Donde Luis del Pino se equivoca: el terrorismo como sujeto político ambiguo
Infokrisis.- Uno de los libros que me he llevado al largo viaje que me ha tocado emprender es “Los enigmas del 11-M: ¿conspiración o negligencia?”, editado por “Peones Negros de Granada” y escrito por Luis del Pino. El libro, distribuido gratuitamente, recoge y amplia las informaciones que a lo largo de 2005 y 2006, el periodista ha ido publicando en Libertad Digital, en El Mundo y en su propio Blog. Hemos leído con sumo interés estas páginas cuyo contenido agradecemos y compartimos, pero, al mismo tiempo, nos ha ayudado a advertir la limitación de la tesis de del Pino.
El 11-M no fue un azar en la historia
Nadie hubiera dicho que la fiscal Olga Sánchez se sentía atraía por la numerología hasta que en sus conclusiones definitivas al proceso del 11-M, explicó con una seriedad pasmosa que la fecha de los atentados había sido elegida, no por proximidad a las elecciones, sino por los 911 días que mediaban entre el 11-M y los atentados contra el WTC y el Pentágono. Esos 911 días indicarían, en “buen inglés americano”, la fecha 11 del mes de septiembre… Así pues, estaba todo claro, era Al Qaeda.
Para quien haya seguido el proceso del 11-M, no hay la menor duda de que Al Qaeda tiene tanto que ver con los atentados como Chiquito de la Calzada con la Física Nuclear. De hecho, si Jamal Zougham fue elegido como uno de los chivos expiatorios se debía, únicamente, a que era vecino y tenía un mínimo nivel de conocimiento con Abú Dadah, considerado como el jefe de la “célula española” de Al Qaeda, que el 11-M todavía tenía pendiente sobre su cabeza la petición fiscal milenaria por “participar en los atentados del 11-S” (Garzón intentaba congraciarse con las autoridades norteamericanas en aquella época y fue quien perpetró la insensatez).
Si alguien se atrevió a diseñar los atentados del 11-M era, simplemente, porque a partir de los atentados del 11-S, la masacre de Madrid iría a parar en el haber del “terrorismo internacional” y no debería de suscitar dudas. Si el atentado se hubiera producido en los años 70 u 80, es evidente que se le habría colocado la etiqueta de “atentado fascista” (no en vano tuvo que ver con el mundo ferroviario como la masacre de Bolonia, el atentado al Itálicus y las bombas en los trenes de Calabria que asolaron Italia entre 1973 y 1980). Y, posiblemente, alguien calculara que la extrema-derecha podía ser una línea de repliegue y por eso colocó la inocente tarjeta de Gráficas Bilbaínas en la Renault Kangoo de Alcalá y acometió, además, otras iniciativas en la sede alcalaína del mismo partido al que el propietario de la imprenta en cuestión pertenecía.
Lo cierto es que, en esta época de “terrorismo internacional”, un atentado más como el del 11-M no podía llamar excesivamente la atención, y era completamente creíble que un malvado Bin Laden, casi diseñado por Ian Fleming, escondido en un lugar inaccesible, multimillonario y cuyos rasgos esenciales parecen extraídos de los malvados de la serie 007 (Blofeld, el Doctor No, Scaramanga, Goldfinger, etc.) así como la estructura de su organización (Al Qaeda = Spectra, sindicato mundial del “mal”), fueran capaces de cometer la atrocidad de asesinar a 192 personas de una tacada.
Atentados similares… ¿es similar el 11-M a cualquier otro atentado?
De hecho, en los días siguientes al atentado, los voceros de la versión oficial (desde PRISA al ABC) insistieron particularmente en que los atentados eran “similares” a los de Casablanca y, por supuesto, a los del 11-S… Y, a decir verdad, las similitudes brillaban por su ausencia tal y como explicamos en nuestra obra “11-M: Los perros del infierno”.
El problema con el “terrorismo internacional” es que todos los atentados que llevan su rúbrica, aparentemente, parecen hijos de la misma madre: todos tienen como rasgo esencial su brutalidad, son atentados de masas, causan decenas de muertos, casi siempre superiores al centenar y miles de heridos. No hay en ellos nada selectivo, se busca matar, no importa a quien, matar en masa. Habitualmente, los muertos los ponen las clases más humildes, ni siquiera se busca atentar en los barrios donde habitan las oligarquías que pueden tener responsabilidad en crímenes o en maniobras políticas insidiosas (si el 11-M protestaba contra la actitud del PP ¿por qué no atentar en el barrio de Salamanca?): simplemente se trata de matar a los que sale más barato y cómodo matar: a los humildes. En el WTC no murieron los altos directivos de la oligarquía de Manhattan, sino algunos turistas, los empleados de los servicios de limpieza, bomberos y policías de Nueva York. Si el atentado se hubiera cometido dos o tres horas más tarde, habrían caído los directores generales de cientos de compañías que rigen los destinos del mundo o poco menos. En el 11-M, la inmigración, los trabajadores y los estudiantes aportaron el grueso de víctimas. Técnicamente hubiera sido igual de simple colocar las “mochilas” explosivas en el AVE Madrid-Sevilla. Los muertos humildes siempre resultan más cómodos que los potentados muertos. Muy pocos se preocupan de ellos y, a fin de cuentas, luego terminan aceptando sin muchas protestas las indemnizaciones pagadas por el Estado, y sus asociaciones se compran a bajo precio. No hay nada nuevo bajo el sol: anteayer las asociaciones de víctimas del “síndrome tóxico” aceptaron cualquier explicación con tal de recibir subvenciones; ayer, Pilar Manjón miraba a otro lado cuando se le ponían sobre la mesa las pruebas que desdecían la versión oficial del atentado que costó la vida de su hijo, aceptando irracionalmente la primera explicación que se le dio y las subvenciones (superiores por supuesto a las de la AVT) que recibiría a continuación.
El problema de los atentados cargados en la cuenta del terrorismo internacional es que, examinados globalmente, parecen similares (todos ellos son, en efecto, espectaculares y mortíferos) pero si descendemos al detalle, veremos que las pautas que siguen son radicalmente diferentes en TODO. Esas diferencias, y el hecho de que Al Qaeda sea una organización que, catorce años después de que empezara a hablarse de ella, todavía no esté muy bien definida, dan que pensar sobre si todos estos atentados son hijos dde la misma madre o bien cada uno ha surgido sin tener nada que ver con los demás y para responder a situaciones y necesidades muy diferentes.
El principal problema que tiene el terrorismo internacional es… que no se sabe quién está detrás. Un observador avisado tiene la sensación de que Al Qaeda no es lo que nos han dicho que era y que, ni siquiera es seguro que exista una organización única que coordine todo el terrorismo internacional, islamista o no. El hecho de que haya gente en todo el mundo que haya sido detenida como miembros de Al Qaeda quiere decir poco o nada, como veremos más adelante. La cuestión no está en que los servicios de seguridad del Estado afirmen tal o cual filiación, sino que ésta sea evidente, demostrable y asumida por los detenidos. Y esto, a excepción de algunos individuos que han proclamado ser “de Al Qaeda”, pero de cuya estabilidad mental puede dudarse, no ha ocurrido nunca (por lo demás, siempre hay tontos que afirman por activa y por pasiva que pertenecen a una organización terrible con armas mortíferas del tamaño de un secador de pelo…). Tampoco se han localizado pisos francos, documentación de Al Qaeda, boletines de órdenes, nada, en definitiva, que dé la sensación de estructura orgánica. Habitualmente, se confunden términos: no es lo mismo la insurgencia irakí (en la que la parte atribuida a Al Qaeda es mínima y siempre discutida por la propia insurgencia, pero que, en cualquier caso, no alcanza el 4% del total de atentados), que la resistencia palestina (cuyo fraccionamiento hasta lo indecible y la infiltración que todos los grupos sufren por parte de todos los servicios de inteligencia de los países con intereses en la zona son evidentes), o que un grupo de guerrilleros perdidos en la selva filipina cuyas únicas noticias nos llegan a través de agencias de prensa y a ellas a través de informes oficiales y portavoces de servicios de inteligencia, por no hablar de los 300 detenidos en España desde 2001, considerados como miembros de “redes terroristas islámicas” que, milagrosamente, tanto aquí como en toda Europa son regularmente “desarticuladas” sin que logren cometer ni siquiera un pequeño atentado o lanzar un simple cóctel molotov contra la sinagoga más próxima. Tanta ineficacia da que pensar. Y mucho más da que pensar el hecho de que, en Marruecos, los “islamistas” solamente coloquen bombas criminales justo antes –¡oh maravilla de maravillas!- de los períodos electorales.
Paréntesis sobre una película memorable a buscar en Emule
Hay una película que recomendaría a todos los lectores: “La aventura es la aventura” y no solamente porque se trata de una trepidante “comedia política”, sino por que el guión, la interpretación y la realización son tan absolutamente brillantes como actual el tema. Se trata de un grupo de delincuentes comunes que ven en el “terrorismo político” una forma de enriquecerse más y más rápidamente.
En un momento dado, invitan a una serie de “ideólogos” de todos los grupos de izquierda y extrema izquierda a que les den “clases” sobre sus organizaciones, sus doctrinas y sus intenciones. No entienden nada, por supuesto –acaso porque no haya nada que entender en el fanatismo de todas las sectas de la extrema-izquierda sesentaiochesca- y de eso se trata. Ellos tienen una ventaja: son delincuentes, sólo les interesa el dinero; quienes están dispuesto a pagarlo tienen “ideas”, muy excéntricas en unos casos, exóticas en otros o simplemente confusas en todos. Así pues, el lema que los mueve es “claridad en la confusión”.
En el momento cumbre de la película, el delincuente que les introduce en este mundillo les explica para quien trabaja: “cometo atentados contra la derecha, pagados por la extrema-derecha para echar las culpas a la izquierda ¿Entiendes?”, no por supuesto: “claridad en la confusión”. Hoy, el terrorismo internacional es algo similar: asesino a los humildes para que TODOS culpabilicen al islamismo radical, ¿por cuenta de quién? Dime quién se beneficia del crimen y te diré por cuenta de quién…
El punto débil de la “teoría de la conspiración”
Quien conoce mínimamente la actuación de los servicios “especiales” sabe perfectamente, desde el primer día, que los atentados del 11-M no fueron obra de “fanáticos islamistas”, sino de cualquier otra cosa… A partir de ahí, se trataba simplemente de observar y responder a la pregunta básica de toda investigación criminal (¿a quién beneficia el crimen?) y de encontrar “agujeros negros” en la versión oficial. Tal ha sido el trabajo realizado por una serie de periodistas de investigación, entre los que vale la pena mencionar, no solamente a Luis del Pino, sino a Fernando Múgica y Casimiro García Abadillo, especialmente. Sus conclusiones son difícilmente refutables, y el hecho de que no se haya formulado una “doctrina orgánica” sobre la conspiración no implica que todos no la tengamos en mente: y todo apunta a un grupo de mandos policiales cuyos nombres han salido a relucir a lo largo de la investigación y del juicio. Porque todas las “tramas superpuestas” remiten a mandos policiales. Habrá tiempo, especialmente cuando ZP y sus secuaces hayan ido a parar al basurero de la historia, de investigarles en profundidad, antes de que alguno de ellos se “derrote” y cuenta lo que hasta ahora ha permanecido oculto. Lo mismo ocurrió con el GAL, así que no sería nada nuevo en la historia reciente de España.
Ahora bien, cuando leemos los artículos de Del Pino y demás periodistas de investigación, da la sensación de que lo ocurrido en España sea un accidente histórico, y que nuestro país sea algo excepcional y único en el mundo, como si aquí se pudieran realizar impunemente crímenes que en otros países reciben todo el peso de la ley, o como si el terrorismo internacional actuara en todo el mundo, pero España se mantuviera fuera de esta marejada y respondiera a otras características. Y no es así.
El punto débil de la teoría de la conspiración (lo que se conoce como contestación a la versión oficial del 11-M) consiste en desconocer que, si el islamismo radical y terrorista actúa en todo el mundo, también lo haría en España, mucho más desde el momento en que la estúpida e inmoral política de Aznar nos metió, sin comerlo ni beberlo, en una guerra absurda. Si ocurre en Marruecos, en Turquía, en Bali, en EEUU, en Londres, en París… ¿por qué no en España?
Este argumento tiene una fuerza extraordinaria, especialmente desde el punto de vista psicológico, aunque mucho menos desde el punto de vista racional, pero ya se sabe que, a fin de cuentas, las masas entienden con mucha más facilidad los contenidos emotivos y sentimentales que los argumentos racionales. Por eso es preciso afirmar algo que, habitualmente, pasa desapercibido para los investigadores contrarios a la versión oficial: nada de lo que ha ocurrido en España el 11-M es sustancialmente diferente de lo sucedido en TODOS los atentados atribuidos al “terrorismo internacional”. Las mismas objeciones realizadas contra la versión oficial en España pueden formularse a la versión oficial de los atentados sobre el 11-S, a los atentados de Casablanca o a los atentados de Ankara, Balí o Londres. No es que exista una organización terrorista internacional dispuesta a cometer este tipo de atentados, es que existe una multiplicidad de núcleos de interés que han entendido perfectamente lo que está ocurriendo y lo aprovechan en beneficio propio. La naturaleza traumática de un atentado permite que sus efectos puedan ser reconducidos en una u otra dirección, en beneficio de sus instigadores ocultos.
Bush justificó, gracias a los 3000 turistas, policías, bomberos y miembros de los servicios de limpieza, la invasión de Afganistán que, de otra forma, jamás hubiera podido realizar. E incluso tres años después, volvió a insistir en el mismo orden de ideas y en la “complicidad” de Saddam Hussein para justificar la invasión de Irak. Mohamed VI intentó detener el ascenso electoral del Partido de la Justicia y el Desarrollo en las elecciones de 2003 gracias a los insensatos atentados de Casablanca. Los atentados de Londres permitieron a Blair que la opinión pública inglesa se desviara durante unas semanas de los peligros y riesgos sufridos por sus tropas en Irak. Y así sucesivamente.
Nuestra tesis es que “alguien” (seguramente servicios de inteligencia norteamericanos, apoyados por agencias privadas de seguridad) creó el fantasma de Al Qaeda que, una vez lanzado, vuela solo y es susceptible de ser aprovechado por cualquiera en cualquier lugar del mundo. Repetimos: por cualquiera, en cualquier lugar del mundo, incluido en España.
Parafraseando a Marx, podría decirse que un fantasma recorre el mundo, el fantasma del terrorismo internacional, pero que cualquiera que lo desee puede revestirse de una sábana y parecer como él… En España, alguien lo hizo el 11-M, de la misma forma que se ha hecho en otros lugares con singular facilidad.
Así pues ¿existe una teoría de la conspiración a nivel mundial?
La opinión pública española está desinformada sobre lo que ocurrió en EEUU el 11-S. Y, no digamos, sobre lo que ocurrió en Casablanca en mayo de 2003. Si al público español ya le cuesta asumir lo obvio y asimilar los datos vertidos por Libertad Digital, El Mundo y otros pocos medios, es simplemente porque la capacidad de retención de las masas es mínima y siempre confusa. Imaginemos lo que supone decir a las masas: no solamente el 11-M fue un atentado “fraude” sino que, cada vez que nos hablan de Al Qaeda, nos están intentando vender uno y mil fraudes más. Es evidente que para los voceros de la confusión, PRISA en cabeza mundial, sería fácil desarticular un planteamiento así: “los paranoicos ven paranoias, ahora, no solamente niegan la autoría islámica del 11-M sino que también niegan cualquier otro atentado… están enfermos”. Y ésta es la explicación más simple. Si se ve una cebra en el Gorongoro es que es una cebra, hay pocas posibilidades de que sea un caballo pintado de cebra. Sin embargo, si se ve una cebra paseando por Madrid, lo más probable es que sea un asno tuneado a modo de cebra, al menos eso es lo que nos dirá PRISA y sus adláteres mediáticos. Lo que los contrarios a la versión oficial estamos intentando demostrar durante tres años y medio es que en esto del terrorismo internacional no hay ni cebras ni mulos, sino gamusinos… y el gamusino de Madrid es tan falso como el de Washington o el de Londres o Ankara. El terrorismo internacional es un gamusino, animal inexistente: los muertos los pone la población, pero la idea y la ejecución los pone gente que no tiene nada que ver con el islamismo radical. Aquí y en Washington.
El terrorismo “recomponedor”
Desde finales del siglo XVIII se tiene constancia de fenómenos parecidos. No son nuevos. La guerra de la independencia americana se inicia con el “motín del té de Boston” en la que un grupo de indios asaltan un barco británico y tiran al mar todas las cajas de té. Las hostilidades se iniciaron a continuación. Luego se supo que TODOS los miembros del “comando” que asaltó el barco británico no eran indios, sino los miembros de la logia masónica de la ciudad, dirigidos por su “venerable” Warren, disfrazados de indios, con la encomiable intención de que la opinión pública y la corona inglesa les atribuyera a ellos la responsabilidad del delito.
Los “indios” de aquella ocasión son los “islamistas radicales” de hoy, de la misma forma que antes fueron “los conspiradores legitimistas” que “atentaron” contra Napoleón, los “anarquistas” desde mediados del siglo XIX hasta finales del XX, la extrema-derecha desde 1968 hasta 1983 en Italia, etc. El chivo expiatorio ha variado a lo largo de la época: se firma con la sigla del movimiento de moda (de triste moda) en cada momento.
Habitualmente, se elige como chivo expiatorio a sectores políticos desorganizados, que dan amplias facilidades para la infiltración. Extremistas (de boquilla, ya se sabe, por la boca muere el pez), políticamente infantiles y manipulables, que han realizado actividades inconfesables. Contaré un caso paradigmático. No es de otra galaxia, es de la España de la transición. Ocurrió en una revista de humor: “El Papus”. Un buen día de 1976 estalló allí una bomba y murió una persona. Los autores eran, por supuesto, “ultras de derecha”. Todos fueron detenidos. Incluso alguno confesó que había visto a otro haciendo la bomba. El problema es que la dinamita no apareció por ningún lado. Había dinamita, sí… exudada, así que inservible y, por supuesto, la peritación del atentado no coincidía con el explosivo inútil incautado. Pero, a decir verdad, nadie dudó de que los detenidos eran los auténticos culpables. En el fondo, habían cometido tantas acciones ilegales, agresiones, incendios, incluso tiroteos, que era perfectamente posible que, puestos a ejercer la violencia, finalmente se hubieran decidido por colocar una bomba en una redacción y asesinar a una persona. Los culpables fueron juzgados y se les condenó con distintos delitos, pero no por haber colocado la bomba. Ese crimen sigue hoy impune. Nadie sabe quién mató al conserje de “El Papus”, aunque todos crean que los culpables fueron detenidos, juzgados y condenados. Condenados por cualquier cosa, menos por ese crimen. Se les eligió a ellos porque tenían tres rasgos: eran violentos, eran inconscientes y estaban políticamente aislados. En otras palabras: ni siquiera ellos eran capaces de explicar cómo habían llegado a ser los chivos expiatorios. Eran los chivos expiatorios perfectos. He vuelto a ver casos parecidos en el Caso Scala, en la matanza de abogados de Atocha, en el Caso Yolanda, en el caso del comando Barcelona de los GAL, etc. En España, no en las Galápagos, ni en Cochabamba.
Casos como éstos abundaron en la transición. Si entonces alguien hubiera puesto en duda la versión oficial de todos estos episodios, en lugar de razonar: “son fascistas, luego son culpables”, probablemente nadie se hubiera atrevido a colocar 10 bombas en los trenes del 11-M. Pero en aquella ocasión toda la prensa se “comió” con patatas fritas la versión oficial, la aireó y la reprodujo. Aquellas aguas trajeron estos lodos.
Ahora, el “epifenómeno” del terrorismo en España es el 11-M, pero su “epicentro” es mucho más profundo y puede resumirse así: desde la transición (probablemente desde antes incluso), “alguien” advirtió que el terrorismo podía ser utilizado de muchas maneras, incluso para reforzar el aparato del Estado o para desencadenar determinadas coyunturas políticas, o simplemente, para desestabilizar por un lado y estabilizar por otro… y utilizó el terrorismo con esos fines. En el fondo, se hacía en Italia con una facilidad y una frecuencia pasmosa (200 muertos entre 1968 y 1983) sin que se alzaran muchas voces que protestaran del silogismo simplón: “los fascistas son los asesinos, así que van y matan de oficio”, de la misma forma que se había hecho en otros países, especialmente en EEUU, desde el “motín del té de Boston”.
El trabajo de Luis del Pino y demás, es un buen trabajo, un trabajo brillante y un trabajo propio de artesano. Pero no basta. Si no se viaja hasta el fin de la noche del terrorismo –de cierto terrorismo- y se ponen de manifiesto su “falsedad” intrínseca, se corre el riesgo de que cada X años nos veamos asaltados por estas bombas ambiguas atribuidas a unos y que benefician a otros. Desde la bomba de la Calle Canvis Nous en la Barcelona finisecular cargada a lomos de “los anarquistas”, para aceptar que una bomba ha sido arrojada por un determinado sector político no basta con que un policía o un periodista nos lo diga: hace falta observar el texto y el contexto.
Cuando buscábamos un subtítulo para nuestra obra “11-M: los perros del infierno”, finalmente, adoptamos uno que nos parecía el mejor paradigma del contenido: “En el terrorismo internacional nada es lo que parece”. Y no sólo en España. Y no sólo el 11-M.
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es
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