Renovación Española y Acción Española, la derecha fascista española (III de VI) a) El campo monárquico durante la República
Infokrisis.- Continuando con la serie de artículos y comentarios sobre la "derecha fascista española", añadimos hoy esta introducción a la tercera parte que se titula: Acción Española, autor intelectual del alzamiento franquista, compuesto por tres partes: "El campo monárquico durante la República", "Acción Española" y "Revovación Española". Lamentamos no poder asegurar cuando estaremos en condiciones de completar la serie a causa de la falta de tiempo.
3. Acción Española, autor intelectual del alzamiento franquista
a) El campo monárquico durante la República
El reinado de Alfonso XIII no fue ni mejor ni peor que el de cualquier otro Borbón anterior o posterior a él, sin embargo su prestigio se vio erosionado en sus últimos años por los errores de la dictadura de Primo de Rivera. Enajenados los apoyos de las fuerzas sociales, primero de los trabajadores y luego de la patronal (contraria al dirigismo primorriverista) y, en última instancia, por fracciones enteras de las Fuerzas Armadas, poco a poco, el monarca, bastante pusilánime, había ido experimentando una sensación de abandono, depresión y soledad. En el espacio que medió entre la caída de Primo de Rivera y la proclamación de la II República, los odios recavados por el primero se dirigieron ya con el dictador exiliado en París, hacia la institución monárquica en exclusiva.
Cuando en 1930, durante el gobierno Berenguer, Alfonso XIII intenta volver al constitucionalismo percibe que los partidos monárquicos han salido de la dictadura extremadamente débiles e inmediatamente conocerse el resultado de las elecciones municipales de 1931 decide huir de España. Todavía resulta un misterio indescifrable conocer quién exactamente venció en quellas elecciones, pero lo cierto es que, a pesar de la debilidad de la derecha monárquica, sus partidos pudieron obtener 22.150 concejales seguros, contra 5.875 los republicanos, quedando otrs 52.000 sin que jamás se determinaran. Parece cierto, eso sí, que en las grandes ciudades vencieron los republicanos y en las zonas rurales, proclives al caciquismo, los monárquicos. Los resultados se consideraron un plebiscito a favor de la república. Siguió la convocatoria de Cortes Constituyentes en las que participaron partidos monárquicos polarizados en dos tendencias: el Centro Constitucional (mauristas, regionalistas, catalanistas) y la Unión Monárquica Nacional (ex Unión Patriótica). Fuera existían otros grupos, en Buena medida, atribiliarios como el Partido Laborista de Aunós (alfonsinos “proletarios”), Reacción Ciudadana (monárquicos de clases medias), Acción Nobiliaria (partido de aristócratas y terratenientes), Partido Socialista Monárquico, etc.
Con el paso del tiempo, los alfonsinos que pedían la restauración de la monarquía y el retorno del Rey, dirigidos por Maura y Alcalá-Zamora formaron el Círculo Monárquico Independiente cuya sede resultó destruida en los incidentes del 10 de mayo de 1931 en los que también ardieron iglesias y conventos madrileños. La iniciativa fracasó quizás por prematura y por haberse gestado en unos días de gran violencia social.
Hace falta añadir que un año antes, los líderes de la derecha monárquica (Maura, Alcalá Zamora, Sánchez Guerra) se habían declarado “republicanos”, contribuyendo a presentarse como liberales distanciados de la derecha de la monarquía. Estos pronunciamientos tuvieron como consecuencia el que el liberalismo monárquico quedara reducido a la minima expresion en el tránsito de la “dictablanda” de Berenguer a la República. El ideal monárquico, en ese mismo momento, pasara a ser patrimonio de sectores radicales que, para colmo, veían en la República la quintaesencia del ateismo militante a raíz de la temprana quema de conventos. Los datos que diariamente iban apareciendo sobre el papel de la masonería entre los republicanos, la expulsion de los jesuitas y de varios obispos y cardelanes, confirmaron la existencia de un enfrentamiento entre “católicos” y “ateos”, esto es, entre “monárquicos” y “republicanos” según el esquematismo y la simplificación de la época.
Ya por entonces, el periodista Ángel Herrera Oria fundaría la Asociación Católica Nacional de Propagandistas con la intención de formar cuadros católicos capaces de defender a la Iglesia en el marco instuticional republicano. La ACNP desembocaría luego en la creación de Acción Popular, verdadero polo de la derecha sociológica en los primeros tiempos de la República. A pesar de que la mayoría de sus dirigentes eran monárquicos, el partido no ponía especial énfasis en el retorno del Alfonso XIII, sino más bien en la defensa de la propiedad, en apoyo de la Iglesia y en la lucha contra el ateísmo. No era el partido que veían con agrado los radicales monárquicos. Estos estaban en otra formación que cobró cuerpo en 1931.
En efecto, en 1931 se constituyó la Comunión Tradicionalista, formada esencialmente por el Partido Católico Nacional y por el Partido Católico Tradicionalista, que pronto logró arraigar en las zonas monárquicas tradicionales (Navarra, País Vasco, Aragón), consiguiendo arraigar de manera imprevisible en Andalucía gracias a la labor de Fal Conde. El PCN, más conocido como Partido Integrista, había sido fundado por Ramón Nocedal en 1888 tras su expusión de la Comunión Católico Monárquica. En cuanto al PCT había sido constituido por Vázquez de Mella en 1918 y en su ideario ya se refleja la influencia creciente de Maurras en los círculos monárquicos. A la Comunión Tradicionalista no solamente fueron a parar partidarios del carlismo sino que también recalaron algunos monárquicos alfonsinos radicales que consideraban incompatible un regimen liberal con la institución monárquica. En las distintas elecciones que tuvieron lugar durante la República, la Comunión Tradicionalista obtuvo, generalmente resultados apreciables, a pesar de que en su interior bullían distintas tendencias (y en los cuarenta años siguientes, estas tendencias entraron en colision incluso hasta mediados de los años 70). Su mentor ideológico no fue otro que Tomás Domínguez Arévalo, conde de Rodezno.
El conde de Rodezno apoyó el Estatuto Vasco a pesar de insistir en que hubiera debido de ser confessional, participó en el golpe de Sanjurjo en 1932 y, por supuesto, estuvo con Mola en el 18 de Julio de 1936, desde su exilio en Portugal. Ocupó el cargo de ministro de justicia durante la guerra civil y setenta y cinco años después de dejar el cargo, figuró como “imputado” por Baltasar Garzón por “crímenes contra la humanidad”, renunciando el juez a su procesamiento al comprobar, “fehacientemente”, que había fallecido… El proyecto del conde de Rodezno consistía en fusionar a los monárquicos de las dos ramas, carlista y alfonsina. La revista Acción Española sería uno de los elementos de reflexión de esta corriente.
En el nuevo partido monárquico existía la sensación de que había sido posible instaurar la República a causa de la debilidad ideologica de la dictadura de Primo de Rivera y el corolario de dicha afirmación era: solamente a través de una definición ideological precisa, coherente y orgánica sería possible construir un movimiento político capaz de derrocar a la República. Los alfonsinos Vegas Latapié y Ramiro de Maeztu compartían esta opinion y se aprestaron a reelaborar el ideal monárquico; para ello había tres elementos que jugaban a favor del proyecto: la elaboración maurrasiana en Francia (que Vegas Latapié compartía completamente), la existencia de un núcleo de brillantes intelectuales conservadores (encabezados por Maeztu) y los medios económicos (los marqueses de Pelayo que entregaron 100.000 pesetas de la época para favorecer el pronunciamiento del general Orgaz pero que terminaron utilizándose para lanzar la revista Acción Española). La unión de estos elementos cristalizaría en la formación del círculo Acción Española y en la revista del mismo nombre.
Era cuestión de tiempo que la revista no tuviera la tentación de transformarse en un partido monárquico que restase votos y bases a Acción Popular. Fue así como nacería en 1933 Renovación Española, promovido por Antonio Goicoechea, Sáinz Rodríguez y Ramiro de Maeztu. A pesar de que –como veremos más adelante- Renovación Española consiguió tener una presencia electoral, fracasó en su empeño de reconvertir al grueso de la derecha al monarquismo. La mayoría de votantes y militantes de derechas, consideraba imposible la restauración de la monarquía y no estaban dispuestos a votar ni a militar en un partido que se declarase a favor de una causa perdida. Y esto volvió a tener consecuencias en todo el ambiente católico.
A pesar de que, en un primer momento, Renovación Española se proclamó “constitucionalista”, pronto se produjo la ruptura con los liberales alfonsinos y se intentó reconstruir la unidad de acción con los carlistas cuando estos ya estaban dirigidos por Fal Conde, contrario a mantener tratos con la otra rama borbonica, tal como opinaba el entonces aspirante legitimista, Alfonso Carlos. El carlismo en ese momento empezó a sufrir divisiones internas que se prolongarían prácticamente hasta la muerte de Franco, e incluso durante la transición: Fal Conde con los integristas de la Comunión Tradicionalista optó por el rechazo a los alfonsinos, mientras que el conde de Rodezno se decantaba a favor, argumentando la falta de descendencia de Alfonso Carlos y la posibilidad de aprovechar la ocasion histórica de reconciliar a las dos ramas del monarquismo español. En 1933 se creó Tradicionalistas y Renovación Española (TYRE) a fin de preparar candidaturas conjuntas para las elecciones generales de ese año.
La victoria de la derecha en 1933 fue abrumadora y la sigla CEDA (Acción Popular, Derecha Valenciana, Agrupación Regionalista de Santander y grupos menores) teniendo detrás a casi 750.000 afiliados, se alzaron cómodamente con la victoria… a la que siguieron las dificultades para formar un gobierno y la ruptura en el seno de las derechas. Mientras la CEDA había obtenido 115 escaños, los radicales se habían quedado con 104, pero fue a Lerroux a quienes recurrió Alcalá Zamora para formar gobierno. El Partido Agrario, formado poco antes de las elecciones de 1933 obtuvo 36 escaños, tratándose de otro partido de la derecha con simpatías monárquicas, aunque liberales, que contó con cuatro ministerios durante el “bienio negro”, en tanto que representantes del poder terrateniente castellano. El secretario general de la formación, por cierto, fue Nicolás Franco. Junto a los intereses de los terratenientes y defendian a la Iglesia y hacían de la lucha contra el catalanismo el tercer eje de su política. Cuando la CEDA decidió colaborar con los radicales (habitualmente masones y republicanos), perdió a sus elementos monárquicos que ya a partir de ese momento empezaron a optar por la vía insurreccional. Es en esta circunstancia, cuando Calvo Sotelo vuelve de su exilio parisino y, tras un intento de ingresar en Falange Española, se convirtió en el líder de los monárquicos.
Inicialmente, el proyecto de Calvo Sotelo consistía en unir en un solo bloque a todas las fuerzas antirrepublicanas de la derecha. Los monárquicos, conscientes de la debilidad de sus consignas y de su bajo techo electoral, pensaron (como han sugerido algunos historiadores) en financiar a la Falange de José Antonio Primo. La existencia de ese pacto entre monárquicos y falangistas (que durante años negaron los falangistas de izquierda) fue finalmente firmado el 20 de agosto de 1934. El intermediario entre José Antonio y los alfonsinos fue el propio Sáinz Rodríguez y quien firmó finalmente el acuerdo, Antonio Goicoechea: el acuerdo preveía que la Falange dejaría de atacar a la monarquía y a cambio recibiría ayuda económica. Así se entiende el por qué Manuel Valdés Larrañaga en el acto promovido en Toledo por las Juntas Promotoras de FE-JONS en 1974, asegurara textualmente: “Paseando con José Antonio a orillas del Manzanares, me comentó la posibilidad de restaurar la monarquía en España” (los abucheos que siguieron le impidieron completar su discurso).
Lo cierto es que hoy ningún historiador serio duda de la realidad de este acuerdo que indica varias cosas: primero que Falange Española distó mucho de ser una organización que situara el antimonarquismo entre sus principales procupaciones y en segundo lugar que los alfonsinos aceptaban tener relaciones (y no solo eso, sino incluso financiar) a una organización identica en todo a los fascismos, lo que implicaba que, efectivamente, los alfonsinos se habían “fascistizado” (la información está extraída de la obra de Ian Ginson En busca de José Antonio, Barcelona 1980, pág. 104).
Si a esto unimos las declaraciones de José María de Areilza en su obra Mas que unas memorias en las que describe su última entrevista con Ramiro Ledesma y cómo gestionó la llegada de capitales conservadores y monárquicos vascos para los ultimos proyectos periodísticos del que fuera fundador de las JONS, parece evidente que los monárquicos conservadores consideraban a los grupúsculos fascistas como algo que estaba lo suficientemente en sintonía con ellos como para poder confiar en sus dirigentes y cederles carburante económico para que llevaran adelante sus proyectos.
Es cierto que José Antonio Primo prescindió de la ayuda económica de los alfonsinos (unos meses después obtuvo una subvención mensual del gobierno italiano que recogía el propio José Antonio en la embajada italiana en París cada dos meses), manifesto su deseo de independencia y autonomía política. El “nuevo curso” generó el primer problema en el interior de la naciente Falange, cuando Juan Antonio Ansaldo abandonó el movimiento, mientras que el marqués de Eliseda se eclipsaría discretamente y otros monárquicos (Arredondo, Rada) harían lo mismo para reaparecer acto seguido en el Bloque Nacional de Calvo Sotelo. Eso acentuó el republicanismo falangista y nos confirma en la primera impresión de que, a parte del hecho relativamente importante de que Falange no se considerase monárquica (en realidad tampoco hizo nunca profesión de fe republicana, pero es rigurosamente cierto que las referencias a la “monarquía” en las Obras Completas de José Antonio son apenas 21 entre las cuales no se encuentra ninguna condena explícita), un sector de los alfonsinos ¡si se consideraban próximos al fascismo español!). Incluso en el caso de la “izquierda fascista” de Ramiro Ledesma, los contactos facilitados por el conde de Motrico (Areilza) con sus amigos de Neguri, indican que la “derecha fascista” (“fascistizada” en opinion de Ledesma) veía con buenos ojos a cualquier forma de “fascismo español”.
En 1934, ya estaban perfiladas las tres Corrientes del fascismo en España: de un lado Falange Española (el fascismo más ortodoxo), de otro Ramiro Ledesma (más como ideólogo y como publicista que como jefe de un grupo que jamás tendría más de 200 adolescentes detrás, y finalmente Renovación Española y el Bloque Nacional y el órgano de prensa Acción Española. En ese momento, cuando ya se ha producido la sublevación socialista de Asturias y la proclamación del efímero Estat Catalá, los grandes casos de corrupción protagonizados por los radicales y, para colmo, se estaba organizando clandestinamente la Unión Militar Española, entre cuyos máximos impulsores se encontraba un miembro de la direccion de Falange Española, el teniente coronel Emilio Rodríguez Tarduchy… La organización agrupaba especialmente a militares monárquicos y, nuevamente, vuelve a indicar que algunos de ellos estaban “fascistizados”. Tarduchy ocupaba una de las jefaturas de servicios al celebrarse el I Consejo Nacional de Falange.
Dado que en el “bienio negro” quedó claro que los agrarios y Gil Robles habían aceptado la República, el campo de los monárquicos alfonsinos se redujo más aún. Calvo Sotelo y Pedro Sáinz Rodríguez idearon la creación de un “bloque nacional” que agrupara a la derecha monárquica y que incluyera desde los falangistas hasta el carlismo. En la práctica, todo quedó en un mero bloque electoral que contó con la adquiescencia del Partido Nacionalista Español del doctor Albiñana (una pequeña formación con todos los rasgos de los partidos fascistas de la época), pero no así de los falangistas, mientras que Renovación Española se avino a colaborar en las elecciones y otro tanto hicieron algunos sectores del carlismo tradicionalista. El problema más peliagudo consistía en a quién presentar como rey legítimo de España en aquel momento. Goicoechea, por su parte, optó por seguir a Alfonso XIII en su decision de no abdicar, otros defendieron a su tercer hijo, Don Juan conde de Barcelona (a la vista que los dos anteriores estaban inhabilitados, uno a causa de un matrimonio morganático y el otro por su minusvalía). Calvo Sotelo figuraba entre estos ultimos y con él la revista Acción Española.
En su primera declaración pública, Don Juan –según recuerda José Luis Orella, manejando las memorias de Vegas Latapié- “el conde de Barcelona reconocía ser acreedor doctrinal de pensadores tradicionalistas alfonsinos como: Pemán, Sáinz Rodríguez, Goicoechea y Maeztu; carlistas como Pradera y Solana; falangistas, como Montes y Giménez Caballero y jesuitas como el P. García Villada. Además, Juan de Borbón reconocía asumir la ideología desarrollada por Acción Española".
En las elecciones de 1933, Renovación Española había obtenido 16 diputados que disminuyeron a 12 en febrero de 1936 con la etiqueta de Bloque Nacional. Tras la derrota de las derechas y, especialmente tras el asesinato de Calvo Sotelo, todo saltó por los aires: falangistas, monárquicos alfonsinos, carlistas y militares optaron por la vía insurreccional. En ese momento, los falangistas ya se encontraban en la clandestinidad, los alfonsinos en derrota (su diario La Nación, había sido incendiado) y Renovación Española, llena de deudas, había cesado prácticamente de actuar salvo a nivel parlamentarios. Tras el asesinato de Calvo Sotelo, Goicoechea asume de nuevo el liderazgo del Bloque, cuando la conspiración está muy avanzada. Tras las elecciones, las Juventudes de Acción Popular empiezan a pasar a la Falange clandestina y los carlistas no ocultan sus preparativos insurreccionales que la UME tiene muy avanzados.
En ese momento, Mussolini, el jefe del fascismo italiano, ya estaba en contacto con Antonio Goicoechea… No creemos que fuera solamente porque buena parte de la dirección falangista estaba encarcelada, sino por las afinidades existentes entre el facismo que gestionaba el Estado italiano en ese momento y el líder de Renovación Española. Las relaciones entre Mussolini y Goicoechea demuestran una vez más que si José Antonio era interlocutor del fascismo italiano… los alfonsinos radicales no lo eran menos. En cuanto a los carlistas estaban organizando una milicia de base popular –el Requeté- cuyos cuadros militares se entrenaban en la misma Italia fascista.
En cuanto a la CEDA, su fascistización iba aumentando de día en día. Basta ver las consignas, los símbolos y la coreografía de las que se dotó en esa época (especialmente las Juventudes de Acción Popular) para advertir que, a falta de una major definición político-doctrinal y casi como signo de los tiempos, Gil Robles repetía que su intención era la de “superar la democracia liberal mediante un sistema corporativo”. Es cierto que luego, Gil Robles explicó que lo que en aquel momento le interesaba y quería decir iba en dirección de un “economía keynesiana” en la que el Estado interviniera en economía, mientras que sentía reservas hacia “los regímenes fascista, sofocadores de las libertades”. Si esto fuera lo que verdaderamente hubiera aspirado, sus seguidores lo hubieran percibido, pero, estos, en cambio, profesaban cada día una admiración más evidente hay el “orden” de los Estados fascistas, la decision con la que habían acometido en la superación de la partidocracia y el liberalismo y en el aplastamiento del comunismo y la socialdemocracia.
En cuanto a Calvo Sotelo sus loas al fascismo italiano eran muy anteriores y, entre otros ejemplos, tras producirse la insurrección de octubre en Asturias, no dudó en ensalzar al fascismo en un discurso parlamentario. Resulta innegable que las fascinación creciente que la derecha española experimentó por el fascismo y que, poco a poco, le hizo incorporar más y más parcelas de su doctrina, estaba también condicionada por las conveniencias en política interior. Ni Calvo Sotelo, ni mucho menos Gil Robles, pretendieron jamás compartir los errores de los regímenes fascistas, de ahí que en ciertos momentos se distanciaran públicamente de estos regímenes. Pero no hay que otorgar mucha credibilidad y peso a estas afirmaciones que respondían a situaciones concretas. Lo cierto es que las JAP, Falange Española, Renovación Española, el Bloque Nacional, compartían las mismas consignas de “Patria, pan, justicia”, saludaban al grito de “Arriba España”, saludaban brazo en alto, se declaraban antiliberales, defendían formas de corporativismo y acudían a la Italia fascista en busca de de subvención y apoyos. Cuando se produce el asesinato de Calvo Sotelo, todo este proceso ya está muy avanzado: en realidad, en lo que se refiere a un sector muy amplio de la derecha, básicamente las JAP y el Bloque Nacional, no puede hablarse ya de “fascistizados”, sino de gruposque habían asumido todas las características del fascismo histórico. Las fotos del entierro de Calvo Sotelo son elocuentes: el féretro avanza entre una nube de brazos en alto que a nadie llamaban a engaño: la derecha fascista española se había consolidado.
Al estallar al cabo de pocos días la guerra civil, llamó la atención los escasos efectivos militantes que lograron movilizar los alfonsinos madrileños, apenas el grupo dirigido por los hermanos Miralles que recibieron la orden de tomar Somosierra el 17 de Julio, en donde resistieron hasta el 21. Más adelante, los miembros de Renovación Española lograrían formar los Tercios Cid y Calvo Sotelo que contaron con 280 efectivos de los que 60 murieron en combate y un centenary resultó herido. Mientras, falangistas y carlistas participaron masivamente en la insurrección (en torno a 23.000 carlistas fueron movilizadosen pocos días, demostrando que su “aparato militar” era extraordinariamente eficaz) y en la organización de milicias para los primeros meses de combate, unidos a pequeños grupos albiñanistas y alfonsinos (47 “boinas verdes” en Somosierra, 200 albiñanistas en Burgos y unas cuantas decenas en Pamplona y poco más).
Todo esto parece poco para un movimiento que contó con una sólida base parlamentaria. En realidad, donde la aportación de Renovación Española y de Acción Española fueron definitivos fue en la tarea de dar una forma política a la zona franquista. Y esto explica el porqué desde los primeros días de la sublevación, La derecha alfonsina fascistizada que apenas había conseguido movilizar unas pocas decenas de activistas para el 18 de Julio, acaparó buena parte de los cargos politicos del nuevo regimen, estando presente incluso en las últimas Cortes franquistas.
Estaba claro que estos sectores en Julio de 1936 pertenecían a la “derecha fascista española” (lo que hemos definido como una forma conservadora de fascismo, pero fascismo al fin y al cabo) y que en sus hechos posteriores iban a dar una orientación fundamentalmente paternalista y autoritaria al nuevo regimen del que, a medida que el fascismo histórico fuera derrotado a partir de 1943, se iría configurando como una nueva forma de conservadurismo monárquico que, al renunciar a parte del bagaje fascista, se quedó a partir de la Ley Orgánica del Estado de 1967 con parte de los rasgos propios de la concepción maurrasiana del Estado… salvo la descentralización foral. Muchos de los monárquicos alfonsinos que habían apoyado la creación del Bloque Nacional, luego, en el Estado franquista y a la vista de los vientos que soplaban por Europa se volvieron, súbitamente o después de reflexiones más o menos improvisadas, liberales e indujeron a que Don Juan de Borbón, se presentara como otro tanto. En realidad, éste jamás se interesó apenas por los acontecimientos que tuvieron lugar en España y poco le importó que su “consejo privado”, presidido por José María Pemán desde 1961, que ya había isdo miembro de Acción Española y de Renovación Española. Hacia los años 70, lo que quedaba del sector alfonsino, en general, se había transformado en liberal y “evolucionista”
En cuanto a los falangistas de los años 50 y 70 cometieron el error de verse como un fenómeno radicalmente diferente a cualquier otro que se hubiera dado tanto en política internacional como en el interior de Espapa. Siguieron repitiendo que “José Antonio no había ido al Congreso Internacional de Montreux” y que, por tanto, no era fascista, ni lo había sido nunca, se negaron a reconocer que sí había ido (y que incluso había tomado la palabra) y que José Antonio recibía dinero en mano de la Italia mussoliniana, y, por supuesto, rechazaron que existiera un “fascismo de derecha” representado por Acción Española, el Bloque Nacional y Renovación Española, como negaron que hubiera existido un “fascismo de izquierdas” embrionario en torno a la personalidad de Ramiro Ledesma. De ahí todas las confusiones e interpretaciones parciales que sitúan los estudios sobre el “fascismo español” solo sobre Falange Española, desdiciendo lo que existía a su derecha y lo que pudo existir a su izquierda.
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