas elecciones municipales. Este fenómeno es especialmente visible en pueblos con menos de 1000 habitantes en los que un concejal y el propio ayuntamiento dependen de 50-100 empadronamientos. Los rumanos, en este terreno –comunitarios y, por tanto, con derecho a voto, han sido los protagonistas de este fraude especialmente en la costa mediterránea.

El censo “ahorrará” así una cuarta parte de la factura, pero, eso sí, no servirá absolutamente para nada, ni será un fiel retrato de la realidad española. Además, 40.000 personas que habían trabajado en el censo de 2001, no volverán a ser contratados… El cambio de sistema ha suscitado un debate en el interior del propio INI. Fuentes interiores del organismo han dicho que “Esto, en rigor, ya no es un censo”. En años sucesivos, bastará con “intuir” las cifras y hacerlas casar con la instantánea que un gobierno concreto quiera dar de su población, para ahorrar todavía más. En censo que no sirve para nada impide incluso planificar servicios sociales, redondear un modelo económico o, simplemente, saber cómo está realmente la pirámide de población.

Así pues, este censo que no es censo, es, además, ilusorio, engañoso y mendaz.

¿Qué dice la estadística de empadronamientos?

Dice demasiadas cosas. La primera de todas que la población española ha crecido hasta enero de 2010 en 129.788 personas. Se dice también que se han producido 146.855 “nuevos españoles” y que, paralelamente ha descendido el número de extranjeros. Y lo ha hecho poco: 17.067 personas. ¿Qué está pasando? ¿De dónde nacen estos nuevos ciudadanos? Hay que leer entre líneas para entenderlo.

La cifra de 129.788 personas “nuevas” indica un aumento del 0’3% de la población. Sin embargo, los 17.000 inmigrantes que presuntamente se han ido, son apenas el 0’04% del total. Es fácil intuir lo que está ocurriendo: en una pirámide de población como la española, el número de nacimientos tiende a ser igual al de muertes, así pues, las diferencias se deben a la incidencia de la población extranjera en España y a un dato que el gobierno oculta por todos los medios: la cantidad de inmigrantes que están obteniendo la nacionalidad española y que desde 2009 se ha ido disparando. Era evidente que esto iba a ocurrir: según la legislación española, después de 10 años de residir en España, el inmigrante tiene derecho a reclamar la nacionalidad española. Y esto es lo que está ocurriendo: no es que se vayan los inmigrantes, es que están desapareciendo de la lista de inmigración y están reapareciendo en la de “nacionales”. La cifra de los que ya han atravesado este Jordán estadístico no ha sido publicada jamás por el gobierno, sin embargo puede intuirse que en estos momentos está en torno al millón de casos. En esto radica la “mentira estadística” de estas cifras del padrón.

También hay otra mentira: los nacimientos. La tasa de natalidad de las comunidades inmigrantes es entre tres y cuatro veces superior a la española (si bien es cierto que la tasa de abortos entre la comunidad inmigrantes es hasta seis veces superior a la autóctona, lo que indica que estas comunidades inmigrantes ni practican rastros de planificación familiar, ni medidas contraceptivas, ni nada que se pueda parecer a responsabilidad ante el fenómeno de la paternidad). Y esto indica que a pesar de las diferencias entre el número de inmigrantes y el número de autóctonas, en la práctica, la cifra de nacimientos de hijos de los primeros es casi idéntica a los nacimientos de los autóctonos… con una nota adicional: los nacidos en España, sean marroquíes o marcianos, reciben inmediatamente la nacionalidad española en virtud del “derecho de suelo”. ¿Son españoles? Las niñas cuando tengan su primera regla llevarán velo y los niños tenderán a abandonar los estudios a los 14 años para trabajar con sus padres. ¿Pueden llamarse a estos jóvenes, en rigor, españoles? Lo son administrativamente. De hecho, lo son sólo, administrativamente.

La opinión de los voceros del gobierno

El País es, junto con Público, una especie de Boletín Oficial del Zapaterismo. No es raro que desde las columnas de estos panfletos se defienda a cara de perro las orientaciones y se cubran las vergüenzas del gobierno. Hoy mismo, El País explica con una seriedad pasmosa que el padrón municipal está equivocado y que se ve “inflado” con un millón de personas. No somos 47.000.000 de habitantes… somos 46.000.000. El millón de diferencia está compuesto por inmigrantes que se han ido, sin darse de baja en el padrón. Así lo dijo Antonio Argüeso y así lo ha certificado El País. Es, naturalmente, falso. Y, aunque fuera cierto, por sí misma esta cifra obligaría a realizar un censo riguroso, en lugar de un censo de chichinabo, pues no en vano 1.000.000 de diferencia entre realidad y ficción, supone un desfase de casi un 0’5%, intolerable en una estadística de población.

Según Argüeso, el padrón municipal incluye "entre un 3% y un 4% de dudosos". Después de años de decir que el número de extranjeros disminuía, había que demostrarlo estadísticamente de alguna manera y ahora se ha encontrado la explicación… Y, poco importa que apenas 20.000 inmigrantes se hayan incluido en el Plan de Retorno Voluntario (que ofrece ventajas económicas a quien se va además del pago del billete de avión…) ¡en los últimos cuatro años! Hace falta encajar la cifra real de inmigración con la cifra oficial.

Estimamos que la real debe situarse en torno a los 7.000.000 de inmigrantes llegados desde mediados de los años 90. Sin embargo, las cifras de INI la rebajan hasta los 5.700.000. Esta cifra tiene un problema: las cifras dadas por Eurostadt no coinciden y existe un desfase de 1.300.000 inmigrantes, de la que el INI deduce que corresponde a “inmigrantes que se han ido y no lo han comunicado”. Parece increíble que se pongan en duda las cifras del Plan de Retorno Voluntario, extraordinariamente apetecible para el inmigrante desde el punto de vista económico a cambio apenas de jurar que no regresará a España en los próximos tres años y se ignore deliberadamente el número de los que reciben la nacionalidad española por vía administrativa. De ahí que el último “invento” de la ingeniería estadística consista en decir que “se van pero no se borran del padrón”… efectivamente, no se borran, pero tampoco renuevan su inscripción. Y, de hecho, ¿cómo saber los que se van y los que se quedan sin realizar un censo general de la población?

De hecho, si tenemos en cuenta que desde 2000 han recibido la nacionalidad española 1.000.000 de inmigrantes y que se sabe que los nacimientos de la comunidad inmigrante son entre 3 y 4 veces superiores a la de nacimientos autóctonos, y, además, para colmo, tenemos en cuenta que estas cifras del padrón que nos presentan hoy, tienen 14 meses de antigüedad, podemos establecer sin temor a equivocarnos que las cifras reales de inmigración no descienden (a pesar de que haya inmigrantes que efectivamente han retornado a su país de origen (según el Plan Retorno, apenas 20.000) cantidad que ha sido cubierta con creces por los nacimientos, por los recién llegados, por los que estaban en situación de irregularidad que al cabo de tres años de permanecer en la ilegalidad se han visto recompensados con el permiso de residencia. Y, a todo esto, ¿están todos los que son? Dicho de otra manera: ¿Están todos los inmigrantes empadronados? ¿Cuál es la bolsa de inmigrantes no empadronados de los que solamente se tiene constancia en los servicios sociales o cuándo resultan detenidos?

Nos están engañando torpemente. Los últimos gobiernos han convertido al INI, de un organismo científico y técnico que debía reflejar una instantánea de la sociedad española en cada momento, en una caja de resonancia de las fantasías del gobierno, de sus necesidades electorales y de su –a fin de cuentas- irresponsabilidad.

La realidad sugiere a falta de estadísticas rigurosas que están retornando muchos menos inmigrantes de los que en buena lógica deberían retornar a causa de la crisis económica y de que aquí no hay trabajo, ni lo va a haber en los próximos 10 años para mano de obra no cualificada. Y, sin embargo, no se van porque aquí, mantenidos por los ciudadanos que trabajan y pagan impuestos, se vive mucho mejor que en sus países de origen.

La realidad sugiere que las agencias inmobiliarias, a la vista de los destrozos que se han producido en los últimos siete años en el arriendo de pisos de alquiler a inmigrantes, ya les exige una condiciones que no pueden ofrecer y, por tanto, es cierto que el número de inmigrantes de alquiler ha descendido y, con ello, el precio de la vivienda de alquiler. Pero no nos engañemos: no es que hayan retornado o estén retornando es que se están concentrando en pisos patera. Es cierto que el número de hipotecas firmadas con inmigrantes se ha reducido prácticamente a cero y que una parte inusualmente alta de hipotecas ejecutadas corresponde a inmigrantes, pero eso no implica que se han ido o se estén yendo, sino que simplemente son realquilados –práctica, por cierto prohibida en la mayoría de contratos de alquiler- por otros de su misma nacionalidad.

Todo esto debería demostrar suficientemente la mala fe del gobierno. Sorprende también los silencios de la oposición que parecen compartir este secreto: los gobiernos autonómicos del PP son tan opacos como el gobierno central en esta materia y no tienen el más mínimo interés en resolver el misterio.

Esto es todavía más grave en la medida en que estamos ante una crisis económica sin precedentes ante la que urge reducir el coste social (y esto pasa por la repatriación masiva de inmigrantes) y que nos aproximamos a una próxima oleada de inmigración procedente de la creciente inestabilidad en el Magreb. La fiebre no pasa por el mero hecho de romper el termómetro de la misma forma que el avestruz no conjura el riesgo que le amenaza por el mero hecho de ocultar la cabeza.

Hace falta tener el valor de formular las preguntas acertadas:

- ¿Cuántos residentes en España son hijos de españoles?

- ¿Cuántos inmigrantes han obtenido la nacionalidad española en los últimos 10 años?

- ¿Cuántos hijos de inmigrantes han nacido en España y han sido considerados como españoles a pesar de que sus dos genitores eran inmigrantes?

Solamente estas preguntas nos darían las cifras aproximativas al fenómeno de la inmigración. Eso y un censo realizado con rigor científico. Dos factores que el gobierno no tiene en absoluto en cuenta.

Ah, y nos jugamos con quien quiera que un estudio estadístico pormenorizado de la inmigración introduciendo las correcciones derivadas de estas preguntas que hemos formulado, daría una presencia de inmigrantes actualmente en España superior a los 7.000.000, es decir, algo más de un 15% del total de la población

© Ernest Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.eshttp://infokrisis.blogia.comhttp://info-krisis.blogspot.com

 

La inmigración en 10 puntos

  1. Europa (y, naturalmente, España, país miembro de la UE) es un continente superpoblado. Es falso que Europa necesite más población, especialmente hoy cuando se tiende a la automatización de los procesos de producción industriales y de los trabajos agrícolas. Por lo tanto, la inmigración no es lo que necesita Europa en este momento.
  2. La introducción de población extranjera en España y en Europa, en especial la procedente de otros continentes, tiende a romper la homogeneidad cultural que siempre ha existido en nuestro territorio. La condición mínima para la existencia de una nación es la homogeneidad de su población. De lo contrario esa nación es inestable.
  3. Las oleadas actuales de la inmigración son una consecuencia secundaria de la globalización que tiende a abaratar el precio de la mano de obra en España. La fuerza de trabajo es uno de los factores sometidos a las leyes del mercado. Por eso puede afirmarse rotundamente que a medida que hay más trabajadores que aspiran a un mismo puesto de trabajo, el valor de ese puesto tiende a disminuir.
  4. El mito del progresismo en materia de inmigración es la “integración”. Se entiende por integración la aceptación de la cultura autóctona por parte del inmigrante que conserva, al mismo tiempo sus señas de identidad. La “integración” es un mito voluntarista que hasta ahora nunca ha alcanzado sus objetivos en ningún país europeo. La “integración” supone el mantenimiento de la identidad de las comunidades inmigrantes y, quien dice, identidad, dice, finalmente, territorialidad: quien tiene identidad propia antes o después reivindica un territorio propio: por eso existen los “guetos de la inmigración”. Frente al mito de la integración está la exigencia de la “asimilación”: asumir los rasgos de la sociedad autóctona sin distingos ni ranchos aparte.
  5. Un país como España en el que existen 5.000.000 de parados es un país que, no solamente no precisa la llegada de inmigrantes. Un inmigrante que llega de fuera disputará puesto de trabajo a un español. El principio de “preferencia nacional” es incuestionable e irrenunciable en las actuales circunstancias: primero los de casa, cuando aquí se haya alcanzado el pleno empleo será el momento en pensar en abrir las puertas a una inmigración legal y encauzada desde los consulados españoles en el extranjero y no imponiendo la política hechos consumados de “aquí he llegado y no me voy”.
  6. Sumando todas las partidas presupuestarias que absorbe la inmigración (en ayudas sociales, en educación y sanidad, en justicia, prisiones, policía, en gastos de repatriación, etc.) se percibe que el gasto que deriva supone una losa para nuestros presupuestos y constituye una de los principales factores de gasto público.
  7. Las políticas de inmigración mantenidas en los últimos 15 años por el PP y por el PSOE se basan en el mismo mito: “queremos una inmigración ordenada”. El modelo económico de Aznar (que ZP prosiguió sin rectificaciones hasta que se hundió) incluía salarios baratos, inmigración masiva, ladrillazo y acceso fácil al crédito. El PP abrió las puertas a la inmigración entre el 1996 y el 2004 y el PSOE las abrió de par en par entre 2004 y 2010. Las políticas de inmigración en las comunidades gobernadas por el PP son exactamente iguales a las que se aplican en las comunidades gobernadas por el PSOE.
  8. Los dos grandes hitos de la inmigración en España que generaron los dos “efectos llamada” fueron, por este orden, la reforma de la Ley de Extranjería de 1999 y la regularización masiva de febrero-mayo de 2005. Ambas medidas tuvieron como consecuencia la llegada masiva de ilegales (800.000 en 2004 y 800.000 en 2010…). La reforma de 2005 supuso además una regularización masiva permanente: nunca en lugar alguno de Europa fue tan fácil establecerse.
  9. En la actualidad existen en España en torno a 6.000.000 de inmigrantes entre legales e ilegales, empadronados o no, y a un número indeterminado de inmigrantes que se han naturalizado españoles al permanecer durante 10 años con permiso de residencia y de trabajo que asciende entre 750.000 y 1.000.000 más. A medida que vaya pasando el tiempo, el número de naturalizados irá aumentando mientras el número de inmigrantes permanecerá constante a causa de las nuevas llegadas.
  10. La única solución para evitar que el problema de la inmigración se enquiste y a la vista de que no hay trabajo para todos y la presencia masiva de inmigrantes en paro lastra el gasto público, es la repatriación de los excedentes a sus países de origen. Esta repatriación debe empezar por los inmigrantes ilegales, proseguir por los inmigrantes que hayan cometido algún delito en España, continuar por los inmigrantes parados de larga duración que hayan agotado las percepciones y ayudas, extenderse a grupos que hayan demostrado estadísticamente el ser más impermeables a la asimilación, hasta reducir el número de inmigrantes a millón o millón y medio.

© Ernest Milà – Infokrisis – http://infokrisis.blogia.comhttp://info-krisis.blogspot.comInfokrisis@yahoo.es – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.

 

Incalificable discurso de Caldera

Infokrisis.- Zapatero tras jubilar a Jesús Caldera como ministro de trabajo e inmigración lo situó –por aquello de que dime de lo que alardeas y de diré de lo que careces- al frente de la Fundación “Ideas”, especie de fundación de fundaciones del PSOE. Hay que recordar quién es Jesús Caldera: el ministro y más próximo colaborador de Zapatero durante su etapa de ascenso al poder, un hombre de mirada fija y alucinada que redactó la actual Ley de Extranjería e inspiró la regularización masiva de febrero-mayo de 2005, denostada en toda Europa y que fomentó hasta lo indecible el efecto llamada. El desastre de aquella regularización fue de tal envergadura que Zapatero no pudo hacer otra cosa que prescindir de él y negar toda la política de inmigración que había abordado desde que se presentó candidato a la secretaría general del PSOE en 2000. Gracias a esta jubilación los telediarios dejaron de castigarnos con las frases y los razonamientos estúpidos y enfermizos de Caldera. Ahora sin embargo, a la vista de que el PSOE en la Comunidad Valenciana bastante hará si logra salvar los muebles, ha reaparecido de nuevo en Elche dándonos a todos una lección de cómo un cretino puede llegar a superarse a sí mismo.

 

Caldera en Elche asistía al foro “Políticas de Inmigración” y, como “entendido” (mejor “enterao”…) en la materia que es no dudó en verter su verbo ralentizado sobre los cofrades socialistas dispuestos a aplaudir a rabiar a quien todavía se considera como amigo personal del presidente Zapatero. Junto a Caldera, asistieron al acto, Jorge Alarte, el futuro cadáver de la Federación Socialista Valenciana, candidato derrotado por anticipado en las próximas elecciones municipales y Ramón Jáuregui, ministro de la presidencia que aspira tan sólo a alcanzar los dos años en el puesto que le darían pensión vitalicia. Una asamblea, como puede verse, de derrotados por anticipado y de ilustres mediocridades del socialismo español que como tales han repetido ideas muy viejas que tienen ya más de 15 años y que han supuesto la muletilla del PSOE este su atribulado período de gobierno.

Empezó Caldera animando a los inmigrantes a que voten en las próximas elecciones municipales del 22 de mayo para que sean “influyentes”, siguió considerando “prioritario” que los inmigrantes “contribuyan a la construcción de las ciudades y los territorios” y recordó que el derecho al voto de los inmigrantes es un “derecho” por el que muchos “han luchado en el pasado”. Puestos a analizar el fenómeno de la inmigración, Caldera destacó que “continuará en el futuro en los países desarrollados” (a pesar de la crisis) y que es “general y perdurable”.

Si estas afirmaciones ya son de por sí pura retórica del más bajo nivel, el discurso de Caldera se convirtió en esperpéntico cuando sostuvo con una seriedad pasmosa que en este momento “prácticamente” no hay inmigrantes irregulares… Vamos a recordarle algunos datos a Caldera: en primer lugar siguen existiendo inmigrantes irregulares, fuentes policiales calculan que puede haber en torno a 800.000 y quizás más. Nadie se ha preocupado de hacer el censo aunque ese censo sería necesario para establecer las necesidades en materia de educación, sanidad o consumo energético, pero ya se sabe que el socialismo prefiere eludir la existencia del problema y no aportar en absoluto datos sobre la inmigración irregular. Pero hay algo todavía más grave.

La reforma de la ley de inmigración propuesta por Caldera en 2004 convulsionó a la sociedad española. Es cierto que, entre otras lindezas, Aznar había dejado a 800.000 ilegales al concluir su mandato y que esa herencia se la encontró el zapaterismo una vez sentado en la Moncloa. La loable intención de Caldera consistió en regularizar a estos 800.000 ilegales y para ello estableció un plazo extraordinario (febrero-mayo de 2005). Dado que la regularización se anunció con ¡medio año de anticipación!, en el momento en que se cerró el plazo de regularización ¡ya habían entrado de nuevo otros 800.000 ilegales!, con lo que la regularización no sirvió absolutamente para nada salvo para mantener constante el número de ilegales que ha permanecido prácticamente sin variación alguna desde entonces.

Pero Caldero hizo algo todavía peor: creó la figura de la “regularización por arraigo” que premiaba con los “papeles” a quienes habían infringido la legalidad vigente durante tres años entrando ilegalmente en España. La Ley de Extranjería preveía que los ciudadanos que aspirasen a migrar legalmente a España debían de solicitarlo al consulado del país de origen. Dado que los consulados contestaban con el silencio administrativo o simplemente con la espera, cientos de miles de inmigrantes, ya desde mediados de los años 90 decidieron entrar ilegalmente en España simulando ser turistas y beneficiándose de visados de tres acabados los cuales deberían abandonar el territorio nacional. No lo abandonaban, se quedaban entre nosotros y, gracias a Caldera, tres años después de entrar ilegalmente, se beneficiaban de la “regularización por arraigo”. Sin embargo, aquellos otros inmigrantes respetuosos con la ley que habían cumplido lo estipulado en la legislación española de extranjería, seguían esperando en sus países de origen.

En el momento de escribir estas líneas, el gobierno está procediendo a la redacción del Reglamento para desarrollar la Ley de Extranjería, reglamento que, en realidad, la modifica. En efecto, si hasta ahora eran 3 años los que se precisaba para aspirar a la regularización por arraigo desde el mundo en el que se entraba en territorio nacional, a partir de ahora serán solamente dos años los requeridos para llegar a la regularización.

A nadie se le escapa que esta figura de la “regularización por arraigo” constituye una verdadera “regularización continua y masiva”. Y lo sorprendente es que, contrariamente a lo que dice Caldera, el número de ilegales no decrece, ni siquiera es “prácticamente cero”. Sigue siendo de 800.000 ilegales. Caldera debería de saber que los gitanos rumanos expulsados de Francia e Italia en 2010 y 2008, están reapareciendo sistemáticamente por Cataluña generando miles de problemas y complicaciones, robos de cables, molestias a los ciudadanos, mendicidad masiva, saqueo de las ayudas sociales y de la asistencia, etcétera. Caldera quiere convencernos de que el problema de los ilegales él lo afrontó y lo solventó, cuando en realidad lo único que hizo fue acelerar la entrada de ilegales, generando un mecanismo de regularización continua.

También Caldera insiste en la letanía de los beneficios económicos de la inmigración. Dijo por ejemplo en Elche: “más de la mitad del crecimiento económico se debe a los inmigrantes”… añadiendo “quienes han contribuido a elevar la renta per cápita de los españoles”. La frase es deliberadamente confusa e inequívocamente engañosa. Una cosa es el PIB que mide el crecimiento económico y otro la renta per cápita. El PIB, efectivamente, ha crecido gracias a la inmigración y lo único que refleja ese dato es que la llegada de 7.000.000 de inmigrantes desde 1996 (hoy 1.000.000 naturalizado español, 5.200.000 regularizados y 800.000 ilegales) han contribuido a… aumentar el consumo. Es evidente que así iba a ser: un inmigrante cuando llega precisa comer, dormir, trasladarse y eso genera un aumento en el volumen de dinero que cambia de manos. Y eso, a pesar de ser un fetiche macroeconómico, ni es bueno ni es malo, es simplemente un dato –entre otros muchos- para medir la salud económica de un país. Es cierto que el PIB se ha fetichizado y se le ha atribuido excesiva importancia pero también es cierto que actualmente España está estancada… a pesar de que siguen llegando inmigrantes (ilegales y acogidos a la figura de la “reagrupación familiar”). El dato que da Caldera hoy ya ni siquiera es válido.

En cuanto a la renta per cápita, la realidad es justamente la contraria de la que sostiene Caldera: esta ha bajado si atendemos a las distintas franjas sociales: los trabajadores especialmente han pedido poder adquisitivo en la medida en que la inmigración no es otra cosa que mano de obra barata y sin cualificar. Los salarios de construcción, campo y hostelería –los únicos en donde la inmigración está presente a la vista de su escasa capacitación profesional- están estancados o suben por debajo de la inflación desde 1999, gracias a la incorporación masiva de mano de inmigrantes a estos sectores.

Calera, prosiguió su delirante discurso negando que los inmigrantes “arrebaten el trabajo a los ciudadanos del país”… y siguió con la jaculatoria repetida por los progres desde tiempo inmemorial sosteniendo ¡todavía en 2011!, que los inmigrantes “desempeñan el trabajo que los nacionales no hacen”… Negó también, por supuesto que los inmigrantes usen más los servicios públicos que los españoles.

Estas afirmaciones de Caldera quedan desmentidas por la realidad cotidiana: basta ir a un consultorio médico para ver que, efectivamente la proporción de inmigrantes es excesiva. Y no digamos si se trata d una maternidad en donde la proporción es de 4 a 1 a favor de la inmigración. En un país que hasta hace poco requería especialmente mano de obra no cualificada, lo normal era que ese sector fuera cubierto por los jóvenes ni-nis que carecían de formación y experiencia pero podían cubrir puestos de escaso valor añadido. Ahora no: esos puestos son cubiertos por inmigración que, además tiene un atractivo: acepta trabajar por salarios de miseria. Hasta hace poco, los jóvenes estudiantes solían trabajar en los veranos al acabar su curso escolar. Era bueno para ellos (ganaban un dinero) y para sus para su vida (adquirían experiencia). Eso se ha acabado: hoy esos puestos están cubiertos por inmigrantes. Hace unos años, mujeres maduras que quedaban fuera del mercado laboral tenían siempre la posibilidad de trabajar como señoras de compañía para ancianos… hoy ese sector está dominado íntegramente por inmigrantes iberoamericanas. Solo un ciego –de paso sordo y tonto- puede seguir admitiendo en 2011 que los inmigrantes trabajan donde los españoles no quieren. Seamos más claros: muchos miles de inmigrantes ni siquiera trabajan, simplemente aspiran a vivir de subsidios y subvenciones.

Hasta aquí las declaraciones de Calderilla que demuestras hasta qué punto la socialdemocracia está en crisis por culpa de las propias direcciones socialdemócratas, por su bajada de calidad, por la estulticia, pedantería y estupidez de sus pro-hombres y por lo limitado de su discurso político. Caldera es, claro está, un cadáver político, un residuo progre del peor momento del zapaterismo previo a la crisis económica… pero Caldera es, también, un referente político para la socialdemocracia española. No en vano sigue al frente de la Fundación Ideas.

Con discursos así un partido como el PSOE se sitúa solo y sin ayuda de nadie, no solamente fuera de la historia sino contra la historia y lo que es peor, contra su propio pueblo. Si a esto unimos la crisis económica, la quiebra de las aspiraciones a realizar una tarea de ingeniería social inyectando en la sociedad española las orientaciones de la UNESCO (El Correo de la UNESCO es, sin duda, el gran “texto ideológico” del zapaterismo), entenderemos que el problema que tiene el PSOE es muy superior a una simple sustitución de Zapatero por alguien con dos dedos de frente: lo que afronta la socialdemocracia europea y particularmente el PSOE español es su desaparición. Un partido puede desaparecer cuando sus propuestas políticas van dirigidas a otra sociedad que ya no existe en ese momento. Tal fue lo que le pasó al PCE y a FE-JONS: hablan un lenguaje de otros tiempos, dirigido a situaciones de otras épocas. Su tiempo ya ha pasado y no han sido capaces de adecuarse al tiempo nuevo. El final es lo que les aguarda.

La pobreza doctrinal del PSOE es el reflejo de la pobreza doctrinal de cada uno de sus dirigentes y el hecho de que un individuo de encefalograma plano, ignorante que se esfuerza por poner cara de “enterao” como Caldera, esté al frente de una fundación que lleva el nombre de Ideas es el dato más significativo de lo mal que está el socialismo español y el progresismo socialdemócrata. Aun no han sido capaces de interpretar fuera de su esquematismo progre lo que ha supuesto para nuestro país el fenómeno de la inmigración. Eso ya es culpa suficiente como para otorgarles confianza posterior alguna. Caldera defendiendo tales ideas se califica a sí mismo y a su partido: lo peor no es que hayan sido co-responsables de la desastrosa política inmigración que empezó con Aznar, lo peor es cuando el fracaso de esas políticas ya es evidente para todos, ellos siguen en sus trece repitiendo tópicos y letanías.

© Ernest Milà – Infokrisis – http://infokrisis.blogia.comhttp://info-krisis.blogspot.comInfokrisis@yahoo.es – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.

Salida identitaria a la crisis

Infokrisis.- La historia es dinámica y suele circular a más velocidad de lo que percibimos. Estamos entrando en un nuevo momento histórico: la crisis económica se superpone a la crisis étnica y al descredito de los partidos hasta ahora mayoritarios. Esto abre las puertas de par en par a las nuevas opciones identitarias que día tras día se afirman en todos los países europeos. ¿Y en España? Los que hemos llegado tarde a la democracia también llegamos tarde a la cita identitaria, pero no por mucho tiempo.

Todo el país está preocupado por Belén Esteban y por los nuevos rostros que aflorarán con la enésima edición del Gran Hermano. El fútbol se ha convertido en algo diario y raro es el día que algún canal de TV no retransmite un encuentro deportivo irrelevante. Los fines de semana resulta difícil encontrar una radio que no retransmita un partido, incluso de categoría regional. Y las fiestas mayores del verano y del principio del otoño promovidas por los ayuntamientos son cada vez más ostentosas y se diría que para ellas la crisis no ha pasado: hay bajadas presupuestarias para todo menos para el panen et circensis. Los pequeños parlamentos regionales, a falta de temas de mayor calado, legislan sobre la rotulación de los comercios, sobre los correbous o sobre la utilización de caminos vecinales, pero medidas contra la crisis, ninguna; acaso porque no existen. Incluso cuando se produce una noticia de calado como el inicio del juicio por el Caso Malaya, todo tiende a frivolizarse y parece como si estuviéramos ante un nuevo episodio del colorín en lugar de ante un caso ejemplar y que podría ser ejemplarizante de corrupción en el cual unos “listos” deberán responder de sus exacciones. España está así: entre adormecida e idiotizada, mientras todo un país bosteza, se pierde el ritmo de la modernidad. 

Las noticias de la crisis ya no son puramente económicas. La persistencia de la crisis económica, la ha terminado transformando en crisis social: era previsible que 5.000.000 de parados a los que, poco a poco, se les van acabando los subsidios terminaran siendo un problema social; era previsible que los 4.000.000 de jóvenes que habían abandonado sus estudios para trabajar en los distintos oficios de la construcción intentaran reintegrarse de nuevo en centros de formación, mientras que otras promociones de jóvenes que tienen necesidad de trabajar y no tienen capacidad o interés para el estudio, se suman al paro hasta elevarlo entre los jóvenes menos de 30 años  al 60% (47% hace un año); era previsible que apareciera una generación ni–ni, desorientada por la crisis y por un sistema de enseñanza que había fracasado mucho antes de empezar el desplome económico; era previsible que reaflorase el trabajo negro cuando incluso durante el período de máxima expansión económica el trabajo en precario se había adueñado de la contratación, mientras que hoy apenas el 8% de los contratos sean indefinidos, generando una situación de angustia en el 92% restante sobre si al acabar el contrato será posible encontrar un nuevo empleo… ¿Cómo no hablar de crisis social? Lo que se está produciendo es algo mucho mayor: es una mutación de nuestra sociedad.

Dos crisis superpuestas: la social y la étnica

Los cambios que la crisis económica genera en la sociedad española están siendo de gran calado y caminan al paso con otro gran cambio introducido deliberadamente por nuestros gobernantes desde 1997: la inmigración masiva que altera el sustrato étnico y cultural de nuestro pueblo, modifica los “paisajes” de todo el país, agrava el problema del paro y lastra los presupuestos generales del Estado al cotizar a la Seguridad Social solamente un 25% de la inmigración realmente existente en España.

No es raro que exista un pacto tácito de silencio entre los dos grandes partidos para ocultar el tema de la inmigración en las elecciones generales, pues no en vano, ambos, PP y PSOE, son responsables solidarios de la llegada de 6.000.000 de inmigrantes que constituyeron la mano de obra barata en período de crecimiento económico y que se transformaron en el principal agujero de las cuentas públicas desde 2008. Alguien olvidó que los períodos de crecimiento económico y formación de burbujas son limitados en el tiempo y que la inmigración que llegaría en ese plazo (y que ni siquiera entonces era necesaria a la vista de que, incluso en momentos de gran crecimiento del PIB estábamos en torno a un 9% de paro… salvo para abaratar el precio de la mano de obra) no se iría cuando las “burbujas” estallaran.

Bruscamente, en 2009 nos empezamos a dar cuenta de que teníamos dos problemas: una crisis social propia generada por el impacto brutal de la crisis económica sobre nuestra sociedad (agravada, además, por el fracaso del sistema educativo español y por la mala administración del Estado de los caudales públicos) a la que se unía una crisis étnica que, por todos los medios se oculta, pero que está ahí, latente. 

Para ver el alcance y la gravedad de la crisis étnica basta con mirar las páginas de sucesos de los diarios y pasearse por algún gueto de inmigración de los muchos que proliferan en la costa mediterránea, en Canarias, en Andalucía, en Madrid y empieza a salpicar incluso a las zonas con menos densidad de inmigración: Galicia y la cornisa cantábrica. Lo que veremos es descorazonador: gentes llegadas de 123 países del mundo (especialmente magrebíes, andinos y subsaharianos), desocupados, que viven de no se sabe bien qué, sin posibilidades de encontrar empleo en el próximo lustro como mínimo, sin intención de retornar a su país y preocupados sólo por acogerse a la reagrupación familiar, desinteresados por cualquier cosa que signifique “integración” y en movimiento del INEM a Asistencia Social, de ahí a Cáritas, para hacer luego algún trabajo no regulado los más responsables y para integrar las redes de delincuencia cada vez más tupidas los mas desaprensivos. Eso es hoy la inmigración y ha eso nos ha llevado el PP y el PSOE. 

Hace más de 10 años, Guillaume Faye ya advirtió que las bandas étnicas que entonces empezaban a asolar Francia desembocarían en redes mafiosas armadas que supondrían un riesgo para el Estado. Así ha ocurrido, efectivamente, detrás de la expulsión de los gitanos rumanos en Francia, lo que se encuentra es un tiroteo en las inmediaciones de Orleans y el saqueo de una comisaría de policía: sí, el asalto, saqueo de una comisaría en la que varios policías resultaron apaleados. Los ataques armados contra policías, bomberos que acuden a apagar los vehículos incendiados por inmigrantes en las noches francesas, se han generalizado. Así está Francia… y ese es el espejo en el que debemos mirarnos. 

Por el momento, inmigrantes magrebíes ya respondieron agresivamente a los Mossos de Esquadra en El Vendrell, prácticamente cada kilo de cobre que se roba en España es sustraído por inmigrantes generando problemas en las infraestructuras de comunicaciones; algunos bares de Barcelona y Madrid son “bares étnicos” cerrados a otras comunidades. La mafia colombiana realiza impunemente en España sus ajustes de cuentas y en los patios de muchos colegios y en las inmediaciones de los centros de estudio, desde hace tiempo, se suelen producir situaciones de tensión por la actividad de las bandas latinas que ni trabajan, ni estudian, pero aprovechan el tiempo libre –24 horas– para delinquir… La formación de guetos étnicos prosigue cada vez más acelerada y ya hoy zonas enteras de nuestro país son enclaves de países extranjeros en donde al autóctono se le mira mal, y se le induce a abandonar el barrio en el que ha vivido siempre. A eso se le llama “limpieza étnica” y eso está ocurriendo ante nuestros ojos.

El desplome de la socialdemocracia

La superposición de estas dos crisis (la social y la étnica) puede dar lugar a efectos insospechados. En toda Europa ha generado una desconfianza hacia el poder que ha permitido que esta situación fermentara sin hacer nada y ha alimentado el crecimiento de los llamados partidos de “extrema–derecha” (falsa denominación atribuida por los adversarios a los “partidos identitarios” en la medida en que, sobre todo, defienden la identidad nacional de sus países). Es previsible que en los próximos años esta decantación se agrave. De hecho, en la actualidad, en toda Europa, la socialdemocracia ha entrado en crisis y entre sus menguados votantes, cada vez figuran más inmigrantes “integrados”. La crisis y las erróneas políticas de inmigración acometidas especialmente por la socialdemocracia en los últimos 30 años en toda Europa, los mitos “integracionistas” que han promovido, están pasando factura a la izquierda europea y desintegrándola con mucha más efectividad que cualquier otro factor.

La crisis de la socialdemocracia europea tiene mucho que ver con el hecho de que su electorado natural –las clases trabajadoras– sean el que más han padecido el problema de la inmigración, las que se han visto más afectadas por la competencia desleal de los inmigrantes en materia salarial y que han tenido que sufrir en sus barrios las operaciones de “limpieza étnica”. Eso explica suficientemente que una buena parte de la clientela de los partidos identitarios europeos proceda de sectores sociales que anteriormente entregaban su voto a la socialdemocracia. Y es ahí por donde los partidos identitarios crecen tal como ha demostrado el último éxito de los Demócratas Suecos, hoy fulcro de la balanza política de aquel país.

Si tenemos en cuenta que su defensa de la identidad nacional y de las tradiciones autóctonas tiene cierto impacto sobre el voto tradicional de las derechas europeas, se percibirá claramente que la tendencia aún incipiente es hacia una transformación del mapa político europeo en dos fuerzas principales y en un sin fin de opciones secundarias. 

Identitarios ante el futuro

En efecto, el crecimiento económico producido en Europa durante los “30 años gloriosos” (1945–1973) generaron en los años 70 y 80, un progresivo aburguesamiento de las clases trabajadoras europeas que aún siguieron votando a la izquierda socialdemócrata (y en Francia e Italia a los Partidos Comunistas). Pero en los años 80 y 90 se empezó a producir el tránsito del voto de izquierdas al voto identitario a medida que aumentaba la inmigración masiva.

Mientras la izquierda mantenga el dogma de la multiculturalidad y del mestizaje, esa izquierda está condenada a convertirse en una fuerza que terminará recogiendo solamente el voto de antiguos socialistas de períodos líticos, jubilados en plena ancianidad, inmigrantes integrados y yuppies de ambiciones humanitarias. La izquierda había apostado por el neoliberalismo desde el Congreso del SPD alemán en Bad Godesberg y no le fue mal mientras el neoliberalismo gozó de buena salud, pero en el momento en que estalló la gran crisis económica de julio de 2007, la socialdemocracia estaba demasiado comprometida con el capital para poder aportar respuestas que satisficieran a las clases trabajadoras que, desde hacía tiempo, veían con desconfianza las tendencias multiculturales e inmigracionistas que ellos, en sus puestos de trabajo y en sus barrios, debían sufrir más que nadie. De ahí al desplome no había más que un paso.

Pero votar a la derecha era excesivo para estos sectores que, a fin de cuentas, pedían “justicia social” y desconfiaban también de ese neoliberalismo que era el jardín privilegiado y la única forma económica concebida por la derecha. Era normal que esos sectores desencantados de la socialdemocracia o se refugiaran en la abstención (como ocurre en España) o votaran a partidos identitarios, allí en donde estos partidos habían demostrado una mínima claridad de juicio y estaban ajenos a los esquemas de la vieja extrema–derecha. En este sentido los Demócratas Suecos son paradigmáticos: desde su origen hasta su eclosión han realizado este tránsito inevitable.

En las próximas décadas, hay que prever que aunque la crisis económica remonte leve y puntualmente, lo que no remontará es la crisis étnica: las tasas de natalidad de la inmigración y su afluencia son lo suficientemente espectaculares como para pensar que la tendencia al vuelco demográfico del Viejo Continente es cada vez más acusada. Si la socialdemocracia intenta cambiar su posición favorable a la inmigración y al multiculturalismo, no solamente se traicionará a sí misma y toda su gestión en los últimos 30 años, sino que además perderá su único eslogan que le queda en propiedad, siendo todo lo demás una mera corrección y atenuamiento de las posiciones de derechas sobre el neoliberalismo.

De ahí que cualquier análisis lleve a certificar en breve la muerte de la socialdemocracia y su progresiva sustitución por partidos identitarios que unan un fuerte sentido social a sus propuestas de repatriación de la inmigración. 

En cuanto a la derecha, sobrevivirá y gozará de buena salud, mientras que el neoliberalismo siga siendo indiscutible. Si el dogmatismo de la izquierda es ideológico y situado en el terreno de los valores finalistas, el dogmatismo de la derecha es económico e instrumental. Existe derecha porque existe liberalismo. Si la derecha no fuera liberal, sería una derecha tradicional y daría respuestas corporativas y monárquicas, aludiría a la “justicia social” enarbolando la Rerum Novarum y hablaría de valores a defender en lugar de oportunidades para progresar electoralmente renunciando a cualquier valor.

El llamamiento de los partidos identitarios al foralismo, al respeto y a la defensa de las tradiciones locales y a los valores éticos y morales, tiene también un extraordinario poder de atracción para esa derecha tradicional que en muchos países europeos (incluida España), para sobrevivir ha debido travestirse y enmarcarse dentro de la derecha liberal, desde mediados del siglo XIX.

Crisis sistémica e inestabilidad 

No olvidemos, por otra parte, que esta crisis económica no es coyuntural (como la de 1973, o la del período 1976–1981 en España, o la de 1989, o la de las punto.com a finales del milenio). Esta es una crisis estructural y sistémica que no depende de la mejor o peor gestión del poder político (aunque la mala gestión puede agravar y extenderla, obviamente, tal como está ocurriendo en España), sino de la estructura misma de la organización económica mundial (la globalización). Esto implica que la crisis actual no terminará, como máximo se producirá un crecimiento económico puntual y limitado incapaz de prolongarse en el tiempo; el sistema ha alcanzado un punto en el que vivirá en constante inestabilidad hasta que se aborde su profunda y definitiva reforma. 

Pero quien podría reformar el sistema (el poder político), está condicionado por el poder económico (la alta finanza internacional). Y este poder económico –del que las clases políticas dirigentes actuales no son más que “validos” o simples “delegados”– no experimenta la sensación de que precise ninguna reforma porque hoy, con la estructura actual, obtiene más rendimiento del capital que nunca antes en la historia.

La buena noticia es que las formaciones tradicionales de centro–derecha y de centro–izquierda que han sido en las últimas décadas la “voz de su amo” (el poder económico) están vivienda los últimos momentos de su hegemonía en solitario. Hay que prever que la derecha liberal se mantenga como fuerza hegemónica todo el tiempo que dure la actual fase del capitalismo, mientras que la izquierda se desploma y se genera con buena parte de ésta y con una parte sustancial de la otra, una potente fuerza identitaria en toda Europa. Esta situación de crisis de las opciones que han dirigido Europa en los últimos 65 años, generará también la aparición de un sin fin de opciones políticos de menor calado que respondan a problemas concretos de la sociedad (problemas regionales, problemas ecológicos, problemas de grupos sociales concretos: jubilados, jóvenes, inmigrantes, etc.) que fragmentarán extraordinariamente el panorama político y obligarán, antes o después, a reformas en profundidad del sistema político en toda Europa y, por lo mismo, de la misma Unión Europea que, a estas alturas, puede considerarse un proyecto embarrancado y paralizado. 

Son precisamente las fuerzas identitarias quienes presentan en sus programas –algo que los medios de comunicación suelen olvidar con demasiada frecuencia– un punto fundamental para salir de la crisis económica: romper con la globalización, considerar a Europa y Rusia como un espacio económico homogéneo que tiene todos los elementos como para prescindir de la alta finanza internacional e incluso de las fuentes energéticas exteriores. Porque la salida definitiva a la crisis pasa por la destrucción del sistema mundial globalizado que ha generado una inestabilidad permanente en la economía internacional.

El futuro de Europa

El siglo XXI será un siglo de grandes cambios tecnológicos (ingeniería genética, criogenia, energía de fusión, nanotecnología), pero también de grandes cambios políticos. Las fuerzas que fueron hegemónicas en Europa desde 1945 (y en España desde 1977), periclitarán (están periclitando) y se verá el emerger en la gobernabilidad de las naciones a opciones identitarias (se está viendo) que responden mejor a las nuevas exigencias generadas por la inmigración masiva, la crisis económica y la corrupción generalizada de las viejas élites políticas. Al final de todos estos cambios y mutaciones no estaremos ya ante un sistema sino ante otro completamente diferente. El sistema político, el sistema económico y el sistema social que hayan surgido de una serie de reformas en cadena serán completamente diferentes al que hemos visto a principios del milenio.

Como en el alumbramiento de cualquier opción nueva, el momento del parto será inevitablemente doloroso: para volver a la normalidad será preciso atravesar una situación de shock, un fuerte traumatismo que impulse a las grandes decisiones y que vendrá forzado por las circunstancias. Ese traumatismo derivará, por sí mismo, de los límites actuales del sistema: un sistema que no puede crecer indefinidamente, una inmigración que crece más que la población autóctona y que es completamente diferente en ideales, aspiraciones y voluntades, y superar el límite de sufrimiento y privación de la población que no podrá ser olvidado ni por los subsidios ni por el entertaintment mediático. 

La agresividad de que está haciendo gala la inmigración en Europa, la coagulación de grandes redes de delincuentes llegados del extranjero, los tiroteos y destrucciones contra edificios oficiales e infraestructuras que están teniendo lugar en Francia, la imposibilidad por ir más allá de donde se ha llegado en materia de integración, el acaparamiento del narcotráfico en todas sus variedades por redes extraeuropeas (magrebíes, colombianos, nigerianos), todo eso apunta en dirección a que el shock al que nos referimos tendrá lugar cuando todos estos grupos generen tensiones insoportables con los Estados europeos similares a las que se produjeron en Francia en noviembre de 2005 y se reproducen con cierta frecuencia. Y a esa presión corresponderá una reacción de las fuerzas sanas de Europa, liberadas de la sumisión a lo políticamente correcto.

Si añadimos a la crisis económica y al vuelco étnico, la expansión del fanatismo islámico de los países del sur del Mediterráneo tenemos tan cerca, nos daremos cuenta de que la situación es más que grave. La población magrebí crece a más velocidad que su economía y genera unas tasas de paro insoportables que tienen como resultado el que los menesterosos se vuelven hacia el Islam (verdadera esperanza para desesperados) y/o emprendan el camino de la inmigración. Y lo que traen en sus maletas no es deseo de integración, sino islamismo y desesperación. A nadie se le escapa que los países del Magreb son una bomba de tiempo y que, la presencia norteamericana en Marruecos solamente logrará retrasar unos años a la subversión islámica. Nadie sabe quién puede gobernar mañana en el Magreb y qué postura adoptará en relación a Europa, pero de lo que no cabe la menor duda es que mañana el Magreb será más islámico que hoy y, el carácter belicista de la expansión islámica, hace que estemos ante un problema añadido que colocar en el complejo tablero de la Europa del futuro. 

La esperanza es que los partidos identitarios tengan la fuerza, la claridad de ideas y la pureza de ánimos suficientes como para, en la intensificación de la crisis que se avecina, estén en condiciones de tomar las riendas. 

¿Demain l’Espagne?

Parafraseando el título del famoso libro de Santiago Carrillo publicado a principios de los 70, cabe preguntarse ahora sobre la perspectiva de crecimiento de los partidos identitarios en España y si va a cumplir las mismas pautas que se han dado en otros países europeos o nuestro país en esto también va a ser diferente.

La democracia llegó tarde a España y por tanto el proceso de normalización con Europa también se ha retrasado. Desde 1945 hasta 1985, prácticamente los partidos identitarios estuvieron ausentes de la escena europea, salvo en Italia y por circunstancias muy determinadas. Ha sido en los últimos 25 años cuando han ido apareciendo chispazos aquí y allí y ha sido posible hablar de “fenómeno identitario europeo” como de una realidad que se acerca al gobierno en Austria, Italia, Suiza, Flandes, que tiene notables representaciones en el Reino Unido, Alemania, en los países nórdicos, en el Este Europeo, sin aludir a la “excentricidad holandesa” polarizada en torno a Wilders. Si en 1985 se produjo esa eclosión fue porque en ese momento los dos partidos de centro–derecha y de centro–izquierda que habían gobernado alternativamente en Europa desde 1945, empezaron a “pinchar”. En España la democracia llega en 1978 y diez años después ya empieza a dar los primeros síntomas de agotamiento con la corrupción felipista; sin embargo quedaba experimentar las soluciones de derecha. 

Cuando el paro ya había superado los 3.000.000 de parados, cuando la corrupción carcomía el felipismo, España se entregó a la derecha que logró un crecimiento económico innegable… a costa de entronizar un modelo que tal como se podía prever suponía “pan para hoy y hambre para mañana”. Cuando los errores de Aznar y las bombas del 11–M lo apearon del poder, la socialdemocracia española ya no era tal, sino un amasijo de ideas humanistas, universalistas, mal estructuradas, más propias de una ONG buenista que del gobierno de un Estado Europeo: y eso es lo que nos ha gobernado y nos ha situado ante el abismo. Buena parte del electorado votará a Rajoy en 2012 con la nariz tapada y sin confianza en que tenga claridad y valor para aplicar medidas que atenuaran la crisis a medio plazo.

Salvo en Catalunya, donde la PxC afronta la última etapa antes de su primera prueba electoral importante, en el resto del Estado, los partidos identitarios distan mucho de haber irrumpido en el panorama político. Hay grupúsculos que aluden a la necesaria lucha contra la inmigración, pero que carecen de estatura política, generalmente mal dirigidos y con mezclas de temas que remiten a la vieja extrema–derecha y, por tanto, a la esterilidad política completa. No importa, esto no es relevante: las opciones políticas aparecen solamente allí en donde las condiciones sociales las exigen y la inmigración todavía es un problema nuevo en España (apenas 15 años). 

Si en Catalunya se han producido movilizaciones es precisamente porque es allí en donde 1.250.000 inmigrantes suponen la mayor concentración de todo el Estado. En la Comunitat Valenciana y en la Comunidad de Madrid existen concentraciones similares que generan el caldo de cultivo para una “respuesta”. De dónde salga esa respuesta tiene poca importancia. Lo importante es que la eclosión identitaria se producirá, antes o después, por simple agotamiento de cualquier otra opción. Si no son las pequeñas formaciones actuales que intentan ocupar ese espacio, será mediante líderes improvisados, escindidos de los grandes partidos o mediante la transformación de movimientos cívicos en partidos anti–inmigración, surgidos de las masas y con voluntad poder, o incluso por el efecto arrastre que pudiera general la PxC fuera de Catalunya.

Tal es la perspectiva para los próximos años. Construyendo partidos identitarios, construimos el futuro de nuestro pueblo y pensamos en un futuro para nuestro pueblo más allá de la crisis económica, social, política y étnica que tenemos encima.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

ZP: o cómo reavivar el “efecto llamada” en tiempos de crisis

Infokrisis.- La noticia fue sugerida el día 8 por Intereconomía y parecía increíble, hoy, sin embargo la ha confirmado El Mundo: el gobierno prepara un Reglamento de Inmigración que “flexibilizará” la renovación de permisos de residencia y rebajará de 3 a 2 años el requisito para poder aplicar la “regularización por arraigo”. Como la ciudadanía no responda vamos a cerrar un ciclo de “alogenización” del país que empezó con la regularización masiva de febrero-mayo de 2005.

La noticia es increíble e implica una verdadera “regularización masiva” solapada, la última barbaridad ignorante e irresponsable cometida por el zapaterismo, una nueva traición al pueblo español y una puñalada más a todos los españoles que, gracias a la estupidez zapaterista, cada vez se sienten más extranjeros en su propio país.

Las noticias difundidas por Intereconomía (de la que se podía dudar a causa de sus posiciones políticas neoliberales y próximas a la derecha de la derecha de dentro del PP) confirmadas hoy por El Mundo supone una verdadera afrenta a todos los españoles a los que se nos ha subido impuestos para afrontar el déficit del Estado, déficit que se debe en gran parte a la propia presencia del peso muerto de 6.000.000 de inmigrantes de los que solamente la cuarta parte cotiza a la Seguridad Social y al resto ¡los mantenemos el resto de españoles!

La noticia de que el zapaterismo va a engañar al pueblo español y a las propias autoridades de la Unión Europea utilizando su clásico sistema de dejar que la ley siga como estaba, pero reformando el reglamento para su aplicación, supone otro intento de fraude a un pueblo. Fraude intolerable y que se suma ya a una larga serie de fraudes inmorales y tropelías cometidas por ZP y sus mariachis.

Dos medidas graves y erróneas

¿Qué nuevo desastre añade esta próxima reforma? Dos fundamentales y que, de prosperar tendrán una importancia decisiva en la adulteración de nuestro sustrato étnico y cultural en los próximos años:

- En primer lugar, tal como ha señalado el director general de Inmigración del Ministerio de Trabajo e Inmigración del Gobierno, Markus González, ha avanzado que el Gobierno plantea renovar el permiso de residencia a inmigrantes en paro si sus parejas trabajan y cumplen, en su lugar, los requisitos económicos para permanecer en España… por supuesto no ha explicado de que “requisitos” se trata. Lo ha dicho “Markus”: “se trata de facilitar las renovaciones automáticas”.  

- La segunda medida es todavía peor: es la reforma del arraigo social para que los extranjeros en situación irregular puedan obtener un primer permiso de residencia tras probar que han pasado dos -y no tres años, como ahora- en España.  

En otras ocasiones ya hemos insistido suficientemente en que la figura del “arraigo social” es absolutamente incomprensible y consiste en premiar las situaciones de ilegalidad con una regularización sin preocuparse de nada más. Pensemos otra vez en lo que supone la figura del “arraigo social” ideado por ese lerdo de Jesús Caldera: un inmigrante entra ilegalmente en España, vive de no se sabe qué durante treinta y seis meses, al cabo de los cuales, el gobierno premia estos tres años de presencia milagrosa, con la regularización. Pues bien: esta reforma pretende reducir de tres a dos años la estancia ilegal para recibir los papeles.

Premiar las situaciones de ilegalidad

¿Qué deben pensar los inmigrantes que, según la ley de extranjería, solicitan en los consulados españoles más próximos a su lugar de residencia, permiso para entrar en España? Deben pensar que éste es un país en el que no vale la pena respetar la legislación vigente y que es mejor forzar su presencia aquí entrando ilegalmente.

Para colmo ¿y los cuerpos de seguridad del Estado? ¿Para qué van a pasar el día pidiendo papeles en la calle a boleo y fastidiar a un ilegal que lleve ya 23 meses en España? Total para que el ilegal reciba una carta en la que se le dice que abandone el territorio nacional…

Todo esto es una secuela del “optimismo antropológico” de un enfermo mental: de Zapatero, cuya obsesión, desde que presentó su candidatura a la secretaría general del PSOE ha sido la inmigración (ya en el “programa” que presentó en la ejecutiva de León del PSOE para avalar su candidatura, podía en el número 1 –no en el 2 o en el 3, sino en el 1- de su programa: “Solidarizarse con la inmigración”… cuando en León en ese momento no había más de 100 inmigrantes en toda la provincia), un hombre que ya no sabe qué hacer para conseguir que vengan más y más inmigrantes a nuestro país.

Cuanto más inmigrantes, más deficit

A ninguno de los incapaces de nuestro gobierno se le ha ocurrido preguntar qué harán esos inmigrantes regularizados rápidamente: porque aquí resulta evidente que en los cuatro próximos años vamos a seguir sufriendo el azote del paro, no está de ninguna manera claro cómo vamos a salir de esta crisis y cada vez más economistas están convencidos de que hasta 2020 no acabaremos de salir. ¿Cómo vamos a poder mantener a todos este peso muerto de inmigrantes y más inmigrantes en paro, sin preparación profesional y sin posibilidades de encontrar empleo en el sector de la construcción nunca jamás (porque nunca más se volverán a alcanzar las cifras de construcción de hace tres años) y con un sector turístico declinante en calidad y en cantidad de visitantes?

Este peso muerto lo vamos a mantener nosotros con nuestros impuestos. Y no hay absolutamente ninguna duda de que Rajoy no es partidario de las repatriaciones masivas y del cerrojazo total a la entrada de nuevos inmigrantes.

¿Por qué estas actitudes? Muy sencillo: cada inmigrante que llega es un consumidor que genera más movimiento económico. Por tanto, el PIB tiende a subir cuando sube el número de inmigrantes presentes en un país. Así se engaña al PIB: de un 0’1 arriba o abajo depende de que estemos o no técnicamente en recesión.

Pero no debemos de olvidar que la lógica dice que un inmigrante de más es un poco más de presión fiscal sobre todos nosotros y un puesta de trabajo menos para nuestra gente.

Las cifras de la tragedia que está viviendo este país ante la pasividad de su población

El resto de puntos mencionados por El Mundo son casi un chiste: que la Generalitat de Cataluña ofrece cursos de 135 horas de catalán para extranjeros no  es por “patriotismo” y antiespañolismo, tanto como por desvío de fondos públicos: en Catalunya a los amigos se les da para que organicen cualquier tipo de cursos. Así se quema presupuesto con cursos para un público no exigente, interesado solamente por el certificado de asistencia (¡como que un moro o un pakistaní van a hablar catalán después de 135 horas!)

La información que recogía hace unos días La Gaceta indica que uno de cada tres inmigrantes han perdido su empleo y más de 600.000, los que obtuvieron sus papeles en 2005, deberán solicitar su tarjeta permanente –que se consigue a los cinco años– en los próximos meses y muchos de ellos no podrán acreditar un empleo. En teoría se tendría que ir ya: pero Zapatero acude al rescate justo en el peor momento para nuestra economía y en el peor momento para nuestro pueblo.

Pero hay más: si hay 6.000.000 de inmigrantes entre legales e ilegales empadronados (nadie sabe cuántos cientos de miles de ilegales no empadronados residen en España, ni mucho menos de qué viven) y solamente cotizan a la Seguridad Social 1.400.000 ¿de qué vive el resto? El día en que el gobierno nos lo explique habrá que brindar con cava.

¿Pero solamente hay 6.000.000 de inmigrantes? Sí, pero, en realidad hay más: algo más de un millón ya han recibido la nacionalidad española, aun cuando tengan de españoles solamente un papel en el que se acredita. Y, tal como informa La Gaceta, en estos momentos 1.200.000 más estén esperando como agua de mayo la nacionalidad.

Conclusiones

En definitiva:

1) Estamos ante una regularización masiva discreta

2) Esta regularización obedece a la acumulación de ilegales (algo más de 1.000.000)

3) Tiene como objetivo reavivar el efecto llamada, ligeramente apagado desde que estalló la crisis.

4) Uno de los objetivos es lograr que entre más población extranjera para garantizar la subida de unas décimas del PIB y poder alardear que “hemos salido de la recesión”.

5) Hasta 2004, como mínimo, la masa de inmigrantes en paro la seguiremos manteniendo nosotros con nuevas subidas fiscales, subidas

6) Cada puesto de trabajo al que aspira un inmigrante es un puesto de trabajo quitado a un español.

7) La preparación profesional de los inmigrantes se adapta solamente a situaciones de auge del turismo y de la construcción… sectores que nunca más, absolutamente nunca más, volverán a tener el desarrollo que tuvieron hasta 2007.

8) El zapaterismo ha evidenciado el cáncer de la sociedad española: la falta de sentido común de nuestra clase política y el silencio de Rajoy indica que en el otro lado tampoco se anda muy sobrado de este sentido, aunque sobren ambiciones.

En definitiva y resumiendo: Este país no tiene remedio porque tiene una clase política  irremediablemente inútil, ciega e incapaz. Ya va siendo hora de alojar la papeleta de voto de los dos grandes partidos al basurero en lugar de en la urna y de pensar opciones nuevas.

© Ernest Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.eshttp://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.

Natalidad agónica, inmigración sustitutiva

Infokrisis.- Los datos demográficos son malos y ningún miembro de la clase política ni de la clase periodística parece advertirlo. Llevamos 30 años con esta dinámica de pérdida de vigor demográfico de nuestro país y de dirigentes políticos que miran a otro lado. La situación es actualmente insostenible, las cifras más escalofriantes que nunca.

 

En 2009, Alejandro Macarrón publicaba un extenso artículo en Expansión sobre el problema democrático español que en abril de 2010 sería retomado por Libertad Digital. Macarrón empezaba recordando que nuestros gobiernos, desde Suárez, cuando empezó el invierno demográfico español, no han prestado absolutamente ninguna atención al fenómeno de la caída de natalidad, resolviendo el problema mediante la importación masiva de inmigración.

A fin de cuentas no era tan complicado estimular la natalidad en España en 1984, cuando el fenómeno empezó a ser una tendencia inequívoca; basta con estimular la natalidad mediante campañas de publicidad, favorecer la constitución de familias mediante créditos a las parejas jóvenes, incentivar la natalidad reduciendo impuestos e introduciendo desgravaciones fiscales, concediendo ayudas estatales, etc. Ni PP, ni PSOE, ni los partidos de inspiración cristiana (PNV y CiU) adoptaron absolutamente ninguna de estas medidas. En 1995 era evidente que el país estaba “envejeciendo” y que en breve el número de nacimientos sería inferior al de defunciones con lo que la pirámide demográfica adoptaría una forma peligrosa. El lugar de adoptar medidas pendientes en los años 80 se optó por importar masivamente inmigración en número muy superior al que podía absorber la sociedad española y en número extremadamente superior al necesario para reequilibrar la pirámide demográfica. Los resultados estamos empezando a pagar ahora.

Es importante recordar que todos los partidos políticos, absolutamente todos, sin excepciones, fueron culpables por dejadez de permitir el envejecimiento del país primero y de adoptar la solución más irresponsable: la inmigración.

Solamente en 2007 el zapaterismo optó por la medida más polémica para estimular la natalidad: el “cheque bebé” de 2.500 euros entregados en una única ocasión y que, Zapatero se cuidó mucho de aclararlo desde el primer momento, se entregaba a todos los padres “que tuvieran los papeles en regla”… era otra forma de subsidiar a la inmigración. En efecto, en 2008 nacieron 26.000 niños más que el año anterior (492.500)… de los que solamente 12.000 eran de madre española. En 2009, la crisis hizo que descendieran aún más el número de nacidos de madre española, pero no así el de hijos de inmigrantes.

La esperanza de vida de los españoles hoy dobla a la de 1900. Especialmente entre 1850 y 1975, en España nacieron prácticamente todos los años entre 550.000 personas, lo que unido a los avances médicos, la higiene, los servicios y la alimentación, la población española fue aumentando de manera constante. Pero, coincidiendo con la transición, empezó a caer un 33% hasta 1996, año en el que Aznar llega al poder e inaugura el nuevo modelo económico español una de cuyas bases era el injerto de inmigrantes en la población española. A partir de ese momento y hasta 2008 la natalidad española alcanzó más de 500.000 nuevos nacimientos anuales…

La natalidad española se construye con marroquíes

Para Macarrón Larumbe todo el problema consiste en llegar a las cotas de natalidad que se alcanzaron hasta 1977… Pero el problema es mucho más complejo. Para la doctrina económica neoliberal –que sin duda comparte Macarrón- el gran fetiche es el PIB: si este crece, la economía va bien… (¿es posible un crecimiento hasta el infinito del PIB…?) y de lo único que se trata es de que crezca. La forma más directa y simple es mediante el crecimiento del padrón municipal: a más ciudadanos más consumo global… Un liberal-conservador como Aznar juzgó que habría que dejar entrar inmigrantes para que el PIB aumentara, y un liberal-universalista como Zapatero ni siquiera se planteó porqué la economía iba bien: porque entre 1997 y 2010 entraron en España anualmente una media de 500.000 inmigrantes.

El problema que le preocupa a Macarrón es que esta tendencia está alterando el sustrato demográfico español. Escribe, por ejemplo: “La madre de casi el 5% de los bebés españoles de 2008 es marroquí, porcentaje que crece año a año y que casi se duplica en Cataluña -donde, precisamente, están surgiendo los primeros partidos “inmigrófobos” de España-, Murcia o La Rioja. Lógicamente, la proporción es muy superior en Ceuta y Melilla, con un 17% y un 34%, respectivamente, de hijos de madre marroquí en 2008”.  Y añade: “Y si a los nuevos españoles de madre marroquí añadimos el resto de los de madre africana, en su gran mayoría de religión mahometana, y los de madre paquistaní o siria, los porcentajes de hijos de mujer musulmana superan el 9% también en Aragón o Baleares”.

Macarrón (y otros demógrafos como Emmanuel Todd) se tranquilizan ante la perspectiva que conduce el invierno demográfico europeos en contraste con la “primavera demográfica” de la inmigración magrebí alegando que, a medida que los magrebíes se habitúan a estar en España su tasa demográfica de modera. Eso está por ver. No ha ocurrido en ningún país de Europa Occidental y, por supuesto, no ocurrirá tampoco en España.

Si para los economistas y demógrafos liberales todo el problema es que el PIB no baje, y la alteración del sustrato etno-cultural de un país es irrelevante y completamente secundaria, la población lo percibe de una manera mucho más realista: una sociedad solamente es viable y gobernable cuando es homogénea y coherente.

(c) Ernest Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen