La doctrina excéntrica (I de VI). El pensamiento político de Zapatero
Infokrisis.- Iniciamos una serie de artículos destinados a aclarar un problema que no deja de suscitar polémicas y que, en el momento actual, está envuelto en sombras. ¿Cuáles son las fuentes doctrinales de José Luis Rodríguez Zapatero? ¿de donde ha extraído sus principios? ¿es miembro de la francmasonería tal como sostiene Ricardo de la Cierva? Y si no lo es ¿de dónde ha bebido? ¿son suyas las ideas -por rudimentarias que sean- que proclama? ¿hasta qué punto su práctica política está vinculada a su doctrina? La búsqueda de respuestas se convierte pronto en una apasionante aventura que solamente el tiempo impedirá que la contestemos en pocos días...
El pensamiento político de Zapatero
Para definir lo que es el “zapaterismo” como doctrina política deberemos recurrir a una categoría nueva, aparentemente inédita hasta su aparición. La hipótesis de este libro es que esa doctrina no es personal y mucho menos original –en su momento la definiremos con nombres, apellidos y fuentes- pero sí es cierto que irrumpe –habría que decir que como un elefante en una cacharrería- en España con él y, nunca antes, en lugar alguno del mundo había emergido de una manera tan evidente.
Podemos llamar “doctrina” al pensamiento político de José Luis Rodríguez Zapatero a condición de realizar algunas precisiones. No es, desde luego, una “ideología”, orgánico conjunto de ideas y principios, sino apenas un conjunto de opiniones políticas o religiosas, habitualmente inorgánico. Lo orgánico y lo inorgánico, es decir, lo estructurado y lo que está falto de ordenación en sus partes, es lo que marca la diferencia. Por otra parte, la ideología suele aplicarse al campo de lo político, mientras que la doctrina tiene una doble acepción, política y/o religiosa. Más adelante veremos que en algunas afirmaciones de Zapatero están implícitos e indisimulados los valores de lo que se ha dado en llamar “nueva religión mundial”. Así pues, “doctrina” es la calificación merece el pensamiento de Zapatero.
En alguna ocasión se ha dicho que Zapatero era el exponente de una “ideología débil” o “ideología soft”. Era Norberto Bobbio quien establecía una diferencia entre “ideología débil” e “ideología fuerte”[1]. Ejemplo de la primera, para Bobbio, el marxismo con su núcleo central basado en la lucha de clases, a partir de la cual es posible estructurar un conjunto orgánico de silogismos que llevan a la ineluctabilidad de un estadio final de la historia en el que el proletariado se convertirá en la clase hegemónica. Se trata de un conjunto cerrado en el que introducir un elemento nuevo es difícil y corre el riesgo, aún sin pretenderlo, de desequilibrar todo el conjunto. Sin embargo, la “ideología débil” sería todo lo contrario, se trataría de un sistema “abierto” que posibilitaría la inserción de aspectos surgidos al margen de esa ideología.
Pero, en realidad, no es esto lo que constituye el “alma del Zapaterismo. Ideología implica un sistema orgánico de razonamientos. En Zapatero no hay orgánico. Todo parece improvisado, amateur, da la impresión de un caos absoluto, deslabazado, y, por supuesto, oportunista. No es, ni de lejos, una ideología, ni siquiera “débil”… es otra cosa, y el concepto “doctrina” con esa sus dos aspectos, político y religioso, le cuadra como un ataúd hecho a medida de un cadáver.
Dejando esto establecido deberemos constatar que antes de que Zapatero ocupara la secretaría general del PSOE no se sabía nada sobre su pensamiento. De hecho, se ignoraba casi todo, incluido su rostro y eso a pesar de ser el diputado más joven del PSOE, con poltrona parlamentaria desde 1986. En su biografía se afirma piadosamente que ingreso en 1976 en el PSOE “cuando los partidos políticos aún no eran legales”[2]. Cuentan que el 15 de agosto de 1975 se produjo la “iluminación” cuando asistió a un mitin de Felipe González en Gijón de la que nacería su vocación política, pero no se afilió a las Juventudes Socialistas hasta 1979… cuando los partidos político “ya eran legales”. Por lo demás, los socialistas, aún sin poder realizar actividades públicas, ni tareas de partido, al menos no eran molestados por la policía desde que el Almirante Carrero Blanco, en tanto que presidente del gobierno español, planificó una transición “hasta los socialistas” que excluyera a los comunistas y a la extrema izquierda[3].
Pero todo esto no nos dice nada del pensamiento de Zapatero, ni de las motivaciones que lo llevaron con 15 años de edad a Gijón. Las biografías de Zapatero son igualmente desoladoras en lo que se refiere a su evolución. Literalmente, no hay absolutamente ningún dato relevante que permita pensar cuál era su pensamiento, ni mucho menos cuáles eran sus fuentes. Durante sus años de militante, Zapatero no se adscribió a ninguna corriente interna del partido, lo que indica que, o bien, su instinto le inducía a no apostar a ningún caballo concreto no fuera que perdiera, esto es, a puro oportunismo, o bien las cuestiones “ideológicas” le traían al fresco, o incluso era posible que no se identificara con ninguna. Y así siguió hasta que en el XXXIV Congreso, por algún motivo que se nos escapa, resultó elegido para la Ejecutiva Federal, entre otros 33 nombres. Nada, absolutamente nada, hizo que destacara. Se le conocía como individuo que tendía a limar asperezas y a atenuar crispaciones dentro del partido, ya fuera para quedar bien con todo el mundo o bien por convicción, o acaso por una combinación de ambas. El caso es que, incluso, aun ocupando la Secretaría General de los socialistas leoneses, siguió siendo un diputado anónimo del que se ignoraba incluso su existencia más allá de la provincia de León.
Sobre los tres años que pasó ganándose la vida contratado como profesor ayudante de Derecho Constitucional, tampoco aportan mucho. Fue un profesor gris, como gris había sido en su período de estudiante y gris era su tesina de licenciatura sobre el Estatuto de Castilla y León. Algún alumno suyo en aquella época sostiene que ya por entonces enseñaba la doctrina del “federalismo asimétrico” que luego, Pascual Maragall enunció como propia. Si esta información fuera cierta[4], implicaría que Zapatero llevaba el gusanillo de lo “asimétrico” en las venas. De todas formas, salvo este elemento, sigue persistiendo la ambigüedad sobre el pensamiento de Zapatero.
Fue en junio de 2000 cuando Zapatero juzgó que había llegado su hora. Joaquín Almunia había dimitido y quedaba abierta la carrera para su sucesión al frente del PSOE. Zapatero creó la Nueva Vía de la que declaró que estaba en la misma onda que el “socialismo europeo” de la época: el socialismo que gobernaba en Inglaterra con Tony Blair y su Third Way que parecía haber dejado atrás al laborismo clásico, el que gobernaba en Alemania con Gerhard Schöder y su Neue Mitte (Nuevo Centro) que desbarataba el equilibrio interior del SPD desde el congreso de Bad Godesberg y, finalmente, el socialismo francés de Lionel Jospin, un hombre llegado del trotskysmo y que, acaso por eso, era incapaz de concebir una izquierda fuera de la izquierda clásica. Fue, precisamente, Jospin quien primero se distanció de Zapatero. Al parecer, Zapatero debió de contemplar en alguna ocasión convertirse en el futuro referente del socialismo europeo, pues no en vano intentó “limar” –como siempre- las asperezas entre Jospin y Schröder[5].
Nueva Vía se quería más centrista y liberal que la opción encabezada por José Bono y las otras dos candidatas (Matilde Fernández y Rosa Díez) que no eran más que distintas de socialdemocracia clásica, con cierta propensión al antinacionalismo. En aquel momento, todos los analistas estaban convencidos de que Zapatero –el desconocido diputado leonés- no aspiraba a otra cosa más que a recuperar el “espacio de centro” que, perdido por Almunia en las elecciones de 2000 con su llamamiento a un “frente de izquierdas”, era la único que podía hacer que el PSOE retornara al poder. Es decir, ni siquiera los analistas más favorables a Zapatero le concedían el beneficio de una “ideología soft”, simplemente se le trató, hasta el momento en que ocupó la secretaría general, de mero oportunista. Cuando venció, lógicamente, había que entenderse con él, así que pasó a ser intocable, especialmente para PRISA.
Cuando Zapatero anunció su intención de presentarse candidato a la secretaría general enunció sus principios. Es el único documento de su puño y letra que permite intuir algunas de las categorías de pensamiento en las que se mueve Zapatero[6]. Lo hizo en el curso de una reunión de la dirección leonesa del partido y su programa constaba de siete puntos. Llama la atención lo “flojo” de los siete puntos sobre los que parece increíble que nadie pudiera encamarse sobre José Bono. En el momento en que, era evidente, que nos aproximábamos a una crisis energética sin precedentes, cuando en toda Europa la inmigración ya era considerada como problema cuando, el terrorismo internacional y nacional estaban en el candelero, cuando se discutía sobre el fin de la historia, la sociedad de los tres tercios y las nuevas orientaciones geopolíticas… he aquí los siete puntos del zapaterismo[7]:
- Construir una sociedad que acepte a todos los inmigrantes.
- Dar prioridad a la educación y crear empleo estable.
- Dar a los padres más tiempo para pasar con sus hijos y cuidar a los ancianos.
- Promover la cultura.
- Convertir a España en un país admirado por ayudar a los más necesitados.
- Ayudar a éstos con iniciativas de calidad.
- Fomentar la democracia, adecentar la política y promover los valores por encima de los intereses coyunturales.
El hecho de que la inmigración ocupa el primer lugar es, cuando menos, sorprendente, especialmente para una provincia como León (en la que se presenta el programa) que en aquel momento apenas disponía de 150 inmigrantes…[8] Es raro que para un político procedente de la áspera meseta que todavía hoy dispone de una tasa de inmigración muy inferior al resto del Estado, la cuestión de la inmigración ocupe el primer lugar con un llamamiento implícito al “papeles para todos”. Citamos nuevamente la frase: “Construir una sociedad que acepte a todos los inmigrantes”.
Y este tema es, particularmente, extraño. Tenemos amigos dentro del PSOE, buenos conversadores y con los que nos une amistad entrañable. Hemos discutido con ellos sobre cualquier tema. Pueden admitir que las ideas de Zapatero en materia autonómica no sean muy correctas, que carezca de conocimientos completamente sobre economía, que en política internacional no vaya mucho más allá del pancartismo, y que en materia antiterrorista sus intuiciones estuvieran más que equivocadas, podemos discutir sobre la línea del PSOE hasta la saciedad, sobre todos los temas, salvo sobre uno: la inmigración. Da la sensación de que hasta que se cerraron las urnas del 9 de marzo, la inmigración era un tema tabú en el PSOE, al menos establecer reservas a la entrada de más y más inmigrantes, se veía como una posibilidad de no salir en la foto. Se exigía extremo rigor al militante en seguir las consignas del partido… especialmente en materia de inmigración. Fue este punto el que nos hizo reflexionar y de es reflexión ha nacido esta obra.
Zapatero en junio del 2000 estaba extremadamente sensibilizado por el problema de la inmigración, cuando ya la inmigración era percibida como problema. El resto de los puntos del programa es de tal mediocridad, falta de originalidad y ausencia por completa de interés, que no vale la pena ni siquiera comentarlo. Léanlo otra vez y díganme si no les genera la irreprimible tristeza propia de aquello que es insustancial.
Dice el segundo punto: “promover la educación” (¿se promovería el analfabetismo?) y, a fin de cuentas, la educación es importante porque con la educación se modelan a troquel a los ciudadanos. Pero ¿de qué educación está hablando Zapatero? Y añade el punto: “crear empleo estable”… faltaría más. Ningún político que aspirara a salir elegido defendería la opción opuesta. Imagínense: “nuestro partido propone crear empleo inestable”… votos: cero.
El tercer punto es aún más definitivo: “Dar a los padres más tiempo para pasar con sus hijos y cuidar a los ancianos”. De cursilada cabría definir a esta propuesta que, a la postre ha sido, pura simplemente, una mentira. Se trata de una inserción completamente oportunista para mayor gloria del enfoque “centrista” del que hacía gala Zapatero (frente al enfoque izquierdista de Matilde Fernández y frente al enfoque derechista de José Bono), pero que, una vez en el poder, se tradujo en algo completamente diferente, pues si algo caracteriza al “zapaterismo” es la ingeniería social, mucho más interesante desde el punto de vista de percibir sus fuentes ideológicas, que esta frasecita que, por sí misma, ya le hacía merecer el calificativo de “Bambi” con que lo adornó Alfonso Guerra.
El punto siguiente no es menos desolador: “promover la cultura”. Está claro que promover la incultura parece de recibo, ningún político, ni siquiera troglodítico habría dicho otra cosa. La cuestión es ¿qué cultura? Nuevamente, la ambigüedad se filtra en las líneas del programa.
El punto quinto y sexto punto son axiales en la concepción zapaterista: “Convertir a España en un país admirado por ayudar a los más necesitados. Ayudar a éstos con iniciativas de calidad”. Se trata de una de las constantes del zapaterismo: España es “admirable” por que “ayuda” al Tercer Mundo. Y lo hace “con calidad”… Ni en 2000 la prioridad de España era “ayudar al Tercer Mundo”, ni se tenía en cuenta que dadas las dimensiones de nuestro país y un crecimiento económico que en aquel año parecía firme pero que cualquier analista sabía que era en falso (basado en un aumento del PIB gracias a que aumentaba anualmente la población a raíz de 500.000 consumidores adultos que iban llegando a España y en base al binomio especulación-ladrillo que cualquier economista era consciente de que no podía prolongarse hasta el infinito), no estábamos en condiciones de tirar la casa por la ventada para ser “admirados”. Por lo demás, tampoco se explicaba lo que se entendía por “iniciativas de calidad. De hecho, cinco años después de acceder al gobierno, seguimos sin saberlo.
En cuanto al último punto (”Fomentar la democracia, adecentar la política y promover los valores por encima de los intereses coyunturales”), la misma ambigüedad que destila es el germen de cualquier desarrollo por sorprendente que pueda ser. El punto sirvió para que Zapatero hiciera campaña en base a principios éticos que, según él, había que recuperar para el mundo de la política.
El programa es pobre, destila blandenguería y ambigüedad, es fofo, y sobre todo inadecuado para la realidad de un país como la España de 2000. Si ese programa consiguió imponerse dentro del PSOE en el 2000, si luego pasó a inspirar las líneas maestras del gobierno socialista a partir de 2004, fue más bien por una serie de azares imprevistos que por el apoyo que podían suscitar. De hecho, es un tipo de programa que deja frío. Un cúmulo de buenas intenciones, aparentemente tan ingenuas como irrelevantes y, sobre todo, presididas por una exasperante ambigüedad.
Y sin embargo, es un programa coherente y permite desarrollarlo en direcciones, inicialmente, no evidentes. Está claro, por ejemplo, que el punto 1 nos lleva directamente a la regularización masiva de 2005 e incluso, tardíamente, a la negativa del gobierno en julio de 2008 a suscribir la cláusula del Pacto Europeo de la Inmigración propuesta por Francia que prohibía nuevas regularizaciones masivas en todo el ámbito de la Unión Europea. Como dijo López Aguilar: “cuando la economía española remonte hará falta mano de obra… no podemos atarnos las manos”…[9]
Así pues, no puede despacharse con ligereza al zapaterismo como una forma de “oportunismo” de la peor especie, sin escrúpulos y sin límites, destinado solamente a captar votos y a engañar a la población. En absoluto, en el zapaterismo hay tanto oportunismo como en cualquier otra opción democrática: quien quiere votos los tiene que trabajar y una parte de esa trabajo consiste en decir al pueblo lo que el pueblo quiere oír. Es así de simple. Sin embargo, a partir de este batiburrillo de puntos aparentemente inconexos, blandos, dispersos y ambiguos, sí es posible inferir unos patrones doctrinales muy claros.
Son cinco las líneas que se deducen:
- Se trata de un humanismo extremo.- En la concepción de ZP el ser humano es el centro de la creación y está por encima de cualquier estructura, organismo, gobierno o nación. No basta un humanismo moderado y realista, es preciso, para Zapatero, alcanzar un nuevo nivel de humanismo en el que el ser humano alcance un estado de beatitud y bondad que haga imposible cualquier contradicción. No se trata de recuperar la tesis de Rousseau sobre el “buen salvaje” originario, sino, simplemente de forjarlo a martillazos. No es raro el énfasis que Zapatero realiza sobre la “cultura” y la “educación”. Con la cultura se crean modelos para los ciudadanos y pautas por las que discurre una sociedad. Con la educación, esos modelos se graban a fuego en la mentalidad de los más jóvenes, desde el momento mismo de su nacimiento. Ciertamente, el énfasis en la educación “gratuita y obligatoria” es común a toda la izquierda, pero en el zapaterismo está utilizada en un sentido muy diferente: se trata del medio a través del cual el alumno recibirá lo que Zapatero identifica como los “nuevos valores” de la época. Así se tienden los contenidos de asignaturas nuevas (Educación para la Ciudadanía) o las medidas de discriminación positiva. Zapatero opina que la humanidad “evoluciona” ineluctablemente hacia formas nuevas de sociedad y cree que él, las conoce, y por tanto, puede ayudar en esa evolución mediante su tarea de gobierno, acelerándolas, facilitándolas y encarrilándolas. Ese humanismo tiene como principal enemigo todo lo que es “tradicional”, en la medida en que lo tradicional se aferra a estructuras preexistentes y a su defensa. Estas estructuras suponen, en la concepción de Zapatero, una barricada ante el “progreso”. Por tanto buena parte de sus iniciativas consisten en desmantelarlas. En especial, la vieja polémica anticatólica resucitada por el zapaterismo entra dentro de esta lógica.
- El universalismo está presente.- Cuando se debatía el Estatuto Catalán llamó la atención la frivolidad de Zapatero a la hora de tratar con quienes aspiraban a que se definiera como nueva nación a algo que hasta entonces solamente había sido “nacionalidad”. Era posible que se tratara de mero oportunismo, pero era como si Zapatero no diera ninguna importancia a las fronteras nacionales y, por tanto –como recordó algún cronista- le tuviera sin cuidado que alguien pudiera crear nuevas fronteras algún día. A esto hay que añadir el énfasis puesto en la inmigración que en la práctica llega a la pérdida de la identidad de los pueblos en beneficio de las ideas de moda durante el zapaterismo: “mestizaje”, “multiculturalidad”, “sociedad pluriétnica”, “fusión cultural”, etc. A pesar de que en su primera legislatura Zapatero tuvo que apoyarse en nacionalistas e independentistas para gobernar, en absoluto contempla con buenos ojos cualquier forma de nacionalismo: para él, los nacionalismos son fuente de tensiones internacionales, guerras y conflictos y lo único que puede evitarlos es la “fusión” de pueblos, de culturas, de razas, en beneficio de algo indiferenciado: la “humanidad”.
Esta humanidad, surgiría de la mezcla étnica y cultural, de la pérdida de las identidades regionales, nacionales y continentales, y alcanzaría a toda la humanidad, que en un estadio avanzado de desarrollo no sería más que “una”. De ahí que Zapatero haya hecho todo lo posible desde la privilegiada atalaya del gobierno para encaminarse hacia ese modelo de sociedad mundial. También se ha dicho que Zapatero es el arquetipo del “político de la globalización” pues, no en vano, ve con buenos ojos este proceso y está dispuesto a participar con él en iniciativas tales como la Alianza de Civilizaciones y las propuestas sobre el “diálogo de las culturas” que la acompañan.
- El afán moralista y de servicio es el actitud vital.- El ser humano modélico para zapatero es el “voluntario”, el que “sirve a la sociedad”. Es significativo que durante su juventud pidiera constantemente prórrogas para retrasar su servicio militar hasta que éste, finalmente, se abolió. Esa objeción de conciencia práctica deriva de un espíritu pacifista (o no confundir con el espíritu pacífico que conoce los desastres de la guerra y, por tanto, no está dispuesto a ceder a tentaciones belicistas ante la más mínima tensión: el pacifismo es una actitud vital de negación a tomar las armas ante cualquier problema. José Bono, en su rol de ministro de defensa fue quien más lejos fue en esta actitud vital cuando ante unos sorprendidos responsables militares del Pentágono llegó a interpretar el deseo de Zapatero diciendo: “Prefiero morir a matar”… Todo esto explica también que el ejército español en las misiones internacionales que desempeña, oficialmente, se limite a repartir bocadillos y a la ayuda humanitaria y explica también el dispendio, frecuentemente el dinero tirado a la alcantarilla, subvencionando las más inverosímiles e inútiles ONGs hasta en incluso el 98% de su presupuesto. La propia ley de acompañamiento, quizás la única que merece un aprobado en toda la primera legislatura de ZP, sea el ejemplo de lo que decimos: se prioriza el voluntariado social. Por lo demás, es una moral facilota y casi boy scout lo que se promueve como forma ideal de comportamiento: el “servicio” a la sociedad.
- Promueve “valores”.- Los valores del zapaterismo pueden ser vagamente identificadas por el “progresismo”. Para un progresista, la historia se encamina siempre hacia niveles superiores de desarrollo que suponen una “evolución” en positivo desde niveles anteriores situados en un plano inferior. Así pues, los valores del zapaterismo son, eminentemente, progresistas. Y, por supuesto, son finalistas: es decir, lo dicen todo sobre cómo debe ser la sociedad resultante, pero muy poco como llegar a ella. Nos habla de pacifismo, universalismo, antirracismo, tolerancia, diálogo, etc, que deben inspirar a la “nueva era” de la humanidad. Ahora bien, el progresismo es multiforme –todos los líderes de IU y de ERC, por ejemplo, se califican como “progresistas” y otro tanto, incluso, hace Mariano Rajoy- y a Zapatero le interesa solamente una forma de progresismo: la que es capaz de insertar valores universalistas. Esos valores deben tender a un igualitarismo absoluto, más que a una igualdad libremente aceptada, en definitiva, a una uniformización de la sociedad que recuerda al Mundo Feliz de Huxley. El problema que ha encontrado Zapatero es que ha llegado al poder cuando esos valores “progresistas” empiezan a ser cuestionados, especialmente en materia de educación. El drama del presidente del gobierno estriba en que sigue defendiendo su programa de valores finalistas para una sociedad que ha perdido todo valor instrumental que debería valerle en su compartimiento cotidiano. Es más, al zapaterismo esos valores no le interesan en la medida en que difundirlos equivaldría a difundir los valores “tradicionales” y estos son, a la postre, enemigos.
- Establece las bases del “talante”.- El famoso “talante” zapateriano es mucho más que el eslogan inicial de su período de gobierno con el que quería contrastar la autocracia aznarista mediante la sensación de que él estaba próximo a los sanos intereses populares y a los anhelos y necesidades de su pueblo. El talante zapateriano se basa en tres principios:
1) Cualquier problema se soluciona mediante el diálogo, siempre y con no importa quien.
2) El diálogo implica un alto grado de civilización y maduración. Para dialogar es preciso estar dispuesto a consensuar, ceder y entender a la otra parte.
3) Ni la autoridad ni la jerarquía están por encima del diálogo. El recurso a la fuerza nunca es admisible sin antes haber agotado las posibilidades del diálogo.
Es evidente que estos tres principios chocan con la realidad y con las necesidades de gobierno. Gobernar es asumir decisiones y los costes que implican. Por otra parte, la práctica de gobierno desdice la fidelidad de Zapatero a estos principios. Con demasiada frecuencia el zapaterismo ha cerrado los ojos ante aquello que no le interesaba (llegar al fondo de la investigación sobre el 11-M), se ha negado a discutir con quien sabía que, de partida, estaba en posiciones opuestas y con el que el acuerdo iba a ser muy difícil (PP) o con quien sostenía posiciones tradicionalistas (la Iglesia). Pero no debemos de ver en todo ello una traición consciente al “talante”, sino un reflejo de lo que es, inevitablemente, la práctica política y que ha desdicho a Zapatero de sus habituales puntos de vista. Por razones electorles se ha visto obligado a dar marcha atrás en materia antierrerosita, en materia de estructuración del Estado y en materia de inmigración… pero lo ha hecho siempre con la boca pequeña y dejando la posibilidad para, más adelante, recuperar la línea en ese momento abandonada.
* * *
Y esto, y sólo esto, es lo esencial en la doctrina del zapaterismo, el resto no es más que “política cotidiana”: el negociar con ETA o el encarcelar a todo etarra que se deje, el pactar con partidos exóticos o romper con ellos, el aplicar una u otra política fiscal, todo esto tiene un valor muy relativo para Zapatero, lo que cuenta es el camino que lleva a un nuevo marco de valores que debe conducir a una remodelación total de la humanidad.
Esta es la esencia doctrinal del zapaterismo. Todo lo demás son descensos al terreno de la política cotidiana, a los pactos inevitables en cualquier tarea de gestión del gobierno y los problemas que aparecen cotidianamente en el ejercicio del poder. Esto –en nuestra opinión- es secundario en la ecuación personal de Zapatero, llegado a la política con un programa de renovación de la “humanidad”.
Si Zapatero fue elegido secretario general del PSOE en su XXXV Congreso no fue en virtud de los puntos que presentó en León, sino por su mano izquierda y por las circunstancias que animaron a los delegados catalanes, a iniciativa de Maragall, a votarle en bloque. Zapatero fue el clásico individuo que estaba en el momento justo, en el lugar adecuado y que, además, tenía “baraka”… De ideología se habló poco en aquel congreso, si bien Zapatero uvo la habilidad de explicar que quería construir una opción como la de Blair y Schröder…. En realidad no era eso, ni siquiera aproximativamente, pero valía para que los delegados no tuvieran inconveniente en seguirle, mientras que Bono les recordaba algo excesivamente centrado e incluso derechista en algunos casos, Rosa Díez era poco en aquel tiempo y Matilde Fernández era la referencia más clara al pasado felipista que se trataba de dejar atrás, so pena de que la derecha –y la opinión pública- siguiera señalándolos con el dedo acusador.
Fue después, en junio de 2001 cuando Zapatero impuso sus puntos de vista doctrinales al partido. Anabel Díez de El País[10], definía el nuevo ideario sin saber muy bien de lo que estaba hablando: Se trata -según el Manifiesto Político que el líder socialista presentará mañana- de adecuar los tradicionales principios de ’libertad, igualdad y solidaridad’ a la sociedad actual. Al final del debate que empieza ahora, el PSOE deberá contar con un nuevo ideario y un nuevo proyecto que combinen los conceptos de ’ciudadanía, libertad y socialismo’ para arrebatarle a la derecha el centro político”
La periodista filtraba algunos párrafos del documentos: “Hoy hay que dar un paso más, ampliando la necesaria igualdad de los ciudadanos. El objetivo de una política progresista es hacer posible que los ciudadanos disfruten de libertad real para llevar a cabo su proyecto personal de vida en una sociedad democrática, tolerante y solidaria”,
En realidad, en el XXXV Congreso todos fueron conscientes de que se trataba de encontrar un nuevo liderazgo así pues eligieron a aquel que parecía más telegénico. El debate doctrinal se aplazó explícitamente para un año después y ese era el objetivo de la conferencia socialista convocada para julio de 2001. El secretario general presentará un manifiesto en el que se compromete a trabajar ’por una sociedad más igualitaria, que no esté sometida al interés de los poderes económicos’ en la que ’las personas son lo primero’ y, por tanto, la economía debe estar ’al servicio del progreso de los individuos y la cohesión de las sociedades’.
El nuevo PSOE, que tiene muy poco que ver ya con las siglas históricas y que tres años después habrá pasado a ser, en la práctica, las siglas ZP, empieza en esa conferencia del 20 y 21 de julio de 2001. Según la época socialista: “los delegados debaten y aprueban el rearme ideológico y la modernización de la estructura organizativa, como forma de dar respuesta a las nuevas realidades de la sociedad actual”. Hay un interés en no alertar a los “históricos” vinculados al felipismo, por tanto, se dice: “De esta forma, concluida la Conferencia Política, los socialistas presentamos a la sociedad un nuevo discurso para las nuevas realidades del siglo XXI. Entendiendo que, desde la aplicación práctica y efectiva de los principios tradicionales que defendemos los socialistas: libertad, igualdad y solidaridad, se puede llegar a la solución de los problemas actuales”. Pero en el siguiente párrafo del comunicado que todavía hoy da cuenta de la reunión en la web del PSOE[11] puede leerse el anuncio de algo muy diferente: “Se propone recuperar la política y sus valores como ética cívica al servicio de la colectividad. Un nuevo impulso cívico para avanzar hacia una democracia cívica, la del ciudadano” y, más adelante: “Se reivindica un nuevo estilo de hacer política para que ésta vuelva a ocupar su papel al servicio de las personas, en la resolución de sus problemas, en su bienestar, en garantizar el progreso en sociedades libres, justas y cohesionadas”. En economía, Zapatero aseguraba quieren garantizar una economía fuerte “al servicio del progreso de los individuos y la cohesión de personas y territorios, abierta a las nuevas ideas e iniciativas empresariales y profesionales, que cree oportunidades de trabajo y genere beneficios sociales”… Y el leit motiv del zapaterismo, esto es, la ingeniería social, estaba también presente: “Proponemos una sociedad más igualitaria porque las sociedades desiguales generan apatía política o sometimiento al interés de los poderes económicos. Proponemos una sociedad en la que la influencia política del poder económico esté limitada, y en la que las grandes empresas deban responder ante los ciudadanos en cuanto consumidores y clientes”. El nuevo PSOE propone ’un Estado ágil y eficiente’, fuerte ’frente a los poderes particulares’ y ’eficaz’ en el cumplimiento de sus funciones. Los socialistas aseguran tener ’confianza en la sociedad’ y que sus individuos ’tengan recursos para elegir su futuro libremente’.
El tema de la inmigración, estaba, por supuesto, presente: “Ante el fenómeno migratorio. Queremos sociedades más humanas, que no sean insensibles al dolor y las muertes que causan la intolerancia, las guerras o la miseria en el mundo, que sean capaces de integrar al diferente desde la igualdad y partidarios del mestizaje. Creemos que la mejor inversión es la destinada no a levantar barreras sino a encauzar y ordenar los flujos migratorios potenciando una política comunitaria de inmigración, la destinada a favorecer la integración real de los inmigrantes, la destinada a facilitar su agrupación familiar, la destinada a imponer la observancia de la legalidad en la prestación de su trabajo, la destinada a hacerles titulares de derechos y libertades políticas, civiles o sociales, la destinada a incorporar en la educación la existencia y contenidos de otras culturas, el respeto al diferente y la igualdad de todos los seres humanos. Porque, contra falsos equívocos, el extranjero no quita puestos de trabajo sino que cubre actividades que los españoles ya no queremos desempeñar y pueden ser una vía de contribución en la solución del problema demográfico que tenemos.”. La inmigración seguía siendo un dogma inmutable y estimularla la primera urgencia del PSOE. Porque si lo que estaba en juego era la demografía, la vía más directa consistía, en primer lugar, en rechazar la línea que había impuesto Alfonso Guerra desde 1983 cuando consideró que las familias numerosas eran poco menos que reaccionarias, y de otro lado, bastaba con estimular la natalidad entre parejas jóvenes, sin necesidad de recurrir a la importación de inmigración… salvo que a lo que se aspirara era a una sociedad mestiza.
A partir de ese momento, la vía estaba libre para que el zapaterismo pudiera expresar su doctrina. Mientras estuvo en la oposición, nadie hizo mucho caso de ese documento que apenas suponía otra cosa que marcar distancias con el felipismo para evitar seguir identificados como “partido de la corrupción y de los GAL”. Pero, a decir verdad, nadie tomó en serio todas aquellas propuestas, ambiguas y de escaso interés, incluso para los propios militantes socialistas. Todos consideramos aquellas intenciones como “palabras, palabras, palabras”, destinadas a ser el acompañamiento emotivo y sentimental de una voluntad de gestionar el poder que era la misma que la de manifestada por la derecha.
Y era algo mucho más complejo…
[1] “Citando a N. Bobbio, Stoppino parte de las dos macrotendencias conceptuales e históricas: ideología como "Significado Débil" y como "Significado Fuerte"; el significado "Debil" como analogatum princeps (primer analogado o genus) define ideología como: conjunto de ideas y de valores concernientes al orden público, que tiene la función de guiar los comportamientos políticos colectivos; y el significado "fuerte", parte de la concepción marxista, definiendo ideología como: falsa conciencia, cuyo papel es encubrir, justificar y preservar las relaciones materiales-sociales de desigualdad propiciadas por la clase dominante. (…)El significado débil posee en sí, dos acepciones: una general, caracterizada por ser sustento de las teorías generales de los sistemas políticos, y de sus creencias fundamentales; y una particular, cuya característica se resume en un doctrinarismo dogmático y emotivo. Stoppino sostiene, que desde esta perspectiva conceptual ha surgido el debate sobre el “Fin -o declinación- de las Ideologías" en las sociedades industrializadas occidentales, tópico encausado por las ideas sociológicas de R. Aron, D. Bell y S.M. Lipset”. Ideología y desideología: Aproximación al concepto Oscar Picardo Joao, publicado en la revista digital Theorethikos. http://www.ufg.edu.sv/ufg/theorethikos/Noviembre98/ideologia.html
[2] Dato habitual en todas las biografías que ha merido ser recopilado en Wikipedia en la entrada sobre José Luis Rodríguez Zapatero: http://wikipedia.es/result.php?buscar1=Zapatero
[3] La existencia de este proyecto de Carrero ha sido revelado en muchas ocasiones y con datos contradictorios. Pero es, sin embargo, el coronel José Ignacio San Martín el que aporta datos más concretos -y debía de saberlo, puesto que era jefe del SEDEC, servicio de información instituido por Carrero- en su obra Servicio Especial, a las órdenes de Carrero Blanco (de Castellana a El Aiún), Editorial Planeta, Barcelona 1983, págs. 82-88.
[4] El dato lo podemos constatar de forma ambiguo: el 18 de marzo de 2005 un oyente llamó a la tertulia de Carlos Herrera en Onda Cero y explicó que había sido alumno de Zapatero en la Universidad de Castilla León. El oyente manifestó que, ya por entonces, Zapatero estaba muy sensibilizado por la política autonómica y les enseñaba “algo parecido al federalismo asimétrico”. Por el tono de la intervención, en absoluto visceral, ni contraria, sino realizada simplemente con un espíritu ilustrativo, es posible dar crédito a esa información.
[5] El País, 11 de junio de 2001
[6] Véase la biografía de Zapatero contenida en la web de la Fundación Centro de Investigación de Relaciones Internacionales y Desarrollo (CIDOB) http://www.cidob.org/es/documentacion/biografias_lideres_politicos/europa/espana/jose_luis_rodriguez_zapatero
[7] Campillo, Óscar (2004), Zapatero. Presidente a la Primera., Madrid: Esfera de los Libros.
[8] Es fácilmente accesible a través de Internet el informe titulado Decadencia Democgráfica e Inmigración en Castilla y León, presentado en las X Jornadas de Economía Crítica celebradas en Barcelona, 23 a 25 de marzo de 2006, por José Mª Martínez Sánchez (Universidad de Burgos). http://www.ucm.es/info/ec/jec10/ponencias/818martinezsanchez.pdf. en este informe se evidencia lo irrelevante de la inmigración en León.
[9] Revista IdentidaD – nº 10, 15 de julio de 2008, páginas 3-9.
[10] El País, edición de Madrid, 01/07/2001
[11] http://www.psoe.es/ambito/historiapsoe/docs/index.do?action=View&id=1000
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