El sistema contra la juventud
De la generación Ni-Ni a la generación Cero. Estamos asistiendo al nacimiento de una generación mutante. Las pasadas navidades han confirmado que, por primera vez, una generación que ahora tiene hasta 15 años va a alimentar su ocio solamente con videojuegos. Tales han sido los regalos más vendidos en estas fechas. Cualquier otra cosa, incluso productos del sector informático (MP4, iPads, iPhones, iBooks, etc, etc) han tenido poco impacto entre la franja de edad de entre 6 y 15 años. Todavía no se han calibrado las implicaciones de un cambio cultural de este tipo, aparte, naturalmente, del ensanchamiento de la “brecha digital”: la distancia que separa a los que utilizan las nuevas tecnologías de los que permanecen de espaldas a ellas… cuando lo realmente importante es la existencia de un amplio espectro de población joven que lo desconoce todo de la vida y solamente sabe utilizar un tipo de producto microinformático: el videojuego. Tras la Generación Ni-Ni, la Generación Cero está a la espera en el atrio.
La generación que ahora empieza a aproximarse a los 60 años fue la primera que desde su infancia vio como la televisión ocupaba un espacio creciente en su vida. La que ahora tiene 30 creció con los ordenadores personales y luego descubrió las consolas de videojuegos e Internet. Los que ahora tienen entre 10 y 15 años forman parte de la primera generación que han dado la espalda a los juegos hasta ese momento tradicionales, compartidos con otros amigos y han recibido (y exigido) como regalos de Navidad solamente videojuegos.
Del “compartir” al “competir”. La adicción.
No es raro que esta nueva generación no conozca la palabra “compartir” y prefiera la de “competir”. Ciertamente, Internet permite relacionarse con otros jugadores de cualquier lugar del planeta, pero solamente para competir. Los tiempos en los que los niños salían a la calle y se pasaban buena parte de su tiempo de ocio con sus amigos y compañeros han quedado atrás. La nueva generación conoce solamente la vida y el mundo a través de una pantalla de ordenador. Si quiere jugar a los bolos tiene un juego de bolos que, de paso, incluye también tenis, baseball, fútbol y golf. Es difícil arrancarlos de la tiranía del monitor e inducirles a que conozcan el mundo real.
De hecho, el mundo virtual es extremadamente tranquilizador para ellos. Un niño “muere” una y otra vez en el monitor de su videojuego, para revivir inmediatamente y poder rectificar la jugada progresando al nivel superior. El morir virtual no ocasiona daños ni molestias, sólo aumenta el rendimiento del jugador. En cambio, un pisotón dado por descuido en la calle produce dolor puntual; es el precio de la realidad. Además, la realidad virtual es tranquilizadora: en ella, antes o después, siempre se gana. En la realidad tangible esto no ocurre: no está nunca claro si se alcanzará lo esperado o no, si se podrán cumplir ambiciones y proyectos. Además, en el universo tangible, moverse implica un esfuerzo, intentar obtener algo supone sacrificarse, querer “ser” algo requiere precisamente la presencia de algo que el jugador de un videojuego no está dispuesto a asumir: que no todo en la vida es juego o diversión.
La adicción es el efecto esperado por los fabricantes de un videojuego: este es tanto mejor cuanto mayor es su capacidad adictiva. De hecho, la adicción es uno de los principales factores que se tienen en cuenta para medir la calidad de un videojuego: el tiempo que el jugador está “enganchado” a él sin moverse de la pequeña pantalla, las horas que le dedica...
El problema de la adicción de toda una generación a los videojuegos no es que espacios cada vez mayores de su vida pasen a depender de su adicción, sino que el entorno en el que desarrolla su vida se va degradando y unidimensionalizando: a fuerza de dar la espalda a la realidad tangible, el adicto a los videojuegos se sumerge en una realidad virtual que resulta para él mucho más gratificante y tranquilizadora.
Quiebra del sistema educativo
En una sociedad sana, el sistema educativo habría enseñado al joven que el ocio constituye una parte de su tiempo, pero que esos años son, fundamentalmente, años formativos en los que su capacitación y su preparación para asumir responsabilidades en el futuro son, sin duda, lo más importante. Hay tiempo para todo: para el estudio, para la familia, para los amigos, para el ocio e incluso para los videojuegos… pero esto ocurriría sólo en una sociedad sana: en la actualidad el tiempo destinado a estos últimos va engullendo progresivamente el dedicado a otras áreas de la sociabilidad.
La combinación entre un sistema educativo desintegrado y que ya no cumple ninguno de los objetivos para los que había sido diseñado y la tendencia del joven a usar y abusar cada vez más de los videojuegos actúa en sinergia creando un efecto deletéreo. Poco importa, desde este punto de vista, si los videojuegos son pacíficos o violentos: es su capacidad adictiva situada en el marco de una crisis del sistema educativo lo que los hace peligrosos.
Las concepciones progresistas en materia educativa hacen que desde la preescolar, el joven, en lugar de ser adiestrado en las distintas habilidades del conocimiento y especialmente en los sistemas de obtención de conocimiento (esfuerzo, constancia, sacrificio, interés, concentración, autodisciplina), reciba una enseñanza cuyo principio es “aprender jugando”. Los maestros procuran que el niño adquiera conocimientos a través de juegos y de diversión, evitan que tenga que esforzarse y se obstinan en que desde las letras hasta el contar hasta 100 se conviertan en un juego que logre interesar al niño. El resultado de este sistema de enseñanza es que el niño aprende, sí, aprende, sobre todo… a jugar.
En las fases siguientes de su progreso por el sistema educativo, cuando ya ha entrado en la EGB y se supone que debería de adquirir conocimientos más sólidos, los padres van percibiendo que el aprendizaje de la lectura y de la aritmética se va retrasando en relación a lo que ellos mismos habían experimentado en su aprendizaje. Un padre de 50 años se formó en el bachillerato del tardo franquismo que aseguraba que entre los 5 y 6 años el niño había aprendido a leer correctamente y sabía sumar y restar con facilidad. Hoy el dominio de esas habilidades tiende a retrasarse un par de años. Por lo demás, hasta los 10 años, el niño ejercitaba la “caligrafía”, hacer que su escritura fuera inteligible, hoy esta asignatura ha desaparecido completamente y si era importante se debía sobre todo a que el niño aprendía a dominar su pulso, su atención y su capacidad para templar su ánimo.
La lectura era otra habilidad que se enseñaba a partir de los 5 años y que a los 8 ó 9 proporcionaba algo más que fluidez en su uso, garantizaba también la comprensión de lo que se estaba leyendo. La única forma de asimilar todas estas habilidades es mediante el esfuerzo, el sacrificio, la atención y la constancia, elementos que están completamente ausentes del “aprender jugando” que, a fin de cuentas, solamente transmite el… aprender a jugar.
Rostros desconocidos para errores conocidos
Para colmo, alguien de rostro desconocido, cuyo poder para diseñar un sistema educativo estaba en contradicción con su cualificación para hacerlo, decidió un buen día que los niños podían progresar de un curso a otro a pesar de tener asignaturas suspendidas. Lo razonable hubiera sido que se volviera a examinar el septiembre de las asignaturas suspendidas en junio, pero alguien sin rostro decidió que el niño podía pasar al curso siguiente aun manteniendo un déficit de conocimientos, déficit que al ser acumulativo, cada año le inhabilitaba más para el dominio y la comprensión de determinadas asignaturas. Para dividir hace falta saber sumar, restar y multiplicar, si el alumno pasa de un curso a otro con déficit de conocimientos en estas materias jamás podrá dividir, ni adentrarse en las complejidades del álgebra y, por lo mismo, tampoco estará en condiciones de seguir adelante en asignaturas como física y química o en aquellas otras que requieran reflexión lógica incluso aunque sean de ciencias. Sería bueno que los medios de comunicación nos recordaran el rostro de quien introdujo esa “novedad” en nuestro sistema educativo que ha destrozado la vida estudiantil de una parte importante de nuestros jóvenes.
Y para colmo, tampoco conocemos el rostro de aquel otro educador que creó distintos “itinerarios”, esto es distintas ramas que a partir de una temprana edad condicionaban la orientación posterior del estudiante: el antiguo bachillerato de ciencias a un lado y de letras a otro tenía sus asignaturas “hueso”: matemáticas y química por una parte y latín y griego por otra, es decir, estaban equilibrados en dificultades.
En cambio, los actuales “itinerarios” adolecen de varios defectos insuperables. De un lado, en un momento en el que los jóvenes carecen de “vocación” y en su inmensa mayoría ignoran lo que quieren ser en el futuro, es extremadamente peligrosos pedirles que elijan a temprana edad un itinerario que condicionará sus estudios futuros: lo más probable es que elijan el itinerario más fácil, el que consideran que tiene menos asignaturas “hueso”: el humanístico, el artístico… y rechacen el científico que es el que les requiere más esfuerzos (en un momento, además, en el que a fuerza de ir pasando de curso con asignaturas suspendidas ya les ha hecho perder el control de las asignaturas de ciencias). A esto se une que, llegados a esos niveles, la cultura del esfuerzo y del sacrificio ya está completamente ausente del panorama del estudiante.
PP y PSOE: padres de un sistema educativo quebrado
El resultado de este sistema educativo esperpéntico construido por el PP y por el PSOE es una superabundancia de alumnos (una tercera parte) que abandonan sus estudios de primaria antes de concluirlos. Los que pasan al nivel universitario lo hacen mayoritariamente a carreras “fáciles” o con pocas complicaciones (habitualmente de letras) para las que, por lo demás, existen escasas salidas profesionales y un número desmesurado de alumnos: ¿cuántos periodistas necesita la sociedad española? Sin duda muchos menos que los miles que cada año se gradúan en las facultades de periodismo de este país (para colmo, la fractura de España en 17 comunidades autónomas hace que cada una de ellas exija una facultad de periodismo a despecho de su población y de las posibilidades de empleo de los licenciados, la inmensa mayoría de los cuales al acabar sus estudios se limitan a ser becarios en cualquier medio de comunicación que, para casi todos será su única posibilidad en la vida de haberse aproximado a una redacción.
En cuanto a los que han abandonado sus estudios ni siquiera les queda el recurso a la formación profesional: se tarda demasiado en acabar unos estudios que tampoco están concebidos como prácticos y aplicativos. Lo que les interesa es trabajar en lo que sea y lo antes posible: mientras la construcción ha absorbido mano de obra, cientos de miles de jóvenes que habían abandonado la EGB se refugiaban en las obras, evacuando escombros o haciendo tareas de peonaje… La crisis ha cerrado esta vía para siempre y ha dado carta de naturaleza a la Generación Ni-Ni.
En cuanto a los jóvenes que siguen carreras técnicas y que concluyen sus estudios, el panorama no es mucho más alentador: les aguardan salarios bajos y contratos en precario que no están en relación con los esfuerzos que han tenido que realizar para obtener el título y que, desde luego, no les va a permitir formar una familia ni a la mayoría independizarse de sus padres. Los problemas de la enseñanza en España se dan a todos los niveles y también nuestra universidad tiene carencia extremadamente dramáticas.
En efecto, la vinculación entre universidad y empresa es cero o próxima a cero. En otros países, es frecuente que cuando los alumnos presentan proyectos de fin de carrera, buscadores de talentos acudan a las exposiciones y ofrezcan, ya a partir de ahí, contratos a los nuevos licenciados. Esto no ocurre en España, entre otras cosas porque las empresas funcionan de manera muy diferente: aquí no es la cualificación lo que se requiere para ejercer la mayor parte de empleos, sino el tener a un buen “contacto” (habitualmente un amigo, un familiar, etc). En muchas empresas, puestos de responsabilidad son entregados a individuos completamente nulos que, a su vez, para salir adelante, deben contratar a técnicos mejor cualificados… y peor pagados. El resultado final es que cada vez más jóvenes licenciados en carreras científicas se van al extranjero para poder ejercer su empleo a cambio de un salario digno y de una estabilidad en el puesto de trabajo.
La desembocadura de toda esta catástrofe educativa es un empobrecimiento cultural y científico de la sociedad española y el que, en su conjunto, nuestros jóvenes tengan “poco valor añadido”. No es por casualidad que el modelo económico de José María Aznar se basase sobre todo en el desarrollo de dos actividades aparatosas pero de escaso valor añadido: construcción y hostelería. El fracaso de nuestro sistema educativo nos había abocado a ello… Y mientras eso siga así ni leyes de “economía sostenible”, ni nebulosos proyectos de I+D+i podrán aplicarse en la práctica.
De la generación Ni-Ni a la generación Cero
El sistema de enseñanza se ha convertido en un reservorio de niños, una especie de logística de almacenamiento mientras los padres trabajan, pero ha perdido completamente su capacidad educativa y tiene muy mermada su función formativa. De hecho, el sistema educativo –por bien que funcione- nunca puede sustituir al entorno familiar en la formación de las nuevas generaciones, pero, éste, se encuentra hoy así mismo degradado: abundan las familias monoparentales, los hijos únicos y los divorcios; todo esto ha hecho que se alterara extraordinariamente el marco en el que crecen los hijos.
Desde luego, una sociedad moderno no puede negar que la familia burguesa está hoy muerta y enterrada pero que era un “más” en relación a las modernas formas parafamiliares que han ido apareciendo posteriormente. En la familia burguesa estaba todavía presente cierta especialización: la madre se cuidaba de la educación del niño y del mantenimiento del hogar, mientras que el padre aportaba medios económicos a la familia. No era una forma ideal de organización familiar, pero suponía un estadio superior al que lo ha sustituido.
Cuando, a partir de los años 40 la mujer empezó a integrarse en el mercado laboral (veinte años después en España), se rompió esta división de funciones, el sistema educativo suplió el hecho de que la madre disminuyera su presencia en el hogar. Eran los tiempos en los que se enseñaba “urbanidad” en los primeros años de escuela. Pero luego, cuando el sistema educativo entró en crisis en los años 70 y especialmente en los 80 y 90, todo esto se fue al traste.
Hoy estamos viendo los resultados de una generación que, en buena parte ya tuvo una educación muy deficiente, educando a su vez a sus hijos. El resultado será inevitablemente demoledor. Esto, para colmo, ha coincidido con la eclosión de los videojuegos que han representado para las familias la posibilidad de que los hijos estén tranquilos, casi en un estado entre letárgico y catárquico ante el monitor de la cónsola de videojuegos.
¿Hay solución? En lengua castellana “solución” rima con “educación”. La educación es hasta tal punto importante para un país que resulta imposible cambiar un modelo económico sin cambiar antes el modelo educativo. Modelos educativos de perfil bajo que aspiren solamente a que el joven abandone las aulas conociendo los rudimentos culturales mínimos, no puede aspirar a desarrollar una economía basada en I+D+i.
Primero educación y reconstrucción de un modelo familiar sólido y estable. Paralelamente reconstrucción del sistema educativo reintroduciendo los valores de esfuerzo, sacrificio, constancia, autodisciplina y mérito por parte del alumno y reconociendo autoridad al profesor. Para ello es preciso revisar todos los recovecos del sistema educativo, incluidas las Escuelas Normales, verdaderos reductos del progresismo que nos ha llevado directamente a la ruina del sistema educativo. Si un profesor no tiene valor (o no cree) en la necesidad de imponer su autoridad, no puede seguir dando clases. Es preciso volver a la concepción clásica que considera a la escuela como una relación jerárquica entre los que tienen un “saber” que transmiten a quienes no lo tienen. Si, en lugar de esta concepción se impone la que hasta ahora ha sido habitual en democracia, esto es, que alumnos y profesores forman un todo “democrático” e igualitario, nunca jamás se logrará recomponer nuestro sistema.
Frente al “aprender jugando” hay que reimplantar la “cultura de la memoria” sin la cual es imposible ejercer el pensamiento lógico y que no es sino una parte de la cultura del esfuerzo. El elemento central de cualquier sistema informático es la CPU, la “unidad central de procesos”, el cerebro del ordenador. Un ordenador es tanto más eficaz cuanta más memoria RAM tiene y a mayor velocidad funciona. Otro tanto ocurre con el ser humano. Sin embargo, la enseñanza moderna ha desterrado por completo el aprendizaje memorístico de los planes de enseñanza, lo que equivale también a imposibilitar el ejercicio del pensamiento lógico…
El papel del mundo digital
Hoy, todos los profesores tienen que comprobar si los trabajos que encargan a sus alumnos los han hecho ellos o los han copiado y pegado de cualquier Web (alguna de las cuales alardea de existir para cubrir esa función: www.rincondelvago.com, por ejemplo). Cuando Zapatero en uno de sus habituales “paquetes de medidas” proponía que todos los estudiantes tuvieran un ordenador personal, evidentemente, no sabía lo que estaba diciendo: eso solamente puede ser admisible en un sistema educativo que funcione, no en un sistema educativo quebrado en el que cada estudiante, con el ordenador recibiría la posibilidad de insertar videojuegos o jugar en red. Los edificios no pueden empezarse por el tejado, pero tampoco a ZP se le puede pedir algo de sentido común.
Paradójicamente nuestros jóvenes están a la cola de Europa en rendimiento escolar pero tienen un más que aceptable nivel de utilización de las nuevas tecnologías, incluso los que han abandonado los estudios a los 14-16 años. Esto explica por qué en España no se producen estallidos de cólera como los que han sucedido en Grecia, Reino Unido, Francia o Italia en situaciones en general bastante menos dramáticas que la española. Aquí nuestros jóvenes están sometidos a la narcosis de los videojuegos que se completa con otras “esperanzas para desesperados” generadas por el propio sistema. En ningún otro país, por ejemplo, los clubs de fútbol están tan endeudados con el Estado (especialmente con la Seguridad Social a la que adeudan en torno a 5.000 millones de euros) como en España y en pocos países la situación del déficit público haría tan urgente cobrar esa deuda: sin embargo, es mucho más fácil que el Estado embargue la cuenta corriente de un pequeño empresario a la taquilla del CF Barcelona o del Real Madrid.
El sistema (entendido como el conjunto de intereses, político, económicos y mediáticos que dan forma a una nación y a su sociedad) ha entendido perfectamente que el mejor joven es el joven consumido ante la pantalla de un ordenador, que puede cultivar su tiesto de marihuana en el balcón. Poco importa que pase las horas muertas intentando superar el nivel del videojuego en el que se encuentra, o que emplee horas en ver partidos de fútbol intrascendentes jugados por equipos que ni le van ni le vienen, incluso en ligas distantes en el espacio. Poco importa que fuera no haya trabajo, ni posibilidades de obtenerlo en el próximo lustro. Tampoco importa que su nivel de conocimientos y de preparación laboral sea cero o próxima o cero, o se concentre en sectores (como la hostelería y la construcción) que nunca más le van a ofrecer alternativas laborales.
Si tiene necesidad de relacionarse de tanto en tanto con otros jóvenes, la moda del botellón le facilitará una oportunidad más para el embrutecimiento de los sentidos mediante sobredosis de alcohol. Si va por la calle, por el metro, llevará encajados en los oídos auriculares que harán que con apenas 25 años tenga los tímpanos endurecidos propios de un anciano de 65 años. El ruido, el videojuego, el botellón, el espectáculo deportivo, le impedirán meditar sobre lo miserable de su existencia. Comerá solamente porque sus padres trabajan o viven de un modesta pensión que da al menos para eso, y de poco le importará ser un prominente miembro de la “Generación Ni-NI” que apenas ocupó un corto período de tiempo entre el estallido de la gran crisis económica (junio de 2008) y el momento en el que advirtió que ésta era algo más que un paréntesis en el que ni trabajaría, ni estudiaría.
El problema de fondo es mucho mayor de lo que se tiene tendencia a pensar: si esta crisis que se prolonga ya por espacio de tres años, dura –tal como se prevé- en torno a 5 ó 10 años más, en el curso de los cuales no solamente no encontrará trabajo, sino que le será muy difícil reemprender unos estudios en un sistema educativo quebrado, de tener 25 años pasará luego a tener 35, una edad en la que ya resulta difícil encontrar determinados trabajos y su preparación y experiencia profesional serán la misma que ahora mientras que la sociedad habrá cambiado radicalmente. En esa sociedad posterior a la crisis, mucho más competitiva que la actual, los 35 años pesarán como una losa, y mucho más si tenemos en cuenta que las pensiones de jubilación se calcularán sobre la base de los últimos 25 años de cotización. Para entonces es posible que muchos padres que hoy mantienen a sus hijos, ya hayan fallecido ¿de qué vivirá entonces la Generación Ni-Ni? ¿en qué trabajará?
Por eso hemos empezado diciendo que la “brecha digital” entre los usuarios de las nuevas tecnologías y los que permanecen de espaldas a ellas, no es –contrariamente a lo que opina la sociología- el hecho capital de la sociedad moderna. Incluso alguien que no haya utilizado jamás un ordenador puede realizar trabajos agrícolas y, por extensión, puede trabajar en sectores de poco valor añadido. Pero un joven de la Generación Ni-Ni que durante años no haya trabajado ni estudiado, que haya utilizado su tiempo para chatear por la red, utilizar videojuegos, enviarse mensajes SMS y que maneje todos los mecanismos de ocio de la red ello no implica que esté mejor adaptado para afrontar una sociedad competitiva, sino que está refugiado en un mundo virtual que lo aísla completamente la realidad y le proporciona un entorno narcótico y tranquilizador como la droga más sedante que se hubiera inventado.
La Generación Ni-Ni es sólo un estadio temporal en la vida de un joven. Su permanencia en este nuevo grupo social producto de la crisis, durará entre 3 y 10 años más. Cuando haya terminado la crisis –de la manera que sea, incluso son el desmantelamiento del actual sistema mundial de producción y consumo- toda esa generación adicta a lo digital, percibirá que no está preparada para tomar el relevo de las que le han precedido: será una Generación Cero. Hay que alarmarse sobre cómo serán los hijos de esta nueva generación.
© Ernesto Milá – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – http://info-krisis.blogspot.com - Twitter/#ernestomila – facebook/ernestomila – google+/ernestomila – Linkedin/ernestomila – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.
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