entrevista The Identitarians
Recientemente ha aparecido THE IDENTITARIANS, The movement against globalism and islam in Europa, compuesto por una serie de entrevistas realizadas por José Pedro Zúquete, investigador en el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa. Es autor de Política misionera en la Europa contemporánea y coautor de The Struggle for the World. Da la casualidad de que figuro entre los entrevistados, así que os ofrezco el contenido de la entrevista que me hizo Zúquete hace un año y el enlace para los que os intereséis por la obra.
Entrevista para The Identitarians:
¿Se considera identitario? ¿Qué es para usted un identitario?
Para responder a esta pregunta haría falta conocer exactamente cuál es la definición de “identitario”, a fecha de hoy. Habitualmente, se entiende por identitario a todo aquel que defiende sus raíces y la fisonomía tradicional de su comunidad. El problema viene porque cada cual entiende estos elementos una determinada manera. Si lo identitario es reconocer tres influencias culturales (el mundo clásico, el mundo germánico y el mundo católico) y tres niveles de identidad (el nacional propio de la Nación-Estado, el de la tierra natal o patria carnal y el europeo), sin duda me puedo considerar como identitario.
Ser europeo sería integrar todos estos niveles y convertirlos en normas de vida que, además, inspiraran las leyes y las constituciones de nuestros Estados-Nación. Pero, como he dicho, el problema es el valor y la fuerza que se da a cada uno de estos elementos: los hay, por ejemplo, que terminan considerando a la “tierra natal” como elemento más determinante y eso les lleva a posiciones reginal-nacionalistas e independentistas en relación a los Estados-Nación. Soy de la opinión que el Estado-Nación es hoy la única defensa que disponemos frente a la globalización y, por tanto, debe ser defendido.
- Es correcto decir que Ernesto Milà fue un militante neo-fascista en los años ochenta?
Sí, es correcto. Yo me integré en la acción política en 1968 en grupos descaradamente neo-fascistas. Y como tal, milité hasta mediados de los 80 en ese ambiente. Sin embargo, a partir de entonces, cuando el recuerdo de los fascismos empezó a quedar muy atrás y se generalizaron las desapariciones por muertes naturales de quienes habían vivido aquella época, el neofascismo se difuminó como fenómeno político. La disolución tardía del Movimiento Social Italiano fue el síntoma de que ese período había muerto en 1994.
Debo decir que entre 1972 y 1999, me seguía considerando “nacional-revolucionario”. Ahora bien, con este concepto ocurría lo mismo que con el término “identitario”: estuvo mal definido. Para unos ser “nacional-revolucionario” era ser neo-nazi pero evitando la carga negativa del término, para otros era ser una especie de actitud de izquierdas sostenida por militantes de extrema-derecha como eco remoto de aquellos miembros de la “revolución conservadora” alemana que asumieron este término. Otros identificaban neo-fascista a “nacional-revolucionario”. Para otros era simplemente un nihilismo activista frenético (en España, Bases Autónomas).
Detrás de todos estos problemas de definición lo que existe es un hecho histórico capital: la derrota del fascismo en 1945 que cortó cualquier posibilidad de que movimientos inspirados en él pudieran participar en el debate político cotidiano. Esto generó falta de liderazgo, dispersión, confusiones doctrinales, divagaciones poco fundamentales, ausencia de doctrina digna de tal nombre y, por tanto, orientación de la militancia según sus preferencias irracionales.
- ¿Usted fue redactor o editor de la Revista IdentidaD? ¿Desde cuando?
En realidad, fui “jefe de redacción” de la revista Identidad desde su inicio hasta su número 34. El director era Enrique Ravello. Me puedo atribuir sin reservas, también la idea de la revista. Digamos que la revista la hacíamos entre los dos. Debo decir que para mi fue un trabajo profesional y cobre por ello. Mi función era llenar la revista con artículos (entre el 50 y el 75% de todo lo que aparecía en la revista era escrito por mí), maquetar cada número y enviarlo a la imprenta; y el resto de los contenidos, esencialmente, estaba aportado por Ravello y por otros amigos suyos. La revista, si no recuerdo mal, empezó dirando 15.000 ejemplares y se vendía en kioscos de prensa. Solamente unos pocos ejemplares se repartían entre el ambiente político identitario o nacional-revolucionario. A partir del tercer o cuarto número perdí el interés político por la revista y seguí trabajando en ella como un trabajo profesional. El motivo era que pude comprobar que los intereses y orientaciones políticas de Revello tenían poco que ver con las mías.
A esto hubo que añadir dos elementos que, sin duda, tuvieron que ver en el fracaso de la iniciativa: por una parte, que poco después de iniciar su publicación tuvo lugar la gran crisis económica de 2008 y por otra que fueron los años en los que la prensa impresa sufrió un retroceso brutal en España y se perdieron cientos de puntos de venta. Lo más sorprendente es que casi se trató de una revista “clandestina” que apareció durante tres años, pero que no tuvo absolutamente ninguna influencia en el ambiente político de extrema-derecha.
- ¿Tuvo contactos o colaboró con Enrique Ravello y con Tierra y Pueblo? ¿su trabajo era similar?
Debió ser en 2005 cuando conocí a Enrique Ravello. En el momento de conocerlo no sabía de él que hubiera sido el “hombre de Miguel Serrano” en España, ni que mantuviera contactos con la organización francesa Tierra y Pueblo, que ni siquiera conocía. Sobre nuestras posiciones políticas debo decir que eran “hasta cierto punto semejantes” y “hasta cierto punto divergentes” (como muestra el hecho de que actualmente él está dirigiendo un movimiento independentista catalán desde Valencia y yo esté instalado en el escepticismo y en el exilio interior). La similitud de actitudes derivaba de que ambos reconocíamos la necesidad de instalar un poco de cordura y de sensatez en el ambiente –frecuentemente enloquecido- de los grupos de extrema-derecha españoles y en que el nuevo denominador común debía proceder de la doctirna identitaria. Mi impresión personal era que Ravello estaba lastrado por su origen (CEDADE, es decir, un círculo cultural, no político y que jamás hizo política) y por cierto dogmatismo ideológico (tal como se ha evidenciado al empantanarse en el callejón sin salida del independentismo trayendo a Cataluña una clonación del Vlaams Velang).
A la pregunta de si nuestra “misión” era semejante, no puedo responder. Nunca me he considerado investido de una misión. Mi intención a partir de 1999 ha sido participar y contribuir a la creación en España de un movimiento de protesta contra el actual estado de cosas y nunca he tenido ambiciones de dirigir ningún grupo, ni organización, ni tener un protagonismo especial. Y armado con esa intención he participado en Democracia Nacional (2000-2004), en España 2000 (entre 2006 y 2016), he trabajado en la revista Identidad (de 2006 y 2009) y he colaborado con Plataforma por Cataluña. Ciertamente –por mi experiencia, claro está– he ocupado en estas iniciativas, puestos de relativa responsabilidad. Simplemente: cuando me he convencido de que estas iniciativas habían agotado todas sus posibilidades, me he alejado de ellas. En la actualidad no milito políticamente en ningún lugar, convencido de que las iniciativas que se están realizando en España en estos momentos son muy limitadas, carecen de cuadros suficientes y de claridad en las orientaciones doctrinales, estratégicas y políticas, para poder tener éxitos en el futuro
- ¿Hasta qué punto está amenazado el futuro étnico de los europeos?
Está, efectiva y dramáticamente, amenazado de desaparición. Tenemos en el continente introducidos los fermentos de guerra civil racial-social-religiosa que irán creciendo y haciéndose cada vez más violentos en los próximos años. En el momento actual, en algunos países, todavía se puede responder a través de la vía política (Francia, Reino Unido, Alemania), en otros (como España) esta vía ya no es posible. Entre 20 y 50 años, Europa estará islamizada sin remedio y en plena guerra civil o en estado de virtual “dimmituh”. No solo es el futuro étnico de los europeos y su tradición, su historia y su pasado, sino su estado del bienestar, sus logros sociales, su economía, sus libertades, lo que está amenazado.
- ¿Qué es para usted el populismo?
Hace unos años, un ilustre cero a la izquierda que había sido presidente de las juventudes del Partido Popular me definía el populismo como “dar la razón al pueblo”. No, en realidad, no es esto, sino algo muy diferente: lo que hoy se llama despertivamente “populismo” es simplemente tratar de recuperar la cordura y la esencialidad del discurso política desembarándose de los límites impuestos por lo políticamente correcto, por el pensamiento único y por las ideologías progresistas y de género, procurando aislar los temas esenciales que más afectan a nuestro futuro, liberándose de las sugestiones y mitos humanistas y universalistas que tienen en la UNESCO a su principal altavoz y tratando de racionalizar la política en función de los intereses de la población.
- La clase globalizadora, de izquierda y derecha, continíua ganando las elecciones en Europa y controlando el poder. Incluso en una coyuntura favorable (terrorismo, crisis económicas, problemas migratorios, etc) los partidos antisistema siguen estando lejos del poder. Considera imposible la victoria electoral de un partido identitario en Europa?
Debo decir que hasta 2017 creí en las posibilidades de que el Front National francés obtuviera la victoria y vi el apoyo popular al Brexit del Reino Unido como un elemento positivo. Unos meses después, la victoria de Macron, incluso el desgaste de Trump y la lentitud del “decoupling” del Reino Unido, son síntomas significativos de que las dificultades van a ser, en mi opinión, prácticamente insuperables… en condiciones normales. Creo que la derrota de Marine Le Pen se debió a una serie errores estratégicos y tácticos y que su campaña electoral estuvo muy mal planteada. Trató de ganar votos a la izquierda, en lugar de procurar que la segunda vuelta fuera entre ella y el candidato del partido de la izquierda alternativa, Melenchon. Responsabilizo a Florian Philipot y a su equipo de este error, pero la candidata también tiene su parte de culpa. El riesgo actual es que el FN se difumine en la política francesa a la vista de su incapacidad para ser una alternativa y de su liderazgo frustrado. El caso austríaco es también significativo. Y el alemán lo confirmará: las fuerzas “identitarias” (por levemente identitarias que sean) existen en buena parte de Europa, pero no con la fuerza suficiente para lograr cambios sustanciales en la trayectoria suicida de los gobiernos europeos. El caso húngaro es una excepción… veremos hasta cuándo.
- Muchos identitarios dicen que un futuro de “guerras étnicas” es inevitable en Europa. ¿Cree usted que se trata de una idea exagerada?
No, desgraciadamente no se trata de una exageración, ni de una visión pesimista del futuro, sino de simple realismo a la vista de las diferenciales de crecimiento de la población autóctona europea y de la que se da en el contingente halógeno. De hecho, los atentados yihadistas y la delincuencia procedente de los países del Magreb, pueden entenderse como primeros chispazos de ese conflcito étnico-social-religioso. Por eso he dicho que, en buena parte de Europa, ya no basta con una respuesta “política” o “electoral”.
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