La spanish revolution
Infokrisis.- Esta mañana he acompañado a unos amigos norteamericanos a la Plaza de Cataluña de Barcelona pensando que sería un día como otro cualquiera en la tibia lasitud de aquella concentración de “los indignados”. Como uno tiene una suerte endiablada y se le secan hasta las flores de plástico, a las 9:30 nos hemos encontrado una situación tensa: en centro de la plaza aislado por un cordón de Mossos d’Esquadra (a partir de ahora Mossos, a pesar de ser muchos ya talluditos), baterías de camiones de limpieza, una treintena de vehículos policiales, antidisturbios disfrazados del Darth Vaader de la Guerra de las Galaxias, ambulancias y un helicóptero mariposeando desde las alturas. Lo que ha ocurrido a los largo de las tres horas siguientes ha sido digno de una comedia de enredo. Pero, finalmente, la visita ha servido para hacerme una idea muy exacta de lo que está pasando allí y de lo que está pasando, pues, en otras plazas similares. Valga decir cuando escribimos hace más de diez días los primeros artículos sobre esta “movida” que no íbamos muy desencaminados. A decir verdad, esta visita de hoy era la prueba del 9 para confirmar lo que dijimos –a saber que toda protesta es buena pero que esta no es la protesta social de los indignados sino de unos pocos de ellos con características muy concretas y que lo más interesante del movimiento, los que legítimamente tenían razón en “indignarse” se ha ido retirando de las plazas- y para pulsar el ambiente sobre el terreno.
Ni son todos los que están ni están todos los que son
Quien hoy no se indigna por lo que está pasando en nuestro país es que o no tiene sangre en las venas o tiene atrofiada la capacidad crítica. Hasta en el PSOE empieza a haber “indignados” con la persistencia del zapaterismo en no reconocer su fracaso. Hasta la Chacón a fecha de hoy podría formar como “indignada” contra el zapaterismo a la vista de que el propio ZP ha matado a la muñeca exembarazada para evitar tener que ceder mañana sábado ante las baronías regionales: después del hara-kiri forzado de la Chacón ya no hace falta discutir sobre si primarias o congreso. Claro está que la Chacón, después del trauma de desdecirse de lo que ha venido repitiendo en los últimos dos meses y medio –que ella se presentaría a las primarias- se ha hecho ya a la idea de que vendrán tiempos mejores y que ni siquiera el sibilino y seráfico Rubalcaba logrará sacar al PSOE del hoyo y, por tanto, el candidato será un futuro cadáver político a más tardar a mediados de marzo de 2012. Pero esta es otra historia que circula al margen de lo que en otros países se considera como un “movimiento histórico de la juventud española” o la “spanish revolution” que dicen los americanos y que está atrayendo a una corriente de progres del otro lado del océano en busca de emociones celtibéricas al estilo de Heminway y de sus consabidos sanfermines. Ni es un movimiento “histórico”, ni una “revolución”. A la vista está a poco que examinemos sus componentes.
Desde hace décadas, la evolución del capitalismo y de la sociedad del consumo ha taponado la puerta a cualquier movimiento revolucionario. A principios del siglo XX, Henry Ford ya se dio cuenta de que el truco para que el capitalismo sobreviviera consistía en transformar a los productores alienados en consumidores integrados. A fin de cuentas, también Ford tenía sinceros deseos de que los proletarios mejoraran sus expectativas de vida. E incluso los socialistas fabianos ingleses aspiraban a casar alta finanza con una mejora de las condiciones de los humildes. De ahí salió el congreso de Bad-Godesberg que desmarxistizó a la socialdemocracia alemana y, de retruque, a la Internacional Socialista. La nueva ola llegó a España en 1977 y en 1979, los marxistas del PSOE ya estaban purgados o reducidos a una corriente que apenas sobrevivía entre oportunistas de todos los pelajes que se arracimaron bajo la sigla de los “40 años de vacaciones”. A partir de entonces la socialdemocracia, convertida en columna del sistema capitalista, apenas pretendía otra cosa que mejorar la situación de los trabajadores y enunciar políticas sociales que no implicaran pérdida de dividendos para el capital financiero. Nada más. Decían estar a la izquierda, pero en realidad estaban en el centro-izquierda, como la derecha que se decía conservadora, en realidad era mucho más liberal y apenas pretendía otra cosa que estabilidad social a cambio de… que el capital financiero no perdiera dividendos. De ahí que, a partir de los años 60 centro-derecha y centro-izquierda en el mundo desarrollado no fueran otra cosa que las dos caras de una misma moneda.
Eso fue lo que, a fin de cuentas, generó el “espíritu de mayo del 68” y las revueltas estudiantiles de todo el mundo desarrollado: el reconocimiento de que la “vieja izquierda” se había integrado en el sistema y no pretendía otra cosa que gestionar su parcela de poder. Aquello fue una serie de algaradas mucho más que una revolución. Pero ahí estaban estudiantes y algunos miles de obreros. Incluso la CGT se vio obligada a decretar la huelga general. No es que los estudiantes fueran una clase “objetivamente revolucionaria” (es decir, no tenían fuerza por sí mismos para encabezar la revolución) pero se tenían como el “detonador” de un proceso que terminaría con una lucha insurreccional contra el Estado. El hecho de que la CGT fuera arrastrada a la huelga por unos grupúsculos estudiantiles que apenas contaban con 3.000 efectivos sumados los de todas sus siglas (ver nuestro estudio sobre la Revolución de Mayo publicado en info-krisis en el 40 aniversario de aquellos sucesos).
Es importante que haya un eje central en todo proceso “revolucionario”: es decir que debe de haber una “fuerza social” que aporte lo esencial al desarrollo de los acontecimientos y que asuma el papel de columna vertebral de los mismos: los intelectuales y el proletariado en el caso del bolchevismo en 1917, la colusión entre clases medias y obreros patriotas en las revoluciones fascista y nacional-socialista, etc.
De ahí la endeblez del movimiento del 15 de marzo: a pesar de que debieran de estar indignados los parados, éstos solamente estuvieron presentes en los primeros días de protesta, a pesar de tener necesariamente que estar indignados los estudiantes la inmensa mayoría de ellos han estado ausentes en el momento actual y solamente lo estuvieron también en los primeros días de ocupación de las plazas. Deberían estar indignados los jubilados y los funcionarios pero solamente aparecieron algunos de los primeros (y muy pocos de los segundos) en los albores del sit-in. Y las madres de familia deberían estar en vanguardia de la protesta a la vista de que sus maridos, sus hijos y ellas mismas tienen por delante un futuro hecho de paro, subempleo, contratos basura, inflación y precariedad. Y apenas hubo algunas en el principio de la protesta.
La pregunta inquietante es ¿quién protagoniza hoy el movimiento del 15-M? Ningún grupo social concreto. Hay jóvenes, pero no son estudiantes en su inmensa mayoría. Hoy mismo, recordando pasadas glorias del Movimiento Estudiantil hemos recorrido los patios de la Universidad Central de Barcelona (situado a 300 metros de la Plaza de Cataluña: ahí no había –ni siquiera en el otrora combativo facultad de letras- ni un solo cartel llamando a apoyar la revuelta. Ni uno solo. Hoy mismo, estaba convocada una manifestación contra los recortes de la Generalitat en materia de estudios universitarios y la convocatoria se ha hecho –caso significativo- en Pedralbes, es decir, en el lugar más alejado de la Plaza de Cataluña como queriendo decir: “no tenemos nada que ver con ellos”. Tampoco había sindicalistas, ni parados (al menos en número significativo), grupos sociales que podían dar un relieve a la protesta. Ni mucho menos se encontraban miembros de las clases medias en riesgo de proletarización que tienen mucho por indignarse en la medida en que son ellos quienes están pagando la crisis. Ni pequeños comerciantes. Nada, allí había “desclasados” (marginados sociales en número excesivo, okupas, antisistemas (en las alocuciones que he podido oír el primitivismo ideológico se unía a la falta de un vocabulario capaz de expresar ideas, del género de “Nois: som uns craks”, “Companys, ni un pas enrere”, mientras, como originalidad se cantaba el “No nos moverán” como tributo a la revolución del 68. La presencia de marginales que no tienen nada que ver con movimientos sociales y que en años anteriores convergieron en Barcelona procedentes de toda Europa a la vista de la permisividad del ayuntamiento socialista ante las ocupaciones de edificios, rebajaba visiblemente la envergadura de la protesta. Para colmo, según declaraban algunos organizadores, se habían producido robos de pertenencias y los organizadores, tanto en Barcelona como en Madrid, advertían a la gente que acudieran pero sin objetos de valor. Denuncias por robo de carteras (en Barcelona este “arte” lo protagonizan marroquíes y argelinos) todos los que se quieran.
La sensación que daba era que una parte sustancial de quienes quedaban en la plaza de Cataluña protestando eran ni-nis, demasiados porreros (el canuto languidece el carácter), algunos canosos supervivientes de pasadas movilizaciones de masas durante el franquismo o la transición, ya tripudos y barrigones intentado revivir viejas gestas. Gente joven de poca cualificación ideológica e incluso incapaces de articular más allá de unas pocas ideas sumarias –y frecuentemente contradictorias e incoherentes- sobre la globalización, los bancos, el capitalismo, los partidos políticos o… el fascismo. La culpa no es de ellos, sino de la ruina del sistema educativo español.
Luego estaban, finalmente, los “espiritualistas”: new-agers que creen que esta es una “revuelta acuariana”, gentes que proponen “meditar en común” para lograr la “paz mundial”, émulos de Noah Chomsky, acaso los mejor intencionados y seguramente los que más a fondo trabajan los problemas, algunos emigrantes (la bandera de Turquía presidía una de las estatuas de la Plaza), los habituales gays (otra de las estatuas estaba pintada –un desnudo masculino, obviamente- a spray con los colores de la bandera del movimiento), más y más okupas, “pasionarias” de guardarropía, anarquistas que confunden la anarquía con haz-lo-que-te-salga-de-los-mismísimos. Y mirones, sobre todo mirones: algunos interesados en comprobar las dimensiones y las calidades del movimiento (ese era nuestro caso), otros deseosos de hacer la foto de su vida con móvil o con cámara (si mi esposa tiene tiempo para editarlo veréis las imágenes que hemos tomado en vídeo), policías infiltrados intentando reconocer a los “meneurs” (agitadores) e incluso alguna mamá de los indignados que rodeados por los “mossos” podían salir pero no volver a entrar en la plaza. Y sobre todo había medios de comunicación, camiones y furgonetas de todos los medios, emitiendo vía satélite, corresponsales hasta de la TV china, un trazado de cables que recorrían el suelo de las avenidas que rodean la plaza y corresponsales radiofónicos de miles de emisoras para dar cobertura a lo que desde el primer momentos se preveía iba a ser un desalojo duro. Y olor a letrina tal como ha insistido la prensa y los políticos de derecha que, al parecer, no pueden admitir ningún movimiento que no huela a rosas, a jazmín, o como mínimo a Aguabrava…
Esto era todo: no había revolucionarios, luego no habrá revolución. Ya lo sabíamos. Todo quedará en una algarada que suscitó el interés de verdaderos “indignados” pero que luego, a la vista del percal que corría en las plazas, se ha ido retirando discreta, prudente e irremisiblemente.
Para que haya una revolución debe de haber…
El discurso de los líderes improvisados demostraba que no se habían molestado en viajar al fondo de la crítica contra su enemigo: el gran capital, la globalización, la alta finanza, el PPSOE, etc. Críticas superficiales, mal armadas, sin desembocaduras revolucionarias que superaran los tópicos paradójicos de mayo del 68 (construidos por lo demás por un pequeño número de situacionistas y que todos los grupúsculos que participaron en la revuelta rechazaban por “pequeño-burgueses”), era la tónica de la crítica ejercida por las voces cantantes. Amateurs, en definitiva, de pocos vuelos. Una revolución es otra cosa.
Para que haya una revolución debe de existir una voluntad inquebrantable de cambio, cueste lo que cueste, un espíritu y una combatividad propia de Leónidas y de sus 300 espartanos. Y allí esto no existía: el porro desmoviliza, infantiliza el discurso y las actitudes, lleva a la lasitud, cuando la revolución es un viento ardiente que todo lo arrasa, un temblor de intensidad situado mucho más allá del límite de la escala de Richter, un tsunami que no deja valor en pie a su paso. Una revolución es Nietsche y no Gandi, es Lenin y no Luther King, es Hitler y sus SA y no los rastas que parecían haber convergido en la plaza, es Evola y no Stéphen Hassel… Una revolución solamente puede ser armada por una organización decidida a tender puentes de acero sobre ríos de sangre. Porque, sí, una revolución es guerra, fuego, muerte, destrucción, ejecuciones sumarias, purgas inmisericordes, una revolución es un cochecito de bebé que se desliza por unas escaleras batidas por los disparos, es un destile de antorchas en la noche de enero un día de 1933, son 60.000 camisas negras preparándose para lanzarse sobre Roma puñal entre los dientes y con dos bombas de mano en cada mano, una revolución es el atraco a un banco para financiar a los “profesionales”, es el boicot a todas las estructuras del régimen, el hostigamiento a todos los representantes del sistema, es la helada determinación de acabar con el orden viejo, con el orden de papá y mamá para construir el orden de los hijos de la destrucción. Es el complejo de Edipo sublimado en la destrucción del Estado y el de Electra cristalizado en la voluntad de destruir la sociedad del ayer. Es el olor dulzarrón de la sangre derramada en los caminos, el aceptar la posibilidad de morir en el intento y, desde luego, la mucho más cierta de pasar años en prisión. Por todo eso, para hacer una revolución hace falta ser puros como el agua de los manantiales que se encuentran en las cumbres, duros como el mejor de los aceros Krup y fanáticos como los cruzados de otro tiempo.
Asusta pero es así: ¿no queréis una revolución? Pues una revolución es una orgía de destrucción, meses o años de pasión arrebatadora, de estética de la violencia. Es Pol-Pot más la lanza de San Jorge, es el fuego del dragón y al mismo tiempo el hierro que lo mata. O, por decirlo con palabras de Julio Cortazar, una revolución es “echarlo todo por la venta y luego echar la ventana por la ventana”.
Hasta los años 60 a los que mostraban alteraciones mentales se les sometía a la hoy inimaginable técnica del electroshock: un electrodo en la sien derecha en otro en la izquierda y cebollazo de Endesa o de Hunosa a voltaje propio del dios tonante que está en los cielos (Thor o Wotan, ya se sabe). La idea era que el sujeto alterado tenía mal conectadas las neuronas y solamente una descarga eléctrica podía desconectar todas las conexiones cerebrales pensando que luego se reconstruirían de manera natural las conexiones normales. Un tratamiento parecido a la silla eléctrica que servía para que las neuronas dieran un respingo, desapareciera el viejo orden averiado de la mente y el enfermo (casi la víctima) conociera un nuevo amanecer. Y el sistema funcionaba. El enfermo sufría, pero se curaba. Al neurótico obsesivo, una descarga de 2.000 voltios le hacía dejar de lavarse las manos compulsivamente, el gay en el lapso que discurre entre el on y el off del interruptor, volvían a gustarle las chicas. El depresivo encontraba nuevas ganas de vivir y así sucesivamente. El electroshock dejó a muchos psicoanalistas sin trabajo.
Hoy no queda otro camino para la sociedad que sufrir un electroshock total. La enseñanza no funciona. La economía liberal ha embarrancado y la gigantesca deuda mundial no se pagará jamás. Las instituciones democráticas representan solamente a los intereses de los grupos económicos. La sociedad ha empobrecido y rebajado su nivel cultural, la telebasura, la porno-basura, la cultura-basura, el arte-basura, la medicina basura (¿cómo hay que llamar a la cirugía estética, a los efluvios del botox y a los rellenos de silicona?), la distancia que separa a los Strauss-Khan de los menesterosos que ese degenerado “socialista, millonario y judío” ha sumido en la mas absoluta miseria, los países que el FMI ha saqueado, las condiciones leoninas que ha impuesto, la inmoralidad que reina en todas las instituciones y hace que todos los partidos sean tan benevolentes con la corrupción, la pérdida de identidad y del sentido del arraigo a la tierra natal, el destrucción de la biósfera, la imposibilidad de mantener los niveles actuales de crecimiento económico, las tensiones internacionales, el hecho de que el Pico de Hubert dé la señal de alarma de que se ha acabado la era del petróleo barato, la crisis actual del capitalismo de la que solamente puede salirse con una guerrita de nada y unos cuentos billones destinados a la destrucción a los que seguirán otros trillones más dedicados a la reconstrucción de las zonas afectadas, la mentira generalizada de nuestra clase política hecha de psicópatas (los tarados que mejor se adaptan a las reglas del juego), los medios de comunicación que incomunicas, las cadenas mediáticas que mienten en función de quién es su propietario, lo insensato de la globalización que solamente beneficia al gran capital y que es incuestionable para políticos, periodistas y economistas ortodoxos, una Europa que se nos muere porque en lugar de estadistas tenemos pasmarotes con agendas a cuatro años vista y a los que les importa literalmente un pepino envenado lo que suceda después… Todo eso junto –por que forma el pack resultando al que nos ha llevado las ideas de 1789- hace que sea imposible a medio plazo la supervivencia del actual sistema político-económico.
Por eso es necesaria una revolución. Pero –oh, maravilla de maravillas- la revolución es imposible: porque no hay clase objetivamente revolucionaria que asuma el protagonismo, porque no hay una organización revolucionaria, porque no existen ideologías de sustitución –al menos capaces de llegar a amplios sectores de la intelligentsia-, porque nadie está dispuesto a abandonar el hogar de papá y mamá y a emprender la aventura de construir un mundo nuevo que, inevitablemente haría que toda una generación viviera peligrosamente durante décadas.
Lo que ha ocurrido hoy en Barcelona
No me lo tienen que explicar porque lo he visto in situ: 300 mossos, sedundados por un centenar de guardias urbanos, se han levantado hoy con la orden de disolver la concentración. Había muchas razones para ello: en primer lugar dar una lección a “Madrid” que parece incapaz de afrontar el final de la kermesse de Puerta del Sol; en segundo lugar impedir que esta noche en caso de victoria del Barça en la Champion’s, las masa –ya habitualmente predispuestas a la jarana y al cóctel molotov- fueran a convergen con los ocupantes de la plaza. En tercer lugar apuntar un tanto a la pobre policía autonómica que está hoy en el momento más bajo de popularidad de su historia.
La estrategia visiblemente tenía tres fases: 1) amedrentamiento (con un despliegue impresionante de “mossos” y cerco de la ciudad bajo las lonas instalada en el centro de la plaza), 2) irrupción en la Plaza con la excusa de “preservar la higiene de los acampados”) y 3) dispersión de los concentrados en las inmediaciones. A la Conselleria de Interior el tiro le ha salido por la culata. Personalmente he visto “exceso de violencia” entre los “mossos”. No se puede matar moscas a cañonazos. He visto crisis de ansiedad entre los “indignados”. Pero también los “mossos” han vivido horas de nerviosismo e incertidumbre, han golpeado de manera desmesurada a gentes que no eran peligrosas y no han sido capaces de identificar a quienes sí lo eran. El resultados ha sido gente con marcas de las gomas en la espalda, en la cara, pelotas de goma lanzadas a mansalva disparadas incluso contra sectores que no se mostraban en absoluto agresivos. Aquí –al menos que yo haya visto- no ha habido la contrapartida de los cócteles molotovs, ni “mosso” alguno ha podido alejar “riesgo físico” de su vida para una reacción tan desmesurada. Han matado, insisto, moscas a cañonazos. No había para tanto…
… Y lo peor es que en el momento de escribir estas líneas la Plaza de Catalunya está exactamente como por la mañana antes de las 9:00. He pasado hacia las 13:00 por el centro: estaba limpio de residuos (si bien el hedor en las letrinas era insoportable… como cualquier año en las fiestas de Gracia, por otra parte) pero con más manifestantes que en cualquier otro momento. Fuera en la Ronda Universidad que comunica la Plaza de Cataluña con la Plaza de Urquinaona, he podido asistir a un espectáculo increíble: una hilera compuesta por doscientos “mossos” retirándose –ordenadamente, aunque alguno daba muestras de excesivo nerviosismo- seguidos de cerca por unos 2.000 manifestantes (la mayoría jóvenes o inmensamente jóvenes). Hoy he visto lo que era el espectáculo de la derrota, he visto como esos cientos de agentes se retiraban hacia sus vehículos y como el último de ellos desaparecía tras una muchedumbre que prorrumpía en risas, insultos y burlas. Un buen estreno para el conceller de interior…
Alguna confirmación
Así que, reconozcámoslo. Si el movimiento del 15-M está agotado y su ciclo vital no ha durado ni dos semanas. Cinco días de ascenso -del 15 al 20-, dos de clímax –del 20 al 22- y el resto de descenso. Tal ha sido el ciclo vital del movimiento del 15-M. Esto se ha acabado: en la modernidad lo que está “in” y lo que está “out” pasan a velocidades interestelares (o a “velocidad absurda” como se decía en aquella réplica de la Guerra de las Galaxias filmada por Mel Brooks).
El movimiento ha fracasado porque no han estado presentes los grupos sociales que verdaderamente tienen motivos para estar “indignados”. Estuvieron al principio y eso fue lo que dio coherencia e impulso al movimiento. Pero faltó orden, autoridad (sí porque la “spanish revolution” ha adolecido de falta de autoridad moral, de falta de liderazgo y de dirección) e ideas claras: lo mejor, rápidamente, se juntó con lo peor y, finalmente, como siempre ocurre en estos casos, lo peor se adueñó de la plaza (salvo excepciones que estaban allí a título de excepciones).
Así pues, no hay “revolución”. Habrá que releer a Marcusse y su Final de la Utopía para recordar que desde los años 60 los niveles de desarrollo especialmente en los países occidentales son de tal magnitud que, por primera vez en la historia es posible la realización de la Utopía. Pero esa Utopía posible no llega: y no llega porque existe un “orden viejo” que, no solamente tapona cualquier cosa que no beneficie directamente a sus intereses y sólo a ellos (intereses contradictorios con los de la población), sino que absorbe, banaliza y limita cualquier protesta.
Hubiera que haber empezado por establecer una barrera entre grupos sociales “reales” y escoria social. Lo lamento, pero no puedo evitar recordar muchos de los rostros que he visto esta mañana en la plaza: algunos responden a lo que frecuentemente llamamos “colgaos”, otros son jóvenes que, por los motivos que sean, no son “competitivos”, y lo saben: para serlo hay que esforzarse y el sistema educativo español no se ha basado desde principios de los 70 precisamente en el esfuerzo, otros son “okupas”, no he visto allí a parados como los que se encuentra uno en las oficinas del INEM, luego he visto místicos de mediopelo, etc, etc. Mientras un movimiento de protesta y de indignación, no sea decantar lo que “interesa” y lo que “no interesa”, siempre se producirá esa “selección al revés” que ha caracterizado al movimiento del 15-M y su fugacidad.
No hay revolución posible. Ni tampoco hay “reforma” en la medida en que cada medida supondría parches a un sistema al que se le abren TODAS las costuras. Así pues, solamente queda esperar el desplome del sistema, agotado y por sí misma, por la propia dinámica que lo ha caracterizado en las últimas décadas y que hace que se asemeje a una locomotora cargada de explosivos que circula desbocada por una catenaria que conduce directamente a un túnel que todavía no ha sido excavado. Y, a partir de ahí, veremos lo que sobrevive y lo que es capaz de imponer su voluntad y su ley.
Llego a casa a las 19:00, quería haber ido a la playa (“bajo los adoquines, la plaza”, mayo-68 dixit), pero hacía mal tiempo, así que pongo la tele: el hijo de Jaime Ostos se ha ido de “Supervivientes” porque el chaval no se lo hacía, su padre, claro, abochornado por la blandenguería de la criatura. Esa blandenguería es la perífrasis simbólica de toda una generación, incluso de toda una sociedad. Esta sociedad no está hecha por supervivientes, sino por masas e individuos que no sobrevivirían una semana sin telebasura, sin internet, sin videojuegos. Cuando el sistema se desplome, sonará la hora de Federico Nietzsche: el hombre nuevo saldrá de la muerte del viejo orden y de su modelo social. De eso no tengo la menor duda.
Para colmo Paquirrín sigue con gota. A sus ventipocos años. Está enfermo como buena parte de la juventud, como buena parte de una sociedad que debería de estar fibrada y musculosa para afrontar los desafíos del futuro. Desafíos que vendrán nos guste o no. La “spanish revolution” apenas ha sido un aperitivo de lo que vendrá, como lo de Lorca no fue más que un ensayo general con todo del hundimiento de la falla de San Andrés.
© Ernest Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – http://info-krisis.blogspot.com – Prohibida la reproducción de este artículo sin citar origen.
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