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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Partido político y organización militar

Partido político y organización militar Redacción.- Recientemente, un querido amigo y camarada, en un correo privado me explicaba que uno de los mandamientos de la Academia General Militar es no criticar al mando, y me lo comentaba en relación a la crisis terminal que ha sufrido antes del verano DN. Vale la pena realizar algunas reflexiones sobre el tema de las relaciones entre un partido político y una organización militar, dos realidades completamente diferentes, sin apenas punto de contacto.

La experiencia histórica: el origen político-militar

En 1919, los excombatientes que regresaron a sus hogares, tanto entre los aliados como en los Imperios Centrales, percibieron la situación de corrupción generalizada que se había fraguado en la retaguardia, mientras ellos morían en los frentes. Un autor francés escribía que nunca existió tanta desproporción entre la envergadura del sacrificio exigido y lo miserable de los ideales propuestos. Mientras duró el esfuerzo bélico, esta contradicción quedó atenuada, pero cuando se firmó la paz, estalló con toda su violencia. Los partidos fascistas y comunistas fueron, en gran medida, hijos del rechazo de los excombatientes a lo propuesto por la sociedad burguesa que permaneció en la retaguardia.

Y es precisamente este elemento el que configura a los grupos fascistas y comunistas de los años 30 como fuerzas “paramilitares”, en las que la disciplina de partido frecuentemente se confunde con la disciplina militar y la organización política se convierte en militar. El NSDAP hitleriano tenía, en realidad, dos ramas que tenían poco que ver: de un lado, las SA, las secciones de asalto, formaciones específicamente paramilitares, uniformadas y sometidas a una disciplina y a un entrenamiento de combate, luciendo uniformes y siendo encuadrados militarmente según el uso de las “stormtrooper” del ejército alemán en la Primera Guerra Mundial. Pero, junto a esta formación militar, existía la PO, la “Organización Política” (frecuentemente despreciada por las SA, que la llamaban “P-Cero”) que constituía una realidad completamente aparte. En los partidos de izquierda y en otros fascismos, esta estructura estuvo siempre vigente. Hasta 1945.

A partir de 1945, el clima es completamente diferente. La magnitud de las destrucciones y la amplitud de la tragedia ha sido tal, que todas las partes están de acuerdo en no volver a caer en tentaciones militaristas. Los partidos políticos, por exigencia legal, pero también por necesidad propia, dejan de albergar formaciones paramilitares y se convierten en instrumentos meramente políticos, de conquista democrática y gestión del poder. Los uniformes, las banderas con los símbolos totémico-militares, los cantos de batalla, las formaciones y el entrenamiento paramilitar desaparecen.

En España, la evolución fue completamente diferente. La guerra del Rif en los años 20, no fue lo suficientemente intensa ni sentida por el pueblo ni por los combatientes, como algo embriagador cuyo recuerdo valiera la pena conservar en la paz. De hecho, ni en Falange Española, ni en las JONS, ni en los Legionarios de Albiñaba, ni en ninguna otra formación de extrema-derecha de la época, estuvieron presentes excombatientes de la guerra del Rif de manera significativa. Era difícil pues que el concepto político-militar pudiera arraigar en un partido español. Esto explica, quizás y entre otras razones, la debilidad de Falange al iniciarse el conflicto.

Pero lo más sorprendente fue que en 1975, cuando murió Franco, una exigua minoría de exponentes del antiguo régimen, concentrados en torno a la figura de Blas Piñar, mantuvieron vivo el concepto organizativo político-militar, que ni siquiera en 1933-36, tuvo vigencia. En el período 1976-1983, llamaron la atención las formaciones paramilitares de adolescentes y la estética de camisa azul y boina roja que, ni siquiera en el período de mayor intensidad del franquismo, logró afianzarse. Cuando se crea la “euroderecha”, personajes de experiencia política como Giorgio Almirante y Tixier Vignancourt, se sienten seducidos por esa estética que resultaba absolutamente improcedente en sus países y no son capaces de advertirle a Blas Pilar que debía, simplemente, desmilitarizar el partido, o de lo contrario, quedaría constreñido a la marginalidad electoral, como de hecho así fue, y como algunos advertimos en su momento.

Dos mundos separados: nada que ver

Hoy algunos pueden formularse legítimamente la pregunta: “¿Qué tiene que ver la política con la organización militar?”; la respuesta es cero, nada, absolutamente nada. Se trata de dos mundos completamente separados y que, mientras persistan las actuales condiciones político-sociales, seguirán estando separados.

Resulta, incluso, peligroso trasladar los valores propiamente militares al ámbito político. El mundo militar entiende de órdenes, planes, disciplina y acatamiento a la autoridad. Sería absurdo pensar que el capitán de una compañía podría ser elegido democráticamente por sus soldados. La estructura militar existe para afrontar momentos difíciles para la comunidad nacional, para asumir la defensa de la comunidad ante la agresión exterior o ante el conflicto interior, no es desde luego la ONG que ha ideado el ministro de la “indefensión”, Pepe Bono (el tonto, demagogo que prefería morir a matar…) el que ha introducido el “humanismo en la milicia” reclutando un ejército de damas de la caridad capaces de llevar un bocadillo a cualquier extremo del mundo a no importa que indigente, pero incapaces de planificar las bases de una efectiva defensa territorial e incluso de señalar la existencia de un enemigo concreto.

Realmente, lo que hoy existe en España con el nombre de “ejército” es una entidad extraña, de dudosa eficacia, en la que quedan “restos” de lo que un día pudo ser un ejército, pero en donde cualquier parecido actual con ese modelo es pura coincidencia. En España, digámoslo ya, no existe defensa nacional, ni posibilidad de que exista; la UCD ayer, el PSOE luego y el PP más tarde, hasta llegar, a Bono, al ministro de la indefensión, se han encargado de convertir a las FFAA en algo virtual. Ahora bien…

Un partido político, ni puede regirse por la disciplina militar, ni mucho menos puede aspirar a sustituir a las FFAA en los cometidos que sólo a ella le corresponden. Y esto ¿por qué? Por que sus realidades son completamente diferentes:

- Una organización política, trabaja sobre la sociedad civil, se basa en una estructura democrática (los dirigentes son elegidos y pueden ser revocados) y tiene como rasgo general la representatividad y la eficacia en la gestión; los congresos son, en la práctica, las direcciones estratégicas de la organización, mientras que los organismos de mando (secretaría general, comité central, mesa nacional), son las direcciones tácticas de la misma. Su organización se rige por unos estatutos aprobados democráticamente, reconocidos y aceptados por el Estado. Se basa en la libre adhesión a unas ideas y unos programas.

- Una organización militar, por su parte, se basa en la disciplina y en la jerarquía, la cadena de mando es estática, la estrategia es diseñada por el mando, el cual, concede cierta autonomía a los escalones inferiores para que la aplique en función de tácticas determinadas y preestudiadas. Esta jerarquía es independiente de la eficacia que muestre el mando en su tarea. Mientras la organización política intenta conquistar personas y suscitar adhesiones, la organización militar conquista territorios o los defiende. No admite la autocrítica, ni tolera la crítica: las órdenes se cumplen, no se discuten.

¿Es posible aplicar los principios de la organización militar a una lucha política? Solamente en unos pocos supuestos: por ejemplo, cuando por su misma naturaleza, la organización política tiene carácter revolucionario; en esa circunstancia existe un momento en el que, necesariamente, se producirá el enfrentamiento entre el poder político y la organización revolucionaria y, cuando llegue ese momento, será preciso actuar de manera militar, mediante unidades de choque, planificación militar de las operaciones e inflexibilidad propia del mundo militar. El otro supuesto es cuando las condiciones de lucha política se han degradado: el partido debe pasar a la clandestinidad. En la clandestinidad, solamente sobreviven aquellas organizaciones que tienen una estructura interior más férrea. Con todo, en ese supuesto, la eficacia de un partido político clandestino, no depende solamente de su organización militar, sino de la conciencia política de su clase dirigente y, sobre todo, de sus propuestas políticas. El factor organizativo es el cuarto en importancia y el que permite que la organización sobreviva en un medio hostil.

En este momento, en España, las condiciones de trabajo político son las propias de un Estado democrático formal: los partidos mayoritarios se aseguran mantener esa mayoría, no mediante la represión, ni mediante las restricciones de las libertades democráticas, sino a través de la utilización abusiva de los recursos del Estado (subvenciones, ayudas) y de la legislación (ley d’Hont, listas cerradas y bloqueadas). No puede decirse que una organización militar o paramilitar lograra nada contra ese estado de cosas. Y así seguirá siendo mientras se mantengan las actuales circunstancias de la lucha política en nuestro país.

La “disciplina militar” como excusa para los peores comportamientos políticos

En determinados partidos, a medio camino entre las formaciones políticas y las tribus urbanas, pero, indudablemente, más próximas a éstas que a los partidos, suele aparecer de forma recurrente la idea de que es preciso organizarse militarmente y hacer gala de una férrea disciplina militar. Dejando aparte que, tales formaciones si pueden parecerse a algo remotamente similar a una formación militar, es al ejército de Pancho Villa, se trata inevitablemente de un intento de atajar las críticas y mantener un liderazgo que no se sostiene en aras del único factor importante en la política: la eficacia.

Un “líder” que, en lugar de hacer progresar al partido, lo empantana en rosarios de expulsiones, marginaciones, le imprime una línea política sinuosa, lo dirige como si de una tribu urbana se tratara, y cifra toda la proyección exterior, no en éxitos reales, sino en el cinismo de explicar por activa y por pasiva que “todo va bien”, cuando en realidad, todos aprecian nítidamente que “nada va bien”, un líder que recurre a la terminología militar para justificar lo indiscutible de sus decisiones, no es un líder político, sino un pobre payaso que se ha equivocado de guión.

Si “el patriotismo es la última excusa de los bribones”, la apelación a la disciplina militar, es el recurso normal de los incapaces de llevar a un partido por la senda del avance político y del éxito electoral. En la lucha política puede existir crítica y autocrítica, en el terreno militar no: todo es disciplina y mantenimiento de los planes estratégicos. Es posible que un grupo de jóvenes consienta desplazarse por toda España, por “disciplina”, haciendo propaganda del partido… pero, a la dirección le corresponde procurar que esa propaganda esté ajustada a la realidad social y proponga un programa realista y lúcido. Si estos militantes cumplen, “por disciplina de partido”, con su cometido, pero la dirección no es suficientemente hábil como para que la tarea de propaganda tenga el éxito que se espera de ella, de muy poco habrá servido la “disciplina de partido”. No, la eficacia del mando debe ser demostrada en términos mesurables, de lo contrario, la militancia no tiene por qué estar ligada con un compromiso a muerte con el líder del partido.

La eficacia sigue siendo la única medida de la capacidad del mando. Cuando un partido ha perdido a la mayoría de sus cuadros, desde luego a los más veteranos y a los que tenían más experiencia, es signo de inutilidad del mando. Cuando un mando, en lugar de lograr adhesiones, lo que consigue es vaciar delegaciones en pocos meses o que queden reducidas al 5% de lo que tenían hace siete años. Cuando un partido intenta ocultar las expulsiones con infantiles ardides de colocarlas en lugares marginales de la web y, sobre todo, utilizando solamente siglas de expulsados, es que quiere mentir: mentir ocultando la realidad y proclamando el eterno “aquí no pasa nada” y “todo va bien”, que, junto con el consabido “ha habido más altas que bajas” –que no siempre es cierto- parece ser suficiente como para dar una imagen de que, efectivamente, se avanza. Luego, claro está, vienen las próximas elecciones; en ese momento, todo son prisas para poder disimular el desastre interior: se ponen en pie coaliciones con grupúsculos intrascendentes y se cuidan solamente los aspectos más pueriles de la lucha política (“nuestra meta es tener más votos que el grupúsculo X” o “aspiramos a presentar candidatos en todas las circunscripciones electorales… aunque ni uno solo de ellos tenga la más mínima posibilidad de salir airoso de la prueba”). Esto unido a que la política de expulsiones y marginaciones se ha mantenido durante meses, lleva a que en las únicas localidades en las que, a la vista de los resultados de la anterior convocatoria, existían posibilidades reales de obtener resultados, se haya diluido todo el esfuerzo y ahora se busque triunfar en nuevas circunscripciones, basados solamente en que existe un pequeño núcleo activista recientemente incorporado…

Todo esto, es lo propio de una dirección ineficaz, cuyo único recurso es apelar a la disciplina militar, para conseguir mantenerse durante unos meses en el destartalado y diezmado esqueleto de una formación política, devenida, a la postre, tribu urbana. En esas circunstancias, el recurso a la disciplina y a los valores propios de la milicia, es una cobertura, pobre y tosca, a la propia ineficacia. Lo hemos visto ya demasiadas veces para caer de nuevo en la trampa. Quien pide eternamente disciplina, ese, camaradas, ese pretende engañar.

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© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

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