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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

No a Turquía en la UE (X) Las razones del interés turco hacia Europa

No a Turquía en la UE (X) Las razones del interés turco hacia Europa

Infokrisis.- Racep Tayyip Erdogan, primer ministro de Turquía, sintetizó lo que representaba la adhesión de su país a la UE. En un lenguaje más poético -e incluso cursilón- afirmó que "Turquía debería ser como una rosa... y como toda rosa, además de la fragancia, incluye espinas". En otras palabras, fragancia para unos y espinas para la inmensa mayoría.

En el último Índice de Desarrollo Humano de la ONU, Turquía se sitúa muy por debajo de Rumanía, el país europeo que cierra la lista. No es, desde luego, la mejor referencia para un futuro socio. La esperanza de vida media de los españoles, por ejemplo, es de 79’2 años. Turquía estaría situada en las antípodas con el nivel mínimo, 70’4 años. La tasa de alfabetización de algunos países europeos llega hasta el 99’7%, mientras que la de Turquía es del 86’5%. La enseñanza primaria, la secundaria y la superior, tiene una tasa del 92% en España y del 68% en Turquía. Finalmente, el PIB español es de 21.460 y el de Turquía de 6.390.

La estructura económica de Turquía es cualquier cosa menos liberal. Turquía ocupa la posición 100 de 123 países, compartida con Malawi y Madagascar, en el Informe de 2004 sobre Libertad Económica en el Mundo, publicado por el Instituto Fraser de Canadá y la posición 66 de 104 países en el Índice de Competitividad de Crecimiento 2004 del World Economic Forum. Estas cifras hacen de Turquía un país radicalmente diferente a Europa en su estructura económica y más próxima al tercer mundo que al pelotón de cabeza del desarrollo en el que la UE tiene la legítima ambición de permanecer.

Según los Criterios de Copenhague, los países candidatos deben tener un sistema económico con capacidad para competir en el mercado único de la UE. En el informe elaborado por la Comisión Europea en 2004, quedaba claro que Turquía no satisfacía ninguno de los criterios económicos, a pesar de la mejora de su economía en los últimos años y de que sus expectativas teóricas de crecimiento son de entre un 8 y un 10% anual. Turquía no ha logrado estabilizar su economía. La inflación se redujo al 2003 a un 25%. El pago de los intereses de la deuda pública constituye una carga insoportable que inmoviliza las inversiones públicas y genera un déficit presupuestario muy elevado. Así pues, a Turquía le queda mucho camino por delante para adecuar su economía a la UE.

La economía turca es muy diferente a la comunitaria. El sector público tiene un peso excesivo en su economía (un 5% y el 20% en las manufacturas). El Estado es propietario de los dos mayores bancos del país que hubieran quebrado en el 2001 de no haber sido porque el Estado saneó sus cuentas. Los directivos, simplemente, habían concedido miles de millones en créditos a empresarios insolventes y corruptos… pero amigos del partido en el poder. Queda todavía mucho por andar en el camino de la privatización. La pequeña y mediana empresa se ve bloqueada en su actividad por la falta de créditos bancarios. Tan solo las grandes empresas los reciben con facilidad, pero las pymes se ven asfixiadas por la burocracia y la corrupción. No es raro que la inversión extranjera vacile antes de proyectarse sobre Turquía. En 2004 apenas representaba el 1% del PIB, cifra insuficiente para que pudiera realizarse una modernización en la industria. Turquía podría necesitar para modernizar su economía unas ayudas financieras de entre 30.000 y 60.000 millones de euros.

A pesar de la mejora de la economía, Turquía se parece más a un país subdesarrollado que a cualquier país europeo. Sólo un 20% por ciento de la población disfruta de un estilo de vida similar al europeo, pero el resto es similar o incluso inferior a India o Pakistán. Criminalidad en auge, economía sumergida, paro, mendicidad, son las escenas más habituales que todo turista ha visto en Turquía. El paro afecta al 45% de las personas en edad de trabajar y, del resto, entre la mitad y la tercera parte ni tienen contrato, ni cotizan a la seguridad social, ni siquiera tienen contrato laboral. El producto interior bruto per capita es inferior al 30% de la media de la UE, y su poder adquisitivo por habitante es una quinta parte del correspondiente a los antiguos países de la Unión (la “Europa de los Quince”) y la mitad de los diez nuevos países miembros.

El Producto Interior Bruto de la UE es 21.000 euros por habitante. El de Turquía, justo la tercera parte. Este mero dato hace que la riada de turcos hacia Europa Occidental sea inevitable en la hipótesis de un eventual salto de las barreras aduaneras. Esta migración de sur-este a oeste, tendría como contrapartida una deslocalización empresarial de oeste a sur-este. Si los salarios están en Turquía tres veces por debajo del nivel de Francia o Alemania, es evidente que la producción de manufacturas resulta más rentable allí. A la ola de parados generada por una inmigración dispuesta a vender su fuerza de trabajo más barata que los trabajadores europeos, seguiría una migración de las plantas de producción europea a Turquía. Quizás algunos ganen con todos estos “ajustes”, pero la inmensa mayoría de los trabajadores europeos perderían.

Además, Turquía es hoy un país en el que el sector agrícola es mayoritario. Ya hemos dicho que el sector agrícola turco ocupa tanta mano de obra como la de todos los países que se incorporaron a la UE en mayo de 2004. Dicho de otra forma: las ayudas que están recibiendo los agricultores en virtud de la Política Agrícola Común, el único incentivo que impide el hundimiento de los cultivos en Europa, serían absolutamente inviables en el caso de que Turquía ingresara en la UE. Suele decirse que la competencia de la agricultura europea en relación a las agriculturas del Tercer Mundo es desleal; bien, lo es, ¿y? ¿Acaso lo que se pretende es que los cultivos, desde el mayor latifundio hasta el último bancal olvidado de Europa, se abandonen por antieconómicos y el campo quede solamente para las visitas de fin de semana y las granjas-escuela para niños urbanitas? ¿Se pretende arrojar al paro y a la miseria a nuestros agricultores? Y hablando de “competencia desleal”, ¿acaso no es desleal la producción agrícola en zonas en donde ni existe sindicación, ni seguridad social, sino solamente agotadoras jornadas laborales a cambio de un salario de miseria? Lo lamento: Europa tiene que aprender a ser egoísta. Nuestros agricultores primero. Nuestros agricultores son los únicos ecologistas que tienen una experiencia real y vivida de defensa de la naturaleza, son los que se están preocupando de labrar las tierras, en lugar de abandonarlas o entregarlas a la especulación inmobiliaria. Nuestros agricultores merecen todas las ayudas necesarias para asegurar la rentabilidad de sus explotaciones y el abastecimiento de los mercados a precios aceptables. Así que ¿de qué estamos hablando? La Política Agraria Común fue el fundamento de la CEE precisamente para evitar la carestía, el desabastecimiento de los mercados y las oscilaciones brutales de los precios. Y esa política debe seguir, por poco liberal que sea. Ahora bien, esa política es inviable si Europa tiene que financiar a un sector agrario tan extenso como el turco.

Aquí está la madre de todos los motivos que tiene Turquía para acercarse a la UE con una persistencia casi humillante. Turquía no pretende otra cosa que “tocar” fondos europeos. Si no, ¿de dónde procede esta obstinación turca que dura ya casi medio siglo, de mirar hacia Europa?, ¿cuál es el motivo por el que está dispuesto a cambiar su legislación, maquillar su política de derechos humanos, seguir afirmando que es un Estado laico? ¿Es que los turcos, bruscamente, se sienten “europeos” aun cuando sus fronteras con Siria o Irak digan justo lo contrario? No seamos tan ingenuos, ni tan estúpidos, como para pensar que en Turquía lo que se está desarrollando es una mutación cultural como la que preveía Huntington, y que el país “está cambiando”. Vayan a Turquía, no se contenten con visitar Tracia, ni la antigua Constantinopla, vayan a Anatolia, recorran Capadocia y lleguen hasta el Kurdistán. No solamente no encontrarán a nadie que se sienta “europeo”, ni encontrarán rastros de cultura “europea”, no habrá nada que les remita a nuestra vieja Europa. No seamos idiotas: Turquía mira al dinero europeo, no le interesa ninguna otra cosa; en su cinismo, las autoridades turcas saben que el ingreso de su país en el “club europeo” generará una oleada migratoria sin precedentes, lo que, en la práctica supone arrojar a millones de turcos fuera de su territorio. Las remesas enviadas por estos millones de inmigrantes contribuirán a generar una dinámica económica sin precedentes en aquel país y, en cuanto a la deslocalización de empresas europeas, generará puestos de trabajo a pesar de que Europa Occidental, particularmente, vea a miles de trabajadores arrojados al paro y a soportar la competencia desleal de quienes están dispuestos a vender más barata su fuerza de trabajo. Pero, sobre todo, Turquía tiene la mirada puesta en la Política Agraria Común. Los fondos estructurales y el grueso de subsidios agrícolas serían invertidos en el Este de la Península Anatolia, la zona más empobrecida de Turquía y cuyo PIB es menos de la mitad de la zona Oeste y la cuarta parte del existente en Tracia. Es decir, el dinero de los contribuyentes europeos se invertiría en la zona menos europea y más oriental de Turquía.

El hecho de que un país como Turquía ingrese en la UE y se beneficie de todo este régimen de subsidios y del libre paso de bienes, personas y capitales, es peligroso. Huntington y todos los que se han atrevido a “apostar” por el acercamiento de Turquía a Europa, saben perfectamente que una “apuesta” se realiza existiendo un alto grado de incertidumbre sobre el resultado final. Puede ser que “funcionara” y que el paso dado por Turquía hacia Europa contribuyera a desactivar la bomba islámica en aquel país, puede ser que Europa dispusiera de una atalaya para pacificar Oriente Medio, podría ser, incluso, que otros países islámicos se democratizaran siguiendo el ejemplo turco. Entonces, todos contentos, menos los trabajadores y los campesinos europeos. Pero, podría ocurrir justo lo contrario. Europa se vería expuesta a tener unas fronteras con la zona más “caliente” del planeta, implicada en guerras y conflictos innecesarios, al menos para nosotros. Podría ocurrir que, en lugar de aplacarse, el islamismo turco viera en la integración en la UE un gesto de debilidad de Europa y como los vándalos, los suevos y los alanos en el 406, decidieran cruzar el Bósforo y los Dardanelos, no solamente para trabajar, sino para islamizar Europa Occidental, y con los ayatolahs, los terroristas. Podría ocurrir, incluso, que los intentos de ampliar su zona de influencia en el Este, con la idea “panotomana”, terminara por chocar con China y con la nueva Rusia, los tres puntales sobre los que se asienta la seguridad en Eurasia. Podría ocurrir, incluso, que después de unos cuantos años de sangrar y muñir a Europa, un gobierno islamista terminara chocando con la UE y retirándose del proyecto… justo cuando Europa había invertido miles de millones de euros, cuando la deslocalización, la inmigración masiva, hubieran causado daños irreparables en Europa Occidental. Podría ocurrir todo esto. Y, en lo más íntimo, estamos convencidos de que hay muchas más posibilidades de que ocurra esto, que no un “happy end” en el idilio de Turquía con Europa. Europa perdería en la “apuesta”. Una de las normas éticas y morales del antiguo sistema educativo en el que algunos de nosotros nos educamos, hace que contemplemos las “apuestas” y los “juegos de azar” como inmorales e irresponsables. Y en política, una “apuesta” es una forma de jugar a la ruleta rusa. Inmoral hacia los trabajadores y los campesinos europeos, los sectores más sensibles y frágiles del continente, e irresponsable en tanto se realiza al margen de cualquier sentido de Estado y hace incluso peligrar cincuenta años de construcción europea.

El interés de Turquía en Europa es todavía más incomprensible toda vez que participa en la Unión Aduanera desde 1995, en la Asociación de Cooperación Euro-Mediterránea o en el Espacio Económico Europeo. Turquía es un mercado en expansión para la UE. Pero no el único. Por el contrario, la UE es la única fuente de dinero “fácil” para Turquía. No hay, en estos momentos, otro, y todo induce a pensar que así va a ser durante mucho tiempo. Ni China, ni Rusia tienen el más mínimo interés en apoyar a un país que está empeñado en movilizar a la población turcófona en beneficio propio, restándoles áreas de influencia. En cuanto a EEUU está demasiado lejos como para que su ayuda sea decisiva. ¿Van entendiendo por qué Turquía soporta cualquier condición, cualquier rechazo, cualquier humillación?

Turquía encajaría mal en Europa. No solamente su paisaje no es europeo, ni sus costumbres, ni su historia, sino que es más bien la negación de Europa. Además, ya que las estadísticas parecen tener fuerza en nuestras sociedades, las mayores diferencias entre Turquía y Europa serían estadísticas. ¿Qué es Turquía? No es un país rico, ni tampoco es un país pobre; es un país en vías de desarrollo. Los países del Este Europeo que se integraron en la Unión en mayo de 2004, estaban muy por delante de Turquía. La mitad de turcos viven con un salario inferior a 60 euros por persona, esto es, 240 euros por familia; cuando el Fondo Monetario Internacional sitúa el umbral de la pobreza “tolerable” en 525 dólares. Algo más de la población turca vivía en la pobreza. ¿Puede suponerse que, mediante una serie de reajustes, Turquía finalmente consigue multiplicar por cinco su PIB para ponerse a la cola de la UE? Lo dudamos, especialmente porque las diferencias entre el Este y el Oeste de Turquía son abismales y, si se nos apura, insuperables en varias generaciones. La parte occidental es la más frecuentada por el turismo y tiene un mayor nivel de inversiones e infraestructuras. El 64% de la población turca vive en zonas rurales, que aportan el 78% del PIB nacional, con un PIB per cápita del 23% superior a la media nacional. En ningún país de la Europa Mediterránea, estas diferencias de PIB en el interior eran tan grandes. En Turquía el PIB del Oeste es ocho veces superior al del Este. Europa no está en condiciones de compensar todo este desequilibrio interior.

¿Enviar fondos a Turquía? En países con democracias saludables como España, Francia e Italia, se han producido desvíos de fondos, y han aflorado casos de corrupción galopante. Afortunadamente, en Occidente la corrupción es una excepción, pero no la norma. Además existen garantías jurídicas suficientes como para que el ciudadano pueda legítimamente pensar que los niveles de corrupción, antes o después, salen a la superficie y sus culpables son castigados con cierto rigor. Turquía es otra cosa. Incluso el país con más opacidad dentro de Europa, Rumanía, se sitúa lejos de los niveles de corrupción turcos. Los datos de “Transparency Internacional” figuran entre los lastres mas pesados de la candidatura turca. ¿Enviar subsidios a Turquía? Mientras no ascienda en el ranking de los países más corruptos, sería como entregar la custodia de un furgón blindado a una banda de salteadores de caminos.

Actualmente, la agricultura genera un 12% del PIB en Turquía, y se supone que en la próxima década se reducirá al 10%. Sobre esta base, se puede hacer un cálculo rápido del coste potencial máximo que conllevaría la ampliación del nivel de ayuda de la PAC a Turquía. Franz Fischler no es desde luego el Comisario Europeo más popular en nuestro país, pero, sin duda, es una de las personas que más entienden sobre los problemas de la agricultura en Europa. Su ascendencia germánica le imposibilitó reconocer las bondades de la dieta mediterránea y fue uno de los más enconados defensores de las reducciones de los subsidios agrícolas al cultivo del olivo en España. Pero esa misma ascendencia germánica, con su precisión y minuciosidad extremas, fue lo que obligó al comisario de agricultura a explicar en septiembre de 2004 que la adhesión de Turquía a la UE costaría, solamente en subsidios avícolas, la friolera de entre 11 y 13.000 millones de euros. Literalmente insoportable, incluso en la hipótesis de que los actuales agricultores europeos fueran desprovistos de cualquier tipo de subvención y todo fuera a parar al Este turco, es decir, a Oriente Medio. Sencillamente, inaceptable. Pero si, además, Turquía percibiera fondos estructurales en la misma medida que las economías deprimidas del Sur de Europa han venido haciéndolo tras su integración, la factura se elevaría a 32.000 millones de Euros. Pero a esta cifra aún hay que añadir la que derivaría del aumento de la población turca en los próximos 15 años, con lo que habría que introducir una corrección en las cifras que nos llevaría a los 40.000 millones de euros anuales. No es realista, ni siquiera dice mucho del sentido común de los promotores occidentales de la candidatura turca, que sectores enteros del campesinado y de los trabajadores europeos sean simplemente laminados y abandonados a su suerte, para sostener el desarrollo de zonas de Asia que nada tienen que ver con Europa. Los Zapatero y demás “dialogantes” deberían pensar en sus electores más que en obras de caridad para Asia que arrojarían a la precariedad a millones de contribuyentes, trabajadores y agricultores europeos. Si es que no han olvidado como se ejerce la “funesta manía de pensar”. Ningún técnico sería capaz de abrir falsas expectativas, considerando una “candidatura imposible” como la turca y que acarreara tantos riesgos para nuestras poblaciones. Nadie salvo quizás un “apostador”, un “tahúr” quizás, un “aventurero”, un “ludópata”, o simplemente un imbécil.

Tampoco hay que olvidar que los años que se avecinan van a ser duros. Aún no se ha experimentado los efectos más deletéreos del fin de la era del combustible barato. Todavía no sabemos de qué forma, exactamente, van a afectar las subidas de carburante al proceso de globalización que se consideraba hace dos años como nuestro fatum. No sabemos siquiera cuál va a ser el impacto de las manufacturas chinas, indias, pakistaníes y, en general, asiáticas, en las economías occidentales; ignoramos cuál va a ser el techo de las deslocalizaciones y no podemos imaginar un continente europeo con 40 millones de parados por un lado y con 40 millones de inmigrantes por otro, sin la más mínima intención de regresar a sus países de origen. Y es en este contexto, en el que se puede decir aquello de que las “apuestas” y los “experimentos”, en casa, con gaseosa y sin que se entere papá.

© Ernesto Milá Rodríguez – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

 

 

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