Bandas latinas: el estado de la cuestión
Infokrisis.- El año 1997, los titulares de la prensa española, de tanto en tanto, registraban las noticias sobre la eclosión de las bandas latinas en Nueva York, pero estaban muy lejos de imaginar que la recién llegada inmigración ecuatoriana se iba a convertir en el foco difusor en nuestro país del mismo fenómeno. El 12 de octubre de ese año, todos los medios de comunicación se hicieron eco de la cruzada emprendida por el alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, para controar a las bandas latinas. La consigna de Giuliani “Tolerancia cero”, se estaba imponiendo y en tres años la delincuencia había bajado aproximadmente 50% en la “Gran Manzana”.
Repasando aquellas noticias algunos advertimos por primera vez nombres y siglas que apenas seis años después se iban a popularizar en nuestro país: los Latin Kiongs, La Familia, los Bloods, los Salvatruchas, etc. La presencia de todos estos grupos se estaba haciendo cada vez más efectiva en las zonas en las que Giuliani estaba venciendo a la dlincuencia. Sus pintadas abundaban en los vagones del Metro y se les podía ver con sus anchos vestidos y sus camisas de colores vivos en algunos barrios mayoritariamente poblados por latinos. La importancia de esta nueva delincuencia era tal que en mayo de 1997, el alcalde Giuliani se vió obligado a crear un grupo especial de 200 policías especializados en la lucha contra estas bandas. Durante el verano de ese año produjeron 700 arrestos de adolescentes de entre 12 y 18 años, vinculados con estas bandas. En octubre estas bandas empezaron a agredir a estudiantes en los vagones del metro o en la proximidad a los institutos. Sin mediar palabra, herían a los jóvenes en los brazos o en las piernas con el único objetivo de hacerles sangrar. También se produjeron violaciones de chicas en los lavabos de los institutos, protagonizadas igualmente por los miembros de estas bandas. En todos estos casos, se trataba de rituales de iniciación en estas bandas. A finales de 1997 se calculaba que en todo el territorio de los EEUU en torno a 600.000 jóvenes de origen hispano estaban vinculados a estas bandas. Hasta 1997, la inmensa mayoría de estos jóvenes estaban radicados en California, pero a partir de entonces empezaron a proliferar en la Gran Manzana.
Giuliani identificó el fenómeno a tiempo, preparó a su policía y exigió medidas judiciales que castigaran a los miembros de las bandas que al salir de prisión volvieran simplemente a ponerse en contacto con ellas o que simplemente les prohibieran adquirir y portar cuchillos y navajas. El alcalde tenía claro cuál era la naturaleza del problema, el diagnóstico y su tratamiento.
Cuando ocurría todo esto en Nueva York, en España estaban llegando los primeros inmigrantes ecuatorianos y dominicanos. La mayoría de los que leyeron aquellos artículos pensaban que en EEUU y, particularmente en Nueva York, las bandas juveniles eran algo habitual: habíamos oído hablar de ellas desde los tiempos de “West Side Story”, así que no nos sorprendió. Poco imaginaban que en pocos años, el mismo fenómeno se transplantaría a nuestro país. Pero así ha sido y hoy podemos afirmar que España es, después de los EEUU, el paraíso de las bandas latinas. La diferencia estriba en que una legislación represiva y basada en el castigo penal como la norteamericana apenas ha podido hacer frente al fenómeno, así que no albergamos la menor duda en que un sistema garantista, basado en la rehabilitación del delincuente, poco podrá hacer frente a las bandas latinas. El fenómeno es incipiente: estamos todavía en el inicio de la primera parte.
Cuando las bandas se hicieron visibles
Lo recordamos con claridad. La primera noticia que leímos sobre las bandas latinas fue en un cyber local del centro de Torrevieja propiedad de un ciudadano de origen ruso. Toda la información partía de una crónica aparecida en un conocido diario de difusión nacional que daba cuenta de la aparición en Madrid de distintas bandas latinas organizadas por inmigrantes de procedencia iberoamericana. Hasta ese momento, la violencia juvenil que había llegado con la inmigración ilegal, masiva y descontrolada, era una violencia aislada que procedía de grupos de delincuentes sin vínculos orgánicos. A partir de la aparición de las “bandas latinas” era evidente que nos enfrentábamos a un nuevo tipo de delincuencia organizada ante la que Giuliani no había dudado en exigir medidas legislativas de excepción y crear un cuerpo policial especial cinco años antes. Pero en España ni se tomaron medidas en aquel momento, ni el fenómeno se había previsto, ni nadie tenía la más mínima intención de reconocer la gravedad a la detección de los primeros núcleos organizados de bandas latinas. Hay que recordar que en julio de 2002, Aznar no solamente negaba que hubiera aumentado la inseguridad ciudadana, sino que atribuía esa sensación muy extendida en la sociedad, a una percepción errónea. Ciertamente, al iniciarse el otoño de ese año, Aznar había rectificado y establecido medidas para contener el aumento de la delincuencia que ese verano se hizo demasiado evidente como para poder negarlo, pero ni desde la presidencia, ni siquiera desde el ministerio del interior, se había aludido hasta entonces a las “bandas latinas”. De hecho, no se aludió a ellas en medios oficiales hasta un año después, cuando a principios de 2004, ya estaban extendidas por toda la geografía nacional y, desde luego, en todos los puntos en donde existían comunidades iberoamericanas fuertemente asentadas.
Antes de 2003, las autoridades policiales y, particularmente, los grupos antiatracos, ya percibían el cambio que se estaba operando en la delincuencia organizada. Uno de sus mandos precisó: «Proliferan las bandas de origen suramericano, especialmente chilenos -como la desarticulada en el marco de Operación Sahara, desarrollada en el mes de junio, en la que fueron detenidos cuatro individuos acusados de seis atracos- y colombianos -como la que cayó el pasado mes de julio en la calle de Rafael Finat del distrito de Latina- que vienen con documentación cubana para evitar ser extraditados». Así mismo, los responsables policiales estaban sorprendidos por la premeditación y frialdad con la que suelen actuar las bandas suramericanas: tras seleccionar y estudiar el objetivo, distribuyen las funciones de los integrantes del grupo. Pero, de entre todos los grupos de delincuentes, los colombianos llamaban poderosamente la atención.
Hasta mayo de 2003, la opinión pública tenía la sensación de que, de toda la delincuencia iberoamericana que actuaba en España, la colombiana era la única peligrosa. En 2001 había aumentado ya alarmante e inexplicablemente el número de homicidios en Madrid. Hasta el mes de junio de ese año se había registrado, solamente en la región de Madrid, 33 homicidios, frente a 26 en el mismo período del año 2000 0 18 en 1999. El problema había ido aumentando un 25% cada año. Casi siempre, los titulares que daban cuenta de estos sucesos hablaban de “ajustes de cuentas”. Leyendo la letra pequeña de los artículos se podía saber que estos “ajustes de cuentas”, habitualmente entre ciudadanos de origen colombiano se debía, casi exclusivamente, al tráfico de cocaína. Desde finales de la década de los 90, la Guardia Civil había puesto contra las cuerdas a los narcotraficantes gallegos, cuyas estructuras habían saltado por los aires. En ese mismo tiempo, los carteles colombianos empezaron a desconfiar de los gallegos, especialmente por razones económicas: sus beneficios eran exorbitados, así que los colombianos decidieron asumir la totalidad del negocio, ellos mismos traerían la cocaína a España y ellos mismos se encargarían de su distribución. Así lo hicieron y así empezaron a ajustar cuentas con aquellos peones que, por unos u otros motivos, defraudaron a los carteles colombianos. Por lo demás, hay que decir que el grueso de la comunidad colombiana no era particularmente conflictiva, habían venido a trabajar honradamente a España y eso era lo que estaban haciendo. Una ínfima minoría, había criminalizado a toda una comunidad… eran los riesgos de no practicar una política selectiva de inmigración, tanto a la salida de Colombia como a la entrada en España.
Así pues, en mayo de 2003, la delincuencia “hispana” se identificaba con los narcos colombianas que operaban en nuestro país. Pero las bandas latinas, en ese momento ya se estaban organizando y extendiendo especialmente por la Comunidad de Madrid. Históricamente, el primer incidente en el que salen a relucir “bandas latinas” tiene lugar el 27 de febrero de 2002, en el instituto de la calle Maqueda en Aluche en donde dos grupos de estudiantes se enfrentaron en una riña multitudinaria. A un lado ecuatorianos y colombianos, al otro madrileños. Los incidentes habían comenzado días antes cuando los ecuatorianos y colombianos amenazaron a un estudiante madrileño, lo agredieron luego al salir de clase. La víctima presentó denuncia en comisaría.
Como es habitual, las autoridades, en este caso la Consejería de Educación, negaron la importancia a los incidentes alegando que los episodios de violencia no son habituales en este instituto… Pero los padres de los alumnos españoles opinaban otra cosa: las peleas entre estas dos bandas venían de lejos. Vecinos del barrio añadieron incluso que la mayoría de ecuatorianos y colombianos que participaron en los incidentes no eran estudiantes del centro. Llovía sobre mojado, en cualquier caso, por que existían seis denuncias policiales contra estos grupos. Y uno de los estudiantes que no participó en la pelea describió la pelea como una riña « entre suramericanos y españoles, pero nada fuera de lo normal». En 2002 “nada fuera de lo normal”. Por su parte, la policía también desmintió a la consejería de educación, afirmando mediante un portavoz que en numerosas ocasiones debieron intervenir en el centro para evitar peleas entre chicos: «Son riñas entre estudiantes de distinta nacionalidad que afortunadamente no llegan a ser graves y que suelen sucederse, casi siempre, a la salida del instituto», añaden. «En muchas de las intervenciones nos avisan los propios profesores que han oído como los chicos se citaban para pegarse», agregó. Así pues, en 2002, las autoridades autonómicas madrileñas practicaban la habitual política del avestruz: negar la evidencia creyendo que hacerlo así evitaría que el conflicto saliera a la superficie.
La legalización de las bandas
Hacia mediados del 2006, un sector de los Latin Kings daba síntomas de “debilidad”. Muchos de ellos habían resultado detenidos, buena parte de sus círculos estaban desarticulados y, precisamente porque habían crecido extraordinariamente, interiormente no todos veían las cosas de la misma manera, ni estaban dispuestos a sacrificar lo mismo. Por otra parte, algunas esferas autonómicas, especialmente en Catalunya, sostenían la necesidad de hacer algo parecido a lo que se había hecho en EEUU en los tiempos de Giuliani: romper a las bandas latinas, ofreciendo a los sectores más “sensibles” la legalización a cambio de la inmunidad por los delitos cometidos hasta entonces. Esto supondría una merma en los efectivos. Por otra parte, una de las condiciones –no confesadas, por supuesto- para entrar en la legalidad era informar a la seguridad del Estado de quienes estaban cometiendo los crímenes que a partir de ese momento se produjeran.
Esta estrategia se pone en marcha en Catalunya impulsada por el ayuntamiento de Barcelona a principios de marzo de 2005. El gobierno municipal de la Ciudad Condal permitió la reunión “semiclandestina” de 200 delegados de los Latin King de toda España para valorar las posibilidades de legalización, y por tanto, de alejamiento de cualquier actividad delictiva. El impulso venía del ayuntamiento de Barcelona que exigía para reconocerlos legalmente cuatro puntos: insertarse en la sociedad española, abandonar la violencia, dejar la clandestinidad y reconciliarse con las bandas rivales, especialmente los ñetas, con los que existía un proceso paralelo de regularización.
En marzo de 2006, según fuentes policiales, solamente estaban en activo cuatro “capítulos” de los Latin Kings en Madrid que agrupaban a unos cincuenta activistas. Desde el mes de septiembre de 2004 la policía había identificado solamente en Madrid a 400 miembros de la banda, muchos de los cuales ya estaban en prisión o procesados. El informe era altamente optimista porque indicaría que las bandas estaban prácticamente desarticuladas. Se añadía que los máximos dirigentes de la banda en España habían sido detenidos. Y así era, en efecto: Eric Javier Velastegui Jara, el jefe máximo de la banda, estaba a punto de ser juzgado por la Audiencia Provincial de Madrid, tras ser acusado de un delito de robo, otro de detención ilegal y otro más por agresión sexual por hechos ocurridos en mayo del 2003, justo cuando las bandas latinas salieron a la superficie. Pero el informe policial callaba algunas cosas.
Los cuatro capítulos de la banda implantados en la región (dos capítulos en Carabanchel -Capítulos Viracocha y Azteca-, otro en Galapagar -el Capítulo Chicago-, y otro en Villalba -el Capítulo Wolverine-, además del capítulo femenino –Amazonas- sin ubicación geográfica concreta) seguían gozando de buena salud y, tras la crisis de crecimiento inicial que se produjo entre 2003 y 2004, a pesar de las detenciones y de algunos abandonos, especialmente de miembros que todavía no estaban regularizados, seguían manteniéndose frescos como rosas (y como sus espinos).
Además, se estaba produciendo un fenómeno todavía más peliagudo. Dado el aumento sin precedentes de la inmigración andina en España (y que no tiene comparación con el seguido en ninguna parte del mundo, ni siquiera en EEUU, en donde han llegado contingentes sólo ligeramente superiores para una población seis veces mayor…), las bandas latinas habían crecido extraordinariamente, incluso antes de que sus líderes pudieran estructurarlas de tal forma que no perdieran el control sobre ellas. Además, al haberse generado una presión policial efectiva, habían aparecido, un poco por todas partes, individuos con la “estética” propia de las bandas latinas pero que, sin embargo, no estaban adscritos a la dependencia de ninguna. Simplemente, actuaban por su cuenta, sin ningún tipo de control.
Esto era lo que permitía al ayuntamiento de Alcorcón afirmar con una seriedad pasmosa en enero de 2007 que “no existían bandas latinas en la ciudad”… efectivamente, ni existían Latin Kings, ni Ñetas, ni Salvatruchas, etc, sino que existían delincuentes desorganizados, provistos de la misma estética y, lo que era peor, que se limitaban a copiar las prácticas de estos grupos. Por que lo cierto era que en Alcorcón no existirían bandas latinas organizadas, tal como decía el ayuntamiento local, pero no era menos cierto que cientos de latinos cobraban peajes para utilizar parques públicos e imponían su ley en las canchas de baloncesto. No es que existieran solamente tres bandas organizadas, sino que además de ellas existían decenas de grupos locales y, lo que era peor, una tendencia a actuar localmente como lo estaban haciendo las bandas organizadas en otras zonas.
El movimiento de las bandas latinas se había atomizado. Al carecer los grupos organizados de fuerza suficiente para arrastrar e incorporar a los grupos locales, éstos, simplemente, actuaban independientemente sin recibir instrucciones ni atenerse a ninguna disciplina. Así mismo, habían desechado los rituales, la mística y la dinámica interna de las bandas organizadas, pare quedarse solamente con el estilo exterior (la vestimenta) y las formas delictivas (robos, coacciones, pago de “peajes”, etc.).
En este contexto, la legalización de las bandas latinas era un recurso táctico, como lo era la presión policial, pero no iba a ser la solución a los problemas. Los incidentes de Alcorcón en enero de 2007, lo demostraron ampliamente. Por otra parte ¿es moral la “legalización” de grupos de delincuentes, justo para que dejen de serlo? No está claro. En el fondo, la legalización no consistía en otra cosa que en “comprar” a los dirigentes más proclives a ser “comprados”, ofrecerles el señuelo de subvenciones y prebendas para desmovilizarlos. Esto tenía una parte buena (amputar del movimiento a algunos sectores, los más oportunistas, sin duda), pero tenía una parte negativa: la “compra” era demasiado evidente… así que para desmovilizarlos a todos, había que “comprarlos” a todos. Y, a la vista de que el número de andinos residentes en España iba creciendo constantemente, utilizar esta estrategia resultaba imposible a corto plazo. Además, había que reconocer que un Latin King legalizado es como una hiena que ha renunciado a sus colmillos. Lo esencial de las bandas latinas es el proceso mediante el cual se integra a sus miembros: para entrar en la banda es preciso realizar algún acto delictivo que demuestre la lealtad y el compromiso del neófito a la banda. Así pues, por definición y por iniciación, todo Latin King es un delincuente por el mero hecho de serlo.
Esto no impidió que el 31 de julio de 2006, el tripartito catalán, a través de su departamento de justicia inscribía a la “Organización Cultural de Reyes y Reinas latinos de Cataluña” con el número 32929/1. Las instituciones catalanas consideraron el acto de la inscripción como el primer paso para lograr la integración y asimilación de los adolescentes latinos. La asociación se había constituido con fecha 7 de mayo con “objetivos sociales”: el fomento de las relaciones interculturales, la promoción de la educación en valores de defensa de los derechos humanos y de los derechos de los ciudadanos, y el favorecimiento de la participación de los jóvenes de cualquier nacionalidad en actividades de formación profesional y cultural, social y deportiva. Era la coronación a los esfuerzos iniciado en noviembre de 2004 por el Ayuntamiento de Barcelona. La nota periodística que daba cuenta de la legalización añadía la clave del asunto: “Una vez comiencen a desarrollar sus actividades sociales, la asociación podría beneficiarse de subvenciones públicas si reúne los requisitos para ello”. La legalización fue saludada con cierta euforia por las autoridades (aunque no estaba muy claro si la euforia se debía al hecho en sí o a que ese mismo día empezaban las vacaciones estivales). Harina de otro costal fue la reacción de los Mossos d'Esquadra que se limitaron a reaccionar con «prudencia» advirtiendo que pese a este paso por la legalización de las bandas latinas, seguirá existiendo un grupo dentro del cuerpo de la Policía autonómica que estudie el comportamiento y haga el seguimiento de este colectivo.
Realizada la experiencia en Catalunya quedaba ahora extrapolarla al resto de España. Y aquí aparecía otro problema, porque en realidad la inmigración latina en Catalunya era minoritaria en relación a otros grupos desde que en los años noventa, el gobierno de Jordi Pujol decidió priorizar la inmigración magrebí a la latina por motivos lingüísticos (los latinos hablaban castellano y no se esforzarían en aprender al catalán, mientras que los magrebíes si podían asumir ese esfuerzo para comunicarse con los catalanes…). La clave de la cuestión no se encontraba en Barcelona, sino en Madrid en donde en marzo de 2006 ya se habían identificado a más de 1.200 jóvenes vinculados a estos grupos. Además, en Madrid, la presión policial se había demostrado extraordinariamente eficaz
Además de los cuatro capítulo de los Latin Kings (con 150-170 activistas cada uno), en Madrid operaban dos grupos de Ñetas, además de los Dominican Don't Play, los Forty Two y los Trinitarios. Hasta ese momento, los más golpeados por la policía habían sido los Latin Kings,cuyo máximo dirigente en la Comunidad de Madrid, King Wolverine (Rey Lobezno), había sido detenido disminuyendo la actividad delictiva de la banda. A pesar de que daba la sensación de que estaba disminuyendo la actividad de los Latin Kings, lo cierto es que, globalmente, seguían produciéndose extorsiones a la población y amenazas a quienes querían abandonar la banda. Lo más llamativo era que desde enero de 2006 no se habían vuelto a producir choques entre distints bandas latinas, tan habituales hasta entonces. Esto era considerado como un síntoma de vuelta a la normalidad, cuando apenas indicaba otra cosa que una distribución de zonas de influencia pactada. Cuando se preguntaba en Madrid a los responsables policiales encargados del seguimiento de las bandas latinas, qué les parecía la legalización de los Latin Kings en Catalunya, ninguno quería valorarlas desde el punto de vista policial, alegando que se trataba de cuestiones “políticas”.
El 29 de mayo de 2007, la Generalitat del segundo tripartito, siguiendo con su política de legalización, dio la luz verde a la asociación de Ñetas con el número 34144/1 con el nombre de “Asociación Sociocultural, Deportiva y Musical de Ñetas”. Tiene gracia que también aquí, los medios, comentando la noticia y reproduciendo las declaraciones de la autoridades de la Generalitat, volvieran a destacar especialmente, lo que ya habían destacado al legalizarse los Latin Kings: “Una vez comiencen a desarrollar sus actividades sociales, la asociación podría beneficiarse de subvenciones públicas si reúne los requisitos necesarios”...
¿Cuál es el problema? En realidad, ninguna, siempre es bueno que, aunque sea por una vía subsidiada, el menor inmigrante se integre en la sociedad de acogida. Ahora bien ¿bastará un simple subsidio a una asociación cultural y a sus dirigentes para integrar a toda una comunidad? El ayuntamiento de Barcelona tomó como referencia la política de Rudolf Giuliani en Nueva York para vencer a las bandas latinas: la zanahoria por un lado (legalizar a los legalizables) y el palo por otra (presionar policialmente al resto). La primera táctica ha sido adoptada entusiasticamente por las autoridades políticas (y percibida con recelo por autoridades policiales) según el “modelo americano”… pero no era a América hacia donde había que haber mirado, sino a la vieja Europa, especialmente a Francia en donde esta política ya se había aplicado sobre lo que allí se llama las “bandas étnicas”, fracasando estrepitosamente. La “intifada” de noviembre de 2005 en Francia selló el fracaso absoluto de esta política. Cuando se subvenciona la integración, lo que se está haciendo es generar una red de intereses que aspira a vivir de la teta del Estado. Si hay que subsidiar la integración, es que ya no es integración, sino “compra”. Los inmigantes españoles en Francia y en Alemania no recibieron ni un franco ni un marco para integrarse en una sociedad en la que, por lo demás, cuando llegaron a esos países, ya estaban próximos. No hay mejor integración que la que se genera espontáneamente. Por eso somos altamente pesimistas ante las posibilidades de integración de quienes no aspiran a integrarse más que para disfrutar de subsidios.
Así son ellos. Así no los queremos entre nosotros
A mediados de junio de 2005, la policía había logrado identificar a 407 adolescentes miembros de bandas latinas, todos ellos fanáticos del hip-hop y del reggaeton, vestidos con sus ridículas ropas anchas y de entre 15 y 17 años. De los 407 identificados solamente a 48 lograron demostrarles algún delito. Frecuentemente pertenecían a familias desestructuradas o bien en las que el padre, al trabajar largas jornadas, apenas coincidía con ellos. El fracaso escolar es habitual en ellos y en su entorno y, muchos de ellos habían optado por no ir a clase.
A las bandas latinas les importa muy poco quien es “el enemigo”: españoles, otras bandas similares hispanas o bien otros grupos de adolescentes inmigrantes no hispanos. No importa: lo importante es que, día a día, estén en condiciones de hacer alardes de virilidad, valor para ellos e irresponsabilidad para la sociedad. No se les puede considerar atracadores ni delincuentes sistemáticos, en realidad, roban para satisfacer sus gustos: comprar droga, bebida o simplemente proverse de cadenas de oro y de ropa absurda. Siempre han demostrado cierta preferencia por los teléfonos móviles de gama alta y, especialmente, por “controlar” zonas urbanas concretas, especialmente parques públicos o canchas de baloncesto.
Madrid, en donde la inmigración iberoamericana es mayoritaria, fue el primer foco de difusión de las bandas latinas en España. Los Latin King se establecieron en: Carabanchel, Usera, Villaverde y Tetuán a lo largo de 2002 y salieron a la superficie a principios del año siguiente; en cuanto a los Ñetas, eran fuertes en Vallecas y luchaban por estar implantados en los mismos barrios que los Latin Kinas.
Los Latin King (Reyes Latinos) nacieron en Chicago en la lejana década de los cuarenta, ciudad históricamente muy propensa a la delincuencia organizada. Mientras se mantuvieron aquella ciudad no tuvieron gran repercusión; tuvieron que establecer sus primeros núcleos en Nueva York –ciudad mucho más importante desde el punto de vista “cultural”, y que “marca tendencias”- para que se hablara de ellos hasta la saciedad.
En España las bandas no solo las forman individuos de una sola procedencia, sino que podemos encontrar nacionalidades de toda Iberoamérica, filipinos, magrebíes e incluso españoles en sus filas. Los Latin Kings españoles son, en su mayoría, hijos de ecuatorianos. Visten de negro y amarillo, lucen collares de oro o dorados, organizados a modo de las “hermandades” de estudiantes americanas (en absoluto violentas) han adoptado de ellas el uso de códigos internos de reconocimiento. Se saludan con tres dedos en forma de corona. Su música es el Rap. Hacen gala de cierto misticismo enfermizo del que el nombre de su libro de referencia ya es significativo, “La Biblia de los LK”. Siguen una especie de religión que mezcla el Rap con jaculatorias y oraciones a la que llaman Kilgim. Su fundador, King Eric, como no podía ser de otra forma, está en la cárcel, acusado de violación, robo y extorsión.
Los Latin Kings, inicialmente no eran otra cosa que una asociación de autodefensa como fueron la mafia siciliana o la camorra napolitana. De hecho, siguieron el mismo proceso degenerativo que estos grupos. En los años 70 ya se habían visto envueltos en actividades ilegales y narcotráfico. No es raro, pues, que los Latin Kings en su actual configuración, nacieran del presidio de Connecticut, cuando dos internos, Félix Millet y Maximiliano Suarez, crearon “The Almighty Latin King Nation” (La todopoderosa nación de los reyes latinos) y redactaron un manifiesto, “The King Manifesto”, racimo de reglas y normas de comportamiento de los integrantes. A principios de los noventa, la banda ya estaba presente en las grandes ciudades con tribus que llevaban nombres de animales relaccionados con el poder y la agresividad. Su jerarquía era muy elaborada: primera corona, segundo corona, Señor de la guerra, Consultor, Tesorero y Soldados. ¿Su objetivo? Crear el “Imperio Latino”.
Los Ñetas habían aparecido en 1979 como una organización en pro de los derechos de los presos en la prisión de Oso Blanco en Puerto Rico. En realidad, apenas era otra cosa que un grupo de autodefensa contra otra banda rival, los llamados "G'27" (Grupo 27) o los Insectos. Su fundador, Carlos Torrer Iriarte, alias “La sombra”, fue asesinado poco después. Su símbolo es una corona de 4 puntas y sus colores el rojo y el negro o el azul y el blanco. Muchos de sus miembros llevan un corazón tatuado con una “Ñ” en el interior.
La tercera banda en orden de importancia implantada en España son los “Mara Salvatruchas”, grotesco nombre que se esconde en ocasiones tras las siglas MS-13. Inicialmente, sus integrantes ean salvadoreños que habían huido de la larga guerra civil que ensombreció a aquel país entre 1979 y 1992. En el ambiente de los salvadoreños emigrados a California desde principios de los años ochenta, se gestó esta banda que en pocos años consiguió extenderse a las principales ciudades de los EEUU, ampliando su base a otros grupos nacionales (hondureños, guatemaltecos, ecuatorianos, peruanos y mexicanos). En la jerga salvadoreña, “mara” equivale a “pandilla” (procede de la palabra “marabunta”). En cuando a “salvatrucha” es sinónimo de “listo” o “espabilado”. Y no deben serlo tanto, cuando los miembros de este grupo, a poco de aproximarse a él, suelen caer en adicciones a drogas de diseño, haschís cocaína.
En realidad, todos estos grupos no son muy interesantes. Su organización, dinámica y actividades, remiten constantemente a cualquier banda de delincuentes organizada. Parecía evidente que en una sociedad anglosajona y en un período temprano como era el Chicago de los años cuarenta, los inmigrantes latinos, pocos y extraños al universo norteamericano, se sintieran marginados y buscaran agruparse para ayuda mutua. Es mucho menos justificable el que, progresivamente, terminaran deslizándose por el camino de la delincuencia y mucho más aun el que en la España del siglo XXI, carente por completo de prejuicios étnicos y que, por lo demás, comparte, lengua y cultura con Iberoamérica, los jóvenes inmigrantes en nuestro país debieran agruparse en “bandas”. Además, cuando estas bandas llegan a España (a principios del siglo XXI), ya está demasiado marcado su carácter delictivo como para que alguien se llame a engaño, ni dentro ni fuera de las bandas.
Ahora bien, los cuerpos policiales y los sociólogos que han seguido el fenómeno, indican que la justificación de los miembros de estas bandas para integrarse en ellas es la “añoranza de su país” y la “sensación de destierro”. Y vale la pena considerar estos dos argumentos por que son, en realidad, cierto (aunque no en la medida en la que los interesados pretenden demostrar: también entran en juego otras consideraciones igualmente objetivas, la sensación de sentirse fuertes, de encontrar complicidades para sus acciones delictivas, los beneficios que reporta el robo y las exacciones, etc.).
Los jóvenes hispanos miembros de estas bandas no han elegido venir a España, simplemente, sus padres les han traído. Parachutados en un país distinto y que no es el propio, experimentan un complejo de inferioridad. Sus padres y ellos tienen que partir de cero, mientras que los autóctonos poseen lo que ellos anhelarían. No están en su país: albegan una oscura sensación de destierro a la que se une, además, el haber sido educados por sus abuelas, no por sus madres (estas trabajaban) o por sus padres (no estaban en el hogar por distintos motivos). Además, son adolescentes y, como todo adolescente, experimentan un cambio hormonal que los hace incontrolables. La combinación de estos tres fenómenos (crisis familiar, crisis de añoranza y crisis de adolescencia) forman un combinado explosivo del que las bandas latinas son su cristalización. Desde el principio de este trabajo hemos repetido esta idea: “la inmigración es un drama” y entre los adolescentes latinos este drama es triple.
Habitualmente, el padre es el primero en emigrar. Los hijos llegan cuando todavía no han podido asumir ni entender dónde está España. Albergan la sombría sensación de estar perdidos en no se sabe donde. Además, sus padres no viven tan bien como ellos habían creído entender por sus cartas o por sus conversaciones telefónicas. Llegan agotados del trabajo y están casi todo el día fuera de casa. Además, se habían encariñado con las abuelas que los mimaban y trataban a cuerpo de rey administrando los euros enviados por los padres. Pero estos euros tienen un valor en un Guayaquil y otro muy distinto en Madrid. En los meses anteriores al viaje, los adolescentes se habían forjado falsas expectativas. Creen que Europa es como han visto en la TV y resulta que no. Una vez aquí, van a parar a barrios, en cierta medida, sórdidos, alejados de los amplios espacios de sus países de origen, albergados en pequeños apartamentos en bloques superpoblados y siendo mirados con desconfianza por los vecinos. Además, creían que iban a hablar la misma lengua y resulta que tampoco es así: en Catalunya les cuesta adaptarse a la política lingüística de la Generalitat.
Solamente pueden superar estas sensaciones negativas a través de la integración con los compañeros y amigos de estudio y de la tarea de los pedagogos. Pero el sistema educativo español está en crisis desde hace más de dos décadas, los profesores desmotivados y desorientados por el cambio de paisaje étnico en las aulas. Por que no son sólo latinos y españoles los que comparten pupitres, son magrebíes, eslavos, pakistaníes, chinos, subsaharianos, un batiburrillo étnico en el que los niños tienen a agruparse por sus “semejanzas”, esto es, por la raza y la lengua. Basta con que estalle un pequeño incidente con cualquier otro grupo étnico como para que cada uno se refuerce en el propio sistema de identidades. A partir de ese momento, el adolescente descubre quien “es como él”, quien se solidariza con él y quien le tiende la mano. De ahí a la banda no hay más que un paso. En el momento en el que el joven hispano adopta los signos identitarios de “su bando” (bando, no banda), una música (el rap, el reggeaton), una vestimenta (gorras, camisolas y pantalones anchos), ya ha entrado en el mundo de las bandas aunque no pertenezca formalmente a él. Sus posibilidades de integración disminuyen a medida en que aumenta su proximidad e identificación con los aspectos más problemáticos y radicales de su grupo étnico. El proceso es siempre el mismo: al salir de clase, un día, se encontrará a algún latino como él que le ofrecerá acompañarles a jugar al futbol, a beber unas cervezas a tal o cual plaza y escuchar música. Hay un alto porcentaje de posibilidades de que esos grupos no sean bandas, pero actúan como tales. No es cierto que sean tomados por “desconfianza racista” por bandas latinas por la población autóctona, es que esos grupo tienen la misma estética que las bandas, actúan como las bandas… luego, sin bandas, aunque formalmente no estén estructuradas como tales.
El balance de las bandas a 30 de junio de 2007
Es difícil decir a partir de 2003 cuantos muertos han causado las bandas latinas en el curso de sus actividades en España, o cuántos delitos han protagonizado. Ha habido crímenes en Barcelona (Hospitalet de Llobregat) y en Madrid, han proliferado (especialmente en Madrid) choques entre bandas rivales y se han identificado a casi 2000 miembros de estas bandas que actualmente aportan un contingente de 300 miembros a las instituciones penitenciarias.
El estallido de las bandas y el que muchos adolescentes latinos hayan adoptado la estética de las bandas, hace imposible cuantificarlas y prever su evolución. Si las bandas organizadas parecen experimentar una fase de reorganización, lo que no ha disminuido son las prácticas propias de estas bandas: extorsión, cobro de peajes, y aumento de la conflictividad en las aulas.
¿La legalización? Auguramos una repercusión limitada a esta medida y quizás el hecho de que dentro de unos meses estas asociaciones registren un bajo o bajísimo nivel de actividad. La legalización, en el mejor de los casos, resolvería apenas una mínima parte del problema, pero no la totalidad del problema, ni su fondo.
El fondo de la cuestión es el drama de la inmigración… y éste no tiene solución. No hay absolutamente ninguna medida que pueda hacer que los adolescentes inmigrantes superen su crisis de adolescencia, no hay nada en el mundo que pueda salvar la añoranza por su tierra natal, nada que sea capaz de remontar las limitaciones salariales de sus padres, ni el alto coste de la vida de nuestro país, nada absolutamente, puede disminuir las agotadoras jornadas laborales de sus padres, ni su ausencia del hogar, y nada puede hacer que las modas y músicas agresivas y el consumo de drogas, desaparezcan del entorno de esta comunidad. A fin de cuentas, tampoco nada puede hacerse para salvar el agónico sistema de enseñanza pública española.
Así pues, la legalización de unos pocos no implica la integración de todos los demás. Los sucesos de Alcorcón en enero de 2007 evidencian la naturaleza del problema, con o sin bandas, la integración de los adolescentes de origen latino es problemática.
(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es
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