Doce años que cambiaron la geopolítica. (VI de VII). 5. Las doce aristas del mundo cúbico (a)
Infokrisis.- En nuestro análisis pormenorizado de la mutación que está sufriendo el sistema mundial, llegamos a aspectos concretos. Antes hemos definido la actual situación como el tránsito del mundo esférico al cúbico. Ya hemos definido el significado de cada una de las seis caras del cubo, ahora vamos a abordar el análisis de la problemática de las doce aristas que unen a sus caras.
5. Las doce aristas del mundo cúbico
Ahora bien, cada una de las caras de este modelo cúbico no es interiormente uniforme. Como en la figura geométrica, existen unas “aristas”, los segmentos de contacto entre cada una de las caras que nos ayudará a entender con más precisión el “mapa” de los tiempos modernos. Las seis caras definen doce aristas.
1) Los damnificados de la globalización con los actores energéticos y científicos.
Los propagandistas de la globalización y aquellos otros que no se sienten con fuerzas de oponerse a la tendencia general, anuncian el fenómeno como aquel en el que todos saldremos beneficiados y nadie resultará perjudicado, como máximo más que en períodos muy breves. Esto se ha demostrado absolutamente falso. Para quienes pierden el tren de la globalización, les resultará muy difícil volver a acceder a él. Así pues existen, lo que hemos dado en llamar, damnificados de la globalización, aquellos que no solamente se benefician del proceso, sino que, además, resultan extraordinariamente perjudicados. Hoy estas mentiras cuestan mucho más de mantener que hace una década. Y dentro de un lustro será mucho más evidente que el rechazo a la globalización no es solamente obra de unas minorías disidentes, crême de la crême de la intelectualidad occidental, antiguos izquierdistas tripudos, canosos y barrigones, y unos cuantos jóvenes díscolos.
En Europa y EEUU, ya han quedado fuera de la globalización amplios sectores sociales sin formación suficiente para competir en el mercado laboral o con una formación inadecuada. Por lo demás, aunque dispongan de esa formación, incluso técnico y científica, eso no les garantiza el acceso al mercado de la vivienda –por ejemplo- ni siquiera a trabajos estables y bien remunerados. La posibilidad de ahorro se esfuma. La seguridad también. En cuando a jóvenes sin esa formación, el trabajo les resulta ya hoy un bien escaso y el salario ni siquiera salva de la precaridad. Además se une otro fenómeno a tener en cuenta. Mientras que los jóvenes del Tercer Mundo han nacido y vivido en plena precariedad, eso mismo no ocurre entre los jóvenes del Primer Mundo que han conocido y vivido, en una abundancia más o menos sostenida y, van a reaccionar mal ante el proceso de pauperización que les aguarda y que solamente será paliado con la caridad pública, los subsidios, el trabajo negro y el apoyo de los padres hasta edades muy adultas. La mutación sociológica que va a tener lugar no puede escapársele a nadie. Por otra parte, estos jóvenes de escasa cualificación laboral, van a tener que competir en el mercado del trabajo con legiones de inmigrantes dispuestos a vender su fuerza de trabajo aún más barata.
En cuanto a las distintas zonas del Tercer Mundo, la situación es mucho peor, incluso. La situación es particularmente grave en África, incluso en las zonas –como Guinea Ecuatorial- en las que el PIB ha crecido más en los últimos años gracias a la existencia de cuencas petroleras. Los contratos firmados por los gobiernos, inevitablemente autoritarios, sanguinarios, dictatoriales y siempre no democráticos, y las compañías petroleras, siempre ha aportado ingresos miríficos para esos países, que, inevitablemente, han sido distribuidos en los entornos del poder. Tales ingresos, por otra parte, han tenido como efecto colateral, el que los gobiernos autoritarios africanos han reforzado sus estructuras y se han aferrado más y mejor al poder, gracias a medidas represivas y a los medios técnicos para reforzar la represión, adquiridos gracias a la riada de ingresos petroleros. Paradójicamente, el petróleo termina siendo una maldición. Situaciones similares se dan en el Cáucaso, Arabia Saudí, Irak y las cuencas petroleras de Iberoamérica.
Pero en donde la bolsa de damnificados por la globalización va a ser más extensa es en aquellos países del Tercer Mundo, especialmente en los países que actualmente tienen las tasas de desarrollo más altas (China, India, Corea del Sur) pero donde apenas existen asociacionismo laboral, unido a una alta demografía. En estos países, los trabajadores están condenados a ser verdaderas máquinas de producir, desconociendo prácticamente lo que son las coberturas sociales y los subsidios de desempleo. Lo exiguo de sus salarios, tampoco les va a permitir vivir una economía que vaya mucho más allá de la de subsistencia.
Los damnificados de la globalización, difícilmente soportarán su situación eternamente. A los países en vías de desarrollo todavía les queda vivir el período de las incipientes luchas sindicales, la organización para la defensa de sus intereses, que la clase obrera europea y norteamericana ya vivió entre 1848 y 1950. Esto no dejará de sembrar el proceso de globalización en los próximos años de inestabilidad social y, muy probablemente, de luchas civiles en esos países.
En cuanto a Europa, en la actualidad, se mantiene todavía el equilibrio, gracias a dos factores de desigual importancia pero igualmente relacionados: de un lado el que los jóvenes se han habituado a vivir con sus padres, retrasan el máximo posible su emancipación y por supuesto el contraer matrimonio y tener hijos. De otro lado, los marginados de la globalización van a tener que competir en Europa con la inmigración. Lo que nos lleva a la segunda arista.
2) Los damnificados de la globalización con los actores tradicionales.
Las dos tendencias espaciales más acusadas del fenómeno globalizador son: de un lado, un fenómeno de Oeste a Este, que supone el traslado de los plantas de ensamblaje de manufacturados de Europa Occidental hacia Asia y de otro lado, un fenómeno de Sur hacia el Norte, protagonizado por la inmigración, tanto hacia Europa Occidental como hacia los EEUU. Estos dos fenómenos son aparentemente contradictorios, pero en su conjunto tienen como resultado el abaratamiento de los costos de producción y de los servicios: al haber más mano de obra a causa de la inmigración, el coste del valor salario disminuye; al mismo tiempo, al haberse desplazado las plantas de montaje a donde los salarios son más bajos y las coberturas sociales inexistentes; así se pretende abaratar los precios para los consumidores del primer mundo especialmente y aumentar los beneficios simultáneamente de los consorcios industriales. A nadie se le escapa que esto puede llevarse hasta cierto límite, pero no más allá.
La idea de los defensores de la globalización es que los puestos de trabajo que se pierdan en el Primer Mundo a causa del traslado de las factorías, se recuperará en otros terrenos de la economía, especialmente en el sector servicios. Pero es una ilusión, por lo demás, peligrosa: las “naciones de servicios” difícilmente podrán estar en condiciones de sobrevivir en caso de que un desajuste en el sistema mundial (a causa de una epidemia, por ejemplo, que interrumpa los flujos comerciales de Este a Oeste, o bien a causa de revueltas e inestabilidad política que pueden estallar en los países “fabricantes”). Bruscamente Europa puede encontrarse con que el abastecimiento de maquinillas de afeitar fabricadas o que las últimas hilaturas radicadas en Europa, no pueden tejer más mantas ni tejidos, que sustituyan a las fabricadas en China a causa de la interrupción de flujos comerciales a causa de una eventual inestabilidad política. Otro tanto puede ocurrir con alimentos traídos del Tercer Mundo. Eso supondría la carestía para Europa, el alza insoportable de los precios y los descontentos sociales que podrían llegar a producir disturbios y aumentar la inestabilidad política haciendo aumentar el peso de las opciones radicales y concluyendo en Europa el período histórico iniciado tras la II Guerra Mundial en la que el sistema se mantenía gracias a una columna de centro-derecha y otra de centro-izquierda que se iban alternando en la gestión del poder.
El fenómeno de la inmigración masiva no hay que olvidarlo como germen de futuros conflictos étnicos, religiosos y económico-sociales en la UE y en los EEUU. La inmigración ha resultado ser un fenómeno globalmente negativo, desde el momento en el que ha sido instrumentalizado –como veremos- por las mafias y no respondía ya a las necesidades de las economías receptoras. Desde hace ya muchos años, la inmigración ha llegado en contingentes que el mercado laboral de Europa Occidental ya no podía absorber. El humanitarismo y el progresismo de las clases dirigentes, especialmente de izquierdas que calculaban, en un gesto absolutamente irresponsable e ingenuo que la inmigración se iba a convertir en la “nueva clase obrera”, que actuaría como electorado de sustitución a la clase obrera europea tradicional, cada vez más conservadora y progresivamente reducida, ha constituido el gran “efecto llamada” que se registra desde principios de los años 80 y que solamente hace siete años hizo sentir sus primeros efectos en España.
Problema étnico-identitario, problema social, problema de integración cultural, problema religioso en el caso de los musulmanes, a todo ello, además, se unen profundos desajustes generados por la imprevisión de las autoridades: en España en apenas ocho años han ingresado cinco millones de inmigrantes. Este contingente, sin precedentes en Europa, explica la inmensa mayoría de los desajustes que está sufriendo nuestro país: en el terreno de la educación, en la seguridad ciudadana, en el alza de los precios de los alquileres y de la vivienda de compra, en el aumento del consumo de energía eléctrica (con los subsiguientes cortes del suministro en períodos álgidos del invierno), en el aumento desmesurado de los costes de la sanidad pública y del déficit que en este terreno tienen las comunidades autónomas, en la violencia doméstica, en la sobrecarga brusca del aparato de justicia, del aparato penitenciario, en el aumento brutal de los presupuestos de asistencia social…
Esto es lo sorprendente: que la inmigración ha generado todos estos desajustes, que el Estado ha debido financiar y enjugar (es decir, gracias a la contribución impositiva de todos los españoles), algo que solamente ha repercutido positivamente en sectores empresariales muy concretos: en la patronal de hostelería, en la patronal de la construcción, en la patronal agraria, y en el sector de telecomunicación e hipotecario… En otras palabras: los prejuicios de la inmigración nos afectan a todos, los beneficios solo a unos pocos.
La misma perspectiva se da en otros países europeos y en EEUU. El límite extremo de este proceso no puede ser otro más que las repatriaciones forzadas y la interrupción del efecto llamada mediante políticos “brutales” de reversión del fenómeno que ya empiezan a despuntar en países como Suiza que, por referéndum, ya permiten el encarcelamiento de inmigrantes entrados ilegalmente. La inmigración es uno de los grandes problemas que van a tener que afrontar los Estados occidentales y que, más vale que todos nos vayamos haciendo a la idea, de que va a causar tensiones desconocidas desde hace décadas.
3) Los damnificados de la globalización con los actores emergentes.
La cara del cubo correspondiente a los actores geopolíticos emergentes tiene en su parte superior a las élites económicas y financieras de esos países y en su parte media y superior al resto de la población. En estos países la característica sociológica principal es que el desarrollo económico se ha iniciado sin que existiera una clase media potente. Esto ha impedido el que se consolidaran democracias formales, más o menos estables. Salvo la India –en donde, por lo demás, la corrupción, como veremos, es omnipresente y supera a los estándares occidentales- en el resto de lo que hemos llamado “actores emergentes” no se perciben más que tenues rastros de democracia representativa. Y eso seguirá así, mientras no exista una clase media potente tanto desde el punto de vista cultural como desde el punto de vista político.
El argumento que sostiene que la evolución del capitalismo en Europa se produjo en idénticas circunstancias, es falso y mendaz. En principio, cuando el capitalismo irrumpió en Europa ya existía un burguesía pujante derivada del poder gremial del Renacimiento y del ejercicio del comercio durante generaciones. Además, tras este poder, existía un poder cultural –la ilustración primero, la masonería después- que se convirtió en un verdadero laboratorio de ideas y proyectos. Cuando irrumpió el capitalismo en Europa, lo hicieron también movimientos utopistas, carbonarios, socialistas y comunistas utópicos, libertarios, que, frecuentemente, no estaban solamente compuestos por miembros de las clases trabajadoras, sino que, inicialmente, con mucha más frecuencia, correspondían a intelectuales, miembros de la alta burguesía y de la burguesía media, que, frecuentemente, terminaron siendo empresarios dotados de un sentido humanista. La imagen de las hilaturas inglesas con niños trabajando 18 horas al día, constituyó solamente un momento –por lo demás, muy puntual- del capitalismo inglés pre-victoriano, en absoluto una constante. En muchos de los capitalistas de la primera revolución industrial existía, o bien la influencia de la doctrina social de la Iglesia (que condenaba la explotación, el hacinamiento, el sobreesfuerzo, el trabajo de menores, la falta de coberturas sociales) y el hecho de que muchos de estos capitalistas, estaban influidos por ideas sociales de tipo progresista. La existencia de “colonias industriales” en el último tercio del siglo XIX y la primera mitad del XX, supuso que el empresario, no solamente daba trabajo, sino que también aportaba seguridades de vivienda, enseñanza para los hijos, economatos, etc. Por otra parte, hay que recordar que la oposición al reconocimiento del sindicalismo fue más fuerte en los países anglosajones que en la Europa continental.
Estos motivos hicieron que el “arranque” del capitalismo en Europa –aun cuando no hay que olvidar las situaciones de explotación, e incluso de sobreexplotación que se dieron en algunos casos o, lo que es peor, de pistolerismo patronal frente a los brotes de anarcosindicalismo y de pistolerismo obrero que también existieron- fuera mucho más “sostenible” que el desarrollado en la actualidad en los países del Tercer Mundo. En efecto, en estos países, por los motivos que sean, no existe una burguesía nacional digna de tal nombre. La clase media está casi por completo ausente, o bien, como es el caso de Iberoamérica, las oscilaciones político-económicas, la han, literalmente, desmantelado y reducido a la mínima expresión, o bien han iniciado un proceso de proletarización del que ya no pueden salir.
Junto a la práctica inexistencia de clase media, en los actores geopolíticos emergentes encontramos otro factor sorprendente y destacable: la polarización extrema de las rentes, entre una minoría extremadamente rica a un lado y otra extremadamente pobre a otro. Nosotros mismos percibimos esta realidad a principios de los años 80 en Iberoamérica: bastaba situarse en el centro del Country Club de Caracas, situado en el lugar más lujoso y exclusivo de la capital, para mirar alrededor y percibir como la ciudad estaba rodeada por un cinturón de miseria que volvimos a encontrar en Lima, en donde desde el aeropuerto de la ciudad hasta la acera inmediatamente anterior del Hotel Sheraton era una sucesiòn interminable de barracas y chabolas pobladas por depauperados, o bien en Bogotá donde desde lo alto del hotel Tequendama podían percibirse los barrios depauperados situados a pocos metros, por no hablar de los barrios de Obrajes y Calacoto de la capital boliviana, que contrastaban por su opulencia con los altos que rodean la ciudad, poblados por mestizos e indígenas. Hemos visto idénticas paisajes en prácticamente toda África subsahariana y en la inmensa mayoría de países árabes. La constante de estas zonas es que sólo parece haber lugar para los muy ricos o para los muy pobres, estando las clases medias, reducidas al mínimo. Y, en el actual estado de cosas, el crecimiento de la clase media solamente se está produciendo de manera muy lenta y limitada, sin excluir que puedan ocurrir eventuales recesiones.
La inestabilidad climática que, más o menos, se vive en todo el planeta, genera migraciones constantes del campo a la ciudad: en Marruecos se sabe que cada año de sequía –y van varios- genera la migración de medio millón de campesinos a los arrabales de las grandes ciudades. Pero el fenómeno es universal: lo encontramos entre los campesinos ecuatorianos, peruanos y bolivianos, lo volvemos a encontrar entre los campesinos chinos e hindúes, en Turquía y Senegal…
Lo que hemos dado en llamar “actores emergentes” basan su desarrollo en el comercio y las manufacturas esencialmente. Esto hace que los beneficios obtenidos puedan invertirse en sectores estratégicos, empezando por el armamentístico. En realidad, los actores emergentes tienden a ser potencias militares de alcance regional (China, India, Corea del Sur, Irán, Venezuela, Brasil…) que tienden a desarrollar una industria bélica propia. Es precisamente el rearme de estos países el que multiplica su importancia estratégica mucho más allá de su importancia productiva. El paradigma de estos países es, desde luego, Irán y su campaña de rearme nuclear y convencional.
Este grupo de países sufre una deficiencia notable: carecen de experiencia en los terrenos del desarrollo. Al anteponer el desarrollo económico a cualquier otra necesidad, corren el riesgo de generar a corto plazo catástrofes mediambientales similares a las que sacudieron las dos últimas décadas de la URSS en la zona del mar de Aral. Por otra parte, el abandono sistemático de tierras de cultivo corren el riesgo de convertirse en un factor de modificación del clima, con tanto impacto como la tala sistemática de árboles en la Amazonia o la negativa a aplicar el protocolo de Kyoto por parte de los EEUU.
Buena parte de estos países, además, son productores de inmigración. Una inmigración que se va para no volver. La mayoría de inmigrantes, al llegar a Europa, permanecen absolutamente fascinados por lo que aquí encuentran, especialmente porque, aun a pesar de existir focos incipientes de racismo, su nivel de vida y su dignificación como personas, son incomparables con las situaciones de opresión, miseria, desprecio, violencia y abandono, que vivieron en sus países de origen. Por eso muchos entran, pero pocos quieren volver. Países como Bolivia o Ecuador han perdido el 25% de su población en apenas diez años en flujos migratorios orientados hacia distintos horizontes. Otros, como los del Magreb, quedarían, literalmente, vacíos, si todos los que desearan irse (más de un 50% de la población) pudiera hacerlo. De todos los países del mundo, sin duda Colombia, es el que registra una intención migratoria mayor de todo el mundo. Nuestra experiencia directa nos induce a pensar con poco margen de error, que entre el 75 y el 80% de la población colombiana desearía emigrar a cualquier lugar del Primer Mundo, aun sin saber exactamente lo que iban a encontrar allí.
Los países emergentes aportan impresionantes contingentes de población situada en la arista con los damnificados de la globalización. Esa arista representa la convergencia de la miseria entre los que no tienen nada y pertenecen a países en los que no son nada y aquellos otros excluidos de sus propios países y erradicados de la más mínima posibilidad de promoción.
4) Los damnificados de la globalización con la neodelincuencia.
Al igual que la arista anterior la que une a los damnificados de la globalización con la neodelincuencia es particularmente evidente. La falta de perspectivas económicas, lo poco rentable de la mayoría de los cultivos, y la precariedad, hace que el instinto de supervivencia se imponga sobre la ética y la moral. Cada vez más, gentes que, en condiciones normales, jamás habrían entrado en los circuitos de la delincuencia, terminan por engrosar en niveles de base, las filas de la neodelincuencia. La necesidad crea el órgano y cuando se trata de la supervivencia, cualquier posibilidad, por peligrosa que sea, termina siendo considerada.
El drama estriba en que mientras unos sectores de los países en vías de desarrollo termina en la inmigración o en la pauperación, otra, menor en número, pero no desdeñable, ingresa en los circuitos de la delincuencia. Sería impensable que los carteles del narcotráfico tuvieran el peso que han llegado a tener, de no ser por lo rentable del cultivo de la coca. Los proyectos de sustitución de éste cultivo por otros, de carácter convencional –como el café- no han logrado cuajar: el beneficio que aporta la coca es mucho mayor. En los años 80, la guerrilla marxista-leninista-alucinada de Sendero Luminoso llegó a pagar por anticipado los cultivos de coca a los campesinos de Ayacucho. Para el campesino afgano, el cultivo de la adormidera es un negocio mucho más rentable que cualquier otro, y otro tanto ocurre para el rifeño marroquí, que, además, goza del apoyo de un decreto de Mohamed V, abuelo del actual monarca, para cultivar hectáreas de hachís a su antojo. En general, estos campesinos no salen de la pobreza gracias a estos cultivos, pero si es rigurosamente cierto que viven mucho mejor que quienes han decidido solamente trabajar cultivos “lícitos”.
Gracias a la pobreza de los campesinos, el narcotráfico encuentra fácilmente su materia prima. Y la paga bien. Ni el cultivo de la naranja en Marruecos, ni el del café en Colombia, Bolivia o Perú, ni el de los cereales en Afganistán, suponen el nivel de ingresos que el de los cultivos “ilícitos” que caracterizan a todos estos países. Por otra parte, la propuesta que ha recorrido transversalmente distintos gobiernos bolivianos sobre la posibilidad de que el Estado, a través de un “Estanco Nacional”, comprara a precio de mercado la totalidad de la producción de hoja de coca y la orientara hacia la industria farmacéutica, los refrescos, el consumo interior o cualquier otra aplicación “lícita”, es ilusoria: tanto el Estado Boliviano, como cualquier otro, son extremadamente débiles como para pensar que podrían asumir esta tarea. Todo lo contrario: los niveles de corrupción y la debilidad endémica de todos estos estados les haría imposible cumplir su cometido.
No hay que olvidar que tras el negocio de la droga –que en la actualidad mueve tanto dinero como el del armamento- ya no se encuentran pequeños núcleos de delincuentes que actúan amparados en sus propios recursos, sino carteles propietarios de grandes recursos económicos y, frecuentemente, capaces de rivalizar con los Estados en los que desarrollan su actividad. El narcotráfico es hoy un inmenso poder económico y coercitivo, en el Primer Mundo y, no digamos, en sus países de origen. Las industrias delictivas han pasado de un nivel artesanal a un nivel multinacional, implicando esta transformación una formidable acumulación de capital y de poder. Por eso, determinado tipo de delincuencia ya no puede ser tratado, medido, ni llamado como la anterior: estamos ante nuevos tipos de delincuencia. Por eso le hemos llamado “neodelincuencia”.
La mafia siciliana, la n’dragheta calabresa, la camorra italiana, la garduña sevillana, todo el bandolerismo español del siglo XVII-XIX, etc., eran asociaciones de autodefensa de esas comunidades, situadas al margen de la ley, pero integradas en la dinámica de esas sociedades. Puede entenderse este tipo de actividad fuera apoyado y considerado como “propio” en esas comunidades. Nada de todo eso caracteriza hoy a la neodelincuencia. Ni siquiera los carteles de la droga actuales tienen mucho que ver con los que aparecieron a finales de los años 70. Hasta que las necesidades de financiación de la contra nicaragüense abrieron un canal al tráfico de cocaína desde Colombia a los guetos negros, los “narcos” colombianos se encontraban en un desarrollo artesanal. Había destacado algún pequeño y excéntrico líder, pero, en general, solamente puede hablarse de narcotráfico internacional a partir de 1983. El proceso de formación de los carteles de Medellín y Cali, supuso el tránsito a la etapa industrial. Pero, la acción policial combinada logró desmantelar lo esencial de dichos grupos delincuenciales. Hacia mediados de los años 90, se produjo la recomposición del narcotráfico sobre la base de carteles mucho más discretos que no solamente agrupaban a los “delincuentes” que sobre el terreno compraban la materia prima, la procesaban, la transportaban y la distribuían, sino que apareció la “neodelincuencia” formada por asesores financieros, policías y magistrados corruptos, dirigentes políticos financiados por los narcos, que les abrían puertas, les daban seguridades, los cubrían y les facilitaban información privilegiada para sus inversiones.
Cuando los EEUU propagaron su teoría sobre los “Estados Canallas” y los “Estados Gamberros”, incluían en los primeros a aquellos que habían caído en manos de los narcotraficantes y daban como ejemplo a la República Islámica de Afganistán controlada por los talibanes. Era falso. De hecho, los talibanes lograron que la producción de adormideras se redujera a mínimos históricos. Ha sido luego, tras la invasión norteamericana, cuando el gobierno de Karzai no ha podido impedir –o, simplemente, no le ha interesado- el recrudecimiento del cultivo de la droga.
Lo que sí resulta rigurosamente cierto es que en Colombia –y no solamente en Colombia, sino con mucha más frecuencia incluso, en África- existe una colusión entre movimientos guerrilleros y delincuencia vinculada al narcotráfico. Desde hace un década las distintas guerrillas colombianas, siguiendo los pasos de la guerrilla peruana de Sendero Luminoso, se convirtieron en “narcoguerrillas”: la primera –y casi única actividad- de las FARC, por ejemplo, consiste en escoltar a un lado y otro lado de la selva a camiones que trasportan cocaína ya procesada hacia los centros de distribución. Por supuesto, cobran sus servicios, hasta el punto de que algunos narcotraficantes prefieren tener a su disposición, guerrillas contra guerrilleras –las Auto Defensas Cívicas- con la misión de hostigar, alejar y liquidar a las FARC, a precio de mercado, es decir, mejorando la oferta de “protección” de éstos últimos.
El panorama se complica todavía más cuando individuos que han recibido entrenamiento militar y están preparados para actuar con disciplina inexorable, muchos de ellos veteranos de guerras del Cáucaso y de los Balcanes, se integran a la vida civil. En el ejército han pasado experiencias y adquirido conocimientos que no pueden aplicar a la vida civil. Muchos de ellos carecen de estudios suficientes para poder reciclarse en trabajos que no sean del incipiente sector de la seguridad. Otros no están dispuestos a trabajar jornadas interminables en puestos difíciles, peligrosos y mal retribuidos, como escoltas, porteros de discoteca, vigilantes jurados y demás, así que optan por el camino de la delincuencia; se integran en bandas paramilitares, algunas de ellas, como el Ejército de Liberación de Kosovo, tuvo, vagamente, un origen político, pero en el momento en que desaparecieron las circunstancias políticas, la delincuencia kosovar llegó hasta España.
En general, los damnificados de la globalización tienden a ocupar los estratos más bajos de la neodelincuencia y se convierten en la carne de cañón de la misma. Y este proceso es tanto más rápido cuanto más acelerado es el proceso de empobrecimiento del Tercer Mundo y aumenta el número de desfavorecidos de la globalización, incluso en el Primer Mundo.
5) Los actores energéticos con los actores tradicionales.
El mundo de los hidrocarburos cobró forma a principios del siglo XX cuando el motor de explosión empezó a generalizarse y a partir de la Segunda Guerra Mundial, la victoria o la derrota de los ejércitos, se demostró que tenían mucho que ver con el control de las pozos petroleros. La victoria sonrió a las potencias aliadas en función de dos factores principales: el papel de los EEUU, resguardados de cualquier ataque por parte de las potencias del Eje y la seguridad en el suministro petrolero (Bakú, Texas, Golfo de México), mientras que las potencias del Eje se vieron castigadas dramáticamente con las limitaciones de recursos petroleros (Ploestri en Rumania y las pizarras bituminosas de Prusia Oriental). Los EEUU extrajeron consecuencias de esta situación y pactaron el mantenimiento de la dinastía de los Saud en Arabia Saudí, a cambio de la garantia de suministro de petróleo. Diez años después de concluir la Segunda Guerra Mundial, el suministro de petróleo ya se había reorganizado. Las “siete hermanas” (las grandes compañías petroleras hasta los años 90) acometieron la explotación sistemática de los pozos petroleros, utilizando capital occidental. Por su parte, la mayoría de los países productores de petróleo se organizaron en la OPEP que jugó un papel capital en la regulación de los precios y de los volúmenes de extracción, alcanzado su momento álgido con motivo de la primera crisis del petróleo en 1973, tras la Tercera Guerra Árabe-Israelí. La OPEP estableció cuotas de producción, dirigió flujos petroleros, reguló los precios y, así, contribuyó a la estabilidad del sistema mundial y, especialmente, garantizó la regularidad en el suministro de energía a precio estable hacia el Primer Mundo. La URSS, por su parte, era autosuficiente en materia energética y la industria formaba parte del gigantesco conjunto estatizado propio de una economía comunista.
El hundimiento del superpetrolero “Torrey Canyon”, en 1969, provocó la primera marea negra y supuso el primer momento de concienciación ecológica, justo en el momento en que empezaban a generalizarse la aplicación pacífica de la energía nuclear. A esto se unió el impacto de la crisis del petróleo en 1973. Estos dos hechos hicieron que algunos empezaran a advertir los riesgos de depender exclusivamente del petróleo y el carbón, primeros productores de polución atmosférica y con riesgo de agotamiento. Entre 1969 y 1989, la energía nuclear se consideró la más ventajosa alternativa a los combustibles fósiles. Sin embargo, a partir del desastre de Chernobil, la abolición de la energía nuclear se convirtió (especialmente en el Primer Mundo) un slogan electoral, asumido primero por los ecologistas, luego por la izquierda progresista y más tarde por la derecha conservadora. Hasta que en el Forum 2004 de Barcelona, el ex presidente soviético Gorbachov, reivindicara la necesidad de la energía nuclear para asegurar el crecimiento económico, cuando ya se advertía el punto de inflexión entre un consumo petrolero en crecimiento continuo y el descenso en el hallazgo de nuevos pozos petroleros, la energía nuclear estuvo prácticamente proscrita en el Primer Mundo, incluso hoy se siguen cerrando centrales, mientras que en el Tercer Mundo –especialmente en China- prosigue la construcción de nuevas.
La contradicción estriba en que mientras la energía nuclear se muestra a medio plazo como la única posibilidad de obtener energía a precio asequible, en tanto los proyectos de energía de fusión no puedan concretarse y comercializarse (lo cual no ocurrirá antes del 2035 ó 2040), la “conciencia ecológica” (más o menos superficial) de las poblaciones acomodadas del Primer Mundo, impide que cualquier gobierno resuelva abordar la construcción de nuevas centrales nucleares, salvo que esté dispuesto a asumir los costes electorales de la decisión. En estas condiciones, el futuro energético del Primer Mundo, especialmente de Europa, se presenta como problemático.
6) Los actores energéticos con los actores emergentes.
A partir de finales de los años 90 se produce un fenómeno importante: el cambio político en Venezuela con el consiguiente ascenso del presidente Chávez al poder. Si tenemos en cuenta que Venezuela es el principal exportador de petróleo a EEUU (por la proximidad), el papel “díscolo” de Chávez impulsó a los EEUU a promover nuevas prospecciones petroleras especialmente en la plataforma costera de África Occidental. Pero el cambio venezolano no iba a venir solo. Venezuela no era el único productor de petróleo que había sufrido un cambio político. Casi veinte años antes se había producido el derrumbe de la monarquía iraní y su sustitución por un régimen fundamentalista religioso. Irán es un productor petrolero de segunda división, pero a partir de 2002, la creciente escasez de petróleo, ha tendido a realzar su papel.
En 2003, se produjo un acercamiento histórico entre los gobiernos venezolano e iraní, al que pronto se sumó el cubano y, más tarde, el boliviano. A partir de ese momento, Cuba recibió suministro gratuito de petróleo venezolano. El ascenso al poder de Evo Morales y la intervención de la industria petrolera, supuso un nuevo refuerzo para este “eje”.
Por otra parte, desde principios de los años 80, la OPEP –los productores tradicionales de petróleo- se iba debilitando, por la defecciones interiores y, especialmente, por el ascenso de la producción de países que no estaban integrados en dicha organización. Hoy, la OPEP representa un canal de producción minoritario en relación al total de las extracciones petroleras mundiales, realizadas al margen de sus directrices.
Por esto, la arista formada por los actores geopolíticos emergentes y los actores energéticos es hoy más importante que nunca. Todo induce a pensar que en los próximos años el eje propulsado por Venezuela va a ir aumentando y que los principales beneficiarios serán los actores políticos emergentes. A nadie se le oculta que Hugo Chávez practica un antiamerianismo radical que le lleva a apoyar cualquier iniciativa surgida del antiguo Tercer Mundo, y especialmente se siente próximo de países que, por algún motivo, mantienen polémicas con los EEUU.
La línea de tendencia en este momento consiste en que algunos productores de petróleo no integrados en la OPEP se sienten solidarios con los actores emergentes o bien ellos mismos lo son.
Por otra parte, los actores geopolíticos emergentes precisan, cada vez más, mayores recursos energéticos. La falta de experiencia de algunos en política internacional y, especiamente, la particular problemática interna de la mayoría (con fuerte presencia de movimientos religiosos fundamentalistas, o bien con problemas sociales agudos e irresolubles) hace imposible prever cuáles van a ser los desarrollos de este conflicto. ¿Cómo puede reaccionar China si se ve acosada por intentos de desestabilización norteamericanos (a partir del Tíbet, del Turkestán chino, del Falung Gong o de la disidencia interior) y ve su crecimiento económico estancado? ¿cómo puede reaccionar India si su adversario geopolítico tradicional, Pakistán puede ser espoleado a crearle problemas en la región de Cachemira? ¿cómo puede reaccionar Irán si el gobierno norteamericano aumenta su presión por la cuestión de su proyecto nuclear? O lo que es mucho más inquietante: ¿cómo puede reaccionar el nuevo “eje del mal” formado por Hugo Chávez en cuanto se produzca un inevitable ascenso de partidos similares al MAS boliviano en los países andinos?
Si la energía es el puntal del desarrollo, los países en vías de desarrollo son los que, desde luego, no pueden renunciar al suministro energético y detener su crecimiento económico, so pena de que se produzcan situaciones de inestabilidad interior absolutamente insuperables.
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