Comeos los unos a los otros
La religión del canibalismo y de los sacrificios humanos.- En junio de 1980 fue detenido en París Isei Sagawa, estudiante. Había cortado las nalgas de su amiga holandesa, a la que acababa de matar, con un cuchillo eléctrico -made in Japan, por supuesto- y las había cocinado al curry. Unos años antes los supervivientes del avión de LAN Chile desaparecido en los Andes revivieron el drama de la balsa del "Medusa" inmortalizado por el cuadro de Louis David. En ambos casos supervivientes de una catástrofe debieron devorar los cadáveres de sus compañeros para poder no morir de hambre. Sin embargo, estos tres casos son atípicos en relación al canibalismo y a los sacrificios humanos.
En Noviembre de 1995, el alpinista César Pérez de Tudela, junto al profesor Vicente Martínez, especialista en tribus indígenas, se toparon en Nueva Guinea con lo que parece ser la última tribu de caníbales identificada. Con el apoyo institucional del Príncipe de España y de la Comunidad Autónoma de Madrid, esta expedición supuso un verdadero hallazgo antropológico. Después de un mes de búsqueda y de indecibles penalidades, Pérez de Tudela y Vicente Martínez, encontraron poblados situados en las fuentes de los ríos de Irian Jaya en Nueva Guinea, cuyos habitantes, desnudos y viviendo en los árboles, jamás habían tenido contacto con la civilización. Las autoridades tenían ligeros indicios de que aun practicaban la antropofagia. La expedición española vio numerosas cabezas cortadas a las que habían devorado partes de sus cuerpos. Un misionero desaparecido en esa zona meses antes había sufrido idéntica suerte. Al ser nómadas, estas tribus son de difícil localización; las regiones que recorren, muy insalubres, están habitualmente azotadas por la malaria. Pérez de Tudela y sus acompañantes, habían encontrado a los últimos caníbales del planeta. Hubo un tiempo en que la costumbre de comerse los unos a los otros estuvo extraordinariamente extendida...
Una vieja leyenda guineana explica que un halcón sobrevoló la cabaña del jefe de una tribu centroafricana y dejó caer en el caldero el trozo de carne que llevaba entre las garras. El reyezuelo quedó encantado con el guiso y ordenó a su cocinero que lo reprodujera. Como éste no pudo, el rey le cortó la cabeza y la arrojó al caldero; solo entonces su paladar se vio satisfecho. Tanto le gustó el guiso que cada día sacrificó a un esclavo; cuando estos se agotaron, continuó enviando al caldero a sus vecinos, luego a los familiares y, finalmente, él mismo cortó trozos de su propia carne para cocinar con ellos el suculento menú...
La moraleja enseña que el canibalismo solamente es permisible si se somete a unas reglas capaces de contenerlo en los límites de lo sagrado. El canibalismo es tan viejo como el hombre; no se ha practicado en todas las culturas, pero aun hoy sigue vivo y activo en rincones olvidados del planeta. La incidencia del canibalismo es irregular; una tribu lo practica y la vecina lo ignora. No puede atribuirse a un déficit de proteínas, no es, desde luego, una peculiaridad gastronómica sino un acto religioso. El canibalismo es una forma de sacrificio humano y por tanto, también un acto sagrado. Sacrificar quiere decir exactamente "hacer sagrado". El canibalismo es una forma extrema de sacrificio humano en la que, no solo los dioses se benefician del alma, sino que los hombres aprovechan la vitalidad de la víctima. Ninguno de estos ritos están motivados por la crueldad, sino por la piedad: la víctima, al ser sacrificada, obtiene un destino mejor que el que le esperaba en vida, entra en contacto con el mundo de los dioses; la comunidad, por su parte, gracias al sacrificio, restablece el equilibrio cósmico y satisface a los dioses tutelares.
PARA QUE SACRIFICAR
Los motivos que llevan a un pueblo a realizar sacrificios humanos o a practicar canibalismo son diversos. Todos revisten la forma de actos litúrgicos si bien su intencionalidad es diversa. En general, el sacrificio humano intenta restablecer un equilibrio que se ha roto o asegurar la renovación de un ciclo que ha terminado. James Frazer ha visto en estos ritos un culto al Dios-año. Sacrificar supone, también, compensar. El sacrificio humano sacia la voracidad de los dioses y disminuye las tensiones de la sociedad. En ocasiones la misma víctima entendía que su sacrificio era necesario. Los europeos que asistieron a estos ritos en África se sorprendieron de la resignación y aceptación con que la víctima asumía su muerte. Los japoneses hasta no hace mucho se arrojaban con sus aviones sobre los barcos americanos del Pacífico, sin que nada perturbara su vida normal durante las semanas de espera; otro tanto ocurre actualmente con los comandos suicidas terroristas. En la antigüedad romana, un rito importado de Iberia, la "devotio", consistía en el sacrificio de un líder para obtener un triunfo, adorar al emperador o evitar una catástrofe. En el 362 a. de JC, por ejemplo, se abrió una grieta cerca del Foro, consultados los arúspices concluyeron que solo se cerraría si Roma arrojaba al mismo su tesoro más preciado. Curcio, armado y a caballo, tras rezar devotamente, saltó al foso. El sacrificio de uno -voluntario o forzado- beneficia a muchos.
Fenicios y cartagineses sacrificaban al dios de la guerra para obtener victorias. Cartago llegó a ofrecer en holocausto 200 hijos de su nobleza para pedir a Baal la victoria sobre Roma. Otros pueblos creen que la sangre humana bastará para detener epidemias. En un tiempo muy arcaico, en Escandinavia, se sacrificaban niños para detener la peste y más recientemente los incas utilizaban víctimas de entre 6 y 8 años. La fertilidad es otro de los efectos buscados mediante el sacrificio. Sangre y fragmentos de las víctimas fueron desperdigados por los campos en la India hasta el siglo XIX, buscando la exuberancia de las cosechas. En culturas africanas, humores y órganos de la víctima -frecuentemente niños- son utilizados en la preparación de brebajes mágicos. En 1949 fueron juzgados varios brujos de Leshoto por sacrificar a niños y utilizar sus órganos, una vez calcinados, para elaborar pócimas que debían traer virilidad a los varones de la tribu. También el orgullo y la posición social exigían sacrificios. El poderoso no quería emprender solo el viaje al más allá, sino mostrar su poder en el otro mundo. Era una cuestión de "imagen". En China el año 506 a. de JC, Chu, un hombre notable, fue enterrado con cinco carros y cinco hombres vivos. La práctica de enterrar servidores reales sobrevivió hasta el siglo XIV durante el reinado de la dinastía Ming. A partir de entonces los nobles fueron enterrados con muñecos que, mediante un ritual mágico, eran dotados de alma. En Japón se enterró a Yamato-Hiko, hermano del emperador con su séquito, vivo por supuesto; las crónicas cuentan que "Tardaron varios días en morir y se les oía gemir y llorar".
En ocasiones resulta difícil distinguir entre una pena impuesta por un delito y un sacrificio humano. ¿Cómo hay que llamar a los autos de fe inquisitoriales? ¿O cómo debemos considerar el sacrificio de dos soldados por Julio César en el año 46 a. de JC, para castigar un motín y aplacar al dios de la guerra? Tras el terrorismo ciego e insensato ¿acaso no existe un poso fanático? La propia palabra fanático es significativa, procede de "fanum", templo. Lo irracional del terrorismo entronca con la concepción ancestral de los sacrificios humanos que persiguen obtener algún beneficio mediante el ofrecimiento de vidas humanas.
BUENAS RAZONES PARA COMER AL VECINO
El canibalismo estaba motivado por razones diversas. Buscaba obtener un efecto preciso. En general, se trataba de absorber la energía vital del difunto que unos pueblos situaban en el hígado, otros en el corazón, algunos en el cerebro y muchos en la sangre. El mito de los vampiros, en el fondo, no es sino una variante del canibalismo, donde lo que se absorbe es el fluido vital que se vehiculiza en la sangre. Algunos pueblos primitivos que practican cultos totémicos, tras matar al animal-tótem, comen alguna de sus partes, frecuentemente su sangre. Los virólogos tienen la certidumbre de que estos ritos totémicos en África Central provocaron la transmisión de enfermedades infecciosas al hombre; esta es al menos la hipótesis oficial sobre el origen del S.I.D.A., que luego los inmigrantes trasladaron al Caribe y de ahí, vía EEUU, se universalizó.
En ocasiones se trata de poner al difunto al servicio del brujo o chamán. Algunos cultos afro-brasileños o afro-caribeños siguen realizando estos rituales bárbaros, tal como demuestra la película "Perdita Durango". Se trata de ofrecer a la víctima una muerte horrenda en la que interesa que sufra lo más posible y se mantenga consciente hasta el final de su martirio. Con ello se pretendía que el alma del muerto tuviera miedo del sacerdote sacrificador y aceptara ponerse a su servicio. Otras culturas consideraban que el alma de los difuntos se apegaba a los huesos y solo mediante el sufrimiento se desprendía de ellos para cumplir el encargo mágico que se le requería.
En todos estos casos el momento clave del sacrificio era aquel en el que la víctima expiraba: ahí coincidía un momento en que el mundo de los vivos entraba en contacto con el de los dioses, con la víctima como emisario y puente.
Los antropólogos creen que el sacrificio de animales precedió al de seres humanos y fue solo cuando se abandonó el totemismo -culto a los tótems, animales frecuentemente- para concebir un dios antropomórfico que los sacrificios de animales dieron paso a los sacrificios humanos: el dios pedía la sangre de lo que era semejante a él. En algunas formas de concebir estos sacrificios humanos, la víctima no solamente era intermediario entre Dios y la Humanidad, sino que pasaba a ser la encarnación misma del dios.
NUESTRAS PARTES MÁS SABROSAS
Hoy nadie duda que el canibalismo no sea una excentricidad dietética, ni la búsqueda de un complemento proteínico, sino un rito sagrado. No todas las partes del cuerpo son igualmente apreciadas. En Nueva Guinea, quien mataba a alguien tenía el derecho de comer su hígado; allí residía el "espíritu" del difunto. En el Norte de Nigeria, la cabeza de la víctima estaba reputada de ofrecer masculinidad. Entre los yoruba solo el rey tenía derecho a comer el corazón. Los ritos caníbales de los indígenas de Nueva Guinea horrorizaron al Capitán Cook; pudo ver como el sacerdote oficiante comía los ojos de la víctima; en Java se los tragaba, mientras que en Hawai la cabeza y las extremidades eran seccionadas y distribuidas entre los jefes de los clanes y el resto del cuerpo, troceado, se repartía entre los inferiores. Sorber el cerebro del muerto es una tradición que aparece en distintos pueblos del paleolítico, incluso en Europa.
El canibalismo nunca ha desaparecido del todo en África. Se sabe que Bokassa, el improvisado emperador centroafricano, o el dictador guineano, Macías, solían practicar la antropofagia para fortalecer su poder y dominio sobre la comunidad. Del "emperador" Bokassa se cuenta que llegó a ofrecer, el día de su coronación, un manjar exquisito preparado con carne humana al entonces presidente de la muy racionalista República Francesa, Valery Giscard d'Estaing. Lo más terrible es que se cuenta que Giscard no rechazó el guiso. En cuanto a Macías debió afrontar la acusación de canibalismo en el proceso que lo condenó a muerte. Hoy se tiene la certidumbre de que el canibalismo experimenta un nuevo y extraordinario revival en algunas zonas del interior del África Subsahariana.
Cocida, cruda o a la brasa, la carne humana se ingiere según complicados rituales religiosos. En el Zaire, poco antes de la independencia, un oficial belga fue hecho prisionero, despedazado y comido crudo. Mas sofisticación gastronómica tenían los ritos caníbales practicados en las riberas del río Magambi; allí los mercados de esclavos ofrecían seres humanos depauperados cuyos compradores los engordaban para luego devorarlos en el curso de rituales bárbaros. En Nueva Guinea se cocía a la víctima, pero el rito solo podía realizarse en un manantial de agua hirviente; no valía utilizar el consabido caldero. Entre los ganawuris la carne de sus prisioneros solo podía ser devorada por los ancianos, los jóvenes solo tenían derecho a untarse con el caldo oleoso surgido de la cocción. Los guerreros zuperis daban las cabezas de las víctimas a sus padres y ellos se limitaban a lamer la sangre que rezumaba.
LOS NIÑOS PRIMERO...
En las ruinas de Cartago, cerca de Túnez, los arqueólogos descubrieron los restos de 6000 niños carbonizados; al parecer los cartagineses habían realizado allí sacrificios al dios Baal cuando presintieron la derrota contra Roma en el curso de la Tercera Guerra Púnica. Sus primos hermanos, del otro extremo del Mediterráneo, los judíos, practicaron abundantes sacrificios de niños. Al llegar a la tierra prometida, los judíos, siguiendo las costumbres egipcias, apenas practicaban sacrificios humanos. Sin embargo, antes y después de su paso por la tierra de los faraones destacaron como implacables sacrificadores. Se conoce la historia bíblica de Abraham a punto de sacrificar a su primogénito, Isaac; la orden divina sorprendió al patriarca, más por tratarse de su hijo, que por ser un sacrificio humano. Una vez en Palestina, el culto a Iahvé se confundió en algunos períodos con el culto a Baal, dios sediento de sacrificios humanos. Ezequiel se lamentaba de que Israel sacrificara su prole a ídolos paganos. En el siglo VIII a. de JC alcanzaron su punto culminante y solo cesaron con la destrucción del Templo. El lugar de sacrificios se llamaba "tofet", de "tofin", estrépito; en efecto, para acallar los gritos de los niños sacrificados, se hacían sonar estruendosos instrumentos.
Hasta principios de este siglo, prosiguieron las sospechas de que el pueblo judío realizaba sacrificios humanos. Grupos antisemitas afirmaron que el propio hijo del famoso aviador Charles Limberg, había sido muerto por su secuestrador, Bruno Hauptman, en el curso de un sacrificio ritual. Julius Streicher, dirigente del partido nazi, escribió un libelo sobre los "Crímenes Rituales Judíos" que fue reeditado en Argentina en el período de la Junta Militar, en plena "guerra sucia". Se trataba de una acumulación de medias verdades, rumores e informes de escasa credibilidad. La sombra del sacrificio de niños ha perseguido siempre a los judíos; recuérdese el caso del "Santo Niño de la Guardia" o de Santo Dominguito de Val, arquetipos de la leyenda urbana medieval y renacentista en función de la cual se justificaron "pogroms". Siempre, el tema es el mismo: un niño cristiano, menor de siete años, secuestrado por judíos, al que le infringen las mismas torturas y muerte descrita en la pasión de Cristo. En Barcelona, se repite la misma leyenda en la figura de San Mauret, crucificado por los judíos en el barrio del Call.
Los sacrificios de niños no son cosa del ayer. En 1909 las tropas coloniales inglesas detuvieron a varios individuos en Bombay acusados del horrendo crimen para obtener la fertilidad de sus mujeres. En 1924, también en la península indostánica, se ofrecían niños a Thlen, diosa-serpiente, como alimento para que la familia prosperase; si la diosa no tenía esa satisfacción, traía el hambre y la enfermedad. Lo más espeluznante, según se evidenció en el juicio que tuvo lugar en Assan, era que antes del sacrificio se les cortaba a los niños las yemas de los dedos con unas tijeras de plata. En otros lugares se sacrificaba al primogénito, recién nacido, para congraciarse con la diosa de la fertilidad y obtener abundante descendencia. Más terrible si cabe era la costumbre dravídica de inmolar a hijos de familias humildes, para que pudieran concebir las madres de los pudientes. Se quemaba a los niños y el humo debía ser olido por las mujeres que deseaban concebir. En Australia la madre mataba y devoraba al primer hijo para obtener más. En la India pre-védica, si una mujer tenía hijos y quería más, debía sacrificar al primero. Los thugs, feroces sacrificadores, también sacrificaban al primer hijo al dios de la destrucción, Mahadeo.
El paraíso hawaiano no se vio libre de estas atrocidades. El infanticidio era frecuente y los recién nacidos las piezas más cotizadas. Se les consideraba los mejores intermediarios entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Pero fue en Méjico, donde una vez más, el frenesí de sacrificios humanos alcanzó su cénit, también entre los niños. En Tehuacán, a 200 km. de Méjico, se encontraron restos de niños quemados, con la cabeza separada del tronco. Los cráneos habían sido tostados tras sorberle los sesos. En Tlatelolco, un barrio del Distrito Federal, se encontraron dibujo de niños y adultos, con el pene perforado, desprendiendo sangre. Así se cultivaba la bondad del dios de la lluvia. En el momento del sacrificio, si los niños lloraban, sus lágrimas indicaban que llovería.
El niño, por su corta edad, no es un ser "desgastado", su novedad es amada por los dioses. Así mismo, su nacimiento reciente indica que ha estado en contacto con los dioses en el período prenatal y es el mejor intermediario entre ellos y la humanidad. Ser niño en estas culturas no era ninguna ganga.
PRIMERA PIEDRA Y PRIMER SACRIFICADO
El enterramiento de niños y adultos, frecuentemente vivos, en los cimientos de los edificios fue la forma más antigua para consagrar y proteger edificios. Esta modalidad de sacrificio humano estuvo extremadamente difundida en todo el mundo. En todas partes se pretende que el alma del difunto proteja al edificio. En la ciudad birmana de Tavoy fueron encontrados cadáveres bajo los postes de entrada de la ciudad; se trataba de delincuentes enterrados vivos en agujeros para convertirlos en guardianes de la ciudad. La costumbre estaba extendida incluso por Europa Central. En 1906 se descubrieron bajo los cimientos del antiguo puente de Bremen en Alemania, el cadáver de un niño colocado allí para proteger la construcción. La costumbre de sacrificar un niño de padre desconocido y rociar con su sangre la tierra, aseguraba la protección del terreno sobre le que se edificaría un edificio.
En China hay restos de cuerpos sacrificados en los cimientos de edificios, desde los primeros tiempos de la dinastía Chu (1028 a 256 a. JC). En Japón se enterraban hombres en los cimientos de los castillos, en puentes e islas artificiales. Se les llamaba "hitobashira", literalmente, postes humanos. Los judíos tenían idénticas costumbres. En la apocalíptica llanura de Megido se ha encontrado una muchacha de 15 años muerta y enterrada bajo un edificio; era mucho más frecuente el caso de enterrados vivos. Otro tanto ocurría en Tailandia, donde al construir una ciudad se apresaban entre 4 y 8 transeúntes que eran enterrados vivos bajo las puertas de la ciudad. Serían sus ángeles guardianes.
Incluso en nuestro territorio se recuerdan tradiciones y leyendas que recuperan este tema universal. En el siglo XVIII se construyó el barrio barcelonés de la Barceloneta. Los escombros del Barrio de la Ribera, destruido tras la conquista de la ciudad por Felipe V, fueron arrojados al mar uniendo unos islotes surgidos por precipitación de las arenas traídas por los ríos Besós y Llobregat, con la costa. Dado que se había conquistado un territorio al mar, la diosa del lugar, "Dama Barceloneta", exigía sacrificios de niños. Cada cuatro años, un infante barcelonés era arrojado al mar en el interior de un pellejo de vaca. Así mismo, tras el primer incendio del Liceo, se decía que la tragedia ocurrió por no haber realizado el sacrificio expiatorio a los genios de la Tierra...
Cuando esta costumbre universal fue desapareciendo, ese rito propiciatorio fue sustituido por la ceremonia de colocación de la primera piedra. Esa piedra cúbica sustituye -ventajosamente, por lo demás- a la vida humana; la piedra, contiene en su interior, una multiplicidad de formas, de la misma forma que en el cuerpo de la víctima existen todas las potencialidades del ser, truncadas por el sacrificio.
DE LA ANTROPOFAGIA A LA TEOFAGIA
El cristianismo y otras religiones mediterráneas sublimaron el sacrificio humano y el canibalismo. Respetando el principio de una víctima propiciatoria que se sacrifica por la comunidad, ésta le transfiere los pecados de la comunidad y su muerte restablece el equilibrio. Adonis muere víctima del jabalí, Pan es troceado, Osiris descuartizado, Atis muerto, Dionisos despedazado y resucitado, Cristo, finalmente, torturado, crucificado, muerto y resucitado. El tema del dios hecho hombre, sacrificado por la salvación del mundo es mucho más antiguo de lo que parece. El sacramento de la Comunión extraído del contexto que le es propio, aparece como una forma de teofagia, lo que se ingiere no es una parte de la víctima, ni siquiera la víctima hecha dios en el proceso de su sacrificio, sino más bien, la carne y la sangre del Dios hecho Hombre. Se trata de una variación sobre el mismo tema.
El origen de la momificación es significativo. En un primer momento los egipcios practicaron el culto a la cabeza, más tarde, lo sustituyeron por la momificación cuyos ritos eran la copia exacta de los que Horus e Isis practicaron sobre el cuerpo de Osiris. Osiris, engañado por su hermano Seth, había sido despedazado; su esposa y su hijo, lograron recuperar trece de los catorce fragmentos del cuerpo de Osiris; les faltaba el sexo. Una vez recuperado el cuerpo de Osiris fue envuelto en vendas y resucitó en el reino de los muertos. No se tiene la seguridad de que los egipcios practicaran en algún momento el canibalismo. El hallazgo de huesos con restos de haber sido descarnados y huellas de dientes en el Egipto predinástico es poco significativo. En el año 3000 a. de JC el culto a los muertos alcanzó proporciones espectaculares en el Egipto de las primeras dinastías. El cráneo era la parte del cuerpo tratada con más cuidado; retirado el cerebro a través de los agujeros de la nariz, era cuidadosamente tratado al contener "materia anímica".
Entre los mochicas, existía una siniestra ampliación del corte del cuero cabelludo practicado por los indios norteamericanos. Se despellejaba todo el cráneo de los prisioneros a excepción de una pequeña franja de piel y músculo que permitía mover las mandíbulas para alimentarse. Los presos, al no poder mezclar los alimentos con saliva y comer solo menús muy ligeros adelgazaban hasta lo indecible adquiriendo el aspecto de esqueletos y calaveras. Sin embargo eran tenidos como seres sagrados, pues se consideraba que encarnaban irrupciones del reino de los muertos entre los vivos. Su rango era similar al de la divinidad.
Raros son los horizontes geográficos en donde en un momento u otro no se ha practicado la antropofagia o los sacrificios humanos. Europa no puede alardear de haber abandonado mucho antes que otros pueblos los sacrificios humanos: la costumbre ancestral expulsada por la puerta ha penetrado de nuevo por la ventana. Ayer se le llamó sacrificio humano, hoy se llama terrorismo. Una vez más se exige a víctimas inocentes el sacrificio por una noción abstracta -la "liberación nacional", cualquier fundamentalismo, una reivindicación de clase...- en la convicción de que sus muertes redimirán a la totalidad. La locura sigue siendo una irresistible prueba del conservadurismo humano que se resiste al cambio.
QUIEN ESTE LIBRE DE CULPA QUE DÉ EL PRIMER MORDISCO
Todos los pueblos de la tierra albergan un momento en el que sobre ellos planea la sospecha de haber practicado el canibalismo o realizado sacrificios humanos. En ocasiones estos se han abandonado para luego retornar con extrema ferocidad ante una situación nueva. En Roma desaparecieron en un tiempo muy temprano, casi en el período mítico, para reaparecer con posterioridad al irrumpir religiones orientales. En el ámbito nórdico-germánico hay pocas huellas más allá del sacrificio de Wotan en el Roble del Destino. Entre los pueblos mediterráneos fue muy frecuente y otro tanto entre las tribus dravídicas de la India. Los sacrificios humanos abundan más entre las culturas de carácter telúrico, totémico y ginecocrático, que entre las de carácter guerrero y viril. La Gran Madre exige muchos más sacrificios que el Dios Sol. Solamente en Mesoamérica se dieron sacrificios humanos al Sol. En Guatemala, el equipo perdedor en el juego de pelota, perdía también la cabeza que era ofrecida al Sol. Y otro tanto en Chizen-Itza. Pero incluso en América, la mayoría de sacrificios se realizaban a diosas-serpiente, la Madre Tierra o el dios-año (es decir al sol sometido a la ley de ascensos y descensos que cada día busca fuerza renovada ocultándose en el horizonte en el seno de la Madre Tierra).
En la playa de Ipatanga, en San Salvador de Bahía, Brasil, José Mauricio Carvalho, líder de la secta "Asamblea Universal de Santos", ahogó a ocho niños de 7 años a finales de los años setenta. Arrojados desde lo alto de un acantilado en el curso de una ceremonia, Mauricio explicó que el sacrificio era para mayor gloria del dios de las aguas... Brasil es hoy una potencia atómica y un coloso económico, pero ni aun así ha logrado erradicar los ritos ancestrales. Los viejos dioses siguen exigiendo la misma sangre de otros tiempos.
© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.
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