Reflexiones sobre la crisis (II de IV). 2. Los mecanismos para evitar el desplome del dólar.
Infokrisis.- La segunda sorpresa que nos llevamos en el curso de nuestro proceso de acopio de información para el artículo sobre el Amero en la revista Identidad, por orden de importancia era la incomprensible situación del dólar: cualquier otra moneda si circulara en cantidades mayores al respaldo que podía tener hubiera entrado en un proceso inflacionario drástico. Si ,como Adrian Salbuchi explicaba, circulan entre 4 y 8 veces más dólares de los que corresponderían ante la verdadera situación de esta moneda, esto implica necesariamente que el valor real del dólar es hoy entre 4 y 8 veces más del que correspondería. Y si, en algún momento, la realidad y la sensatez se impusieran, el dólar debería devaluarse. ¿Por qué no se hace? Simplemente, porque no puede hacerse so pena de producirse una catástrofe de dimensiones mundial ya que, hasta hace poco –en realidad hasta la aparición del euro- todas las transacciones internacionales se hacían sólo en esa moneda. Se ha contado que una de las causas de la intolerancia norteamericana ante Saldan Hussein era que había empezado a vender petróleo exigiendo Euros a cambio dentro del programa “petróleo por alimentos”. En la actualidad, Brasil y Argentina han decidido realizar los pagos generados por el comercio mutuo en sus respectivas monedas locales. Pero aún, amplias zonas de la economía mundial comercian en dólares y, lo que es peor, tiene reservas… en dólares, lo que, cada vez más, equivale a tener un archivo de papel con un respaldo cada vez menos. Entonces si EEUU es el país más endeudado del mundo, si cada vez la economía norteamericana es menos productiva, ¿por qué no cae el dólar?
Los mecanismos tejidos para mantenerlo en vida artificial han sido muchos en los últimos cuarenta años, cuando se inició su lenta devaluación real. En primer lugar la economía norteamericana es, aparentemente, una economía liberal, ultra-liberal en ocasiones; su gobierno ha sido el primero que con más fuerza y decisión ha abordado el proceso globalizador. Y esto ha ocurrido, no desde la caída del muro de Berlín, sino incluso con Lenin vivo, cuando ya los bancos norteamericanos tenían abiertas sedes en Moscú. El Firtst Nacional Bank, incluso, en la propia Plaza Roja a doscientos metros del Kremlin. En su libro Vodka-Cola[1], Charles Levinson explicaba los orígenes de esta colaboración y su situación en los años 70. si los EEUU invertían en la URSS, en plena guerra fría, eso se debía a la política norteamericana de tejer vínculos económico-financieros con cualquier país contribuiría a que las economías mundiales estarían interrelacionadas. De la misma forma que en materia militar las doctrinas que imperaron en EEUU eran la de la “disuasión” y la “destrucción mutua asegurada”, estas mismas teorías, llevadas al terreno económico fueron las que hicieron que instituciones y bancos privados norteamericanos financiaran proyectos en la URSS intentando que la penetración económica alcanzara una profundidad tal que éste país no pudiera prescindir del dólar americana y, por tanto, se viera disuadido de competir con EEUU en la lucha por la hegemonía mundial.
La precariedad económica del mundo soviético y las necesidades de supervivencia de su población que jamás superó del todo la carestía, hicieron que las autoridades de aquel país entreabrieran las puertas de su economía a la penetración económica norteamericana, pero ésta siempre fue limitada. En 1980, la llegada de Reagan al poder supuso un intento de aniquilar al “enemigo” secular, aumentando su necesidad de inversión en materia militar (con la Guerra de las Galaxias y el apoyo a la guerrilla Afgana… a través de bin Laden), aislar a la URSS de su sistema de alianzas (a partir de las huelgas de Danzig y con la colaboración de la Iglesia Católica), y estancar finalmente el tránsito de dólares. El resultado fue, la perestroika. Luego, cuando se convocaron elecciones, EEUU apoyo la “peor opción” para Rusia: Boris Eltsin. Desde la caída de Eltsin, Rusia sigue el camino de la reconstrucción de su poder militar utilizando como armamento sus recursos energéticos, tendiendo la mano a una Europa en la que el peso psicológico de los EEUU sigue siendo el mismo que durante la Guerra Fría y, en segundo lugar, cortando todo poder a la “oligarquía cosmopolita y mafiosa”.
La colaboración entre la alta finanza y la banca norteamericana y la URSS se inició con Lenin vivo y Trotsky en activo (en algunos textos tardíos de Lenin él mismo reconocía que su “ideal” era llevar a Rusia hacia un modelo de producción y consumo norteamericano), prosiguió con Stalin, se exasperó durante la II Guerra Mundial y sólo a partir de 1948 se ralentizó para volver a estimularse durante el primer período de Kruschev, hacerse discreto tras la crisis de los misiles de Cuba y reavivarse desde mediados de los años 60 hasta 1980, alcanzando su límite durante el período de Jimmy Carter.
El período clave de todo este ciclo es la II Guerra Mundial. No puede extrañarnos que el gobierno de los EEUU fuera el más belicista e intervencionista en la época. E incluso no puede extrañarnos todavía hoy que en el ataque a Pearl Harbour existieran “agujeros” como mínimo tan negros como los que circundan todo lo relativo al ataque a las Torres Gemelas. EEUU logró entrar en la II Guerra Mundial presionando a Japón, sometiéndolo a un marcaje insoportable en los tres años anteriores a Pearl Harbour y fue el gran beneficiario del conflicto: en 1945, Inglaterra estaba debilitada, Francia desmadejada, la URSS al borde del desplome, sin embargo, EEUU había conseguido salir definitivamente de la crisis de 1929 (que se había prolongado hasta que las necesidades inglesas en pertrechos y vituallas, hicieron que las fábricas norteamericanas consiguieran reconstruir un nivel de producción que absorbiera el paro y creara una nueva era de prosperidad. Luego fue Rusia quien empezó a recibir material militar de deshecho de los EEUU (los aviones Bell P-39 Aircobra que apenas fueron pilotados por norteamericanos, pero de los que la URSS recibió varios cientos). Además, la situación geopolítica de los EEUU alejado de los principales escenarios bélicos, hizo que sobre su territorio no sufriera destrucciones. La guerra solamente produjo para EEUU un descenso de la mano de obra joven (500.000 muertos) que sirvió, además, para reacondicionar el mercado de trabajo… pero nada que ver con los 27 millones de muertos de la URSS, o los 11 millones de muertos de China o los 7 millones de muertos de Alemania, o los 388.000 muertos ingleses o, finalmente, los 850.000 muertos ingleses que se unían a las destrucciones que sufrieron todos estos países.
En 1944, cuando la victoria parecía asegurada para los aliados, los EEUU impusieron sus condiciones en Bretton Woods.
En aquel pequeño complejo hotelero de Nueva Hampshire, se reunión la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas entre el 1 y el 22 de julio de 1944, aunque sus conclusiones se pusieron en práctica en 1946. Allí se establecieron las nuevas reglas para el comercio internacional y se diseñó el nuevo sistema financiero. Para apoyar todo esto se crearon dos nuevas instituciones: el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (rebautizado posteriormente como Banco Mundial) y el Fondo Monetario Internacional. De Bretton Woods partió precisamente el reconocimiento del dólar como moneda internacional.
Gracias a la II Guerra Mundial, la producción industrial en los EEUU en 1945 se había duplicado en relación a 1939. EEUU era la mayor potencia mundial y no había sufrido destrucciones. Eso implicaba que los EEUU iban a disponer de un mercado mundial a su entera disposición, iban a poder participar en la reconstrucción de los países afectados por la guerra, todo esto a cambio de disponer de un mercado mundial y de que todas las fuentes de materias primas le estuvieran abiertas. La guerra, además, había convertido a los EEUU en los principales “almacenistas” de oro de todo el mundo. A ello se unía el ser el primer productor industrial mundial y la primera potencia militar, no tanto por la calidad de sus tropas, como por la posesión de la bomba atómica. Pero la capacidad de producción de los EEUU era, gracias a la guerra, muy superior a la que podía absorber su mercado interior. Por tanto, la economía norteamericana no podía sobrevivir sin la apertura de los mercados aliados.
Bretton Woods es algo más que la consagración del dólar como divisa internacional. Es el arranque de la globalización que tardará todavía 50 años en derribar sus últimos obstáculos. Ya entonces, William Calyton, secretario del tesoro de los EEUU había dicho: “Precisamos grandes mercados por todo el mundo, donde comprar y vender”. Cuando se convocó la reunión de Nueva Hampshire, se temía que la paz generase una crisis de superproducción en los EEUU y, por tanto, una depresión similar a las del 29, cuando hubo más dinero del que se podía invertir y más producción de la que se podía vender. Además, el retorno de los millones de soldados a la vida civil iba a ocasionar una caída en los salarios que redundaría en una limitación del consumo.
La situación en el resto de aliados era diferente: si encontraban dinero suficiente para financiar la reconstrucción, el proceso generaría una nueva época de progreso económico. En realidad, Bretton Woods fue una “joint venture” entre países destruidos y los EEUU, el único país que había sido indemne del conflicto. Pero los EEUU pusieron sus condiciones para contribuir a la reconstrucción: imponer el dólar como divisa de cambios y eliminar las restricciones de flujo de capital. Lo sorprendente es que todo esto estaba implícito en la Carta del Atlántico suscrita por Churchill y Roosevelt en agosto de 1941 que ya reconoció el derecho de todas las naciones al igual acceso al comercio y a las materias primas y a la “libertad de los mares” que permitiría a los EEUU estar presente militarmente en todos los océanos y, por lo tanto, controlar el comercio mundial por mar. Cuando Solbes decía no hace mucho que los trabajos de Bretton Woods había “durado dos años”, se refería precisamente al proceso arrancado con la Carta del Atlántico y que “cuajó” en las resoluciones adoptadas en aquel complejo hotelero por representantes de 44 naciones.
Uno de los delegados presentes en Bretton Woods fue Jhon Maynard Keynes. Todo lo que allí se habló iba en contra de sus teorías, no solamente porque allí estuvo como parte de la delegación inglesa, sino porque todo lo aprobado contradecía sus tesis sobre la necesidad del intervencionismo estatal para regular el mercado. Cuando se firma la Carta del Atlántico, Keynes ya era un economista reputado y había sido admitido en la Cámara de los Lores con el título de “barón de Tilton”. Keynes. En aquella época Keynes escribió su obra ¿Cómo pagar la guerra? en donde explicaba que el gasto bélico solamente podía sufragarse aumentando la presencia inglesa en África y aumentando los impuestos en lugar de aumentar el déficit. Para él, solamente así, lograría evitarse la inflación.
Keynes fue el gran disidente en Bretton Woods. Debatió en el encuentro desde la comisión del Banco Mundial pero no pudo hacer triunfar sus tesis contrarias al dólar. Keynes proponía la creación de una divisa internacional, el “Bancor” que sería emitido por un Banco Internacional de Compensación y establecería, reajustándola constantemente, el valor de cada moneda nacional en relación a esta divisa internacional. Pero el peso de los EEUU en 1992-44 era mucho. De su capacidad de producción industrial dependía la supervivencia del Reino Unido. Así pues, las propuestas de Keynes fueron rechazadas y el dólar selló el triunfo de los EEUU sobre sus propios aliados… salvo la URSS que no firmó los acuerdos, aun estando presente en los trabajos. La China del Kuo-Ming-Tang estuvo presente, pero se retiraría después de la victoria de Mao.
La gran derrotada en Brtton Woods fue precisamente Inglaterra que vio como la libra esterlina quedaba barrida y como las propuestas de Keynes quedaban derrotadas por las de Harry Dexter White. Para colmo, el horizonte previsto para Inglaterra por Keynes no pudo llevarse a cabo: la India reivindicó pronto la independencia y luego, en los años 60, la organización internacional creada por los vencedores, Naciones Unidas, asestó el golpe final al Imperio Británico, afirmando con el apoyo de la URSS y de EEUU, la doctrina de la descolonización. Keynes moriría en 1946 siendo extremadamente pesimista sobre el futuro de la economía mundial. Sesenta años después los peores presentimientos de Bretton Woods se han hecho realidad.
Curiosamente es en Wikipedia en donde hemos encontrado la más breve y seguramente más precisa relación de lo que ocurrió en Bretton Woods; resumimos el resumen…: La idea de Keynes era crear un organismo internacional de compensación (la Internacional Clearing Union) que emitiera una moneda de cambio internacional (el Bancor). Esta moneda estaría vinculada a las divisas fuertes y sería canjeable en las monedas locales a un cambio fijo. A través de la ICU los países con excedentes financieros sostendrían a los países deficitarios. Esta fórmula haría crecer la demanda mundial y evitaría la deflación. Con esta fórmula, todos los países estarían obligados a mantener una balanza comercial equilibrada y, en caso de incumplimiento, a pagar intereses sobre la diferencia.
Era un plan que debería haber satisfecho a todos: “Los intereses comerciales más poderosos no podrían distorsionar la balanza comercial y los ciudadanos de un país cuyo sector productivo fuera fuerte no perderían los resultados materiales de sus esfuerzos por causa de una exportación ininterrumpida de los productos que fabrican”. Ahora bien, había un problema: los EEUU, no estaban satisfechos.
Al final de la guerra, los EEUU poseían el 80% de las reservas mundiales de oro, eran acreedores prácticamente de todo el mundo y rechazaban gastar ese superavit apoyando a los países deudores. Para colmo, la guerra no había terminado. La situación del Reino Unido seguía siendo precaria, Rusia estaba al borde del desplome y Francia era aún campo de batalla. Los EEUU se podían permitir el lujo de imponer sus normas. Inglaterra ni siquiera obtuvo que la sede del Banco Mundial o del FMI se estableciera en Europa. Keynes se percató inmediatamente del enorme poder que iban a tener los EEUU en las nuevas instituciones, pero ni tan siquiera pudo hacer que los EEUU cedieran cuando propuso que los funcionarios de esas instituciones estuvieran ligados a Los bancos centrales nacionales para restar algo de peso a los EEUU.
La gran resolución de Bretton Woods fue “dar estabilidad a las transacciones comerciales a través de un sistema monetario internacional, con tipo de cambio sólido y estable fundado en el dominio del dolar. Para ello se adoptó un patrón oro-divisas, en el que EE.UU. debía mantener el precio del oro en 35,00 dólares por onza y se le concedió la facultad de cambiar dólares por oro a ese precio sin restricciones ni limitaciones. Al mantenerse fijo el precio de una moneda (el dólar), los demás países deberían fijar el precio de sus monedas con relación a aquella, y de ser necesario, intervenir dentro de los mercados cambiarios con el fin de mantener los tipos de cambio dentro de una banda de fluctuación del 1%”. A partir de ese momento, el dólar fue el centro de la economía mundial. Otros resultados de Bretton Woods fueron la creación del Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT) en 1948 que luego se transformaría en la Organización Mundial del Comercio.
Con estos ases en la manga, los EEUU podían hacer lo que quisieran en la economía mundial. Al resto del mundo lo único que le quedaba era plegarse a las reglas impuestas en beneficio del dólar. Es lo que tiene ganar guerras de verdad. A pesar de estar en el bando de los vencedores, ni Francia, ni el Reino Unido, habían obtenido ningún beneficio. Y aún les quedaba perder las colonias. A partir de Bretton Woods, cuando los países tienen déficits en sus balanzas de pagos, deben financiarlos a través de las reservas internacionales o mediante el otorgamiento de préstamos que concede el FMI, pero, para ello, deben seguir las políticas económicas por ese mismo FMI. No es raro que el secretario del Tesoro estadounidense John Connally sentenciara: “El dólar es nuestra moneda, pero es vuestro problema”, resumiendo la situación de una economía mundial diseñada para absorber grandes cantidades de dólares. El primero en entender lo que esto suponía fue el general de Daulle que, en 1960 ya denunció “El privilegio exorbitante del dólar”.
En 1957 todo el mecanismo rodaba perfectamente: existía una fuerte escasez de dólares gracias a que los EEUU estaba financiando la reconstrucción europea. No es raro que Europa estuviera dividida en dos bandos y que el occidental, salvo algunas voces disidentes, aceptara sumisamente el servilismo hacia los EEUU. No en vano, Europa se reconstruía gracias a los dólares. Pero en EEUU iba creciendo paulatinamente el déficit público. No era un problema, porque, los dólares eran usados en todo el mundo y permitían financiarlo. Pero en la segunda mitad de los años 60 la guerra del Vietnam introdujo un cambio radical en la situación: el gasto aumentó, las empresas norteamericanas se transformaron en multinacionales, aumentando sus inversiones en el extranjero y, en apenas unos años, la cobertura dada por el oro al dólar pasó del 55% al 22%. La posibilidad de una devaluación del dólar frente al oro provocó una gran fuga de capitales de los EEUU. Por su parte, los gobiernos europeos se lanzaron a la compra del oro intentando convertir sus reservas de dólares en lingotes de oro. La situación para los EEUU se convirtió en bruscamente insostenible. De ahí que Nixon el 15 de agosto de 1971 decretase que la moneda norteamericana ya no sería más convertible en oro. De ahora en adelante el dólar ya no sería nada más que papel. De todas formas, el dólar consiguió parar la hemorragia y apenas se devaluó un 10%. No fue suficiente. Dos años después sufrió otra devaluación del 10%, concluyendo definitivamente la convertibilidad de la moneda americana en oro. Esos dos años fueron el período áureo de la fluctuación de las grandes divisas (marco, libra, yen) que a partir e ese momento ya no tuvieron un cambio fijo. Así se detuvo la exportación de la inflación interior norteamericana. Pero ese fue también el final de los acuerdos de Bretton Woods.
Sin embargo, como fruto de las inercias contraídas entre 1945 y 1973, la mayor parte de las transacciones internacionales siguieron realizándose en dólares. Y así sigue todavía: los Bancos Centrales acumulan divisas en dólares.
Pero el problema es que desde principios de los años 70, el déficit público ha ido aumentando a una velocidad cada vez mayor en los EEUU. Financiarlo es fácil: basta con emitir deuda pública y encontrar quien la compre. En este terreno aparece China: éste país compra deuda pública americana a cambio de que éste país compre sus manufacturas. No es raro que en la actualidad China disponga de dos billones de dólares americanos en reserva.
La bisoñez de China en cuestiones de comercio exterior ha facilitado el que éste país se lanzara a una enloquecida compra de bonos del tesoro norteamericanos, hasta el punto de que si el dólar de devaluara o el sistema financiero y bancario no hubiera recibido importantes ayudas del Estado, la economía China se hubiera resentido. Martine Bulard, adjunto a la dirección de Le monde Diplomatique explica que “[las rservas de dólares en manos de Pekín] representa más de dos tercios de un un año de producción china. Si el tsunami arrasara el sistema financiero estadounidense, arrastrando en su caída al dólar, esa fortuna china se desinflaría como un globo”. Por eso el gobierno chino está obligado ahora a no detener la máquina: comprar la deuda pública estadounidense que se vaya emitiendo, al tiempo que aprovecha para disminuir sus reservas en dólares. Bulard explica que esta situación es “algo así como si China hubiera cobrado en los últimos años en moneda falsa”.
Durante décadas, los EEUU han emitido bonos del Estado que otros han adquirido, han impreso dólares en cantidades muy superiores a los que hubieran correspondido, solamente porque, aun no teniendo un respaldo sólido, esos dólares venían “avalados” por el poderío militar norteamericano que, después de la guerra de Kuwait (1990) y de la caída del Muro de Berlín (1989) emergió como única potencia mundial.
A esto hay que añadir que, en el momento en que los capitales pudieron circular libremente, las bolsas norteamericanas se convirtieron en receptoras de petrodólares, yens, euros y, finalmente, yuanes. A partir de 1997, diariamente, las bolsas norteamericanas recibieron la inyección de 1.000 millones de dólares diarios con lo que pudieron asegurar su consumo interior y contrabandear el peso siempre creciente de su propia deuda.
Pero en 1999 ocurrió algo histórico: el euro irrumpió en el mercado de las transacciones internacionales y pronto representó el 25% de las reservas mundiales en divisas. Dos años después, el 15 de junio de 2001 se creó la Organización de Cooperación de Shangai formada por Rusia, China, Kazajistán, Kirguizistán, Tayikistán y Uzbekistán, con la presencia de India, Pakistán, Irán y Mongolia. Luego, los EEUU, está vez utilizando los extraños atentados del 11-S se embarcaron en las guerras de Afganistán e Iraq, desastrosas para las cuentas públicas norteamericanas, pero extremadamente lucrativas para el complejo militar-industrial-petrolero vinculado a la presidencia.
Desde ese momento, las relaciones internacionales han ido mal para los EEUU: en 2001 Bush no ratifica el tratado que crea la Corte Penal Internacional, se niega así mismo a ratificar el Protocolo de Kyoto e incluso la Convención contra las minas Antipersonales. Para colmo, no logra que el Consejo de Seguridad de NNUU apoyé su intervención en Iraq. Una serie de gobiernos de izquierda se hacen con el control progresivo de su “patio trasero”, Iberoamérica. Incluso la Organización de Estados Americanos pasa a estar dirigida por un chileno non grato al Departamento de Estado. Dos noticias aparecidas últimamente sellan el retroceso de los EEUU: de un lado la inversión de 2000 millones de dólares de Jindal Steel en la minería boliviana… tratándose de la primera empresa india que penetra en Iberoamérica; por otra parte, en 2008, los internautas chinos superan por primera vez a los norteamericanos (reducidos hoy al 25%, cuando hace diez años eran justo el doble), y para colmo, el test desarrollado por el Departamento de Esado en Osetia, impulsando a Georgia a lanzar un ataque por sorpresa sobre las poblaciones rusas de esa zona, se saldó con una fulminante respuesta del Ejército Ruso que se selló con un prudencial silencio por parte de la OTAN (EEUU + Europa). La perspectiva internacional no puede ser más negativa para los EEUU. Esto es, para el dólar.
Desde hace 35 años, la política americana ha consistido en convencer a todos sus parteners, aliados o no, a que contribuyeran a salvar a la economía norteamericana de los peligros de la superinflación, almacenando dólares (cada dólar en manos de un Banco Central queda retirado de la circulación, por lo que se evitan los riesgos inflacionarios). Su estrategia ha consistido en convencer a todo el mundo de que si la economía norteamericana cae, todas las demás caerán también y, que, por tanto, hay que cooperar… invirtiendo en bolsas norteamericanas, comprando y vendiendo dólares, almacenando dólares, comprando deuda pública norteamericana, etc. En síntesis, la naturaleza de ese sistema es el siguiente: los EEUU acumulan deudas… que pagan sus socios. Las bolsas norteamericanas atraen capitales que luego son exportados de nuevo para facilitar la implantación de empresas norteamericanas en el exterior. Tal es el mecanismo. Por eso los EEUU han atraído más capitales que ningún otro país y por eso mismo han sido los grandes inversores fuera de su país… con el dinero de otros.
Ese sistema de supervivencia del dólar sigue todavía en pie. El dólar sigue siendo la divisa más utilizada en la escena internacional. Detrás del Euro no existe voluntad política, por tanto no es una moneda segura y en cuando al yuan chino, éste país encierra una conflictualidad y una serie de interrogantes que impiden a su moneda jugar un papel decisivo.
Sin embargo, lo que está claro es que el declive de la economía norteamericana avanza a marchas forzadas y que intentará en el próximo año y medio reconstruir un sistema que le permita enmascarar su insoportable déficit público. Pero, sea como fuere, la triste realidad para el dólar es que en os últimos 10 años ha perdido el 10% de su protagonismo. Mientras que en 1998 representaba el 71% de las divisas en poder de los bancos centrales, ahora representa solo el 62%, mientras el euro pasó del 18% al 27%.
Si la crisis del dólar todavía no ha alcanzado su verdadera dimensión se debe a que tras él todavía existe una voluntad política y una formidable fuerza de coacción militar. Pero las exacciones cometidas por la administración Bush (y patentizadas en las vinculaciones de personalidades del sector “neoconservador” con cargo en la administración Bush, con las empresas del complejo militar-industrial-petrolero) corren el riesgo de que esa voluntad común se rompa. Así mismo, si realmente Barak Obama es algo más que un actor, lo deberá demostrar acometiendo reformas sociales interiores y esto implicará necesariamente, retroceder en la escena internacional y disminuir su presupuesto de Defensa. Pero si los EEUU hacen esto ¿cuál será el verdadero soporte del dólar en un momento en que las grandes economías mundiales son perfectamente conscientes de que los niveles de endeudamiento de los EEUU son peligrosos para sus inversiones en este país? Y si situamos esta panorámica dentro del rearme de Rusia, las inversiones crecientes de terceros países (incluida España) en Iberoamérica, la ofensiva China en África, vemos que el margen de maniobra de los EEUU es cada vez más reducido.
Mientras los bancos centrales de países extranjeros y mientras inversores foráneos compren y guarden dólares a cambio sólo de cobrar intereses… es viable que el dólar mantenga un valor teórico sin necesidad de que caiga a su valor real (entre la cuarta y la octava parte de ese valor, no se olvide).
Utilizando este sistema, los EEUU tienen un respiro: cuando nuevamente se necesita efectivo, se pone en marcha la imprenta y se inyectan bonos en el mercado que otros sean capaces de absorber. Así la rueda gira… pero ¿y si antes o después se detiene?
Este proceso puede ser simbolizado por una espiral centrífuga en la que a medida que uno se aleja del centro, aumenta la distancia entre el valor real del dólar y el valor oficial y la velocidad de impresión de nuevos dólares sin respaldo alguno.
Desde 2000, la Reserva Federal no hace público el M3, la medición del dinero, en un intento de ocultar la cantidad de papel-moneda bombeado dentro del mercado. Otros economistas, como Bob Chapman consideran que este problema puede causar “Un colapso inminente del dólar”. Y todo esto enlaza con la tesis difundida en youTube por Hal Turner: ante el colapso del dólar, la administración propondrá la Unión Norteamericana para poder competir con el Euro. Dice Chapman: “La creación del Amero le será presentada a la opinión pública como la solución mágica del gobierno para la recuperación del dólar”.
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com
[1] Charles Levinson, Vodka-Cola, La oculta complicidad entre los mundos capitalismo y comunista. Argos Vargara, Barcelona 1979.
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