Punto final: Teoría y práctica de la autonomía histórica
Infokrisis.- La gravedad existía antes de que Newton se sentara en una tarde del siglo XVII bajo un manzano. No hacía falta enunciarla, pero la jodida gravedad, ahí estaba y si asomabas más de medio cuerpo fuera de una ventana, ibas y te caías. ¿Por qué? Por la gravedad. Newton no descubrió nada que el sentido común no hubiera dictado. Su mérito consistió en darse cuenta de algo que todos percibían pero que ninguno era capaz de formular en términos de teoría científica. La ciencia es hija del sentido común y de la matemática. Está sometida a leyes inmutables, cuantificables y permanentes y cuando se dan las condiciones normales de presión y temperatura, opera los efectos esperados. Como la política, vamos.
DEL BONITO JUEGO DE LA PETANCA
Todo esto viene a cuento de la “autonomía histórica”. Existía antes de que Laureano L. la enunciara y siguió existiendo y haciendo avanzar a determinados partidos políticos que nunca oyeron hablar de ella.
La gravedad, como la “autonomía histórica”, es algo que todos practican habitualmente pero, habitualmente, sin darse cuenta. Casi como el jugar a la petanca donde nadie dice: “Mire, he arrojado un peloto metálico de 70 mm de diámetro con una masa inercial X y, aplicando la segunda ley de Newton el impacto ha sido de la hostia hasta generar una fuerza reactiva que ha enviado a la bola del contrario a tomar pol saco según la resultante de los vectores direccionales que entran en juego y dejando la mía justo rozando al boliche, donde su fuerza inercial se ha agotado”. Habitualmente, “algo” te dice cómo hay que lanzar la bola, dónde tiene que caer y sobre qué. A eso se le llama instinto, a lo otro se le llama “complejo de ecuaciones físico matemáticas”. Ni Newton ni Einstein, ni Stephen Hawkins han sido buenos jugadores de petanca. Y es que una cosa son las leyes de la física y otras muy diferentes los instintos. El jugador de petanca no utiliza su capacidad científica, sino su habilidad instintiva. Lo primero están al alcance de quienes se sienten fascinados por la matemática, a los segundos les basta tener un aceptable nivel de percepción instintiva y de sentido común.
Y con todo esto queremos decir que no hace falta enunciar el “principio de la autonomía histórica” para ejercitarlo, todos los partidos de nuestra ambiente la siguen en Europa, pero ninguno ha perdido mucho tiempo demostrándolo y discutiéndolo, porque cuando se discute es que al de enfrente le falta sentido común.
SOBRE LA NATURALEZA HUMANA
Presuntuosos como somos, los humanos tienden a considerarse “animales racionales” –algunos menos racionales que otros y más animales que la media– pero lo cierto es que, en tanto que ocupando en el Cosmos un lugar intermedio entre la materia y el espíritu absoluto (eso que algunos llaman Dios), nos vemos sometidos a influencias que nos elevan o nos ligan a la materia. Nietzsche en su “Así habló Zarathustra” explicaba que “hemos recorrido el camino entre el gusano y el hombre y aún queda en nosotros mucho de gusano”.
Konrad Lorenz le corrigió 75 años después explicándole al genial bigotudo alemán que la parte que tenemos de mamíferos superiores, la biológica, tiene por mérito insertar en nuestro corazón (no entre los pliegues del cerebro ni entre meninge y meninge, sino en el corazón) unos instintos reflejos que nos ayudan a vivir: el instinto territorial (que hace que precisemos un territorio propio en el que desarrollar nuestra vida, no somos “comunistas” en el sentido de que sí necesitamos cierto grado de intimidad y espacio propio con el que identificarnos, de donde derivan las ideas de “propiedad”, “tierra natal” y “patria”), el instinto de supervivencia (que nos hace intentar reproducirnos para prolongar nuestros linajes y defendernos de cualquier riesgo para nosotros y para nuestra comunidad), el instinto de agresividad (que nos hace responder airadamente a cualquier ataque de que seamos objeto nosotros o los seres y las patrias que amamos) y el instinto del placer (que nos hace darle al pinganillo como los cabronazos que somos al fin y al cabo).
Nuestros instintos son algo muy diferente a nuestras filias y a nuestras fobias. Los instintos no son racionales, son eficaces reacciones de que no pasan por el cerebro y que están anidados en nuestros genes. Se transmiten por herencia, pero si no se utilizan, se atrofian. Su eficacia está demostrada a lo largo de la historia de la humanidad desde que el primer homínido descendió de un árbol en las sabana africana y utilizó un fémur de mamífero como garrota y una mandíbula de gacela como puñal. Había nacido la pre-humanidad, desde entonces los instintos contribuyen a nuestra supervivencia.
Las filias y las fobias, por el contrario, ni son racionales, ni son instintivas, son productos del subconsciente, de nuestras pasadas experiencias, de nuestros logros y frustraciones, de recuerdos reelaborados, almacenadas entre los oscuros corredores de nuestro cerebro, metabolizadas y transformadas en lastres mentales y lentes opacas que nos impiden percibir la realidad tal cual es. Son, a fin de cuentas, la peste.
SOBRE TRADICIÓN Y MODERNIDAD
Servidor es “tradicionalista”, en el sentido de que comparte las tesis de Julius Evola y René Guénon sobre la Tradición. Es evidente que entre Tradición Primordial y Tradición carlista existen ciertas diferencias. No es lo mismo, qué va, pero existe cierta afinidad. Evola y Guénon, lo que proponían era investigar las distintas tradiciones universales para deducir de ellas unas leyes generales que permitieran establecer sus “estructuras” y hoy, cuando la “tradición” ha sido sustituida por la “modernidad” (y la “modernidad” ha demostrado ser una crisis permanente), reconstruir lo que permitió “a los antiguos” crear civilizaciones que sobrevivieran miles de años.
Pero Evola y Guénon, pronto, se dieron cuenta de que si aquellas civilizaciones habían demostrado su estabilidad durante milenios, se debía principalmente a una concepción del individuo que le obligaba a asomarse a su interior y tratar de alcanzar el centro de su propio ser. Eso que hoy se llama con cierta frivolidad y sin apurar su sentido “ser uno mismo”, como si uno mismo no pudiera ser completamente gilipollas. Por “ser uno mismo” se entendía, desde el punto de vista tradicional, en encontrar el centro de nuestro ser… que no era otro que la trascendencia. Y esto se realizaba mediante una serie de prácticas de ascesis (de meditación y concentración, fundamentalmente) que permitían en todo momento vivir el “aquí y el ahora” y, por tanto, liberarse del peso maledetto y taradillo del subconsciente.
Las civilizaciones tradicionales eran pues civilizaciones “del ser”, en donde cada uno vivía sus instintos y trataba de llegar por distintos caminos al centro de su ser, a diferencia de las actuales civilizaciones modernas o civilizaciones “del devenir”. Entonces, aparecía la “sensación comunitaria”, el sentimiento de ser uno mismo, pero de pertenecer también a una familia, a un linaje, a un clan, a un pueblo asentado sobre una misma patria. Lo que en las civilizaciones tradicionales era “comunitario” en la modernidad surgida de la revolución francesa es “individual”.
Y eso daba conciencia al ser humano de que ocupaba un lugar intermedio en el Cosmos, entre el cero y el infinito, entre la materia (pues innegablemente era materia) y el espíritu (pues había algo en el ser humano irreductible a la materia y cuyo límite eran las células más evolucionadas, del cerebro, las neuronas, que eran materia pero que estaban en condiciones de elaborar algo que iba más allá de la materia: el intelecto). El ser humano se veía atraído por fuerzas que lo arrastraban hacia esa materia y otras susceptibles de elevarlo por encima de su condición humana hasta el mundo del espíritu, la trascendencia o el mundo de la unidad. José Antonio Primo de Rivera, intuía algo de todo esto cuando dijo aquello de que “somos portadores de valores eternos”.
A partir de esta definición joseantoniana los problemas que se abrían eran interesantes: porque, si lo que definía a la condición humana era el ser “portadores de valores eternos” (esto es, de valores “tradicionales”), ¿qué ocurría con quienes no “portaban” esos valores? Si la lealtad, la capacidad de sacrificio, la entrega a la comunidad, el sentimiento del honor –particularmente el no ligado a asuntos de catre–, la responsabilidad, y así sucesivamente, eran lo que definía “lo humano”, más allá de tener cabeza, tronco, extremidades y mano prensil ¿cómo había que llamar a quien no “portaba esos valores”? ¿Homínido, acaso hominicaco, merluzo integral?. Los valores nacen con nosotros, pero si no se actualizan y se viven, desaparecen… y entonces desaparece la condición humana y aparece el hominicaco y derivados.
En el fondo esto es lo que está pasando en el actual momento de civilización: el sistema educativo es incapaz de actualizar los “valores eternos”, la sociedad a fuerza de “entertaintment” se ha empobrecido y, para colmo, esto ha contribuido a que los instintos se hayan atenuado todos sin excepción o hayan adoptado formas exóticas: que si carne o pescado tanto me da, que si sexo virtual, que to el mundo es güeno, que si paz y amor, que si en lugar de ayudar a mamá a hacer la cama que la tengo aquí al lado voy a ayudar a un indígena del amazonas, que si soy ciudadano del mundo, que si yo nunca tomaré un arma, que si los toros muy malos porque se tortura a un animal que es como torturar a cualquier ser humano, y todo así, eternamente así. Bagatelas, superficiales, falsos problemas, encoñamientos progresistas y poco más. Hoy se discute sobre todo lo que las civilizaciones anteriores se negaron a discutir. Hoy se discute sobre la evidencia.
No es de extrañar que en este malhadado tiempo–basura, hecho de comida–basura, tele–basura, ética–basura, entertaintment–basura, ongs-basura, lo que haya resultado sea una civilización-estercolero en cuyo seno los instintos se han adormecido y pesan más las filias y las fobias que la objetividad, la contingencia sobre la trascendencia, lo individual sobre lo comunitario, y demás
En esta situación, solamente el saber “objetivo” (es decir, no condicionado por nada: ni por los lastres de nuestro cerebro, ni por odios, resentimientos sociales, intelectuales, nacionales, recuerdos que nos la ponen tiesa, traumas que nos la arrugan, frustraciones, amores juveniles, experiencia pasadas reelaboradas con el paso del tiempo, etc.), la recuperación del sentido común y una sólida personalidad (que no es lo mismo que una “sólida individualidad”) pueden ser los clavos ardiendo a los que asirnos. Retener esta ideas: sentido común.
Y ahora entramos en el meollo de la cuestión de la “autonomía histórica”, algo de lo que no sería necesaria hablar si hubiéramos conservado los instintos (el de supervivencia el primero de todos ellos) o el sentido común.
¿PERO QUÉ DIABLOS ES LA AUTONOMÍA HISTÓRICA?
Básicamente este principio dice que un movimiento político debe actuar en el tiempo que le ha tocado vivir en función de ese tiempo y sin ataduras, lastres o pesos que procedan de otros tiempos pasados. Punto: la autonomía es eso, sólo eso y nada más que eso. A fin de cuentas, parece algo muy razonable. Está claro que si alguien se siente “liberal”, no defenderá el liberalismo propio del “trienio liberal” (1820–1823), en donde un liberal era “nacionalista”, estaba en contra del voto de la mujer, su modelo histórico era Mazzini y Garibaldi, hoy con olor a naftalina, y su ideal el jacobinismo revolucionario de 1789, hoy con olor a putrefacción… El discurso político actual del liberalismo moderno va por otra parte (neoconservadurismo, absoluta no injerencia del Estado en materia económica, respeto a la libertad individual y demás tópicos). Es simple: nuevos tiempos, nuevas envolturas, nuevos planteamientos, nuevos objetivos, nueva imagen, en definitiva. ¿He dicho “imagen”?
Vivimos una civilización de la “imagen”. En 1965, un exótico intelectual francés, Guy Debord, publicó un libro difícil de leer pero embriagador: “La Sociedad del Espectáculo”. La idea básica era que en las sociedades de capitalismo avanzado, todas las actividades humanas estaban sometidas a las leyes del espectáculo. La diferencia entre la TV franquista y la TV aparecida en la segunda mitad de los 80, radicaba en que la primera se limitaba a cubrir un tiempo de ocio, mientras que la segunda se convertía durante las 24 horas de emisión, en puro espectáculo, desde las Mama Chicho, hasta los primeros talk–shows y desde los reality–shows a los informativos de alto voltaje emotivo. En esa “sociedad del espectáculo” lo que cuenta es la “imagen”. La imagen es el reflejo que damos de nosotros mismos a los demás. “Reflejo” no es la imagen original sino una proyección de la misma. Así es nuestro tiempo.
El libro de Debord (lo podéis encontrar en e–mule sin dificultades a coste cero o en algunas librería de viejo a coste 10–15 euracos) analizaba el proceso a través del cual todas las actividades humanas se transformaban en “espectáculo”, incluida la política.
Así pues, para poder “hacer política”, había que aceptar las reglas del juego. La primera de todas tener una buena imagen, al menos una imagen aceptable para una parte significativa de la de la sociedad en ese momento existente. Para muchos cuarentones de 1975 era aceptable “ser franquista”, pero devenidos octogenarios hoy, todo aquello queda lejos-lejísimos y a lo que espiran es una ir a Benidorm con el Inserso o a un régimen que les resuelva el día a día. ¿Y el franquismo? Como las historias de la puta mili: quedaron atrás…
DE LOS FASCISMOS Y SUS RESTOS…
Dado que los fascismos fueron vencidos en 1945 y Franco murió 30 años después, estos regímenes fueron sustituidos por democracias liberales que tendieron a satanizarlos. Solidarízate con Satán y terminarán viéndote con cuernos, colita y leotardos rojos, aunque seas una santo varón, puro y virginal.
Dejando aparte que estos regímenes tampoco eran ninguna ganga y que fueron respuestas concretas de la sociedad a situaciones precisas de carácter económico–social, político y existencial de los años 30, era evidente que su tiempo había pasado y, a partir de ese momento, lo único que estuvieron en condiciones de recoger fueron “protestas” contra los fallos y desajustes del sistema democrático (en Italia el Partito del Huomo Qualunque en 1948 y luego el MSI a partir de esa fecha, y en España la ultra de 1977-1981 y los Ruiz Mateos y Gil y Gil posteriores)
Aquí, si la transición hubiera sido una balsa de aceite, la oratoria de Blas Piñar jamás hubiera tenido audiencia, ni despertado el más mínimo interés (¿qué podía interesar alguien que en 1975 sostenía la indisolubille unión de la Iglesia y el Estado? ¿creéis verdaderamente que a las “masas oceánicas” de los 20-N les interesaba algo el tema? La transición supuso cinco años de traumas continuos y de desajustes permanentes, con lo que Blas, logró cierta audiencia. Inmediatamente se asentó la transición y el Estado democrático, Blas se hundió en la miseria política más absoluta. Fin de la historia.
En 1976 algunos sosteníamos (con 24 años y una inexperiencia absoluta de la vida, pero con el instinto de supervivencia bien vivo) que a medida que se alejara el franquismo en el tiempo sería más difícil tratar de tenerlo como referencia, por lo tanto, si se pretendía “restaurar” el franquismo, corría prisa hacerlo y la vía golpetera era la que se imponía. Y si no se estaba con cuajo para jugar efectivamente por el golpismo, siempre quedaba jugar al juego democrático con todo lo que implicaba aceptar sus reglas (lo primero de todo, un cambio de fisonomía y deshacer aquellas desgalichadas formaciones paramilitares que hacían reír a unos, sonreír a otros y carcajearse a los más y abochornar a muchos de los propios).
Hoy, 35 años después de la muerte de Franco, nadie piensa en retornar al franquismo, ni nadie toma en consideración al franquismo más que como parte de la historia de España; sólo que en este país cainita como ninguno y dirigido por resentidos, algunos pretenden ajustar cuentas con la historia, algo, a todas luces imposible y producto de sus filias y de sus fobias.
INCOMPRENSIÓN DE LA REALIDAD A LA DERECHA, INCOMPRENSIÓN A LA IZQUIERDA
Ni la sociedad es la misma, ni la “imagen” requerida hoy es la misma que de la que se partía en 1975, ni mucho menos la que estaba generalizada en 1936. La historia corre y, jodida ella, va y se acelera desde 1989 (Caída del Muro, Guerra de Kuwait, Globalización a espuertas, crisis sistémica y posición de firmes ante el abismo, a la espera de dar el brinco al vacío, perspectiva de un mundo multipolar).
Que ni la imagen de 1936 ni la de 1975 es la adecuada para afrontar una lucha política, es a todas luces evidente y lo han entendido casi todos… salvo algunos en la extrema–derecha y otros pocos en la extrema–izquierda. Estamos hablando casi de individualidades desenfocadas, no de movimientos de masas, ni siquiera de grupúsculos.
No es raro que ambos grupos de individualidades sean marginales. El PCE, por ejemplo, cuya voz cuenta cada vez menos incluso dentro de IU, rinde culto a los “brigadistas internacionales” un día sí y otro también, busca tumbas como un topo, ensalza a tal o cual fusilado notable, remite a episodios de la guerra civil… de los que ni siquiera sus propios jóvenes se acuerdan. Eso ha conseguido convertir al PCE en fuerza residual y avejentada.
El PSOE, por su parte, muy de tanto, canta la Internacional con algunos de sus miembros puño en alto. Pero el problema es que a la izquierda le empieza a pasar como a la falange que si no se reconoce en la internacional, el puño en alto, difícilmente se va a reconocer en el programa histórico de la socialdemocracia de Bad Godesberg o en Pablo Iglesias, en general, ha perdido sus rasgos de identidad: cantar una vez al año la Internacional no les redime de su asimilación al neocapitalismo y la globalización. Están en el poder sí, pero no es gracias a sus sentidas emociones puño en alto y con el estribillo hortera de la Internacional en los labios, están en el poder porque de socialistas pasaron a socialdemócratas y a aceptar el discurso del contrario, el neocapitalismo. En cuanto al discurso nostálgico hace mucho que no es el eje ni lo que les da imagen y, de paso, están hundidos porque no están sabiendo responder al tiempo nuevo, ni encuentran una fórmula para situar a la socialdemocracia ante el futuro.
¿Por qué minorías cada vez más exiguas hacen guiños con la internacional y el puño en alto unas pocas veces al año? Respuesta: por mera exigencia electoral. Ese pequeño gesto coyuntural y electoral, efectivamente, va dirigido a los abueletes que vivieron la guerra y que participaron en la oposición antifranquista… cada vez son menos (también a la izquierda los que tenían 30 años cuando murió franco hoy tiene 65 y son honestos jubilados. Cada vez votan menos y mueren más, por lo tanto, cada vez los viejos usos y rituales de la izquierda se ejercitan menos.
La derecha nacional europea lo ha comprendido mejor. ¿Por qué Fini pasó de ser de “neofascista” a “postfascista”? Sencillo, porque a principios de los años 90, los veteranos de la República Social Italiana que habían estado 45 años votando el MSI, empezaban a escasear y los huecos en sus filas reflejadas en los obituarios, explicaban por sí mismas la decadencia electoral del partido. En España, ni durante la democracia, ni durante la transición, nadie entre la derecha recurrió ni a Franco, ni siquiera Gil Robles (que vivió hasta 1980), ni a la CEDA… ¿Por qué? Respóndase usted mismo y recibirá una piruleta si concluye que “porque quedaban muy atrás en el tiempo”.
En cuanto a la extrema–derecha española la cosa fue todavía peor. En los años 30 se adoptó una imagen y unos planteamientos políticos que correspondían a los años 30... pero en 1975 se siguió adoptando unos planteamientos y una retórica que correspondían a aquellos años 30 y en 2010 alguno (el plural se me hace cuesta arriba cuando hablo de individualidades) sigue con el rollo de “aquellos maravillosos años 30”. Cuando un grupo de falangistas apareció en Arenys de Munt en otoño pasado, vestidos de riguroso uniforme, aquello mereció una película de ciencia ficción en la que un grupo de aventureros miembros de una expedición de los años 30, reaparecen después de atravesar un vórtice espacio-temporal en 2009.
MÁS ALLÁ DE LA IMAGEN, EL CONTENIDO
Pero la imagen, a fin de cuentas, es lo superficial, pecata minuta y cosa de poca monta aunque su envoltura es todo para las masas. ¿Os imagináis a alguien con el uniforme comunista de los años 30 (uniforme que también existió: camisa roja con botones azules, pañuelo rojo al cuello y pantalón azul sepu… que el Partido Comunista Internacional utilizó hasta 1979)? ¿Un esperpento, verdad? Pues nada, sin comentarios y sin embargo en los años treinta era el pan de cada día. No, el problema no es sólo de imagen; eso es lo más superficial. El problema es de principios y de análisis políticos. Lo primera que subyace cuando ves a alguien que utiliza rituales, uniformes, nombres y formas de los años 30 es que no ha entendido que estamos en 2010. Aunque el proyecto político sea de la repera, una especie de mezcla entre Nostradamus y la ciencia de los alquimistas, capaz de prever el futuro y de dar solución a todos los problemas, la imagen hará que ese grupo sea inmediatamente desconsiderado y no sea capaz de suscitar interés o que nadie juzgue interesante leer aquello que queda definido por su propia imagen demodé y naftalínica. Pero, con todo, vale la pena plantearse el problema de los contenidos.
La sociedad subdesarrollada española de los años 30 y recién llegada al desarrollo de 1975, no tienen punto de comparación con la actual, ni en estructura, ni en valores, ni en costumbres. El capitalismo de 1929 (capitalismo industrial) no tenía ya nada que ver con el 1975 (capitalismo multinacional), ni con el de 2010 (capitalismo financiero y globalizador), por tanto, difícilmente los programas de los años 30 pueden sostenerse hoy.
La “dimensión nacional” en los años 30 era la de los Estados Nación surgidos a finales del siglo XVIII, pero desde 1945, cuando se vive una “política de bloques”, esa dimensión hay –parajódicamente– que “redimensionarla”. Y desde 1956 con el Tratado de Roma, aun más. Y desde mediados de los 80 con la incorporación de España al Mercado Común, más aún.
Las costumbres han variado extraordinariamente gracias a la aplicación del “entertaintment” concebido por Brzezinsky y la Trilateral desde principios de los años 90. Todo, todo absolutamente, ha cambiado y lo que servía en 1936 o en 1975, ahora ya no sirve un pijo. Como para proponer ahora “Franco, Franco” y “unidad, unidad” (como si la unidad de los mancos facilitara el uso de las dos manos)…
LO COYUNTURAL Y LO ETERNO
Hoy la derecha radical precisa elaborar una teoría política a partir casi de cero, para poder estar a la altura del tiempo que va discurriendo día a día. Y eso era, a fin de cuentas, lo que proponía Laureano L. al decir que “Democracia Nacional no se reconoce en ninguna ideología histórica”. Tampoco parece una salvajada, a primera vista.
Y alguno dirá: “pero bueno, y yo que soy falangista qué pasa conmigo”. Y aquí no es Laureano sino yo el que contesta: todo lo que la doctrina falangista tiene de válido hoy es lo que es “eterno”, lo que no nació con Falange sino que Falange recogió de nuestra tradición. El resto es coyuntural: el nacional-sindicalismo era viable –digamos, más o menos viable- en una España en la que el sindicalismo importaba algo y en donde la CNT era hegemónica y apolítica y, lamento decir, que hoy la CNT ya no existe salvo como residuo. José Antonio no hizo nada más que encarnar unos principios “tradicionales” en un momento histórico concreto y en una imagen concreta que correspondía a esa época. Y ahora volvemos a Newton y a su puta manzana.
Si la teoría de la gravedad es cierta, no lo es porque una manzana se estrellara en la cabeza de Newton en una calurosa tarde del verano inglés, sino porque las manzanas han caído en todas las épocas, en todas las circunstancia y en todas las latitudes. Algo es “verdad” porque ha existido siempre, no porque en un momento dado de la historia, alguien lo haya teorizado. Lo interesante de la filosofía de Nietzsche son precisamente aquellos aspectos “eternos” de los que, intuitivamente, se hace eco, no sus especulaciones de viejo sifilítico. Si hubiera que haber esperado hasta la segunda mitad del siglo XIX para que apareciera un tipo genial que descubriera lo que antes había permanecido velado para la humanidad, eso implicaba que las generaciones anteriores estaban formadas por obtusos. La “verdad” no nace con Nietzsche, ni con Ortega. Si el pensamiento de ellos es válido en algunas partes, lo es sólo en la medida en que adapta “verdades eternas” y las recupera para un tiempo nuevo. Y lo mismo vale para José Antonio.
Por todo ello el “principio de la autonomía histórica” (un “principio” es un punto de partida para una reflexión, no la reflexión en sí) debería de completarse con el principio de la “Tradición” (algo es eficaz en cuanto ha sido adoptado por las generaciones que nos han precedido y a demostrado su vigencia y eficacia a lo largo de los siglos, no hace sólo setenta años). Una cosa es la “imagen” (coyuntural, limitada en el tiempo) y otra “los principios” (y cuando se alude a principios se presupone que uno se refiere a los “valores eternos” y no a que si a mí me cae bien o mal éste o aquel).
La “imagen” depende de que la que uno sea capaz de dotarse (arma con bate de beisbol a toda la tropa y rápales al cero, mételes la Bomber y las DocMartens encajadas en las canillas, y por buena que sea tu teoría política y sesudo tu análisis, no levantarás cabeza en milenios). Y con los “valores eternos” ocurre otro tanto: se viven o no se viven, si se viven son válidos, si no mejor olvidarnos de ellos en política (nunca he visto, ya que estamos en esto, más folleteo, ni más divorcios que en la extrema–derecha, a pesar de que se las daba de católica y que el propio Blas fue padrino de más de un matrimonio que no duró mucho más allá del viaje de novios…). Los altos valores morales católicos que se predicaban en ese ambiente no estaban a la altura de la práctica de sus miembros. Por tanto, 0. O era, simplemente, que un partido no puede vender religión y desde el momento que lo hace deja de ser un partido, para ser un grupo apostólico. Y Fuerza Nueva logró no ser ni una cosa ni otra.
LA AUTONOMÍA HISTÓRICA EN LA PRÁCTICA
Vale la pena establecer dónde nació el principio de la “autonomía histórica”: de gente salida de CEDADE, es decir, de “malditos”. Pronto entendieron esos “malditos” que si querían hacer política, no podían identificarse con los modelos históricos. También se plantearon que por triunfales que hubieran sido los movimientos de los años 30, aquello se había terminado y que era preciso dar otra visión, otra estrategia, otra imagen y otra doctrina. Ahí empezó su reflexión estratégica que, finalmente, terminó en reflexión doctrinal y política.
Pero los sectores mayoritarios de la extrema derecha que en los años 70–80 y 90 habían vivido un relativo “baño de masas” a raíz de los desajustes de la transición, creían –algunos lo creen todavía– que no era necesario variar nada de sus principios estratégicos (a fin de cuentas, la “autonomía histórica” era un principio estratégico) porque, a fin de cuentas, la plaza de Oriente se llenaba todos los años... Y cuando llegaron los años 90 y los 20–N se podían celebrar casi en un teatrito, siguieron con la mirada vuelta a los “buenos tiempos” en los que eran masas las que seguían a las banderas victoriosas. Y llevan 20 años en esto. Los que tenían en 1990 60 años (que eran los que tenían 45 durante el franquismo) tienen hoy 80 y todo lo que no sea el nietecito, la pensión y el “que gane Rajoy”, les interesa muy poco.
De esos sectores ultras satisfechos con lo que tuvieron en 1977–1985, no ha surgido, ni entonces ni ahora, un solo intento de reflexión, ni estratégica, ni política, ni doctrinal, a pesar de que su miseria política debería haberles obligado a reflexionar por puro instinto de supervivencia. Y en ello siguen, con sus filias y sus fobias, recordando cómo fueron “los buenos tiempos” que nunca más volverán porque la historia no tiene por costumbre dar marcha atrás.
La teorización de Laureano L. fue asumida por Democracia Nacional, partido que ha conseguido llegar desde la nada a la más absoluta miseria en apenas 15 años. ¿Invalida esto la teoría? Veámoslo con calma.
Antes de 1995-96, no existió el principio de la autonomía histórica: si existió algún cambio de Fuerza Nueva al Frente Nacional, cambios tan tenues que eran poco perceptibles (Cillero era más un tipo de Fuerza Nueva o quizás anclado en el siglo XIX, que de otra cosa) y lo mismo por lo que se refiere a lo que ocurrió dentro de Juntas Españolas que fueron una especie de Fuerza Nueva sin Blas y con el catolicismo más relajado. Pero lo que se puede llamar “autonomía histórica” empieza y termina con DN. Vale la pena ver la historia del partido.
Tras fundarse con un equipo con ideas muy claras, el primer problema fue que la mayoría carecía de experiencia política real. Toda su militancia anterior se había desarrollado en la ultra… que era la mejor manera de no tener experiencia política real. Muchos habían sido gentes salidas de Fuerza Nueva, pasados por Juntas Españolas, pero sin experiencia efectiva en insertarse en el juego político democrático del que estaban informados solamente a través de los medios de comunicación. Por otra parte, en aquel momento, la democracia no pasaba por un mal momento. El aznarismo había logrado superar la situación de desmoralización nacional del felipismo y en lo que se refiere la inmigración no fue un problema en aquellos primeros años y, por tanto, a DN le faltó el elemento de movilización hasta 2000.
Cuando, a partir de los incidentes en El Ejido, la inmigración irrumpe como problema, DN ya ha perdido su única fuente de financiación y empieza a estar envuelto en una guerra interior permanente que se prolonga desde 2000 hasta 2005 y que, con chispazos menores, se prolongará hasta 2009. Como resultado de esta guerra se van los mejores en sucesivas tandas. Laureano L. es expulsado junto con una docena, antes Pedro A. y P-Corrales se van hartos, luego se expulsará a Chris R., al que suscribe y a una cincuentena más, cuando ya DN ha encontrado a su “líder máximo”, “gran timonel” y “ayatollah universal” en la figura de un tipo sin oficio ni beneficio y con afán de hacer de la política un medio de vida como antes lo había intentado a través de vender camisetas para el ambientillo y luego de desafinar con canciones de rock-fachilla. De hecho, Canduela se hace con las riendas de DN por su carácter de desocupado, mientras que ninguno de todos los anteriores quería hacerse cargo de la dirección porque… tenían medios de vida y por tanto disponían de poco tiempo para dedicarlo a la política.
En su mejor momento (hacia 2002–2004, DN no debió de tener más de 350–400 afiliados (hacia 2003), cuando en su inicio eran en torno a 1.000). Desde 2005, DN es un cadáver incapaz de generar un solo documento político y que vive de lo que los expulsados han elaborado antes. A partir de ese momento, Canduela, se pelea por ser fotografiado abrazando a Blas, coquetea con Ynestrillas, con Andrino, con Corral… y de la “autonomía histórica” nunca más se sabe porque para Canduela de lo único que se trata es de sobrevivir.
Entre la ausencia de una situación favorable hasta 1999, cuando DN tenía alguna financiación, y el inicio de una situación favorable en el período 2000-2005 que coincidió con la sucesión de guerras internas de DN, y de 2005 hasta 2010, cuando DN ha sido dirigida en solidario por un mendrugo… ¿puede hablarse de práctica de la autonomía histórico en DN?
No hay más muestras de autonomía histórica propiamente dicha en la historia reciente de la extrema-derecha española. Hay esfuerzos por aproximarse, pero que siempre terminan siendo incompletos y permiten reconstruir de alguna manera la “obsesión histócia”. A fin de cuentas, la autonomía histórica es como la virginidad: o se es virgen o te han desflorado… O hay o no hay.
¿ES NECESARIO EL PRINCIPIO DE LA “AUTONOMÍA HISTÓRICA”?
Un niño acerca su mano a una estufa y se quema: nunca más lo volverá a hacer y si está cerca su hermano menor, él tampoco lo hará nunca: sabe que aquello hace daño. Nadie con dos dedos de frente hace algo que le perjudica. Lo saben por instinto y no hace falta establecer “principios” para alertar a nadie sobre que “eso perjudica”. La palabra en el Diccionario de la RAE que corresponde a quien se perjudica a sí mismo es precisa, contundente y rotunda: “gilipollas”.
Todos –absolutamente todos– los partidos políticos europeos que han tenido algo de éxito, se basan en ese principio no formulado de “autonomía histórica”, pero sí instintivo –ven porqué habíamos empezado hablando de instintos–.
Incluso en Portugal en donde existió un régimen todavía más prolongado en el tiempo que el franquismo, hoy no existe ningún partido que asuma el “salazarismo” o formas del fascismo portugués. Ni siquiera en Grecia la extrema–derecha se identifica ni con el período de los “coroneles” finales de los 60, principios de los 79, ni por supuesto con el fascismo griego de Metaxas de los años 30. En Francia, nadie alude ni a Petain, ni a Doriot, en Bélgica, Degrelle y el Rex son recuerdos históricos; el BNP del Reino Unido actúa independientemente de lo que dijera Mosley en su época; ni rastro de “modelos históricos” en los países nórdicos; y en Italia, con una miríada partidos de derecha y de extrema–derecha, es posible establecer una ley universal: “contra más adictos sean al modelo histórico, menos votos recogen en las elecciones”; el caso alemán es muy particular, pero, de momento pro–Köln parece integrar más votos que las formaciones “históricas”. Nadie se ha formulado el principio de autonomía histórica… porque estaba simplemente dictado por un instinto de supervivencia… como el niño que ve que su hermano se quema y no quiere tener una ampolla en el dedo que le escocerá unos días…
Por eso, el principio de autonomía histórica no se conoce en ningún país europeo: se aplica en la práctica y punto, se aplica por instinto de supervivencia, se aplica por que se conocen las leyes de la imagen y de la política y se aplica porque domina el sentido común.
¿Y España? También aquí las cosas empiezan a tener cierto aire de normalidad. El grupo que en estos momentos aparece con facilidad en los medios de comunicación y que el mismo Estado ha considerado como un “riesgo”, es PxC… que a nadie se le escapa que actúa en función de una “autonomía histórica” no formulada, pero no por ello menos real.
¿Así que la “autonomía histórica” es un fracaso? Pues sí… lo es… y lo es SÓLO en la medida en que todavía estamos hablando de “autonomía histórica”, cuando lo normal hubiera sido que el problema ni siquiera se hubiera planteado en 1975. Lo normal hubiera sido que ese año se hubiera entendido que España caminaba hacia una democracia y que hacía falta “imagen y credibilidad”, en lugar de mirada atrás, formaciones paramilitares esperpénticas y de un discurso político de una simplicidad rayana en la absoluta ignorancia de los mecanismos de la política (entre otros, mira tú por dónde, esa cantinela del “España se rompe…” y no se rompía y no se rompía y se seguía repitiendo el discurso de “España se rompe…” y así hasta hoy que, afortunadamente goza de buena salud y sin romperse.
Alguno creyó que aquello “funcionaba” porque afluía gente. No funcionaba: lo que funcionaba eran los desajustes de la transición que habrían hecho que muchos españoles se hubieran arrojado en brazos del diablo en persona si éste les hubiera propuesto un futuro más ordenado y con menos calambres y traumatismos.
Eso generó que las formaciones ultras (Falange, Fuerza Nueva, FE(I), FE–JONS(A), FNJ, FdJ) que, con su imagen hubieran tenido muy pocas posibilidades de atraer a más allá de unos miles de afiliados, experimentaran un breve auge… que duró todo lo que duraron los desajustes de la transición. Acabos estos el 23–F –gracias, entre otros factores, a Tejero y al 23-F– todo aquello se hundió. Las capillas ultras siguieron existiendo como agrupación de amigos, camaradas que se reconocían en el pasado, con la llegada de algunos jóvenes tan bienintencionados como despistados, pero nunca más como opciones electorales que iban disminuyendo su peso a medida que el franquismo iba quedando atrás, hasta ser lo que son hoy: 40.000 votos, divididos entre media docena de siglas que incluyen el voto de los afiliados, el voto de algunos familiares, el voto de algunos amigos, el voto de algún despistado y el error técnico que se produce en cualquier elección.
Enunciar el principio de “autonomía histórica” fue una necesidad a la vista del escaso nivel doctrinal, la absoluta incapacidad para plantear estrategias y la simplicidad integral de las distintas formaciones ultras que –tanto ayer como hoy– aspiran solamente a destacar en relación al vecino, pero no a obtener éxitos políticos reales.
No hubiera hecho falta enunciar el principio de la “autonomía histórica” si la extrema–derecha en sus direcciones, hubiera albergado un mínimo de sentido común. Pero éste había desaparecido hacía mucho tiempo y absolutamente nadie era capaz de interpretar porqué se ganaron votos durante la transición y porque se perdieron luego irremisiblemente.
La extrema–derecha había perdido su instinto de supervivencia, desde principios de la transición se guió por filias y por fobias (esto es por complejos mentales anidados en el subconsciente, no por impulsos objetivos –intelectuales– o instintivos). Y así ha ido. Y así va. Y así irá…
Parece increíble que todavía haya alguien que atribuya a la “autonomía histórica” las desgracias incluso de lo que sucedió incluso antes de que este principio fuera enunciado.
Parece increíble que en 2010 (repito: en 2010), todavía haya gente que se plantee o no el uso de uniformes, que siga considerando como argumento de “autoridad” textos escritos hace 70 ó 75 años, que crea que imágenes del ayer (1936, 1975, 1980) pueden ser utilizadas hoy.
Parece mentira que estemos discutiendo todavía lo que el propio instinto de supervivencia debería haber resuelto sin teorías, principios, ni artículos como éste, en lugar de discutir sobre problemas del aquí y del ahora.
Parece increíble la falta de pragmatismo y la ignorancia que nos llevan a discutir hasta el infinito temas que por sí mismos y con el mero recurso al sentido común deberían de estar ya resueltos hace décadas.
Parece increíble que alguien sea capaz de afirmar que la culpa de la miseria de nuestro ambiente político se deba a que se han abandonado las formas de otro tiempo y que se atribuya la falta de éxitos a eso precisamente y no a todo lo demás.
El problema es calidad humana. Faltan dirigentes con capacidad suficiente de mando y de análisis, faltan cuadros que sean líderes allí donde van y que ejerzan prestigio y liderazgo, faltan camaradas que sean respetados por su carisma, por su empatía con la población. Allí en donde estos camaradas están presentes, allí se cosechan avances locales.
No queremos ver que en las últimas décadas se ha producido en la ultra una selección a la inversa: a medida que el desenfoque de la ultra aumentaba, los cerebros más lúcidos se han ido a sus casas, las nuevas altas han sido de gente bienintencionada pero sin experiencia y en su inmensa mayoría tras un tiempo revoloteando en torno al ambiente se han ido a su casa al percibir la absoluta falta de espectactivas y posibilidades de un sector que, todavía hoy cree que la “unidad” lo resolverá todo y que en los modelos de los años 30 y del nacional-catolicismo se encontrará algo capaz de interesar a alguien. Ha quedado solamente en el ambiente, los empecinados, los recién llegados que en un 95% permanecen entre uno y tres años antes de regresar a lo privado, y los que tenemos creemos que lo que la reacción que se ha producido en Europa, tendrá lugar también en España antes o después o que tenemos un alto grado de convencimiento doctrinal. Hace falta renovar las filas, crear mimbres nuevos, porque con los actualmente existentes, el fracaso es lo que espera en el 2012, en el 2016 y en el siglo XXII. Para evitarlo, hay que aparcar las discusiones ingenuas y casi infantiles como ésta y tener una percepción clara y concreta de nuestro tiempo, no de lo que decía José Antonio en 1935 ni de los pantanos que construyó Franco en los años 50 y 60.
VALE YA DE CHUMINADAS…
Laureano L. cometió un error con el principio de la “autonomía histórica”… enunciarlo. Era como una criba: nadie lo necesita como nadie necesita conocer la matemática de la ley de la gravedad para saber que las manzanas caen o las leyes de la mecánica para jugar a la petanca. Si alguien no había advertido, en 1995 que había que prepararse para una época nueva, lo mejor era remitirles al silabario de la política y partir de cero. Porque la “autonomía histórica” no es un “principio”, sino una condición sine qua non para participar en política con un mínimo de posibilidades de que alguien –fuera del ambiente– alguien te haga puto caso.
¿Alguna conclusión? Sí, una sola: si la extrema–derecha quiere imitar a otras formaciones europeas (y españolas, puesto que PxC es de aquí, no de Marte) y despegar… tiene, necesariamente que aparcar, de una vez por todas, estas discusiones absurdas que, como el valor al soldado, se suponen resueltas ya.
Dicho de otra manera: si la extrema–derecha quiere “funcionar” debe de dejar de ser lo que ha sido hasta ahora… porque eso que ha sido es lo que le está impidiendo encarnar los intereses de grupos sociales y sectores de la población angustiados por la inmigración masiva, la crisis económica y la corrupción generalizada.
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.
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