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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Crítica de la ideología liberal (I de IV) Alain de Benoist

No habiendo nacido sólo de un solo hombre, el liberalismo no se ha presentado nunca como una doctrina unificada. Los autores que se han reclamado de esta corriente han dado con mucha frecuencia interpretaciones divergentes, sino contradictorias de la misma. Sin embargo, hizo falta hubiera entre ellos suficientes puntos comunes para que se lis pudiera considerar a unos y otros como autores liberales. Son precisamente estos puntos comunes los que permiten de definir el liberalismo como escuela. El liberalismo es, por una parte, una doctrina económica que tiende a hacer modelo del mercado auto regulado el paradigma de todos los hechos sociales:  lo que se llama el liberalismo político sólo es un modo de aplicar a la vida política principios deducidos de esta doctrina económica, la cual tiende a limitar siempre lo más posible la parte del político. (En este sentido ha podido decirse que una “política liberal" era una contradicción en sus mismos términos. Por otra parte, el liberalismo es una doctrina que se basa en una antropología de tipo individualista, es decir que descansa como sobre una concepción del hombre como ser no fundamentalmente social.

Estos dos rasgos característicos, que poseen ambos una vertiente descriptiva y una vertiente normativa, (el individuo y el mercado son descritos al mismo tiempo como hechos y presentados como modelos) son directamente antagonistas de las identidades colectivas. Una identidad colectiva no podría analizarse de manera reduccionista como la simple suma de las características que poseen individuos asociados en el seno a una colectividad dada. Requiere que los miembros de esta colectividad tengan la clara conciencia que su pertenencia engloba o supera a su ser individual, es decir que su identidad común resulta de un efecto de composición. En la medida en que se basa en el individualismo, el liberalismo tiende a romper todas las uniones sociales que van más allá del individuo.

En cuanto al funcionamiento optimo del mercado, implica que nada estorba la libre circulación de los hombres y las mercancías, lo que implica que las fronteras deben ser consideradas finalmente como inexistentes, algo que todavía contribuye aún más a la disolución de las estructuras y de los valores compartidos. Eso no significa, naturalmente que los liberales no hayan podido defender nunca identidades colectivas, sino que implica que no han podido hacerlo más qué en contradicción con los principios de los que se jactan.

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Louis Dumont ha mostrado perfectamente el papel jugado por el cristianismo en el tránsito en Europa de una sociedad tradicional de tipo holista a una sociedad moderna de tipo individualista. Desde su origen, el cristianismo sitúa al hombre como individuo que, antes de cualquier otra relación, está en relación interior con Dios y que puede esperar a salvarse gracias a su transcendencia personal. En esta relación con Dios se afirma el valor del hombre en cuanto individuo, valor en relación al cual el mundo se encuentra necesariamente rebajado o devaluado. El individuo es por otra parte, parejo a todos los demás hombres en tanto que titular de un alma individual. Igualitarismo y universalismo se introducen así en el plano ultramundano:  el valor absoluto que el alma individual recibe de su relación filial con Dios es compartido por toda la humanidad.

Marcel Gauchet ha retomado la constatación de una unión de causalidad entre la emergencia de un Dios personal y el nacimiento de un hombre interior, cuya suerte en el más allá sólo depende de sus actuaciones individuales y cuya independencia se encamina hacia la posibilidad de una relación íntima con Dios, es decir de una relación que solamente le compromete a él. "Cuanto más se aleja Dios en su infinitud, escribe Gauchet, más tiende a convertirse la relación con él a algo puramente personal, hasta excluir toda mediación institucional. Elevado a su absoluto, el sujeto divino no tiene más de legítimo que en su presencia íntima. Así la interioridad, por de pronto, se convierte decididamente en individualidad religiosa” (1)

La enseñanza paulista muestra una tensión dualista que hace del cristiano, sobre el plano de su relación con Dios, un “individuo fuera del mundo":  convertirse en cristiano implica de algún modo renunciar al mundo. Sin embargo, en el curso de la historia, el individuo fuera del mundo va a contaminar progresivamente la vida mundana. A medida que adquiera el poder de conformar el mundo en función de sus valores, el individuo que se situaba inicialmente como fuera de este mundo va a volver a él progresivamente para transformarlo en profundidad. El proceso se realizará en tres etapas principales. En un primer tiempo, la vida en el mundo ya no es rechazada, sino relativizada:  es la síntesis agustina de las dos ciudades. En un segundo tiempo, el papado se arroga el poder político y se convierte a su vez en poder temporal. Finalmente, con la Reforma, el hombre se apropia totalmente en el mundo, dónde trabaja para mayor gloria de Dios, buscando un éxito material que puede ser interpretado como la prueba misma de su elección. El principio de igualdad e individualidad que no funcionaban inicialmente más que en el registro de la relación con Dios, y podía pues aún coexistir con un principio orgánico y jerárquico estructurador del todo social, va de esta forma a encontrarse remitido progresivamente sobre la tierra para desembocar en el individualismo moderno que representa su proyección profana. "Para que nazca el individualismo moderno -escribió Alain Renaut quien expone las tesis de Louis Dumont- será necesario que la componente individualista del cristianismo termine, por así decirlo, "contaminando" a la vida moderna, hasta el punto de que progresivamente las representaciones se unificarán, el dualismo inicial se borrará y "la vida en el mundo será concebida como pudiendo ser enteramente conformada como valor supremo": al final de este proceso, "el individuo-fuera-el-mundo se habrá convertido en el moderno individuo-en-el-mundo" (2).

La sociedad orgánica de tipo holista, entonces, habrá desaparecido. Para retomar una distinción célebre, diremos que se habrá pasado de la comunidad a la sociedad, es decir a la vida común concebida como simple asociación contractual. Pero éste ya no será más el todo social quien ocupará el primer lugar, sino los individuos titulares de derechos individuales, atados entre ellos por los contratos racionales interesados.

Un momento históricamente importante de esta evolución corresponde al nominalismo que se afirma en el siglo XIV, con Guillermo de Occam, que ningún ser existe más allá del ser singular. Otra momento-clave corresponde al cartesianismo quien pone ya, en el campo filosófico, al individuo tal como será más tarde supuesto por la perspectiva jurídica de los derechos del hombre y por esta otra, intelectual, de la razón y de las Luces. A partir del siglo XVIII, esta emancipación del individuo con respecto a sus uniones naturales será interpretada regularmente como signo del acceso de la humanidad a una "mayoría de  edad", en una perspectiva de progreso universal. Entendida por pulsiones individualistas, la modernidad se distinguirá primeramente como el proceso mediante el cual los grupos de parentesco y vecindad y las comunidades más amplia, desagregarán progresivamente para “liberar al individuo", es decir , de hecho, para disolver todas las relaciones orgánicas de solidaridad.

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Ser humano ha significado en todos los tiempos afirmarse a la vez como una persona y como un ser social:  dimensión individual y dimensión colectiva no son idénticas, pero son indisociables. En la percepción holista, el hombre se construye él mismo sobre la base de lo que hereda y en referencia al contexto social-histórico propio. Este modelo, que es el modelo más general de la historia, al que el individualismo, que es preciso mirar como una particularidad de la historia occidental, termina oponiéndose directamente.

En el sentido moderno del término, el individualismo es la filosofía que considera al individuo como la única realidad y lo toma como principio de cada evaluación. Este individuo es considerado en sí mismo, abstracción hecha de todo contexto social o cultural. Mientras el holismo expresa o justifica la sociedad existente en referencia a los valores heredados, transmitidos y compartidos, es decir en último análisis en referencia a la sociedad misma, el individualismo plantea independientemente sus valores de la sociedad tal como la encuentra. Por ello no reconoce ningún estatuto de existencia autónoma a las comunidades, a los pueblos, a las culturas o a las naciones. En estas entidades, no ve más que sumas de átomos individuales y plantea que sólo estos poseen valor.

Esta primacía del individuo sobre la colectividad es al mismo tiempo descriptiva, normativa, metodológico y axiológica. El individuo es considerado como primero. Ya sea que se le suponga anterior a los social en una representación mítica de la “pre-historia”" (anterioridad del estado de naturaleza), ya sea que se atribuye un simple primado normativo (el individuo es lo que vale de más). Giorgio Bataille afirmó que "en la base de cada ser, existe un principio de insuficiencia". El individualismo liberal afirma al revés la plena suficiencia del individuo singular. En el liberalismo, el hombre puede considerarse como individuo sin tener que pensar en su relación con los demás hombres en el seno de una socialidad primaria o secundaria. Argumento autónomo, propietario de sí mismo, movido por su único interés particular, se define, por oposición a la persona, como “un ser moral, independiente, autónomo y tan esencialmente no social” (3).

En la ideología liberal, este individuo es titular de derechos inherentes a su “naturaleza" cuya existencia no depende en ninguna modo de la organización política o social. Los gobiernos tienen el deber de garantizar estos derechos, pero no sabrían fundarlos. Siendo anteriores a cada vida social, no han salido inmediatamente de deberes, pues los deberes implican precisamente que hay un principio de vida social:  no hay deberes hacia otros si no hay ya otros. El individuo se convierte así en el manantial de sus propios derechos, empezando por el derecho a actuar libremente según la conveniencia de sus intereses particulares. Se encuentra entonces “en guerra" con todos los demás individuos, ya que éstos son impulsados a actuar de la misma forma en el seno de una sociedad concebida como un mercado competitivo.

Los individuos pueden optar por asociarse entre ellos pero las asociaciones que forman tienen un carácter condicional, contingente y transitorio, ya que quedan subordinadas al consentimiento recíproco y no tienen otro objetivo que satisfacer mejor los intereses individuales de cada una de las partes. La vida social, en otras palabras, no es más que un asunto de decisiones individuales y de opciones interesadas. El hombre se comporta como un ser social, no porque esté en su naturaleza, sino porque tiende a buscar su beneficio y sus ventajas. Si no encuentra ventajas, puede en cualquier momento (al menos en teoría), romper el pacto. Es incluso en esta ruptura que manifiesta mejor su libertad. En oposición a la de los Antiguos, que consistía primeramente en la posibilidad de participar en la vida pública, la libertad de los Modernos reside, en efecto, ante todo en el derecho a apartarse. Esto es así porque los liberales siempre tienden a dar a la libertad una definición sinónimo de independencia  (4). Benjamín Constant celebra “él el gozo pacífico de la independencia individual privada", añadiendo que "los hombres no necesitan, para ser felices, más que ser dejados en una independencia perfecta, en  todo lo que tiene relación con sus ocupaciones, empresas, a su esfera de actividad, sus fantasías” (5). Este “gozo apacible" debe entenderse como un derecho a escindirse, derecho a no ser tenido por ningún deber de pertenencia ni por ninguno de estos vasallajes que, en ciertas circunstancias, pueden, en efecto, revelarse incompatibles con la "independencia privada".

Los liberales insisten de modo particular sobre la idea de que los intereses individuales no tienen que ser sacrificados nunca al interés colectivo, al bien común o a la salud pública, nociones que consideran como inconsistentes. Esta conclusión se desprende de la idea de que solo los individuos tienen derechos, mientras las colectividades, siendo sumas de individuos, no tendrían ninguno que les perteneciera en propiedad. "La expresión "derechos individuales" es una redundancia, escribe Ayn Rand,  no hay ninguna otra fuente de derechos” (6). "La independencia individual es la primera de las necesidades modernas, afirmó ademán Benjamín Constant. Por tanto, no hace falta preguntar nunca el sacrificio para establecer la libertad política” (7). Antes suyo, John Locke declaró que "un niño no nace sujeto a ningún país", ya que, convertido en adulto, “tiene la libertad de elegir el gobierno bajo el cual encuentra bueno de vivir, y unirse al cuerpo político que más le guste” (8).

La libertad liberal supone, por tanto, que los individuos pueden hacer abstracción de sus orígenes, de su entorno natural, del contexto en el que viven y dónde se entrenan sus opciones, es decir de todo lo que hace que sea como es y no de otra manera. Supone, en otras palabras, como dice John Rawls, que el individuo siempre es anterior a sus fines. Nada demuestra sin embargo que el individuo pueda considerar a sí mismo como un sujeto libre de todo vasallaje y al margen de todo determinismo. Nada demuestra por lo demás tampoco que preferirá en todas circunstancias la libertad a cualquier otro bien. Tal concepto ignora por definición los compromisos y las uniones que no deben nada al cálculo racional. Es una concepción puramente formalista que no permite de darse cuenta de lo que es una persona real.

La idea general es que el individuo tiene el derecho a hacer todo lo que quiere mientras el uso de su libertad no interfiera con la de los demás. La libertad se definiría así como pura expresión de un deseo que no tiene otro límite teórico que el idéntico deseo de los demás, estando mediatizados el conjunto de estos deseos por los cambios económicos. Es lo que Grotius, teórico del derecho natural, ya afirmó en el siglo  XVII: “No es contrario a la naturaleza de la sociedad humana trabajar para su propio interés, mientras se haga sin lesionar los derechos de los otros” (9). Pero es evidentemente una definición “irénica”:  casi todos los actos humanos se ejercen de una forma u otra a expensas de la libertad de los otros, y además es casi imposible determinar el momento en que la libertad de un individuo puede ser considerada como lesiva para la de otros.

La libertad de los liberales es efectivamente ante todo libertad de poseer. No reside en el ser, sino en el tener. El hombre es considerado libre en la medida en que es propietario, y. en primer lugar, propietario de sí mismo. Esta idea de que la propiedad de sí mismo determina fundamentalmente la libertad será, por otra parte, retomada por Marx (10).

Alain Laurent define la realización de sí mismo como una “insularidad ontológica cuya primera finalidad consiste en la búsqueda de su propia felicidad” (11). Para los autores liberales, la “búsqueda de la felicidad" se define como la libre posibilidad de intentar maximizar los propios intereses. Pero el problema que se plantea acto seguido es saber lo que debe entenderse por “interés”, tanto más cuando los tenedores de la axiomática del interés raramente se preocupan por evocar la génesis o por describir sus componentes, de la misma forma que tampoco se preguntan si todos los actores sociales están en el fondo movidos por intereses idénticos o si sus intereses son conmensurables y compatibles entre ellos. Presionados en sus posiciones, tienden a dar al término una definición trivial: el "interés" se convierte en sinónimo de deseo, de proyecto, de acción orientada hacia un fin, etcétera. Todo se convierte en “interés”, incluso la acción más altruista, más desinteresada, puede ser definida entonces como egoísta e interesada, ya que responde a la intención voluntaria y al deseo de su autor. Pero en realidad, está claro que para los liberales, el interés se define primeramente como una ventaja material que, para ser apreciado como tal, debe poderse cuantificar y calcular, es decir poder expresarse bajo el horizonte de este equivalente universal que es el dinero.

No puede sorprender por tanto que el ascenso del individualismo liberal se haya traducido, primeramente por una dislocación progresiva de las estructuras de existencia orgánicas características de las sociedades holistas, luego por una disgregación generalizada de los lazos sociales, y finalmente por una situación de relativa anomia social, dónde los individuos se encuentran al mismo tiempo cada vez más ajenos unos a otros y potencialmente cada vez más hostiles entre sí, en esa competencia generalizada que toma la forma moderna de una “lucha de todos contra todos". Tal es la sociedad descrita por Tocqueville en la que cada miembro, “retirado y aparte, es como extranjero para todos los otros". El individualismo liberal tiende a destruir dondequiera que se instaure la sociabilidad directa que durante mucho tiempo ha impedido la emergencia del individuo moderno y las identidades colectivas que le son asociadas. "El liberalismo, escribe Pierre Rosanvallon, de alguna manera hace de la despersonalización del mundo las condiciones del progreso y la libertad" (12).

(c) Alain de Benoist

(c) Por la traducción: Ernest Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción de este texto sin citar procedencia.

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