España, frente a bandidos y piratas
Infokrisis.- Todos los Estados occidentales, sin excepción -por no hablar del Tercer Mundo-, han acabado sufriendo el flagelo de la corrupción. La corrupción no es una fatalidad de nuestros días; es la consecuencia lógica de la anomia, palabreja que indica la ausencia de valores y principios. Antepenútima consecuencia de las leyes no escritas del mercado, deriva de la regla de oro de nuestros días, a saber, que solo vale la pena aquello que reporta el máximo beneficio y exige el mínimo esfuerzo. A eso se le llama "rentabilidad" y se acepta universalmente como la única forma de organización económica, acaso para justificar al pereza mental de los economistas, resignados, o acaso incapaces, de establecer nuevas fórmulas desde hace trescientos años.
En el momento en que los Estados modernos se laicizaron por la acción de la masonería y el positivismo -pero también por la claudicación de quienes defendían opciones contrarias- perdieron toda posibilidad de dotarse de una ley superior inconmovible. De estar regidos por principios venidos de lo alto, pasaron a gobernarse por leyes escritas por los hombres; ni siquiera por los mejores entre los hombres, sino por los más numerosos. La anacrónica ley de la mayoría por la que se rigen las partitocracias occidentales subordina el principio de la calidad al de la cantidad. Y los más suelen -siempre- dejarse seducir por quienes les alaban y cubren de promesas. Es el tiempo de los demagogos, el tiempo extremo de la decadencia, tiempo del hierro y del lobo tal como decía la saga goda. Nuestro tiempo, en definitiva.
Las leyes del mercado, la anomia, el materialismo efectivo de gentes que jamás han oido hablar de filosofía materialista pero se comportan como catedráticos en la temática, generaron grupos de presión a los que termina subordinándose cualquier interés. Los partidos políticos, no son sino títeres de tales o cuales grupos de presión y sus dirigentes, los funcionarios delegados. Una simple firma capaz de recalificar un terreno puede generar tantos beneficios como un abogado o un profesional puede obtener en una vida de trabajo y no digamos un obrero manual. Un mero gesto determina una fortuna y la ruina de miles de gentes, insignificantes en lo económico. Nunca época alguna se ha visto tan huérfana de valores y sometida al único valor del "pelotazo, ya". Nadie se sorprenda por ello; se trata, más bien, de la consecuencia lógica e irreversible de un proceso de decadencia iniciado hace siglos. Primero, con la fuerza de una piedra que se desliza desde lo alto de una pendiente, luego creciendo en volumen y aumentando su velocidad de caída, finalmente arrasándo cualquier oposición y todo lo que encuentra a su paso, el mundo moderno, y con él nuestra esquilmada España, esperan la crisis desintegradora final en un plazo más o menos breve.
Lo extraño no es la naturaleza de este proceso; lo que sorprende al observador es que los Vedas ya habían previsto tal coyuntura con varios milenios de adelanto. La edición del "Vishnu Purana" de H.H. Wilson se publicó en Londres en 1868; ya entones llamó la atención de los estudiosos por su cuadro profético. Siglo y cuarto después la sorpresa de quienes hemos tenido la ocasión de consultar esa misma edición ha sido aún mayor. "La tierra será apreciada por los tesoros minerales que esconde" es una de las características que el discreto profeta que escribió el "Vishnu Purana" entrevió en su delirio. Puede ser una casualidad para hacer las delicias de los ecologistas de fin de milenio y no videncia, pero el resto de visiones son aun más precisas: "La raza dejará de producir nacimientos" (los hombres occidentales hemos perdido el 40% de nuestra capacidad genesíaca en los últimos 25 años), "los hombres conceptrarán su interés en la adquisición de riquezas aunque sea de forma ilícita", "quienes dispongan de más dinero dominarán a los hombres", "las mujeres solo serán objeto de satisfacción sexual". En cuanto a los "jefes" se dice de ellos que serán tiranos crueles y demagogos que solo pensarán en su beneficio. Decididamente no hay que escuchar los telediarios para estar al cabo de la calle de nuestra cotidianeidad.
Sirva esto de introducción para hablar de España y los bandidos, piratas y delincuentes. Todos ellos, no son solo patrimonio de nuestros desgraciados días. Están dentro de nuestra historia, casi tanto como el Quijote, la Reconquista y el motor de agua. Junto a lo ideal, lo heroico y lo fingido, los siglos vieron gentes que valoraron la delincuencia como único camino para sobrevivir. La historia misma de España, en sus mejores momentos, dependió de los ataques de corsarios y filibusteros que llegaron a estrangular el comercio con América. Una vez más, la historia "en profundidad", difiere de la historia "bidimensional"; la delincuencia que atentó -y atenta- contra España, no es fruto de la casualidad o de una malhadada época. Es la consecuencia directa de percepciones erráticas de historia, reflejos siempre -a poco que se examinen los hechos objetivos y se engarcen unos con otros- de concepciones titánicas y prometéicas en unos casos y simplemente demoníacas y luciferinas en otros.
Quedan rastros en las crónicas generales que en tiempos de Alfonso IX y San Fernando los delincuentes se organizaron en poderosas sociedades de bandidos. Ambos reyes los persiguieron y desollaron sin piedad. Más adelante, en las circulares de la Santa Hermandad y en las novelas picarescas de los siglos XVI y XVII se tiene noción de "cortes de milagros" que agrupaban a mendigos, delincuentes y minusválidos, en curiosa amalgama.
Sabemos que en la edad media hubo sociedades de mendigos organizados y que, en un momento dado, algunas derivaron hacia la delincuencia pura y simple. Nuestros clásicos dan abundantes pistas como para que podamos deducir que tales hermandades de mendigos y ladrones tenían sus signos de reconocimiento, su lenguaje secreto y sus ritos de iniciación. Mucho antes que la maffia, la camorra o la n'dragheta arraigaran en la bota italiana, aquí ya teníamos a La Garduña desde el tiempo de los Reyes Católicos.
En la Edad Media hubo tres cofradías de mendigos, la de los ciegos patroneados por San Martín, la de los cojos con San Andrés al frente, mientras que los oracioneros se ponían bajo la custodia del Espíritu Santo. Las tres ramas se fusionaron luego en la Cofradía del Espíritu Santo. Sus miembros tenían una medalla que los acreditaba y les daba el privilegio de mendigar. Pobres pero no pícaros. Solían vivir en comunidad. En Barcelona existió una casa en el Barrio de Jesús que los albergaba y luego, al ser derribada, pasaron a inmuebles comunales en las calles de la Boquería, Ripoll y Capellans. Los ciegos solían formar orquestinas que se trasladaban de barrio en barrio para mostrar sus habilidades. Los había rapsodas. Algunos gozaron de gran reputación como Cayetano Parera que en 1784 tocó para la Duquesa de Alba en la visita que esta hizo a Barcelona. En el último tercio del siglo XVIII las crónicas hablan de una conspiración de mendigos que hicieron desaparecer de la circulación las monedas pequeñas de 1 y 2 céntimos. Esto ocurrió en la Ciudad Condal y en pueblos del Principado de Cataluña. También hubo cofradías de jorobados y tullidos de las que a finales del siglo XIX todavía quedaban huellas. Algunos se colocaban en la puerta de las iglesias para que los feligreses pasaran los billetes de lotería por sus jorobas. Los cojos se ofrecían para realizar penitencias por delegación... desde la Colegiata de Santa Ana recorrían el foso de la muralla y volvían al punto de partida musitando oraciones.
Estos datos no hay que tomarlos a la ligera. Muestran que la sociedad española intentó integrar en la sociedad a aquellos minusválidos que, esa misma sociedad rechazaba. Existen huellas abundantes que permiten pensar que la sociedad de nuestro país -como por lo demás, todo Occidente- consideraba las minusvalías y deformaciones físicas como reflejos de un trastorno del alma. La máxima "mens sana in corpore sano" se había adaptado, con el paso de los siglos, a esta percepción. Otros, frenólogos y fisiognomos, todavía sostienen que "el rostro es el reflejo del alma".
Se estableció una relación directa en la que el cuerpo físico, era una materia modelable cuyo artífice era un estrato más profundo de la personalidad, el alma y el espíritu. Si éste era deforme y torturado, el cuerpo debía de salir a su imagen y semejanza. Como eco de esta tradición, el Opus Dei en nuestros días mira con malos ojos a aquellos que no alcanzan cierto patrón de belleza. Los feos, en efecto, tienen poco que hacen en las filas de Escibá de Balaguer, al que Dios haya perdonado. La Iglesia Católica ha mantenido viva hasta hace poco creencias de este tipo. Los principales reproches que tuvo el inquisidor Torquemada en su tiempo aludían a sus deformidades físicas (era cojo y jorobado) antes que a su afición por la quema de herejes. El horror por las deformidades físicas llegaba a extremos insospechados. Robert Ambelain cuenta que la Santa Congregación de los Ritos intervino para permitir decir misa a unos jesuitas a quienes los indios iroqueses les habían arrancado las uñas. Sabido es que Orígenes de Alejandría, uno de los padres de la iglesia, fue desposeído del episcopado por haberse castrado siguiendo la palabra evangélica que animaba a convertirse en eunucos...
En las antípodas de la Iglesia se repetía el mismo tabú. La masonería, durante siglos no admitió a quienes sufrían ciertas anormalidades. Era lo que llamaban "el ostracismo de la letra B". Solamente la lengua francesa permite entender a que se refiere esta tradicion masónica, hoy erradicada en la mayoría de obediencias. Para la masonería originaria existían siete categorías de "indeseables" a los que se les impedía el acceso a las logias. Se trataba de tartamudos (bègue en francés), bastardos, tuertos (borgne), bizcos, cojos (boiteux), jorobados (bossu) y bribones, las "siete letras B". Los masones de la época no se planteaban el acceso de homosexuales, ciegos, lisiados sin piernas, iletrados y retrasados mentales. Se daba simplemente por supuesto que, marginados por la sociedad, ni eran libres, ni de "buenas costumbres", tal como exigían los landmarks masónicos. En cualquier caso esta tradición masónica, refleja una concepción generalizada en las sociedades occidentales que nos limitamos simplemente a constatar a efectos de introducción.
Tal concepción difícilmente podía ser aceptada por los desgraciados que se agruparon en las sociedades de autodefensa que ya hemos mencionado. La marginación seguía y las humillaciones continuas se sucedían a la miseria material. No fue de extrañar que esta legión de humillados y ofendidos franqueara la frontera de la legalidad justo en el momento en que España vivía una transmutación histórica.
Granada había caído, los Reyes Católicos impusieron un poder centralizador basado en el ideas religioso. Todavía no se manifestaba la vocación imperial, pero sí una extendida corrupción en los organismos judiciales y policiales. Todo eso debió coagularse en una peligrosa asociación secreta que se mantuvo durante algo más de tres siglos y que precedió en el tiempo, prefigurando sus estructuras, a la mafia.
Durante el reinado de los Reyes Católicos, algunos corchetes y jueces empezaron a admitir sobornos de delincuentes. Aprendieron pronto a abusar de su autoridad. Vieron en la represión contra judíos y moriscos una ocasión de enriquecerse. Algunos corchetes falsificaban órdenes de detención, otros procedían al arresto y requisa de los bienes de judíos y moriscos. Los abusos proliferaron entre 1492 (expulsión de los judíos) y 1609 (expulsión de los moriscos). El Estado no existía aún, consolidado, tal como lo entendemos en nuestros días. El feudalismo había caído y los nobles locales, los únicos que podían haber atajado estos abusos, estaban contra las cuerdas por una legislación que rebajaba sus privilegios y atribuciones. Como en todo período de asentamiento de una nueva forma de Estado, se produjeron conflictos y vacío de poder. Corchetes, leguleyos y jefes de bandidos supieron aprovecharse.
Hacia finales del siglo XV la Garduña estableció su sede en Sevilla y unas décadas después, a la vista de lo boyante de los negocios, trece hombres elegidos entre corchetes corruptos y bandidos de fama, se reunieron en la capital andaluza para deisgnar por votación puestos de mando y establecer una jerarquía en la sociedad. Dictaron también un código de contraseñas para anunciar riesgos y transmitir mensajes aun estando presos.
La asamblea estableció tres grados, cada uno de ellos divididos en especialidades. El grado inferior, por ejemplo, estaba compuesto por chivatos, coberteras y soplones. Los chivatos espiaban simplemente a personas, las coberteras, mujeres de mala vida, servían en casas nobles y los fuelles o soplones eran espías de avanzada edad y aspecto honorable. Este primer grado no tenía otra finalidad que la de espiar y dar informaciones que otros grados superiores aprovecharían con finalidades delictivas. El segundo grado, podría decirse que era el de los ejecutores. Compuesto por floreadores, punteadores y guapos, los primeros eran asesinos a suelto; sabían que si fallaban un golpe la Garduña los eliminaría. Los punteadores eran asesinos especialistas los guapos, duelistas y espadachines mercenarios. El tercer grado, finalmente, era el de dirección. La jerarquía máxima de la sociedad estaba presidida por un Gran Maestre o Hermano Mayor; los capataces eran los responsables locales y los ancianos tenían como misión recordar a los afiliados el reglamento y cuidarse de la administración.
La Garduña, hacia finales del siglo XVI había abierto sucursales en Sevilla, Madrid, Toledo y Valencia. En otras ciudades tenía colaboradores. Muchos de ellos eran itinerantes, pasaban de provincia en provincia alertando sobre tal o cual golpe. Hasta principios del siglo XIX sobornaron e integraron en su organigrama a funcionarios procedentes de todos los estamentos, gobernadores, jueces, alcaldes e incluso prohombres de los gremios.
Sus delitos eran los más audaces de la época: raptos, violaciones, secuestro de niños, petición de rescate, desvalijamiento de diligencias, cortijos, falsificación de moneda y asesinato por encargo.
Como toda sociedad secreta que quiera seguir siéndolo, La Garduña no tuvo documentos escritos en los primeros siglos de existencia. La falta de datos objetivos es lo que ha permitido a algunos historiadores sostener que La Garduña es una fabulación urdida por mentes imaginativas. Por nuestra parte pensamos que se trata de una tradición sobre la que existen demasiados datos y muy concretos como para pensar que fue solo una patraña.
En otras latitudes se han visto sociedades secretas de bandidos que, durante siglos persistieron en la sombra, sin que apenas se filtraran noticias de su existencia. Las tríadas chinas son difícilmente penetrales y se sabe algo de ellas gracias a que muchos de sus lideres locales entraron en el Partido Comunista Chino en los años 20. Los movimientos de resistencia antibritánica en la India fueron asumidos por sectarios de Shiva, organizados y, frecuentemente, revistieron los rasgos de sociedades secretas de asesinos y bandoleros. No es extraño, pues, que fenómenos análogos se hayan producido en España.
En agosto de 1822, en pleno trienio liberal, se descubrieron los cadáveres de una muchacha secuestrada días antes, María de Guzmán, y los de sus tres asesinos y violadores. El dueño de la casa, un personaje influyente en la Sevilla decimonónica, confesó y delató a otros. Al parecer los tres secuestradores violaron y asesinaron a la joven sin autorización de su jefe, que les asesinó a su vez al enterarse que habían desobedecido sus órdenes. En la misma casa donde apareció el cuerpo de María de Guzmán se halló un texto manuscrito que era la crónica de La Garduña. Los estatutos que jamás habían sido transcritos, las cuentas de la sociedad que nunca se llevaron a pergamino, y las actas de las tropelías sin contabilizar, ampararon el secreto durante siglos; el error de los garduños ochocentistas fue pretender redactar una crónica "heroica" de su sociedad.
Sus jefes fueron ajusticiados en la Plaza Mayor de Sevilla en noviembre de 1822. Se sabe que los mayores centros operativos se encontraban en Sevilla, Toledo, Madrid, Valencia, Jaén, Málaga y Córdoba. Jamás se sabrá el número total de afiliados, pero las crónicas de la época remontan hasta 26.000 entre hombres, mujeres y niños, a todas luces desmesurado. En 1825 decayó del todo.
La leyenda y la realidad de La Garduña persistió durante todo el siglo XIX. En 1857, el Ministro de la Gobernación de la época, atacado por el Sr. Cánovas, declaró que los bandidods andaluces formaban "una vasta y formidable asociación que era preciso extirpar con energía. A mediados del siglo, delincuentes portugueses, juramentados, robaban en Iglesias castellanas. Zaragoza albergaba una sociedad de jugadores de azar; el tahur que perdía todo su caudal recibía una pensión del resto de cofrades hasta que se recuperaba, curioso sistema que prefigura ciertos aspectos de la Seguridad Social. El 24 de octubre de 1865 el diario "El Universal" hablaba de una asociación de secuestradores que contaba con un Comité Directivo formado por personas de posición y rango. Se decía que el jefe de la tenebrosa asociación era un presbítero... Tales son las noticias significativas que hemos querido destacar entre un material muy rico que está al alcance de quien quiera releer las amarillentas páginas de la prensa del siglo XIX.
En todos estos movimientos fuera de al ley encontramos una serie de características suficientemente significativas de la temática que estamos tratando. De un lado, los gremios y cofradías de mendigos entran dentro del cuadro de la sociedad estamental, fuertemente jerarquizada y estructurada en su interior. Era un intento de insertar en la sociedad y "normalizar", lo que se consideraba una anormalidad, no tanto del cuerpo, recuérdese, como del espíritu. Como cualquier otro gremio artesanal, los mendigos tenían sus reglas, jerarquías, lenguaje secreto y ritos de admisión. Hasta aquí todo es normalidad dentro de una sociedad trifuncional que, tal como Georges Dumezil ha demostrado, es la que corresponde a los indo-europeos.
Pero luego algo se complica en el período de los Reyes Católicos. Algunos sectores de las cofradías de mendigos, los humillaos y ofendidos, tienen ansias de revancha social. Carecen de fuerza para organizar revueltas o revoluciones, por lo demás su proyecto no va tan lejos, sino simplemente pretenden sobrevivir. En ese momento, algo está cambiando en la sociedad; los valores feudales se han derrumbado pero no han sido sustituidos temporalmente por nada de profundo, auténtico, ninguna idea-fuerza ha conseguido arraigar suficientemente. España aun no vive una vocación imperial. Es un tiempo de anomia para algunos, especialmente comerciantes, mercaderes y funcionarios sin escrúpulos. Son ellos quienes dirigirán La Garduña, sirviéndose de escalones inferiores reclutados en ambientes mercenarios (también el ejército ha cambiado y el guerrero se ha transformado en "soldado", etimológicamente aquel que lucha por la "soldada", el sueldo) y mendigos. Estos últimos no tienen nada que perder. Marginados y erradicados por una sociedad en la que aun imperan, aunque a título residual, valores de nobleza y lealtad, constituirán una asociación de rasgos luciferinos.
Soterrada durante el mejor período imperial con Carlos de Europa y Felipe II, la crisis que siguió y el repliegue ulterior generarán una eclosión de La Garduña y de otras formas de delincuencia. La delincuencia organizada solamente ha aparecido en momentos de crisis del Estado, y no solo de crisis estructural, sino cuando aparece crisis en la idea de Estado. Hoy vivimos uno de esos momentos como, en cierta forma, la sociedad recién salida del Medievo vivió una crisis de valores a finales del siglo XV.
Es preciso desvincular este tipo de delincuencia el bandolerismo histórico del siglo XVIII y XIX cuyas raíces son muy diferentes. La palabra "bandolero" es suficientemente significativa de cual era la extracción de sus gentes. Bandolero deriva de "bando" (facción que toma partido por una causa u otra); bandera es la enseña de un bando y bandería el lugar de reclutamiento. Bandido es, si bien en sentido despectivo, el que actúa bajo una bandera, pertenece a un bando o bandería. Y se trata de términos esencialmente políticos.
Las luchas entre nyerros y cadells en Cataluña, genera, acto seguido, movimientos de "bandidos" como consecuencia directa. Las partidas de la guerra de la independencia no siempre se desmovilizaron tras la retirada del francés y los movimientos liberales y carlistas actuaron como verdaderos bandidos (en realidad lo eran en tanto que bandos sostenedores de distintas causas). Ante estos grupos no estamos ya en presencia de organizaciones tradicionales de carácter neo-gremial como en las Cofradías de Mendigos o en la "Corte de los Milagros", tampoco estamos en presencia de una oligarquía sin escrúpulos que manipula a mendigos y pequeños delincuentes, como en el caso de La Garduña, estamos en presencia de combatientes políticos a los que solo la adversidad y el afán de supervivencia, así como la lealtad a sus ideales, han arrojado a la marginalidad.
En algunas partidas de bandidos del XVIII y XIX encontramos verdaderos jefes con carisma y valor suficientes como para ser respetados, no solo por sus hombres, sino por sus propios enemigos; partidas en que solamente procuraban robar al poderoso, no para distribuirlo, sino para sobrevivir en una sociedad hecha por los poderosos y para su beneficio; gentes, en muchos casos, nobles, verdaderos hombres de armas, que tenían, en la clandestinidad e ilegalidad, vivos y activos los principios de honor y lealtad, sacrificio y camaradería, y cuya fama transpasó las órdenes de captura de la Santa Hermandad, arraigando en la mitología popular como seres de virtudes excepcionales; en algunos de ellos -especialmente en los jefes de algunas partidas carlistas y entre bandoleros catalanes surgidos de las luchas entre nyerros y cadells- se percibe incluso un espíritu aristocrático y heroico del que están desprovistos sus adversarios. Todo eso desaparecerá en las décadas siguientes. Cuando la marginación deja de ser causada por motivos políticos (identidad con un ideal), religiosos (defensa de la propia confesión), pasa a serlo solo por motivos sociales primero (reivindicación del propio derecho a una vida digna) y luego por motivos meramente economicistas y hedonistas (el deseo, no de vivir una vida digna, sino de vivir de espaldas al heroísmo cotidiano del trabajo bien hecho, sin gloria, fama, ni prebendas), sin medida ni autocontrol y con características literalmente luciferinas. Hoy hemos alcanzado ese último estadio, presente ya en nuestra historia desde principios del XVI.
Pero España tuvo como enemigo declarado a otro fenómeno al que debe buena parte de su ruina económica: la piratería. Aquí la componente luciferina, es todavía más acusada y se sitúa en primer plano con sorprendentes derivaciones.
Si alguien pensara que la piratería estaba formada solamente por románticos bandoleros de los mares, sea anatema. Si alguién pensara que la piratería era un fenómeno exclusivamente social, sea anatema. Si alguien pensara que la piratería carece de causas y objetivos más allá de los estrictamente delincuenciales o de rapiña, sea anatema...
La piratería contra España que estranguló el comercio con ultramar y obligó a redoblar esfuerzos en la protección de los barcos de mercancías, que generó convoyes protegidos que cruzaron el Atlántico, atentó no solamente contra la idea y la estructura imperial española, sino que luego viró contra quienes hasta ese momento habían sido sus patronos e inspiradores, el Almirantazgo inglés. La piratería pasó a ser uno de los elementos más importantes que contribuyeron a la emancipación de las colonias y a la creación de los Estados Unidos, nación líder de nuestros días y faro del actual momento de desintegración.
Un somero examen de la piratería contra España demuestra fehacientemente que existieron "fuerzas ocultas" y causas metafísicas que hicieron discurrir a la piratería por unos canales anti-imperiales, siempre identificados con utopías y comportamientos luciferinos.
Los elementos que componen el "estilo pirata" tienen un origen que casi siempre se desconoce. En los siglos XVII, XVIII y hasta bien entrado el XIX, existieron "ideales piratas" dignos de tal nombre e incluso proyectos utópicos llevados a la práctica.
El negro de su bandera con la calavera y las dos tibias son un emblema suficientemente significativo que nos dice mucho acerca de su inspiración. El símbolo del color negro relacionado con la muerte queda reforzado por la calavera y las tibias cruzadas. El nombre que los piratas daban a su pabellón es "Jolly Rogers", sin que nadie haya sabido explicar el por qué. "Jolly", en cualquier caso, es la transcripción fonética de "Holly", sagrado; en cuanto a "Rogers" es posible que se trate de uno de los millares de extremistas religiosos que entre 1640 y 1650, huyeron de Inglaterra y se refugiaron en El Caribe, particularmente ubicados en Barbados y Jamaica. Arruinados, aislados y exiliados de la metrópoli por sus ideales igualitarios y revolucionario, debieron de sobrevivir grancias a la piratería. Daniel Defoe en su libro "La vida de los Piratas más ilustres", escrito con el seudónimo de Capitán Jhonson, había sido puesto en la picota por sus ideas extremistas en materia socio-religioso. Gracias a él ha podido reconstruirse la "pista caribeña".
Así pueden entenderse muchos de los motivos piratas y, en particular su forma de organización, absoluta y sorprendentemente democrática. El capitán pirata era elegido en asamblea general. Podía ser revocado por cobardía o crueldad; se alimentaba del mismo rancho que sus hombres y todos tenían derecho a sentarse en su mesa. Antes de zarpar el capitán y la tripulación debían firmar un "contrato de caza" que definía las reglas, reparto del botín y distribución de la autoridad. Un "cabo de marineros" asumía la representación y defensa de la tripulación. A él y al capitán le correspondían una parte y media del botín, al resto de la tripulación una parte. Si el capitán fallecía, caía preso o daba muestras de incapacidad, lo sustituía un Consejo emanado de la asamblea general.
Una parte del botín iba destinado a engrosar el fondo común. Al contramaestre le correspondía la administración de ese dinero que se destinaba a auxiliar a heridos, mutilados y jubilados. Los piratas recibían ayuda por la pérdida de un dedo, el brazo, piernas u ojos. El ojo era lo que más se tasaba.
Nadie era embarcado contra su voluntad. Sin embargo, si aceptaba subir a bordo la disciplina era férrea y quienes no consentían ser sometidos a la ley común aprobada por todos, eran abandonados en islas desiertas o simplemente lanzados por la borda.
Los disidentes religiosos ingleses del siglo XVII -no hay que olvidarlo- se encuentran en el punto de partida de dos fenómenos de capital importancia: el debilitamiento del Imperio Español y la formación de los Estados Unidos. Ya hemos referida que la piratería estranguló el comercio entre España y las colonias, pero también fue determinante para que las colonias de Nueva Inglaterra salvaran las prohibiciones de la Metrópoli y recibieran aprovisionamiento de productos a bajo precio llegados en buques piratas. En ese momento -cuando el Imperio Español está muy debilitado- los piratas se declaran enemigos jurados de la Corona Inglesa. Barbanegra, Henry Morgan, Stiff Bonnet, Edward Teach, John Rackman, no ahorrarán crueldad y violencia. Barbanegra, cuyos ataques de furia homicida eran bien conocidos, encendía mechas en su barba para aterrorizan al enemigo. En cierta ocasión cortó los labios a un prisionero y se los comió; en otra cortó las orejas a un oficial inglés y obligando a comérselas con sal.
Cuando Inglaterra insistió en mantener el monopolio del comercio con sus colonias, abrió el camino para que Boston, Rod Island, Nueva York, etc. fueran aprovisionadas por piratas, establecidos en Nassau y New Providence, a pocas millas de las costas norteamericanas. Poco a poco, los piratas trabaron amistad con gobernadores y oficialidad, sus precios eran los más baratos, sus mercancías las mejores. Por lo demás, muchos de ellos habían compartido militancia en los grupos puritanos extremistas del siglo XVII, que se exiliaron hacia el Nuevo Mundo. De los descendientes del "May Flower", organizados luego en logias masónicas, partió la revolución y la independencia americana.
Pero había otro elemento común que la piratería compartía con la naciente "ideología americana": el concepto de igualdad a ultranza. Ya hemos visto que las constituciones y reglas piratas eran de un democratismo absoluto. Allí donde ondeaba el "Jolly Rogers" reinaba la igualdad. Los piratas intentaron en El Caribe crear un Nuevo Mundo, armados con la convicción de defender una causa justa: la causa de los extremistas religiosos ingleses del XVII.
Su persecución y expulsión del Viejo Mundo supusieron para ellos una sacudida. A sus temas religiosos añadieron un calado político-social. Querían venganza contra una sociedad que no los admitía en su interior. "Revenge" (venganza) fue el nombre de muchos de los buques piratas (así se llamaba el de Barbanegra y también el de Steef Bonnet) y su grito de guerra.
La piratería fue un fenómeno de revancha social, sangriento, irracional y luciferino. El pirata Bellamy tenía muy presente una concepción de la piratería como surgida de la lucha de clases; insultaba a unos prisioneros: "Marionetas rampantes que aceptais ser gobernados por leyes dictadas por los ricos". Y luego añadía: "Esos crápulas nos condenan, cuando solo nos diferencia que ellos roban a los pobres amparados en sus leyes y nosotros saqueamos a los ricos amparados en nuestra valentía".
En décadas posteriores, incluso hasta bien entrado el siglo XIX, esta conjunción entre extremismo religioso surgido de un proyecto religioso fracasado, que conlleva persecuciones y marginalidad, seguirá siendo una constante. A principios del siglo XVIII, François Mission, oriundo de Provenza, se lanzo a la mar. Un biógrafo dice de él que "su filosofía social, aunque cruda y extraña, era democrática y la pasión más profunda en su vida era el amor por el hombre". Se hizo pirata. En Italia buscó alivio en el confesionario y alli conoció a Piero Caraccioli, un extremista religioso que estaba, en esos momentos, en plena efervescencia intelectual. Caraccioli, examinando el mundo de su tiempo, sostenía que la "Creación" había fracasado y había que repensar de nuevo el mundo. Caraccioli quería "rehacer la Creación", en otra manifestación de la vocación titánica que ya hemos denunciado en la piratería. Caraccioli colgó los hábitos definitivamente y se embarcó con Mission; después de un combate con un barco holandés, los dos socios se hicieron con el control de su buque, el "Victoire". Caraccioli se dirigó a la tropa: "... habéis hablado, a menudo, ocasiosamente, de no querer estar sujetos a ningún rey, sino ser ciudadanos libres en un mundo mejor, en el ual la libertad y la igualdad de derechos prevalecieran. Habeís deseado una República ideal. Ahora está aquí". El barco fue rebautizado "La República del Mar".
Caraccioli y Mission prohibieron la bebida y la blasfemia a bordo. La ley de oro era la igualdad y la libertad. Capturó a esclavos negros y los hizo ciudadanos de su República anfibia. En las islas Comores construyeron su república pirata, Libertaria. Su primera proclama fue: "Nos dedicaremos a esparcir la libertad y el amor a la libertad, la tolerancia y el amor a la humanidad de cualquier fe y de cualquier color". Se dotaron de imprenta y se enseñó un nuevo idioma. Al principio estableció la castidad, pero luego permitió la poligamia; raptaron 100 mujeres que se dirigían en un barco hacia La Meca. Dirigida por Caraccioli (italiano), Mission (francés) y Thomas Tew (norteamericano), la comunidad cosmopolita prosiguió durante unos años, hasta que los indígenas la asaltaron e incendiaron. Pocas semanas después Mission se hundió con su barco.
A estas alturas están claras las relaciones entre los principios de libertad e igualdad y los ideales piratas. Lo que los piratas caribeños no consiguieron -establecer una república libertaria- se plasmó en la Constitución Americana y en la Declaración de Independencia. El espíritu era el mismo: la "Luz del Sur", finalmente, terminaba imponiendo su fuerza y marcando fatalmente el final de nuestro ciclo.
Los ideales piratas, por su extremismo y estilo violento, sanguinario y cruel, no pudieron captar más allá de los primeros filibusteros, los disidentes religiosos exiliados y las tripulaciones de navíos capturados que habían sido embarcados contra su voluntad. Estos místicos perseguidos, soñadores de una nueva edad de oro, prefiguran los movimientos anarquistas y comunistas del siglo XIX y su fracaso es, así mismo, el de estos ideales.
No es sin duda por casualidad que Jean Laffite, último "rey de Galvestone", pirata de pro, financió la primera edición del Manifiesto del Partido Comunista.
El espíritu del Imperio Español entraba en flagrante contradicción con la "ideología" pirata. El Imperio, cualquier idea Imperial, es, por definición un concepto vertical y jerarquizado, organizado en torno a un ideal encarnado en un personaje -la figura del Emperador- a la que se atribuyen rasgos no humanos, superiores. En torno a esta idea y a su coagulación, se ordena el todo. La autonomía de cada parte es posible en función de su identificación con el todo. La idea imperial, por tanto, es lo opuesto a la promiscuidad democrática e igualitaria. Está claro donde se encuentra la piratería y donde el Imperio. No es raro que surgiera entre ambos una lucha a muerte con el beneplácito y la satisfacción del Almirantazgo inglés. Pero tras ser desarticulado el comercio con ultramar, la piratería volvió su vista hacia las colonias de Nueva Inglaterra. Fue entonces cuando, amamantados por el contrabando procedente del desvalijamiento de navíos, la piratería facilitó, más que ninguna otra institución, salvo la masonería, la emancipación de las colonias inglesas y un giro en la historia. Cayó primero el Imperio de los Hidalgos, luego el de los Comerciantes ingleses, finalmente nació un imperialismo. El último capítulo del ciclo moderno es, en definitiva, el momento álgido de la ideología americana.
© Ernest Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Se prohíbe la reproducción de este artículo sin indicar procedencia
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